Llanisca Lugo González*
«Vengan todos a comer de este helado ¡gigaaaaaaaante!»
Silvio Rodríguez, No hacen faltas alas.
Hay quien vive para un proyecto. Cada circunstancia significa un deber, aunque no sea una palabra de moda. Hay quien vive tras algunas certezas y va por la vida como embrujado, con pasión por una causa. Tiene fe, con ella asume cada día tareas que no son muy visibles, que no son noticia, ni forman parte de las historias más contadas. Con esa cosa de cubanas y cubanos, sabe quién es quién. Tiene paciencia para que el tiempo diga algunas palabras, que no serán las últimas.
También hay quien vive de las narrativas. Muchas veces desgajado y ajeno, orbita. Esa es su vida. Clasifica, engaveta, selecciona y reduce para seguir narrando.
Hay que buscarle un lugar a la existencia. No quiere aterrizar, no quiere sumar su rostro a ninguna gaveta condenada. Censura su propia búsqueda y olvida que una cosa no significa todas las cosas y que una respuesta no le sirve a todas las preguntas.
Elige tomar helado con embudo, hace presión para que caiga por el hueco que soporta, y se pierde lo mejor de la crema: el helado se toma mejor con cuchara.
La realidad no es una ecuación lineal que podamos simplificar. A quien procure reducirla a un patrón conocido, que le acomode para interpretar el campo de acuerdo a sus arquetipos, tarde o temprano, le pasará la cuenta.
Si, además, la intención es servir a una ideología liberal, negar los esfuerzos de articulación de un pensamiento crítico que plantea sus batallas dentro del campo de la revolución, entonces hay que poner las cosas en su sitio, y recordar que nuestra opción ética y política es eso, una elección.
Una de las contradicciones más notables en quienes proponen cambios urgentes para Cuba, es pretender que se fortalezca el movimiento popular, las iniciativas emergentes y los procesos de politización de la sociedad civil desde un Estado como fuente matriz, como surtidor del diálogo nuevo, el Estado como abuelo benevolente que puede educar en la libertad y la comprensión. No podemos esperar eso de ningún Estado, tampoco en Cuba. En el fondo, es otra manera de disminuir la capacidad del pueblo. El gobierno «aparato estructura con mazo en mano» da y quita lo posible, tiene en su poder a la ciudadanía, reprime y libera, controla y convoca todo lo que pudiera darle soporte.
La relación entre el Estado y la sociedad es una relación de tensión que fuerza la radicalidad del proyecto, que no se expresa de modo lineal y está llena de conspiraciones. Será una conquista de la actuación cotidiana del pueblo consciente y organizado, aunque la voluntad política debería operar a su favor tratándose de un proyecto socialista.
Allí cuesta más mirar. Es más complejo comprender la trastocación profunda de la subjetividad del pueblo cubano con el proceso de la revolución, interpretar sus fidelidades y sus disensos, su cansancio dentro de su resistencia, su esperanza en medio del drama cotidiano, su diversidad de lecturas, su rabia, su perdón, su incertidumbre y su dignidad.
Cuesta más buscar y tejer en los barrios, en las redes de mujeres con experiencias de economía popular, conscientes de que nadie puede venir a meterles el pie ni con palabrotas ni con oportunidades de becas, conferencias y diálogos interculturales. Es esta subjetividad del pueblo, la que no se quiere analizar.
Comprender los sentidos de la participación popular autoorganizada, crecida en las brechas y vacíos de lo instituido, pero en diálogo con la institucionalidad; nombrada después de hecha, capaz de transitar por procesos de politización, es un pendiente para el proyecto revolucionario, para muchos que se sienten desafiados a contribuir en esta hora, una tarea urgente para nosotros.
La crisis de la institucionalidad política y la ideología dominante en el mundo, nos llevó a hablar más de proyectos comunitarios y menos de organización popular, de horizontalismo a ultranza, de la fantasía de lo social sin mediación política, de la superioridad del modelo asambleario por consenso, del activismo en lugar de la militancia. Convivimos con estos aportes que tienen un valor en la expresión de sentidos revolucionarios, pero tienen límites claros para la disputa del proyecto.
Nuestra academia tiene que enfrentar dogmas muy peligrosos. Ha sufrido los impactos del «consenso posideológico» del pensamiento liberal; ha sido bañada del multiculturalismo, en muchas ocasiones abandona la visión de clases y llega a rechazar el marxismo con mayor o menor transparencia. Por otro lado, tiene grandes huellas del impacto de un positivismo que caló en la médula de las ciencias sociales sobre todo porque dio certezas en un camino desconocido.
Contra el pensamiento crítico en Cuba, los tiros llegan de todos lados.
Las instituciones cubanas en general enfrentan muchos desafíos. Al mismo tiempo que se amplía su capacidad de influencia en las políticas del país, deben ampliar el diálogo con el pueblo, en un ejercicio de la política que se salga de los moldes y los lugares comunes, cuidar los aportes de la diversidad de cada uno y cada una de sus miembros y sobre todo, encarnar por anticipado los valores del proyecto.
Tenemos que trabajar dentro de las instituciones, no al margen de ellas. Un pensamiento encerrado en guetto privilegiado, ni siquiera sirve a sí mismo.
Una sensibilidad marxista y el propio marxismo debe acompañarnos en este intento, sin dogmas ni exclusiones.
Juntos hemos aprendido un marxismo que se reconstruye en cada tiempo, que se resiste a las modas académicas terriblemente seductoras, que nos confronta en nuestras cobardías. El marxismo que nos convoca y une sigue siendo la música que permite orquestar los dolores del pueblo y la marcha triunfal de su redención: no se rinde en la batalla entre quienes se lo apropian como credencial para el baile de elegidos; nos confronta con la exigencia de la revolución permanente.
Creemos en el diálogo entre las experiencias del pueblo trabajador y la teorización de sus prácticas rebeldes, allí está la capacidad mayor de beligerancia de la autogestión y la participación popular. No está en el activismo, ni en teleologías de balcón, sino en la praxis política, en la articulación de las diversidades que nos constituyen como clase, como pueblo.
Este marxismo, lo sabemos bien, no es algo que pueda ser ubicado en un lugar, no puede ser propiedad, no entiende de autoridades únicas, de élites ni de celadores, sorprende en los pasillos de las escuelas, en el juego de domino de la esquina, y vive en la academia que se deja atravesar por sus ideas y sobrevive a los embates del capital, los dogmas de la ideología liberal y las dificultades que se le vienen encima de nuestros desatinos y desafíos.
Ese marxismo vive en la articulación del pensamiento crítico, por eso nuestra apuesta es colectiva, porque no se subordina a labrar un futuro personal cierto, sembrado en los circuitos individuales de la intelectualidad asegurada. Es humilde, porque no menosprecia, sino reconoce y admira los esfuerzos diversos de construcción de nuestra sociedad. Si hay gente que crea, que levanta barricadas para defender la cultura, que abre espacios al debate, no puede arrinconársele, ni chantajeársele, no puede reducirse a calificativos y a dogmas que cada vez tienen menos sentido. Nuestro encuentro, allí donde articulamos experiencias, asombros y búsquedas, tiene un lado y una posición, no seríamos marxistas si no fuese así.
Entiendo que hay un importante campo de actuación política en debates, encuentros, foros, redes sociales, donde deberían participar cada vez más cubanas y cubanos, pero lo más difícil — y a eso nos debemos entregar — es construir teoría a partir de un compromiso y una militancia, articular una intelectualidad orgánica que no viva del gremio y sirva al pueblo, no aceptar la desidia, comprender lo urgente, tensar la cuerda, sin resentimientos, sin celos sobre supuestos lugares merecidos, sin cacerías, sin oportunismos.
Hay quienes solo pueden orbitar alrededor de esta realidad. Nosotros seguimos buscando esos antagonismos fundamentales, tocando fondo, articulando el pensamiento crítico y también las iniciativas de autogestión y organización popular. Sin renunciar a la esperanza, no la tenemos fácil, no nos anima una promesa de victoria final. La vida entera será para esto, pero al menos, andamos con una cuchara en el bolso por si aparece helado.
* La autora es educadora popular y miembro del Centro Memorial «Martin Luther King Jr.» (CMMLK)
Deja un comentario