Por Hettie O’Brien*: “…la fe está aquí para quedarse. La única pregunta es bajo qué forma”
Traducción y corrección: Ernesto Teuma / La Tizza y Raydel Hernández / Profesor Adjunto de la Universidad Internacional de la Florida
“Miseria, pobreza, desempleo. Ya saben — ¡todo es terrible! Pero estos problemas no los causa nada de allá afuera. Son provocados por espíritus”.
Así dice el Obisbo Formigioni. Ha venido de lejos, en un vuelo desde Sao Paulo para un servicio de cuatro mil seguidores en la Iglesia Pentecostal de North London. Su sermón extático se eleva de la predicación didáctica a la curación práctica. Entonces lleva a la congregación a un clímax.
Silencio, les dice. Y alguien comienza a gemir, y la multitud pronto se vuelve un mar convulso de cuerpos. Los “poseídos” han comenzado a “manifestarse”. Los asistentes de la Iglesia, impecablemente uniformados, suben y bajan los pasillos, librando a la gente de espíritus malignos, poniendo sus manos en la cabeza de los fieles, controlando sus convulsiones en el piso.
El Pentecostalismo es uno de los movimientos religiosos de más rápido crecimiento en el mundo. En el 2011, un estimado mostraba que 279 millones de personas se consideraban a sí mismas fieles pentecostales; al final de esta década, el Center for the Study of Global Christianity (Centro para el Estudio de la Cristiandad Global) proyecta que la cifra subirá a 800 millones.
Si bien los misioneros del Norte una vez transportaron la cristiandad al sur y al este, los Pentecostales de hoy día revierten la trayectoria. Recién llegados de América Latina y África Occidental llevan su fe a las ciudades occidentales, y así confrontan nuevos demonios en las iglesias de vidriera y los decadentes paisajes urbanos hacia donde los espíritus fluyen.
La congregación de Formigioni pertenece a la Iglesia Universal del Reino de Dios (UCKG, por sus siglas en inglés), una iglesia brasileña que cuenta con millones de seguidores en 134 países. Algunos han comparado este ministerio global a una estafa piramidal o un plan espiritual que cobra los diezmos de sus congregaciones a cambio de ecuménicas promesas de prosperidad.
Pero hay más en el Pentecostalismo que la búsqueda de ganancias. Luego de llenar con sus billetes los sobres de diezmo, los congregados en el servicio de Formigioni dan testimonio detallado de sus dificultades financieras. Su prosperidad parece perpetuamente pospuesta. ¿Entonces por qué vuelven siempre?
La respuesta se encuentra en la “guerra espiritual” que libra esta religión, formulando los problemas materiales en el lenguaje de un combate religioso. Le dice a la gente que su fe es la panacea frente a la injusticia — un atractivo mensaje para aquellos cansados de las promesas vacías de la política.
La congregación se viste de camuflaje
Como el lobby de un aeropuerto o el de un centro comercial, la iglesia de Formigioni en North London no está diseñada para reflejar sus alrededores. Cada local de la UCKG se ve igual: una menorá de siete brazos, un altar y palabras iluminadas sobre el escenario “Jesus Christo e o Senhor” (Jesus Cristo es el Señor). Todos siguen un calendario homogéneo de servicios diseñados para atender preocupaciones prácticas — dinero, salud, familia, desarrollo profesional — mediante la sanación espiritual.
Cuando Formigioni se unió a la iglesia como un drogadicto en rehabilitación, se alistó en una guerra contra los maniqueos espíritus que son causa y cura de tales padecimientos. Ahora que es pastor, enseña a sus congregados cómo luchar sus propias batallas.
“Siempre decimos que Formigioni es un hombre de desafío, porque es muy fuerte peleando con los demonios”, Daniela, una asistente de la iglesia, me dice mientras nos sentamos en los puestos luego del servicio. “Pero realmente, algunos de los otros pastores son igual de fuertes” añade. “Deberías verlos en las reuniones de los viernes”.
Los viernes, la congregación se viste de camuflaje. Vistosos panfletos de la iglesia anuncian los servicios: Esto es el frente: arremángate y aprende a pelear.
Una mañana de viernes, hice un recorrido de treinta minutos en metro hasta la iglesia para llegar al servicio de las 10 en punto (el primero de cuatro cada viernes) La entrada está tranquila, y el único sonido viene de la fuente, un elaborado hexágono al centro del oscuro y lustroso vestíbulo. No paso mucho hasta que encontré uno de los tantos asistentes de la iglesia, quien me dirigió a las gruesamente alfombradas escaleras que llevan a la capilla, normalmente reservada para los servicios en portugués y español.
Arriba los asistentes tocan las frentes de los congregados y maldicen a los espíritus causantes de sus problemas terrenales. Como prometió Daniela, el pastor aquí predicaba “fuerte”, doblaba por completo el cuerpo de un hombre hacia abajo, exigiendo al espíritu en su interior que se fuera.
La guerra espiritual proyecta en la experiencia humana una batalla bíblica entre fuerzas demoniacas y divinas, dando a los creyentes un vocabulario militarizado para explicar asuntos complejos. A menudo estos asuntos son profundamente políticos. Sin embargo, el ritual no distingue entre la práctica religiosa y los problemas estructurales. Percibe el cambio societal como un desprendimiento de la fe más que de la acción política.
Lo atractivo de esta cosmología es su promesa seductora: que los demonios — y no la política — son los culpables de los problemas del mundo. Y que estos se pueden ser superados con plegarias.
Ciudad Redención
En las afueras de Lagos, Nigeria, un hangar aéreo de un kilómetro alberga el Campamento Redención, el buque insignia de la Redimida y Cristiana Iglesia de Dios (Redeemed Christian Church of God), un ministerio pentecostal global que empezó en Nigeria y ahora tiene franquicias por todo el mundo. Algunos la llaman Redemption City (Ciudad Redención); a donde los peregrinos llegan en manadas.
Adedamola Osinulu, un profesor de la Universidad de Nueva York (New York University) y experto en pentecostalismo global, explica la significación del Campamento Redención: ofrece, según él, una alternativa espiritual — un lugar donde los olvidados por la política hacen escuchar sus voces.
El pentecostalismo despegó en Nigeria a mediados de los noventa, cuando la brutal dictadura de Sani Abacha significó “la inexistencia de un espacio político en el cual estar activo.” En ese ambiente represivo, los creyentes abrazaron los rituales religiosos para expresar su oposición sin riesgo de supresión o muerte.
En muchos otros países en vías de desarrollo, el pentecostalismo revivió en los 80 en contextos de políticas de ajuste estructural y privatizaciones cada vez más profundas. Los académicos le añadieron el prefijo “neo” y así crearon una apta conexión entre el movimiento religioso y la economía neoliberal.
Por supuesto, la despolitización que marca el pentecostalismo es solo una respuesta religiosa a la desposesión política y la marginalización económica. En su momento cumbre, a lo largo de las décadas del sesenta y setenta, los seguidores de la teología de la liberación insistían que la Iglesia Católica debía hacer más que solo recibir a los pobres y ofrecer la fe como un bálsamo personal. Describían el mundo en términos de un “pecado estructural” y veía a la religión como un instrumento para enfrentar la desigualdad y otras injusticias sociales. Por toda Latinoamérica, la teología de la liberación convirtió a las iglesias en un bastión vital contra la dictadura y la opresión.
En cambio, solo en las pocas instancias donde el pentecostalismo contemporáneo se ha aventurado en la arena política, siempre ha sido con propósitos conservadores. En los 90, la UCKG denunció el líder (y eventual presidente) del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, llamándolo “demonio” e incitando a sus seguidores a votar por su rival. (La iglesia luego suavizó su postura hacia Lula y su sucesora Dilma Roussef, quien apareció junto al fundador de UCKG Edir Macedo en un servicio público en el 2014).
Los sermones resaltaron el poder institucional que las iglesias pentecostales pueden ejercer. Pero Brasil es la excepción, y la injerencia del UCKG en la política electoral es más reflejo de las ambiciones de su liderazgo que cualquier otra.
La mayor parte del tiempo está la política por un lado y el Pentecostalismo por el otro — y nunca se encontrarán los dos. Como anota el académico Martin Lindhardt, la separación teológica entre “este” mundo y el mundo pentecostal de rituales religiosos implica la percepción de los eventos políticos como irrelevantes ante lo que de verdad importa: la acción espiritual.
Los fieles en el Campamento Redención, dice Osinulu, “no están tratando de cambiar la sociedad o crear una alternativa.” Lo mismo va para los clérigos de la UCKG de Londres. El Pastor Fernando, uno de los más jóvenes, le dice a los congregados que la “justicia” no está “allá afuera” donde la gente hace huelga o “lleva pancartas” sino en sus corazones, donde ellos solidifican su relación con Dios.
En aquello lugares donde incluso la acción política más rudimentaria implica un riesgo enorme y las fuerzas económicas golpean a trabajadores y pobres, cambiar el mundo cambiándote a ti mismo puede ser una alternativa convincente. Después de todo, ¿por qué perder tu tiempo luchando contra estructuras hostiles de poder cuando puedes obtener las recompensas del espíritu en el aquí y ahora?
La Gran Sociedad
El Pentecostalismo crece en las fisuras que deja el capitalismo tardío, donde las injusticias estructurales son psicologizadas e individualizadas.
En palabras de Daniela, la gente es pobre porque “dejan entrar al diablo”. Se llega a la prosperidad alistándose en el ejército de guerreros espirituales de Dios, aquellos con la fe suficiente para resistir esas fuerzas demoníacas.
De la misma forma que apologías similares — el mito de la meritocracia me viene a la mente — la guerra espiritual oscurece la raíz del problema: la gente es pobre en los países capitalistas avanzados porque el dinero se redistribuye… hacia arriba. La riqueza concentrada y no la falta de fe, explica la precaria situación económica en la que muchos de los fieles pentecostales se encuentran a sí mismos.
Como lo expresa el antropólogo Kevin O´Neill, la guerra espiritual permite que “complejos problemas con profundas raíces históricas sean moralizados — sean definidos como asuntos de carácter, fallo individual o pecado.” Al hacer esto, mal encamina a sus congragaciones, canalizando su energía hacia luchas individuales por el reconocimiento y la redención y lejos de las luchas colectivas por la redistribución y emancipación.
Esto no es decir que el pentecostalismo no beneficia a algunos de los que congrega. La gente en la UCKG insiste fervorosamente en el poder trasformador de su fe y muchos sostiene que les ha permitido ascender desde lo más bajo de la escala social a la riqueza y el ejercicio cívico. Cuentan historias sobre superar las drogas, la desmotivación y la pobreza. Para las mujeres que deben lidiar con la violencia doméstica y la cultura del machismo, las iglesias pueden ayudarlas a cultivar importantes habilidades sociales y de liderazgo. Muy en el fondo, el pentecostalismo puede hacer que devastadores problemas — pobreza y marginalización política — parezcan más manejables.
Sin embargo, la creencia en que el empoderamiento individual puede remediar asuntos estructurales inevitablemente recae en beneficio del capital — la propia fuerza responsable de su marginalización.
Los académicos hace mucho han señalado que el estado neoliberal patologiza a los más marginales — estigmatizándolos como “welfare queens” (reinas del bienestar) en EE.UU, o “benefit scroungers” (parásitos del beneficio) en el Reino Unido — recortando los servicios estatales mientras dan el discurso del empoderamiento. La idea, defendida por David Cameron, de la “Big Society” (Gran Sociedad) ejemplifica esta combinación: el discutía la posibilidad de que la sociedad se hiciera cargo de sus propios asuntos, haciendo el manejo del Estado menos engorroso y reduciendo la necesidad de intervenciones innecesarias. En realidad, la “Big Society” era Thatcherismo bajo otro nombre: la austeridad y las políticas de privatización simplemente transfirieron la responsabilidad de proveer beneficios indispensables del Estado al individuo y la sociedad civil.
Las organizaciones cristianas repartieron sopa alguna vez; hoy manejan bancos de comida en Reino Unido. Las iglesias pentecostales estaban dentro de esas que dieron el paso al frente cuando el Estado se retiró. En la UCKG, los congregados se empujan entre ellos para que el pastor bendiga sus curriculum vitae y los ayude a navegar las frustraciones burocráticas del papeleo en la Home Office (Ministerio del Interior). El mismísimo Cameron pareció notar la conexión: en su recorrido de campaña en 2015, visitó la Redimida y Cristiana Iglesia De Dios, donde evangelizó visiones sobre la “Big Society” y predicó la importancia de tener aspiraciones.
En países como Nigeria, donde los gobiernos implementaron políticas neoliberales bajo la presión de las instituciones internacionales, las iglesias pentecostales interpretaron un papel parecido. Los ciudadanos han tenido que soportar un Estado en el que no podían confiar para la entrega de bienes básicos. El Pentecostalismo entró a lo grande con su proyecto seductor de movilidad social y espiritual. En el mejor de los casos, ofrecía una manera para que sus seguidores evitaran lo inadecuado de las políticas estatales y les permitiera, “hacer más con menos”.
A pesar de ello, ya sea Nigeria o el Reino Unido, un empoderamiento genuino nunca se encuentra. Nada más que una manera de, mediante la fe, tener la cabeza en la arena.
¿Qué tipo de religión?
El capitalismo y la religión han estado entrelazados desde hace tiempo. En 1905, Max Weber argumentaba que el “espíritu del capitalismo” estaba basado en la “ética protestante” — un dejo Calvinista proclive a cosechar los beneficios del trabajo duro. Quizás el Pentecostalismo ha florecido porque encubre al espíritu del capitalismo tardío, un sistema que justifica profundas injusticias estructurales con la retórica del empoderamiento, la innovación y la responsabilidad individual.
De entrada, el crecimiento masivo del pentecostalismo muestra que el capitalismo y la urbanización no procrean, automáticamente, la secularidad. En su libro de 1965, La Ciudad Secular, Harvey Cox, el teólogo de Harvard, predecía una era “pos-religiosa”. Luego de estudiar el movimiento pentecostal, se retractó y exclamó más tarde: “Hoy es la secularidad, no la espiritualidad, la que parece camino a la extinción.”
La afirmación está posiblemente exagerada. Pero a contrapelo de las expectativas de anteriores generaciones, que vieron en la modernidad el golpe de gracia a la religión, la fe está aquí para quedarse. La única pregunta es bajo qué forma.
Publicación original
https://www.jacobinmag.com/2017/10/pentecostal-religion-late-capitalism-protestant-ethic
*Hettie O’Brien escribe sobre economía política y es estudiante de posgrado en la Universidad de Cambridge.
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