Séptima entrega de la serie «El internacionalismo de Manuel Piñeiro en las relaciones exteriores de Cuba»
Por Roberto Regalado
Poco tardó en revertirse, de modo adverso a la Revolución cubana, aquel «mejor contexto continental de todos los tiempos» de la década de 2000, con cuya mención concluye el acápite anterior a este.
Entre los hechos que fundamentan esta afirmación, resalta lo ocurrido en Honduras:
– uno de los acontecimientos más simbólicos de aquel contexto continental — que era un acontecimiento simbólico, pero no práctico, porque Cuba jamás regresará a esa organización — fue el levantamiento de su exclusión de la OEA que databa de 1962. Esa exclusión fue derogada, el 3 de junio de 2009, en la Asamblea General de ese organismo celebrada en San Pedro Sula, Honduras, con el presidente Manuel Zelaya y la canciller Patricia Rodas como anfitriones del evento; y,
– el primer derrocamiento de un gobierno progresista, el «primer paso» de la «hilera» de derrocamientos y derrotas de gobiernos de izquierda y progresistas que, durante la década de 2010, revertirían el contexto continental favorable a Cuba, se produjo en la propia Honduras mediante el golpe de Estado de «nuevo tipo» ejecutado contra el presidente Zelaya el día 28 del mismo mes y año.
Nótese que Honduras fue escenario de ambos hechos, uno positivo y otro negativo, y que el lapso entre uno y otro fue de sólo 25 días.
Después de la «cadena» de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas, iniciada en Venezuela por Hugo Chávez Frías el 6 de diciembre de 1998, la desestabilización impulsada por el imperialismo norteamericano y las oligarquías latinoamericanas contra ellos — que sacaba provecho a los errores y las insuficiencias de estos últimos — , provocó una «hilera» de golpes de Estado «de nuevo tipo» y derrotas electorales, que llegó a su clímax entre 2015 y 2019.
En una primera etapa fueron golpeados los «eslabones más débiles de la cadena» mediante el derrocamiento de los presidentes Manuel Zelaya en Honduras (2009) y Fernando Lugo en Paraguay (2012). En una segunda etapa, con una mínima cantidad de votos, la izquierda conservó el gobierno en Venezuela (2013) y El Salvador (2014). Durante la tercera, son golpeados los «eslabones más fuertes de la cadena»:
– el 22 de noviembre de 2015, en la segunda vuelta de la elección presidencial en la Argentina, fue derrotado el candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli;
– el 2 de diciembre de 2015 se inició el proceso de destitución contra la presidenta Dilma Rousseff en Brasil, que concluyó el 31 de agosto de 2016;
– el 6 de diciembre de 2015, el Gran Polo Patriótico de la Revolución bolivariana perdió el control de la Asamblea Nacional de Venezuela, a partir de lo cual se intensificó la desestabilización de espectro completo, que había tenido un punto alto con las guarimbas desatadas a raíz de la elección Nicolás Maduro como presidente en 2013;
– el 21 de febrero de 2016, Evo Morales perdió el referendo constitucional para habilitar una tercera reelección presidencial consecutiva;
– el 2 de abril de 2017 fue electo Lenín Moreno como presidente del Ecuador, quien traicionaría al partido Alianza País de inmediato;
– el 18 de abril de 2018 se inició un movimiento de protestas en Nicaragua, a partir del cual se incrementa la acción externa e interna para promover el derrocamiento o la derrota del gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional;
– el 3 de febrero de 2019 fue derrotado el candidato presidencial del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, Hugo Martínez;
– entre el 10 y el 20 de noviembre de 2019, luego de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Bolivia, se produjo el golpe de Estado que derrocó a Evo Morales; y,
– el 24 de noviembre de 2019, es derrotado en Uruguay el candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez.
En 2015 había suficientes elementos para percibir la magnitud y los costos políticos del negativo cambio que se estaba produciendo en la correlación de fuerzas entre derecha e izquierda en América Latina, y para prever que los perjuicios serían mayores en los próximos años, como en efecto ocurrió entre 2016 y 2019. De la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas, abierta en 1998 por Chávez, sólo quedaron los de Venezuela y Nicaragua, ambos crecientemente asediados desde la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. En ese contexto, contra la Revolución cubana se desata una «tormenta perfecta», basada en los siguientes factores:
1. Auge de los gobiernos proimperialistas que revierten las relaciones económicas y de colaboración mutuamente ventajosas, que se habían establecido y desarrollado con los anteriores gobiernos de izquierda y progresistas.
2. Deterioro de las relaciones económicas y de colaboración existentes con Venezuela debido al incremento del bloqueo y las agresiones contra el gobierno bolivariano.
3. Debilitamiento agudo del ALBA/TCP, ocasionado por el endurecimiento de las medidas de estrangulamiento económico contra su núcleo fundamental, la Revolución bolivariana de Venezuela, y por la salida de varios gobiernos que pasaron a ser controlados por la derecha.
4. Interrupción del funcionamiento de la UNASUR debido, primero, a la cancelación de su participación en ella y, luego, a la salida definitiva de los países con nuevos gobiernos de derecha, una parte de los cuales crearon un nuevo órgano llamado PROSUR.
5. Debilitamiento y ralentización de la CELAC, provocado por el aumento del peso específico de los gobiernos de derecha, partidarios del fortalecimiento de la OEA y de la creación de otros mecanismos de concertación política y colaboración económica y social subordinados a los Estados Unidos.
6. Adopción de 243 medidas de endurecimiento extremo del bloqueo a Cuba por la administración Trump, mantenidas e incluso agravadas por la administración Biden.
7. Afectaciones de todo tipo derivadas de la pandemia de la COVID 19.
8. Afectaciones ulteriores provocadas por la guerra en Ucrania y las sanciones de los Estados Unidos, Europa Occidental, Japón y otros contra Rusia.
Este es el contexto de la década en que se produjeron cambios de tendencia negativa en las proyecciones externas de la Revolución cubana, en particular en lo que respecta al órgano que para esta fecha se conocía como Área de América del Departamento de Relaciones Internacionales del CC del PCC.
A un año, cuatro meses y dos semanas del derrocamiento del presidente Zelaya, el 10 de noviembre de 2010, se produjo la disolución del Área de América, que junto a la UJC, el ICAP, las organizaciones de masas y sociales, y otras ONGs cubanas, evaluaba las situaciones de crisis que se presentaban en la región, y trazaba y cumplía planes de acción destinados a contenerlas y revertirlas, siempre con la aprobación de la máxima dirección del PCC.
Entre 1992 y 2003 el Dr. José Ramón Balaguer Cabrera había sido el miembro del Buró Político encargado de la atención a los departamentos Ideológico y de Relaciones Internacionales del CC del PCC, alto cargo desde el cual, durante ese período, encabezó la delegación de Cuba a los encuentros anuales del Foro de São Paulo y a casi todos los demás eventos internacionales. Tras desempeñarse como ministro de Salud Pública entre 2003 y 2010, inmediatamente después de la disolución del Área de América, fue nombrado jefe del Departamento de Relaciones Internacionales del PCC. De Balaguer, entre 1992 y 2003, el Área de América había recibido:
[…] la orientación, respaldo e impulso [necesarios] durante [los] once intensos y difíciles años que abarcaron, desde la «resaca» del derrumbe del «socialismo real», la neoliberalización de la socialdemocracia internacional y la socialdemocratización de una parte de la izquierda latinoamericana, hasta el comienzo de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas inaugurada por Hugo Chávez Frías en 1998.[i]
Como dice la primera entrega del presente artículo:
El mantenimiento y/o la recuperación de [las] relaciones y [los] espacios de trabajo, unos abiertos en la batalla «cuesta arriba» de la década de 1990, librada a contracorriente de las secuelas del derrumbe del llamado bloque socialista europeo, y otros sobre la «cresta de la ola» de la muy favorable cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000, se hizo especialmente necesario a partir de 2015, cuando las guerras mediática, jurídica y parlamentaria entraron en la fase en que más daño les han causado y les siguen causando a las fuerzas populares y democráticas de la región. Sin embargo, a partir de la jubilación de Balaguer este trabajo se interrumpió y se revirtió. Llamar la atención sobre la necesidad y la urgencia de retomarlo, es también un objetivo de estas páginas.[ii]
Aunque nada de lo mencionado en los puntos 4 al 8 de la enumeración de acontecimientos negativos de la década de 2010, contenida en el acápite anterior, había sucedido en 2015, el contenido de los puntos 1 al 3 era más que suficiente para concebir y desarrollar acciones dirigidas a neutralizar y revertir el negativo cambio en la correlación regional de fuerzas que se estaba produciendo.
Para ello, el DRI/PCC, bajo la dirección de Balaguer, asumió como propia e impulsó una iniciativa de compañeros militantes en partidos miembros del Foro de São Paulo, cuyo primer paso y motor impulsor fue la creación de un grupo de trabajo ad hoc para elaborar el proyecto de un documento, en rigor, un proyecto de programa político del Foro de São Paulo, titulado Consenso de Nuestra América.
La iniciativa y los primeros borradores del Consenso de Nuestra América se empezaron a elaborar, circular y consultar en 2015, acciones preliminares a partir de las cuales se creó una comisión de trabajo a tal efecto en el Encuentro del Foro de São Paulo efectuado en San Salvador, del 23 al 26 de julio de 2016, en la que participaron unas 50 personas. Allí se aprobó un primer borrador muy preliminar y se designó a un grupo de redacción formado por compañeros de varios países, grupo de redacción al que, por petición expresa del DRI/CC dirigido por Balaguer, me incorporé, mientras me desempeñaba como consultor del Instituto Schafik Hándal y el Centro de Estudios de El Salvador, ambos con sede en San Salvador.
Uno de los problemas de los intercambios de ideas y los borradores iniciales del Consenso de Nuestra América era la tendencia y la práctica tradicional en la izquierda de hacer declaraciones centradas en sus valores, principios y buenos propósitos, sin tener en cuenta las condiciones y características realmente existentes de las luchas populares.
Eliminar esta desconexión entre utopía y realidad, y complementar la enunciación de objetivos generales a largo plazo con un análisis y una reflexión sobre el avance, estancamiento y/o retroceso de las luchas destinadas a avanzar en pos de esos objetivos, eran imperativos de primer orden en 2015/2016, cuando las derrotas sufridas en «los eslabones fuertes de la cadena» de los gobiernos de izquierda y progresistas patentizaban el cambio en la correlación regional de fuerzas a favor de la derecha y en contra de la izquierda.
Omitir este elemento hubiese castrado a esa plataforma política: incluirlo fue un paso que coadyuvó a ampliar la comprensión sobre esta problemática.
Con la comprensión más amplia de la problemática regional resultante de los intercambios de ideas y borradores iniciales, el grupo de redacción del proyecto de Consenso de Nuestra América y el Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo nos reunimos en Managua, Nicaragua, los días previos a la toma de posesión del recién reelecto presidente Daniel Ortega Saavedra, efectuada el 10 de enero de 2017. De esa estancia en Nicaragua se destaca que, en una de las sesiones de debate y reelaboración del texto recibimos la visita del presidente Ortega y del entonces primer vicepresidente de los Consejos de Estado y Ministros de Cuba, y miembro del Buró Político del PCC, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quienes se interesaron por la marcha de los trabajos y nos felicitaron al conocer que habría un último borrador listo para circular entre los miembros del Foro, y así garantizar su debate y aprobación en la propia Managua en el venidero mes de julio.
Al XXIII Encuentro del Foro de São Paulo, realizado en Managua en julio de 2017, asistió una delegación del PCC encabezada por Balaguer. Para redactar el presente texto no logré localizar el discurso pronunciado por él en la inauguración de ese evento, pero sí una entrevista concedida a Granma y una nota sobre dicho discurso de la Agencia Cubana de Noticias.
A partir de una breve entrevista hecha a Balaguer, Yudy Castro Morales publicó una nota en Granma, el 13 de julio de 2017, que en el subtítulo «El impostergable consenso», dice:
América Latina y el Caribe no pueden postergar los esfuerzos que sean capaces de hacer en pos de la unidad. Y en esa dirección estarán enfocados, al decir de Balaguer, los objetivos principales del Foro.
Precisa que previo a la reunión, los partidos y organizaciones han discutido el documento Consenso de Nuestra América, una propuesta que parte de la lógica de que
nadie conoce mejor las realidades concretas de sus respectivos procesos que las fuerzas políticas que los protagonizan.
El documento «realiza una aproximación histórica al tema de la unidad de las fuerzas revolucionarias, a la necesidad de la incorporación de un programa que trascienda la coyuntura electoral y defina en cada uno de nuestros países los pasos para la toma del poder y la construcción de nuevas sociedades, soberanas, antimperialistas, solidarias».
No nos referimos, acota Balaguer Cabrera, a un manual o conjunto de tesis que normen la actividad revolucionaria, pues nada más ajeno a la práctica política de la Revolución cubana y al pensamiento de su líder histórico, Fidel Castro.
A su vez, la reseña del discurso pronunciado por Balaguer en la sesión inaugural celebrada el 17 de junio, realizada por la enviada especial Berta Mojena Milián, publicada ese día por la Agencia Cubana de Noticias, dice:
[Balaguer aseguró] que nuevamente el Foro de São Paulo convoca a la izquierda latinoamericana para reflexionar sobre los problemas más acuciantes que enfrenta, y diseñar estrategias de lucha contra las derechas locales y el imperialismo yanqui.
Es necesario incorporar a la discusión dos temas esenciales: los partidos de izquierda podrán continuar siéndolo en la medida en que sean capaces de convertir el descontento de las masas en acciones políticas, y el tema de la lucha por la toma del poder, destacó.
Balaguer aseveró que hoy está en peligro el ideal de la Revolución, identificado por muchos con las limitaciones de los gobiernos de izquierda y no con los colosales avances alcanzados en materia de rescate de las soberanías y en el orden social.
La lucha ideológica, no es solo contra el enemigo de clase, sino también, a veces, dentro de nuestras propias filas, en torno a la viabilidad de los cambios revolucionarios y a las capacidades para llevarlos a la práctica. Esta deberá conducir necesariamente a la constante búsqueda de las alternativas para el cambio, alertó.
Balaguer Cabrera ratificó que el Foro de São Paulo sigue siendo un protagonista político esencial en la región y que el documento del Consenso de Nuestra América está en el centro de los esfuerzos para lograr una visión de conjunto de los problemas que enfrentamos y sus posibles soluciones.
En la clausura del XXIII Encuentro del Foro de São Paulo se aprobó formalmente el Consenso de Nuestra América. El significado de este hecho es que, hasta ese momento, el Foro había realizado planteamientos de carácter programático, pero nunca había podido proponerse la aprobación de un documento programático propiamente dicho. Aquel salto cualitativo fue posible por la necesidad de contar con una plataforma que lo ayudara a enfrentar la ofensiva del imperialismo norteamericano y las oligarquías criollas.
La nota elaborada por Prensa Latina y publicada por Granma comenzaba diciendo:
Con la aprobación del Consenso de Nuestra América, el primer documento programático del Foro de São Paulo, los partidos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe cuentan con un nuevo instrumento para resistir la arremetida de la derecha y continuar el camino de los cambios políticos y sociales.
Se trata de un documento dirigido a facilitar, desde el punto de vista conceptual y práctico, el camino hacia la consolidación de un programa político en favor de las mayorías.
En él, se encuentran los principios y propósitos que inspiran a las fuerzas progresistas, así como el diagnóstico de la realidad a transformar, los sujetos y el proyecto por el cual se lucha.
El texto es también una respuesta al llamado Consenso de Washington, una expresión programática del neoliberalismo. Aunque data de los años 90 del siglo pasado, cada vez resurgen con más fuerza los intentos de volver a aplicar sus recetas en Nuestra América.
La importancia que la máxima dirección del PCC y el Gobierno Revolucionario le reconocía al Consenso de Nuestra América como plataforma de lanzamiento y desarrollo de una nueva estrategia política en América Latina y el Caribe, se patentiza en el discurso pronunciado por Miguel Díaz Canel Bermúdez, en aquel momento presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y miembro del Buró Político del PCC, en la Plenaria Especial sobre el Pensamiento de Fidel, realizada durante el XXIV Encuentro del Foro de São Paulo, en La Habana, el 17 de julio del 2018, del cual cito un fragmento:
El contexto político y social de la región merece la coordinación urgente de todas las fuerzas progresistas de izquierda, para la construcción de una plataforma antihegemónica. La unidad de los partidos de izquierda y los movimientos políticos parece ser hoy la única salida.
La gran unidad continental de la izquierda y los movimientos progresistas sobre la base del respeto a las experiencias nacionales y sus protagonistas, debe ser un objetivo cardinal.
El ascenso de la derecha, incapaz hasta el momento de dar una salida digna y justa a los problemas sociales de nuestra Patria Grande, hace necesario volver al ideal integracionista del Comandante en Jefe y reconducir la lucha desde la unidad y la integración de las fuerzas políticas y los movimientos sociales, para concretar un plan de acciones construido entre todos y realizable. Ese es el mejor homenaje a Fidel.
Es la hora de pasar a la ofensiva consciente y organizada. Tenemos el deber de defender a Nuestra América. Hoy es necesaria la unidad para lograr una visión de conjunto de los problemas que enfrentamos y sus posibles soluciones mediante el debate del Consenso de Nuestra América y de Nuestra América en pie de lucha.
Con el propósito de elaborar una propuesta de plan de trabajo para el Consenso de Nuestra América en el XXV Encuentro del Foro de São Paulo que se celebraría en Caracas, del 26 al 28 de julio de 2019, en junio de ese mismo año se reunió en la Ciudad de México el grupo de redacción del proyecto del Consenso de Nuestra América. Dicho grupo sometió a la aprobación del Grupo de Trabajo del Foro, y recibió de él su visto bueno, la realización en Caracas de un panel sobre estrategias, con el objetivo de:
– promover la defensa y el fortalecimiento de las fuerzas políticas y los gobiernos de izquierda y progresistas, con un enfoque dual: combatir la guerra mediática, la guerra jurídica y la guerra parlamentaria; y detectar y erradicar las insuficiencias y errores que los hacen vulnerables a la desestabilización de espectro completo; y,
– aprovechar la presencia allí de todos los partidos, organizaciones y movimientos políticos de América Latina y el Caribe, y también de las fuerzas políticas invitadas de otras regiones, para fortalecer y completar la red de activistas en cada país para el cumplimiento de las tareas acordadas en el Consenso de Nuestra América.
En correspondencia con el apoyo que le había brindado desde las primeras etapas de su formulación y concertación, en el XXV Encuentro del Foro de São Paulo, el 28 de julio de 2019, el presidente de la República y miembro del Buró Político, Miguel Díaz Canel Bermúdez, le dedicó estas palabras al Consenso de Nuestra América:
[…] de Bolívar y de Martí, nutren Fidel y Chávez el ideario de nuestras revoluciones: unidad e integración fueron sus grandes obsesiones. Y deben ser también las nuestras.
Conozco que también son esas las obsesiones del Foro de São Paulo, nacido de la necesidad de unidad y articulación de los partidos políticos y movimientos populares de izquierda de nuestra región para confrontar al imperialismo y a la derecha neoliberal, hábiles en actuar bien coordinados a fin de destruir, mediante métodos antidemocráticos, golpes de Estado, criminalización de líderes progresistas, fraude y manipulación de datos, todo cuanto construyamos en favor de la verdadera democracia y la justicia social.
El Consenso de Nuestra América y todos los documentos nacidos del Foro de São Paulo dan fe de esas preocupaciones. La evaluación de los escenarios, la crítica y la autocrítica, indispensables para avanzar, han cristalizado en la dinamización que ha experimentado el Foro en los últimos años frente a la creciente ofensiva neoliberal y las grandes arremetidas imperiales.
Lamentablemente, a partir del XXV Encuentro del Foro de São Paulo, en vez de consolidarse y desarrollarse, el Consenso de Nuestra América languideció y se extinguió:
– Lo positivo del XXV Encuentro del Foro es que contó con una extraordinaria participación nacional e internacional, incluida una cantidad récord de invitados de los Estados Unidos y Canadá, Europa, Asia y África. Fue un multitudinario evento de solidaridad, en primer término, como es lógico, con la Revolución bolivariana, pero muy de cerca también con la Revolución cubana y con los gobiernos de izquierda y progresistas existentes en aquel momento, los de Nicaragua, Bolivia y Uruguay, y también con las fuerzas políticas que habían sufrido los efectos de la desestabilización de espectro completo conducente a los golpes de Estado o a las derrotas electorales sufridas en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil y El Salvador, a las cuales en Ecuador se había sumado la traición de Lenín Moreno.
– La contraparte negativa de todo lo anterior es que esa extraordinaria participación se convirtió en un maremágnum que «invisibilizó» al Consenso de Nuestra América. El taller concebido, aprobado por el Grupo de Trabajo e incluido en el programa oficial del XXV Encuentro del Foro, se convirtió en una inmensa e incontrolable sesión de «tribuna abierta» para miembros e invitados sobre los más diversos temas. El resultado fue que este primer programa político conjunto, consensuado por toda la izquierda latinoamericana y caribeña, a cuya elaboración se habían dedicado cuatro años de trabajo, no pudo plasmarse en un plan de acción.
Si bien, por una parte, el maremágnum de actividades e intervenciones, fruto del esmerado trabajo del Partido Socialista Unido de Venezuela, tuvo el efecto imprevisto de «invisibilizar» al Consenso de Nuestra América dentro de las actividades del XXV Encuentro del Foro, por la otra, creó condiciones ideales para, con mayores bríos, emprender el cumplimiento de ese programa a todo lo largo de los preparativos del siguiente Encuentro anual. Lamentablemente, entre finales de 2019 e inicios de 2020 se desató la pandemia de la COVID 19 que impidió, durante al menos dos años, el funcionamiento presencial del Foro, tiempo durante el cual el Consenso de Nuestra América languideció y se extinguió.
A casi cuatro años del Encuentro de Caracas, hoy sería necesario actualizar el diagnóstico e introducirle a ese programa los ajustes que se deriven de los cambios ocurridos en ese periodo de tiempo, o incluso elaborar un nuevo programa si ese fuera el caso. Después de las traumáticas experiencias sufridas por los pueblos que — impactados por las guerras mediática, jurídica y parlamentaria contra los gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000, y también desilusionados por las insuficiencias y errores de esos gobiernos — eligieron a presidentes neoliberales como Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Iván Duque, Luis Alberto Lacalle y Guillermo Lasso, o que con su pasividad posibilitaron los golpes de Estado contra Fernando Lugo, Manuel Zelaya, Dilma Rousseff y Evo Morales — todo lo cual repercute en el auge de un nuevo tipo de gobiernos represores, a los que Hugo Moldiz caracteriza como «democracias de excepción» — ; la elección de los presidentes Andrés Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, Gustavo Petro en Colombia y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, constituye un cambio positivo en el mapa político regional.
Sin embargo, tanto por las condiciones y características de esos gobiernos, como por sus implicaciones para la Revolución cubana, el segundo «ciclo progresista» no será una copia al calco del anterior, porque el «viejo topo de la historia» nunca vuelve sobre sus propios pasos, en este caso, entre otras razones porque:
1. Ya el imperialismo y las oligarquías criollas perfeccionaron sus estrategias de desestabilización de espectro completo que, luego de ser utilizadas para derrotar o derrocar a los gobiernos del «ciclo» anterior, se emplearon para estigmatizar, criminalizar, judicializar y encarcelar a líderes, dirigentes y cuadros de izquierda y progresistas, y que, después de las campañas electorales que la derecha perdió por estrecho margen, recibieron a los gobiernos del nuevo «ciclo» con «fuego cerrado e ininterrumpido».
2. Ya los pueblos se ilusionaron y se desilusionaron una vez. Me refiero a la ilusión y la desilusión causada por los gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000, contradictoria combinación de ilusión y desilusión que provocó, facilitó o posibilitó el derrocamiento o la derrota, según el caso, de la mayor parte de ellos. Esto repercute en que, tanto los apoyos como las expectativas populares con respecto a los actuales y/o próximos gobiernos de ese espectro, son mucho menos comprometidos y entusiastas, y mucho más cautelosos y escépticos. Esa cautela y ese escepticismo son reforzados por la incorporación a las coaliciones de los nuevos gobiernos progresistas de las mismas y/o de otras fuerzas de centro y de derecha que, en unos casos desde afuera y en otros casos desde adentro, fueron artífices del derrocamiento o la derrota de los gobiernos del «ciclo» de la década de 2000.
Y, en lo referente a Cuba:
1. Como resultado de la intensificación de la guerra cultural imperialista, tal como sucedió en las décadas de 1980 y 1990, volvió a instalarse en el primer plano del debate político continental la usurpación, distorsión y manipulación de los conceptos de democracia y derechos humanos. La guerra cultural pretende convertir a esos conceptos, nacidos de las luchas populares e históricamente enarbolados y defendidos por los pueblos, en supuestos atributos de la (anti)democracia neoliberal que, vanamente, pretenden imponer en América Latina y el Caribe en general, y en nuestro país en particular.
La multifactorial y multifacética crisis que, a casi seis décadas y media del triunfo de la Revolución, sufre el socialismo cubano plantea la necesidad de aplicar con urgencia y profundidad el concepto de Fidel de cambiar todo lo que debe ser cambiado, con sentido del momento histórico, necesidad muy insuficientemente reconocida y atendida. Esa insuficiencia alimenta, agrava, profundiza y acelera la crisis.
La solución de la crisis existente en Cuba no es un giro hacia el capitalismo en la economía y hacia la socialdemocracia en la política, porque el capitalismo creó y crecientemente agudiza los problemas que amenazan la existencia, no sólo de la Humanidad, sino de toda forma de vida en el planeta, y porque la socialdemocracia es un vector orgánico del capitalismo. Tanto el «capitalismo real» como la «socialdemocracia real» están neoliberalizados.
La solución de los problemas de Cuba pasa por el imprescindible e impostergable cambio en la relación existente entre Estado y sociedad, pasa por establecer un balance entre las cuotas de poder político y de gestión económica que debe conservar el Estado, y las cuotas de poder político y de gestión económica que urge socializar, en esencia, pasa por «destrabar», fortalecer y profundizar el socialismo.
2. Como resultado del desmontaje, desde 2010 hasta el día de hoy, del sistema de trabajo y de relaciones exteriores no gubernamentales desarrollado en nuestro país a lo largo de las décadas de 1960 a 2000, en América Latina y el Caribe «entró en escena» y empieza a ocupar los primeros planos de la actividad política una generación de líderes, dirigentes y cuadros, exponentes de un «nuevo progresismo» y una «nueva izquierda», que no conocen a Cuba ni Cuba los conoce a ellos, de lo que se deriva que «no tengan instalado» en su conciencia el «chip» de la solidaridad con Cuba y de la solidaridad de Cuba con ellos que mueve a la «vieja izquierda» y a importantes sectores del «viejo progresismo» a ser solidarios con la Revolución cubana, aunque las condiciones y características de las luchas en sus países sean diferentes a las existentes en el nuestro, y aunque, como es normal en un ámbito donde rige la unidad dentro de la diversidad, existan discrepancias.
Esta es la nueva generación que se habría relacionado con Cuba por conducto de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media, la Federación Estudiantil Universitaria y/o la Unión de Jóvenes Comunistas, y que al pasar de la juventud a la adultez, de acuerdo con el rumbo por el que cada cual optara en las luchas sociales «pos juveniles», habría continuado su relación con Cuba por conducto de los Comités de Defensa de la Revolución, la Central de Trabajadores de Cuba, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, la Federación de Mujeres Cubanas u otras organizaciones no gubernamentales de nuestro país, y quienes militaran en las juventudes de partidos, organizaciones o movimientos políticos, habrían continuado su relación con la Revolución cubana por conducto del Partido Comunista de Cuba, si no se hubiera ralentizado, a partir de 2010, y si no se hubiera interrumpido y desarticulado por completo, en 2019, el trabajo colectivo acumulado por aquella gran familia, integrada por los órganos de relaciones internacionales del PCC, la UJC, el ICAP, las organizaciones de masas y sociales, y otras ONGs cubanas, que tan excelentes resultados dio en las décadas de 1980, 1990 y 2000.
Hacia esas organizaciones políticas, de masas y sociales, o hacia otras organizaciones no gubernamentales o gubernamentales cubanas, también se habrían desplazado las y los dirigentes estudiantiles y juveniles contemporáneos con esa generación, de modo que latinoamericanas y latinoamericanos, caribeñas y caribeños, y cubanas y cubanos de esa generación y de otras generaciones por venir, seguirían interactuando entre ellas y ellos.
Eso no quiere decir que las organizaciones de masas y sociales cubanas hayan dejado de trabajar o de tener relaciones con sus homólogos, pero sí constituye una afirmación de que este trabajo y estas relaciones dejaron de estar integrados en una concepción común, basada en los intereses generales y estratégicos de la Revolución, que son mucho mayores, más abarcadores y más profundos que la sola promoción de declaraciones y acciones contra el bloqueo.
Lo que primero se ralentizó y después se interrumpió y desarticuló fue la sucesión natural de ciclos de renovación generacional de las relaciones no gubernamentales de la Revolución cubana en América Latina y el Caribe iniciada desde 1959. A esa sucesión de ciclos yo me incorporé, a finales de 1969, cuando, con 16 años, fui miembro de la delegación cubana encargada de atender al primer contingente de la Brigada Venceremos, de ciudadanas y ciudadanos de los Estados Unidos que desafiaban la prohibición de su gobierno de viajar a Cuba. Hoy tengo 70 años y, en mi actual condición de politólogo, investigador, profesor y escritor, aún conservo las relaciones personales y políticas establecidas en el continente, y algunas fuera de él, durante esas casi cinco décadas y media:
– Esa es la sucesión natural de ciclos de renovación generacional de las relaciones no gubernamentales que primero se ralentizó, y luego se interrumpió y desarticuló.
– Esa es la sucesión natural de ciclos de renovación que urge reiniciar antes de que se produzca una ruptura generacional indetenible e irreversible.
– Si esa ruptura llega a producirse: ¿quién responderá por ella ante la historia?
Al hablar del acumulado humano, por solo mencionar tres de los nombres más conocidos, pero esto es aplicable a incontables compañeras y compañeros, no tengo duda de que Chávez, Lula y Evo hubiesen sido excelentes amigos de Cuba si Cuba hubiese establecido relaciones con ellos cuando ya eran presidentes o presidenciables, pero más que excelentes fueron esas relaciones gracias a que se establecieron hace muchos, muchos años, cuando nadie imaginaba que la izquierda llegaría al gobierno, ni el papel que cada uno de ellos desempeñaría en la etapa de luchas abierta en América Latina y el Caribe en las postrimerías del siglo XX y los albores del siglo XXI.
No fueron relaciones establecidas con presidentes o máximos dirigentes de sus respectivas fuerzas políticas: fueron relaciones establecidas con compañeras y compañeros, con hermanas y hermanos.
Discrepancias siempre han existido y existirán en el inmenso espacio de los movimientos sociales y de las fuerzas políticas de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe, y del mundo en general. Sumamente álgidas fueron esas discrepancias a raíz del derrumbe del llamado bloque socialista europeo, pero entonces estábamos en condiciones de identificar qué diferencias y con quién se podían zanjar, y qué diferencias y con quién no se podían zanjar, y estábamos también en condiciones de actuar a tiempo en correspondencia con los requerimientos de cada caso.
Palabras finales: caminar «con las dos piernas»
En una entrevista realizada en 1991 por la conocida investigadora, educadora, comunicadora social y escritora Marta Harnecker, al entonces secretario general del Partido Comunista de El Salvador y miembro de la Comandancia General del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Schafik Jorge Hándal, el entrevistado le dijo que: «[…] en todo el período de transición [al socialismo en un país latinoamericano] habría que recurrir a aquello que los chinos, al inicio de su revolución, llamaban “caminar con las dos piernas”». Se refería a caminar con «la pierna antigua y la moderna» en la economía: «“caminando con las dos piernas” — puntualizó Schafik — se puede ir resolviendo en un nivel fundamental el problema […] con la participación activa y protagónica de las masas».
Aunque, de lo que Schafik le habló a Marta fue de combinar «la pierna antigua», característica de las economías subdesarrolladas, con «la pierna moderna» de los avances de la ciencia y la técnica, creo firmemente que el concepto de caminar «con las dos piernas» se puede y se debe aplicar en otros ámbitos.
En el caso de la Revolución cubana, uno de los ámbitos donde es imprescindible caminar «con las dos piernas» es en el de la política exterior. Me refiero a caminar con «la pierna» gubernamental y «la pierna» no gubernamental.
Caminar en política exterior «con una sola pierna», sea cual sea esa pierna, es «cojear», y no sólo es «cojear» en política exterior, es «cojear» en política. Con «una sola pierna» se vio obligada a caminar la política exterior de la Revolución cubana en América Latina y el Caribe durante la década de 1960, que fue el período de más férreo aislamiento continental enfrentado por ella y, principalmente «con una sola pierna», tuvo que seguir caminando — por fortuna, en forma decreciente — en las décadas de 1970 y 1980. Con sus dos formidables piernas, a paso largo y firme, la Revolución cubana caminó por el angosto y peligroso desfiladero de la década de 1990, y también por las anchas alamedas abiertas por los gobiernos de izquierda y progresistas en la década de 2000.
En el segundo semestre de 2010, cuando «podía enorgullecerse de que su trabajo acumulado había puesto un “granito de arena” en la colocación de la Revolución cubana en su mejor contexto continental de todos los tiempos», el Área de América pasó por un proceso de revisión de su trabajo que desembocó en su disolución en el mes de noviembre. También fueron disueltos los centros de estudios internacionales adjuntos al CC del PCC, reducidos los recursos con que contaban las organizaciones de masas y sociales, y eliminados todos los eventos internacionales que con frecuencia se efectuaban en el país.[iii]
Ese fue el proceso al que en un texto anterior califiqué de gubermentalización de la política exterior de la Revolución cubana.[iv]
Desde 2010, y más aún desde 2019, la Revolución cubana, de nuevo, camina «con una sola pierna», que en esta ocasión es la pierna de la política exterior gubernamental.
Caminar «con una sola pierna», sea cual sea, no fortalece a esa pierna: la debilita, y por consiguiente, debilita a la Revolución.
Notas:
[i] Roberto Regalado: «El internacionalismo de Manuel Piñeiro en las relaciones exteriores de Cuba», primera entrega, publicado en La Tizza el 7 de febrero de 2023.
[ii] Ibíd.
[iii] Centro de Estudios sobre América (CEA), Centro de Estudios Europeos (CEE), Centro de Estudios sobre Asia y Oceanía (CEAO) y Centro de Estudios sobre África y Medio Oriente (CEAMO).
[iv] Roberto Regalado: «El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático», publicado en La Tizza el 26‑7‑21.
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