El capitalismo es «un sistema que da prioridad a la incesante acumulación de capital»

De la serie Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein (V entrega)

Por Rodolfo Crespo

Al sitio web https://espai-marx.net, que tanto contribuye a la divulgación de la obra de Marx y sus estudiosos.

A Xabi, que se dio cuenta primero de la diferencia entre los refugiados de la II Guerra Mundial y los refugiados ucranianos del 2022.

«Si todos los seres humanos tienen los mismos derechos, y todos los pueblos tienen los mismos derechos, no podemos mantener el tipo de sistema desigualitario que la economía-mundo capitalista siempre ha sido y siempre será. Pero si se admite esto abiertamente la economía-mundo capitalista no tendrá legitimación a los ojos de las clases peligrosas (es decir, las clases desposeídas). Y un sistema que no tiene legitimación no sobrevive.»[1]

Immanuel Wallerstein

«El hecho es que la economía-mundo capitalista sobrevive sobre la base de no cumplir con la retórica de lo que predica.»[2]

Immanuel Wallerstein

«Sé quiénes son, sé dónde están, sé de dónde vienen, sé a dónde van.»[3]

Grupo de música gallego Siniestro Total


Uno de los grandes problemas que ha afrontado la izquierda anticapitalista es la conceptualización del capitalismo, ya que el sistema ha creado un correlato no solo para engañarnos, sino para justificarse y ganar legitimidad, de ahí la importancia de esclarecer en qué consiste y desbaratar los mitos que lo sustentan.

Aunque abordaremos en extenso la respuesta a la interrogante planteada, citaremos un largo párrafo de un artículo de 1988, publicado en New Left Review nº 167, titulado La burguesía: concepto y realidad, donde Wallerstein resume la gran diferencia que hay entre lo que la burguesía dice del capitalismo y lo que este realmente es: «una vez que se examina, se descubre con sorpresa que el burgués, en su práctica histórica, resulta ser casi todo lo contrario de lo que se afirmaba».

«El problema básico reside en la imagen que nos hacemos de cómo funciona el capitalismo. Dado que el capitalismo precisa que los factores de la producción — trabajo, capital y mercancías— fluyan libremente, suponemos que los capitalistas desean una libertad de circulación total, cuando en realidad lo que desean es una libertad de circulación parcial. Como el capitalismo funciona a través de los mecanismos del mercado, basados en la ‘ley’ de la oferta y la demanda, suponemos que requiere, y que los capitalistas desean, un mercado perfectamente competitivo, cuando lo que requiere y los capitalistas desean realmente son mercados que puedan utilizarse y eludirse al mismo tiempo, una economía que combine de forma adecuada la competencia y el monopolio. Como el capitalismo es un sistema que recompensa el comportamiento individualista, suponemos que requiere, o que los capitalistas desean, que todos actúen basándose en motivaciones individualistas, mientras que en realidad requiere y los capitalistas desean que tanto burgueses como proletarios incorporen una fuerte dosis de orientación social antiindividualista a sus mentalidades. Como el capitalismo es un sistema construido sobre la base jurídica del derecho a la propiedad, suponemos que requiere y que los capitalistas desean que la propiedad sea sacrosanta y que el derecho a la propiedad privada se amplíe cada vez a más aspectos de la interacción social, mientras que en realidad toda la historia del capitalismo ha supuesto un constante declive, no una ampliación, del derecho a la propiedad. Como el capitalismo es un sistema en el que los capitalistas siempre han defendido el derecho a adoptar decisiones económicas por razones puramente económicas, suponemos que esto significa que son alérgicos a la injerencia política en sus decisiones, cuando en realidad siempre han pretendido, con toda coherencia, utilizar la maquinaria del Estado y han acogido con agrado la idea de la primacía de lo político».[4]

https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828

Lo anterior explica el enorme derroche intelectual y mediático que el sistema despliega a todos los niveles para mostrar, como que es lo que verdaderamente no es, asegurando así las premisas que garantizan la reproducción ampliada.[5]

De la misma manera que se ha considerado a un país socialista cuando el Estado controla la mayor parte de los medios de producción o al menos los fundamentales, el capitalismo se ha asociado históricamente a la existencia de una numerosa clase obrera explotada por una avara clase de empresarios capitalistas, pero aquí también, parafraseando a Engels, «los árboles impiden ver el bosque». Entonces,

qué es el capitalismo, cómo definirlo, qué es lo que tiene que darse y no puede faltar, según el profesor Immanuel Wallerstein, para encontrarnos en un sistema que merezca llamarse como tal.

En Análisis de sistemas-mundo. Una introducción es donde, tal vez, mejor lo sintetiza:

«El capitalismo no es la mera existencia de personas o compañías produciendo para la venta en el mercado con la intención de obtener una ganancia. Tales personas o compañías han existido por miles de años a lo ancho y largo del planeta. Tampoco es definición suficiente la existencia de personas asalariadas. El trabajo remunerado ha sido conocido por miles de años. Nos encontramos en un sistema capitalista sólo cuando el sistema da prioridad a la incesante acumulación de capital. Frente al uso de tal definición, sólo el sistema-mundo moderno ha sido un sistema capitalista. La acumulación incesante es un concepto relativamente simple: significa que las personas y las compañías acumulan capital a fin de acumular más capital, un proceso continuo e incesante. Si decimos que un sistema ‘da prioridad’ a tal acumulación incesante, significa que existen mecanismos estructurales mediante los cuales quienes actúan con alguna otra motivación son, de alguna manera, castigados, y son eliminados eventualmente de la escena social, mientras que quienes actúan con la motivación apropiada son recompensados y, de tener éxito, enriquecidos.»[6]

¿Qué consecuencias trae consigo el accionar de esta particular y sui géneris forma de funcionamiento del capitalismo? Lo primero es que si no se crece se perece, Marx lo dice así: crecer, crecer e incesantemente crecer como único «…medio de conservación y so pena de perecer…»[7]

En segundo lugar, salta a la vista lo absurdo e irracional de dicha forma de funcionamiento, por cuanto presupone el consumo infinito de todo, pero utilizando para ello un organismo (nuestro planeta) que es finito también en todo.

En tercer lugar, la crisis ecológica y climática no tiene solución mientras exista el capitalismo, dado que su accionar conlleva el consumo siempre creciente de todo sometiéndolo a la lógica de valorización, sin respetar para ello los ciclos naturales y biológicos de los procesos en los que interviene para asegurarse la incesante acumulación de capital. De ahí que, dentro de los marcos del capitalismo, ni ecologismo ni decrecentismo, el capitalismo es el que es, el capitalismo realmente existente.[8]

Sobre la enredada y complicada polémica de si puede haber capitalistas sin que ello pruebe la existencia de un sistema capitalista, en una entrevista con el también profesor mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas, realizada en 1999, decía esto:

«Cuando preguntas si no habría existido un proyecto de modernidad capitalista en el seno del mundo mediterráneo, diría que sin duda alguna si existía este proyecto. Pero existió porque, en verdad, hemos tenido diversos proyectos de crear esta modernidad capitalista a lo largo de cinco milenios y en muy diferentes partes del mundo, en el sentido en el que ha habido capitalistas siempre, a lo largo de toda la historia de la humanidad. Aunque es cierto que ellos no fueron nunca capaces de crear un sistema que les garantizara, a ellos mismos, el dominio sobre la sociedad. Así que ha habido ese tipo de proyectos en el Mediterráneo, como los ha habido también en Grecia, o en China y en la India, igual que los ha habido en África. Es decir que ha habido capitalistas en todas partes, que han querido siempre crear un sistema que pudiera garantizarles la obtención de un beneficio a partir de la actividad de la producción, a partir de la actividad del comercio y creando una sociedad que tuviese sus valores. Pero es verdad que ellos han sido siempre una minoría, que siempre han estado en una condición dominada, comprometida, e incluso es cierto que durante mucho tiempo fueron robados por parte de los reyes, etc…

Aunque existía todo esto, sin embargo no había existido nunca antes un verdadero sistema capitalista. Pero como había individuos que tenían un punto de vista capitalista, y que poseían empresas, etc., entonces ha sido muy fácil decir que siempre ha habido capitalismo. Pero creo que esto es un error, porque no había entonces capitalismo, lo que había en realidad, desde entonces y siempre, era capitalistas. Ahí reside toda la diferencia fundamental: en mi opinión no ha habido realmente capitalismo antes de la existencia de un sistema que daba la prioridad a la acumulación incesante de capital, un sistema que entonces hace prevalecer a aquellos personajes que llevan a cabo esta misma acumulación, es decir a los propios capitalistas. De tal modo que creo que existieron sin duda capitalistas en los siglos XIII, XIV y XV, por ejemplo en Italia, pero pienso también que esos capitalistas fueron incapaces de crear el sistema capitalista. Fueron capaces de ganar dinero y todo eso, pero eso no es la misma cosa que crear el capitalismo».[9]

De tal forma que los ingredientes del capitalismo — capitalistas, obreros, dinero, mercancías, mercados, etc.— son antiquísimos, acompañan a la sociedad humana casi desde sus orígenes, aunque el vuelco fundamental se produjo a partir del momento en que, la incesante acumulación de capital se hizo preponderante.

«Todos los valores de la civilización capitalista son milenarios, pero también otros valores contrarios lo son. Lo que queremos decir cuando hablamos de capitalismo histórico es de un sistema en el que las instituciones construidas permitieron que los valores capitalistas adquirieran prioridad, a tal punto que la economía-mundo tomó por el camino de la mercantilización de todo a fin de que hubiera acumulación incesante de capital por sí misma».[10].

«El capitalismo histórico es, pues, ese escenario integrado, concreto, limitado por el tiempo y el espacio, de las actividades productivas dentro del cual la incesante acumulación de capital ha sido el objetivo o ‘ley’ económica que ha gobernado o prevalecido en la actividad económica fundamental. Es ese sistema social en el cual quienes se han regido por tales reglas han tenido un impacto tan grande sobre el conjunto que han creado las condiciones, mientras que los otros se han visto obligados a ajustarse a las normas o a sufrir las consecuencias. Es ese sistema social en el cual el alcance de esas reglas (la ley del valor) se ha hecho cada vez más amplio, los encargados de aplicar estas reglas se han hecho cada vez más intransigentes y la penetración de estas reglas en el tejido social se ha hecho cada vez mayor, aun cuando la oposición social a tales reglas se haya hecho cada vez más fuerte y más organizada».[11]

Por último, debo señalar que cuando la incesante acumulación de capital se hace «dueña» y «gobierna» todo el mecanismo económico — «sujeto automático», según la expresión de Marx— lo subordina todo y todo se subordina a ella, por muy irracional que sea dicho mecanismo,

«… un modo de producción capitalista implica mecanismos que penalizan en forma específica un comportamiento que no es sensible a los constantes cambios de las modalidades óptimas para llevar la acumulación de capital al máximo. Quienes controlan las operaciones económicas y no ejecutan acciones para llevar la acumulación de capital al máximo terminan quebrando y son eliminados como participantes. Por otra parte, no hay mecanismos (como los que podría haber en un imperio-mundo) que penalizan los modos irracionales de consumir el producto mundial. De hecho tampoco hay manera de imponer los valores antimercado de manera sistemática y persistente en las tomas de decisiones. Por consiguiente, no hay una base donde asentar con eficacia la oposición a la expansión geográfica, una vez que quedó demostrado que servía a los intereses de la acumulación de capital».[12]

Como la incesante acumulación de capital es una condición que necesariamente ha de cumplirse para que un sistema sea capitalista, requisito indispensable para su existencia, sin la cual no existe este sistema, este crea, busca y favorece la presencia de una serie de circunstancias que sirvan a este magno objetivo.

¿Cuáles son estas condiciones sin las cuales no puede transcurrir la incesante acumulación de capital?

Son varias y atañen a diversos campos — económicos, políticos y sociales— , es decir, lo abarcan todo:

1. Un sistema interestatal[13] y no un imperio-mundo.

«(…) un sistema capitalista no puede existir dentro de cualquier marco, sino sólo dentro de una economía-mundo. (…) un sistema capitalista requiere una relación muy particular entre los productores económicos y quienes detentan el poder político. Si estos últimos son demasiado fuertes, como en el caso de un imperio-mundo, sus intereses se impondrán sobre el de los productores económicos, y la acumulación incesante de capital dejará de ser una prioridad. Los capitalistas necesitan de grandes mercados (de aquí que los minisistemas sean demasiado estrechos para ellos) pero también necesitan de una multiplicidad de estados, para poder obtener las ventajas de trabajar con los estados pero también para poder evitar estados hostiles a sus intereses a favor de estados amistosos a sus intereses. Sólo la existencia de una multiplicidad de estados dentro de la división total de trabajo asegura dicha posibilidad».[14]

«Un imperio-mundo, por otra parte, paralizaría de hecho al capitalismo, porque significaría la existencia de una estructura política con capacidad para imponerse a la acumulación incesante de capital. Esto es por supuesto lo que ha sucedido repetidamente en todos los imperios-mundo que han existido antes del sistema-mundo moderno. Por ello, cuando algún estado parece empeñado en transformar el sistema en un imperio-mundo, encuentra que se enfrenta eventualmente a la hostilidad de las mayores empresas capitalistas de la economía-mundo».[15]

El sistema interestatal para el capitalismo cumple también otra importante función, la que se deriva de su estructuración en áreas económicas diferentes, de tal forma que cuando aumentan los costos de la mano de obra en el/los Estado/s de una de ellas, a consecuencia de acciones sindicales de algún tipo y/o de las leyes — medioambientales, laborales, antimonopolio, etcétera— del Estado correspondiente, cuestiones que perjudican el nivel de ganancias obtenido por la empresa en cuestión y limitan su accionar, pues la existencia de otros Estados localizados en áreas que faciliten la continuación, en su territorio, de las ventajas perdidas se convierte en una «válvula de escape» para mantener acumulación de capital, condición sine qua non del sistema.

Una síntesis muy clara al respecto la expresa Immanuel Wallerstein desde el primer tomo de El moderno sistema mundial, cuando sostiene que a pesar de haber existido capitalistas en Grecia, China, Persia, India, África y Roma, etcétera, en ninguno de estos lugares floreció el capitalismo,

«el capitalismo no puede sobrevivir en el marco de un imperio-mundo. Esta es una razón por la cual jamás emergió en Roma. Las diversas ventajas que los capitalistas tenían en una economía-mundo [constituida por múltiples estructuras políticas] eran políticamente más fáciles de obtener que si hubieran sido perseguidas en el seno de un Estado único [característica de un imperio-mundo], cuyos gobernantes tendrían que responder a múltiples intereses y presiones. Por eso el secreto del capitalismo estuvo en el establecimiento de la división del trabajo en el marco de una economía-mundo que no era un imperio, en lugar de hacerlo en el marco de un único Estado nacional».[16]

Es decir, para el sostenimiento de la incesante acumulación de capital es esencial el

«componente geográfico de la diferenciación estructural [que brinda un sistema interestatal], el hecho que la actividad económica tiene lugar en una economía-mundo, mientras que la autoridad de los dirigentes políticos, si no su poder, estaba limitado a áreas menores que las comprendidas por la actividad económica. Esta disparidad estructural crucial fue lo que marcó el derrotero de los capitalistas».[17]

Lo anterior demuestra por qué el capitalismo, que nació sin una vocación por los lindes, acudió muy pronto a dividir el espacio en el cual se asentaba dando origen, dicho fraccionamiento, a un articulado sistema interestatal.

«¿Por qué el capitalismo, un fenómeno que no conocía fronteras, habría sido sustentado por el desarrollo de Estados fuertes? Esta es una cuestión que carece de una respuesta única. Pero no es una paradoja; todo lo contrario. La característica distintiva de una economía-mundo capitalista es que las decisiones económicas están orientadas primariamente hacia la arena de la economía-mundo, mientras que las decisiones políticas está orientadas principalmente hacia las estructuras menores que tienen control legal, los Estados (naciones-Estados, ciudades-Estados, e imperios), en el seno de la economía-mundo».[18]

«La cuestión que tratamos es cardinal y ha enrarecido a tal extremo el funcionamiento estructural del capitalismo que posiblemente haya sido la causa principal de que hasta nuestros días no haya podido establecerse, por parte de las fuerzas anticapitalistas, una adecuada estrategia de enfrentamiento al sistema».[19]

En El moderno sistema mundial Wallerstein plantea que «esta doble orientación, esta ‘distinción’, si se quiere, entre lo económico y político, es la fuente de la confusión y la mistificación concernientes a la identificación apropiada de los grupos, a las manifestaciones razonables y razonadas de los intereses de grupo» de ahí los «agudos problemas analíticos»[20] que plantea. Lo reitera en 1991:

«Esta organización de la vida social donde las presiones ‘económicas’ predominantes son de carácter ‘internacional’ (un término poco apropiado, pero el único de uso común) y las presiones ‘políticas’ predominantes son ‘nacionales’, señala una primera contradicción en el modo en que los participantes pueden explicar y justificar sus acciones. ¿Cómo puede uno explicarlas y justificarlas nacional e internacionalmente a un tiempo?».[21]

El sistema interestatal del sistema-mundo capitalista camufla su operativa siniestra, a tal extremo que sus dueños no pierden la más mínima oportunidad de reforzarlo con buenas dosis de nacionalismo, que contribuyan a afianzarlo cada vez que la oportunidad se les presenta. Así, por ejemplo, cada día los noticieros y sitios web de noticias de todo el mundo abren sus espacios deportivos de noticias exaltando el desempeño de sus connacionales, aunque estos no lo hagan defendiendo los colores de sus banderas, sino de verdaderas empresas transnacionales, como es el caso de equipos de fútbol (al estilo del Real Madrid), ciclismo (como el Movistar o Astana), básquet (como Los Ángeles Lakers) o beisbol (como Los Yankees de New York). Y en el empeño no se escapa nadie: desde los brasileños jugando en ligas europeas, españoles en la NBA de EE.UU., o cubanos en ligas profesionales japonesas.

Las extensiones de las cadenas mercantiles que atraviesan varios Estados no solo aportan «eficiencia» al constituir

«un método que minimiza los costos en términos de producción, sino que también son ‘opacas’ (para emplear el término de Braudel). La opacidad de la distribución del plusvalor en una cadena de mercancías larga es la forma más efectiva de minimizar la oposición política, porque oscurece la realidad y las causas de la polarización aguda de la distribución que es la consecuencia de la acumulación interminable de capital, polarización que hoy es más aguda que en cualquier sistema histórico previo».[22]

De aquí se desprende que para el estudio del capitalismo, la verdadera unidad de análisis — la que aporta cientificidad a su saber— es el sistema-mundo y no los estados nacionales que componen su sistema interestatal que, como se ha dicho, son necesarios para disfrazar el auténtico proceder sistémico.[23]

2. Un mercado no totalmente libre.

La libertad de mercado es, quizás, el elemento que menos identifica al capitalismo y, tal vez, el factor con que más se ha identificado desde su surgimiento hace 500 años.

«La economía-mundo capitalista, tras 400–500 años de funcionamiento, no ha materializado todavía la existencia de un mercado libre, de una fuerza de trabajo libre, de una tierra absolutamente transmisible mercantilmente o de flujos de capital irrestrictos, ni tampoco creo que los materialice nunca, ya que a mi entender la esencia del modo de producción capitalista es la libertad parcial de los factores de la producción. Sólo en un sistema-mundo socialista se alcanzará la verdadera libertad (incluido el libre flujo de los factores de la producción). Esto es precisamente lo que decía Marx cuando hablaba de pasar del ‘reino de la necesidad al reino de la libertad’».[24]

«(…) El mercado absolutamente libre funciona como una ideología, un mito y una influencia restrictiva, pero nunca como una realidad cotidiana.

Una de las razones por las que un mercado totalmente libre no es una realidad cotidiana, si es que alguna vez fuera a existir, es que volvería imposible la acumulación incesante de capital. Esto puede parecer una paradoja, porque es cierto que el capitalismo no puede funcionar sin mercados, y también es cierto que los capitalistas dicen con regularidad que están a favor del libre mercado. Pero los capitalistas necesitan, de hecho, mercados no completamente libres sino mercados parcialmente libres. La razón es obvia. Supongamos que existiera un mercado mundial en el que todos los factores de producción fueran completamente libres, como nuestros libros de texto los definen habitualmente; esto es, uno en donde los factores fluyeran sin restricciones, en donde hubiera un enorme número de compradores y un enorme número de vendedores, y en el cual existiera una perfecta información (esto es, que todos los vendedores y todos los compradores supieran el estado exacto de todos los costos de producción). En un mercado de tal perfección, sería siempre posible para los compradores regatear con los vendedores hasta un nivel de ganancia absolutamente minúsculo (digamos de sólo un centavo), y este bajo nivel de ganancia haría del juego capitalista algo sin el más mínimo interés para los productores, removiendo el sustrato social básico de tal sistema.

Lo que los vendedores prefieren siempre es un monopolio, porque entonces pueden crear un amplio margen relativo entre los costos de producción y los precios de venta, y por lo tanto obtener grandes porcentajes de ganancia. Por supuesto, los monopolios perfectos son extremadamente difíciles de crear, e infrecuentes, pero los cuasimonopolios no lo son. Lo que uno necesita más que cualquier otra cosa es el apoyo de la maquinaria de un estado relativamente fuerte, uno que pueda apoyar a un cuasimonopolio».[25]

De tal forma que, «el verdadero lucro, el tipo de ganancias que permite la acumulación interminable de capital en serio, sólo es posible con monopolios relativos, por el tiempo que duren»,[26] ya que «en una situación de ausencia de competencia, quienes realizan la venta pueden obtener un beneficio elevado o, también se podría decir, retener una elevada proporción del plusvalor generado en toda la cadena mercantil de la que forma parte el segmento monopolizado», tanto es así «que cuanto más cerca esté una empresa de monopolizar un tipo espacio-temporal concreto de transacción económica, más elevada será su tasa de beneficio, y menor cuanto más auténticamente competitiva sea la situación del mercado», y esa es la causa que «el capitalismo nunca haya conocido una libertad de empresa generalizada».[27]

Sin embargo, pese a ser el mercado libre (o competitivo) algo contraproducente con el capitalismo, el mercado como tal, en efecto, sigue desempeñando «un papel importante en el funcionamiento del capitalismo, pero sólo como un mecanismo por el cual algunos productores/vendedores buscan constantemente deshacer los monopolios de los otros».[28]

Dado que las actividades monopolizadas generan pingües ganancias y como el mercado, que no desaparece del todo, impone muy escasas limitaciones a la llegada de nuevos competidores — solo la limitación de la eficiencia— y, como la eficiencia puede ser alcanzada por otros, «las limitaciones a la entrada de otros competidores realmente significativas son obra únicamente del Estado, o mejor dicho de los Estados»,[29] por lo que estos, lejos de la retórica que se dice de los mismos, no juegan un papel neutral en el sistema-mundo capitalista, por el contrario, a través de las tarifas aduaneras, las patentes, la política impositiva y actuando en algunas actividades como monopolistas son jueces parciales que inclinan la balanza hacia uno u otro grupo de capitalistas, «en una economía capitalista, la energía política se utiliza para asegurarse derechos monopólicos (o algo lo más parecido posible). El Estado se convierte (…) en el medio de asegurar ciertos términos de intercambio».[30] Por eso, como dice Wallerstein, tanto

el mito del libre flujo de los factores de la producción como la no interferencia de la maquinaria política del Estado en el mercado son solo eso, quimeras, leyendas que ha tejido en torno suyo el sistema-mundo capitalista,

«de hecho, el capitalismo se define por el flujo parcialmente libre de los factores de producción y la interferencia selectiva de la maquinaria política en el ‘mercado’»,[31] así que, «mantener que el capitalismo es el único sistema histórico que ha mantenido la autonomía del ámbito económico con respecto al político me parece un gigantesco error, aunque sea muy útil»,[32] los capitalistas «no sólo están motivados, sino obligados estructuralmente a buscar posiciones de monopolio con las que maximizar los beneficios recurriendo a la principal institución que les garantiza un monopolio duradero: el Estado».[33]

Sin embargo, cuando se enfatiza en la incesante acumulación de capital como rasgo distintivo del sistema-mundo capitalista, respecto de los demás sistemas sociales, hay algo que puede conducir a la confusión y es el hecho que

«si el objetivo es la acumulación de capital, el eterno trabajo duro y la abnegación siempre son lógicamente de rigueur. Los beneficios tienen su ley de hierro, al igual que los salarios. Un céntimo gastado inmoderadamente es un céntimo sustraído de la inversión y por consiguiente a la acumulación de capital. Ahora bien, aunque la ley de hierro de los beneficios sea lógicamente estricta, es psicológicamente imposible. ¿De qué sirve ser capitalista, empresario, burgués, si no se obtiene una recompensa personal? Obviamente no serviría de nada, y nadie lo haría. Sin embargo, lógicamente esto es lo que se exige. Hay, pues, que cambiar la lógica o el sistema no funcionará nunca; y es obvio que hace cierto tiempo que funciona (…) Todos los capitalistas pretenden transformar el beneficio en renta…el objetivo primordial de todos los ‘burgueses’ es convertirse en ‘aristócratas’; y se trata de un objetivo a corto plazo, no en la longue durée».

«La lógica del capitalismo exige un puritano sobrio, el Scrooge que escatima hasta en la Navidad. La psicología del capitalismo, según la cual el dinero es la medida de la gracia más aún que del poder, exige la exhibición de la riqueza y, por consiguiente, un ‘consumo ostentoso’. Para contener esta contradicción, el sistema traduce los dos impulsos en una secuencia generacional, el fenómeno de Los Buddenbrook. Siempre que se da la concentración de empresarios con éxito tenemos una concentración de tipos Buddenbrook».[34]

Este proceso de aristocratización de la burguesía — su retirada de la vida empresarial activa para vivir de rentas— parece tener relación con el hecho que en cada etapa «las nuevas formas de organización social tienden habitualmente a tener menos atractivo para aquellos a quienes les va bien bajo un sistema ya existente que para quienes son enérgicos y ambiciosos, pero que aún no se han establecido», lo que lleva al desplazamiento de los primeros por los segundos y que, según Wallerstein, «parece demostrar la creencia de Henri Pirenne en la no continuidad de los empresarios capitalistas».[35]

«Creo que, para cada uno de los períodos en que podamos dividir nuestra historia económica, existe una clase distinta y separada de capitalistas. En otras palabras, el grupo de capitalistas de una época dada no surge del grupo capitalista de la época precedente. A cada cambio de la organización económica encontramos una ruptura de la continuidad. Es como si los capitalistas que hasta entonces han estado activos reconocieran que son incapaces de adaptarse a las condiciones creadas por necesidades anteriormente desconocidas y que exigen métodos anteriormente no empleados. Se retiran de la lucha y se convierten en una aristocracia que, si de nuevo desempeña una parte en la marcha de los asuntos, lo hace tan sólo pasivamente».[36]

https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828

Hay un segundo elemento al abordar la incesante acumulación de capital, como principio dinámico que caracteriza este sistema, que puede también llevar a la confusión en relación a qué es el capitalismo. Este parece provenir de una afirmación de Marx en el Tomo I de El Capital, cuando afirma que «la producción de plusvalía, la obtención de lucro: tal es la ley absoluta de este sistema de producción»,[37] lo cual indujo a pensar a todo el marxismo tradicional y del movimiento obrero hasta nuestros días que el excedente del que se nutre el capitalismo es únicamente aquel que se extrae en forma de plusvalía y, por consiguiente, existe y se desarrolla allí donde haya un proletariado más o menos numeroso, que es el que produce la plusvalía.

Esa imagen del capitalismo «como una descripción precisa de la norma capitalista» ha llevado, tanto a liberales como a marxistas, a «considerar cualquier situación alejada de la misma como menos capitalista y tanto menos cuanto más diferente». Siguiendo esta norma «la estructura económica de un país podía juzgarse como ‘más’ o ‘menos’ capitalista, y la propia estructura estatal sería menos congruente con el grado de capitalismo de la economía o incongruente con él, en cuyo caso cabía esperar que cambiara con el tiempo para alcanzar una mayor congruencia».[38]

Sin embargo, aquí la representación que tenemos del capitalismo vuelve a distar de la realidad del mismo, por cuanto

«el capitalismo implica no sólo la expropiación del plusvalor producido por los trabajadores, sino también una apropiación del excedente de toda la economía-mundo»,[39] englobando en tal extorsión no solo a trabajadores asalariados (proletarios), sino a informales, autónomos, etcétera.

«La sed vampiresa de sangre de trabajo vivo que siente el capital»[40] no se detiene en aquellos trabajadores vinculados a la producción material (donde se crea la plusvalía) y de los servicios (que contribuyen a realizarla), sino se extiende también a la esfera de la reproducción humana, el cuidado de hijos, personas mayores, enfermos, etcétera, actividades realizadas casi exclusivamente por mujeres para las que el capitalismo inventó el concepto de «ama de casa», en aras de justificar la gratuidad de las labores ejecutadas por estas.[41]

La categoría de trabajo doméstico aparece como una forma más de trabajo impago solo con el advenimiento del capitalismo como sistema.[42] En una economía no capitalista y básicamente comunitaria, el trabajo impago no se distingue del trabajo pagado. Tanto hombres como mujeres realizan esencialmente trabajo impago. Entonces Marx estaba en lo cierto cuando aseveraba que «el capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y vive más cuanto más trabajo vivo chupa»,[43] sin importar quién y cómo lo genera. Wallerstein lo resume así:

«el sistema parece contener amplias áreas de trabajo asalariado y no asalariado, amplias áreas de productos mercantilizados y no mercantilizados y amplias áreas de formas de propiedad y capital enajenable y no enajenable, deberíamos al menos preguntarnos si esta ‘combinación’ o mezcla de lo denominado libre y no libre no es de por sí la característica definitoria del capitalismo como sistema histórico (…) las proporciones de las combinaciones son espacial y temporalmente desiguales».[44]

Como dice el profesor norteamericano, las anomalías no son excepciones que deban justificarse, sino patrones de comportamiento del sistema-mundo capitalista/moderno.

La confusión ha sido tan grande que algunos solo han visto capitalismo a partir de la revolución industrial, sin embargo, trescientos años antes de esta el trabajo esclavo propiamente dicho estuvo muy representado en vastas áreas del sistema-mundo capitalista y la omnipresencia de la esclavitud no contradecía los fundamentos del sistema, esto es la incesante acumulación de capital, sino que era parte del mismo: «un individuo no deja de ser capitalista que explota el trabajo ajeno porque el Estado le ayude a pagar a sus trabajadores bajos salarios (incluidos los salarios en especie) y niegue a estos trabajadores el derecho a cambiar de empleo. La esclavitud y la llamada ‘segunda servidumbre’ no tienen por qué considerarse anomalías en un sistema capitalista».[45] Wallerstein se expande en esta aparente deformidad del capitalismo con un peso realmente sustantivo anterior a la revolución industrial, «en la era del capitalismo agrario el trabajo asalariado es sólo una de las formas de reclutamiento y pago del trabajo en el mercado de trabajo. La esclavitud, el trabajo obligado en la producción de cultivos para el mercado (así es como prefiero llamar el segundo feudalismo), la aparcería y el arrendamiento son otras formas alternativas».[46]

La fuerza de trabajo es el elemento fundamental en todo modo de producción, pero el hecho de que revista una importancia adicional en el capitalismo por ser la productora del valor, «savia» de la que se nutre el sistema, demanda hacer algunas precisiones sobre el empleo de la esclavitud en dicho sistema. Wallerstein lo aclara:

«La única forma de hacer económicamente viables las plantaciones esclavistas en un sistema capitalista consiste en eliminar el coste de oportunidad, lo que significa que los esclavos deben reclutarse fuera de la economía-mundo, en cuyo caso el coste de oportunidad corre a cargo de otro sistema y es indiferente a los compradores. Eso cambiaría, por supuesto, si se agotara totalmente la oferta y no hubiera posibilidad alguna de sustitución en términos similares, pero eso históricamente no había sucedido todavía cuando acabó la trata de esclavos».

«La esclavitud en las plantaciones es una forma de trabajo asalariado capitalista (fuerza de trabajo ofrecida como mercancía en un mercado) en la que el Estado interviene para garantizar bajos salarios (los costes de subsistencia). Sin embargo, hay un coste adicional, el de la compra del esclavo. Si el esclavo se ‘produce’ dentro de la economía-mundo, su coste real no es sólo el precio de venta, sino el coste de oportunidad (al no utilizar su fuerza de trabajo en otras condiciones salariales con un nivel de productividad presumiblemente más alto). Como sugirió Marc Bloch hace mucho tiempo, en esas condiciones los esclavos son demasiado caros, esto es, no producen un excedente suficiente para compensar su coste real.[47]

Como «en el mercado capitalista, la compra siempre tiene un coste real»[48] en un sistema capitalista los esclavos hay que adquirirlos fuera del sistema, en una «arena exterior»,

«el hecho de que arrebatar a un hombre de África occidental rebajara el potencial productivo de la región suponía un coste cero para la economía-mundo europea, ya que esa área no formaba parte de la división del trabajo. Por supuesto, si la trata de esclavos hubiera privado totalmente a África de la posibilidad de suministrar nuevos esclavos, entonces hubiera supuesto un coste real para Europa, pero esa posibilidad nunca se alcanzó históricamente. En cambio, una vez que África entró a formar parte de la periferia, el coste real de un esclavo en términos de la producción de excedente en la economía-mundo llegó a un punto en que resultaba mucho más económico utilizar trabajo asalariado hasta en las plantaciones de azúcar o algodón, que es precisamente lo que sucedió en el Caribe y otras regiones de trabajo esclavo durante el siglo XIX».[49]

Aquí se verifica una vez más que

el fin de la trata de esclavos (y después de la esclavitud) no tuvo nada que ver con el «alumbramiento» de cierto humanismo de alguno de los planificadores del sistema capitalista, en el capitalismo todo se decide según las señales que lleguen provenientes del proceso de valorización del capital o, en palabras de Lenin, «en materia de negocios los sentimientos sobran».

En cuanto a que la confirmación del capitalismo lo certifica el predominio de un proletariado numeroso — digamos el 50 % o más de la población bajo esta relación laboral — es una tesis que tampoco se corresponde con la realidad puesto que, «la situación de los obreros libres que trabajan por un salario en las empresas de productores libres es una situación minoritaria en el mundo moderno»,[50] algo que Wallerstein dejó claro desde el primer tomo de la obra fundacional de la perspectiva de sistemas-mundo: «el trabajo libre es, en efecto, un carácter definitorio del capitalismo, pero no el trabajo libre en todas las empresas productivas (…) Esta combinación [de trabajo libre y no libre] es la esencia del capitalismo. Cuando el trabajo sea libre por doquier, tendremos el socialismo».[51]

Si clasificamos las unidades domésticas atendiendo a las distintas formas de ingreso y acordamos que aquellas unidades domésticas donde el ingreso salarial da cuenta del 50 % o más del total de los ingresos de toda la vida, son «unidades doméstica proletarias» — puesto que parecen depender en grado sumo del ingreso salarial, que es exactamente lo que el término proletariado supone invocar — y la unidad doméstica donde la cuenta dé menos, es una «unidad doméstica semiproletaria» — porque existe un cierto porcentaje de ingreso de otro tipo, distinto a los salariales — , llegamos a la asombrosa constatación de «que en un sistema capitalista los empleadores prefieren, en general, emplear a trabajadores provenientes de unidades domésticas semiproletarias», y esto es así porque

«un empleador obtiene ventajas al emplear a aquellos asalariados que habitan unidades domésticas semiproletarias, dado que en dondequiera que los trabajos asalariados constituyan un componente sustancial del ingreso de la unidad doméstica, existe necesariamente un piso referente a cuánto puede recibir el trabajador asalariado. Este debe ser una cantidad que represente por lo menos una parte proporcional de los costos de reproducción de la unidad doméstica. Es por ello por lo que podemos pensar en un salario mínimo absoluto. Si, sin embargo, el trabajador asalariado es miembro de una unidad doméstica que es sólo semiproletaria, el trabajador asalariado puede ser remunerado con un sueldo por debajo del salario mínimo absoluto, sin poner en riesgo necesariamente la supervivencia de la unidad doméstica. La diferencia puede cubrirse con el ingreso adicional suministrado a través de otras fuentes y por lo común por otros miembros de la unidad doméstica. Lo que vemos que sucede en tales casos es que otros productores de ingresos en la unidad doméstica transfieren, de hecho, la plusvalía del empleador del sujeto asalariado más allá de lo que el mismo empleado asalariado pueda transferir, permitiendo así que el empleador pague menos que el salario mínimo absoluto».[52]

En otra parte de su vasta obra Wallerstein dice

«desde el punto de vista del empleador de trabajo asalariado, resulta preferible, ceteris paribus, emplear a personas menos dependientes de los ingresos salariales (llamémoslas unidades domésticas semiproletarias). Un trabajador asalariado perteneciente a una unidad doméstica semiproletaria está más dispuesto a aceptar un salario bajo, ya que cabe suponer que obtiene, mediante la autoexplotación, otras formas de ingreso compensatorias. Cuanto más proletaria (esto es, dependiente del salario) sea la unidad doméstica, más obligado se ve el trabajador asalariado individual a procurarse salarios altos (el llamado salario mínimo vital)».[53]

De aquí se desprende también que el tamaño de las unidades domésticas es importante para el capital; dado que un asalariado proveniente de una unidad doméstica semiproletaria recibe una remuneración menor que si proviniera de una unidad doméstica proletaria. El capitalismo moldea la configuración del ordenamiento social creando «presiones sobre las estructuras familiares» a fin de favorecer el predominio de unidades domésticas ni demasiado pequeñas, ni excesivamente grandes, sino lo que pudiéramos llamar de tipo medio (tres, cuatro miembros) en aras de favorecer una rentable e incesante acumulación de capital: «una unidad doméstica demasiado pequeña (digamos, una familia auténticamente nuclear) puede no disponer de horas suficientes para generar los ingresos necesarios [y por ello precisa de ingresos salariales necesariamente altos]. Por otra parte, una unidad doméstica muy numerosa puede suponer unas necesidades demasiado grandes para poder cubrirlas»,[54] ninguna de las dos son factibles al desarrollo capitalista.

El capitalismo, al perseguir la incesante acumulación de capital que, como se ha dicho, es el principio dinámico que lo rige, por un lado, impulsa la proletarización del mundo mientras que, por otro lado, sociedades excesivamente proletarizadas desestimulan su accionar.

Ante esta evidente paradoja, irresoluble por demás, el capitalismo acude a un manejo suave de la contradicción creada:

cuando el nivel de proletarización amenaza con socavar los cimientos de una rentable acumulación de capital, se acude al conocido proceso de deslocalización, desplazándose hacia sociedades menos proletarizadas — con una abundante reserva de mano de obra rural — ,[55] al tiempo que hacia los países y regiones muy proletarizadas facilita, de manera gradual y controlada, cierto flujo migratorio a fin de regenerar los entornos favorables de acumulación perdidos y/o erosionados.

Como dice Wallerstein, en el sistema-mundo capitalista/moderno «siempre hay individuos que son ‘negros’ [y] si no hay negros, o si su número es excesivamente reducido, siempre se pueden inventar ‘negros blancos’».[56] Aquí Wallerstein utiliza la palabra «negro» en el sentido de aquella persona a la que se le remunera un ingreso por su trabajo inferior a los demás que, históricamente, en un determinado momento de desarrollo del sistema, coincidió que fueran negros de piel. Pero como el capitalismo «no es xenófobo», cuando se agotaron los negros acudió a sustituirlos por «negros blancos», que cobraban y estaban dispuestos a cobrar salarios como los «negros», pero con la diferencia que eran blancos por la pigmentación de la piel. Así hay muchos rubio/as de ojos azules provenientes de los países del extinguido «socialismo real» trabajando y recibiendo salarios de «negros» en los países de Europa occidental.

Antes de concluir citaremos lo que Wallerstein, a modo de resumen, expresó en su libro Impensar las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos:

«Sólo voy a enunciar las características que se supone describen una economía-mundo capitalista:

1. la incesante acumulación de capital como fuerza impulsora;

2. una división axial del trabajo en la cual existe una tensión centro-periferia, de tal manera que hay cierta forma de intercambio desigual (no necesariamente como lo definió en sus orígenes Arghiri Emmanuel) que es especial;

3. la existencia estructural de una zona semiperiférica;

4. la función importante y continua de una mano de obra no asalariada a la par de una mano de obra asalariada;

5. la correspondencia entre los límites de la economía-mundo capitalista y los de un sistema interestatal que se compone de estados soberanos;

6. la ubicación de los orígenes de esta economía-mundo capitalista antes del siglo XIX, tal vez en el siglo XVI;

7. la opinión de que esta economía-mundo capitalista comenzó en una región del globo (principalmente en Europa) y después se extendió a todo el globo mediante un proceso de ‘incorporaciones’ sucesivas;

8. la existencia de estados hegemónicos en este sistema-mundo cuyos periodos de hegemonía total o indiscutible han sido, sin embargo, relativamente breves;

9. el carácter no primordial de los estados, grupos étnicos y familias, cuya totalidad se crea y recrea de manera constante;

10. la importancia fundamental del racismo y el sexismo como principios organizadores del sistema;

11. el surgimiento de movimientos antisistémicos que debiliten y refuercen simultáneamente al sistema;

12. un patrón tanto de ritmos cíclicos como de tendencias seculares, que encarna las contradicciones inherentes al sistema y que explica la crisis sistémica que supuestamente vivimos en la actualidad.

Sin duda la presente lista constituye sólo un grupo de premisas y argumentos que se articularon y se han vuelto casi familiares para muchos. No es una lista de verdades, mucho menos una lista de credos a los cuales debemos jurar lealtad. No cabe duda de que se necesita mucho trabajo empírico en cada uno de estos doce puntos, y es posible que en el futuro sean reformulados de manera teórica. Sin embargo, existen como perspectiva relativamente coherente y articulada del capitalismo histórico».[57]

Notas

[1] Wallerstein, Immanuel: Después del liberalismo, Editorial Siglo XXI, 1996 [1995], p. 163.

[2] Wallerstein, Immanuel: La decadencia del imperio. EE.UU. en un mundo caótico, Editorial Txalaparta, 2005 [2003], p. 255.

[3] Este es el estribillo de la canción del grupo de música punk-rock gallego Siniestro Total, su autor es el músico y cantante español, fundador y líder del grupo, Julián Hernández Rodríguez-Cebral.

[4] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 300 y 310.

[5] En el libro Impensar las ciencias sociales, Wallerstein recalca lo difícil que resulta para todos (hasta para él mismo) deshacerse de viejos conceptos establecidos y definiciones que se encuentran muy enraizadas: «me parece que quienes critican la actual epistemología, aun si sus críticas son formales y pertinentes, siguen ligados a la Weltanschauung o cosmovisión a la que renuncian; incluso confieso que ni yo mismo estoy exento de esta reincidencia, lo que confirma mi opinión respecto a lo arraigadas que están en nosotros estas suposiciones metodológicas y lo ‘importante’ que es que las ‘impensemos’». Wallerstein, Immanuel, Impensar las ciencias sociales, Editorial Siglo XXI, 1999 [1991], p. 3.

[6] Wallerstein, Immanuel, Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006 [2004], pp. 40–41.

Aunque esta definición del capitalismo está presente y recorre toda su obra, agregaremos algún otro lugar donde también lo define: «este sistema al cual llamamos capitalismo… es un sistema basado en una falta de lógica peculiar, que hace de la acumulación un fin en sí mismo…». Dinámica de la crisis global, Editorial siglo XXI, 1983, p. 15.

«¿Qué es lo que define a un sistema, este sistema, como capitalista? Me parece a mí que la differentia specifica no es la acumulación de capital sino la prioridad acordada a la acumulación incesante de capital. Es decir, este es un sistema cuyas instituciones están organizadas para recompensar a mediano plazo a todos los que dan primacía a la acumulación de capital y castigar a mediano plazo a todos los que tratan de aplicar otras prioridades. El conjunto de instituciones establecidas para hacer posible esto incluye la elaboración de cadenas de mercancías que vinculan geográficamente actividades de producción distintas operando para optimizar la tasa de beneficios del sistema en su conjunto, la red de estructuras estatales modernas unidas en un sistema interestatal, la creación de unidades domésticas con ingresos comunes como unidad básica de la reproducción social, y eventualmente una cultura geopolítica que legitima las estructuras e intenta contener el descontento de las clases explotadas”. Wallerstein, Immanuel, Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007 [1999], p. 148.

[7] Marx, C: El Capital, t. III, Capítulo XV: Desarrollo de las contradicciones internas de la ley. Epígrafe 1: Generalidades. Fidel Castro lo parafrasea de esta forma en 1994: «Por dondequiera que se analice, se saca la conclusión de que esa sociedad es insostenible, esa sociedad que tiene que crecer, crecer y crecer so pena de perecer; y es imposible, las condiciones objetivas del mundo no lo permiten». Disponible en http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/discurso-pronunciado-en-la-clausura-del-iv-encuentro-latinoamericano-y-del-caribe

[8] Rojas Ferro, Diosdado: A los decrecentistas y ecologistas: ni decrecimiento ni ecologismo, el capitalismo es el que es, el capitalismo realmente existente. Disponible en https://laguarura-impresa.blogspot.com/2013/10/a-los-decrecentistas-y-ecologistas-ni.html

[9] Aguirre Rojas, Carlos Antonio: Immanuel Wallerstein: crítica del sistema-mundo capitalista, Editorial Era, 2003.

[10] Wallerstein, Immanuel: Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007, p. 90.

[11] Wallerstein, Immanuel, El capitalismo histórico, Editorial Siglo XXI, 2012 [1983], p. 14.

[12] Wallerstein, Immanuel: Impensar las ciencias sociales, Editorial Siglo XXI, 1999, p. 253.

[13] El sistema interestatal es la «superestructura política de la economía-mundo capitalista» Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 132. En otro lugar dice «El sistema interestatal no es una variable exógena, creada por Dios, que limite o interactúe misteriosamente con la acumulación incesante de capital, sino simplemente su expresión en el terreno de la política». Ídem, p. 248.

[14] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006, p. 41.

[15] Ídem, p. 84.

[16] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial (Tomo I): La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI, Editorial Siglo XXI, 2010 [1974], p. 180.

[17] Ídem. En la última sección de este tomo dedicada a un Repaso teórico de lo tratado expresó «Lo que defiendo es que el capitalismo como modo económico se basa en el hecho de que los factores económicos operan en el seno de una arena mayor de lo que cualquier entidad política puede controlar totalmente. Esto les da a los capitalistas una libertad de maniobra que tiene una base estructural. Ha hecho posible la expansión económica constante del sistema mundial, aunque con una distribución muy desigual de sus frutos. El único sistema mundial alternativo que podría mantener un alto nivel de productividad y cambiar el sistema de distribución supondría la reintegración de los niveles de decisión políticos y económicos. Esto constituiría una tercera forma posible de sistema mundial, un gobierno mundial socialista». Ídem, p. 491.

[18] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, p. 93.

[19] «la izquierda no ha desarrollado todavía una teoría social clara que explique la prolongada resistencia del sistema social existente en el mundo o que indique claramente qué hay que hacer para transformarlo». Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 53.

[20] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, p. 93.

[21] Wallerstein, Immanuel: Geopolítica y geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial, Editorial Kairós, 2007 [1991], p. 225.

[22] Wallerstein, Immanuel: Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007, p. 68. Constituye el discurso principal pronunciado en la Conferencia «State and Sovereignty in the World Economy», Universidad de California en Irvine, 21–23 de febrero de 1997.

[23] «Mi preocupación por el método me llevó a considerar como cuestión clave la ‘unidad de análisis’, que es por lo que se habla de ‘análisis de sistemas-mundo’. Se supone que la unidad de análisis apropiada es un sistema-mundo, con lo que, al menos en principio, aludía a algo diferente del Estado-nación moderno, más amplio, y definido por los límites de una división del trabajo real». Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 151.

[24] Ídem, p. 117.

[25] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006, p. 42–43.

[26] Wallerstein, Immanuel: Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007, p. 76.

[27] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Editorial Akal, 2012, p. 313.

[28] Wallerstein, Immanuel: La decadencia del imperio. EE.UU. en un mundo caótico, Editorial Txalaparta, Tafalla, 2005 [2003], p. 198.

[29] Wallerstein, Immanuel: Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007, p. 74.

[30] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, p. 23.

[31] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Editorial Akal, 2012, p. 246.

[32] Ídem, p. 317.

[33] Ídem, pp. 313–314.

[34] Ídem, pp. 311–312 y 314.

[35] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, pp. 176–177.

[36] Cita de Henri Pirenne en American Historical Review, XIX, 3, abril de 1914, pp. 494–495, en Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, p. 176.

[37] Marx, Carlos: El Capital. Tomo I, Capítulo XXIII. La ley general de la acumulación capitalista, Subtópico 1. Aumento de la demanda de fuerza de trabajo, con la acumulación, si permanece invariable la composición del capital.

[38] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, pp. 144–145.

[39] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 101.

[40] Marx, Carlos: El Capital. Tomo I, Capítulo VIII. La jornada de trabajo, Subtópico 4. Trabajo diario nocturno. El sistema de turnos.

[41] Por eso parece más plausible atender la afirmación de Marx que «la producción de plusvalía o extracción de trabajo excedente constituye el contenido específico y el fin concreto de la producción capitalista», en la que no especifica que se trate solo del trabajo excedente del obrero. Marx, Carlos: El Capital. Tomo I, Capítulo VIII. Subtópico 7. Lucha por la jornada normal de trabajo.

[42] La escuela anticapitalista «crítica del valor–disociación» fundada por el repartidor de periódicos nocturno Robert Kurz, considera que el trabajo doméstico de la mujer, gratuito y no pagado, está asociado a este sistema desde sus mismos albores:

«Desde el punto de vista histórico–lógico, el trabajo abstracto y la disociación surgen, pues, al mismo tiempo; no puede decirse que uno engendre otro. Cada uno representa la condición previa para la constitución del otro. En este sentido, la relación de disociación representa en cierto modo una metaestructura, contrariamente a la hipótesis reduccionista según la cual el valor sería el único principio de constitución y representaría la naturaleza misma de las sociedades basadas en la producción mercantil.

Así, lo disociado femenino resulta ser el Otro de la forma–mercancía con una entidad propia y completa; pero, por otro lado, permanece sometido e infravalorado precisamente porque se trata del momento disociado en el seno de la producción social general. Podríamos decir que, si bien la forma abstracta corresponde a la mercancía, la deformidad abstracta corresponde, por el contrario, a lo disociado; y cabría, acerca de lo disociado, hacer referencia de manera paradójica a una forma de lo informe que –subrayémoslo una vez más– no podría ser aprehendida mediante las categorías intrínsecas a la forma–mercancía.

La ciencia y la teoría androcéntrica de la forma–mercancía no pueden tomar en consideración tal relación, puesto que sus teorías y sus aparatos conceptuales deben ‘expulsar’ como ‘ilógico’ y ‘ajeno a la conceptualización’ todo aquello que no sea compatible con la forma–mercancía». Roswitha Scholz: El patriarcado productor de mercancías y otros textos, Coedición Quimera Ediciones y Editorial Pensamiento & Batalla, 2019, p. 67.

[43] Marx, Carlos: El Capital. Tomo I, Capítulo VIII, Subtópico 1. Los límites de la jornada de trabajo.

[44] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, pp. 145–146.

[45] Ídem, p. 99.

[46] Ídem.

[47] Ídem, pp. 73–74. La cita de Bloch es esta: «La experiencia ha demostrado que de todas las formas de ganadería la del ganado humano es la más dura. Para que la esclavitud sea rentable en empresas a gran escala, tiene que haber mucha carne humana barata en el mercado. Sólo se puede conseguir mediante la guerra o la caza de esclavos. Así pues, una sociedad no puede basar gran parte de su economía en seres humanos domesticados a menos que disponga de sociedades más débiles a las que derrotar o en las que hacer incursiones». The Rise of Dependent Cultivation and Seignoral Institutions, citado por Wallerstein, Ídem, p. 73.

[48] Ídem, p. 108.

[49] Ídem, p. 109.

[50] Ídem, p. 145.

[51] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. Tomo I, Editorial Siglo XXI, 2010, pp. 179–180.

[52] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006, p. 55.

[53] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 235.

[54] Ídem.

[55] Wallerstein, Immanuel: «¿El final del camino para las fábricas deslocalizadas?», La Jornada, 21 abril 2013. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2013/04/21/opinion/022a1mun

[56] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., 2004, p. 323.

[57] Wallerstein, Immanuel: Impensar las ciencias sociales, Editorial Siglo XXI, 1999, p. 253.


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