Dos Repúblicas en conflicto. Un prólogo a «Guerra de razas»

Por Julio César Guanche

«Filtros», Dania González Sanabria, 2012

Este texto aparece en Conte, Rafael & Capmany, José M. (2019): Guerra de razas. Negros contra blancos en Cuba. Estudio crítico de Julio César Guanche. Leiden: Bokeh [ISBN 978–94–93156–16–6 | colección Mal de archivo | tapa blanda | 164 páginas.


El viaje de la civilización a la barbarie

« — ¿Ves ese hombre gordo?, dice un marido á su mujer: tiene que ir á La Maya. — ¡Ay, el pobre!, exclama con tono doliente la señora».[1] La frase se encuentra en este libro y podría ser su epítome. Refiere a un viaje en tren desde La Habana hacia el oriente cubano, pero es metáfora del tránsito que los autores del libro, junto al discurso oficial dominante en la hora, imaginan como el descenso desde la civilización hacia la barbarie.

Los pasajeros que llegaban hasta San Luis, el Cristo o Santiago de Cuba eran «los amos del tren». No iban todos, necesariamente, a combatir la rebelión asociada al Partido Independiente de Color, detonada por la protesta armada iniciada el 20 de mayo de 1912. Sin embargo, viajaban de hecho hasta el corazón de la «Nigricia» de Cuba. Sus autores, Rafael Conte y José M. Capmany (CyC) — «dos notables racistas cubanos»[2] — citarán como autoridad del conocimiento en África, asociándolo a los rebeldes cubanos negros, un famoso libro de exploración a ese continente. Ellos hacen su propio viaje.

Ya en el terreno, Conte hará otro viaje, pero esta vez a bordo de un buque militar. El Mayor General José de Jesús Monteagudo, jefe del Ejército, lo autorizó a viajar en el Guardacostas Baire, acompañado de un fotógrafo, para reportar la protesta.

De esos reportes nacería este libro.

La barbarie: una rescritura de la independencia

En el libro, sus autores no muestran hesitación por ver armas en manos de los pasajeros del tren, evidentemente blancos. En el fondo de la escena, se encontraba la política oficial que envió a un modernizado ejército, con armas y cruceros navales modernos, más otro ejército de milicianos y guerrilleros — civiles armados y pagados por el Gobierno — a sofocar una revuelta que, como no se cansan CyC de reconocer — aunque de modo indirecto — nunca ofreció una ofensiva mínimamente proporcional a ese despliegue.

Ante la rebelión, el presidente José Miguel Gómez había convocado a defender «la civilización»: «No puede en manera alguna permitirse que en pleno siglo XX, en un país tan culto como el nuestro, una sociedad como la nuestra, que tiene títulos sobrados para ser respetada y respetable, consienta que turben un momento más su paz moral y material esas manifestaciones de feroz salvajismo, que realizan los que se han colocado, especialmente en la Provincia Oriental, fuera del radio de la civilización humana».[3]

CyC registran cómo, en los campamentos rebeldes, al caer la tarde, los rebeldes «se entregan al baile africano conocido por el `maní´, y entregados á esa salvaje expresión, llena de movimientos lúbricos, están hasta muy entrada la noche». Por esos días, la prensa informaba que Estenoz «se curaba con brujos».[4]

La «brujería» era una práctica ilegal en la fecha.[5] De acuerdo con ello, por ejemplo, el 14 de junio de ese año la policía ocupó a Francisca Fresneda, natural de África, de 75 años, «siete jícaras con frijoles y nueve clavos, 14 tinajas, 13 cazuelas conteniendo harina de maíz y ñame, una palangana con dos güiros, con cuentas, dos machetes de madera, dos collares, un cesto de caracoles, un cuerno y otros objetos más». También a Bibián Pinillo Pedroso (71 años) le fueron ocupados 20 tambores africanos «algunos de los cuales según dijo su dueño tienen 150 años de existencia».[6]

En las primeras décadas del siglo XX cubano, el racismo científico — en la criminología de Israel Castellanos y en la obra del «primer» Fernando Ortiz — identificó al brujo como una reminiscencia «africana». Para Castellanos, los «brujos» estaban en ese momento «en el mismo estado antropológico que cuando fueron introducidos» a Cuba desde África.

El argumento trataba al «negro brujo» como sinónimo de barbarie.

Ciertamente, Castellanos diferenciaría entre brujos, ñáñigos y delincuentes. El brujo era un antisocial porque «fanatiza y embrutece, porque es un parásito, un oscurantista; pero no un delincuente habitual». Su «misoneísmo» había «rechazado todas las influencias culturales y emancipadoras de un ambiente superior de civilización». Por eso «era que los negros perfeccionados en nuestro ambiente pueden descender, porque se han elevado algunos grados sobre la inferioridad y degradación de su raza (…)».[7]

Pero la condena a la «brujería» cumplía un propósito más allá de ella misma: era un poderoso dispositivo de inferiorización del negro, parte de la maquinaria de borrado del papel desempeñado por los negros cubanos en las guerras de independencia. En ello, era una etiqueta que alcanzaba, con mucho, más allá de los «brujos».

En la prosa policial los términos «brujo», «ñáñigo» y «delincuente» eran intercambiables. Cuando el «mestizo» Eugenio Alfaro Franchi fue arrestado en 1910 por sospechas de pretender alterar el orden público, la prensa fue informada que estaba «tildado de ñáñigo» y que portaba un cuchillo. Eduvigis González de León, «de la raza negra», fue detenido por las mismas sospechas. Portaba un revólver Smith, y también era «ñáñigo».[8]

En 1908, con motivo de las elecciones, un grupo de generales negros orientales había sido «exhibido» en La Habana, con pomposos uniformes, como muestra de una sociedad ejemplarmente integrada. Para Previsión, el órgano principal del PIC, los «blancos criollos» querían demostrar «que casi no hay diferencia intelectual entre los negros orientales y los que habitan en el África oriental».[9]

En el libro de CyC, se desliza una «nota cómica, al par que repugnante». Haciendo su descripción del saqueo de La Maya, los autores cuentan que mujeres negras, cercanas a los alzados, «penetraban en los establecimientos y casas particulares, y haciendo caso omiso de otro botín más valioso, se apoderaban con avidez de los frascos de perfume, que destapaban de cualquier modo, y vertían el contenido de los mismos sobre sus cuerpos sudorosos y jadeantes». Lo hacían con «un refinamiento de coquetería verdaderamente salvaje».

Hay una foto de familia en esos discursos. Enrique Mustelier publicó La extinción del negro en 1912. Es un libro cercano al de CyC.[10] Asimismo, Conte prologaría, con encomio, el libro de Rafael Roche, el más célebre perseguidor de ñáñigos en la fecha.[11] CyC aseguran que «tratándose como se trata de caucásicos y etiópicos, la mezcla es imposible, puesto que ni aun por medio del cruzamiento continuado y científico, puede lograrse la desaparición total de una de las dos razas en provecho de la otra». Su discurso, dicho sea entre paréntesis, anticipaba el núcleo de lo que sería la concepción fascista sobre la raza.[12]

Fueron ideas como esas — elaboradas por la criminología y la antropología hasta llegar a la policía, pasando por el periodismo — , las que generalizó el presidente Gómez en su Proclama para justificar la masacre — CyC anotan que ese documento fue profusamente leído en los campamentos del Ejército — . Ahora la acusación de salvajes se dirigía hacia todos los negros insurgentes. La mayor parte de la prensa los representó, literalmente, como simios. (Si se trataba de mulatos, había otras marcas peyorativas a mano: CyC llaman a Surín «afeminado», lo que unido al «odio feroz que siempre ha sentido por la raza blanca, le hace repulsivo y odioso desde el primer momento». Cuando CyC reproducen documentos ocupados a líderes del PIC, titulan el apartado «Literatura Afroindependiente». Mientras más cerca de África, sugerían, más cierta la barbarie.

La «cobardía» de los rebeldes negros en 1912 fue otro dispositivo de esa maquinaria puesta en función de borrar el papel desempeñado por los negros cubanos en las guerras de independencia. Es muy explícita en el libro de CyC, que también asocian con la barbarie: «Recordábamos el comportamiento heroico, la acometividad, la audacia y el valor casi salvaje que habían desplegado los hombres de piel obscura en nuestras guerras emancipadoras, y llegamos en nuestra exaltación tropical á creer que eran ellos los únicos cubanos capaces de soportar sin abatirse las crudezas de una campaña militar bajo los abrasadores rayos del sol de los trópicos. El movimiento estenocista ha servido para destruir esta épica leyenda».

La idea revisaba la historia mambisa. Existieron tensiones raciales al interior del Ejército Libertador, pero el giro consistía en subordinar la valentía del negro a la dirección de sus jefes blancos. La protección de la República oligárquica — con base en una estructura política y social asentada sobre el latifundio y el caciquismo — necesitaba esa destitución del estatus adquirido por el negro, como mambí, en la coproducción de la patria.[13]

El negro: la abolición de identidades sociales

En la fecha, las propias etiquetas raciales tenían un uso problemático.

Las diferencias entre negros y mulatos eran profundas. El periodista Varela Zequeira, reportando la rebelión de 1912 para El Mundo, vaticinaba que «si Ivonnet y Estenoz triunfasen seguramente extenderíase la división y la subdivisión social a la política y la pelea sería entonces entre negros puros y mestizos…»[14]

La frase «hombres de color», o «raza de color», de amplio uso desde el XIX, fue puesta en cursivas más de una vez por Previsión. El acto, acaso, reflejaba algún tipo de inconformidad. Podía dar a entender que no contaban con otra palabra. La corriente moderada en pro de derechos para los no blancos, continuó usando la expresión «de color» como etiqueta distintiva. Para referirse específicamente a negros, Juan Gualberto Gómez podía usar la expresión «cubanos negros».

https://medium.com/la-tiza/de-negros-de-cuba-a-cubanos-negros-e68386d6a9a

Para las elecciones de 1908, el PIC acordó que sus candidatos no ostentarían otro título que el de «ciudadano». La declaración traería cola. En una lista de afiliados «a la revolución», propiedad de Estenoz y ocupada por el Ejército en 1912, este había anotado las generales de cada uno, haciendo constar su color: «negro, pardo o blanco». Varela Zequeira aprovechó el hecho para mostrar una supuesta incoherencia en el discurso de Estenoz, quien había batallado «por conseguir que en la prensa, en la policía y en todas las estadísticas no se anote el color del ciudadano». Sin embargo, el periodista añadía un detalle interesante: Estenoz habría «comprendido que donde hay muchos del mismo nombre y apellido, el color es precisamente el dato más importante para la identificación».[15] El apunte de Varela no niega a Estenoz (mostrar la diversidad de los miembros del PIC era una antigua estrategia ante la acusación de ser un «partido de razas»), pero confirma la base humilde de esa agrupación — «muchos del mismo nombre y apellido» — . También confirmaba cómo en el discurso del presidente Gómez terminaban unificados en tanto «negros» quienes apoyaban la protesta siendo negros, pardos, blancos, etcétera.

En 1910, la prensa todavía trataba de «ciudadanos» a los negros cubanos presuntamente complotados entonces.[16] Según CyC: «Aunque parezca una paradoja, también (había) blancos `Independientes de Color` en 1912» y «Estos resultan aún más criminales que los negros, puesto que su intervención en este asunto es puramente viciosa(…)». En cambio, cuando CyC mencionan a no blancos del Ejército, les llaman «pertenecientes á la raza de color».

El campo de «civilización contra barbarie» planteaba una tensión para el PIC. Ante la sociedad nacional, debía adherirse al discurso de la civilización y mostrar que la «raza de color» era capaz de conquistar las «cimas» de la cultura, al tiempo que identificaban en el tipo de progreso cubano (grancapitalista, oligárquico y racista) la causa de su exclusión social y política. La única salida «legítima» disponible era el asimilacionismo. Sin embargo, por este camino regresaba el argumento de la supremacía civilizacional blanca y se sobredeterminaba una identidad, la racial, sobre las múltiples identidades que los sectores negros y mulatos habían conquistado en la fecha — como miembros de sociedades de color, profesionales, políticos — todas las cuales se reducían ahora a la categoría genérica de «negro».[17]

El «rumor de Haití»

El espejo más cercano en Cuba del horror de África era Haití. Ada Ferrer lo ha documentado brillantemente como «el rumor de Haití en Cuba».[18] CyC descreen de los rumores que aseguraban que Evaristo Estenoz, Ivonet, Lacoste, Surín y el resto de los líderes del PIC buscaban «el establecimiento de una república negra, calcada sobre los moldes de Haití». No obstante, buena parte de la opinión publicada hizo esa asociación. El Mundo decía en 1912: «No han querido comprender sus promotores que antes que la república está la civilización, y que antes que la libertad está el instinto de la propia conservación. Entre Haití — un infierno — y el Canadá — un Cielo — no hay duda en la elección».[19]

El excanciller del consulado cubano en Haití, Miguel García (negro) y su hijo, fueron acusados por hacer allí propaganda para reclutar hombres, adquirir armas y dinero para auxiliar el levantamiento.[20] De algo similar fue acusado el cónsul francés en Santiago de Cuba. Según ese patrón, la convulsión quería «africanizar, haitianizar a Cuba». Los independientes de color habrían «colocado el salvajismo africano de los rebeldes contra la civilización y la dignidad del pueblo cubano».[21] Diferentes diarios se hicieron eco de «noticias que con mucha insistencia» corrían sobre el desembarco de una expedición de negros haitianos por la costa de Santiago de Cuba, y que ya se habrían incorporado a las filas de los rebeldes. Otra «noticia» aseguraba que en Haití funcionaba el Comité Central Revolucionario de los Independientes. Nada de ello fue nunca comprobado, pero se repetía sin cesar. Al año siguiente de la rebelión, para justificar la prohibición de la inmigración negra, y favorecer la blanca, Carlos Velasco aseguraba que el negro cubano era «inteligente y de costumbres morigeradas por lo común». Por ello, no debía mezclarse con los negros de Estados Unidos, Jamaica y Haití, pues estos «no son, salvo excepciones, tan susceptibles de modificar su ruda naturaleza».[22]

En el XIX, el «miedo al negro» fue duradero y consistente entre la sacarocracia, pero no tan inhabilitante como para impedir la importación de enormes contingentes de esclavizados a Cuba. En otra escala, sucedió algo parecido tras la rebelión de 1912. Un año después, el Gobierno de Gómez concedió licencia a la Nipe Bay Company para importar 3.000 trabajadores antillanos. La zona de Nipe conservaba memoria reciente de la rebelión.[23] Pero las necesidades capitalistas resultaban una pulsión mayor que el miedo. Críticos de la medida inmigratoria recordaron que de «Jamaica y Haití procedió una parte no despreciable del contingente que siguió a Estenoz e Ivonet en la rebelión racista».[24]

En contraste, negros y mestizos cubanos tenían una imagen distinta de los «jacobinos negros» haitianos, como también de los jacobinos franceses.

Antes de los sucesos de 1912, el PIC había considerado el año 1910 como su Rubicón. Se esforzaron en una gran campaña política a nivel nacional, que resonó con particular éxito en Oriente. Curiosamente, asociaron la importancia de ese año, para el PIC, con lo que fue 1793 para la Revolución francesa, el año de mayor radicalidad de ese proceso: «El 93 ha sido y es una fecha inmortalizada tanto para el pueblo francés como para la humanidad en general y quién puede dudar que para nosotros el 1910 nos resulte a la postre lo mismo».[25]

No había que ser un rebelde radical para admirar aquella gesta. Martín Morúa Delgado, que había militado durante varios años en el Partido Autonomista en la década de 1890, había traducido una biografía de Toussaint de L`Ouverture y escrito páginas elogiosas sobre él: «fué universalmente reconocido en el Libertador de Haití, el carácter más perfecto que ha producido la civilización cristiana desde su excelso creador; siendo más enaltecedora su gloria porque, al contrario de las glorias todas que la fama ha consagrado, la de Toussaint L`Ouverture ha sido proclamada por sus propios enemigos, por los más apasionados detractores de su raza».[26]

No sin ironía, Morúa Delgado terminaría siendo el autor de la Enmienda que detonó los sucesos de 1912, denunciados por pretender «haitianizar» a Cuba.

La Enmienda Morúa

Para CyC la finalidad que perseguía Estenoz y su movimiento era «obtener la derogación de la llamada `Ley Morúa´». Enfoques académicos recientes han concentrado el estudio del PIC en temas como el campo electoral, el antirracismo o su pretendido anexionismo. Con ello se ha prestado menos atención de la deseable al texto en sí de la propia Enmienda Morúa (EM) y al campo referencial en el que operaba.

La interpretación más socorrida sobre su contenido la remite a una cuestión de política electoral: el electorado negro y mulato, que diversos autores calculan entre 30% y 43% del total, podría votar por él, por lo que los partidos liberal y conservador — oligarquizados y en medio de severas crisis internas — se verían privados de esos votantes y de las redes clientelares establecidas con ese sector. La EM — modificativa del artículo 17 de la Ley Electoral de 1908 — habría procurado evitar la sangría de electores y la consolidación de una fuerza política, con bases políticas propias, que disputara la hegemonía de la conducción nacional. Es una interpretación que se encuentra entre contemporáneos críticos del gobierno de Gómez, y que comparten CyC. El propio PIC se mostraba seguro de su capacidad de influir decisivamente en las elecciones, dados sus 73.000 afiliados en 1910.[27]

El análisis del texto original de la Enmienda presentada por Morúa permite valorar con mayor profundidad sus intenciones. La propuesta decía lo siguiente:

(1) Por cuanto: La Constitución establece como forma de gobierno la republicana; inviste de la condición de cubanos a los africanos que fueron esclavos en Cuba, y no reconoce ni fueros ni privilegios personales;

(2) Por cuanto: la forma republicana establecida por la Constitución instituye al gobierno del pueblo para el pueblo, sin distinción por motivos de raza, nacimiento, riqueza o título profesional;

(3) Por cuanto: los partidos políticos tienen la indeclinable tendencia a constituir por sus propios miembros el gobierno que desarrolle en el país sus doctrinas políticas y administrativas;

(…)

(5) No se considerará, en ningún caso, como partido político o grupo independiente, ninguna agrupación constituida exclusivamente por individuos de una sola raza o color, ni por individuos de una clase con motivo de nacimiento, la riqueza o el título profesional.[28]

La propuesta fue presentada al Senado el 11 de febrero de 1910. Seis días después, el senador Antonio Gonzalo Pérez presentó una modificación, que aportó el contenido definitivo de lo conocido hasta hoy como la EM: «no se considerarán como partidos políticos o grupos independientes, a los efectos de esta ley, a las agrupaciones constituidas exclusivamente por individuos de una sola raza o color». Morúa estuvo de acuerdo con el cambio, que suprimía como causales de prohibición para crear partidos los motivos de «nacimiento, riqueza o título profesional».[29]

En la época, Antonio Sánchez de Bustamente comprendió la diferencia: «Entre la enmienda del señor Gonzalo Pérez y la de Morúa hay una diferencia tan grande que quizás sería más fácil dar un voto favorable a la de Morúa». Según Pérez, su enmienda se remitía a organizaciones políticas como los partidos, y no a las asociaciones (civiles), que podían integrarse por una sola raza a voluntad de sus miembros. La distinción entre la prohibición del racismo en la esfera pública (partidos) y su mantenimiento en el ámbito de lo privado (asociaciones) era observada como un serio problema por actores antirracistas, que tuvieron en la fecha escaso éxito.

La EM responde a la lógica republicana que Morúa había defendido desde muchos años atrás: la ciudadanía democrática podía alcanzarse solo a través de la «integración cubana».[30] Postula que el individuo abstracto, político, es el único universal y excluye los «particularismos» de «raza o color, clase con motivo de nacimiento, riqueza o título profesional». Con ello, se niega a admitir «exclusivismos» dentro de la ciudad política: promete un campo abierto para que todos puedan participar sin considerar sus diferencias.

Es una lógica pluralista que certifica la calidad de la ciudad política al estructurarse por la diversidad y el igualitarismo («no reconoce ni fueros ni privilegios personales» [párrafo 1 de la EM]), pero ancla la producción de lo social a un fundamento individualista, que se repite a sí mismo a imagen y semejanza del tipo de individuo contextualmente dominante en torno a criterios cruzados de clase, cultura, raza, género, edad, etcétera. Como he anotado antes, en el contexto del PIC, el complejo ideológico dominante relegaba al negro como individuo y a lo africano como una de las raíces de la cultura cubana y le ofrecía a cambio el asimilacionismo respecto al tipo de individuo dominante. No por azar, Morúa había sido por décadas uno de los voceros más representativos de dicho «asimilacionismo».

Sin embargo, esa lógica pluralista al no considerar las diferencias, contribuía a reproducirlas. En todo el articulado de la Constitución de 1901 no aparece una sola vez la palabra «raza», menos el término «discriminación», que solo será recogida más adelante en la Constitución de 1940. La EM se afinca sobre ese lugar: no cuestiona la explotación política, cultural y económica de las desigualdades realmente existentes. Con ello, el pluralismo en que se inserta la propuesta de Morúa deja intacta la posibilidad de clientelización de los ciudadanos dependientes y contribuye a producir una concepción patrimonial del estado: un instrumento que pertenece a la elite de los más poderosos para organizar la sociedad en su beneficio. Sobre la legitimación de esa desigualdad se aseguraba el «gobierno de unos pocos» sobre el pleno de la sociedad civil. En otras palabras, se justificaba el gobierno oligárquico.

El discurso del PIC tenía un lugar de enunciación diferente al de la ciudadanía abstracta: postulaba una ciudadanía texturizada por las identidades de clase y de raza que fuese capaz de revelar el lugar social subordinado que ocupaban como negros y como dominados, y de plantear un horizonte de transformación de ese lugar en tanto negros y cubanos.

Nacionalismo y «doble conciencia»

Es plausible sugerir que el discurso del PIC operaba desde una noción parecida a la que desde 1903 W.E.B. Dubois había llamado «doble conciencia».[31] Esta era el resultado de la existencia de una duplicidad coetánea en un mismo ser: «un americano y un negro». Con ello, describía la identidad de una misma persona con «dos almas, dos pensamientos, dos esfuerzos irreconciliables» que se mantenían separados con violencia.

Para el destacado intelectual afroamericano: «La historia del negro americano es la historia de esta contienda — este deseo de obtener la autoconciencia humana — unir este doble ser en un ser mejor y verdadero. En esta unión él no desea que ninguno de los viejos seres se pierda. (…) Él simplemente desea hacer posible para un hombre ser tanto negro como americano, sin ser maldecido y expulsado por sus compañeros, sin tener las puertas de la oportunidad cerradas reciamente en su cara».[32]

Si bien ha sido tradicional afirmar que el PIC actuaba desde una identidad racial que postergaba, o contradecía, la identidad nacional, en el discurso de esta agrupación son, sin embargo, negros y cubanos a la vez. Desde ese punto de vista, podía cuestionar que otros negros que les criticaban se considerasen primero cubanos y luego negros. El argumento combatía a Morúa, pero también releía a otro de los líderes históricos «de color», Juan Gualberto Gómez. Para este, la identidad nacional se colocaba por encima de cualquier identidad racial, haciendo imposible la existencia de esa «doble conciencia». Tal sustrato cultural acercaba a Juan Gualberto y a Morúa, y los alejaba del PIC.[33]

Pero la idea del PIC no era tan solitaria como a veces se supone. Lino Dou, destacado líder antirracista, colaborador ocasional de Previsión, opuesto a la EM y al alzamiento de 1912, propuso en abril de 1910 una contrarréplica radical a la EM: «No tendrá vida legal en Cuba, ningún partido, asociación o integración política, de enseñanza, religiosa, social o de recreo, en que no quepan en igualdad de circunstancias todos los ciudadanos cubanos, cualquiera que sea la raza a que pertenezcan».[34] Se trataba de politizar el antirracismo como un asunto presente y condenable en toda la sociedad, no reducible al ámbito de los partidos políticos.

Un mes antes de la propuesta de Dou, el PIC había advertido a sus miembros que «no estamos dentro de las condiciones a que se refiere esa ley (Morúa). En primer lugar, en nuestros Comités, están afiliados individuos de todas las razas que pueblan esta isla y sus variedades. Técnicamente, somos la expresión más pura del criollismo». Con similar sentido que Dou, explicaban que «Esa ley (Morúa) que el Senado ha aprobado ya, solo va dirigida contra los partidos liberal y conservador, que tienen la tendencia racista», pues defendían que la única emigración deseable para Cuba era «blanca y por familia».[35] Sin embargo, la propuesta de Enmienda de Dou resultó desechada por 50 votos contra uno.

El PIC sostenía un patriotismo cívico, no un nacionalismo racial.[36] Su reivindicación se expresaba desde un nacionalismo rival, alternativo a aquel que defendía la inexistencia de problemas raciales en Cuba. El PIC encontraba que el discurso de la igualdad de razas del republicanismo independentista era un lugar más radical para enunciar su discurso que el de un tipo de nacionalismo que, en el mejor de los casos, como los de Salvador Cisneros Betancourt y Manuel Sanguily, compartían ese ideal pero consideraba ya resuelto el problema negro en el contexto republicano.[37]

El problema que enfrentaba el PIC era más complicado que el que encaraba el nacionalismo cubano hegemónico en la fecha. Este último tenía como foco de atención la Enmienda Platt, pero consideraba aproblemática la cuestión del estado nación.

Es lo que hacían, por ejemplo, la Junta Patriótica y Julio César Gandarilla, resultando así parte del problema. Si bien la primera hacía gestiones prácticas para intentar abolir la Enmienda Platt, y ofrecieron espacio de diálogo al PIC, este encontró que varios de sus integrantes trataban «al negro como un ser inferior al blanco»… «y así `ya toda discusión será imposible´».[38] Gandarilla, comprometido con un antimperialismo de «corte liberal»,[39] hacía explícita su denuncia de cualquier «auxilio ajeno» al tiempo que escribía contra la protesta del PIC:

El pueblo cubano aniquilará solo, al negro traidor que por maldad pretenda hundir el país, el negro que quiera entregarnos por su criminal codicia en los colmillos de Taft, al negro que no confraterniza con el alma cubana, pero lo aniquilará sin ajeno auxilio, mil veces más peligroso que el crimen del negro enemigo de Cuba.[40]

Para ese nacionalismo, la nación tenía un problema fundamental con los Estados Unidos. Para el PIC, la nación tenía un problema consigo misma y con los Estados Unidos.

CyC niegan toda posibilidad a este tipo de nacionalismo. Lo rematan diciendo:

No es ya la Ley Morúa lo que preocupa á los directores del movimiento; y la carta de Evaristo Estenoz al cónsul de los Estados Unidos en Santiago, prueba que los que hace un mes se lanzaron al campo invocando los derechos de una raza, se darían por satisfechos hoy — á los treinta días cabales de iniciado el movimiento — con escapar al plomo y el machete de sus incansables perseguidores.

Esta es otra interpretación, la de la búsqueda de la intervención americana por parte del PIC, que se encuentra tanto en el pasado como en acercamientos académicos recientes, señaladamente en Rolando Rodríguez.[41]

Dos Repúblicas en conflicto

En esa línea, los impugnadores de la protesta del PIC la presentaron enfáticamente como un atentado contra la República cubana.

Sin embargo, la falta de reformas sociales había conseguido que la matriz de desigualdad colonial fuese reabsorbida por la República creada en 1902. Varona lo había argumentado con la idea de «colonia superviva». (También el gran intelectual había amenazado con renunciar a la presidencia del Partido Conservador si se anulaba la EM).[42] Irónicamente, la masacre contra el PIC fue la constatación brutal de esa idea. Todo el lenguaje colonial fue empleado contra «los negros»: «voluntarios», «guerrilla», «pacíficos», «presentados», «reconcentrados». En ello, los sectores más conservadores presentaron a Estenoz y su propuesta como mismo hicieron CyC: un «producto acabado y típico de una gigantesca revolución ultrademocrática que trastornó por completo la vida social y política del país, encumbrando á los menos capacitados y hundiendo en las sombras del olvido los más brillantes talentos y los más sólidos prestigios». CyC daban de alguna forma en el clavo: «El movimiento insurreccional cuyas postreras vibraciones estremecen todavía las montañas orientales, ha sido un brote racista, una protesta armada de los negros contra los blancos, de los antiguos siervos contra los antiguos señores».[43]

Los «antiguos señores» tenían, con justicia, un papel ganado en la nueva República. Manuel Sanguily lo defendió de esta manera: en la guerra «nos empobrecimos y arruinamos por ellos (los negros), que como decía aquel Martí que tanto los amó, sufrimos como ellos, más que ellos y bregamos bravamente por nuestra libertad». Sin embargo, ese discurso venía inextricablemente unido a una lógica paternalista: «…a empeños de cubanos debieron la emancipación los esclavos de esta isla…», «Así hayan sido millones los hombres de color que estuvieron junto a los cubanos en la revolución, el origen de esta, su preparación, su iniciativa, su programa y su dirección, esto es la Revolución en su carácter, su esencia y sus aspiraciones, fue la obra exclusiva de los blancos».[44]

Era una matriz común a varios sectores ideológicos. La compartían CyC: «los seis ó siete mil negros que respondieron al llamamiento, se marcharon al campo de la revolución impulsados por un solo sentimiento: odio al blanco, al blanco que en nada les había ofendido; que después de darles la libertad, hizo cuanto pudo por levantarlos del bajo nivel en que yacían…» y la compartía también el viejo autonomismo: «aunque la mayoría de los negros de Cuba fue siempre dócil, apacible, y respetuosa de la superioridad del blanco, no era ésta tan acepta a los mulatos, en quienes, como en todos los mestizos, producía mortificación el predominio de la raza superior».[45]

Se trataba de una poderosa corriente que el nacionalismo hegemónico encubría y que lo sucedido alrededor del PIC y su protesta armada colocó en primer plano.

La rebelión de 1912 debe entenderse entonces, también, como una rebelión contra ese paternalismo «blanco». Previsión lo expresó en tono tan jocoso como firme: «Queremos nuestros derechos, así sea para hacer con ellos lo que hacen los muchachos con sus juguetes: romperlos, desbarrigarlos para ver lo que tienen adentro, aunque después nos quedemos a la luna de Valencia».[46]

CyC describen cómo los soldados del Ejército iban a los «combates» contra los rebeldes al grito de «¡Viva la República!» Por su parte, días antes de ser asesinado, Estenoz escribía: «¡Alerta, pues, cubanos y a las armas! que ha sonado la hora de la redención definitiva para todos: para redimir a los unos de sus crímenes y de su salvaje egoísmo y a nosotros de la humillación en que vivimos por amar a la República y por temor de inferirle agravios a la patria».[47]

El Ejército protegía la República anclada a la colonia. Masacraba, en nombre de ella, a sus ciudadanos. Mantenía a sangre y fuego su perfil oligárquico. El libro de CyC es uno de sus más crudos alegatos. La propuesta del PIC operaba con una noción distinta a la de Morúa, y a la del Ejército, pero también republicana: completar la ciudadanía por la vía de encajar la diferencia social, cultural y racial en el contenido de la ciudadanía, dotándola de la mayor potencia igualitaria que esta puede adquirir: afirmar la diferencia e impedir la explotación de la desigualdad.

Ambos bandos gritaban «Viva la república», pero defendían nociones distintas de ella.


Notas:

[1] Todas las citas, a menos que se indique otra cosa, pertenecen a la antes citada edición de Bokeh.

[2] Rodríguez, Rolando (2010). La conspiración de los iguales. La protesta de los Independientes de Color en 1912. La Habana: Imagen Contemporánea, p. 128.

[3] Gómez, José Miguel. «Proclama al pueblo de Cuba», Diario de La Marina. 07.06.1912.

[4] Según esa nota, le habían sugerido esta receta: «Tres retoños col blanca, tres macutos col morada, tres hojas de maíz morado. Hiérvase todo reunido y échesele una cucharada de aceite de higuereta, cinco granos de maíz quemado por espacio de nuevo días y nueve mañanas lo tendrá al sereno y tomará una cucharada». La Discusión, 20.06.1912.

[5] El artículo 614 del Código Penal establecía: «Serán castigados con la pena de arresto mayor, si el hecho no estuviere penado en el libro segundo del mismo, es decir, como defraudadores especialmente por el artículo 565, los que por interés ó lucro interpretan sueños, hicieran pronósticos ó adivinaciones ó abusaren de la credulidad pública, ó de otra manera semejante». Roche y Monteagudo, Rafael. (1908) La policía y sus misterios, prólogo de Rafael Conte, Imprenta «La Prueba», Obrapía 99, La Habana, p. 89.

[6] El Triunfo. 14.06.1912.

[7] Castellanos, Israel. (1914), «El tipo brujo», Revista Bimestre Cubana, Vol. IX, septiembre-octubre, №5, p. 334.

[8] El Mundo. 09. 02. 1910.

[9] «Los generales orientales», Previsión, 15.09.1908.

[10] Mustelier, Gustavo E. (1912), La extinción del negro. Apuntes políticos-sociales, (Habana: Impr. de Rambla, Bouza y Ca.). El autor sostenía que: «Un concepto egoísta y groseramente utilitario de la vida, un irreflexivo oportunismo, licencia desenfrenada en las costumbres, imprevisión peligrosa en los hábitos, brutal e indomable egotismo, tales son las cualidades que se advierte en el tipo cubano y que no son, en manera alguna, heredadas del progenitor íbero, sino habidas por contagio o transmisión del elemento negro», p. 23.

[11] Roche afirmaba, por ejemplo: «Tenemos la profunda convicción de que el brujo, tras su supina ignorancia, es un hipócrita farsante que explota la credulidad agena, en provecho propio, con pleno conocimiento de sus actos innobles y criminales, no deteniéndose en los medios, por delictuosos que sean, para llevar á cabo su obra». Para Conte, Roche era «el mejor de nuestros agentes». Roche y Monteagudo, Rafael. (1908), La policía y sus misterios, prólogo de Rafael Conte, Imprenta «La Prueba», Obrapía 99, La Habana, p. 86.

[12] Para esa comprensión, las razas eran entidades radicalmente separadas entre sí. Tenían origen en trocos diferentes, con nada en común: «no todo lo que tiene rostro humano es un hombre». Ver Johann Chapoutot, La revolución cultural nazi, traducido del francés por Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2018.

[13] Según Ada Ferrer: «Los historiadores estiman que los hombres de color constituían por lo menos 60% de ese ejército. Pero no se trataba de un ejército en el cual masas de soldados negros combatían bajo el mando de un número mucho menor de oficiales blancos, pues muchos soldados negros y mulatos fueron ascendiendo de jerarquía hasta llegar a puestos de capitanes, coroneles y generales y ejercer autoridad sobre hombres identificados como blancos. A finales del período de 30 años, un historiador estima que alrededor de un 40% de los oficiales eran hombres de color». Ferrer, Ada. (2011). Cuba insurgente: Raza, nación y revolución (1868–1898). La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, p. 5. El PIC pretendió varias contranarrativas frente a esa acusación. Varios años antes de la protesta de 1912, existía ya una muy elaborada en Previsión. Fue creada por Julián V. Serra a través del personaje «José Rosario», que inculpaba precisamente al recién creado Liborio de ser el cobarde. Serra, Julián V. «Liborio y José Rosario», Previsión. Año 2. 30.12.1909.

[14] El Mundo. 12.05. 1912.

[15] «La revolución en Oriente». El Mundo, 21.05.1912.

[16] «Política judicial y cábala política», El Mundo. 07.05.1910.

[17] Bronfman, Alejandra. (2001), «La barbarie y sus descontentos: raza y civilización. 1912–1919», Temas. №24–25, enero-junio, pp. 23–33.

[18] El rumor de Haití en Cuba: Temor, raza y rebeldía (1789–1844), (Mª Dolores González-Ripoll Navarro; Consuelo Naranjo Orovio; Ada Ferrer; Gloria García Rodríguez; Josef Opatrný), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004. Ver también Ferrer, Ada. (2014). Freedom’s Mirror. Cuba and Haiti in the Age of Revolution. Cambridge University Press.

[19] «La convulsión racista». El Mundo, 21.05.1912.

[20] Diario de La Marina. 08.06.1912. (Se propuso sustituirlo por un blanco.)

[21] Diario de La Marina. 07.06.1912.

[22] de Velasco. Carlos. (1913), «El problema negro». Cuba Contemporánea, Tomo 1. Febrero, №2, pp. 74–75.

[23] Helg escribe sobre esa zona: «En regiones donde hubo poca presencia de independientes como Holguín y la bahía de Nipe, también se llevaron a cabo masacres y ejecuciones sumarias y los cuerpos de los negros dejados colgando de los árboles, o dejados tirados a la orilla de los caminos, sin que se hiciese ningún esfuerzo para enterrarlos o para exigir responsabilidad por las ejecuciones». Helg, Aline (2000). Lo que nos corresponde. La lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba (1886–1912). La Habana: Imagen Contemporánea, p. 306.

[24] de Velasco, Carlos. (1913), «El problema negro». Idem.

[25] «1793–1910», Previsión. 28.02. 1910.

[26] Morúa Delgado, Martín. «Toussaint de L`Ouverture». Cuba y América, 17.05.1903. Vol. XI. №3, pp. 316–321.

[27] Previsión. 20.03.1910.

[28] Morúa Delgado, Martín. (1910), Enmienda presentada por el Senador M. Morúa Delgado. Debate y resolución sobre la misma. Papelería y Encuadernación La Rambla y Bouza, La Habana.

[29] Ver Canales Carazo, Juan. (1910), Amarguras y realidades del ilustre cubano Martín Morúa Delgado: Compilación de datos relativos a su labor. La Habana: Imprenta cubana.

[30] Morúa Delgado, Martín. (1957), Integración cubana y otros ensayos. Obras completas de Martín Morúa Delgado, Vol III., Primera edición.

[31] Dubois, W.E.B. (1903), «Of Our Spiritual Strivings». En The Souls of Black Folk. Versión electrónica (eBook), Project Gutenberg, Champaign, disponible en: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:A5ZW6pWf2E4J:https://www.gutenberg.org/ebooks/408&hl=es-419&gl=de&strip=1&vwsrc=0

[32] Idem.

[33] La rivalidad por las diferencias estratégicas e ideológicas entre Morúa y Juan Gualberto Gómez era de antigua data. Juan Gualberto criticó la Enmienda Morúa y también el alzamiento del PIC. Cuando Previsión revelaba las diferencias entre ambos, se posicionaba a favor de Juan Gualberto.

[34] Cámara de Representantes, 14.04.1910. Diario de sesiones del Congreso. Cámara de Representantes, p. 15.

[35] Previsión. 05.03.1910.

[36] Es necesario hacer notar que la diferencia entre nacionalismo étnico o cívico se justifica desde un lugar nada neutral: el nacionalismo del Estado nación. Valorar positivamente el cívico (como universalista y democrático), y colocar en el campo de lo étnico el sectarismo y el privilegio, esconde como un hecho natural la forma en que la cultura dominante acepta sin trabas solo lo que ella misma promueve: la asimilación a sus códigos. No existen, «en rigor, dos tipos ideales de nación, uno étnico y otro cívico, sino que el tipo ideal, si así lo formulamos, del fenómeno nacionalista se configura en torno, precisamente, a la articulación inextricable de elementos étnico-culturales y cívicos, que en cada caso se concretan además en síntesis político-ideológicas muy diferentes». Máiz, Ramón. (2005), «Nacionalismo e inmigración en Francia: la republique une et indivisible y el affaire du foulard», Revista de Estudios Políticos (nueva época), Núm. 129, julio-septiembre, pp. 5–37.

[37] Ver Martínez Heredia, Fernando (2001), «El problemático nacionalismo de la Primera República». Temas (Habana) 24–25:34; y Mendieta Costa, Raquel (1989), Cultura, lucha de clases y conflicto racial. 1878–1895. La Habana: Pueblo y Educación.

[38] Previsión. «Baterías de rebote». 08.1908. (No se distingue el día en la copia consultada.)

[39] González Aróstegui, Mely del Rosario (2000), «Antinjerencismo y antimperialismo en los inicios de la República en Cuba», Temas, no. 22–23, julio-diciembre, pp.13–14.

[40] Gandarilla, Julio César. «Impreso referente al Presidente José Miguel Gómez, a la injerencia norteamericana y al enfrentamiento a los negros». ANC. Legajo 296 — No 44. 27.05.1912.

[41] Rodríguez, Rolando (2010), La conspiración de los iguales. La protesta de los Independientes de Color en 1912. La Habana: Imagen Contemporánea. Ofrezco información sobre la postura del PIC en torno a la intervención americana en el texto «Una réplica documental sobre el `anexionismo´ de Evaristo Estenoz. Una propuesta sobre su testamento político», aún inédito. En él concluyo que la carta a la que refieren CyC era apócrifa.

[42] Diario de La Marina. 20.02.1910.

[43] Las cursivas pertenecen a Julio César Guanche, autor de este trabajo.

[44] «Discurso pronunciado el 19 de febrero de 1910 en el banquete en el gran teatro Polyteama que le ofrecieron sus amigos como ocasión de su nombramiento de secretario de Estado». En Manuel Sanguily (1919), Discursos y conferencias, t. 2, Habana: Impr. de Rambla, Bouza y Ca., pp. 489 y ss.

[45] Apuntes sobre la cuestión de Cuba. Por un autonomista. 1897. (Sin otros datos en esa edición)

[46] «Al trote». Previsión. 05.11. 1909.

[47] La Discusión, 21 de junio de 1912, p. 11.


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