Por Antonio García, Primer Comandante del ELN
Los reyes judíos ―como Herodes, El Grande― que gobernaron Judea en tiempos de Jesús, sirvieron de manera incondicional al Imperio Romano y dieron la espalda a las luchas de su propio pueblo cuando intentaba alcanzar la independencia de Roma. Fueron tiempos de rebeldía y alzamientos armados contra los cuales Herodes aplicó el terror. Implementó medidas totalitarias, de extrema crueldad y represión, que le convirtieron en un servidor de valor para el Imperio en tanto garantizaba la estabilidad de la región.
En ese mismo territorio está ubicada lo que es hoy Palestina, un territorio que padece un abierto, claro y violento proceso de despojo genocida por parte de Israel.
Benjamín Netanyahu, nacido en 1949 en Tel Aviv, representa al partido Likud y es conocido por su enfoque ultraconservador, reaccionario, enfocado en acentuar políticas de seguridad, y como un extremo supremacista.
Se ha caracterizado por sus políticas de terror, desbordada violencia, abierta injusticia, irrespeto por la normatividad internacional, desconocimiento total de los marcos de acción frente al uso de la fuerza y, por lo tanto, la violación abierta de los Derechos Humanos. Netanyahu ha manifestado abiertamente un relato en el que reivindica a Israel como pueblo elegido, con el «aval sagrado» para ―entre otras cosas― masacrar al pueblo de Palestina al punto de perpetrar dolor y sufrimiento extremos.
Se trata de un político al servicio incondicional del hoy decadente Imperio Norteamericano, que le protege y sostiene debido a que es el motor de sus políticas de desestabilización regional para el sostenimiento de sus intereses.
El mundo lleva presenciando, en vivo y en directo por más de 100 días, un genocidio contra el pueblo palestino.
Las cifras emitidas por las embajadas dan cuenta del horror: al 22 de diciembre superaban las 20 mil personas asesinadas por Israel, de ellas más de 8 mil niños y niñas, más de 6 mil mujeres, 136 personas adscritas a la ONU, pasan de 90 reporteros y de 58 mil heridos (apenas un mes después ya esas cifras contabilizan más de 27 mil víctimas mortales). Se reporta también que 110 profesionales de los equipos médicos palestinos han sido secuestrados por fuerzas israelíes. El 93 % de la población de Gaza se encuentra en situación de desplazamiento forzado interno, etcétera.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) denunció que 23 hospitales ya no funcionan. Las instituciones médicas han sido objeto de bombardeos indiscriminados, violando convenios internacionales. Solo nueve hospitales funcionan parcialmente, y solo cuatro funcionan totalmente, pero con el mínimo de posibilidades. La alianza mundial de la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria (CIF) dijo que Gaza se encuentra a unos niveles catastróficos de inseguridad: el 93 % de la población se encuentra ya en niveles críticos de hambre. Las enfermedades infecciosas aumentan: más de 100 mil casos de diarrea, sobre todo en menores de 5 años; 150 mil casos de infecciones respiratorias superiores; numerosos casos de meningitis, erupciones cutáneas, sarna, piojos, varicela. Todo ello suma otro gran drama: el aumento de problemas de salud mental. En Gaza se estima una media de una ducha para 4.500 personas, un inodoro por cada 220, y el agua limpia es un bien escaso.
Un genocidio que se desarrolla frente a los estados y gobiernos que dicen defender la normas, la Ley y los derechos. Un genocidio contra el pueblo palestino que es una afrenta contra la humanidad. Resuena la ausencia de una real solidaridad de los estados, el fracaso abrumador de los sistemas de gobierno, la autonomía de los pueblos y de los sistemas internacionales.
Esto que ocurre es un rotundo fracaso moral de Occidente. Son los pueblos quienes se han organizado, movilizándose, exigiendo y generando cientos de campañas. Presionando, visibilizando y abriendo debates en todo el mundo sobre la necesidad de replantear el orden internacional, el mundo basado en normas.
Se han dado fuertes cuestionamientos a organismos como la ONU y al hipócrita discurso de los Derechos Humanos.
Al mismo tiempo, se reafirma el sagrado derecho a la rebelión. La lucha de los pueblos continúa y es portadora de la esperanza.
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