Por: Josué Veloz Serrade y Pablo Vergara
En esa madrugada de luz,
levantada a golpes
de voces blancas,
él baila lo que ella dicta
desde comisuras apretadas
por el fango.
Su cuerpo danza
en la sonrisa de ella
sonidos que nos liberarán,
si nos atrevemos
a cantar desnudos
sobre orejas oligarcas.
Cuando carga el mundo
en el cuerpo de ella,
sonríe-llora
porque el quilombo no se rinde:
aunque una luz-hoguera
cierre los brazos,
y en una bicicleta muerta
duerman nuestros sueños de tierra.
Tras la mejilla risueña de ella
descansa un bastón metálico,
que se mueve al compás
de estruendos repentinos,
entonces el baile
toma formas violentas,
y el bastón comienza a disparar
hasta que cesa toda música.
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