Comunismo: un ya no y un todavía

Mario Tronti

*Texto publicado en colaboración con Patrias. Actos y letras.

Tomado de Comunismo necessario. Manifiesto a più voci per il XXI secolo (a cura di C17) — Comunismo necesario. Manifiesto a varias voces para el siglo XXI (edición al cuidado del C17) — , Mimesis Edizioni, Milán-Udine, 2020 (pp. 44–48). Traducido del original en italiano por Rolando Prats. Todas las notas son del traductor.


Una primera acotación sobre el título: Comunismos[1]. No me gusta el plural, me molesta — y ello intelectualmente, no en un sentido práctico — la ideología del pluralismo. Considero que, en cada caso, es una forma de generalizar un problema y, por tanto, de neutralizarlo. Un concepto fuerte se expresa siempre en singular. Y fuerte es sin duda el concepto de comunismo. Pondré un ejemplo para aclararlo. Hoy en día se suele hablar en plural del concepto de “trabajo”. Es indudable que existe una pluralidad de trabajos: el trabajo dependiente, el trabajo autónomo de varias generaciones, el trabajo inmaterial, el trabajo precario, el no trabajo, etc. Pero esa es solo una descripción sociológica.

Para valorizar el tema, que no es solo de estudio sino también de lucha, es necesario que el pensamiento ponga de relieve el concepto político del trabajo.

Lo mismo ocurre con la palabra comunismos. Es bueno comparar diferentes ideas del comunismo, a nivel de la teoría y a nivel de la experiencia. Pero hay que tener en cuenta una cosa. Debemos saber que esas palabras, socialismo, comunismo, son hoy monedas fuera de circulación, con las que no se puede pagar más allá de círculos académicos, o de asambleas “participativas”. Como discurso político y como escucha del pueblo es lo mismo que preguntarse si hay vida en Marte. Recuperarlas y ponerlas de nuevo en circulación ¿es una tarea teórica posible en la práctica? ¿O se trata de pensar en otra cosa para colmar el vacío a que da lugar el desbancamiento del presente? En ese sentido, quizás se pueda hacer una distinción entre ambas palabras. Socialismo me parece una palabra más gastada que comunismo. A la primera se le ha dado una realización, históricamente fallida. De la segunda, queda un anhelo que aún no se ha desmoralizado.

Hay en ella, en definitiva, “un ya no y un todavía” que es posible atravesar.

Sin embargo, para entrar con mayor precisión en materia, veo dos actos de fundación respecto a la idea-fuerza del comunismo. Un primer acto, siglo XIX. 1847, Marx toma una decisión: abandona la Liga de los Justos para fundar la Liga de los Comunistas. Es la premisa de la redacción, al año siguiente, del Manifiesto del partido comunista. La palabra comunismo circulaba en los libros de la época, Weitling, Cabet y otros. Pero es muy significativo que los comunistas nazcan como una superación de los justos. No es la justicia, como tampoco lo será la igualdad, el rasgo por el que se hará distinguir el comunismo. Será, más bien, el punto de vista revolucionario del proletariado. Segundo acto, siglo XX. La palabra comunismo se había visto eclipsada durante el período de la Segunda Internacional, en favor de la palabra socialismo, paralelamente al revisionismo del marxismo. 1914, el voto favorable de la socialdemocracia alemana a los créditos de guerra provoca la ruptura con la tradición socialista y la nueva decisión de llamarse comunista. La transición se completará cuando en Rusia el Partido Obrero Socialdemócrata pase a llamarse Partido Comunista. Nacen los bolcheviques — mayoría, como ha de recordarse — , contra los mencheviques, o minoría. No son nombres neutrales. Si los comunistas son la fuerza que organiza al proletariado, no pueden reducirse a una minoría en el seno del movimiento obrero.

Expongo aquí, claramente, mi posición. Mi comunismo es Lenin. Mi comunismo son los comunistas. Es el partido comunista.

No es el horizonte utópico y edénico de seres humanos al fin iguales y definitivamente justos. Comunismo es la forma más eficaz que se haya ensayado de combatir y derrotar al capitalismo. Así que comunismo es la revolución de los bolcheviques, es el Octubre rojo de 1917. El centenario nos invita a volver a pensar en ese acontecimiento. Y, en primer lugar, a repetir la pregunta: ¿qué es revolución? ¿Qué es evolución política? Hoy, todos son, en el mejor de los casos, neorreformistas. En el peor, neoliberales. Y todos, indistintamente, paleodemócratas. Sin embargo, veo un retorno de los problemas clásicos, una vez pasada la resaca postmoderna. Lo veo a nivel geopolítico, a nivel social, a nivel institucional. Dicho de otro modo, me parece vislumbrar — permítaseme decirlo así — un retorno de la historia moderna tras el fin de la historia contemporánea.

​La tragedia del socialismo en Rusia comenzó con la muerte prematura de Lenin. Sí, porque debemos hablar de un acontecimiento trágico cuando hablamos del intento comunista de construir el socialismo. Ese fracaso sigue condicionando cada uno de nuestros actos y todavía llega a condicionar cada uno de nuestros pensamientos. Muchas preguntas siguen sin respuesta. Sobre todo una: ¿era posible otro camino? ¿O el que se siguió era, en última instancia, obligatorio? No hay que olvidar las condiciones objetivas iniciales: el fracaso de la revolución en Occidente, la terrible guerra civil, el cerco capitalista que sobrevino; en lugar de una revolución permanente, una guerra permanente en medio de la cual tuvo lugar el experimento. Lo único que se puede decir ahora, con un mínimo de razón crítica, es que la duplicidad de aquel Lenin revolucionario y estadista nos sigue hablando, en la inmensa diferencia de contingencia e historia que nos separa de aquel tiempo. Ambas dimensiones han de superarse y preservarse: la instancia estratégica de la ruptura revolucionaria, destituyente, y la posesión táctica de la ulterior fase postrevolucionaria, constituyente.

Entonces, ¿cómo encarar la Rusia del 17? Aconsejaría aislar el acto revolucionario de sus secuelas. No se puede ocultar el sol de Octubre con las nubes grises y tormentosas de la construcción del socialismo en un solo país. Sólo así es posible registrar el fracaso de esa construcción particular sin comprometer el valor universal de esa revolución. ¿Fue el acto revolucionario, en ese momento y en ese espacio, oportuno, necesario, legítimo? Una primera respuesta: no fue un acto de aventurerismo político, fue un acto de realismo político. Se había creado un vacío de poder: era oportuno, necesario, legítimo, colmarlo. Había un estado de excepción y existía y estaba presente el soberano capaz de decidir: el partido comunista bolchevique. La organización funcionaba, desde abajo, incluso mientras muchos de sus líderes se encontraban ausentes, en el exilio. Visto así, es necesario hablar de ellos, de los bolcheviques. Y es necesario hablar, sobre todo, de Lenin. No hay Octubre sin Lenin. Y no hay Lenin sin Octubre. Sin ese acto victorioso, Lenin se habría quedado en los libros de historia, uno más de muchos agitadores nobles e inconclusos. ¿Fue un golpe de estado? Agnes Heller[2] habló de un golpe de estado de Lenin. Tesis que había sido refutada de antemano, en 1924, por la magistral obra de Lukács sobre Lenin, Studie uber den Zusammenhang seiner Gedanken[3].

No hubo improvisación alguna. El acto fue preparado y calculado. Hay, como en todo gran acontecimiento, causas circunstanciales y causas remotas. Es por esa razón que Lenin regresa a Rusia, independientemente de quien tuviera interés en hacerlo regresar. Es a partir de las Tesis de abril que se llega, por consiguiente, a Octubre. Los días de julio parecían haberlo puesto todo en tela de juicio. Y, en agosto, Lenin vuelve a ausentarse. La tentativa de golpe de Kornilov es un paso fundamental. Kerensky se amedrenta y llama en auxilio a los guardias rojos. Los arma, con las mismas armas que se utilizarán para atacar el Palacio de Invierno. Lenin y Trotsky trabajan codo con codo, uno en la preparación política, el otro en la preparación militar. Y la guerra: no hay revolución rusa sin la gran guerra imperialista. Y sobre todo sin la consigna de salir de ella costara lo que costara, que lleva a los soldados a unirse a los obreros y campesinos. Y están las causas remotas. Los años 1905 y 1917 marcan una sucesión clásica de acontecimientos. Y se repiten, y se reconcilian, en las figuras de Febrero y Octubre. Y en la continuidad consolidada de la gran iniciativa de los sóviets. Detrás, de lejos y de cerca, está la tesis leninista de que los comunistas han de situarse a la cabeza de la revolución democrática como etapa indispensable para la revolución socialista. Exactamente a la cabeza, no en la cola, porque sólo así se puede asegurar el resultado deseado y programado. Movimientos tácticos, exactamente, pensamientos estratégicos, exactamente. Es así como se hace. Es así como se debe hacer.

Ahora bien, ¿podemos aislar efectivamente el acto comunista del 17 del proceso de construcción del socialismo? Lo podemos, a condición de dar paso a una reflexión sobre las secuelas de la conquista del poder, en busca de un posible séquito diferente del que tuvo lugar. Aquí nos sirve de ayuda el otro Lenin: ya no el revolucionario, sino el estadista. No el uno contra el otro. Más bien el uno dentro del otro. Impresionantes las diferencias en la unidad de la persona. Dos en uno: puesto que se ha de serlo en una sociedad dividida y conflictiva, en la que hay que estar dividido para poder ser también conflictivo de manera eficaz. De lo contrario, se deja de corresponder con la realidad de las cosas. Y si se deja de guardar correspondencia con esa realidad, no se echa abajo lo que se quiere derribar. Lenin había escrito El Estado y la revolución en el verano del 17, interrumpido para hacer la revolución, no sólo para pensar en ella. En el Smolny la revolución ha dejado de existir, lo que existe ahora es el Estado, que sigue siendo el viejo Estado, y existe la vieja sociedad.

Han de leerse los escritos y discursos posteriores, de un Lenin aislado, ahora que propone la NEP[4], como lo había estado antes cuando propuso hacerse de una vez con el poder. Para empezar dice: no se puede hacer de una vez el socialismo. El autor de El desarrollo del capitalismo en Rusia, en controversia con los Amigos del Pueblo, retoma esos temas. El capitalismo no se echa abajo de un solo golpe, se supera a lo largo de un proceso. Y en una sociedad semi-atrasada la transición es más larga. Con la política al mando, se trata de guiar la transición del capitalismo al socialismo, al igual que se había guiado la transición de la revolución democrática a la revolución socialista. Así que, provisionalmente: volver a poner en funcionamiento el mercado después de la economía de guerra; gestionar el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el control del Estado; saber aprovechar en la administración las habilidades de los funcionarios burgueses; saber poner a trabajar en las fábricas a los gestores especializados que queden; para aumentar la productividad del trabajo es necesario incluso echar mano al taylorismo; para mantener el consentimiento de los campesinos devolverles por el momento la propiedad de la tierra.

Para confirmarlo, se podrían allegar decenas de citas. Viene al caso citar, por ejemplo, Lenin. Economía de la Revolución[5], colección de discursos del líder bolchevique de noviembre de 1917 a marzo de 1923. Ejemplos. Del Discurso pronunciado en el Segundo Congreso de los Trabajadores del Transporte Fluvial, 15 de marzo de 1920:

“Si se pudiera construir el comunismo con especialistas no imbuidos de opiniones burguesas, sería muy fácil, pero ese comunismo no sería sino fruto de la fantasía. Sabemos que nada cae del cielo, sabemos que el comunismo nace del capitalismo, que sólo de sus vestigios puede surgir el comunismo; malos vestigios, es cierto, pero no hay otros […][6].”

Y en su último escrito, que lleva el significativo título leniniano de Más vale menos, pero mejor, el 2 de marzo de 1923:

“El capitalismo educa y entrena a la enorme mayoría de la población para la lucha […] Pero lo que nos interesa no es la inevitabilidad de la victoria final del socialismo. Nos interesa la táctica a la que nosotros, el Partido Comunista de Rusia, nosotros, el gobierno soviético de Rusia, debemos atenernos para impedir que los Estados contrarrevolucionarios de Europa occidental nos aplasten […] En esto, y sólo en esto, residen nuestras esperanzas. Sólo entonces podremos, hablando en sentido figurado, apearnos de un caballo para montarnos en otro, es decir, pasar del mísero caballo del muzhik, del jamelgo de la economía adecuada a un país campesino arruinado, al caballo que el proletariado busca y no puede dejar de buscar para sí, al caballo de la gran industria mecánica, de la electrificación, de la central eléctrica de Vóljov, etc.[6]”

La tragedia del socialismo en Rusia comenzó con la muerte prematura de Lenin.

Sí, porque debemos hablar de un acontecimiento trágico cuando hablamos del intento comunista de construir el socialismo. Ese fracaso sigue condicionando cada uno de nuestros actos y todavía llega a condicionar cada uno de nuestros pensamientos. Muchas preguntas siguen sin respuesta. Sobre todo una: ¿era posible otro camino? ¿O el que se siguió era, en última instancia, obligatorio? No hay que olvidar las condiciones objetivas iniciales: el fracaso de la revolución en Occidente, la terrible guerra civil, el cerco capitalista que sobrevino; en lugar de una revolución permanente, una guerra permanente en medio de la cual tuvo lugar el experimento. Lo único que se puede decir ahora, con un mínimo de razón crítica, es que la duplicidad de aquel Lenin revolucionario y estadista nos sigue hablando, en la inmensa diferencia de contingencia e historia que nos separa de aquel tiempo. Ambas dimensiones han de superarse y preservarse: la instancia estratégica de la ruptura revolucionaria, destituyente, y la posesión táctica de la ulterior fase post-revolucionaria, constituyente.


Notas

[1] Se refiere Tronti al título de la sección de Comunismo necessario en la que se recogen cuatro contribuciones o intervenciones, sin título — de Maria Luisa Boccia, Luciana Castellina, Augusto Illuminati y la suya — , hechas durante la sesión Comunismi (Comunismos). El título con el que se publica aquí ahora la intervención de Tronti es del traductor.

[2] Filósofa y pensadora política húngara (1929–2019), a quien se considera la figura más representativa de la llamada Escuela de Budapest. En su juventud, militó en el partido comunista húngaro. Realizó sus estudios de doctorado bajo la guía de Lukács. Autora, entre muchos otros títulos, de Teoría de las necesidades en Marx (1976), (Coyoacán, 2013), Teoría de la historia (1982) (Fontamara, 2013) y Teoría de los sentimientos (s/f) (Península, 2004).

[3] En alemán en el original en italiano. Cf. György Lukács, Lenin. La coherencia de su pensamiento (Introducción, traducción y notas de Jacobo Muñoz), Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2016 (1a edición). Accesible electrónicamente aquí.

[4] Siglas, en ruso, de Новая экономическая политика (Nueva Política Económica), nombre por el que se conoce un conjunto de medidas propuestas en aquel entonces por Lenin con el objetivo de introducir reformas que condujeran al establecimiento de una economía mixta bajo el control del Estado.

[5] Cf. Lenin. Economía de la Revolución (editado por Vladimiro Giacché) (Trad. de Ignazio Ambrogio et al), Milán, il Saggiatore, 2017. La traducción de todas las citas es de Rolando Prats.

[6] Idem, p. 283.

[7] Idem, p. 492.


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