¿Cambio de época en nuestra América o devenir histórico en disputa?

Por Germán Sánchez Otero

Ponencia presentada en el Foro Internacional Revolución y Cambio de Época en el siglo XXI de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, desarrollado en Caracas entre el 3–4 de febrero de 2022.

http://www.cubadebate.cu/especiales/2022/02/09/declaracion-del-foro-debate-internacional-revolucion-y-cambio-de-epoca-en-el-siglo-xxi/

Ha sido pertinente este foro internacional para debatir el complejo tema Revolución y Cambio de Época en el siglo xxi. Aludiré algunos asuntos, asociados a la interrogante del título. Asumo este concepto matriz: una época histórica nueva de alcance global sucede al trocarse, de modo sustantivo y en un lapso histórico de mediano–largo plazo, las relaciones de producción, el control del poder a escala ecuménica y en los Estados nacionales, la ideología política hegemónica, la cultura y el desarrollo de las ciencias y las tecnologías. Ello supone, por ejemplo, que se invierta la aberración actual de la democracia en el mundo capitalista, donde los que son electos no deciden lo esencial y quienes disponen no han sido electos.

Puede ser aceptable la noción de cambio de época para un país o región si el término es acotado a factores sociopolíticos o de otra categoría humana. Verbigracia, la Revolución Cubana inicia un nuevo tiempo histórico en nuestra América, al resolver de manera radical el tema del poder, subvertir el orden capitalista, lograr la independencia del imperio e inaugurar la transición socialista rumbo a la utopía comunista. Y todo ello con impactos medulares a escala hemisférica, hasta el presente.

¿Acaso fue prematuro definir un «cambio de época» en este siglo XXI en la América Latina y el Caribe, al interpretarse los procesos asociados a los gobiernos llamados «progresistas» y el formidable impacto continental de la Revolución Bolivariana, conducida por un líder excepcional?

¿Se tomaron en cuenta las diferencias subyacentes en tal generalización? En la mayoría de esos países, no ocurren mudas estructurales ni se altera el sistema de poder. Tal vez el entusiasmo y cierta ingenuidad no permitieron apreciar las fronteras y lasitudes de tales procesos. Hubo triunfalismo. Se creyó a menudo que eran irreversibles y que se había logrado alcanzar el poder, y no apenas el control relativo y temporal del Gobierno.

Chávez sí concibió y dirigió de modo eficaz un auténtico proyecto revolucionario bolivariano de orientación anticapitalista y socialista, con una proyección continental. Alertó una y otra vez sobre los peligros que acechan a la Revolución Bolivariana y planteó con vehemencia la necesidad de avanzar hacia lo que él llamara «el punto de no retorno». Nunca subestimó ni sobrestimó las fortalezas del imperialismo. Estudió a fondo su naturaleza y la crisis de gran calado que afronta, mas sabía que ese mega sistema aún tiene ingentes poderes y que los Estados Unidos es la potencia dominante a escala global. Hizo todo cuanto pudo, y más, para ayudar a debilitarlo y acelerar su hundimiento, pero no esperaba que ello ocurriera en breve lapso. Engendró esperanza, no ilusiones superfluas.

La contraofensiva de Washington a partir del golpe de Estado en Honduras en 2009 y los desenlaces ulteriores de varios gobiernos progresistas, sin desmedrar sus méritos y aportes, dan cuenta del poderío imperial. Y también muestran los desatinos y flaquezas de aquellos, de sus partidos afines y de los movimientos sociales cooptados o excluidos del poder, unas veces debido a insuficiencias de la izquierda y otras, a las manipulaciones del sistema dominante.

Hubo premura en hablar de una etapa post neoliberal. El neoliberalismo no ha sido derrotado en la mayoría de nuestros países y menos en las relaciones económicas externas. Atenuó o enmascaró sus modos de existir, y muchas veces ni eso. Es la forma preponderante del capitalismo globalizado y, en su versión regional subordinada al capital transnacional, solo será vencido cuando los pueblos alcancen el poder íntegro del Estado e instauren regímenes anticapitalistas.

Es necesario evaluar todo esto de manera sincera y profunda, pues las posibilidades de revertir retrocesos y deslices son enormes. Están a la vista procesos alentadores en México, Bolivia, Chile y Honduras. Continúa siendo primordial la resistencia creativa ejemplar frente al imperio de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y son visibles las bregas diversas de numerosos movimientos sociales, signos del potencial existente para avanzar hacia un horizonte emancipador.

Washington y la derecha conservadora y fascista no han podido imponerse en estos años como en los tiempos de Pinochet y las demás dictaduras del Cono Sur. Tal realidad es notoria –cada país con su impronta– en Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Chile, Argentina, México y Brasil… Pero es urgente –y posible–, aprovechar con más vigor, constancia e iniciativas los escenarios de crisis post pandemia que podrían sobrevenir, a fin de acumular fuerzas y poder popular, a escala nacional y regional.

Es menester estudiar cómo funciona integralmente el sistema capitalista mundial y, en particular, conocer sus modos de reproducirse en nuestra América y en cada país. No hacerlo significaría enfrentar a ciegas o de manera distorsionada un descomunal enemigo, del que se desconocen o se perciben mal sus fuerzas, recursos, aliados, estrategias, argucias, métodos y también sus flaquezas estructurales y las debilidades de sus políticas.

Las estrategias políticas no fundadas en el análisis de los escenarios y de los movimientos reales –nacional, regional y mundial–, son inoperantes y peligrosas. Pueden conducir a la derrota y retardar el curso de las revoluciones deseadas. Estas palpitan en determinadas encrucijadas históricas que es obligatorio diagnosticar con certeza para fomentar y conducir los cambios radicales con mayor probabilidad de triunfar. Y defenderlas por medio del ejercicio democrático del poder soberano del pueblo, sustentado en la hegemonía de un proyecto liberador auténtico Y, por ende, con el respaldo de las armas de las ideas y las de un poder militar que garantice su defensa, como se ha logrado en Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Los líderes de los movimientos populares, de los ámbitos culturales y del pensamiento crítico son primordiales, tanto como los que conducen a los partidos de izquierda. Es necesario contribuir a que en ellos primen el altruismo, la creatividad, la disciplina, la organización eficaz, el empleo idóneo de los medios de comunicación y el interés por la teoría revolucionaria. Les corresponde ser portadores genuinos de una cultura democrática respetuosa de la soberanía popular. Actuar «en la calle» y en los campos, aprender del pueblo más que de los sabios, y estar presto a corregir desatinos y saber encontrar el camino. Aprender con humildad de la gente. Mandar obedeciendo el consenso. Y no despreciar lo pequeño ni las opiniones de quienes piensen diferente en el campo popular y en el debate de ideas.

Ninguna política trasciende a la historia sino accede al dominio del sentimiento. Los seres humanos se movilizan cuando su voluntad está seducida por emociones e imágenes, arraigadas en la trama simbólica de la patria. La gente pobre y en general los explotados no simpatizan a ultranza con la revolución. Hay momentos de crisis social y política en el que ellos se activan y logran así entender con más rapidez lo esencial del proyecto de cambios. Mas, en todo momento, se requiere llegar a sus mentes con verdades y el ejemplo conductual de quienes las profesan.

El sistema de dominación capitalista ha logrado reproducirse sobre todo por su capacidad de ganar las conciencias de los humildes. Eso explica que muchos voten por sus enemigos de clase. Pero en vez de criticar a quienes sufragan contra la izquierda, o no se suman a causas que les benefician, hay que buscar los modos de imantarlos. Para ello resulta imprescindible comprender las causas de tal conducta y descubrir –y rectificar con premura– aquellas relacionadas con errores y anemias de la izquierda, que influyen en las actuaciones equívocas del pueblo.

No se debiera subestimar un ápice a los adversarios, de dentro y de afuera. Hay que descifrarlos, adelantarse a sus tácticas y acciones, hacer trabajo de inteligencia en sus filas para saber qué piensan, qué hacen y qué proyectan hacer. El sistema dominante utiliza sin ambages sus poderosos instrumentos visibles y soterrados, y quien se proponga derrotarlo está obligado a implementar las réplicas pertinentes. La ingenuidad en política conduce siempre a la derrota. Es imprescindible usar métodos ocultos idóneos, guiados por el precepto martiano de que «en la política, lo real es lo que no se ve». Imaginar variantes para engañar a los enemigos, saber atacarlos por los flancos y buscar fórmulas para dividirlos. Mantener la iniciativa de modo tesonero y creativo. Escoger y golpear los puntos débiles del adversario. Y preparar muy bien el momento para emprender cualquier batalla frontal.

Es fundamental propagar ideas y emociones por medio de las tecnologías y los métodos de comunicación digitales, pero también con las formas tradicionales a las que accede mucha gente humilde, sobre todo audiovisuales. No olvidar que existen decenas de millones de analfabetas y disímiles personas sin dispositivos y/o capacidades digitales.

Promover nexos, acuerdos y alianzas amplias, sin amarrar ni desviar el proyecto grande. Esto incluye mantener contactos con militares de manera selectiva y discreta, e influir en ellos con la verdad y a través de sus afectos.

Hacer todo lo necesario para conseguir acuerdos mínimos esenciales entre los partidos de izquierda, las organizaciones populares y los intelectuales en su más amplia acepción. Entender la solidaridad internacional como un deber y una necesidad y buscar variantes prácticas para ejercitarla, más allá de las necesarias proclamas.

Sugiero preguntarnos: ¿Cuánto más pueden hacer en cada país de nuestra América los capítulos nacionales de la red de intelectuales, artistas y movimientos sociales, para surtir energías, certezas y esperanza a nuestros respectivos pueblos? Y cómo abarcar con acciones aún más influyentes diversos espacios sociales, culturales, económicos y políticos, para ayudar a que se junten y movilicen en pro de sus intereses las víctimas de la sinrazón imperial.

¿Objetivo común? Adelantar por todos los senderos y en las diversas formas posibles, variantes de poder que permitan garantizar cambios auténticos en el modo de existir de nuestros pueblos. Crear y hacer viables proyectos anticapitalistas autóctonos, con el ritmo que admita la fuerza colectiva real, fundada en la unidad, la organización y sobre todo en la conciencia colectiva de la necesidad y la posibilidad de tales mudas históricas. El prestigio alcanzado por la Red permite ser optimista. Este evento lo confirma, una vez más con el auspicio y el liderazgo de Venezuela. Enhorabuena.


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