Antes de que el terreno diga la última palabra, yo quiero hablar del acuerdo FCB-MLB

Por Dayron Roque: “…hablar de la pelota que sí es esclava es una agónica necesidad en la Cuba de hoy.”

El pasado 19 de diciembre (2018) se dio a conocer un acuerdo — calificado, una vez más, de “histórico”, porque vivimos en la era de las cosas “históricas”: un encuentro “histórico”, un juego “histórico”, una visita “histórica”, un día “histórico”; ya no sabemos qué es, de verdad, lo histórico que hemos vivido — , entre las Major League Baseball / Grandes Ligas del Baseball (MLB) y la Federación Cubana de Baseball (FCB) que abriría las puertas a la presencia de peloteros cubanos en ese circuito que se hace llamar teatralmente — nunca mejor dicho — “La Gran Carpa”.

Tal acuerdo, anunciado dos días después que se cumpliera el cuarto aniversario de otros acuerdos, también considerados entonces históricos, los del 17 de diciembre de 2014; pretendió ser tan rimbombante y presuntamente esperanzador como lo fueron los del 17D2014. Por cierto, lo único que hubo de histórico el 17D2014 fue el regreso a Cuba de Gerardo, Antonio y Ramón; porque de lo otro ya no queda mucho.

Puede ser que a los acuerdos del 19D2018, les suceda como a los del 17D2014, y al cabo del 2025 ni nos acordemos de qué se trata; o que, por el contrario, para el Clásico Mundial de ese año, Cuba lleve un equipo espectacular y ganemos en algo más que en experiencia.

En medio de la información, y de los posicionamientos a favor y en contra de tal acuerdo; valdría la pena hacer algunas puntualizaciones.

En primer lugar, una declaración de principios, para evitar confusiones o malas interpretaciones, o lo que es peor, manipulaciones.

Cualquier acuerdo para normalizar una migración que hasta ahora era irregular y delictiva debe ser bienvenido; oponerse a ello redunda en algo poco menos que criminal. De hecho, si un acuerdo entre Cuba y los Estados Unidos fuera referido sólo a este sensible tema y a su impacto particular en el deporte y la pelota, habría que aplaudirlo; aun cuando, en otras cosas uno tuviera profundas reservas. Es la razón por la cual había que dar la bienvenida, por ejemplo, a los acuerdos migratorios entre Estados Unidos y Cuba en los ´80, en 1994–95 y en 2017. La dignidad humana, por encima de cualquier cosa.

Para hacer una novela, o quizás algún capítulo de Suits, da el escozor que ha causado el acuerdo cuando los personeros más recalcitrantes de la política anticubana en Estados Unidos han salido a hacer todo lo posible por impedir que se materialice. En cualquier caso, de estos politiqueros no cabe esperar nada distinto; se opondrían a cualquier conversación, normalización entre ambas orillas, el único lenguaje que entienden es el de la confrontación y el genocidio. Allí no hay argumentos que refutar, ni vale la pena mirar lo que dicen.

Mucha alegría ha provocado entre peloteros activos y en retiro, en Cuba y fuera de Cuba, entre los que se fueron y los que se quedaron. Parece ser lo más lógico. Quienes sufrieron de la trata de personas, quienes tienen aspiraciones más o menos legítimas de jugar pelota, quienes han quedado rehenes de la política y el mercado; aplauden el acuerdo. En general, son legítimas sus expresiones de satisfacción.

Un aspecto a celebrar es que el acuerdo se da en condiciones de igualdad — ojo, no de simetría — entre la FCB y las MLB, y, según se ha dicho, en términos que en América — el continente americano, no la reducción geográfica que dice America para referirse a Estados Unidos — , no ha logrado ninguna otra federación, liga, organización, etc. Tal hecho, habla, sin dudas, bien de Cuba y expresa la capacidad de maniobra y negociación del país — no tanto de la FCB en sí misma, lo cual sería ilusorio pensar, y eso es lo que saben los furibundos detractores del acuerdo en Miami y Washington — .

Más allá de las loas, se hace necesario pensar en algunos significados de lo acordado.

El acuerdo deja intacto, no se cuestiona, de hecho contribuye al injusto orden mundial del béisbol, que hace que los mejores peloteros del orbe se concentren en la liga nacional de los Estados Unidos — cuya final se hace llamar, pomposamente, a sí misma “Serie Mundial”, y parece de lo más natural — .

Hace parte, a su vez, de esa falacia que es la imagen de la aldea global, porque mientras en el estadio de los Padres de San Diego pueden jugar y dejar estoicamente la piel en el terreno los peloteros mexicanos, dominicanos, venezolanos, panameños (y el largo etcétera), unos kilómetros más al sur, sus compatriotas donde único pueden aspirar a dejar su piel es en el muro fronterizo que, desde la época de Bill Clinton (y no desde Trump), se levanta para impedir que los jonrones de las migraciones latinoamericanas caigan en ese lado del terreno.

Se podrá argüir que el propósito del acuerdo no era cambiar el mundo, ni su injusto orden, ni siquiera intentar tocarlo en una de sus partes, la del deporte, y es cierto; lo preocupante es que ya casi nada de lo que decimos — y peor, de lo que hacemos — parece ir en la dirección de cambiar el orden mundial injusto, a lo sumo, en la dirección de adaptarnos a él y ver cómo sobrevivimos sin mucho problema.

El pacto MLB-FCB elude, peligrosamente, abordar el béisbol, en términos políticos; de hecho, presenta tal evasión como un gran triunfo, como si no fuera político todo lo que hasta ahora ha impedido — y de hecho amenaza ahora mismo — su materialización y éxito. Esta entelequia de evitar la política — se nos ha dicho, asépticamente, la “politización” — ha llegado hasta los defensores cubanos del acuerdo que solo quieren hablar de pelota, como si en este mundo fuera posible hablar de pelota, o de congas en los estadios, o de selenitas en la Luna aislándose de la política; cuando, por desgracia, aunque no hables o hables mucho de pelota, de congas en los estadios y de selenitas en la Luna; la política y los políticos se ocupan de ti.

Como hay cosas de las que en público no se puede hablar — como no se podía hablar de pantalones en presencia de señoritas en la época victoriana — , no se habla del imperialismo en el deporte, así que no existe; no obstante, sabemos que las MLB controlan — es decir, como monopolio que son, son propietarias, regentan, administran — las ligas “nacionales” profesionales de México, Venezuela, República Dominicana y Puerto Rico — este caso es una redundancia, porque esta isla “pertenece a, pero no forma parte de” EE.UU — .

La soberanía nacional de estos países se acabó justo en la puerta de los estadios de pelota: una evidencia es que estas ligas “nacionales” no podían contratar peloteros cubanos, porque las leyes de un tercer país — del que presuntamente son independientes — se lo impedían. Mientras tanto, se podía seguir hablando de pelota, de congas en los estadios y de los selenitas en la Luna, que la política dictaminaba quiénes podían o no jugar pelota.

En estas semanas hemos escuchado, una y otra vez, repetido hasta el cansancio, entre otros lugares comunes el de “el mejor béisbol del mundo” para referirse a las MLB de Estados Unidos.

El cómo en Estados Unidos se juega el mejor béisbol del mundo — de lo cual, en términos estrictamente deportivos, yo no tengo dudas — ha quedado fuera del análisis.

Se ha naturalizado — lo mismo desde la CNN, ESPN y el Washington Post, que desde TeleSur, TeleRebelde y el Granma; y esto es todavía más triste — que ese es el “mejor béisbol del mundo”, como si fueran naturales de los Estados Unidos los peloteros que juegan en los treinta equipos de las MLB — que, como sí que no se andan con rodeos en eso del lenguaje, se llaman a sí mismos “franquicias” — .

La proporción de calidad entre quienes juegan en las MLB y en la SNB de Cuba, no está dada por la proporción de que EE.UU tiene 325 millones de habitantes — y contando — y Cuba solo 11 millones — y a la baja — ; lo cual en una proporción “natural”, diría que por cada buen pelotero que te encuentres en el archipiélago caribeño, debes encontrar 29 en el país norteño; sino por el hecho de que la población donde escoger, expoliar, comprar, vender, revender… peloteros para las MLB es de 7,000 millones de personas, es decir, la población mundial. Las MLB tienen, sin dudas, los mejores peloteros… que su dinero puedan comprar.

La defensa que han hecho algunos periodistas, autoridades deportivas y otras personas en Cuba ha sido “de lágrimas” — como diría Rodolfo García si se tratara de un partido de pelota — .

La FCB casi tiene que arrepentirse de su relación con el Estado cubano para demostrar que es una ONG. En lugar de visibilizar y defender las singularidades de la sociedad civil socialista cubana — con todos sus defectos y virtudes — , la FCB se quiere mostrar como cualquier otra ONG del mundo, que se dice independiente del gobierno — lo cual, dicho sea de paso, es otro de los chistes del mundo contemporáneo — .

El asunto no es solo de nomenclatura, ni para que lo discutan los especialistas en asociacionismo y sociedad civil. Este “error en defensa” llega a que el pago de la “tasa de liberación” se le hará a la FCB, la cual ha aclarado que dicho pago tiene que ver con el “derecho de formación” del pelotero; pero hasta donde sabemos, los peloteros cubanos — como todos los demás deportistas — no se formaron al amparo de una ONG llamada FCB, sino al amparo del INDER, es decir, del Estado cubano, es decir, con recursos que el Estado, en nombre del pueblo cubano puso a disposición del INDER; un poco más claro: se formaron con dinero público, por lo que el derecho de formación no le correspondería, en rigor, a una entidad no gubernamental.

En otras palabras, la FCB no tenía que estar demostrando si es o no una ONG en los términos que lo puedan entender en EE.UU; en Cuba la formación deportiva y la actividad deportiva en general es una responsabilidad del Estado cubano, porque, sobre la base de una política pública, el deporte es un derecho humano de todas las personas; por eso se pueden financiar (o no) los espectáculos deportivos como las Series Nacionales, por eso se pueden atender (o no) las áreas deportivas en la base, las clases de Educación Física en las escuelas y el largo etcétera que conocemos.

La “necesidad” de insertar a los peloteros cubanos en las MLB.

Como mismo se ha naturalizado que las MLB son el “mejor béisbol del mundo”, se ha naturalizado que la manera de “mejorar” nuestro béisbol, y nuestro deporte en general, es considerar el asunto como si fuera una cuenta en el banco. Así, usted envía los peloteros al exterior — a las ligas más poderosas, con más recursos, las más ricas; porque el dinero rinde mejor en los bancos más exitosos — , como si fuera un depósito a plazo fijo, y al cabo de algún tiempo puede recoger sus intereses — eso, si es posible, si el banco, es decir, los dueños del pelotero o el deportista lo permiten — y quizás pueda participar en unos juegos multideportivos o en los campeonatos mundiales de la especialidad.

Puede suceder que a veces tenga éxito — por ejemplo, el equipo masculino de balonmano de Cuba en los pasados Juegos Centroamericanos y del Caribe — y las más de las veces, no — en esos mismos juegos CC peloteros contratados en Japón no podían desempeñarse en el equipo Cuba, porque no lo establecía el contrato — . Con ese modelo bancario, difícilmente usted vuelva a ver jugar en Cuba a peloteros estelares una vez que hayan partido (no es ninguna exageración retórica, los que jugarán en las ligas “invernales” del Caribe, o juegan aquí o juegan allá, porque se desarrollan al mismo tiempo; si juegas en Japón cuando te pidan de “refuerzo” en Cuba vas a estar muy agotado o lesionado; y si finalmente juegas en el gran circo — la Gran Carpa le dicen — será lo mismo; para colmo, aunque el béisbol regrese a los JJOO de Tokio, el año próximo, como, en condiciones normales los JJOO se dan en el verano boreal, que es la época de máximo rendimiento en las MLB, ¿cuántos peloteros podrán ser convocados, de verdad, a integrar el Cuba?).

Ese es el modelo bancario que hoy impera en el deporte mundial, mercantilizado hasta el extremo que las federaciones internacionales mueven más dinero que países y regiones enteras y llegado el caso tienen “soberanía” sobre las instalaciones deportivas en determinados eventos: el cártel llamado FIFA lidera el asunto a nivel mundial y por ejemplo, determina que es más importante la Copa Mundial, — que es de la FIFA, no de fútbol, y como tal es marca registrada — que los JJOO.

Hasta ahora, no ha sido muy apetecible a las MLB los juegos multideportivos; por el contrario, han reconfigurado todo el panorama de competencias hasta dejar como la más importante el Clásico Mundial, el negocio surgido en 2006 y que se juega en febrero-marzo.

Los salarios y la condición de los peloteros — y deportistas en general—.

No parece haber nadie cuerdo en Cuba que diga que con lo que reflejan las cifras oficiales de salario medio — y con lo que realmente se gana — se pueda vivir sin sobresaltos en nuestro país. No parece haber nadie cuerdo que no reconozca que a los deportistas — como a otro grupo de trabajadores, como los artistas, por citar un caso — se les debe tener especiales consideraciones y atenciones en la solución de problemas vitales como la vivienda, la alimentación (suya y de su familia), la trasportación, entre otros aspectos, dada la singularidad de su actividad y el aura de mística que los rodea; en el caso de los deportistas el asunto es más relevante porque el tiempo en que están en activo es mucho menor que el de otros trabajadores, por lo que cabe esperar que, aun viviendo de su salario como deportista, esos ingresos no se mantengan igual hasta la edad de jubilación.

Ante las insuficiencias reales y percibidas de los ingresos, la solución de jugar en las MLB, o en cualquier otra liga foránea, parece ser la solución mágica, que, todos aplauden.

Como las MLB — y en general, el deporte mundial — se ha convertido en un negocio de proporciones espantosas, los “salarios” de los jugadores de las MLB son de escándalo — a juzgar por las cifras que dieron en la Mesa Redonda sobre lo que cuesta realizar la Serie Nacional de Béisbol (SNB), con el salario de un año de uno o dos jugadores en la MLB se puede financiar toda la serie, incluso mejorarla — . Aquí el asunto es que se ha naturalizado también que ese orden de cosas es normal y justo, que, incluso, deberíamos promoverlo y beneficiarnos de él. Aunque los defensores del acuerdo por la parte cubana han eludido el asunto — y los que guardan un odio visceral y enfermizo, llenos de rencor, lo han sacado a relucir, como si airearan un “trapo sucio” y solo como munición contra Cuba — , la condición de esclavos modernos de los peloteros en las MLB — como de los futbolistas en las ligas europeas, tan entusiastamente promovidos por nuestra televisión, prensa y todo lo demás, y casi cualquier deportista profesional en el mundo de hoy — es un asunto no menor en todo el arreglo MLB-FCB, y que viene a sacar las costuras de la pelota, digo, del acuerdo.

Hay pocos placeres deportivos, en el béisbol, como el de dar un jonrón con las bases llenas en el momento decisivo del partido, o el de ponchar a ese mismo bateador en ese mismo instante; quizás solo lo supera el placer de ver cómo la pelota se lleva la cerca por encima de los 400 pies, o se queda en la mascota del receptor; pero hoy en la pelota vale menos un jonrón o un ponche que la imagen que generan los peloteros. Lo que vende de las MLB no son sólo — no son casi — las excepcionales o las corrientes jugadas de sus peloteros traídos de todos los confines del mundo; sino la imagen que ello trasmite, es el resultado de eso que el mercado capitalista ha logrado: una economía imaginaria que manipula, multiplica, comercializa las imágenes.

Lo que vale tanto no son los batazos o los lanzamientos, las atrapadas o los outs, sino los derechos de televisión e imagen de sus jugadores. Los treinta equipos de las MLB son verdaderas multinacionales de la imagen — la primera imagen que logran vender es la de “mejor béisbol del mundo” — , que compran y venden, no brazos y piernas, ni siquiera cerebros, sino imágenes, imágenes de éxito, que es lo que valoriza — o desvaloriza — un jugador en ese mercado y hace saltar las cifras de los traspasos, fichajes, contratos y el largo etcétera a las cifras millonarias de escándalo que escuchamos cada temporada.

Cuando las MLB — cualquiera de sus franquicias, también llamadas equipos — compran un jugador, en realidad compran todas sus posturas, sus gestos, sus placeres, sus escándalos, sus apariciones públicas y sus reproducciones, todo ello convertido en merchandisse material o espiritual; de tal suerte que, comprados infinitas veces, cualquier precio que paguen es baratísimo en relación con lo que vale su imagen.

Más que las cifras de escándalo — que algunas personas de buena voluntad piensan que podrían salvar millones de vidas, o mejorarlas al menos, si solo se dignaran en pagar los buenos impuestos o donarlas a una fundación caritativa o incluso si se les permitiera invertirla en algún gran negocio en Cuba, como sueñan otros — ; lo terrible, lo preocupante, lo que constituye un puñetazo en pleno rostro, es que encontremos el asunto tan apetecible, tan admirable, tan digno de imitación y reproducción ampliada que; de pronto, todos deseemos ser esclavos o, en el mejor de los casos y ya que todos no podemos dar jonrones y abanicar bateadores en el plato, participar del negocio de la esclavitud y comprar y vender las almas, digo las imágenes, de los jugadores.

Lo triste es que el sentido común que se han impuesto valore como idiota o fracasado a quien no lo consigue.

Jugar pelota es un placer extraordinario; ver en el estadio o por TV una esférica que se esfuma en las multitudes, un inatrapable que decide un juego, un héroe que, vestido de lanzador, salva un partido, es otro placer enorme.

Cuentan que el terreno dice siempre la última palabra, pero antes de esa postrera voz, hablar de la pelota que sí es esclava, del deporte que sí es rentado, de precios de esclavos vestidos de peloteros, de la injusticia del capitalismo que hace que un pelotero en Estados Unidos gane más en un año que todo el presupuesto de la liga nacional del segundo país del mundo que vio lanzar bolas y strikes, de la ingenuidad con que participamos de la compraventa de imágenes de los peloteros y de los peligros de que desaparezca para siempre una idea del deporte como fórmula de salud, felicidad, goce, bienestar material y júbilo nacional; es una agónica necesidad en Cuba hoy.


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