América sueña con la revolución. Pero la imagina como algo miserable, puramente americana

Por Alexander Tarasov / Traducción al español por La Tizza

Foto: Steve Biro

Traducción por La Tizza al español del artículo original en el sitio:

http://saint-juste.narod.ru/fightclub.htm


Hasta la primavera de este año, la prensa americana calificaba la película de David Fincher Fight Club («Club de lucha») como “moderna”. Ya desde la primavera, comenzó a considerarse como una película “de culto”. Frente a nuestros ojos se convierte en un culto incluso en Rusia.

La película provocó una feroz controversia en la prensa americana. Pero el tema de la polémica no eran los méritos artísticos o los efectos especiales, sino el contenido social de la película. Al parecer, no se había producido un filme similar en los Estados Unidos desde Natural Born Killers (“Asesinos por naturaleza”) de Oliver Stone.

Fincher fue acusado de hacer “propaganda terrorista”, de “antiamericanismo”, de “atentado al sueño americano”, de “exceso de escenas de violencia” (¡que no se veía hace mucho tiempo!) e incluso de “creación de instrucciones filmográficas para la producción de explosivos”. Aunque es un poco extraño hacer todas las reclamaciones solamente al director. La película tiene tanto un guión (el guionista es Jim Uhls) como una base literaria (la novela de Chuck Palahyuk).

Pero la película es realmente poco convencional. En ella se narra la historia de cómo un típico americano común (en la película no tiene nombre; en los créditos su papel es designado como Narrator — narrador) de repente se convirtió por sí mismo en el jefe de un ejército clandestino, que prepara una revolución en Estados Unidos.

«Fight Club». Dirigida por David Fincher. «Linson Films» (EEUU)

El Narrador (el actor Edward Norton) trabaja en una gran empresa de fabricación de automóviles (en EE.UU. sólo hay tres: “Ford”, “General Motors” y “Chrysler” ¡elige cualquiera!). Su trabajo es muy original: conduce por todo el país y se ocupa de los casos en que las personas mueren en accidentes automovilísticos a causa de la empresa (por defectos de diseño), casos que, como dice el Narrador, “a menudo son increíbles”. La misión del Narrador es simple: averiguar si la empresa fabricante está amenazada por una gran demanda judicial. Si es así, deben pagar inmediatamente a los familiares de las víctimas, sin llevar el caso a los tribunales. Si no, pueden dejar todo atrás. El Narrador no es un empleado cualquiera. Tiene un elegante apartamento en un condominio y está obsesionado, como se supone que es la típica pasión americana, por el consumismo — comprando y comprando más y más cosas nuevas del catálogo de “Ikea”.

(“Antes leíamos con obsesión pornografía, y ahora catálogos” — admite.) Y no hubiese sido gran cosa, pero esta vida comenzó a pasarle la cuenta al Narrador: lo llevó a la neurastenia y al insomnio.

Todo cambia cuando el narrador se encuentra en el avión de un tal Tyler Durden (el actor Brad Pitt), un pequeño comerciante de jabón de alta calidad que vende a $ 20 cada uno (entonces resulta que Tyler hace el jabón él mismo de grasa humana, y esta grasa la roba — poniendo en riesgo su vida — de las clínicas cosméticas, donde tratan a los estadounidenses con obesidad). El apartamento del Narrador se incendia en el condominio y se va a casa de Tyler en medio de un vertedero en las afueras. Entonces los eventos se desarrollan con una velocidad fantástica.

El Narrador y Tyler crean el “Club de lucha”, una asociación voluntaria pero secreta (“la primera regla del “Club de lucha” es no decir a nadie sobre el “Club de lucha”), donde los estadounidenses, agobiados, impulsados por la economía de mercado, pueden desahogarse y luchar entre sí con todas sus fuerzas. El club se convierte rápidamente en un ejército revolucionario secreto, y más allá del deseo de los fundadores: los propios muchachos se alinean fuera de la casa de Tyler y del Narrador, dispuestos a permanecer allí sin comida y bajo una lluvia de insultos durante tres días, sólo para conseguir la membresía.

El ejército secreto del “Club de lucha” resulta ser la única cosa real y auténtica que tienen en la vida. (“Tu trabajo no es tuyo. Tampoco lo es tu dinero en el banco. Ni tu auto. Y tampoco tu billetera. Ni tu ropa.”) En un mundo en el que sus vidas no tienen sentido (el sistema de mercado propone el objetivo de hacer dinero, pero no da sentido a la existencia), ellos adquieren significado. Inmediatamente, se desarrolla su propio sistema de valores, basado en la negación de la riqueza material, el rechazo del culto al consumo y el acaparamiento. (“La gente es esclava de sus cosas”, Tyler ilumina al ejército secreto. No creo en el postulado del valor de las posesiones materiales. Sólo perdiendo todo hasta el final ganamos la libertad.”) Los soldados del ejército secreto son iguales entre sí e incluso pierden sus nombres en aras de la conspiración (el nombre se devuelve sólo a un soldado muerto, y ese luchador es proclamado un héroe). La clandestinidad crecía rápidamente: a cada ciudad que viajaba el narrador, encontraba rápidamente un “Club de lucha”.

El ejército clandestino estaba pasando de las acciones de exterminio (o destrucción) demostrativo de los símbolos de la “sociedad de consumo” (autos caros, por ejemplo) a los actos terroristas directos. El Narrador, asustado, trata de encontrar y detener a Tyler… y resulta que Tyler es él mismo, el Narrador, su segundo yo, oculto, desalojado de la conciencia. Tyler es el Narrador, como le gustaría verse a sí mismo: fuerte, valiente, decidido, sin miedo al dolor y a la muerte. Así que delante de nosotros hay una doble personalidad. Fincher (y compañía) parece haber asumido la histeria, organizada por los medios de comunicación leales a las autoridades en torno a los “Asesinos por naturaleza” y preparó el camino para retirarse: si acaso, siempre podemos decir “muchachos, no entendieron nada, delante de ustedes sólo hay un delirio esquizofrénico, y luego nos tildan de “extremistas “. Pero los acontecimientos en la película siguen desarrollándose estrictamente de acuerdo con la lógica interna de la trama. Al ejército clandestino sólo se unen aquellas personas que parecen no formar parte del típico cine americano, no son los dueños de las villas de campo con piscinas, sino los mensajeros, cocineros, proyeccionistas, camareros, carteros, taxistas, oficinistas, ascensoristas, guardias…

El mundo de las clases populares, los trabajadores de la moderna América “postindustrial” está conspirando contra la élite, principalmente los banqueros. Según el plan de Tyler, la revolución debería comenzar con la destrucción de las instituciones financieras, luego “volveremos a cero”, a un pre-mundo donde los valores son creados no por la especulación financiera, sino por el trabajo.

“En el mundo que veo”, explica Tyler al Narrador, “estás cazando alces en los bosques húmedos que rodean las ruinas del Rockefeller Center. Usas ropa de pieles, una para el resto de tu vida. Subes a la cima del rascacielos de la Torre Sears, y ves diminutas figuras de gente moliendo grano y colocando estrechas tiras de carne en una autopista abandonada. No veo “un hombre desnudo en el suelo desnudo”, por supuesto, pero algo muy parecido.

“Cocinamos para usted, sacamos la basura, arreglamos teléfonos, conducimos ambulancias, le vigilamos mientras duerme. ¡No nos haga enojar!” — ese fue el ultimátum de Tyler al comisario de policía Jacobs, “capturado” por el ejército clandestino. Puede que no sea una demostración tan franca de conflicto de clases como en “La ceremonia” del Chabrol, pero no hablamos del cine europeo, sino del americano.

La conspiración está creciendo, y los intentos del Narrador para detenerla no tienen éxito. Incluso en la policía, adonde acude, se encuentra que los detectives ordinarios ya están en el “Club de lucha” y por lo tanto la apariencia de “arrepentido” del Tyler-Narrador lo ven como una “prueba”.

Mientras tanto, el Narrador en sí se está pareciendo cada vez más a Tyler, cada vez más decidido, independiente, desesperado y duro. A la dirección de su propia empresa la aterroriza y chantajea abiertamente. El Narrador termina disparando a Tyler… y matándolo. Es decir, el Narrador se dispara a sí mismo en la boca, pero permanece vivo, con una terrible herida sangrienta en su pómulo. Así la personalidad bifurcada se reúne. El Narrador es finalmente Tyler. La sesión de psicoterapia está completa. La esquizofrenia se cura.

Una película americana debe tener un final feliz. Y el final feliz es: El Narrador-Tyler con un agujero en la mejilla y emotivamente tomado de la mano con su amada mujer Marla Singer (la actriz Helena Bonham Carter) mira, como a un amanecer, su sueño hecho realidad: la explosión y el derrumbe uno tras otro de los edificios de los bancos.

Espere un momento. Esto ya lo vimos una vez: así con la explosión de los bancos y otros símbolos de la moderna civilización occidental de mercado acaba la ya clásica película de Michelangelo Antonioni Zabriskie Point (Punto Zabriskie).

Zabriskie Point se filmó en 1970. Treinta años más tarde, la rueda dio una vuelta completa: otra vez América sueña con la revolución. Pero si en Zabriskie Point las explosiones finales fueron completamente virtuales, simbolizando el sueño de la protagonista Daria de venganza por su amante asesinado, el rebelde estudiante Mark, en Fight Club ya no es el sueño de los protagonistas, sino la imagen que observaron. Y si en Zabriskie Point sólo Mark se atrevió a responder con violencia a la violencia policial, y todos sus amigos permanecen, a pesar de la charlas, en el cautiverio de la ideología hipocrática del “flower power”, la violencia de Fight Club es la base de la vida y la restauración de la integridad del sujeto en una sociedad de violencia institucionalizada, en una sociedad en la que se le impone un papel social (oficinista, cantinero, mensajero) y un comportamiento social acorde a este papel.

Zabriskie Point mostró una rebelión juvenil espontánea, un carnaval ingenuo de hedonistas y consumidores. Fight Club muestra una conspiración secreta de trabajadores basada en una disciplina de hierro, el trabajo duro de aquellos que han pasado del hedonismo al ascetismo a través de la aceptación del dolor, la violencia grosera.

Si Zabriskie Point muestra la sociedad americana como una sociedad de total alienación, total falta de comunicación (incluso los estudiantes rebeldes no pueden ponerse de acuerdo en nada con los demás), entonces Fight Club muestra cómo esta falta de comunicación, esta alienación es superada en forma puramente americana, de la manera más primitiva: a través de la lucha, el contacto físico, el dolor mutuo y la confianza mutua, de la que surge una causa común: la clandestinidad.

Zabriskie Point fue filmada con los brillantes colores psicodélicos de carnaval de los años 60. Fight Club tiene tonos de pantano, aguas residuales venenosas de color amarillo-verde-marrón, que en raras ocasiones se transforman en azules pálidos y mecánicos de acero (el director de fotografía es Jeff Cronenweth).

Hace 30 años, la película de Antonioni Zabriskie Point fue declarada en los Estados Unidos “antiamericana” y “calumniosa”. Así que no sorprenden las acusaciones hechas contra Fincher. Zabriskie Point en relación con Fight Club es como una sociedad filantrópica comparada con las “Brigadas Rojas”! (No estamos hablando de la magnitud del talento de Antonioni y Fincher, por supuesto.)

Hoy en día, cuando las autoridades nos convencen obstinadamente de que para la prosperidad y la estabilidad es necesario que el país tenga una “clase media” -y citan a los Estados Unidos como ejemplo-, los propios Estados Unidos están atravesando exactamente el proceso opuesto: desde hace 20 años la “clase media” de los Estados Unidos ha ido desapareciendo, erosionándose, desde hace 20 años la minoría rica se ha ido enriqueciendo rápidamente, y todos los demás han sido pobres a ritmos diferentes (en su mayoría lentamente). Los sociólogos y politólogos estadounidenses están discutiendo sobre qué año — en 2010, 2020, 2030 — será posible anunciar la muerte de la “clase media” en los Estados Unidos.

Fight Club es precisamente una película que muestra la decepción de la “clase media” (o en todo caso la “baja”, la mitad menos rica), del americano promedio viviendo el “Sueño Americano”. Durante 20 años seguidos, estas personas tuvieron que trabajar cada vez más duro y tenían cada vez menos dinero (no en números absolutos, sino en comparación con lo que podían permitirse con el mismo dinero antes). Naturalmente, comienzan a objetar que “eso no puede ser”, a odiar el rápido crecimiento del capital bancario y a soñar con la revolución. “Trabajamos en fábricas y restaurantes, doblamos la espalda en las oficinas, nos burlan, promocionamos ropa, trabajamos en la mierda para comprar mierda que no necesitamos. Nuestra guerra es una guerra espiritual”, dice Tyler en su nombre. “La televisión nos ha inculcado la creencia de que todos nos convertiremos en millonarios, estrellas de cine y de rock and roll. Todo es mentira. Y empezamos a darnos cuenta de eso. Y eso nos hace enojar”.

Los bolcheviques, como recordamos, nos enseñaron que la revolución es cuando el proletariado se hace cargo de los medios de producción. Para el estadounidense promedio de hoy en día, esos “locos marxistas” claramente no están bien, resultan demasiado complicados e incomprensibles. Mandar todo al infierno ¡así se hace una revolución!

Hace 20 años, cuando los ultraconservadores llegaron a Hollywood, la “nueva derecha”, y empezaron a producir una película tras otra, llena de patriotismo estatal mezclado con violencia, lucha, sangre y muerte (Rambo, Rocky, Fort Apache, The Bronx, Taxi Driver, Conan The Barbarian, etc. ), los críticos de Europa occidental (por ejemplo, Anne-Marie Bideaux) afirmaron unánimemente que esas películas estaban destinadas a obligar a América a superar el “síndrome de Vietnam”, a enseñar el pensamiento de la inevitabilidad de nuevas guerras sangrientas, a enseñar la violencia, hacer a la sociedad una vacuna psicológica. Los críticos tenían razón.

Más de una vez los soldados estadounidenses, que más tarde lucharon en Iraq, Somalia y Yugoslavia, dijeron a los periodistas, que fueron a servir en el ejército estadounidense tras haber visto Rambo y Rocky y llenarse de “orgullo por el “U.S Army” y la bandera de rayas y estrellas.

Si se sigue esta lógica, la película de David Fincher enseña a los americanos a pensar en la inevitabilidad de una nueva revolución, violenta, por supuesto, muy cruel, muy sucia, muy sangrienta. Revoluciones de clases altas y bajas y la desclasificada “clase media” contra el capital financiero, los jefes y la “sociedad de consumo”.

14–17 de julio de 2000


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