Por Silvio Rodríguez Domínguez / Nota introductoria y selección
Sólo tomé una muestra de cada libro de Luis Rogelio Nogueras; hubiera podido escoger otros textos, muchos otros. Son ejemplos del amplio abanico de propósitos temáticos y formales de Wichy, cuando escribía poesía.
Una de las cosas con la que más me identifiqué con él –y que hablamos–, era que no trataba de tener un estilo. Eso no le importaba. Tanto era así que se dio el lujo de escribir en varios, incluso de inventarlos.
Amar el juego, al punto de convertirlo en factor de creación, fue una de sus virtudes. Jugando, desde su sólida cultura, compuso su tonada inasible.
De «Cabeza de zanahoria»:
Lección dialéctica
A Magaly y Mario Silva
Un hombre y una mujer
dejan de pronto olvidada la cartera
donde llevan
los sueños, las fotos donde están juntos,
las almohadas para tenderse en cualquier sitio,
el dinero, las victorias,
y no regresan a buscarla.
Luego otro hombre y otra mujer, prácticamente desconocidos,
encuentran en el asiento de una guagua,
en el cine, en la noche,
en los sitios más inverosímiles la cartera.
Y vuelven de nuevo a compartir
los sueños, las fotos (que ahora han cambiado de caras)
los pañuelos, las almohadas.
Hasta que un día ellos también
la dejan olvidada
a la salida de un cine, en la orilla del mar,
en un parque.
Y así.
De «Las quince mil vidas del caminante»:
Arte menor
Éstos son versos
de arte menor.
Aquí no pueden verse
los grandes movimientos
de masa de la historia;
en su mínima
bóveda de capilla
no retumban
los cañonazos
como en la
catedral
de la epopeya.
Cuarteto de cuerdas,
no sinfonía.
Pero cuando el héroe
regresa victorioso
del combate
puede descansar
bajo
la húmeda fronda
menor
de estos versos.
De «Imitación de la vida»:
Halt!
La artillería israelí sigue cañoneando
campamentos de refugiados palestinos
en el sur del Líbano.
(de la prensa)
Recorro el camino que recorrieron 4 000 000 de espectros.
Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de otoño
cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz, la fábrica de horror
que la locura humana erigió
a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de nuestra época.
Y ante los edificios desiertos,
ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de cabellera humana,
ante la herrumbrosa puerta del horno donde fueron incinerados
padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos,
esposas, hermanos, niños que, en el último instante,
envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,
que estupefactos desnudos, ateridos
cantaron la hatikvah en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.
Pienso en ustedes
y no acierto a comprender
cómo
olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.
Auschwitz-Cracovia octubre 21 de 1979
De «El último caso del inspector»:
Nada
No tengo nada
nada sino la hierba húmeda bajo mis pies desnudos
nada sino el aliento fresco de la noche sobre mis mejillas
nada sino esta fogata
en la que caliento mis manos
nada sino el canto de las cigarras
nada sino el crepitar de ramas secas en el fuego
nada sino el guiño cómplice y distante
de aquella estrella
acaso ya apagada
cuyo último destello ha viajado millones de años
para llegar esta noche
hasta mí
De «Nada del otro mundo»:
El gato y la liebre
El gato y la liebre, como libro, quedó en esa página tan célebre como letal: las dos. Tenía unos quince poemas, de los cuales sólo los que presento aquí me gustan todavía. Era graciosa (?) la dedicatoria que escribí para el libro. Si me permiten, la reproduzco aquí, con tres o cuatro comas de más o de menos:
Ortega, siempre sombrío, afirmó que todo esfuerzo de los poetas por aprehender la realidad era una acción fatalmente condenada al fracaso. La poesía, pues, no podía expresar la vida y, por tanto, los poetas de todas las épocas y lugares no habían hecho más que darnos gato por liebre. Algunos románticos alemanes pretendían que la vida era quien, en vano, intentaba parecerse a la poesía. Es decir, que los poetas nos pasaban liebre por gato. De una manera modesta y conciliadora yo pienso que la poesía es, al mismo tiempo, gato y liebre, gato o liebre, y ni liebre ni gato. Hecha entonces, esta consideración pedestre, procedo a titular El gato y la liebre el presente cuaderno, y una vez titulado, lo dedico con gran placer a mi muy ilustre maestro
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(usar letra de molde)
De «Hay muchos modos de jugar»:
1
El ángel de la nueva izquierda espera
su turno.
El sátiro de la derecha
masturba sin prisa a la muchacha impúber,
que sonríe y tiembla.
El ángel de la nueva izquierda,
impaciente,
se frota las alas.
2
A los pies de la pareja
el niño duerme.
Ella quisiera gritar que ya se viene,
el quisiera gritar que ya se viene.
Pero el niño duerme.
Es por eso que el beso que se dan es,
más que beso,
mordaza.
6
Hay muchos modos de jugar
al caballo y al jinete.
Aquí, por ejemplo,
la muchacha-yegua tiene su premio,
pero también la muchacha-jinete tiene
el suyo.
Después, seguramente,
cambiarán de papeles.
De «Las palabras vuelven»:
En el décimo cumpleaños de Ámbar
Hacemos juntos un camino.
Un camino hacia mañana que no acaba,
viaje que dura más que la vida de todos los viajeros.
Pero llegará un día
en que tengas que seguir sola.
En algún recodo
yo iré quedando atrás
hasta que me pierdas de vista.
Es la ley.
Tú,
no te detengas,
sigue sola.
Es la ley.
Así han hecho otros hombres,
así harán otros hombres mientras dure sobre la tierra.
Mas no desesperes.
Tiempo llegará, hija mía,
que un fruto tuyo, una mínima semilla de tu vientre
abra los ojos.
Y entonces ya no andarás sin compañía.
Alguien irá contigo.
Alguien hará contigo el camino.
Hasta que tu también, como yo,
en algún recodo abandones la marcha.
Y ella o él
sigan solos.
Es la ley.
De «La forma de las cosas que vendrán»:
Receta
Para Guillermo R. Rivera, chef
Todo líquido llega a su punto de ebullición.
Igual la poesía:
tiene su instante de ebullición
y luego desborda.
Hay que hacerla con cuidado,
a fuego lento;
si se queda, mala;
si se pasa, mala también.
No hay cosa peor
que un poema frío o demasiado caliente.
El poema debe tener la temperatura del cuerpo,
el poema debe gotear
sobre los labios de un niño
como la tibia leche materna.
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