Entrevista a Miguel Mazzeo
Por Aldana Pedernera y Leonardo Ayala
¿Por qué una luchadora, militante y revolucionaria como Alicia Eguren no forma parte de nuestros imaginarios de memorias compartidas? ¿Por qué Alicia no es un símbolo visible, ondeante y desparramado en las luchas y causas feministas de nuestros pueblos? ¿Qué operación de olvido ha sido instalada sobre su recuerdo? ¿Qué quiere ser silenciado de las luchas a las que dedicó toda su vida y en las que fue una protagonista sin par? ¿Será que Alicia no da un ápice de posibilidades para nombrarla «la secretaria», la «compañera de», «la mujer detrás del gran Hombre»?
En ella se rebela la Mujer en acto, consumida y transfigurada en Revolución liberadora de hombres y hombrecitos. Agente de las verdaderas liberaciones, encabezadas y conducidas por la Mujer. Compañera única del verso de Silvio: «libre de todo y libre de Él». Quizás, no ha sido condenada al olvido. Ella, en realidad, habita el futuro que vendrá por medio de la lucha permanente.
La Tizza comparte esta entrevista en la que Miguel Mazzeo habla de su libro sobre la militante revolucionaria Alicia Eguren: «Una fisura en los panteones del peronismo y de la izquierda». Se trata de una conversación con Aldana Pedernera y Leonardo Ayala, para Resumen Latinoamericano.
Hace pocos meses la editorial Colihue lanzó el libro Alicia en el país. Apuntes sobre Alicia Eguren y su tiempo, de Miguel Mazzeo. A 46 años del secuestro y la desaparición de Alicia Eguren, un 26 de de enero de 1977, conversamos con el autor (escritor, profesor de la UBA y la UNLa y militante popular) sobre diversos aspectos vinculados a esta figura histórica y sobre los modos que eligió para contarla.
Aldana Pedernera y Leonardo Ayala: Como se suele decir en estos casos: primero lo primero. ¿Quién fue Alicia Eguren? ¿Cómo la definirías en pocas palabras?
Miguel Mazzeo: Alicia Eguren nació en Buenos Aires un 11 de octubre de 1925 y en la misma ciudad, un 26 de enero de 1977, fue privada ilegalmente de su libertad y desde ese día permanece desaparecida. Es muy probable que haya sido arrojada viva al Río de la Plata o al Mar argentino en uno de los Vuelos de la muerte. Fue, entonces, una de las víctimas del terrorismo de Estado implementado en la Argentina durante la última dictadura militar. Pero no deberíamos reducirla a la condición de víctima.
Alicia fue un cuadro político del nacionalismo, del peronismo, del socialismo revolucionario. Fue una intelectual, una agitadora cultural, una militante internacionalista, poeta y también feminista práctica. Una mujer estrechamente vinculada a hombres destacados de nuestra América, como John William Cooke, Juan Domingo Perón, Ernesto Che Guevara o Salvador Allende, entre otros. Pero esa condición, que ha servido para relegarla a los segundos planos de la historia, no debería ocultarnos la condición más auténtica de Alicia. En el libro arriesgo una hipótesis:
Alicia Eguren fue la mujer que mejor encarnó y simbolizó la idea de la revolución socialista en la Argentina en las décadas del sesenta y del setenta [del siglo XX]. Una revolución que entramaba a peronistas, marxistas y cristianos (claro está, a las expresiones más plebeyas, radicalizadas, transformadoras de estas tradiciones). Una revolución que sintetizaba irreverencias en diversos campos: económicos, sociales, políticos, culturales. Una revolución que aparecía como viable, como un posible realizable, a partir de la experiencia de lucha de la clase trabajadora argentina y de la síntesis de diversas culturas y subjetividades emancipatorias.
Hay un hecho incontrastable: la praxis de la izquierda (peronista y no peronista) en la Argentina fue una praxis de masas, no de grupos aislados de carácter mesiánico, aventurero y romántico. La rebeldía era colectiva. Eso explica, en buena medida, el ensañamiento de los represores con Alicia, el plus de crueldad ejercido con una militante desarmada, no orgánica en sentido estricto y ubicada en posiciones de retaguardia. Alicia también fue una precursora derrotada. Podría decirse que es una especie de perdedora olvidada. En estos tiempos no revolucionarios, tiempos de miseria de la política y de política de la miseria, Alicia luce como una quemadura en la memoria, como una fisura en los panteones del peronismo y de la izquierda, por lo menos del peronismo y de la izquierda en sus versiones más convencionales.
Entonces, a partir de lo que señalas, ¿podría hablarse de un carácter inasimilable de Alicia en la actualidad?
Tan inasimilable como puede ser la experiencia de la generación revolucionaria de las décadas del sesenta y del setenta después de la derrota de su proyecto y el desierto subsiguiente. Tan inasimilable como puede ser hoy la idea de revolución, o de pensamiento crítico, o de organización independiente de la clase trabajadora, incluso la idea más modesta de algunas reformas más o menos significativas en el marco del orden establecido. No hablo de la idea de la revolución tal como se la concebía hace cincuenta años, sino de la posibilidad de resignificar la idea de la revolución en una clave actual. Sé muy bien que el estatuto de lo revolucionario no es igual a sí mismo; va cambiando en el tiempo y todo el tiempo, aunque puede que haya algunos aspectos invariantes.
Las revoluciones, las verdaderas, son irrepetibles, inimitables e inexportables. Mi generación, hija de esa derrota, hija de una caída colectiva, una generación post-histórica, ha sido incapaz de apropiarse de esa experiencia. Algunas y algunos han — hemos — intentado reconstruirla, contarla — incluso lo han hecho con cierta destreza heurística — , pero eso no es lo mismo que apropiarse de ella.
En los últimos cuarenta años hubo algunos contextos más favorables para esa apropiación, digamos: momentos más sensibles e intensos como el 19 y 20 de diciembre de 2001, la rebelión popular, por ejemplo. También hubo y hay emplazamientos más idóneos: los movimientos sociales, las organizaciones populares, los diversos colectivos militantes, el feminismo popular, el feminismo radical, por ejemplo. Podemos incluir como parte de los contextos favorables los momentos en que, desde el Estado, se impulsaron políticas de memoria, verdad y justicia. Pero la constelación de Alicia es difícil de decodificar en este contexto histórico donde predominan las concepciones que distorsionan las verdaderas relaciones de las personas con el mundo, donde hemos perdido la capacidad de imaginar un futuro que no sea distópico. Como se sabe, la distopía es una modalidad del conformismo y la pasividad. La verdad es que la época que piensa en nosotros — la época que nos piensa — , nos inhibe para pensar a Alicia. El predominio del pragmatismo, los sueños a ras del piso, o más abajo aún… son taras terribles. De todos modos, no planteo una posición fatalista. Mi pesimismo tiene matices por donde se cuela el optimismo. Nos queda la posibilidad de buscar las fisuras de la época, instalarnos en ellas para pensar el futuro y, desde allí, apropiarnos del pasado, incluida Alicia. Y esta época tiene sus enormes fisuras.
Quiero decir con esto que solo se podrá evitar la degradación del símbolo Alicia Eguren si se lo resignifica desde espacios políticos antagonistas, comprometidos con las transformaciones de fondo.
En Alicia sobresalen los elementos antimperialistas, anticapitalistas, clasistas y feministas. Alicia se destacaba por su capacidad para ver las relaciones de fuerzas, los intereses de clase — y la lucha de clases — detrás de las narraciones, las fraseologías, los rituales. Se trata de una figura absolutamente incompatible con unos órdenes bienpensantes, posibilistas.
También se destacan sus costados plebeyos; algunas y algunos podrán decir: populistas, pero que, en realidad, expresan su compromiso y su participación directa en una experiencia popular impura a los fines de excederla. Pero Alicia es incompatible con el populismo teórico, con las razones populistas y posmarxistas, con las hipótesis concurrentes con el neoliberalismo. También resulta incompatible con los órdenes más dogmáticos, con el racionalismo extremo o los imaginarios desnutridos de cierta izquierda. En Alicia la pareja peronismo y marxismo no remite a una disyuntiva.
¿Existe para vos alguna forma de apropiarse de esa experiencia o estamos condenadas y condenados al extrañamiento?
Una forma sería sumarle política al acto — sin dudas importante y de algún modo también político — de reconstruir y contar la historia. Politizar al máximo la mirada histórica. Creo que es la única forma de obtener nitidez. Asumir que hay un sistema cosificador que nos oculta lo subversivo, lo rebelde, lo contestatario que habita en el pasado — y en el presente — . Un sistema que trabaja para desenfocar todo aquello que lo denuncia. Otra forma sería evitar las operaciones desideologizadoras sobre Alicia. Pero el tema es complejo. Por ejemplo, tenemos, además, el tema de la violencia, que aun algunas de las posiciones que reivindican las militancias revolucionarias de los sesenta y los setenta prefieren soslayar, creando atmósferas turísticas que distraen de los aspectos más incómodos. Porque cuesta asumir que la violencia, de alguna manera, está presente en cualquier política que implique ponerle un límite a un poder opresor que, no hace falta aclarar, es violento por naturaleza. Ocurre que el poder opresor ha naturalizado y normalizado su violencia. Al tiempo que presenta cualquier resistencia u oposición como anomalía, como violencia. Hablo de la violencia en una expresión muy básica, como tensión y conflicto social, político, cultural.
Alicia es una mujer ligada a la violencia, pero no porque ella fuera una loca, una fanática, anhelante de sangre o con ansias de inmolación suicidas, sino porque participaba de un proceso histórico de transformación radical de una sociedad injusta y opresiva, porque vivió un tiempo en el cual las clases subalternas y oprimidas amenazaron realmente los privilegios de las clases dominantes de Argentina, al imperialismo y al capitalismo.
Y lo hicieron con confianza e impulso creador. Ese proceso histórico y ese tiempo generaron nociones legitimantes de una violencia revolucionaria — una contra-violencia, si les parece mejor a ustedes — que contó con el consenso de una parte de la sociedad. Por lo menos fue así por un tiempo. Por supuesto, también es necesario reflexionar sobre los errores del ofensivismo abstracto de algunas organizaciones, sobre la falta de una estrategia defensiva y una lúcida hipótesis de resistencia. Pero bueno… pocas y pocos se hacen cargo de todo esto. Es más fácil recordar a la Alicia que padeció la violencia del sistema en la forma más brutal y despiadada, la Alicia víctima; y pasar por alto — o silenciar deliberadamente — las razones de la Alicia militante revolucionaria que, claro está, no eran solo las razones de Alicia sino de una parte significativa de la sociedad, en especial en sus franjas populares, en la clase trabajadora.
Luego, en Alicia lo nacional-popular no es compatible con políticas cuyo fundamento es la acumulación de capital. Lo nacional-popular, para ella, no se ajustaba a las cadencias impuestas por el ciclo del capital y su comando de la realidad. Por lo tanto, lo nacional-popular en Alicia no se relaciona con las resoluciones simbólicas, no se corresponde con los dispositivos discursivos mistificadores. El carácter simbólico y mistificador provee la flexibilidad que las configuraciones neodesarrollistas (burguesas, estatales, «populistas») de lo nacional-popular reclaman, dado que deben dar cuenta tanto de los momentos de ampliación de las demandas sociales como de los momentos de estancamiento y también de recorte y retroceso.
Alicia, y el grueso de la militancia revolucionaria de las décadas del sesenta y del setenta, vivían en la certeza de la materialidad de la hegemonía. Otro elemento que vincula la política popular al conflicto, a la lucha de clases. Se hubiesen cagado de risa frente a cualquier intento de limitar la hegemonía a las prácticas discursivas y a las articulaciones simbólicas. Se hubiesen indignado ante tanta indigencia crítica.
Hace algunos años definiste a John William Cooke como un hereje. De hecho, El Hereje es el título de un libro tuyo anterior sobre Cooke. En este nuevo libro sostienes que Alicia fue más herética que John. ¿Por qué?
Primero digamos que una hereje, un hereje, se caracterizan por recurrir al conocimiento y al afecto para comprender a una comunidad cuyo amor no puede contenerla y contenerlo del todo. Eso puede plantearse sobre Alicia y John respecto del peronismo y una parte de la izquierda.
El ser herético está condenado a vivir la verdad en relativa soledad, es un ser segregado.
Alicia y John comparten la misma herejía, si digo que Alicia fue más herética es porque le tocó continuar el cookismo en un contexto histórico de auge de masas, el contexto posterior al Cordobazo de 1969 — y posterior a la muerte de John, en 1968 — con un alza inédita en la lucha de clases y en medio del estallido de las contradicciones al interior del peronismo. Además, porque era mujer, y mujer siempre en proceso de empoderamiento. Eso la obligaba a la herejía. Finalmente, no podemos olvidar los inquisidores que tuvo Alicia. Los peores. Unos capaces de sintetizar todas las tradiciones reaccionarias de este país: el liberalismo oligárquico, el nacionalismo de derecha, el catolicismo preconciliar, la Doctrina de la Seguridad Nacional, entre otras. Su suplicio refuerza su condición herética.
De algún modo, quienes en la actualidad se asumen como la continuación de las comunidades cuyo amor no podían contener del todo a Alicia y a John, para preservarse, deben poner en marcha ejercicios de olvido, de exclusión. O ejercicios de purificación retrospectiva de las almas de las y los herejes.
¿Por qué hablas de un feminismo práctico en Alicia? ¿A qué te refieres con el adjetivo «práctico»?
Porque en la vida de Alicia podemos encontrar infinidad de gestos, acciones, actitudes en los que ella, espontáneamente, se opone al despotismo patriarcal. Su vida fue feminismo en acción, en ambientes conservadores, pero también en los círculos revolucionarios. Desde muy joven y en todos los ámbitos en los que participó, Alicia rechazó la jefatura patriarcal. Digamos que no prestó consentimiento al mando masculino tradicional y cuestionó la pedagogía de la crueldad que le es inherente. Siempre fue ella misma, más allá de los ambientes y las miradas. En el libro recurrimos a la figura de la parodia de la masculinidad, como una de las manifestaciones de su feminismo práctico.
Pero también destacamos un feminismo teórico o, si prefieren, consciente. Porque Alicia estaba al tanto de la situación del movimiento feminista internacional que adquiere un protagonismo importante en las décadas del sesenta y del setenta. En Argentina, a comienzos de la década del setenta, participó de un gineceo virtuoso con la científica Otilia Vainstok, la escritora Tununa Mercado y la médica Graciela Scolamieri. Este grupo debatía aportes teóricos del feminismo norteamericano y ya planteaba el tema del aborto voluntario y delineaban sus fundamentos ético-políticos. Ahora… si buscan documentos en los que Alicia hable del capitalismo y el patriarcado como co-constitutivos, no van a encontrar nada. Entre otras cosas porque muy pocas veces Alicia aborda la «cuestión de la mujer». Sus intereses estaban puestos en el todo social, que era y es el ámbito más vedado para las mujeres.
Alicia era anómala. Pero también era anómala la pareja que conformaba con John. Por cierto, es imposible no pensar a esa pareja como parte de una tradición argentina, más específicamente peronista, de matrimonios que funcionaron como experimentos políticos. Me refiero a las parejas políticas del peronismo. Parejas que fueron constitutivas del peronismo en diversas etapas históricas: Perón-Evita, Perón-Isabelita, Cooke-Alicia, Néstor-Cristina. Todas estas uniones prendieron políticamente, aunque sus efectos fueron diferentes. Todos estos matrimonios, en mayor o en menor medida, estuvieron y están expuestos a las tipificaciones gorilas que solo pueden — y quieren — ver sociedades políticas viciadas por la ambición, el narcisismo y la megalomanía. Sin dudas la pareja Alicia-John, que nunca llegó a constituir un gobierno matrimonial, fue la más anómala de todas, la más descomulgada. Una pareja abierta y revolucionaria.
En el libro desarrollas algunos aspectos de la vida de Alicia que fueron — y son — considerados como tabú: sus amores y amoríos, sus afinidades y relaciones no solo ideológicas y políticas con el Che o con Salvador Allende…
Debo ser sincero. Quiero ser sincero. Suelo ser sincero. En un principio dudé de incluir esos aspectos de la historia de Alicia en el libro. Primero me encargué de corroborarlos a partir de fuentes muy confiables y algunos documentos. Pero no estaba convencido, temía alimentar las peores mañas de la chismografía. Además, consideraba que carecía de los recursos literarios adecuados para contarlos. No quería apelar al melodrama o al folletín. Pero al mismo tiempo sentía que, si los pasaba por alto, dejaba vía libre a las interpretaciones más superficiales, morbosas, escabrosas. Consideré que ignorar esos temas, pasarlos por alto, no haría otra cosa que alimentar la mojigatería. Cuando
constaté que la sub-representación de Alicia en el relato histórico respondía en buena medida a esos costados y que los responsables eran sus propios compañeros — y hablo especialmente de los varones — , decidí dar cuenta de ellos y reivindicar lo que María Pía López en el prólogo del libro llama la libertad deseante de Alicia.
O sea, constaté que había una historia que permanecía oculta por acumulación de prejuicios. Esa circunstancia me alentó a contarla. Es cierto que para algunas y algunos puede resultar fascinante, y que para otras y otros puede parecer un tema secundario. Pero, de cualquier forma, no podía ignorarla.
De paso, ensayo un cuestionamiento al machismo, a la moral conservadora o a la doble moral de la izquierda, sobre todo de las generaciones militantes más viejas. Claro, también tuve en cuenta la consiga feminista — discutida, por cierto — que plantea que lo personal el político. Así encaré esos aspectos. No sé si los fragmentos del libro que tocan estos temas están logrados. Tal vez tengan algo de melodramático, de folletinesco, mezclado con una interpretación psicológica de aficionado. No estoy seguro. Pero, por lo menos, propongo una interpretación y saco el tema del fangoso terreno de las habladurías y las condenas moralistas. Algo en este sentido ya había hecho María Seoane en Bravas.
Seguramente a un sector del kirchnerismo no le desagrada la asociación entre Alicia y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Vos qué piensas? ¿Cristina podría ser equiparada a una figura histórica como Alicia?
Tal vez. En algún punto sí… Si me preguntaban hace unos meses seguramente mi respuesta hubiese sido diferente, por lo menos en un tramo. Muy probablemente les hubiese dicho que esa asociación giraba sobre algunos aspectos no muy relevantes, sobre varias similitudes secundarias. Por ejemplo, en relación al tema de las parejas políticas del peronismo podría plantear lo siguiente: ni a Alicia, ni a Cristina les tocó asumir los perfiles — y métodos — emocionales en desmedro de los racionales — reservados para los varones — . Ambas son figuras en donde la emoción y la razón se conjugan, no hicieron ese reparto machista con sus parejas. No fue así el reparto con Perón-Evita o con Perón-Isabel.
Pero hoy, después del atentado contra Cristina, solo puedo mantener una parte de mi respuesta original. Estoy obligado a repensar esa asociación. Estoy obligado a ser más profundo… o a ver otros costados. Por lo menos estoy obligado a intentarlo.
Obviamente, se trata de mujeres, políticas, en entornos peronistas y patriarcales. La joven Cristina, la de la década del setenta, la que aparece — muy bella — en algunas fotos en blanco y negro, podría pensarse como una de las hijas de Mamá Alicia, aunque más no sea por haber compartido retazos de una subjetividad que abarcaba a una parte importante de la sociedad argentina en aquellos años, en especial del peronismo. Pero la Cristina montonera, más que a la historia real, se corresponde con la moderna mitología gorila, con las visiones más reaccionarias, con lo que Ezequiel Sirlin denomina «Antikirchnerismo esencial».
En realidad, Alicia y Cristina son diferentes en un aspecto fundamental: una cosa es cuestionar a fondo un determinado orden y otra, muy distinta, administrarlo y gobernarlo. Aunque se lo administre y gobierne de un modo relativamente afín a los intereses populares y con relativa audacia. Alicia quedó asociada a una política de insubordinación a la hegemonía capitalista y de transformación radical, al esbozo de una contra-sociedad de las y los de abajo. Cristina, por el contrario, está asociada a una política de la normalización que, sin dudas, incluye elementos reparadores y un mínimo de felicidad social. El ascendente popular que Cristina todavía conserva está fundado en esa función reparadora.
Como figura vinculada a un linaje peronista, Alicia expresa la parte maldita de ese linaje, nos instala en la posibilidad del pasaje de la Nación al Socialismo, un pasaje que implica una articulación, pero sobre todo una transfiguración. Pocas y pocos peronistas pueden o quieren asumir hoy esa parte maldita. Pocas y pocos peronistas sustentan el punto de llegada. No abunda el peronismo anticapitalista, ¿verdad? Y les diría que tampoco son muchas y muchos los que se aferran al punto de partida. No hay muchos indicios de una reedición, desde el peronismo, de un nacionalismo plebeyo de masas, de un patriotismo popular y radical, ¿verdad?
Cooke decía que el peronismo era el hecho maldito del país burgués. Hoy podemos pensar a John como el hecho maldito del peronismo burgués — y siempre se impone la pregunta: ¿acaso hay otro?, ¿habrá otro?, ¿puede haber otro? — y a Alicia como el hecho recontramaldito. Justamente, los hechos malditos son los que vienen a perturbar lo normalizado, lo adaptado. Entre una maldita y una normalizadora la diferencia es notoria.
La figura de Alicia remite a una opción por un sistema alternativo al capitalismo. La figura de Cristina remite a la recomposición de la dominación del capital, más específicamente a la opción por uno de los dos — simplificando muchísimo — modelos capitalistas en disputa: el denominado capitalismo serio que no cuestiona ni desanda las consecuencias estructurales del neoliberalismo, sino que las asume como ineludible punto de partida.
Alicia era revolucionaria. Cristina no. Alicia hablaba de insurrección, de huelga política de masas y Cristina de elecciones y administración del Estado. Alicia era intransigente con la burguesía y Cristina es armonizadora y conciliadora con el gran capital transnacionalizado, más allá de que los medios de comunicación monopolizados por la derecha no la presenten así. De alguna manera, es la diferencia que podemos encontrar entre el amor y el matrimonio, entre la guerrera y la soldada, entre la revolución y la política burguesa — aunque se trate de una alta expresión: democrática, relativamente soberana, progresista, piadosa, sensible, inclusiva, redistributiva, proteccionista — .
Alicia es una figura quijotesca y trágica, dispuesta a consumirse en su propio fuego. Como muchas figuras revolucionarias, fue agonal. Se autopercibía como una mujer en transición, aspiraba a la mujer nueva en una sociedad autoemancipada.
Cristina es una figura institucional, asociada a la administración, al arte de comandar y a la conducción. Y si la política en nuestros días solo puede ser concebida en clave institucional y administrativa, eso responde, en buena medida, al hecho de que Alicia fue derrotada y porque triunfó el proyecto disciplinador. Los efectos de esa derrota — y de otras derrotas populares posteriores — son los que delinearon una sociedad fundada en la aceptación de un orden capitalista, burgués, liberal, republicano, es decir, una sociedad basada en la resignación, que es el pilar más sólido del neoliberalismo.
Alicia está más cerca de la rebelde radical que de la mujer de Estado. Alicia pudo haber actuado en la proximidad del poder — en Cuba un poco, muchos menos en la Argentina, recordemos que fue parte del entorno de Perón en los primeros tiempos del exilio del General — , pero nunca participó directamente del poder. Fue un personaje desestatizado, vinculado al exilio, a la clandestinidad y a la conspiración. Esa es otra diferencia importante con Cristina. No pretendo hacer juicios de valor — aunque de algún modo inevitable los estoy emitiendo — solo estoy pensando diferencias a partir de la pregunta de ustedes. Nunca se me había pasado por la cabeza esa comparación, pero últimamente noto que está presente en muchas y muchos militantes menores de cuarenta años. Seguramente ellas y ellos podrán ver cosas que yo no veo.
Alicia quería transformar de raíz las lógicas sistémicas. Cristina aspiró a resolver algunas de las fallas más notorias del sistema con algunas cuotas de soberanía y justicia redistributiva. Pero sin cuestionar las lógicas del sistema. Al contrario, siempre fue muy clara con los límites de las intervenciones que auspiciaba. Jamás presentó las contradicciones del país como irremediables. Fíjense ustedes que cuando La Cámpora compuso una figura de cruce — no es un cyborg — entre Néstor Kirchner y El Eternauta: El Nestornauta, le eliminó la escopeta — ni siquiera era un fúsil — que este último llevaba colgada del hombro. No estoy reivindicando ninguna vía armada ni nada por el estilo. Solo destaco la eliminación de un símbolo que podría asociarse a una posición más firme frente a los poderes fácticos, a un perfil de militancia un poco más audaz, crítica, inquisitiva. La eliminación de la escopeta también puede verse como un intento de eliminar la carga trágica de nuestra historia. Una forma de tranquilizar a las clases dominantes. Un signo que remite al abandono de las luchas populares más sustanciales y a una renuncia a los proyectos radicalmente transformadores basados en la autoafirmación popular. Un signo indirecto, claro. Sin dudas, esto desvirtúa enormemente el sentido original de El Eternauta: lo hacen regresar absolutamente derrotado, resignado, sin una pizca de rebeldía.
Es cierto que para la infinita crueldad de las clases dominantes de este país la aspiración de Cristina alcanza y sobra para que la tilden de yegua, chorra, puta, konchuda, montonera, para que la odien. Es más, creo que ese odio, que busca componer a Cristina como la encarnación misma del mal, es lo que confiere a su figura alguna cuota de mística y leyenda y la coloca compulsivamente en escenarios que parecen de tragedia.
La aspiración de Cristina deviene un gesto violento para las clases dominantes argentinas porque, sin plantear cambios radicales, igual genera tensiones y conflictos en lugar de escenificar la impotencia colectiva, un arte en el que el presidente Alberto Fernández se muestra inigualable. Por eso Cristina está en exceso respecto del campo de objetividad política impuesto por las clases dominantes argentinas, especialmente por el complejo agro-mediático. ¿Está o estaba? No lo sabemos, no nos queda del todo claro. Pero consideramos que sus intervenciones públicas de los últimos años, no solo en los últimos meses, han sido más bien desmovilizadoras y despolitizadoras del campo popular. Al margen de la proscripción de hecho que ahora pesa sobre ella.
Sin dudas, ese odio profesado por los sectores mas retardatarios, más impiadosos y más egoístas del país, también equipara a Alicia y Cristina. El atentado contra Cristina, de algún modo, la acercó a Alicia. Porque es imposible no ver en ese atentado una continuidad histórica. Se trata del mismo odio — inalterado — de las clases dominantes argentinas contra cualquier figura que represente anhelos populares, al margen de los alcances de esos anhelos, al margen del grado en que esa figura pueda contribuir a concretarlos.
Tengo la impresión de que el atentado contra Cristina desdibujó por un instante la diferencia entre el relato mayor que encarnaba Alicia — tumbar al sistema, trascender el orden burgués, construir el socialismo — y el relato menor que encarna Cristina — administrar el sistema con cierta sensibilidad sin cambiarlo de raíz — . Aunque la época no lo visibilice, aunque no sea un motivo accesible a los imaginarios políticos hegemónicos, incluyendo los imaginarios plebeyos-populares, se impuso fugazmente el relato mayor. El atentado emparentó a Cristina con el relato mayor, la corrió un poco de su lugar de heroína del relato menor, del relato progre. Pero, al mismo tiempo, la corrió de la escena política. Por lo menos eso parece.
Si a Alicia, mujer revolucionaria y antisistema, la secuestraron, la torturaron y la arrojaron viva al Río de la Plata o al Mar; a Cristina, mujer progresista e institucional, intentaron dispararle con una pistola en la cabeza, volarle la tapa de los sesos. Hay afinidades evidentes, una línea de continuidad demasiado visible entre los sujetos que pergeñaron el exterminio de Alicia y el atentado contra Cristina.
¿Cómo fue el proceso de escritura de una biografía? ¿Cómo encaraste las dificultades propias del género?
En ciertos aspectos que podríamos denominar investigativos — la palabra es espantosa, perdón — , no dejé de lado algunos rigores, diría mejor: obsesiones. Pero trato de evitar los vicios de los biógrafos dogmáticos. Sé que una vida es indecible. No oculto un ejercicio que, prácticamente, linda con la fábula: la invención de una unidad, de un yo, a partir de meros fragmentos. No caigo en la ilusión de la transparencia. Una de las leyes del género biográfico establece que, en el vínculo que se construye entre el biógrafo, la biografiada o el biografiado y la lectora o el lector, casi no hay cabida para la transparencia. Eso es cierto, se trata de un triángulo árido, repleto de dificultades, más allá del aporte copioso de datos, y más allá de que, en este caso, intente articularlos en un relato continuo, en una narración más o menos coherente.
En relación a los datos crudos, hay algo que quiero destacar. Que el libro sea voluminoso, que tenga muchas páginas y mucha información, no quiere decir que esta sea una biografía definitiva o algo por el estilo. Sería una condición horrible. Sé muy bien que hay muchas cosas de la vida de Alicia que desconocemos. Algunas, seguramente, irán apareciendo; otras, posiblemente, nunca. Un ejemplo: a los pocos días de aparecido el libro, un viejo compañero, Pablo Solana, me comenta que, leyendo Taberna y otros lugares del poeta salvadoreño Roque Dalton, ve que el libro está dedicado a un grupo de personas entre las cuales está Alicia Eguren — junto a Regis Debray, Elizabeth Burgos, José Manuel Fortuna, entre otras y otros — . El libro se publicó en 1969, pero fue escrito en Praga entre 1966 y 1967. Dalton compone muchos de los poemas de este libro a partir de conversaciones antológicas que escuchó y que sostuvo con jóvenes checoslovacos y de nuestra América que se reunían en Ufleku, una taberna famosa de Praga. Tengamos en cuenta que, aunque ahora nos parezca un itinerario de viaje extraño, Praga era una estación intermedia necesaria para llegar a Cuba. El Che estuvo allí en diferentes momentos. Entonces, Alicia también fue parte de esa especie de bohemia revoluciona e internacionalista que se reunía en Ufleku. Bueno… todo eso yo no lo sabía y no aparece en el libro. Se los cuento a ustedes, ahora. Creo que ese cruce entre Alicia y Dalton es interesantísimo. Seguramente hay cientos de historias similares protagonizadas por Alicia.
En las biografías suele ocurrir que la cuota de información sobre el personaje, el misterio que lo rodea, es inversamente proporcional a la invención literaria. No estoy hablando de la invención de hechos y circunstancias, eso sería del orden de la farsa, de la falsificación y la mentira. Pienso en la invención que se pone de manifiesto en la misma construcción del itinerario biográfico, en la organización y en la interpretación de los datos disponibles: las fuentes y los testimonios. Considero que hasta en los silencios hay invención.
Hay que decir además que, muchas veces, los datos disponibles corresponden a la leyenda que sobrevuela al personaje. O sea, escribir sobre la vida de un personaje histórico importante e influyente es, también, escribir sobre la vida de una leyenda, escribir la historia de unas construcciones imaginarias, para generar otra construcción imaginaria.
En Perón. Reflejos de una vida, Horacio González decía que una vida es más «desistencia» que cumplimiento, es más imposibilidades que trofeo. ¿Estás de acuerdo con esa caracterización?
Sí. Soy plenamente consciente de eso y asumo el desafío de lidiar con la imposibilidad constitutiva del género. Jorge Luis Borges decía que las biografías eran irrisorias y eran paradojas evidentes dado que consisten en que los recuerdos de un individuo sean despertados en otro a través de un tercero… Intento ser un biógrafo crítico, o algo por el estilo. Busco las marcas de la subjetividad de Alicia impresas en las subjetividades de las personas que la conocieron: familiares, compañeras y compañeros, y también — aunque más imperceptibles — las marcas que dejó en el mundo, específicamente en el país. A través de esas marcas exploro la intimidad de Alicia. Los reflejos — para usar la palabra que usaba González — que un alma especial dejó en otras almas. Denomino a esos modos como cuasi evangélicos. Aspiro a una reactualización de la experiencia vital de Alicia Eguren, con sus desistencias e imposibilidades, y pretendo transmitir las vivencias que yo mismo experimenté al reconstruir el itinerario del personaje.
Si la biografía es un género «imposible», si nadie puede experimentar la vida del otro, en tu caso, el hecho de escribir sobre una mujer — una «otra» — , supongo que sumó alguna dificultad…
Sí, claro, por supuesto, muchas dificultades. Saber algunas cosas sobre Alicia no fue tan difícil, lo más complicado fue (es) comprenderlas desde adentro. Lo planteo en un pasaje del libro.
En las sociedades patriarcales el lenguaje y la escritura son machistas. Entonces asumí que, para intentar escribir sobre una mujer, tenía que partir del reconocimiento de la existencia de una semántica androcéntrica hegemónica, y de mi carácter de varón condicionado por mandatos de sexo-género opresivos. No se trata de pedir perdón por ser varón, relativamente blanco, heterosexual, de 50 años, sino de reconocer las limitaciones de mis condiciones de socialización masculina. Son las limitaciones de toda mi generación y de una parte importante de la sociedad que, a pesar de los avances de los últimos años, sigue siendo machista.
En algún punto la escritura me sirvió — eso creo, eso espero — para comenzar a desaprender y desandar la masculinidad opresora.
Más allá del paso del tiempo, y considerando que vivimos en una época muy diferente a la de Alicia, ¿en que aspectos consideras que radica la vigencia de Alicia?
En varios. Algunos se deducen de lo que acabo de decir.
Alicia nunca fue orgánica de ningún partido. Fue parte del movimiento peronista, pero siempre estuvo alejada y en conflicto con sus instancias formales. Luego, ya consumado el tránsito ideológico-político de la Nación al Socialismo, cofundó con John Acción Revolucionaria Peronista (ARP). Una organización por fuera de las estructuras políticas del peronismo pero que lo asumía como punto de partida identitario. Aclaro: no veo en ese pasaje de la Nación al Socialismo una transición del error a la verdad, sino la adquisición de una verdad que, en un país periférico y dependiente, es más contenedora, más abarcadora. Ahora bien, vale la pena detenerse en el nombre de la organización, su organización: Acción. Es decir,
la idea no era colocar unos principios y métodos por arriba o por fuera de todo debate, sino expandir, propagar, ocupar, contagiar. ARP, más que una institución vanguardista era una convocatoria abierta a la praxis vanguardista, un llamado a su multiplicación. Por eso ARP fue la organización madre de todas, casi todas las organizaciones revolucionarias de los setenta. (Vale decir que su contribución todavía no ha sido estudiada y valorada lo suficiente).
Por eso Alicia pudo jugar el rol de articuladora política al interior de los sectores revolucionarios del peronismo y entre estos y la izquierda marxista. Por eso Alicia queda como emblema de las mejores experiencias políticas frentistas de la izquierda argentina, como fue, por ejemplo, el Frente Antimperialista por el Socialismo (FAS). En eso veo un gesto que vale la pena rescatar.
Al final del libro, un poco a lo Domingo F. Sarmiento, otro poco a lo Walter Benjamín, invocas el fantasma de Alicia, ¿a qué convoca ese fantasma?
A muchas cosas. Nos convoca a un compromiso político y ético vinculado con la lucha por la emancipación humana. Nos convoca a una épica. Nos convoca a muchas tareas vinculadas con la construcción de una patria justa, libre y soberana; una patria socialista en los términos de Alicia. Aunque, claro está, repensada en nuevas claves y actualizada a nuestras condiciones históricas. Seguro es un fantasma que nos acompañará en el camino de la organización y la lucha popular y no en el camino que conduce a una oficina de un ministerio.
Sospecho que los fantasmas no son muy compatibles con los ministerios y con las burocracias en general.
En algunos pasajes de Alicia en el país es posible detectar una mirada un tanto nostálgica. ¿Estás de acuerdo?
Sí, absolutamente. Pero tengo que hacer una aclaración. Esa nostalgia no debería confundirse con melancolía pasiva, con afanes de restauración de lo viejo, con la pena por un tiempo irremediablemente perdido, sino con una forma de la crítica. Desde muy joven he recibido la influencia de corrientes de pensamiento que recurren a la nostalgia del pasado como método revolucionario para una crítica del presente.
¿Cuáles son los objetivos que perseguías cuando comenzaste a escribir esta biografía? ¿Cambiaron en el transcurso de la escritura o después?
Mis objetivos centrales fueron los mismos desde el inicio. No los cambié. Y en ningún momento los oculto. Es evidente que
pretendo generar ciertos sentidos y contrarrestar otros. Cuestiono la política menguada a la gestión, la política como escenificación de la impotencia colectiva, también las visiones patriarcales y opresoras y los vicios del mando masculinizado. Intento una modesta contribución a la despatriarcalización de la memoria como forma de ratificarla como terreno de una disputa fundamental. Trato de ponerle coto a la crueldad de la historia en el país del olvido; y también a la crueldad de la historiografía y de cierta narrativa nacional-popular que, asentadas en la normalidad burguesa, reivindican la revolución como puro pasado.
Como escritor-activista-militante aspiro a construir referencias histórico-políticas para las luchas concretas, a restituirle a la militancia popular una figura desbordante, una figura embarazosa para la política normalizada y para los realismos políticos que, en todos sus formatos, no permiten que nazca la imaginación subversiva. No me resigno a que la historia se convierta en un parque de diversiones. Deseo promover la invención de cosas nuevas a partir de los restos de Alicia, construir a partir de las ruinas de la historia.
Les digo, especialmente a mis compañeras: aquí tienen una ancestra formidable, no se olviden de ella, no dejen de considerarla a la hora de proyectar hacia el pasado su comunidad militante y de fundar parentescos matriarcales, a la hora de reconstruir sus imaginarios histórico-políticos. Alicia es cada vez más necesaria para luchar contra las miserias del neoliberalismo y del patriarcado… Espero lograr esos objetivos, aunque más no sea en un grado mínimo. Espero que haya alguna coincidencia entre mis significaciones subjetivas y las significaciones objetivas de mi trabajo.
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