Por Ariel Camejo: “¿Ha dejado de existir el relato del colonialismo para nosotros? ¿No es ya esa zona de nuestra historia un ámbito de referencia que debe generar posiciones políticas y principios para las relaciones internacionales?”.
La reciente visita a Cuba de altos representantes de la realeza británica y, sobre todo, el tratamiento “discursivo” a través del cual se presentó ese suceso, me han generado ciertas preguntas e inquietudes que no puedo dejar de compartir. ¿Ha dejado de existir el relato del colonialismo para nosotros? ¿No es ya esa zona de nuestra historia un ámbito de referencia que debe generar posiciones políticas y principios para las relaciones internacionales? ¿Más allá de los lenguajes de la política (de Estado) y la diplomacia, hay alguna oportunidad de recuperar este debate en nuestro ámbito intelectual?
Despegar
Ante la aparente inexistencia de referencias y zonas de despegue para el debate, propongo un ABC, un prontuario básico que nos permita llegar a un estado de la cuestión. Tres pequeños fragmentos de tres autores sin los cuales no se puede, al menos, comenzar a polemizar.
- Antonio Benítez Rojo:
“…sin las entregas de la matriz caribeña la acumulación de capital en Occidente no hubiera bastado para, en poco más de un par de siglos, pasar de la llamada Revolución Mercantil a la Revolución Industrial. En realidad, la historia del Caribe es uno de los hilos principales de la historia del capitalismo mundial, y viceversa.” (La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva posmoderna).
2) Aníbal Quijano:
“Con la constitución de América (Latina), en el mismo momento y en el mismo movimiento históricos, el emergente poder capitalista se hace mundial, sus centros hegemónicos se localizan en las zonas situadas sobre el Atlántico — que después se identificarán como Europa — y como ejes centrales de su nuevo patrón de dominación se establecen también la colonialidad y la modernidad. En breve, con América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la modernidad se instalan asociadas como los ejes constitutivos de su específico patrón de poder, hasta hoy.” (“Colonialidad del poder y clasificación social”).
3) Walter Mignolo:
“Colonialidad es una expresión abreviada de colonialidad del poder y de patrón colonial de poder, conceptos claves para quienes, desde experiencias y disciplinas diversas, pensamos y actuamos en la descolonialidad. Esta significa, brevemente, desengancharse (delinking) del patrón colonial de poder para reengancharse (relinking) con maneras de vivir, sentir, pensar, hacer que fueron y son desautorizadas o cuestionadas por la codificación moderno/occidental.”
Por supuesto, no hay que pedirle peras al olmo. No a todo el mundo le interesan estos temas. Pero de algo podemos estar seguros. A todos nos afectan. Extraeré algunos hilos, de esos que tanto le gustaba tirar a Benítez Rojo:
-Había riqueza en América (Latina), en el Caribe [y eso solo para comenzar; también había riqueza en África, en el Medio Oriente…]
-Había y hay riqueza cultural y de saberes en América (Latina) y el Caribe [también en el resto del mundo no europeo]: otras formas de pensar e imaginar, otras formas de estar juntos.
-La empresa colonial (el colonialismo como proyecto de dominación y lucha por el control de esos recursos) generó un sistema de traspaso sistemático de esa riqueza hacia Europa y contribuyó a la consolidación del tipo de relación socioproductiva que hoy conocemos como capitalismo.
-El colonialismo desarrolló una matriz de dominación subjetiva que impuso hegemónicamente el sistema de valores euroccidentales a los territorios colonizados: la colonialidad del saber.
-La colonialidad generó a nivel de infraestructura social y cultural los sistemas garantes de su perfeccionamiento y su perpetuación. La “ciudad letrada”, como le llamara Ángel Rama, es uno de los más significativos y exitosos.
-Las tareas que se derivan de un examen “de(s)colonizador” (de nuestra[s] historia[s], de nuestra[s] cultura[s], de nuestro[s] relato[s] humano[s]) son complejísimas, pero también son urgentes.
Y algunos principios deben estar claros en este regreso de príncipes y reyes:
- La altura de esas Altezas se soporta en un relato de dolor y expoliación de más de 500 años de existencia. Reconocer esa Alteza es perpetuar nuestra condición de suelo bajo, de piso firme que la soporta.
2. El “estado de bienestar” es el fruto de un estado generalizado de malestar [Decía George Lamming que el 80% de los países del mundo había experimentado alguna forma de colonialismo]: empobrecimiento (mejor que pobreza), desarraigo forzoso (mejor que desplazamiento), desigualdad institucionalizada… Si hay un mundo que puede seguir planteándose a sí mismo esa ficción como modelo social, es porque existe “otro mundo” (tercero, cuarto, quinto…) que lo hace posible: no hay rey sin servidumbre.
3. El aura cultural de Europa se construyó sobre la base del desprecio al mundo no europeo y sus valores, se alimentó de la riqueza material y simbólica de ese universo “otro”. El capital generó tiempo y recursos; los restos de esas otras culturas fueron digeridos (devorados) por los museos, los zoológicos, los intelectuales y los artistas. Y la colonialidad concibió réplicas de esas instituciones en el mundo colonizado, fieles guardianes del status quo del eurocentrismo.
4. El peor de los escenarios es que ese modelo nos ha sido ingeniosamente empaquetado y vendido como una fórmula de éxito, tanto económica como culturalmente. Una fórmula verticalista y desequilibrada (el Estado-Nación) que genera inequidad material y profundas asimetrías en términos de relaciones humanas.
La perspectiva de(s)colonial, más que pensar, se propone hacer. Ese hacer tiene hoy un carácter imperativo y creo que debemos, al menos, comenzar por visualizar sus horizontes. Es necesario transformar no solamente el modo en que pensamos, sino la propia estructura social y cultural que sirve de soporte a esos proyectos de la imaginación y del vivir.
Para concluir, Walter Mignolo responde magnífica y sintéticamente a algunas preguntas básicas sobre este enfoque en la actividad artística y cultural que bien podrían funcionar como un nuevo suelo, como un nuevo comienzo:
“¿Cómo se plantean, ante este nuevo e impredecible estado del mundo, las perspectivas descolonizadoras desde las intervenciones artísticas? Empezando por desnudar las complicidades del arte y la estética en el patrón colonial de poder y en el manejo y manipulación de subjetividades (…) ¿Cómo queremos o buscamos reformular nuestras prácticas en este presente tan urgente?
Cada unx de nosotrxs es responsable de su liberación descolonial que encontramos trabajando y construyendo con otrxs. No hay regla universal ni universalización de la regla.
¿Podemos referirnos a la descolonización no sólo en términos de poéticas sino también del sistema expositivo, de las prácticas curatoriales, de la historia del arte, de la enseñanza artística, e incluso del mercado y las ferias del arte?
La esfera de las artes es esa mitología moderna/posmoderna/occidental que involucra diversos haceres, instituciones, actores, idiomas (puesto que el mito está construido en lenguas imperiales occidentales, no en aimara, bambara, urdu o, incluso, mandarín, árabe o ruso, todas lenguas que, una vez intervenidas por Occidente, quedaron presas de las formulaciones de las lenguas occidentales). De aquí surge el pensamiento, el hacer y las estéticas descoloniales fronterizas.
¿Cómo se definirán nuestros propios roles, nuestras acciones, y hasta nuestras pulsiones en este nuevo escenario?
Se trata de tomar conciencia primero del lugar que la esfera de las artes ocupa en el patrón colonial de poder, del lugar que a cada unx de nosotrxs se nos ha asignado. El segundo momento es el desprendimiento y las búsquedas de re-existencias, de re-emergencias de formas devaluadas de existencia.
¿Qué puede hacer el arte, qué tiene para decir frente a lo que se anticipa como un nuevo orden del mundo?
Contribuir a la construcción del nuevo orden mundial, multipolar y pluriversal; contribuir a reducir a su propia medida las ficciones universales del Atlántico Norte. Queda mucho por hacer, pero la marcha ya es irreversible.”
Aterrizar
A partir de la perspectiva abierta por los estudios poscoloniales desde las últimas décadas del siglo XX, el espacio intelectual latinoamericano y caribeño ha debido replantearse muchos de sus esquemas y bases teóricas, consciente de las especificidades de la historia del colonialismo en la región. Estudiosos como Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, Edgardo Lander, Walter Mignolo, Román de la Campa, David Scott, Edouard Glissant, Jean Franco, entre otros muchos, han contribuido a articular una agenda actualizada no solo en función de tópicos sino también de enfoques y perspectivas metodológicas desde los cuales aproximarse a la historia y los efectos de esa herencia colonial.
Ello ha revelado una cartografía diversa e intensa de problemáticas asociadas tanto al colonialismo como escenario histórico de la explotación capitalista e imperialista, como a la colonialidad en tanto matriz de dominación subjetiva que garantiza dentro de las fronteras del Estado-Nación, una infraestructura de control y supervisión que opera bajo la lógica metropolitana (es decir, que responde directamente a una construcción epistémica desde la cual se concibe una arquitectura del conocimiento, una imagen del mundo).
Situados nuevamente ante la perspectiva de promover el debate, quizás lo más oportuno sería comenzar a situar focos analíticos sobre los que podríamos regresar colectivamente, vinculados no ya al mero repaso de nuestro particular emplazamiento en un relato más abarcador, sino a la observación y el análisis crítico de las tangencias entre aquello que nos concierne como país, como estructura política y socio-simbólica, y nuestras inscripciones en lo que me gusta llamar un “relato global de la desigualdad”.
Entre esas zonas de debate a recuperar estarían:
- La matriz colonial de nuestra perspectiva historiográfica: dónde están las continuidades del relato histórico de las comunidades originarias, de los diversos grupos étnicos que conformaron y modificaron la población de América y el Caribe, historias más allá del relato de la independencia o la conformación del Estado-Nación. A considerar el marcado historicismo de nuestros enfoques de la cultura como proceso (desinterés por lo asimétrico, lo incongruente, etc.) Por solo poner un ejemplo, la historia del pueblo maya se circunscribe al momento pedagógico que enmarca el primer momento de la colonización. ¿Significa eso que dejó de existir ese conglomerado cultural después del siglo XVI? ¿El pueblo maya hoy está fuera de un relato “histórico”? ¿Una vez que el foco del “encuentro de culturas”, de la colonización, pasa por encima de ese relato cultural, de esa experiencia humana, deja de tener relevancia para la Historia? Este es el tipo de centralismo euroccidental que impone la colonialidad del saber, una arquitectura en la que no hay espacio para la heterogenidad de la experiencia, sino únicamente para aquello que tributa al relato homogéneo del Estado-Nación.
- Los puntos críticos de la lógica del Estado-Nación: culturas divididas por esa frontera mental, formas institucionales de control de sus fronteras y sistemas de límites (la educación, el arte…). Desde la perspectiva decolonial se ha situado como foco fundamental de desarrollo la posibilidad de concebir una nueva lógica institucional que logre, precisamente, subvertir las ataduras tradicionales que implica la idea del estado nacional como figura de hiperregulación, supervisión y control. En esa dirección la transformación de las universidades y de la institución Arte, resulta indispensable en tanto constituyen centros para una reconfiguración epistémica.
- Pasar de las escalas Macro a las Micro, del pensamiento de grandes procesos y conjuntos, al análisis detallado de las narrativas minoritarias y la vida comunitaria. La única forma de recuperar al sujeto subalterno para el debate cultural es facilitándole la posibilidad que históricamente le negó la lógica colonial: la oportunidad de representarse a sí mismo. Conscientes de que el poder opera precisamente a través de representaciones que lo legitiman (para ellos no hubo colonialismo sino “conquista”; esa experiencia no fue de sometimiento sino un ejercicio “civilizatorio”), no hay mejor forma de desmontarlo que mostrando el carácter artificioso de su estructura, sus anclajes en un principio de autoridad que, al desplazarse hacia nuevos sujetos, genera formas diversas, alternativas y descentradas de configuración del juego social.
- El contexto de análisis de los problemas que se derivan de la matriz modernidad/colonialidad se ha transformado vertiginosamente en las últimas décadas. Lo que Juan Bosch llamó la “frontera imperial” (extensiones de límites políticos de los grandes centros metropolitanos) está siendo fracturada por flujos desde los bordes coloniales marcados por la irregularidad y la desregulación. Las olas de migrantes que llegan al espacio europeo o a los Estados Unidos resultan difíciles de “clasificar”; pasan por espacios más o menos autorizados, responden a procesos de mayor o menor complejidad (disparidad económica, violencia social, asimetrías culturales, diferencias políticas, conflictos cuya matriz está anclada en los propios pasados coloniales y neo/poscoloniales). Ello implica que el examen hoy de “lo colonial” pasa también por actores, individuos, sujetos y subjetividades, que están al mismo tiempo dentro y fuera de esa lógica, e incluso pueden desempeñar ambos roles según su capacidad y autoridad dentro de cada esfera.
Por supuesto, cada una de esas áreas podría seguir ramificándose en función de los contextos diversos y heterogéneos de los que formamos parte. La noción de “culturas originarias” que opera como sustrato de referencia para las sociedades de la América continental, es más endeble en la región del Caribe insular, pero no quiere decir que sea despreciable. En zonas como el oriente de Cuba, o determinados territorios de otras islas, es un factor indispensable a tomar en cuenta.
De la misma forma que el pueblo garífuna actúa, desde un espacio continental, formas de vida ligadas a una insularidad que le fue negada por el relato colonial. Por lo tanto, la perspectiva analítica que desarrollemos en el futuro tendrá que ser atenta. Sobre todo, para no pasar por alto las dinámicas de singularidad y concreción que hoy pugnan por ser visibles (en términos de derechos, de participación y de representación) en el nuevo escenario social.
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