Acoso, burlas y cuotas: ¿qué hacemos las mujeres en una mesa redonda?

Por Berta Gómez Santo Tomás

Ilustración de Emma Gascó (www.pikaramagazine.com)

Texto tomado de la edición en papel de El Salto diario, №33, diciembre 2019.


Ponerse un lazo morado el 8M no es suficiente: llamar a mujeres profesionales para que aporten sus conocimientos y su trabajo diario hace más por nosotras que incluirnos en la trigésima mesa sobre machismo en la industria. Con estas palabras la periodista Laura Gómez criticaba a través de Twitter la ausencia de mujeres en una charla organizada por la empresa de videojuegos PlayStation. Era una ocasión importante en el contexto gamer: se estrenaba Death Stranding, el último videojuego de Hideo Kojima, padre de la saga Metal Gear Solid, y la compañía quiso celebrarlo con un evento y cinco invitados de honor. Entre ellos el director Nacho Vigalondo, el dibujante de cómics Salva Espín o el periodista y escritor Ángel Sucasas, encargado de moderar la mesa redonda.

A pesar de que la periodista no se refirió a la validez de los cinco ponentes en ningún momento, fue Sucasas quien cargó contra Gómez con agresividad por considerar que su crítica estaba fuera de lugar. A medida que pasaban las horas y algunos usuarios mostraban su rechazo a esta situación discriminatoria, las objeciones generales en su cuenta pública –«Hay que dejar de pedir cuotas»– se convirtieron en ataques personales –«Laura tiene muchas puertas cerradas a cal y canto que nunca se abrirán. Y muchas historias que cuando salgan a la luz, si las víctimas deciden hablar, veremos. Yo la quiero fuera de mi profesión»–.

«Fueron unos días complicados», explica Gómez, ahora que han pasado unas semanas de aquel episodio, «no solo por la repercusión y los insultos, sino por descubrir que muchos compañeros a los que admiro dentro del mundillo se posicionaban públicamente a su favor sin ningún tipo de represalia. El estudio en el que trabaja Sucasas no se pronunció, y él sigue trabajando allí». Al mismo tiempo, también reconoce que hubo una respuesta masiva de apoyo hacia ella desde distintos entornos, y lograron que finalmente PlayStation cambiara el cartel: Sucasas fue sustituido por las periodistas Marina Martínez y Sara Borondo. Sin embargo, para Gómez, lo que hizo PlayStation no fue responder a sus reclamaciones, sino ceder ante las quejas del resto de ponentes: «Si ellos no hubieran pedido que se incluyera a mujeres, PlayStation no habría movido un dedo».

Marina Martínez, una de las periodistas incluidas tras esta rectificación, afirma que conocía lo ocurrido cuando la llamaron para incluirla en la mesa y que por ello dudó de si debía o no acudir: «Me considero una persona sencilla y tranquila, no me gustan las polémicas y ponerme directamente en el punto de mira de una me produjo mucha ansiedad». Finalmente su experiencia fue positiva y se sintió arropada por muchos compañeros. «Me alegro de que se hicieran las cosas bien al final, aunque el precio fue caro», cuenta.

Lo que este caso evidencia es consecuencia directa del machismo estructural que sigue existiendo en el mundo gamer. Mediante la burla y la invisibilización, las mujeres son relegadas a un segundo plano y castigadas públicamente si se atreven a quejarse de ello. «En el momento en el que denuncias algo dentro de la industria del videojuego, entras en el exclusivo club de las feministas taradas que solo quieren destrozarles a los chicos su casita del árbol», dice Gómez. «La explosión de Sucasas confirmó algo que las mujeres relacionadas de una forma u otra con la industria ya sospechábamos: que se nos veta de ciertos espacios por nuestro perfil activista», concluye.

Violencia e invisibilización

La exclusión de las mujeres de este tipo de eventos públicos va mucho más allá de la falta de paridad o de la ausencia de mujeres, puesto que existe una serie de mecanismos internos a su funcionamiento que se traducen en una forma de violencia directa o indirecta contra ellas. De hecho, aunque en el mundo gamer ese tipo de sucesos resultan muy evidentes por la virulencia de los ataques, se trata de una problemática sistémica que se repite en todos los ámbitos culturales.

La escritora María Sánchez vivió recientemente uno de estos episodios en la Feria del Libro de Valladolid, mientras participaba en la mesa redonda «De vuelta al campo», moderada por Germán Vivas, junto a los poetas Emilio Gancedo y Fermín Herrero. Fue este quien durante su intervención cuestionó que alguna escritora del medio rural estuviese a la altura de los hombres y se justificó diciendo que «no es sexismo si no lo hago a propósito». Sánchez cuenta cómo en este momento se sintió «paralizada» porque, dice, «viene de alguien a quien admiras, en un teatro, que la tiene tomada contigo desde el minuto uno, y encima estás siendo partícipe de una impunidad brutal del resto de los compañeros de tu mesa, que hacen como si no pasara nada». En cuanto acabó salió de allí corriendo, con ansiedad y sin despedirse de nadie. «Al día siguiente me llamaron de la organización para disculparse», explica, «pero deberíamos reflexionar sobre lo normalizado que está que hombres de clase media afincados en grandes ciudades con la vida resuelta y con los círculos muy bien cerrados ataquen a una mujer por ser joven y que le vaya bien. Yo salgo del medio rural, soy veterinaria y no tengo ningún padrino».

Precisamente, uno de los problemas más frecuentes es la normalización de estas violencias ante la vulnerabilidad de quienes las enfrentan, puesto que se ven rodeadas de silencios. Algo que ocurre incluso cuando se trata de un acoso explícito, como le sucedió a la poeta venezolana Andrea Paola Hernández durante el XV Encuentro Internacional de Poesía en Caracas, en 2017. Hernández utilizó su propia web para denunciar los hechos: «Desde el instante que pisé el conjunto ferial empecé a recibir comentarios que me hicieron sentir incómoda e intimidada». Su narración se torna cada vez más violenta, hasta llegar a la fiesta posterior, donde un miembro de la organización, cuenta, «me tomaba de las manos, del cuello y de la cintura para que me acercara a él».

Sin embargo, sería un error pensar que estas violencias son siempre explícitas, en forma de acoso físico o verbal. Lo preocupante es que existen una serie de patrones que limitan o cuestionan la participación de las mujeres que sí son invitadas, que por norma general no acuden en calidad de expertas, sino para representar una cuota o como representantes de una experiencia concreta. Así lo confirma la periodista Blanca Martínez: «Mi papel en las mesas redondas es el de angry white funny woman, me mandan mails para decirme que me sentarán con tal o cual (inserte nombre del crítico de 45 años) para escandalizarlo y subrayan el email con un: ya verás qué divertido». En consecuencia, cree que «lo que se busca al invitar a una mujer feminista es una oposición vehemente y chispeante, la feminista tiene el rol de dar juego».

Una situación todavía más perversa, y con consecuencias más difíciles de afrontar, es la que sufren aquellas mujeres que viven múltiples discriminaciones. «Nosotras ni siquiera somos cuotas», expone la psicóloga kalí Patricia Caro, «el Estado se niega a que lo seamos y, como lo personal es político, esa negación se traduce en ausencias injustificables en las mesas de debate». Además, como señala Miriam Hatibi, consultora de comunicación, cuando se las invita es para representar una identidad concreta, «sabes que no te han invitado para que des tu opinión, sino que te han invitado por lo que creen que tú vas a decir». El hecho, al final, es que casi nunca son incluidas como especialistas. «Me molesta que no se valoren nuestros conocimientos», concluye Hatibi, «al hombre blanco universitario le presentan como experto en su campo y a ti te presentan como la activista».

Patricia Caro va más allá y denuncia que en este tipo de eventos se reproduce de forma explícita la jerarquización de los conocimientos. «Nuestra experiencia será escuchada solo si sustenta la creencia de la persona gadgé [payos y payas, el término gadgé es un término neutro en cuanto al género]», y explica cómo en varias ocasiones le han pedido que si habla de sexismo hable solo del sexismo de los varones romaníes y no del sexismo ejercido por los varones gadgós sobre las mujeres romaníes. «Evidentemente el machismo gadgó sobre las mujeres y niñas romaníes está muchísimo más institucionalizado y afecta a todas las mujeres romaníes de manera sistemática», apunta.

Mecanismos de defensa

La primera forma de enfrentar estas situaciones es un recurso en el que todas coinciden: documentarse previamente sobre el resto de asistentes del evento. «Para mí es fundamental», dice María Sánchez, «cuando no sé por dónde van los tiros pregunto a otras mujeres, y si me consta que son gente con la que no puedes establecer un debate, o que me ha atacado por redes sociales, he decidido no ir; y le he contado a la persona que me ha invitado mis razones».

Sin embargo, hay ocasiones en las que la posibilidad de evitar el conflicto no existe o no es deseable. Como señala Patricia Caro, el problema entonces es que también son las mujeres quienes asumen las consecuencias del enfrentamiento directo, por lo que, para «concentrar esfuerzos y autocuidarnos», resulta necesaria una visión estratégica de las discusiones. «Merece la pena responder dependiendo de quién emite el discurso y qué contenido tiene el mensaje. La lucha por la igualdad desde, como mínimo, una categoría doblemente subordinada, requiere unos recursos intelectuales, emocionales y económicos altísimos que afectan a nuestra salud de manera directa», explica Caro. «Conozco a varias personas jóvenes romaníes que han tenido desde ataques de ansiedad a ictus, pasando por infartos y aumentos o pérdidas de peso alarmantes», cuenta la psicóloga.

Blanca Martínez, por su parte, apuesta por una salida de ruptura y reorganización, que pase por abrir nuevos espacios al margen de los circuitos institucionales, incluso cuando esto implica, por ejemplo, contraprogramar eventos excluyentes con otros actos, pero transformado los métodos. «En mi carrera profesional no he sabido trabajar de otra manera», afirma, refiriéndose a varias plataformas (Visual404 y El Bloque) en las que ha participado. La última de ellas fue el Congreso Ontologías Feministas, que organizó junto con otras compañeras como reacción a la escasa sensibilidad feminista del Congreso de Filosofía Joven en 2019. Aunque en principio se centraron en exigir cambios en el congreso original, la tibia respuesta que obtuvieron por parte de la organización les llevó a crear una red paralela formalizada en otro espacio. «El resultado de lo que pasó allí lo deberían valorar las asistentes», concluye Martínez, «pero a efectos prácticos, este año el congreso de filosofía joven que contraprogramamos ha impuesto un protocolo de buenas prácticas».

La contraprogramación debe interpretarse como un acto de resistencia, pero también como una estrategia propositiva que establezca formas de organización más igualitarias. Es la lógica que llevó a la creación de Gaming Ladies, un encuentro no mixto dedicado a la industria del videojuego nacido con la intención de crear un espacio seguro que sirva también para visibilizar las prácticas machistas del sector y que a pesar de las dificultades ya ha celebrado cuatro ediciones.

«Creo que las denuncias públicas y la organización de nuestros propios eventos deberían ir de la mano», afirma Laura Gómez, refiriéndose a la industria de los videojuegos. «El problema es que nosotras no tenemos poder ni recursos para llevar a cabo todo lo que nos gustaría. Tenemos en contra a muchos estudios, y donde un all male panel no resulta problemático, un panel de mujeres todavía arquea muchas cejas y genera muchas preguntas. Que se lo digan a Gaming Ladies». Y concluye: «Es la consecuencia natural de que nos echen de los espacios reservados a los de siempre. Seguiremos escribiendo con perspectiva feminista, preparando libros, organizando eventos. Nos costará más, pero seguirá pasando».


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