Acerca del monopolio del comercio exterior. Carta a Stalin

Segunda entrega de «La última lucha de Lenin revisitada»

Por Vladimir I. Lenin


Tomado de «La última lucha de Lenin. Discursos y escritos (1922–1923)». Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011.

https://medium.com/la-tiza/la-%C3%BAltima-lucha-de-lenin-revisitada-b4c2f19a7e61


13 de diciembre de 1922.

Al camarada Stalin, para el pleno del Comité Central.

Considero que lo más importante es analizar la carta del camarada Bujarin.[1] En el primer punto, él afirma que «ni Lenin ni Krasin dicen nada de las incalculables pérdi­das que sufre la economía del país por la ineficiencia del Comisariado del Pueblo de Comercio Exterior para el tra­bajo, ineficiencia que se deriva de los ‘principios’ sobre los que se organiza; no dicen ni una palabra de las pérdidas ocasionadas por el hecho que nosotros mismos no estamos en condiciones (y no lo estaremos durante mucho tiempo, por causas harto comprensibles) de movilizar el fondo mercantil de los campesinos y de emplearlo en el mercado mundial».

Esta afirmación es completamente errónea, ya que Krasin habla claramente en su segundo párrafo de la formación de sociedades mixtas que constituyen, primero, el modo de movi­lizar el fondo mercantil de los campesinos y, segundo, el de obtener, cuando menos, la mitad de las ganancias procedentes de esta movilización para nuestro erario. Por consiguiente, quien pasa por alto la esencia del problema es precisamente Bujarin, que no quiere ver que «la movilización del fondo mercantil de los campesinos» les va a llenar los bolsillos entera y exclusivamente a los nepmen. El problema estriba en si nuestro Comisariado del Pueblo de Comercio Exterior va a trabajar en provecho de los nepmen o de nuestro Estado proletario. Este es un problema tan cardinal que por él se puede y se debe luchar sin duda alguna en el congreso del partido.

El problema de la ineficiencia del CPCE, comparado con este problema primordial, básico y de princi­pio, viene a ser secundario, y dicha ineficiencia no es ni más ni menos que la de todos nuestros comisariados del pueblo, ineficiencia que depende de su estructura social general y cuya solución exigirá de nosotros largos años de ardua labor encaminada a elevar la instrucción y el nivel general.

El segundo punto de las tesis de Bujarin declara que «tales puntos como, por ejemplo, la quinta tesis de Krasin, son totalmente aplicables también a las concesiones en general». Esto es también una falta de lo más escandalosa a la verdad, porque la quinta tesis de Krasin afirma que «en el campo se introducirá artificiosamente el explotador más contumaz, el acaparador, el especulador, el agente del capital extranjero que trafica con el dólar, la libra esterlina y la corona sue­ca». Nada de eso deriva de las concesiones, en las cuales no solo se estipula el territorio, sino también se prevé un permiso especial para comerciar con artículos específicos y, además –esto es lo fundamental–, mantenemos en nuestras manos el comercio de tales o cuales artículos otorgados en concesión. Sin objetar una palabra contra los argumentos de Krasin de que no podremos mantener el libre comercio en el marco que fija la resolución del pleno del 6 de octubre, de que nos arrebata­rán el comercio por la fuerza de la presión, y no solo de los contrabandistas, sino también la de todo el campesinado, sin objetar nada a este argumento económico y de clase fundamental, Bujarin hace a Krasin acusaciones que asombran por lo infundadas.

En el tercer punto de su carta, Bujarin escribe: «el párrafo tres de Krasin». (Enumera por error fortuito el punto tres en lugar del cuatro). «Nuestra frontera se mantiene», y pregunta: «¿Qué significa esto? Esto significa en realidad que no hacemos nada. Exactamente igual que una tienda con un magnífico anuncio publicitario, pero con nada en los estantes (‘sistema Glavzapor’, o sea, ‘El mejor guardián)». Krasin dice con absoluta claridad que nuestra frontera se mantiene no tanto por la protección aduanera o de los guardafronteras como por la existencia del monopolio del comercio exterior. Bujarin no objeta ni puede objetar nada en contra de este hecho claro, real e indiscutible. La expresión «sistema Glavzapor» tiene el carácter de esas expresiones a las que Marx respondía en su tiempo con el término de librecambista vulgaris, porque eso no es más que una frase absolutamente vulgar de librecambista.

Luego en el punto cuarto, Bujarin acusa a Krasin de que aparentemente no ve que debemos ir hacia el perfecciona­miento de nuestra política aduanera, y a la vez me acusa a mí de que, según él, me equivoco al hablar de vigi­lantes para todo el país, cuando en realidad se trata solo de los puntos de importación y exportación. En este caso, las objeciones de Bujarin vuelven a asombrar por la ligereza y marran el tiro, pues Krasin no solo ve la necesidad de perfecciona­r nuestra política aduanera, no solo la reconoce a plenitud, sino que la señala con una exactitud que no admite ni sombra de duda. Esta mejora consiste, primero, en la adopción del sistema de mono­polio del comercio exterior y, segundo, en la formación del sistema de sociedades mixtas.

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Bujarin no ve –este es su error más asombroso y, ade­más, uno puramente teórico– que ninguna política aduanera puede ser eficaz en la época del imperialismo donde son monstruosas las diferencias entre los países pobres y los increíblemente ricos. Bujarin alude varias veces a las barreras arancelarias, sin percatarse de que, en las condiciones mencionadas, cual­quiera de los países industriales ricos puede derribar total­mente esas barreras. Con ese objetivo, le basta con instituir una prima de exportación para alentar la exportación a Rusia de mercancías a las que les hemos impuesto una elevada cuota de importación. A todos los países industriales les sobra dinero para ello y, como consecuencia de medidas tales, cualquiera de ellos seguro que puede quebrantar nuestra industria nacional.

Por eso, todos los razonamientos de Bujarin sobre política aduanera significarían en la práctica la renuncia absoluta a proteger la industria rusa y el paso –encubierto con un velo sutilísimo– al sistema de librecambio. Tenemos que combatir eso con todas nuestras fuerzas e incluso en el congreso del partido, puesto que hoy, en la época del imperialismo, no se puede hablar de ninguna política aduanera seria, como no sea la del sistema de monopolio del comercio exterior.

La acusación de Bujarin contra Krasin en el quinto punto de que éste, al parecer no comprende la importancia del aumento de la circulación, la refuta contundentemente lo dicho por Krasin sobre las sociedades mixtas, ya que éstas no persiguen otro objetivo sino el de aumentar la circula­ción, conservando la protección real, y no ficticia, como ocurre con la protección arancelaria, de nuestra industria rusa.

Más adelante, en el punto seis, objetándome a mí, Bujarin da a entender que a él no le importa que el campesino concierte negocios sumamente ventajosos, y que la lucha no se librará entre el campesino y el poder soviético, sino
 entre éste y el exportador. Eso es, de nuevo, un error craso, porque el exportador, por ejemplo, con las diferencias de precios que yo he señalado (el lino cuesta en Rusia 4 rublos y medio, y en Inglaterra 14) movilizará en torno suyo de la manera más rápida, segura e indudable a todos los campesinos.

De hecho, Bujarin asume la defensa del especulador, del pequeño burgués y de la cúspide del campesinado contra el proletariado industrial que no está absolutamente en con­diciones de reconstruir su industria, de hacer de Rusia un país industrial, a menos que cuente con la protección, no de la política aduanera, sino sola y exclusivamente del monopolio de comercio exterior. En las condiciones de la Rusia actual, cualquier otro proteccio­nismo es totalmente ficticio, no es más que proteccionismo de papel, que en nada beneficia al proletariado. Por eso, desde el punto de vista del proleta­riado y de su industria, esta lucha tiene la mayor importan­cia, es una lucha de principio. El sistema de sociedades mixtas es el único que en realidad puede mejorar la deficiente administración del Comisariado del Pueblo de Comercio Ex­terior, ya que en este sistema trabajan juntos el comerciante extranjero y el mercader ruso. Si ni siquiera en estas condi­ciones sabemos iniciarnos un poco, instruirnos y aprender a fondo, podrá decirse que nuestro pueblo es un pueblo de tontos de remate.

Si seguimos hablando de la «protección aduanera», eso significará que cerraremos los ojos para no ver los peligros señalados por Krasin con plena claridad y que Bujarin no ha logrado refutar en ninguna de sus partes.

Añadiré que la apertura parcial de las fronteras acarrea gravísimos peligros monetarios porque, de hecho, iremos a parar a la situación de Alemania; acarrea gravísimos peli­gros relacionados con la penetración en Rusia, sin la menor posibilidad de control por nuestra parte, de la pequeña burguesía y de toda clase de agentes de los rusos en el extranjero.

El aprovechamiento de las sociedades mixtas para aprender de forma seria
 y duradera constituye el único camino hacia el restablecimiento de nuestra industria.

Lenin


Notas

[1] Lenin, OC, t. 45, pp. 350–354. Bujarin había expresado su oposición al monopolio del comercio exterior en una carta al Comité Central, el 15 de octubre de 1922. Krasin, comisario del pueblo de comercio exterior, era uno de los principales aliados de Lenin en la defensa del monopolio.


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