Por Josué Veloz Serrade
«El Papa representa al maligno en la Tierra.»
Javier Milei
«En una batalla la victoria no depende del número de soldados, sino del poder que viene del cielo.»
Macabeos, 3:19
«El Poder del Pueblo, ese sí es Poder.»
Fidel Castro
El «retorno» a la democracia
Democracia es uno de los términos o conceptos más discutidos a lo largo de la historia. Es posible pensar desde distintas dimensiones epistemológicas o sobre contenidos y prácticas anudadas a ese significante; lo cual tiende a ser, con no poca frecuencia, lo decisivo.
Cualquier discusión sobre este tema debe tomar en cuenta la situación histórica particular. En Argentina este 2023 se conmemoran 40 años del retorno a la democracia. El año 1983 es un parteaguas de la historia de este pueblo. Esa circularidad retornante, a veces misteriosa, que tienen los procesos históricos ha querido — si es que pudiera atribuírsele un sujeto a la Historia, con todo el desacierto que ello comporta — que sea en este aniversario cerrado en el que, otra vez, exista una pregunta suspendida sobre nuestras cabezas.
La idea del retorno está muy presente en el pensamiento humano. El retornar a un lugar del que uno se fue o del que fuimos arrancados. La dialéctica se juega entre regresar al mismo lugar o retornar a un lugar otro, que ya no es el mismo. Es un retorno que tiene algo de imposibilidad, porque ya no se regresa al mismo lugar. Es un regreso a algo que ya es de otro modo. Nietzche, por ejemplo, trabajaba una idea del retorno muy compleja: el retorno de un sujeto que aún no ha acontecido.
¿Entonces, cómo puede retornar algo que no ocurrió? ¿El retorno a la democracia es el retorno de la democracia, o lo es de otra cosa?
Uno podría afirmar que las elecciones de 1983 significaron el retorno a la democracia. O, en cambio, subrayar que es el Juicio a las Juntas, un gesto político del expresidente Alfonsín, el hecho inaugural del retorno a eso que se nombra «democracia». O complejizar más la mirada y sugerir que el retorno a la democracia comenzó dentro de la Dictadura con la movilización singular que representaron las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo.
El retorno a la democracia comenzó dentro de la dictadura misma, cuando el Pueblo emergió como potencia de lo político en una movilización colectiva sin par. Eso implica pensar el retorno no como algo ocurrido, sino como algo que empieza a ocurrir dentro de aquello mismo que impide su acontecimiento. De algún modo podríamos decir que el retorno es algo que tiene que ser articulado una y otra vez. Supongamos que un pueblo hace una Revolución gigantesca, si no retorna de un modo permanente a la potencia originaria de su carácter transformador puede regresar la monstruosidad frente a la cual ella fue indispensable, como solución o arreglo.
Si tomamos esta idea del retorno como un proceso histórico permanente, retornar a la democracia implica salir, desmontar, romper con el Orden simbólico de la Dictadura. Por un lado, hay una fecha cronológica que termina con la dictadura como régimen de facto, pero la salida del Orden simbólico de la dictadura no es un proceso ya dado para siempre. El Juicio a las Juntas es un punto clave, así como la recuperación de la memoria que reinicia el periodo político inaugurado por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández de Kirchner.
Pero el 24 de diciembre de 1986 es promulgada la Ley de Punto Final por Raúl Alfonsín, que estableció la paralización de los procesos judiciales contra los imputados de ser autores penalmente responsables del delito de desaparición forzada de personas en el periodo de la dictadura (1976–1983). Unos meses más tarde, el 4 de junio de 1987, fue dictada la Ley de Obediencia Debida (23.521), que estableció una presunción con respecto a los delitos cometidos por los miembros de las Fuerzas Armadas y consideró que no eran castigables en tanto actuaban siguiendo órdenes dentro de una estructura y jerarquía militares. Esta dinámica será de algún modo consolidada por Carlos Menem con su proceso de indultos en 1989–1990.
Es importante decir que hay coincidencias históricas que deben ser señaladas: primero, que las dos iniciales leyes de impunidad son realizadas en el contexto de una crisis socioeconómica que el gobierno de Alfonsín no pudo remontar y, segundo, que los indultos de Menem también deben inscribirse en el proceso de recomposición de la crisis socioeconómica que aconteció en el final del gobierno de Alfonsín en 1989. Son el Orden simbólico de la dictadura y su poder residual quienes limitan la dialéctica del retorno a la democracia. Es factible plantear una dialéctica de contrarios entre el retorno a la Democracia y el retorno al Orden simbólico de la Dictadura. Una dialéctica que no está definida de una vez y para siempre, que forma parte de lo imborrable en las entrañas del pueblo argentino.
El ciclo político que inaugura Néstor Kirchner pone de nuevo a la dialéctica del retorno a la democracia en el centro de la política con la derogación, en el año 2003, de las «leyes de impunidad»». Se trata de un ciclo político que nació con posterioridad a la crisis del 2001. Los contenidos y las prácticas de política económica en determinados ciclos de crisis estructurales se acompañan de expresiones políticas relacionadas con el proceso de recuperación de la memoria. Ello sucede porque, en realidad, ciertos actores del poder económico-político dominante son hijos del Orden simbólico de la Dictadura. La recuperación de la memoria está ligada a la confrontación con los poderes económicos dominantes, en tanto son la expresión de ese poder residual que pugna por retornar.
Para los fines de este texto no nos referiremos en profundidad al ciclo político-económico de Macri, transcurrido durante el periodo 2015–2019, donde hubo también retrocesos en las políticas de la memoria y emergió la defensa a un modelo represivo frente a la protesta social y toda forma de lucha popular. Es inevitable pensar en el proceso de endeudamiento histórico con el FMI que condujo el gobierno de Macri en el año 2018, luego de que fuera imposible tomar deuda de acreedores privados. He aquí otro factor que debe ser considerado: los ciclos de endeudamiento externo, fuga de capitales y formación de activos en el exterior que se acompañan de ciclos políticos de carácter represivo.
Todas estas son interrogantes que, en definitiva, vuelven acerca de la «democracia», en medio de un proceso electoral que se ha convertido, por hechos muy concretos, en un instante bisagra. Una democracia que se presenta históricamente, en los hechos, como impedida de ser, como no concluida.
Porque hay de nuevo, en el horizonte de problemas actuales, el retorno de la dialéctica de lo monstruoso del Orden de la Dictadura. Es el discurso negacionista, la «teoría de los dos demonios», que intenta equiparar al terrorismo de Estado con los movimientos guerrilleros. Tenemos a un candidato a presidente, como Javier Milei, pronunciando en un debate presidencial casi las mismas palabras de Massera en el juicio a las Juntas, donde calificaba como «excesos» las prácticas de terrorismo de Estado. Una candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, reivindicando a los represores y genocidas, o denigrando a las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo. Golpeando, atacando a los símbolos de la otra dialéctica del retorno: los procesos de memoria, verdad, justicia y reparación, sin los cuales cualquier visión sobre la democracia tendría que ser cuestionada. No es casual que luego de la primera vuelta de las elecciones el PRO — núcleo más fuerte de Juntos por el Cambio con la conducción política de Macri — , y Bullrich, hayan terminado encolumnados con la fuerza política de Javier Milei. Se acerca, otra vez, un ciclo político-represivo, con un proceso de ajuste neoliberal sin precedentes, que también constituirá un avance del poder residual del Orden simbólico, nunca muerto, de la Dictadura.
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Una bisagra en el aire
El significante bisagra es muy útil para pensarlo en modo de imagen política. Hay bisagras que unen a un objeto firme con otro que puede moverse. La vida misma del sujeto requiere de ciertas cosas estables o firmes unidas a elementos que se mueven. Es difícil, por ejemplo, imaginar una puerta en el aire. La puerta kafkiana es una puerta del orden de lo inatrapable. En la novela El Castillo, es una puerta que parece alejarse mientras más uno se acerca. Tal y como la puerta del sujeto frente a la Ley, son puertas a las que no se entra o, cuando se entra, como en El proceso, no permiten llegar a donde el sujeto quiere o desea. La puerta kafkiana es una puerta-bisagra. Una puerta móvil en la que entrar es un no entrar, es una impotencia. La historia y la política tienen momentos así: instantes-puerta-bisagra. Situaciones históricas, estructuras sociales, conflictos, laberintos que se presentan en la forma de lo intransitable. Kafka, sin dudas, entre otras muchas cosas, es el escritor de la Impotencia. No de lo imposible, sino de lo aparentemente posible que se realiza como imposible, como no pudiendo ser. Es la política de la encrucijada, hija de la cruz.
Después de la muerte de Cristo la política verdadera casi siempre muere en la cruz: vendida, traicionada, abandonada, e impotente.
¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? Esa frase potente que se atribuye en el evangelio a Cristo en la cruz es también significada como: ¿Por qué me has desamparado?
Lo que es perfectamente posible porque Cristo reclama a su Padre. No le dice: ¿por qué me abandonas? No le dice: como no te has hecho presente, no existes. No toma su no advenimiento como una prueba de su no existencia. No duda de que exista, sino que le reclama la falta. Uno solo puede ser abandonado por aquello o aquel que debería haber venido en su auxilio.
Si Dios se manifiesta en el Otro, lo que no ha venido a hacer acto de presencia es la humanidad del Otro que debería salvarme. La pregunta de Cristo es una pregunta más allá de toda teología, o por medio de ella: es una interpelación a la Humanidad por no haber venido en auxilio de aquellos que claman por ella.
Es la Política no solo de la Impotencia, es también la Política del desamparo, de la suspensión de la venida de Dios, de la suspensión del advenimiento de la Humanidad misma que pueda salvar al pobre, al desamparado, a quien pide auxilio.
El tiempo político actual en Argentina es el de la puerta-bisagra de la Impotencia, y el de la Política del desamparo. El reclamo ante una Ley que ha sido sorda a los mandatos del pueblo. Una justicia social negada y preterida. Es el tiempo político del Pueblo desamparado que se sacrifica todos los días en la Cruz. La traición a Cristo, su calvario, su vía crucis, su muerte en la cruz. Son los tiempos políticos del Pueblo y la Comunidad política de la que forma parte.
Este pueblo del Sur tiene, como todos los Pueblos, a el político Poncio Pilato que se lava las manos; a el Barrabás que ha sido salvado antes que Jesús. Tiene también a ese sujeto colectivo tatuado con el Odio que exige la muerte del Menesteroso, que Cristo encarna; y tiene a los soldados que ejecutan las órdenes; y a los falsos Sacerdotes que quieren la muerte del Profeta mayor, vehículo del mensaje utópico. Desean evitar que el mensaje se escuche y se reparta, porque ese sería el comienzo del Fin de todos los privilegios de aquellos que frente al hambre del Pueblo voltean la mirada.
Hay instantes de este tiempo electoral en Argentina en que parece que el Cristo-Pueblo está siendo llevado a morir en la Cruz. ¿Será ese uno de los significados ocultos de aquellas palabras de José Martí: «En la cruz murió el hombre un día, hay que aprender a morir en la cruz todos los días»?
El Cristo-Pueblo como testimonio de la injusticia repetida, del desamparo producto de una política nacional que no le ha dado respuesta a su clamor por auxilio.
La «democracia» de un lactante
Freud trabajó mucho la noción de desamparo (hilflosigkeit), que significa también abandono. Le permite pensar que toda niña o niño nace en desamparo, sin la posibilidad de valerse por sí mismo y, en consecuencia, con la necesidad constitutiva de que alguien acuda en su auxilio. En este enfrentamiento originario con el mundo, esa sensación de desamparo introduce lo traumático por distintas vías. Un trauma que podríamos denominar como un estar frente al mundo, un momento cero: salgo al mundo y este me desborda. Adviene un Otro que me acoge y me ampara, un Otro materno, un Otro paterno. Pero si no está un padre y una madre real, la Comunidad, el Estado, la Iglesia, la Escuela… alguien debe llegar y ocupar esa función. De no acudir, el sujeto queda frente a la muerte por inanición o en el regazo de los monstruos. Ese desamparo originario puede cubrirse si llega un Otro y me calma, me alimenta, me protege. Pero ese Otro que se espera podría no advenir, ese Otro padece también un ir y venir.
Entonces hay un temor constitutivo a que el Otro se vaya. Esa entrada en un orden simbólico también hace que el Otro me signifique, me nombre, me marque con sus deseos, miedos y angustias. Ese encuentro con el Otro es traumático también porque el impacto que recibo de él va más allá de los recursos con los que cuento. Entonces el sujeto, como recupera Jacques Lacan, está hilflos: indefenso. Esto es algo constitutivo, pero que ocurre si además de este trauma constitutivo el Otro que debería auxiliarme o protegerme intenta destruirme o aniquilarme. No es un Otro que me angustia porque podría perderle y entonces quedar indefenso, es un Otro que me destruye en mi indefensión, y lo que me angustia es que se haga presente.
Cosa terrible, además, si verificamos que hay sujetos que después de resolver su indefensión originaria con un Otro destructivo y aniquilador buscan luego, en sus vínculos, un Otro que calme su angustia. A veces puede ser un Otro que les atemoriza, que podría aniquilarles o destruirles, pero que puede calmarles.
Freud pone entre la hilflosigkeit de la situación traumática originaria y la huida frente a lo que angustia a la erwartung, que es la espera por la ocurrencia de algo, ahí donde estuvo el objeto que encarnó a ese Otro. Es decir, que en todo primer encuentro hay una huella de ese encuentro, después hay situaciones donde hay una espera angustiosa en que se espera que ahí llegue o retorne algo de ese Otro mismo.
El sujeto encuentra el objeto por amar, se convierte en objeto amado y, cuando lo pierde, la angustia se instala siempre que puede retornar. También ese encuentro inicial pudo haber sido destructivo, aniquilador del sujeto en su indefensión; entonces la angustia se puede convertir en la espera de un Otro terrible. Pero si ese Otro terrible ha llegado en una situación donde el sujeto está en desamparo o indefenso eso puede calmarle, puede morigerar esa angustia y soportar lo monstruoso, aún a riesgo de su vida y de la comunidad en la que vive. Y es posible que también llegue a destruirle y a matarle si no le retiene para disfrutar de la repetición del castigo y el aniquilamiento.
Hilflosigkeit es también Impotencia, un retorno al universo kafkiano, la impotencia frente a la Ley, frente a la justicia que debería advenir y no llega, el enfrentamiento irremediable al absurdo que reina en ese «frente a la puerta». En la recuperación que hacemos de este concepto, se trata de una hilflosigkeit psíquico-histórica. Un desamparo que conecta al núcleo de lo «civilizatorio» con la dramática socioexistencial del sujeto. Puerta-bisagra de la Impotencia que acontece en la Cultura, la Comunidad y los proyectos políticos emancipatorios.
Es la hilflosigkeit del Pueblo argentino, su desamparo, frente a un Otro — el Estado, la Comunidad, la Familia y las «instituciones democráticas» — , que no acude a su llamado. Los Monstruos de la derecha, el Orden simbólico de la dictadura, han llegado para alimentarse del vacío de las Instituciones y de la ausencia de una política transformadora y emancipatoria. La Humanidad, en su infinito desvarío existenciario, busca la calma en los brazos del Horror. A veces es demasiado tarde para advertirlo.
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La hilflosigkeit de Cristo está frente a ese segmento del Pueblo que pierde los fundamentos del legado ético, que da la espalda a la ética que funda lo común, que confunde al Ladrón con el Mesías, que invierte los valores que permiten la existencia del otro, de un lugar en el mundo para todos y para cada uno en particular. A ese segmento del pueblo que le acompaña pero no se rebela, que padece su sufrimiento pero no se levanta y no se moviliza.
El desamparo del Cristo-Político solo es alojado por la Madre sufriente que no le abandona. Es una interpelación al Padre que siembra y se va, que da la espalda. La metáfora de su muerte es política, es una imprecación a la Familia, al Padre para que retorne a su lugar, al hermano que ha perdido el Camino y muere a su lado.
La Resurrección de Cristo es el resurgir de la Potencia del Pueblo, el advenimiento de la humanidad que ahora debe redimirse.
¿Por qué hace de Pedro — aquel que le negó tres veces antes del amanecer — el fundador de la primera Iglesia, la primera asamblea de Pueblos? Pedro es la metáfora política del Pueblo manchado y sucio que ha perdido el rumbo, que ha abandonado los fundamentos, pero es sobre todo la metáfora del Pueblo de lo no sido, del Pueblo como potencia de Ser.
Tenemos que discutir acá algo más profundo sobre la existencia o no existencia de Dios. Cristo-Político es la interpelación de la Humanidad misma que no ha advenido, que no se ha enfrentado al horror, que acepta lo monstruoso como un mal menor, que ha trastocado los valores y los fundamentos que hacen posible algo como la comunidad humana.
El apóstol Pedro es la metáfora del Político que niega tres veces antes de levantarse e ir a su función pública. Es aquel que ha olvidado el mensaje político de lo común, el falso profeta, el desanimado, el corrupto, el timorato, el correcto, el respetuoso de la moral de los Fariseos y los Mercaderes del Templo. Pero es, sobre todo, la metáfora de la rectificación, de la recuperación del camino: «yo te haré pescador de hombres». Es quien puede fundar la política colectiva. Una política colectiva cercenada e incompleta.
¿Por qué ha quedado sola la potencia Materna, la madre que acompaña, la que permanece cerca del hijo hasta el último instante, lugar al que la civilización y la cultura han querido condenar a cada mujer? ¿Cómo instalar la potencia de lo Femenino para salir de esta encrucijada, más allá del lugar de la Abuela, de la Madre? Es una pregunta decisiva para la monstruosidad que puede retornar.
El Cristo-Pueblo argentino está frente al retorno del Orden simbólico del Horror, de lo Monstruoso que destruye cualquier fundamento ético de Comunidad, que es el Orden por el que trabajan las derechas extremas. O puede despertar y romper con esta telaraña asfixiante del presente, y restablecer el valor de lo común mediante una política emancipatoria que surja de una gran Iglesia-Asamblea de Pueblos.
El retorno del Orden simbólico de la dictadura es una posibilidad real. Hay un clima de suspensión de los fundamentos éticos que parecían establecidos para siempre. Milei: ¡Mi-Ley! La destrucción de la Ley de lo común para instalar — ahí donde tendrían que haber llegado el Padre, la Madre, el Estado, la Comunidad — la Ley de los Monstruos.
La ausencia de políticas democráticas no es la ausencia de la «democracia formal». Es el vacío de una política revolucionaria colectiva, que no se piense a sí misma cada cuatro años. La muerte de Cristo-Pueblo no comenzó en la cruz, ni en el beso de Judas. Es en la no rebelión a tiempo, en la falta del empoderamiento del Pueblo como sujeto colectivo. En la aceptación genuflexa del Orden de lo que es posible.
El sujeto kafkiano no solo permanece luchando por una justicia que nunca ha de advenir, se deja matar y no se rebela. En la hilflosigkeit freudiana el sujeto es dominado por la angustia que acontece frente al trauma o el miedo al regreso del monstruo que acecha en las sombras y asalta en los sueños. ¿Esta awarteng que espera anudada a la angustia nos paralizará?
Escribir poesía después de Auschwitz
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¿La idea de Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz será finalmente derrotada? Según el estado actual de avance de las derechas y las agendas negacionistas, no solo podríamos escribir poesía después de Auschwitz sino que podría ser negado por las derechas el horror de lo ocurrido. Sería posible aminorar su importancia y su trascendencia. Estamos ante una cuestión de difícil dilucidación, que consiste en la posibilidad de que el tipo de sociedad a la que asistimos haría más fácil las operaciones de olvido, la desmemoria y la relativización de los horrores vividos. Lo que podría sintetizarse, de manera absolutamente espantosa, como: desaparecer a los desaparecidos.
Zigmunt Baumant, en su conocido análisis sobre la modernidad líquida, al referirse a los cambios operados en la sociedad, enfatizaba la transformación de lo espacio-temporal centrada en los cambios que operan en los sujetos a partir de las modificaciones propias del capitalismo post-industrial.
La irrupción del sujeto de consumo, del goce efímero, de la mutación de satisfacciones repetitivas y de la acumulación. Sujeto de los no-lugares, del vacío, de los desanclajes. ¿Sujeto de la des-memoria, sin traumas? ¿O con traumas permanentes en relación a la pérdida real o imaginaria y continua de objetos fantaseados y deseados?
En nuestros pueblos latinoamericanos tal lectura no es suficiente o, al menos, es incompleta. Los regímenes de seguridad nacional constituyeron una ruptura de lo espacio-temporal, tiempos-rotos, tiempos-asesinados, tiempos-desaparecidos, tiempos-negados y tiempos-reprimidos. De modo que el sujeto «liviano», «líquido», « fluido» de nuestros pueblos no es solo ese sujeto consumista del capitalismo post-industrial. Es el sujeto colectivo sobre el que operó una empresa de exterminio selectivo para destruir cualquier forma de utopía práctica de lo comunitario y de lo solidario. El sujeto colectivo actual habita el tiempo que le han dejado, luego de haber acontecido la destrucción de una generación que se atrevió a proponer, practicar y compartir una utopía colectiva de otro tipo de sociedad.
La hilflosigkeit de este tiempo, la angustia paralizante es capturada por los dominantes. Es el retorno del acontecer del tiempo-robado, tiempo-desaparecido. Este último es un tiempo terrible porque es un tiempo sin fin.
¿Cómo quebrar esta puerta de la Impotencia hecha realidad política?
La recuperación del trauma es la captura simbólica de los cuerpos y tiempos desaparecidos, capturados, destruidos, de las afectividades corporales ligadas a esos hechos. Es también la recuperación de las causas sociales, simbólicas, políticas y económicas de esa operación de exterminio. Es la recuperación entonces de la utopía colectiva, del tiempo pasado de los proyectos de una comunidad humana diferente. De manera que, en cierto sentido, esta operación de desmemoria actual es también el resultado de nuestros fracasos y derrotas infligidas desde afuera o autoinfligidas en la constitución de una sociedad diferente.
Cada una de las derrotas políticas colectivas es una oportunidad que aprovecha la política de la desmemoria para avanzar. Es tarea ineludible preguntar: cuánto retrocedemos, o cuánto no avanzamos en romper con la sociedad vigente y los poderes que le constituyen. Pregunta de rigor, porque la memoria del vencedor avanza sobre la des-memoria y el retroceso de los vencidos. No hay posibilidad de restitución de la memoria colectiva, de procesos de reparación y justicia, sin pasos decisivos y mensurables de la utopía concreta contra los poderes dominantes y establecidos.
Cuando Milei pronuncia las palabras de Massera frente a la cámara y entra a nuestras casas, instala el desamparo, introduce un miedo paralizante; hace del terror una instancia que se comunica con cada víctima. Es como decir: «aún estamos aquí y ahora podemos ser gobierno».
Y como la política que debía haber hecho acto de presencia no acudió, el sujeto quedó sin Comunidad, sin Estado y sin Familia. No nos asustemos si una parte de él está dispuesta a aceptar a un Otro monstruoso que le calme su angustia, aunque esto sea la antesala de su muerte.
De tal manera que estamos frente a la pregunta de si no estaría operando nuevamente sobre nuestros pueblos una suspensión del retorno a la democracia. Asumir las consecuencias de esa pregunta nos conduce a un sentimiento de desamparo terrible.
Este tiempo de Argentina permite comprender que las agendas, los discursos y las políticas de las ultraderechas avanzan por medio de las políticas de la des-memoria, el trastrocamiento de valores fundamentales y cuando se vuelven poder — como en la dictadura — conducen al Pueblo a morir en la Cruz.
¡Humanidad, dónde estás, que nos has abandonado!
El Pueblo ha salido a llevar el mensaje, no espera por el apóstol Pedro, mientras no se sabe si se fundará o no la nueva Iglesia de la Política que cree lo nuevo y restablezca la Comunidad.
Sale a las calles, de a poco, no se sabe si demasiado tarde: nunca es demasiado tarde. Sube al Subte, sube a los trenes, comienza a contar sus verdades: «yo pude ir a la universidad pública, después pude formar a otros que también tuvieron esa posibilidad», «lo importante no es el mensajero, es el mensaje», «yo fui violada por ese genocida que ellos defienden», «este hermano, esta amiga desaparecieron y aún los buscamos»: ¡no lo voten!
El Cristo-Pueblo ha empezado a salir a las calles, a fundar la política de lo común mientras quede tiempo, horas. Y exige que se le restituya la justicia histórica que le ha sido una y otra vez negada. Ya fundará sus propias dirigencias si no lo escuchan.
¿Morirá nuevamente en la cruz mientras la Humanidad da la espalda? Pueblo desamparado de sí mismo: ¡Tienes que levantarte!
¿Aceptaremos impasibles el Retorno de los Monstruos que vivían agazapados? ¿Dejaremos, otra vez, que se roben a nuestras hijas y a nuestros hijos en medio de la noche?
Hay una lucha contrarreloj para evitar lo que agoreros de la derrota ya propalan. Como desprecian al Pueblo no comprenden que este es capaz de destruir la jaula de hierro de cualquier encuesta. Hay una fuerza no visible que ha empezado a recorrer un Pueblo que también cobija muchas cosas de las que enorgullecerse y que está dispuesto a pelear, no por el mendrugo que le entregan cada cuatro años. Quiere el Pan del futuro, pan de su propia carne para repartirlo.
Y si tiene que morir, otra vez, será la muerte del Cristo-Pueblo, una muerte fundante. Al tercer día resucitará y en 72 horas ajustará cuentas con los Monstruos. Y hará, por qué no, la Revolución que le deben hace siglos. Pero solo si el Cristo-Pueblo, sin que nadie pueda preverlo, termina rompiendo este momento de angustia, la puerta, la bisagra y la pared.
Debe plantearse metas decisivas para enrumbarse en la dialéctica del retorno a una democracia sustantiva y popular. Y evitar por medio de la movilización política que un gobierno de «unidad nacional» se acompañe nuevamente de políticas de la des-memoria.
No son las fuerzas del Cielo quienes lograrán tal hazaña: son las fuerzas de la Tierra.
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