Por: Ariel Dacal
La revolución en osadía
En 1917 el pueblo ruso realizó un movimiento espectacular para demoler la opresión zarista: la revolución. Rosa Luxemburgo destacó este proceso como la osadía de formular en la práctica el problema de la realización del socialismo y contribuir poderosamente al ajuste de cuentas entre el capital y el trabajo.
Los soviets fueron la forma política del gobierno revolucionario, órgano espontáneo de lucha de los oprimidos, devenido en poder estatal que, al tiempo que destruía la vieja maquinaria zarista, repartía las propiedades arrancadas a los explotadores.
Esta explosión de la democracia de base, que floreció en las mayores ciudades rusas, fue el gran aporte político de ese pueblo a la lucha por la liberación del trabajo.
La inserción del Partido bolchevique en ese movimiento, como parte del conjunto de fuerzas de izquierda, se produjo a partir de una nueva compresión de la función del partido dentro del estallido de masas. Los bolcheviques fueron parte de la comunidad política, propusieron iniciativas hasta en los más mínimos detalles y apoyaron resueltamente las propuestas más radicales surgidas de la discusión: decreto de la paz, nacionalización de la tierra, expropiación de la banca y la industria.
La ética revolucionaria del bolchevismo partió de comprender las capacidades autotransformadoras de las masas; lo que implicaba acompañar el proceso de emancipación de los trabajadores y las trabajadoras y no la pretensión de servirse de ellos.
En el Decreto sobre la Educación Popular, emitido en 1917, quedó clara la apuesta por la autoemancipación popular al promulgar que: “las masas populares trabajadoras— obreros, soldados, campesinos— aspiran igualmente a la educación, que no les puede ser dada ni por el Estado, ni por los intelectuales, por nadie ni con nadie más que por ellos mismos”.
La Revolución Rusa desplegó una ingente práctica política por la igualdad basada en un empeño cultural liberador. Impulsó una formidable obra de participación de las masas en la vida cultural. Potenció una combinación de experimentación artística e intensos debates intelectuales. El desarrollo del teatro, el cine, el diseño, el urbanismo, la pintura, la escultura, la pedagogía, el análisis de coyuntura económica y la historiografía no tenía precedente.
En el ámbito de las ciencias sociales, por ejemplo, la paidología fue una escuela psicológica en Rusia que después de 1917 intensificó su trabajo en el estudio, desarrollo y diagnóstico de las capacidades y talento de los individuos, y de manera especial, en el desarrollo psicológico del niño.
La cuestión femenina estuvo incluida en ese movimiento histórico. El divorcio dejó de ser un lujo para los ricos. La mujer trabajadora no tendría que esperar meses o años para que fuera fallada su petición de separación matrimonial. En una a dos semanas podría “independizarse de un marido borracho o brutal, acostumbrado a golpearla”. La Revolución trató de destruir el “hogar familiar” que condena a la mujer trabajadora a labores forzadas desde la infancia hasta la muerte.
Esta explosión histórica abarcó todas las zonas de la vida social, política y cultural de Rusia. Cuestionó y subvirtió las estructuras de dominación, desde la institucionalidad normativa, hasta la subjetividad. El gobierno revolucionario combinó medidas de aplicación concretas e inmediatas con otras vinculadas a la ideología emancipatoria marxista que demandaría un proceso de acumulación cultural.
La revolución en conflicto
Esa gran osadía enfrentó, al menos, tres obstáculos generales:
a) la necesaria coexistencia con un mundo capitalista hostil, acrecentado por el reflujo de la revolución internacional;
b) una economía devastada, agravada con una población hambrienta y agotada;
c) un severo atraso material y cultural, distante de la existencia de un amplio sector proletario educado en la lucha revolucionaria.
Obstáculos que convergían en un problema central: la defensa y reproducción del poder revolucionario.
Estas condiciones ponían serios límites a las potencialidades políticas y culturales de la clase oprimida.
En la medida que la industria a gran escala fue destruida, el proletariado dejó de existir. Esta clase, que participa en la producción de bienes materiales en la industria capitalista a gran escala y era el sujeto de la revolución en la tradición marxista de la época, aparecía en las estadísticas, pero no se mantenía unida económicamente, no producía la subjetividad generada en el proceso productivo. Entre 1917 y 1920 la pequeña clase obrera se redujo al 43%.
El control obrero desapareció cuando las fábricas dejaron de funcionar. Tal situación trajo consecuencias graves para el establecimiento de un régimen de democracia obrera. Los soviets, como órgano de poder de la clase trabajadora, cayeron en desuso.
La cuestión campesina agudizaba le encrucijada revolucionaria. Lograr el saneamiento de la economía en el campo se convirtió en una de las tareas más espinosas del momento. El juego de la oferta y la demanda sería la base material para salvar la situación. El proceso se daba en un mar de pequeñas parcelas aisladas de campesinos acostumbrados a definir por el comercio sus relaciones con el mundo circundante.
Los kulaks, medianos y grandes propietarios campesinos, lograron apoderarse de numerosos soviets locales teniendo responsabilidad en el deterioro de las prácticas democráticas y el aumento de los mecanismos burocráticos. Las células del partido estuvieron frecuentemente dirigidas por los mismos que asalariaban a los campesinos pobres y que boicoteaban la entrega de trigo.
Entre los datos determinantes del período estuvo el aumento progresivo de la burocracia como sujeto parasitario de la revolución. En la medida que disminuía dramáticamente la clase obrera, el número de funcionarios del Estado aumentaba. Llegó hasta cerca de los seis millones en 1922. De ellos un porciento elevado eran especialistas del viejo aparato zarista, a los que el gobierno soviético necesitó recurrir. Al mismo tiempo, el Ejército Rojo necesitó sumar a sus filas a antiguos oficiales, unos cincuenta mil en 1918.
Dentro del bolchevismo coexistían, al menos, dos tendencias políticas y culturales que respondían de modo diferente a qué hacer y cómo continuar el poder revolucionario. Una tendía a dotar a Rusia de una Estado que defendiera el interés de la clase trabajadora, bajo el control de estos. La otra tendía a un Estado como fin en sí mismo, independiente del control directo los obreros y clases populares.
Los cuadros políticos bolcheviques no eran numerosos al estallido de la Revolución. A pesar del aumento en la membrecía del partido, la calidad de sus cuadros no era equivalente. De manera progresiva ascendieron a los principales cargos administrativos figuras de relieve secundario dentro de la revolución.
Muchos de estos individuos fueron elegidos a dedo por Stalin quien, desde 1919, encabezó el Comisariado del Pueblo para la Inspección Obrera y Campesina, cuya misión original fue controlar la desviación burocrática en el aparato estatal a favor del control obrero y campesino.
Ese contexto estuvo marcado por varios procesos dentro del partido, entre ellos el incremento de los hombres de comité. Eran los prácticos que se encargaban de las tareas organizativas y tendían a resolver los problemas de un modo administrativo — preferiblemente en las oficinas y no en las fábricas — al tiempo que tendían a ver al Partido como fin en sí mismo y no como instrumento para ejecutar el programa revolucionario.
Frente a los hombres de comité estaban los teóricos que, más que la organización, velaban por los aspectos ideológicos y comprendía, con Lenin a la cabeza, que el Partido era idea, programa, método y tradiciones, al tiempo que comprendieron los peligros que corría este instrumento político si escapaba al control de los trabajadores.
Una de las polémicas de mayor significado implicó la relación de los sindicatos y el Estado. El asunto tenía dos lecturas:
a) otorgar a los sindicatos una posición independiente, como instrumento contractual de los trabajadores, para negociar colectivamente con la administración de la industria socializada;
b) por otro lado, los sindicatos insertados en la maquinaria estatal, debido al carácter de defensor de los derechos de los trabajadores que adquiría el Estado.
Para armar a los trabajadores frente al desafío de opresión, arbitrariedad y corrupción burocráticas que se imponía, Lenin propugnó cuatro medidas:
a) elecciones libres con revocabilidad de todos los funcionarios;
b) ningún funcionario puede recibir un salario más alto que un obrero cualificado;
c) ningún ejército será permanente, sino el pueblo armado;
d) gradualmente, todas las tareas de administración del Estado se harán de manera rotativa, para que todos sean burócratas por un tiempo y nadie sea un burócrata.
Estas propuestas no eran el fin a alcanzar sino las condiciones básicas para encaminar el poder de la clase trabajadora, para que progresivamente el Estado se “adormeciera” en el cuerpo social. Para que la sociedad de trabajadores y trabajadoras aprendiera, desde su propia práctica, a darse gobierno.
En vínculo directo con lo anterior, se debatía sobre el sistema de nombramientos, atinente a la democracia partidista. A pesar de la resolución del X Congreso del Partido que marcaba la primacía de la elección en todos los órganos de dirección, la práctica de nombramiento desde arriba se extendió como una plaga.
Los límites del poder de las instituciones represivas estuvieron igualmente en discusión. La autonomía de la Cheka (La Comisión Extraordinaria para la Represión de la Contrarrevolución, Especulación y Deserción), puesta en práctica en medio de una guerra civil cruenta y hecho legítimo de defensa del Estado soviético, generó un conflicto constante entre la tendiente arbitrariedad del órgano represivo y el sistema de legalidad soviética, Comisariado del Pueblo para la Justica.
En esencia, se contraponían como nociones un estado policial de un lado, y la creación de un Estado de derechos en el que ningún instrumento social quedara sin control. En 1921 se resolvió limitar la competencia de la Cheka a los problemas de espionaje, los atentados políticos, y la protección de los ferrocarriles y almacenes de víveres. Cualquier otra actividad represiva debía ser de la incumbencia del Comisariado del Pueblo para la Justicia.
En ese entramado de posiciones y encrucijada irrumpió el sustitucionismo, idea según la cual la mayor parte del proletariado sería muy poco consciente para gobernar. La idea se vinculó al argumento del desclasamiento y la corrupción. Esto derivó en que, en lugar de la clase obrera, quien debía gobernar era el Partido.
El sustitucionismo alimentó una concepción del poder estatista, vertical, paternalista y autoritaria. Lógica que contribuyó al vaciamiento de los soviets como espacio de para el ejercicio directo del poder por parte de los trabajadores, campesinos y soldados rusos.
El año 1922 se desarrolló un proceso de análisis y propuestas para ordenar las relaciones entre las repúblicas y la Federación. Se debatían dos puntos de vistas:
1)- se postulaba la creación de una federación de repúblicas con prerrogativas de sus comités ejecutivos y de sus consejos de comisarios y solo quedaría en manos de la Federación el orden militar y las relaciones exteriores;
2)- se basaba en el esquema imperial, donde las repúblicas perdían de facto sus prerrogativas al subordinarse a Moscú.
Al terminar la guerra, en el terreno de las relaciones exteriores, era clara la diferencia entre la diplomacia estatal y el apoyo a la revolución mundial. La necesaria cautela evocada por Lenin en el relacionamiento externo implicaba conciliar la necesidad comercial y el interés revolucionario. En la práctica, comenzaron a surgir incompatibilidades y tensiones entre las políticas del Comisariado del Pueblo para los Asuntos Exteriores y las del Comintern.
El complejo entramado de contradicciones de principio de los años veinte se agudizó con la enfermedad y muerte de Lenin. Emergió como problema práctico: la sustitución del líder capaz y legítimo que contaba con un sólido consenso moral y político.
La revolución en declive
Cuando una clase toma el poder, sus representantes ocupan la maquinaria del Estado. En el caso soviético, la debilidad de la clase trabajadora y las circunstancias extremas de la guerra propiciaron que el funcionariado tendiera a la desconexión del control de los trabajadores y a servir a sus propios intereses. Se constituye así la burocracia soviética, la que no tenía un plan previo y no se basaba en un programa, de ahí los zigzag que caracterizaron sus políticas.
El 26 de enero de 1924 Stalin pronunció un discurso póstumo tras la muerte de Lenin en el que enunció los “mandatos” dejado por Lenin: enaltecer y mantener la pureza del gran título de Miembro del Partido, resguardar la unidad del Partido como a la niña de nuestros ojos, guardar y fortalecer la dictadura del proletariado… mandatos que juraba cumplir honorablemente.
Comenzaba así la creación del dogma leninista, seguido por la elaboración de los Fundamentos del leninismo, codificación rígida, esquemática y vulgar del pensamiento de Lenin. Fue el preludio de los de textos “marxistas” y comentarios académicos avalados por el PCUS. Producción que sepultó el espíritu del Instituto Marx-Engels, creado en 1921 para estudiar el origen, desarrollo y maduración teórico-práctica del socialismo y para difundir el marxismo.
La fracción de Stalin no previó los resultados de sus actos; reaccionó con reflejos administrativos y creó, posterior a los hechos, una teoría que los refrendara. La táctica se elevó al rango de teoría general. Quedó relegado el soporte teórico y la estrategia política de compromiso con los trabajadores trazado por el bolchevismo.
El proceso de ruptura con ese legado alcanzó a las instituciones detentadoras de violencia, las que se hicieron funcionales a los nuevos intereses. En sus orígenes, el Comité de Seguridad del Estado tuvo como objetivo combatir la contrarrevolución, los sabotajes y la especulación. Motivaciones que se modificaron hasta convertirlos en el órgano preservador de los intereses del Estado burocrático, cuyo objetivo fue, además, eliminar la oposición revolucionaria.
El Estado obrero necesitó su propia institución armada para defenderse. Con tal fin se creó el Ejército Rojo en enero de 1918, basado en la concepción de un ejército no profesional. Esta institución no escapó a la recomposición burocrática, la que le arrancó progresivamente su esencia popular al restablecer el cuerpo de oficiales distante jerárquicamente de los miembros de la tropa. Cuerpo que velaría por la “pureza” y fidelidad de los uniformados al “Partido” y al “Estado socialista”, y respondía directamente a la jerarquía partidista.
En 1926 se reinstituyó el matrimonio civil como única unión legal y el divorcio se convirtió en un trámite costoso y pleno de dificultades. Más tarde se abolió el derecho al aborto. Se suprimió la sección femenina del Comité Central.
En 1934 se prohibió la homosexualidad y la prostitución se convirtió en delito. No respetar a la familia se convirtió en una conducta “burguesa” o “izquierdista”. Los hijos ilegítimos volvieron a esta condición, que había sido abolida en 1917.
La medida prohibitiva del trabajo nocturno de las mujeres, tomada en los primeros años, se eliminó de facto al crearse, durante la industrialización forzada, tres turnos de labor para las fábricas textiles, donde prácticamente solo se empleaban mujeres, que además eran las peor pagadas.
Como el resto de las actividades sociales, la cultura pasó a ser controlada centralmente. En diciembre de 1928 y tras prolongadas resistencias, el Comité Central promulgó un decreto que ponía todas las publicaciones bajo control del Partido y el Estado.
En 1936 se abolía la práctica de la paidología, previo calificativo de “pseudocientíficos” a la mayoría de los psicólogos soviéticos. Fue prohibida la difusión de la concepción histórico–cultural de la psiquis de Vigotski por sus “deformaciones” paidológicas. Se desarticuló la producción científica en psicología infantil, pedagogía, defectología, e higiene escolar, declarándolas reaccionarias y antimarxistas.
El campo fue otra de las escenas del declive revolucionario. La política establecida con la Nueva Política Económica (NEP) generó que la pequeña burguesía de la ciudad y del campo adquiriera fuerza y establecieran mecanismos de comercio con el resurgimiento de intermediarios y pequeños comerciantes. Para 1927 el sector privado controlaba el 50% de la renta nacional.
El gobierno retrocedía paso a paso frente a tal empuje. El empleo de la mano de obra asalariada y el arriendo de tierras fueron permitidos en 1925. El campo se polarizaba entre pequeños capitalistas y jornaleros.
En 1926 Stalin preparó un decreto para la desnacionalización de la tierra, lo que hubiera representado un tiro de gracia a la Reforma Agraria de Octubre. Las contradicciones al interior del partido sobre la cuestión agraria eran agudas, pero la correlación de fuerzas en ese año no permitió que esa idea se realizara.
Al inicio, incluso las más entusiastas promotores de la colectivización, aceptaban que esta sería voluntaria, y que tardaría algunos años en completarse. Para finales de 1929, los dirigentes habían prescindido de ambas premisas y estaban decididos a la colectivización forzada en la agricultura. Fue removida la comprensión de que la cooperativización no era un proceso administrativo, sino una larga lucha cultural.
La centralización de la autoridad vino acompañada por una gradual modificación de las actitudes vigentes hacia el derecho. La concepción marxista del derecho como instrumento de la dominación de clase, destinado finalmente a extinguirse junto con el Estado, y mientras tanto a ser administrado con indulgencia hacia los obreros y campesinos, fue abandonado.
En similar dirección, si bien la Constitución de 1936 mantuvo de su antecesora de 1923 la igualdad y libertad para todos los pueblos federados de la URSS, incluido el derecho a la secesión, en la práctica se tendía — y no con poca resistencia — a que las repúblicas se subordinaran directamente a Moscú. Las decisiones federalistas tuvieron escasa eficacia.
En el proceso de conformación de los marcos burocráticos del Estado soviético, la recomposición del partido era vital. El primer paso en ese sentido fue la organización de la “promoción Lenin” (1923), la que abrió las puertas del Partido. Proceso violatorio de los estatutos que preveían un período de pre-militancia y del criterio de que solo entraban directamente los obreros que hubieran estado vinculados a sus fábricas al menos por diez años.
En 1930 los obreros representaban el 49% de la militancia; en 1934 había caído al 9,3%. En 1923, solo el 23% de todos los directores de fábricas eran miembros del Partido. En 1936 la cifra se acercaba al 100%.
Una de las rupturas más sensibles con los principios bolcheviques fue el “máximo del partido”, regla que impedía que los funcionarios partidistas recibieran un salario mayor que el de los obreros calificados. Bajo el período de Lenin, el diferencial máximo se mantuvo en una relación de 1 a 4. Antes de la II Guerra Mundial, era de 1 a 15.
El PCUS dejó de ser una organización obrera y pasó a ser, de facto, el partido de la burocracia, la que desvirtuó progresivamente el sentido de la dirección partidista hacia el totalitarismo, en desmedro de la práctica bolchevique que prefería educar a la militancia a través de la explicación paciente, la discusión y la crítica con base en un proyecto revolucionario.
“El militante de 1917 habría tenido dificultad para reconocerse en la persona del militante de 1928”, sentenció Christian Rakovski, bolchevique de la vieja guardia.
En los inicio de la Revolución la burocracia administraba al Estado, al tiempo que el Partido servía de contrapeso y control de esta. El papel histórico de la fracción stalinista fue el de suprimir esta dualidad a través de la subordinación del Estado a las propias oficinas del Partido, el que se erigía así en juez y parte de su propia política. El partido único, una polémica necesidad coyuntural en 1921, se convirtió en un principio infalible para la dominación burocrática.
En el XVIII Congreso del Partido se creó una Dirección de Cuadros encargada de coordinar todos los nombramientos de los funcionarios responsables, ya se trate de tareas del Partido, el Estado o la producción. Desde entonces, ningún nombramiento importante se ejecutó sin antes haber recibido la aprobación de esa Dirección. Quedaba enterrado el principio de electividad aprobado en 1921.
La expulsión de la oposición de izquierda en el Congreso partidista de diciembre 1927 despejó el terreno al silenciar todas las críticas. Trotski definió las purgas desatadas por Stalin como una guerra civil de la burocracia contra la vanguardia revolucionaria bolchevique. En 1935 la Sociedad de Viejos Bolcheviques se disolvió, un mes después lo hizo la Sociedad de Antiguos Prisioneros Políticos y de Exiliados Políticos.
Otro golpe mortal sobre el proyecto revolucionario bolchevique fue la doctrina del socialismo en un solo país (1925). Si bien intentar construir una sociedad no capitalista, a pesar de las condiciones internacionales adversas fue una decisión loable, esta doctrina se adecuaba a las necesidades y aspiraciones de la burocracia que quería una vuelta a la normalidad, contrario a las ideas de la revolución mundial. “¡Basta de trastornos!”, esgrimían, “hemos ganado un descanso”.
Hacia el interior de la URSS, con la aprobación de la Constitución de 1936, se sustituyó el sistema electoral soviético, fundado en los grupos de clase y de producción, por un sistema de democracia burguesa, basado en el llamado “sufragio universal igual y directo” de la población atomizada. Se desarmó a los trabajadores del principal recurso para la lucha política contra el régimen burocrático.
Los postulados de la Constitución de 1936 eran modificados con decretos emitidos en instancias de menor rango jerárquico que el Congreso de los Soviets. Por ejemplo, la Carta Magna previó el derecho al trabajo, a la jubilación, al descanso, a la instrucción, la asociación libre, etc. Solo un año después de que esta fuera aprobada mediante el voto popular, Stalin y Molotov firmaron una legislación sobre el trabajo que anulaba casi todas ellas.
La salida a la luz de la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, en 1938, cerró el proceso de declive de la Revolución. La historia de esta resultaba un peligro para la dominación burocrática. Era necesario reescribirla.
Para tal fin se prohibió toda literatura que contradijera la versión oficial. Textos como “Los diez días que estremecieron al mundo”, de John Reed, las últimas reflexiones de Lenin y de otros prominentes bolcheviques fueron prohibidos. El programa del Partido de 1919 fue sacado de las librerías y limitada su circulación. Las obras de Lenin que se publicaron fueron cuidadosamente escogidas y se presentaban resumes descontextualizados de ellas. Los mismos trabajos y discursos de Stalin que contradecía sus planeamientos eran sacados de circulación.
En resumen, la osadía mayor de la Revolución rusa fue pretender que los oprimidos se gobernaran a sí mismos. Este intento estuvo surcado por tendencias y conflictos diversos, en medio del cual la burocracia erigió un sistema anticapitalista, muy nacional y poco socialista. Para poder triunfar se vio obligada a aniquilar al Partido Bolchevique, arrancar de raíz cualquier vestigio de leninismo genuino, reescribir la historia y enterrar las viejas tradiciones de la democracia obrera y del internacionalismo.
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