A las puertas de los próximos Juegos Centroamericanos y del Caribe, Barranquilla 2018, y la ausencia de dos peloteros claves en el equipo Cuba.
por Dayron Roque
Un sarcástico Eduardo Galeano, cuando yo tenía como quince años, publicó “Patas arriba: escuela del mundo al revés” … no se me olvidan algunos pasajes. Hoy rescato este:
En su edición del 31 de enero del 98, el diario uruguayo El Observador felicitó al gobierno de Brasil por su decisión de vender la empresa telefónica nacional, Telebras. El aplauso al presidente Fernando Henrique Cardoso, “por sacarse de encima empresas y servicios que se han convertido en una carga para las arcas estatales y los consumidores”, se publicó en la página 2. En la página 16, el mismo diario, el mismo día, informó que Telebras, la empresa más rentable de Brasil, generó el año pasado ganancias líquidas por 3 900 millones de dólares, un récord en la historia del país. El gobierno brasileño movilizó un ejército de seiscientos setenta abogados para hacer frente al bombardeo de demandas contra la privatización de Telebras; y justificó su programa de desnacionalizaciones por la necesidad de dar al mundo señales de que somos un país abierto.
Viendo hoy la edición de Cubadebate — jueves 26 de abril — tengo la impresión de ver que pasa lo mismo…, lo que en nuestra versión particular de la privatización que es, por ahora y luchemos porque no pase de ahí y lo hagamos retroceder, en el deporte y los deportistas.
Hay una “noticia” que nos “informa” que dos destacados peloteros cubanos no asistirán a los Juegos Centroamericanos y del Caribe que tendrán lugar en Barranquilla, Colombia este verano. ¿Las razones? Sus contratos con empresas que se hacen llamar clubes deportivos no se los permiten… así de fácil.
Lo primero que sentí fue vergüenza cuando recordé que algo que siempre promovió Cuba y su movimiento deportivo fue el prestigiar este tipo de competencias multideportivas regionales, en especial, los Juegos Centroamericanos y del Caribe — que en su tipo son los más antiguos del mundo, nacieron en 1926, solo superados por los Juegos Olímpicos — . Fue un concepto defendido y aplicado que los mejores deportistas participaran en estas competencias; y así vimos en 1993 a una Ana Fidelia Quirot correr por la pista de Ponce, Puerto Rico, tras un terrible accidente, y se agenció una medalla de plata; y vimos también al campeón olímpico y recordista mundial Javier Sotomayor, asistir y darle visibilidad a esos eventos. Para Cuba, los Juegos Centroamericanos y del Caribe, no eran una competencia menor, a pesar que desde 1970 las delegaciones cubanas mayorean en estas citas — un reto cada vez más difícil, dicho sea de paso, y que se volverá a poner a prueba este año en Barranquilla.
Cinco o seis entradas más abajo nos encontramos con el origen de este y otros problemas. El titular da cuenta que prosigue la “exportación” de peloteros cubanos a “clubes” (léase empresas comerciales), en este caso, canadienses. Aquí, además de las congratulaciones mutuas por la transacción comercial, no encontramos alguna referencia a si estos clubes dejarán participar a los cubanos en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 (si es que estamos clasificados). Un detalle a favor de la nota es que el titular nos recuerda que Canadá es un país norteamericano (en más de un sentido, por cierto).
Al ver estas entradas, no pude menos que pensar en el ejemplo que cita Galeano arriba. Aquí se ha repetido, como farsa, la historia. En lugar de un binomio de noticias: una sobre la privatización de una “empresa ineficiente” y otra que alaba las ganancias de la misma empresa; nos encontramos con uno que da cuenta de una notable impedimenta a la posibilidad de que atletas cubanos representen a su país en una justa multideportiva y otra que, no obstante los antecedentes, dice que lo seguiremos haciendo.
Como es obvio, esto no es un hecho aislado. Tiene que ver con la aplicación de una política que ha terminado privatizando a los peloteros cubanos y colocándolos en el mercado del deporte mundial: en esas empresas comerciales que, con una tabla tremenda, todavía se hacen llamar “clubes deportivos” y lindezas por el estilo… al menos en eso, hay que reconocer y casi premiar la mayor sinceridad del certamen mercantil conocido como “Serie Mundial de Boxeo” que llama a las cosas por su nombre: a los equipos “nacionales”, franquicias.
Se han discutido y mencionado múltiples causas, manifestaciones y consecuencias de la crisis del deporte cubano, la real y la percibida; en especial de la pelota. En cualquier caso, casi todos los análisis coinciden — sin proponérselo, supongo — en desprestigiar el sistema; para luego venderlo a precio de ganga. Esa es la realidad. La justificación de la venta de los atletas es por lo deteriorado del sistema, y de ahí al círculo vicioso en que nos encontramos: la Serie Nacional de Beisbol no “crece” en calidad porque la “calidad” está allá afuera; luego ya no podrán jugar en la SNB — o lo harán “en muletas” — porque el cansancio, los contratos, los tiempos y la “calidad” ya no se lo permitirán. Para colmo, el dolor entre la burocracia deportiva no es que esto suceda, sino que la mercancía se vende “a bajo precio”, según pudimos enterarnos, cuando con toda desfachatez se dijo que el problema era que los contratos “son necesarios, pero duelen mucho”, duelen mucho no porque cada vez menos veamos a esos peloteros en Cuba, o representando a Cuba en eventos internacionales, sino porque “un jugador de nuestro equipo nacional, de gran valor competitivo, no es bien remunerado”.
Un repaso a las noticias del béisbol de Cuba de los últimos años, harían exclamar — como al célebre comentarista deportivo — que la cosa está “de lágrimas” y no precisamente por los resultados deportivos — que son malos — , sino por el camino que van tomando las cosas.
Para empezar, forman parte con no poca asiduidad de los titulares noticiosos la expresión “firman contratos” o “son contratados”, que a veces se disfrazan con un eufemístico “vestirá el uniforme de…” o “la llegada a… de…”. Con esto, ya (casi) hemos “naturalizado” que tras la noticia de la victoria de Industriales sobre Las Tunas (mis deseos), puede estar el anuncio de la celebración de un contrato, es decir de la compraventa autorizada, reglamentada, permitida… de nuestros peloteros. Se trata de que pensemos que en el mundo deportivo es tan común dar un jonrón como que un atleta sea “fichado” por un empresa extranjera. Y no es que le falte “normalidad” en el mundo actual al hecho de que las noticias sobre el deporte, cada vez menos, sean los goles, los jonrones, los nocauts, los tiempos o las marcas; y sí los precios de los atletas y las comparaciones, las engorrosas transacciones de su “fichaje” (puede leerse también compraventa de fuerza de trabajo), los desfalcos a los sistemas nacionales de impuesto (es decir, el robo) y un largo etcétera que puede hacer que, por un instante, nos confundamos de si estamos leyendo la página deportiva o la económica (cuando no, directamente la policial). Y frente a esa “normalidad” del mundo; estuvo Cuba con un modelo de deportes, educación física y recreación que, quizás, fuera anormal; pero era más humano.
El deporte cubano, del 59 para acá, se sustentaba en determinados principios que hoy han ido a parar al museo de antigüedades — porque son bonitos, pero se “mira y no se toca”.
Contrario al sentido común que nos han impuesto algunos — amigos y enemigos — de que la “persecución” de los éxitos deportivos cubanos eran parte de una “vitrina” para mostrar al mundo los logros de la Revolución; el deporte revolucionario no tenía el sentido de lograr más medallas, alcanzar más y mejores lugares, ni cosa por el estilo. La práctica del deporte tenía que ver con una concepción de felicidad y salud para todas las personas. Frente a la realidad del elitismo deportivo — me refiero al de la práctica del deporte, no al hecho de que alguien como Kid Chocolate, de origen humilde, llegara a ser campeón mundial — la Revolución proponía que todas las personas practicaran deportes. Hablo de “elitismo deportivo” para referirme al hecho — comprobable hoy — de que hacer algún tipo de actividad física recreativa — correr, jugar pelota, futbol, baloncesto — es un lujo — asociado a esa especie en peligro de extinción llamada tiempo libre o de ocio — que solo pocas personas pueden darse — y que, al día de hoy, se hace más complejo y costoso, porque ahora para correr “necesitas” de los tenis tales, por poner un ejemplo.
El proyecto revolucionario para el deporte era que no solo el 0.25% de la población practicara ejercicios físicos recreativos y saludables; sino que la inmensa mayoría de las personas tuvieran oportunidad de hacerlo. Y para ello había que poner a practicar ejercicios a todo el mundo, desde las escuelas hasta los barrios y surgieron un sinnúmero de iniciativas como los “fisminutos”, las tablas aeróbicas en las instituciones educativas y en nuestro espíritu caló la consigna “LPV: Listos para Vencer”, casi al mismo nivel de “¡Patria o Muerte!”. Esa fue la concepción original del deporte en Revolución.
Aquella masividad era la base de lo que se denominó “pirámide deportiva”, en cuya cúspide estaba el Alto Rendimiento Deportivo, encargado — ellos sí — de ser la “élite” que a nivel internacional representara a Cuba y proveyera un espectáculo de calidad en los campeonatos domésticos.
El deporte cubano, y sus atletas, no pudieron escapar ni al conflicto de Estados Unidos con Cuba, ni, de manera más reciente, a las dinámicas de la globalización — nombre artístico que usa el capitalismo del 91 para acá — ; tampoco a las crisis internas nuestras y a los desaciertos en algunos temas relacionados con la política deportiva. El resultado fue que de un goteo esporádico de atletas que se “quedaban” en los 80 y 90 — algunos de los cuales los hemos visto competir bajo otras banderas — hacia los 2000 se hizo, como el dengue, hemorrágico y endémico. Las causas son múltiples, pero no es desdeñable la excesiva y pervertida mercantilización del deporte que convierte a los atletas en mercancía y que, aun sin recibir los buenos dividendos que se sacan de ellos, salen mucho mejor remunerados que lo que recibirían en Cuba — sin contar algunos extremos sobre la (des)atención a atletas destacadísimos y otros no tanto.
La política de contratación de atletas se propuso, entre otros aspectos, también para detener esa hemorragia; pero con ello abrió las puertas del mercado y, sucedió lo que pasa cuando se intenta corregir el calor con el frío: el resultado que se obtiene es casi siempre tibio. La emigración-robo indiscriminado continúa y sus causas más profundas están todavía por dilucidar; se ha reforzado el sentido común de lo “justo” de esa emigración en virtud de los talentos particulares que solo pueden ser “evidenciados a plenitud” en determinados escenarios — las MLB, para el caso de la pelota.
Rechazar la mercantilización deportiva fue parte de las banderas del nuevo orden en materia de política deportiva. Las malas decisiones de las autoridades deportivas y políticas en Cuba, los análisis estridentes y una persistente — y exitosa — campaña de los enemigos de la Revolución, logró introyectarnos la idea de que el socialismo combatía el bienestar individual de los deportistas; y en el “cambio de mentalidad” — es decir en la post-revolución — que vivimos en los últimos años, el sentido común de las personas ha pasado a justificar la “necesidad” de los contratos de los peloteros y deportistas en el exterior como la “justa” remuneración de sus talentos. Otros, en una cuerda pragmática, de presunta “actualización”, dicen que es mejor esa opción, pues con ella parte de lo pagado con los contratos sirve para “sostener” el deporte en Cuba. Sobre este último argumento, en una discusión reciente, alguien me decía que habría que aceptar esas contrataciones porque así el pelotero “A” en lugar de embolsillarse “X” cantidad de dólares deja para Cuba una parte considerable. Hacer esa concesión al sentido común capitalista suena a desastre. La lucha contra la mercantilización del deporte no es la lucha contra que un pelotero o un futbolista en particular gane millones de dólares; la lucha es contra el sistema que “naturaliza” que CR o LM ganen millones de dólares, mientras otros millones de niños no podrán nunca llegar a patear una pelota, dado el caso que hayan comido ese día y tuvieran la fuerza suficiente como para hacerlo. En otras palabras, yo no quiero ir a quitarle a Cristiano Ronaldo o a Leonel Messi sus millones de dólares; yo quiero que desaparezca el sistema que crea empresas, marcas registradas y mafias organizadas como el Real Madrid y el FCB. En ese sentido, cabe rechazar desde una postura radical la “necesidad” y “naturalidad” de tales contrataciones y la mercantilización deportiva.
No es que quienes defienden la política sean per se unos perversos. Hay gente honesta que considera que esa es la “única” — o la “mejor” — manera de “elevar el techo” del deporte cubano en el mundo actual. Puede ser que sí — y habría que someterlo a riguroso análisis — , en términos técnicos; pero definitivamente no en términos filosóficos — en el sentido de cosmovisión del mundo, que es desde donde hago esta reflexión — . El deporte, la actividad física recreativa en general no debería servir para promover la competencia y afanes similares en las personas — lo cual, muy por el contrario, es algo que se promueve hasta el cansancio; piénsese que, por ejemplo, en la jerga deportiva-informativa, no se gana por amplio margen un juego, se “aplasta” o “humilla” al perdedor — ; sino para hacer felices a las personas, a todas las personas, no solo a las que ganan medallas, anotan goles “de chilena”, o conectan “jonrones con las bases llenas”. Tengo la más firme convicción de que el día que el movimiento deportivo cubano comenzó a perseguir las medallas olímpicas — o de cualquier nivel — y a mostrarlas como símbolos del desarrollo y el éxito, en lugar de seguir apostando por el deporte y la actividad física recreativa como ejercicio de bienestar físico y espiritual, se descarriló el rumbo.
Perseguir las medallas y los lugares olímpicos y mundiales y confundirlos con “éxito” es como pensar que el éxito de los sistemas educativos se miden por la cantidad de niños superdotados o con premios en concursos internacionales y no por la posibilidad de que todos los niños puedan acceder en condiciones de equidad y transitar hasta donde deseen por todo el sistema; o que el éxito en la salud se lee por tener los mejores especialistas mundiales para el tratamiento de una enfermedad y no por la presencia de una amplia red de cobertura de médicos y enfermeros con los recursos indispensables para su labor. Por ello, deberíamos sentirnos más orgullosos de lograr que cada niño al nacer reciba más de una decena de vacunas, aunque no tengamos ningún Nobel de Medicina. Por ello, de igual manera, deberíamos sentirnos más felices de que — con todo y lo que digan — nuestras niñas y niños aprendan a leer y escribir, todos, cuando mejor pueden hacerlo; aunque no participemos en las pruebas PISA.
A los que insisten en que, con políticas como esta, estamos dando señales de “apertura”, “modernización” y “pragmatismo” me encantaría responderle como cita Galeano que criticaba un escritor brasileño el ejemplo de privatización con que inicié estas líneas:
“Luiz Fernando Verissimo opinó que esas señales “son algo así como aquellos sombreros puntiagudos que en la Edad Media identificaban a los bobos de la aldea”.
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