Cuestiones y horizontes del pensamiento de Aníbal Quijano, una apuesta globalizadora

Por Ana Niria Albo*: “Una propuesta de subversión epistémica nos llega…”

Ponencia presentada en el panel “La Globalización antes de la globalización.”

Este trabajo forma parte del dossier “Cuba en LASA 2018: un botón de muestra

La América Latina y el Caribe (ALC) ha gestado un pensamiento social que tiene en su epicentro la idea de la descolonización. Una idea que puede ser ya hoy global, si entendemos que los colonizados somos muchos más que los colonizadores y si entendemos la impronta que ha tenido en pensamientos emancipatorios como el indio, por mencionar uno de ellos. Una propuesta de subversión epistémica nos llega de la mano de autores que desde sus propios espacios o desde lo diaspórico han reconocido, en primera instancia, que no es posible seguir dialogando sobre descolonización sin proceder a la transformación del modo de producción del pensamiento que acompañe los actos independentistas.

Y si los analistas están de acuerdo en que el proceso de globalización inicia con los procesos de conquista y colonización del continente americano, algunos pensadores latinoamericanos y caribeños han trazado una ruta que pretende conectarnos, como lo hace la Casa de las Américas, para la construcción de un pensamiento propio desde nuestra América.

El pensamiento social latinoamericano crítico ha hecho énfasis continuamente en la necesidad de explicar la desigualdad, teniendo en cuenta estos aspectos asociados a los diversos estilos de discriminación étnica o de procedencias estamentales que la potencian y naturalizan. Si bien éstas prácticas parecieran erradicadas por la retórica multicultural y “tolerante” del capitalismo posmoderno o por el surgimiento de los derechos “culturales” de los pueblos indígenas, todavía se mantienen indelebles en nuestras sociedades y también en las europeas, como la persistencia de la nobleza y sus sucedáneos.

La comprensión de los males a partir de las dinámicas de producción de desigualdad y exclusión se han visto en la mira de analistas sociales latinoamericanos y caribeños desde conceptos como: el neocolonialismo, en las voces de Pablo González Casanova, Silvia Rivera Cusicanqui y Rodolfo Stavenhagen; «las que se anclan en un racismo global y local contra poblaciones “originarias” (indígenas), ex esclavas, provenientes de países o regiones bajo vínculos neocoloniales o descalificados con el término genérico de “subdesarrolladas”»; la colonialidad del poder a través de Aníbal Quijano y el grupo decolonial en donde hacen filas Walter Mignolo, Agustín Lao Montes y Enrique Dussel.

Dialogar, entonces, sobre la influencia del pensamiento de Aníbal Quijano y su concepto de colonialidad del poder, nos lleva a reconocer que estamos ante un pensamiento subversivo que dialoga con colegas regionales que ahondan en conceptos comunes como heterogeneidad histórico estructural, colonialidad del poder y descolonialidad del poder, fauna dominante, modernidad… Cuando se le ha escuchado decir “Vivir adentro y en contra, en una continua confrontación en relación con la explotación y las relaciones de poder” –nos lleva a pensar, ¿hacia dónde vamos, cuál puede ser nuestra esperanza? Y su respuesta lo subvierte todo. Debemos ser parte de esa construcción de un nuevo horizonte en el que la participación es esencial.

La década del 60 presenta el contexto de desarrollo de este pensador que llega a Cuba a través de una revista como Pensamiento Crítico en los números correspondientes a mayo de 1968 y enero de 1969: Naturaleza, Situación y tendencias de la sociedad peruana contemporánea y Los movimientos campesinos contemporáneos en América Latina. La obra de Quijano se puede agrupar, tal como lo ha hecho Danilo Assis Clímaco en su Aníbal Quijano. Cuestiones y horizontes. Antología esencial. De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder (CLACSO, 2015), en tres grandes ejes:

a) Totalidad, heterogeneidad histórico-estructural del poder y las tendencias de la crisis raigal de la colonialidad global del poder;

b) De la cultura política cotidiana a la socialización y descolonización del poder en todos los ámbitos de la existencia social

c) Identidad latinoamericana y eurocentrismo; el nuevo horizonte de sentido histórico y la descolonialidad del poder.

Por eso no es un secreto que al tener en la mano dicho volumen nos encontremos con textos tan tempranos, en sus ya más de cincuenta años en el oficio del escriba, como Dependencia, cambio social y urbanización en Latinoamérica (1968), hasta los más recientes, ¿Bien vivir?: entre el desarrollo y la Des/Colonialidad del poder (2010).

De los textos se obtienen varias perspectivas de análisis. Resalta la constante atención que presta como analista social a la mirada holística e histórica de lo que se busca, porque como expresa en varias ocasiones en estos textos reunidos «[…] el conjunto no puede ser entendido fuera del marco histórico que condiciona la situación global» o como se cuestiona en ese primer texto acerca del desarrollo urbanístico en la América Latina:

De un lado, aunque se reconoce el carácter multidimensional de los procesos, no es claro cómo se articulan las varias dimensiones posibles entre sí y con la sociedad global, y el escollo suele conducir a privilegiar la dimensión ecológico-demográfica, sin duda porque ésta es la de más impositiva presencia. De otro lado se investiga el fenómeno como si ocurriera en sociedades aisladas o autónomas, a pesar de que las sociedades nacionales latinoamericanas son constitutivamente dependientes y, en consecuencia, su legalidad histórica es dependiente. [76]

Otro elemento a tener en cuenta y que destaca el sociólogo desde ese primer texto de 1968 es que la dependencia de los países latinoamericanos no es solo de carácter económico, sino que están sujetos a las relaciones impuestas por la estructura social y los procesos de dominación que exceden lo económico. En este sentido es que se ha dicho en innumerables ocasiones que su estadía dentro de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL) aportó nuevas dimensiones y caminos a recorrer en el análisis de la teoría de la dependencia, así como decisivas polémicas que sobresalen en estos textos entre el marxismo tradicional o clásico y los nuevos marxistas latinoamericanos.

De ahí que polémicas en torno al ejército de empleados, la plusvalía y el antagonismo tecnología vs. mano de obra obrera sean puestos sobre el tapete desde aproximaciones en las que la distribución del poder lo vertebra todo como se puede leer a continuación:

[…] no es la clase de recursos productivos, la tecnología que se emplea, sino la clase de intereses en cuyo beneficio se usan esos recursos lo que está en la base del “problema del empleo”, que ahora se agrava para la masa mayor de la población de nuestras sociedades. Esto no constituye problema técnico para el régimen actual de producción, esto es, para sus grupos dominantes. [168]

Pero Quijano no se queda en los planteamientos en relación con el desarrollo y sus procesos, va más allá e inicia el texto Sobre la naturaleza actual de la crisis del capitalismo (Primera conferencia) publicado originalmente en el libro editado por él mismo Crisis imperialista y clase obrera en América Latina de 1974, reflexionando sobre los procesos de crisis del socialismo de los países de Europa del Este y la necesidad apuntada desde Lenin de generar una teoría revolucionaria para la acción revolucionaria. También convoca a lecturas y acciones contemporáneas de los procesos sociopolíticos de la región, idea que me parece cada vez más certera y que pareciera haber calado de forma honda en las gestas de un socialismo del siglo XXI y que adquiere matices diferenciadores desde las revoluciones bolivarianas, ciudadanas, plurinacionales y del vivir bien de países antes sometidos como Venezuela, Ecuador y Bolivia. Y como pensando en esa esperanza despertada varios años después expresa:

El socialismo, sin embargo, no es ya sólo una posibilidad teórica. Ha iniciado ya su historia real en áreas decisivas del mundo, y a pesar de sus dificultades, de su estancamiento y de su formación en unos lugares, o de la incertidumbre de su desarrollo en otros, es su presencia efectiva lo que, también, contará decisivamente en el destino final de la crisis del capitalismo. [197]

Ya para la página 285 aparece lo que se ha constituido en el elemento central del pensamiento de este cientista social: la colonialidad del poder. El texto que bajo el título Colonialidad del poder y clasificación social, y que fuera parte de los ensayos recogidos en el volumen El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global por los compiladores Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, refiere en primera instancia las diferencias entre el concepto de colonialidad y el de colonialismo. El autor de los textos, junto a Immanuel Wallerstein, Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World System (1992), precisa que la colonialidad, no así el colonialismo, no se limita al ejercicio del poder de un territorio sobre el otro, sino que a diferencia del segundo, esta se expresa sobre todo en los terrenos de «la subjetividad y sus productos materiales e intersubjetivos, incluido el conocimiento», así como en «la autoridad y sus instrumentos, de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales» (289).

Por otra parte, en este mismo trabajo aparece un análisis crítico de la evolución de las teorías sobre las clases sociales en la cual la sistematización toma partido y en otras ocasiones rechaza desde las grandes obras de Marx al respecto, 18 Brumario de Luis Bonaparte y El Capital, hasta obras de Saint-Simon, Weber, Carlos Linneo, James L. Larson, Kautsky, Lenin y Lukács. Su aproximación a las clases sociales parte por subvertir el concepto y dirigirse a:

[…] la clasificación social se refiere a los lugares y a los roles de las gentes en el control del trabajo, sus recursos (incluidos los de la naturaleza) y sus productos; del sexo y sus productos; de la subjetividad y sus productos (ante el imaginario y el conocimiento); y de la autoridad, sus recursos y sus productos. [312]

En el eje 3 identificado por el compilador de estos textos aparece reflejada la preocupación específica de este pensador en torno a la colonialidad que es aquella que relaciona dominación y cultura, como el texto homónimo que aparece en este libro entre las páginas 667 y 690. Comprometida propuesta la de Quijano en este sentido: la búsqueda de una más amplia participación social, «ni tan siquiera sólo para juzgar, usar o rechazar deliberadamente» sino para aquello que permita sacar a la luz lo condenado por lo dominante.

En esa misma línea de pensamiento es que sorprende a un lector acostumbrado a sus indagaciones sociológicas al leer Arguedas: La sonora banda de la sociedad, sobre la reflexión realizada por Alberto Escobar acerca del tránsito lingüístico en la obra del notable escritor peruano en la medida que fue cambiando la sociedad. Acercarnos a otra visión de la obra arguediana, hacia «una utopía de la lengua» (692) lleva a Quijano a corresponderla con una «utopía de la cultura y de la sociedad» que estaba también en las letras del autor de Los ríos profundos y que comporta «la intervención triunfante de lo indio»[1] en el proyecto de integración cultural.

Y en consecuencia, el último de los textos aparecidos en este volumen de 859 páginas está dirigido a argumentar porqué el Bien Vivir, Buen Vivir o Vivir bien, según el territorio desde el que se hable, es la configuración de la alternativa social a la colonialidad del poder. Quijano parece haber escuchado al Canciller boliviano Choquehuanca cuando desde la Casa nos decía:

Queremos ser personas del Buen Vivir, pero no nos interesa ser ricos. En nuestro idioma no existe la palabra raza y tampoco la palabra pobre. Somos hermanos porque nos alimentamos de la leche de la madre tierra, que es el agua de la Pachamama.

Entonces en el libro se advierte toda una vida en torno a la crítica social que alerta sobre cómo la noción de raza ha naturalizado y legitimado las relaciones de dominación que se iniciaron con la conquista de esta, nuestra Abya Yala.

De esa cuasi necesidad vital de criticar, alertar o abrir los ojos a la humanidad, es que nace la categoría que acuñara en la década del 80 y que es, por un lado, caballo de batalla de teóricos postcoloniales, descoloniales; y por el otro, tan desconocida en muchas áreas de desarrollo del pensamiento social de la América Latina. Lleva ya más de cincuenta años produciendo un pensamiento crítico que choca perennemente con sus propios límites. No los esquiva, sino que los cuestiona. Su metodología es el análisis histórico y se ha constituido en su arma principal a la hora de convencer. Sin embargo, no abandona el carácter holístico de su ciencia madre. Problematiza e interpela desde la interacción de diferentes ciencias: la sociología, la historia, la politología y la antropología social.

Y precisamente, Quijano se mueve por esas líneas convenciendo acerca de que la Revolución social en la América, esa de la que hablara tanto nuestro Che, solo tendrá cumplimiento de sus objetivos totales una vez que sea «lavada de la subjetividad de la especie la idea de raza». He ahí el camino para que no se repitan ni Charleston, ni Ferguson, ni Baltimore, ni se asesinen a líderes indígenas ni a mujeres, ni a afrodescendientes.

[1] José María Arguedas: “Razón de ser del Investigador” en: Escobar, Alberto: Arguedas o la utopía de la lengua. Lima, IEP, 1984, pp. 58–64.

*La autora es socióloga y especialista del Programa de Estudios Latinos de la Casa de las Américas


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