Por David García Colín Carrillo*: “Las masas están celebrando con justicia pero la batalla apenas comienza”
Miles y miles de personas colmaron el Zócalo para celebrar que Andrés Manuel López Obrador será el próximo presidente de México. El ánimo festivo no es para menos: se trata de un cambio histórico en el que la izquierda ha derrotado de manera contundente a los partidos del régimen, la primera vez que la izquierda gana una elección presidencial -ha ganado al menos otras dos veces pero el fraude había arrebatado esos triunfos-. No es casual el ánimo de carnaval, es un triunfo impresionante del pueblo. Sin embargo, la verdadera batalla está por venir pues el gobierno de AMLO estará tironeado por intereses de clase contradictorios donde se desarrollarán batallas más definitivas y trascendentes.
El Programa de Resultado Preliminares da a AMLO el 53,6% de las preferencias, frente al miserable 22.5 del más cercano competidor (Anaya), y el más vergonzoso 16% del candidato del PRI (Meade), y ya ni hablar del 5% del supuesto candidato “independiente”, Rodríguez Calderón -puesto ahí, a pesar de no contar con los requisitos, para robar votos de oposición-. Ni todos combinados hubieran podido vencer a AMLO; es la ventaja más amplia en 30 años, más si consideramos que hace 30 años la maquinaria priísta aplastaba cualquier alternativa. La fractura de los partidos del régimen y la imposibilidad de la clase dominante por imponer una estrategia unificada, fue otro elemento más en la ecuación.
No fue, como sostienen los pregoneros del sistema, un triunfo de las “instituciones democráticas”, fue una conquista del pueblo que de manera masiva se volcó a las calles para derrotar un operativo fraudulento -no menos de 534 denuncias por compra de votos, robo de urnas, intimidación armada, etc.- con el que la oligarquía se había impuesto siempre. Pero el pueblo decidió que ya era suficiente y con más del 60% del padrón electoral -rondando el 70% en la región sureste, la más pobre del país-, la participación electoral más alta desde 1994, se superaron los márgenes del fraude electoral. AMLO contó con los márgenes más amplios en los estados más pobres que han sido sacudidos por la lucha de la CNTE y las autodefensas -incluso en Chiapas donde el EZLN tiene arraigo-, lo que demuestra que a pesar de la orientación antielectoral de parte de la dirección de la CNTE, el voto de sus bases y simpatizantes se volcó hacia AMLO. ¡Esto no fue casual, AMLO fue el único candidato en comprometerse a echar abajo la mal llamada reforma educativa!
Era inaudito ver en televisión nacional al candidato del PRI, luego el del PAN, seguido del presidente del INE y el propio presidente Peña Nieto -uno tras otro- reconociendo la victoria de AMLO. No se trataba de un acto de “civilidad política” y “talante democrático” sino de simple sobrevivencia: ante los márgenes de la victoria -o de la derrota para el régimen- era imposible hacer otra cosa sin provocar una explosión social.
Es el peor resultado del PRI en su historia. Pierde en 8 de 9 gubernaturas y, junto a sus aliados, su representación en la cámara de diputados colapsa a 65 de los 204 curules que tenía, mientras que Morena -junto a los partido aliados- obtiene mayoría en el Congreso, triplicando su representación, con 305 escaños. En el senado, Morena y sus aliados tendrán alrededor de 74 curules, frente al PAN-PRD con 39 senadores y el PRI (y sus aliados) que apenas tendrá 15. Además, el PRI pierde bastiones históricos en Edomex, tal es el caso de Texcoco y Atlacomulco, cuna de la mafia que domina al PRI. Morena gana en Edomex los municipios más proletarios y aquéllos que han sido más afectados por los feminicidios, como es el caso de Ecatepec.
La brutal sacudida del régimen es un indicador del hartazgo de la población ante más de 30 años de privatizaciones, corrupción (Casa Blanca, Estafa maestra, etc.), colapso del poder de compra, gazolinazos cientos de miles de muertos y desaparecidos, reformas estructurales, represión (Ayotzinapa, Cherán, etc.), etc. Los otros partidos del régimen no quedaron mejor: quedan divididos, desprestigiados y en la lona.
Las masas están celebrando con justicia pero la batalla apenas comienza. El gobierno de AMLO estará sujeto a la presión de fuerzas de clase opuestas. Por una parte, las masas que desean ardientemente un cambio radical y por otro, la vieja oligarquía y los oportunistas subidos al tren, que intentarán mantener al gobierno dentro de cauces aceptables para el sistema. En realidad AMLO llega al gobierno con un programa reformista bastante tímido y recibiendo en cantidades industriales a políticos salidos del PRI, PAN y PRD. Aunque promete la IV transformación de México (después de la independencia, la reforma y la Revolución mexicana) se plantea hacer este cambio sin modificar la política macroeconómica -es decir, sin cuestionar la “independencia” del Banco de México y manteniendo la llamada “disciplina fiscal”-, y sin aumentar los impuestos -incluidos los de los grandes empresarios- y, mucho menos, llevar adelante expropiaciones.
AMLO sostiene que básicamente con el combate a la corrupción -donde se plantea ahorrar 800 mil millones de pesos desde el primer año- se podrán impulsar toda clase de programas sociales. Pero si consideramos que tan sólo para combatir la obesidad el gobierno dice gastar 120 mil millones de pesos al año, vemos que esos recursos están lejos de ser suficientes para impulsar una transformación de fondo -se consumirán con algunos programas sociales de cierta consideración-. La crisis del capitalismo y la caída de los precios de las materias primas -más la privatización salvaje que ha dejado a las arcas del Estado mexicano sin combustible-, por otro lado, no permitirán mayor margen de maniobra.
Para cumplir con las demandas de la población el gobierno tendría que implementar una política económica de impuestos progresivos, es decir, gravar al gran capital para contar con recursos decentes para cumplir con su programa. Pero si el gobierno hace esto -impulsado por las masas- se enfrentará a la histérica rebelión de los grandes capitales: fuga de divisas, boicot económico. Ante esto último el gobierno tendría que enfrentarse al boicot por medio de la expropiación, lo que pondría en cuestión a la sacrosanta propiedad privada burguesa. Los reformistas temen este escenario tanto como la burguesía misma, pero no se puede realizar su programa sin enfrentar a los grandes capitales. Si el gobierno se radicaliza, aunque sea un poco más allá de lo que la burguesía está dispuesta a aceptar, habrá toda clase de intentos de impeachment como los que hemos visto en Brasil o Argentina.
Cualquier reforma seria a favor de las masas provocará sin duda la salida de muchos de los “asesores” de derecha -como el neoliberal Alfonso Romo- que se han sumado para atarle las manos a AMLO. Es posible que ante la movilización masiva que se desatará para lograr que el gobierno esté a la altura de las expectativas creadas, el gobierno de AMLO va a balancear entre las clases dando algunas concesiones, pero sin romper con el capitalismo esas maniobras provocarán mayor inestabilidad y crisis. Si el gobierno decide doblegarse -al estilo de Syriza- y traicionar abiertamente, muchos sectores se desmoralizarán pero muchos otros sacarán conclusiones acerca de la imposibilidad de “cuadrar el círculo”.
El gobierno de AMLO estará lejos de ser socialista -será un gobierno reformista con cierta retórica del “nacionalismo revolucionario”-, sin embargo, el triunfo del pasado 1 de julio es sin duda un cambio favorable, histórico, que permitirá reorganizar al movimiento obrero y popular y dar la oportunidad para crear una verdadera opción anticapitalista y socialista. Y aunque no es descartable que el gobierno se radicalice más allá de sus deseos y perspectivas iniciales -como sucedió con Hugo Chávez-, en cualquier caso para los trabajadores lo importante es aprovechar la coyuntura histórica para crear y fortalecer una opción política independiente de la clase obrera que esté en posibilidad de encauzar la transformación socialista de la sociedad. Con la expropiación de la banca, la tierra y la gran industria bajo control obrero se podrá hacer una verdadera transformación sin que el gobierno tenga que “rascar” por miserables 800 mil millones de pesos.
Como sea, la batalla apenas comienza.
*Militante de la Corriente Marxista Internacional (CMI) en México
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