El trabajo comunitario desde un territorio. Red de Educadores Populares

Por Julia María Fernández Trujillo*: “Es momento de asumir que hablar de comunidad es un hecho político en la Cuba de hoy…”

*Profesora universitaria y Educadora popular

Hablar de comunidad, desarrollo, trabajo comunitario es un ejercicio muy común hoy en pleno siglo XXI. Ello induce a pensar que no todos los criterios encuentran puntos de confluencias y que las aristas de análisis son variadas, como variadas son las propuestas personales o de instituciones.

Sin embargo, muchas de esas posturas se quedan a nivel de teorización o presentan una relación idílica entre la comunidad, los actores comunitarios y las instituciones. Si queremos hacer un análisis del fenómeno hay que tener y tomar en cuenta el contexto, el desarrollo tecnológico (que ha afectado todos los órdenes de la sociedad a diferentes niveles: económico, político, psicosocial, la vida íntima de las personas, los patrones de consumo, la reproducción humana, la extensión de la vida…).

No se puede seguir hablando, en el 2018, de esas definiciones como se comenzó a hacer en 1942: lo importante y novedoso resultaba preparar la fuerza de trabajo que requerían las industrias. Hablar de comunidad en su sentido semántico de “lo que se tiene de común”, implica asociarlo a otras definiciones que no han sido menos llevadas y traídas que estos términos ya anunciados: una de ellas, la participación.

Cuando nos encontramos con los documentos que la Asamblea del Poder Popular tiene, en ellos aparecen una serie de reglamentos, instrucciones, procederes para la realización del trabajo comunitario integrado. Trabajo que debe realizar una serie de instituciones, “factores”, personas del municipio/ provincia, como sea el caso. Todo ello, según nuestro criterio, entra en contradicción con lo que el Centro de Estudios Comunitarios de la Universidad Central de Las Villas reconoce al precisar que en el seno de la comunidad debe producirse el encuentro de sujetos que se juntan para transformar su propia realidad.

Desde nuestra experiencia como educadores/as populares, hij@s del legado de Paulo Freire, que reconocemos la influencia de las prácticas de educación liberadoras que permitan a las personas, en tanto actores y actrices de la comunidad, ser agentes de la transformación, concebimos el trabajo comunitario desde una relación social simétrica, lo cual viene a resultar coherente con una concepción de comunidad que rompe con la imagen de ella en tanto lugar, y la asumimos como esa esencia de compartir y hacer común.

La Red de Educación Popular en Mayabeque no tiene una amplia experiencia en el acompañamiento al trabajo comunitario, si tenemos en cuenta que nuestros grupos están formados desde el 2004, y que hemos acompañado solo tres comunidades como Red. Pero si hay algo cierto es que intentamos respetar el movimiento interno de las comunidades, sus tiempos, espacios, cambios internos y no llegamos como quienes tienen la verdad si no con la humildad de quien va a aprender. Por eso más que hacer trabajo comunitario acompañamos prácticas y procesos que fomenten relaciones sociales simétricas entre grupos y personas capaces de superar las rupturas locales, raciales, generacionales, de género y otras que prevalecen aun en la sociedad en nuestra Cuba.

Llegamos siempre a través de personas que son parte de esa comunidad y a partir de diagnósticos participativos donde se identifican fortalezas, debilidades, sueños, aspiraciones realidades…, es que comenzamos nuestro acompañamiento. Por tanto, el trabajo comunitario no es importado, es desde la propia comunidad y desde sus necesidades sentidas las que se expresan en todos los planos de la vida.

Vamos cargados de esperanzas, con una mochila de comprensión muy grande pues el camino es arriesgado. Durante los procesos emergen conflictos que tienen que ver con la cultura patriarcal, de ordeno y mando, con apatías y desmotivaciones que hemos ido adquiriendo de generación en generación, por eso no nos desalentamos, nos detenemos y… seguimos. Tenemos entonces espacios de formación que van desde los fundamentos teórico metodológicos de la educación popular, trabajo grupal, comunicación, género, hasta el propio trabajo comunitario.

Apostamos por favorecer la unión, el encuentro, el compromiso con la comunidad, con su gente, con el proyecto social cubano. En ese empeño no descartamos a nadie ni a nada; sin embargo, no dejan de aparecer actitudes propias de una cultura centralista-verticalista-consumista que se expresa en estilos (protagonismo individual, obediencia a lo uniforme y homogéneamente orientado, un apego a lo institucional directivo, que no permite la creatividad y contextualización).

En nuestra experiencia de trabajo comunitario desde la Educación Popular y partiendo de las vivencias previas nos queda mucho que andar, pues siguen trazándose políticas sin tener en cuenta las particularidades de cada lugar y sus intereses específicos, que a su vez encuentran terreno propicio para su permanencia en el modo de participación enraizado, concebido como respuesta a movilización, espera por lo que se oriente, en buena medida engendrado por los propios métodos y estilos de dirección empleados.

En este sentido estuvimos acompañando una experiencia recientemente (La Victoria) y lo trascendental fue asumir a la comunidad como sujeto (tiene una dinámica, una vida, creencias, símbolos que comparten, sueños, aspiraciones…), teniendo en cuenta que la comunidad está compuesta por individualidades y, por ello, en los diagnósticos buscamos no solo que las personas de la comunidad identifiquen las problemáticas que tienen si no cómo quisieran fuera la comunidad.

En La Victoria se produjo algo singular. Todo comenzó a partir de un espacio de la Feria del Libro, y derivó en espacio para compartir videos, poemas, décimas que luego se debatían y se buscaba aquello que podía adecuarse al trabajo con las familias de la comunidad… Fue así naciendo la necesidad de seguir encontrándose y poco a poco de reconocer, como dijimos, las aspiraciones y aquello que queríamos y lo que no queríamos fuera nuestra comunidad.

Usamos un ejercicio que nombramos el escudo de la comunidad donde iban colocando aquellos lugares, símbolos, personas que identifican a la comunidad y la hacen diferente pero, además, aquello que quieren sea su comunidad a partir de la transformación en la que se empeñarán (inicialmente es cultural, por ello la apertura de espacios formativos).

Esos espacios formativos, les van permitiendo reconocer el poder que tienen y se desarrolla un sentimiento muy fuerte de autoestima y de lo colectivo. En la medida que esos espacios de formación se van produciendo comienzan a ser corresponsables de lo que ocurre a su comunidad, se van desprendiendo de culpar o esperar por que los cambios vengan de arriba.

Cuando se logra que la motivación, la creatividad y el sentido de lo común invadan a muchos, no escapa la presencia de otr@s que son llevad@s por urgencias de la cotidianidad y se dejan llevar por lo más fácil, lo individual, renunciando a lo colectivo e inclusivo a la propuesta por la que apostamos.

Cuando desde el grupo que acompaña la experiencia comunitaria evaluamos los resultados (aciertos, desaciertos, desafíos) no dejamos de valorar lo trascendental de que el optimismo no puede faltarnos y si se logró que algo, por minúsculo que sea, fructificara, ese es un triunfo.

El reto hoy, sin dudas, se encuentra en lo cultural. En cambiar nuestros modos de ver la comunidad y la participación. Debemos asumir aquella como sujeto capaz de reconocerse y propiciar la transformación y a esta, como un proceso donde el “tomar, tener y formar parte” sea el motor de impulso; que las personas se involucren y trabajen en comunión por un bien colectivo.

En los momentos actuales en que Cuba se entrega a una discusión masiva de su Proyecto de Constitución, en un ejercicio de democracia singular, será oportunidad para rescatar sentido de lo colectivo, de lo genuinamente participativo e inclusivo y donde la comunidad se reconozca desde sus contradicciones, pero con capacidad para decidir y actuar. Es momento de asumir que hablar de comunidad es un hecho político en la Cuba de hoy donde hay tantas mixturas, matices, calcos que van desgarrando un proyecto que debe por fuerza y naturaleza apuntar a lo compartido y colectivo.


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