Por Ana Vera Estrada.* Conferencia presentada en el Instituto cubano de investigación cultural Juan Marinello, el 26 de abril de 2018.
*Investigadora del ICIC Juan Marinello, Presidenta de la Cátedra Carolina Poncet.
Quiero comenzar definiendo de manera elemental lo que entiendo por escribir, antes de exponer algunas ideas sobre la historia de la escritura, y así preparar mejor el camino para llegar al centro temático de esta conferencia: el dilema de la escritura científica.
Escribir puede entenderse como una actividad general, consustancial a la existencia misma de la civilización contemporánea. Muchos la asocian con la formación escolar, y aunque es una competencia clave en los procesos de aprendizaje de los seres humanos y de construcción de los nuevos conocimientos, es mucho más que todo eso: es un vehículo de comunicación interpersonal y social en general, y también una manera de preservar la cultura de una época.
Escribir implica pensar, preservar, comunicar, y cuando de ciencia se trata, es mucho más que producir literatura de placer. Un escritor de trabajos científicos nunca goza de las libertades de que goza el de ficciones, solitario ante su página en blanco y con la perspectiva de trabajar fundamentalmente para dos tipos de destinatarios: los editores y los lectores/consumidores. Incluyo a los críticos literarios en el grupo de los lectores porque de alguna manera son también consumidores de literatura de ficción.
Frente a esto, el trabajo de los escritores científicos está sometido a muchas presiones y mediaciones, que funcionan como controles sociales a diferentes niveles: los ejercidos por los responsables científicos, el implacable de los pares profesionales, el de los que toman las decisiones acerca de la conveniencia o no de divulgar determinado conocimiento e incluso de la mejor forma de hacerlo, el control ejercido por los agentes financiadores de las investigaciones, y desde luego, también el de los editores y los lectores. Es probable que haya olvidado algunos de los autorizados para ejercer la crítica –e incluso el veto– sobre los textos científicos, pero eso es en última instancia, secundario. Lo importante en este punto es evidenciar la complejidad multiplicada de la escritura científica respecto a otras formas de ejercer la habilidad de escribir.
Por lo general los libros de metodología se refieren a la importancia de elaborar un plan de redacción cuando de redactar un trabajo científico se trata. Incluso hay quienes consideran que abordar la redacción de un trabajo sin haber elaborado previamente ese plan responde apenas a un ingenuo deseo de escribir y no a un proyecto profesional. Planear es definir y fijar las tareas, exponer de manera sucinta el nivel de conocimientos alcanzado sobre un tema, abrirse al intercambio con otras personas, susceptible de perfeccionar el proyecto y considerar que el plan no es, por supuesto, más que un esquema para guiar el pensamiento y no un texto definitivo, apenas un boceto del trabajo futuro, destinado a sufrir infinidad de cambios y modificaciones a lo largo del proceso de elaboración. Esta clase de escritura se asocia a la práctica de ciertos oficios y profesiones y conlleva un compromiso social. El trabajador intelectual –aseguraba Stuart Hall–[1] es siempre una figura política por su potencial emancipatorio y nunca está libre de la responsabilidad de comunicar sus ideas a quienes profesionalmente no pertenecen a su mismo grupo social.
Con frecuencia se habla de la mala calidad de los escritos universitarios y profesionales. Los que así valoran el resultado del trabajo de los científicos, les aplican un juicio que a veces desconoce las condiciones en que se forman las competencias escriturales especializadas. Como habilidad académica que rebasa los límites de la alfabetización básica, la escritura científica requiere de una enseñanza y un aprendizaje expandidos en el tiempo, demanda profesores entrenados, una dosificación adecuada y una evaluación coordinada con las distintas etapas del aprendizaje. Para quien no conoce la diferencia entre escritura científica y escritura como competencia asociada a la alfabetización, problematizar todo esto puede parecer un ejercicio ocioso en tanto escribir es una capacidad desarrollada en una parte considerable de la humanidad contemporánea.
Los usos contemporáneos de la escritura son muy diversos. Se habla de la escritura creativa o literaria, de la terapéutica bajo el control de un especialista, la reflexiva en el caso de quienes escriben diarios personales, la periodística, la analítica cuando intentamos dar forma a unas ideas complejas, la etnográfica cuando se describe situaciones y experiencias asociadas a observaciones de terreno, las notas de trabajo en el caso de los apuntes sobre lecturas y, por último, de la científica, cuando se inscribe en un campo del saber y se dominan los códigos específicos.
La escritura como actividad compleja superior donde participan el intelecto y el cuerpo –y hasta el entorno– de la persona, tiene también una historia como disciplina y un campo propio que se desarrolla en tres direcciones fundamentales: la historia del libro y los escritos, la historia de las normas, capacidades y usos de la escritura y la historia de las formas y hábitos asociados a la lectura. Además de las funciones comunicativa y acumulativa, el campo de la escritura está marcado por las relaciones de poder.[2] Tusón la define como “técnica específica para fijar la actividad verbal mediante el uso de signos gráficos que representan, ya sea icónica o bien convencionalmente, la producción lingüística y que se realizan sobre la superficie de un material de características aptas para conseguir la finalidad básica de esta actividad, que es dotar al mensaje de un cierto grado de durabilidad”.[3]
Martin Lienhardt propone una interesante interpretación del papel desempeñado por la escritura en la conquista de América cuando advierte que “El poder inicialmente simbólico de la escritura sacralizada se convierte en una realidad aparentemente tangible a partir del momento en que, por la superioridad político-militar de los europeos se afianzan los mecanismos complejos de la dominación colonial”.[4] Desde entonces uno de los objetivos de las guerras de conquista fue destruir la memoria escrita, es decir, los tesoros escritos de la cultura que se quiere sojuzgar.
Tusón recuerda que la humanidad escribe solo desde hace apenas 5000 años, aunque su existencia data desde hace 90 000. En ese tiempo se desarrolló, conjuntamente con la capacidad de fabricar instrumentos, la de comunicarse mediante la palabra. Primero apareció el habla, condición sine qua non de la existencia del ser humano como ser social. Pero esto no se produjo hasta que componentes y características del cuerpo humano como la posición de la glotis, del aparato respiratorio, la movilidad de la lengua, entre otros rasgos, evolucionaron al punto que les permitió producir los primeros sonidos, una habilidad que, por cierto, no comparten otros seres vivos. [5]
La escritura como tal se desarrolló por primera vez en Mesopotamia, alrededor del año 4000, para apoyar a la memoria en la actividad comercial, sigue diciendo Tusón.[6] Walter Ong la considera la invención más trascendental de todas las hechas por la especie humana y en ese sentido asegura que la imposibilidad de cuestionar lo escrito, dado que el autor no está presente durante el acto de la lectura, es lo que le otorga a la escritura ese falso carácter de perennidad que refuerza su poder como atributo exclusivo de una clase dominante.[7]
En sus orígenes obedeció a la fórmula sencilla de liberar la memoria de cargas excesivas, cuando ya la sociedad organizada acumulaba suficientes bienes producidos por ella, lo que hacía difícil llevar el control de lo que se producía, de las propiedades que se tenían y de los productos que se compraban y vendían. Inicialmente se escribía sobre materiales diferentes, hasta la invención del papel, un material específicamente creado para servir de soporte a la escritura, surgido en China en el año 105 anE., aunque el descubrimiento lo difundieron en Europa los árabes en el siglo VI. La humanidad esperó hasta el siglo XV por la producción industrial del papel y todavía mucho más hasta la aparición de la imprenta y con ella la posibilidad de ampliar la difusión de las ideas a través de la escritura. Simultáneamente con la aparición del papel se perfeccionaron los instrumentos para escribir, pero el conocimiento de la escritura fue inicialmente patrimonio de una élite religiosa o política, hasta que la revolución industrial favoreció la aparición de la imprenta y con ella la democratización del saber y su diseminación a círculos amplios de la sociedad.
La escritura fijó los mitos fundacionales de los pueblos, las acciones de guerra de dioses y reyes, las leyes, las prácticas sociales, los descubrimientos y las producciones literarias, aunque aún hoy, como advierte Tusón, la mayoría de lo que se escribe tiene una función ordinaria y no estética. La literatura donde predomina el valor estético no alcanza a ser ni el 5% de toda la producción escrita por la humanidad. Ella tiene un papel prioritario en la conservación de la cultura, que a su vez interviene en el proceso evolutivo de la sociedad.[8]
Muchos autores dan prioridad a la comunicación oral por encima de la escrita, aunque aseguran que el carácter fugaz del habla fue lo que condujo a la necesidad de fijarla de alguna manera, por eso se vincula con los trabajos artesanales, destinados a ser más duraderos. Tal interpretación explica la sugerente metáfora de Wright Mills, quien acentuaba el carácter del trabajo intelectual como oficio regido por rutinas de trabajo.[9] Las marcas que la definen y su perdurabilidad son las dos condiciones sine qua non de la escritura como actividad humana. Ambas forman parte de toda definición de escritura. Cualquier producto que las reúna es una escritura, y no deja de serlo por la incapacidad de alguien de interpretar la relación entre los signos o marcas, aunque no todas las escrituras tienen por objetivo principal ser puestas a disposición del público lector. Por eso hablamos de representaciones de la actividad verbal, de actividades orales previas como la transcripción de entrevistas, tan familiar a la investigación de terreno, sobre todo desde la propuesta teórica de la historia oral.
De acuerdo con investigaciones recientes, muchos de los hechos que se suponían consustanciales al pensamiento y la expresión en literatura, filosofía y ciencias, e incluso fenómenos relacionados con la expresión oral en sociedades que cuentan con escritura, son en realidad productos de la cultura escritural, de los recursos que las tecnologías de la palabra despiertan en la conciencia de los seres humanos, contaminando la expresión oral. De la misma forma, fuentes documentales archivadas en instituciones públicas para servir de apoyatura al trabajo de los historiadores convencionales, pueden a su vez tener su origen en la oralidad, como sucede con los testimonios dados ante tribunales.
Toda esta reflexión acerca de las mutuas contaminaciones entre los universos de lo oral y de lo escrito ha traído como consecuencia la necesidad de revisar lo que se creía saber sobre estos procesos. En realidad la humanidad se formó a sí misma con la ayuda del discurso oral, y la escritura, como símbolo del saber más elaborado, es en verdad un producto que surge después en el tiempo, en y de la relación con la oralidad. El estudio diacrónico y simultáneo de la oralidad y la escritura permite no solo comprender mejor el prístino estado social primitivo sino la oralidad primaria,[10] la cultura impresa y la cultura digital. Como seres sumergidos en un volumen absolutamente impresionante de materiales producidos por la cultura escrita, a la sociedad contemporánea le es difícil aceptar y entender la cultura oral o el pensamiento de una manera diferente a como una derivación de la escritura. Pero es preciso aceptar que la era electrónica, de los teléfonos digitales y las comunicaciones satelitales, está basada en una oralidad secundaria sustentada en la escritura y en la imprenta.[11]
Ferdinand de Saussure, uno de los maestros de la lingüística contemporánea, consideró la escritura como un complemento del discurso oral y no como una herramienta para transformar la verbalización. Los seres humanos comunican no solo con la voz, sino con todos sus sentidos. Ong se refiere a que de las decenas de miles de lenguas habladas a lo largo de la historia de la humanidad, apenas cien poseen una escritura[12] suficientemente elaborada como para haber creado una literatura propia, de manera que de las 3000 existentes en el mundo actual solo 78 tienen literatura. Eso demuestra que la oralidad básica del lenguaje es un rasgo permanente. Por eso no existe una “gramática” del habla, que debe ser deducida de las prácticas orales y nunca es completa.
En sus reflexiones sobre la Estilística, esa ciencia que “estudia los hechos de expresión del lenguaje”,[13] Fernández Retamar se refiere a que existen dos Estilísticas, la de la lengua, que estudia las sustancias paralógicas del lenguaje y la del habla, que estudia eso mismo pero en el uso que cada persona hace del idioma. En su criterio, la estilística de la lengua es la base sobre la que se sustenta la estilística del habla. El estudio científico del lenguaje y de la literatura se han alejado de la oralidad y lo escrito ha reclamado tanto la atención de los científicos que las creaciones orales han pasado a ser vistas como variantes respecto a la norma escrita porque el estudio como actividad específica es una función propia de la escritura. Pero en las últimas décadas el estudio de los procesos orales ha ganado prestigio y ampliado su campo dentro de las ciencias sociales.
Para referirse a estos fenómenos algunos estudiosos hablan de que es preciso entender la transferencia de lo oral a lo escrito como de una “traducción”. El problema se planteó en la preparación de nuestra colección de cuentos populares de la tradición oral. En la fundamentación teórica que acompaña al primer volumen de los Cuentos, leyendas y fábulas de la oralidad cubana,[14] se expone el problema y se explica la fórmula empleada para solucionarlo:
Durante el proceso de digitalización de los textos se produce lo que algunos llaman una “traducción” entre lenguajes, es decir, la transferencia de un sistema de la lengua a otro; el término precisa que se trata de la relación entre dos maneras diferentes de realizar la lengua y concretar algunas de sus funciones: por una parte la relativa a la comunicación oral y por otra, a la comunicación escrita. Para nombrar este fenómeno Adolfo Colombres habla de “transvase”,[15] una metáfora elegante que sugiere la complejidad del proceso.[16] Cuando se trabaja con traducciones del discurso oral al escrito en particular, es preciso tomar decisiones en cuanto a la representación escrita de los textos orales, y asumir los riesgos que de ellas derivan. En nuestro caso, para lograr una reproducción lo más apegada posible a los textos orales originales tuvimos en cuenta la existencia de mediaciones de por lo menos tres clases, introducidas presumiblemente por las diferentes categorías de actores que participaron en el proceso de fijación de los textos: narradores, investigadores-encuestadores y mecanógrafos. Esas mediaciones de hecho produjeron variaciones de forma y contenido respecto a la norma escrita del español en los aspectos sintáctico, semántico y ortográfico, dadas por divergencias en: las habilidades expresivas de los narradores, la capacidad interpretativa de los investigadores-encuestadores, y la competencia escritural de los mecanógrafos. Considerando esta situación, en la copia digital de los textos que se conserva en el archivo digital del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, aparecen corregidos sólo los errores ortográficos que pueden interferir la comprensión del texto escrito, y se mantiene la estructura semántica original, sin modificaciones lexicales.[17]
Estudiantes, profesores e investigadores de diferentes disciplinas cultivan la lectura y la escritura académicas como una de las formas de ejercitación profesional, a través de la escritura elaboran ideas para intercambiar, formulan argumentos y sostienen conversaciones académicas. La escritura académica –me refiero a la que se inserta en medios universitarios y de investigación– se caracteriza por exponer lógicamente argumentos sustentados en evidencias, por una selección adecuada del vocabulario a utilizar, y por lo general utilizan un tono impersonal que se supone el más adecuado para sostener el nivel de la lengua en que se producen los intercambios académicos. Los rasgos que caracterizan a la escritura académica requieren de la exposición clara y concisa de un asunto, estructura lógica del pensamiento que se expone, en la cual aparecen claramente delimitados y conectados entre sí las partes del trabajo (introducción, exposición del tema, conclusiones y bibliografía que reseña las principales lecturas que han sido útiles para redactar el tema).
A pesar de que lo arriba expresado constituye un deber ser y un código ético de toda producción científica, comúnmente se presentan errores que obstaculizan la comprensión de tales escritos, fundamentalmente relacionados con imprecisión o inadecuación del lenguaje, planteamiento vago o insuficientemente preciso del nuevo conocimiento que se desea transmitir o excesiva descripción de los procesos, que no llegan a una adecuada síntesis final.
Notas
[1] Hall, 1992, 281.
[2] Petrucci, Armando. Tecnologías de la palabra. Alfabetismo, escritura, sociedad. Gedisa, Barcelona, 1999.
[3] Tusón, Jesús. La escritura. Introducción a la cultura alfabética. Ediciones Octaedro, Barcelona, 1997. p. 16.
[4] Lienhard, Martin. La voz y su huella. Casa de las Américas, La Habana, 1990. p. 35.
[5] Tusón, op. cit. p. 12.
[6] Tusón, op. cit. p. 11.
[7] Ong, Walter. Orality and literacy. The technologizing of the word, London and New York. Reproducido por Biblioteca Criterios [s.f.].
[8] Tusón, op. cit. pp. 18–19.
[9] Wright Mills. “Sobre artesanía intelectual”, apéndice a La imaginación sociológica.
[10] Oralidad primaria según Monsonyi.
[11] Ong, op.cit.
[12] Ong, op. cit. p. 7.
[13] Fernández Retamar, Roberto. Idea de la estilística. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1976. p. 16.
[14] Vera Estrada, Ana e Iralia García Escalona. Cuentos, leyendas y fábulas de la oralidad cubana. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2018. pp. 9–49.
[15] Transvase: pasar un líquido de un recipiente a otro.
[16] Otros autores discuten sobre la posible hibridación entre las dos formas de realizar la lengua. Un recorrido útil sobre el debate en: Reynoso, Marcela y otros “Oralidad y escritura. Su intersección en algunas producciones locales”. En Ciencia, docencia y tecnología (Universidad Nacional de Entre Ríos) no. 29, año XV, noviembre 2004: 15–63.
[17] Vera Estrada, op. cit. pp. 9–10.
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