Por Darío Alejandro Paulino Escobar
A Humberto Knight.
-¡Maisí!, ¡Maisí!…dale mi hermano que nos toca el recorrido.
Maisí se levanta ojeroso, se pone el uniforme y va hacia el baño para lavarse la cara.
-¡Dale compay que nos va coger tarde y quiero regresar rápido!
Maisí apura el aseo, termina de arreglarse y se va a patrullar con Baracoa. Está extremadamente cansado. Son las tres de la mañana. La luna es la única luz en todo el paisaje e ilumina a los dos guardafronteras de forma que, si se les mirara desde lejos, solo se verían sus siluetas oscuras empequeñeciéndose a medida que se alejan.
Caminan desgarbados, como si todavía estuvieran dormidos, pero mientras avanzan por el sendero, entre las dunas, el ruido de las olas altas contra la arena los despierta. Baracoa saca el último cigarro del bolsillo y lo enciende protegiéndolo del aire; pasa el cigarro a Maisí y este le da dos o tres caladas.
– Dice la gente de Jauco que vieron una lancha ayer, así que ponte pa’ esto que si se nos va un paquete nos embarcamos- dice Baracoa y le sale un bostezo. Maisí sonríe, el nuevo tiene energía, vamos a ver cuánto le dura.
La caminata es larga y sobra el tiempo para pensar. Maisí no habla porque ya lo ha dicho todo, la mayoría de sus compañeros en el puesto de guardafronteras se sabe su vida, todos sus cuentos y todas sus mentiras, ya no le queda nada por decir, ha pasado casi dos años en este lugar. Todavía se acuerda de lo primero que le preguntó el oficial cuando llegó al puesto:
-¿De dónde tú eres?
-De allá arriba, de Maisí- respondió con un gesto de cabeza señalando al Este.
Nunca le preguntaron el nombre. Ese mismo día se dio cuenta de que allí la “gracia” de cada soldado era el municipio de origen. Estaban Baracoa, Imías, Jauco, San Antonio, Guantánamo y otros hasta llegar a doce. Ni siquiera al jefe se le llamaba como tal, era solo “El oficial”.
Casi al final de la última playita ven un bulto del tamaño de una caja de televisor. Corren hasta allí. Se quedan sin aire por el esfuerzo y comprueban que pesa un poco. Le dan dos o tres vueltas. Está empaquetado con lona azul clara y parece impermeable.
-¿Qué será, Maisí?- pregunta ansioso, quizás por el tamaño, Baracoa.
-No sé, está enteipado completo, pero seguro que es lo mismo de siempre, marihuana o cocaína. Se les habrá caído de la lancha cuando huían del guardacosta. Verda’ que son del carajo esos negros- suelta Maisí y mira a los lejos como tratando de divisar los altos de las montañas de Jamaica.
Baracoa ya no puede quitarle la vista al paquete ¿Y si me quedo con él?, piensa. Su primo le contó que se vende muy bien en La Habana y da mucho, pero mucho dinero. Recuerda especialmente la cadencia de su primo al terminar la frase. Lo único que tendría que hacer es arreglarse con Maisí. O…no, no, no…eso no. El problema es que se acaban de conocer y todavía no hay suficiente confianza. Maisí es siempre muy serio y, aunque nunca grita, todos lo respetan en el puesto. Hasta el oficial le habla con otro tono.
-Bueno ¿Quién vira pa’l puesto, tú o yo? — pregunta Baracoa con las manos en la cintura.
-Quién va a ser, tú, yo soy el más viejo aquí. Así que dale, ajila, que en lo que llega la guardia operativa, los peritos, y el rayo encendío, me añejo como el ron guarda’o yo aquí.
Algo no le gusta a Maisí en la mirada ni el tono de Baracoa.
El joven soldado no protesta. Maisí es el más veterano de todos los reclutas y en el servicio militar la antigüedad se respeta.
Baracoa camina rápido, con zancadas largas de guajiro macho, después disminuye el ritmo, tiene que caminar casi diez kilómetros hacia el puesto, llamar a Jauco para que manden la guardia operativa y después llevarlos hacia el lugar del hecho.
Mientras se desplaza, la idea de proponerle un arreglo a Maisí no lo deja concentrarse. Con el dinero de un negocio así resolvería unos cuantos problemas en su casa. En primer lugar, compraría un refrigerador, una batidora y una cajita decodificadora para su mamá. A su hermana le compraría una computadora, a su padre le prestaría algo para que levante la finca y para él, ahora mismo no quería nada, bueno sí, un celular para llamar a la casa de vez en cuando. Pero hasta eso tendría que hacerlo escondido porque está prohibido. Además, no tiene cómo justificar todas esas compras.
-Demasiada candela…
En la playa Maisí arrastra el paquete hacia una pequeña duna y se sienta encima, de frente a la montaña.
-Pa’ por si acaso me quieren coger de espaldas y desprevenío- dice en voz alta a sí mismo o a alguien más…
Sabe que Baracoa y los peritos se demoran por lo menos dos horas, pero él tiene que quedarse cuidando el bulto hasta que lleguen, el tiempo que sea necesario. Una vez estuvo alrededor de cinco horas hasta que le mandaron el relevo porque se rompió el carro. Cogió tremendo sol.
Una loma oscura es lo único que tiene delante, no de esas montañitas frondosas de las sierras cubanas, sino una del tipo árido, desértico, donde lo único que crece es el marabú, el cactus y dos o tres maticas más. Imías es una región seca, donde el sol le saca la sal al cuerpo y el sudor le pega la camisa a nativos y visitantes. Por eso la gente es morena y el trabajo duro se hace rápido y bien para no tener que repetirlo.
Maisí se levanta y se pone a caminar para ahuyentar el sueño. El día anterior le dio fino a una pared completa del cuartel. Por suerte se acabó el cemento que tenían. Así son las cosas cuando eres militar, hoy eres soldado, mañana eres albañil y pasado lo que haga falta o lo que se le ocurra al oficial.
Mientras espera, Maisí piensa en que le preocupa la expresión de Baracoa al mirar el paquete. Había algo de codicia en los ojos del guajirito. Él también la había sentido varias veces. No va a negarlo. Un solo paquete de esos le puede cambiar la vida a cualquiera para bien y para mal. El oficial siempre cuenta que al último recluta que descubrieron con un paquete de drogas sin entregar lo condenaron a diez años en la cárcel militar. Un muchacho de por allá por el central Argeo Martínez. Fue un tiempito después de la Causa 1. Estaba demasiado fresco el recuerdo y no querían nada parecido. No importó que el muchacho ya hubiera terminado el servicio.
-Demasiada candela…
Casi al amanecer ve llegar la gente. Traen algunos perros.
-Menos mal que no se demoraron mucho, dice Maisí, espero que este sea mi último paquetico porque el mes que viene me dan la baja y no quiero que ningún enredo de estos me la complique.
Todos ríen.
Maisí mira a Baracoa, este disimula un poco la mirada que vuelve a posarse en el paquete.
-Bueno pa’ luego es tarde. Vamo’ a ver qué cosa e’, sugiere Baracoa curioso.
-Dame acá el cuchillo ordena Maisí.
Y… la próxima vez me toca quedarme a mí, oite… le dice Baracoa a Maisí mientras este trata de zafar los nylons.
Maisí sube la barbilla y lo mira fijo, tiene el rostro duro.
-Vamo’ a ver compay, vamo’ a ver…
Baracoa baja los ojos y se agacha para acariciar uno de los perros.
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