Una corrección necesaria en la nueva Constitución cubana / Por Natasha Gómez Velázquez*
Texto tomado de:
http://rebelion.org/noticia.php?id=250793
Hace unos días, hemos conocido la decisión de sustituir en el texto de la nueva Constitución cubana, el término “marxismo-leninismo” por los de “marxismo” “y” “leninismo”. Según explicó el Secretario del Consejo de Estado, esa decisión se efectuó a instancias de una consulta a especialistas, y obedecía a la esencia “stalinista” de la formulación inicial. Puede suponerse también que fue resultado de propuestas de modificación efectuadas por algunos ciudadanos.
Contribución a los argumentos
El “marxismo-leninismo” comienza a constituirse en la Unión Soviética durante la segunda mitad de la década del ‘20, inmediatamente después de la muerte de Lenin (1924). Ese proceso de construcción y autodenominación finaliza en 1938, fecha en que queda plenamente establecido. Está asociado al fenómeno stalinista -como bien expresó el Secretario del Consejo de Estado-, y se utilizó a manera de argumento para reprimir, excluir, censurar, y purgar en ámbitos intelectuales, científicos, filosóficos, y políticos, fundamentalmente.
Los textos de Stalin o que llevan su firma –todos escritos después de la muerte de Lenin–, y que definieron su contenido son: “Fundamentos del leninismo” (abril-mayo de 1924); “¿Trotskismo o leninismo?” (noviembre de 1924); “Cuestiones del Leninismo” (1926); y “Acerca del materialismo dialéctico y el materialismo histórico” en Historia del Partido Comunista (1938). Este tipo específico de marxismo fue ampliamente socializado a través de las directrices vinculantes de la Tercera Internacional, y manuales de estudio, cuyo uso resultó muy extendido.
El “marxismo-leninismo” está considerado como una construcción teórica de Stalin –y otros, pues se convirtió en norma e ideología, y como tal, fue compartida, creada y recreada–, para legitimar el poder de las fuerzas
conservadoras y la burocracia, y su propia ascendencia -en la coyuntura de la muerte de Lenin- sobre Trotsky, otras personalidades soviéticas, e interpretaciones marxistas.
De manera que el “marxismo-leninismo” no es EL marxismo. Es solo una tendencia más, dentro del universo plural, heterogéneo, y hasta contradictorio de las tendencias que conforman la tradición marxista. De hecho, existía marxismo y leninismo mucho antes de 1924 –el marxismo se encontraba establecido en los años ‘90 del siglo XIX (en el campo político, teórico, e incluso el académico, este último muy localizado pero significativo), sin embargo, había tomado cuerpo histórico efectivo desde anteriores décadas; y el leninismo a partir de 1902/1903–; y también más tarde, pues continuaron desarrollándose diversidad de interpretaciones que se han reconocido en el legado de Marx y Lenin. No obstante, en el lenguaje político, especialmente el asociado al movimiento comunista organizado y la URSS, fue, aún es, para un sector comunista (especialmente generado en aquel contexto) una práctica bastante generalizada la utilización del “marxismo-leninismo” como sinónimo de marxismo en general, o sea, como EL marxismo o el verdadero marxismo.
A propósito del “leninismo” debe precisarse lo siguiente: la palabra “marxismo” ya incluye el “leninismo”, pues abarca a toda la tradición que parte de Marx: Engels; Lenin; Luxemburgo; Trotsky; Gramsci; y muchos otros hasta la actualidad. Algunas de esas tendencias tienen nombre propio (“leninismo”; “trotskismo”; “luxemburguismo”; etc.); y no solo poseen entre sí una relación de continuidad, sino también de diferencias, rupturas, y
contradicciones.
En fin, la palabra “marxismo”, aún en singular, solo puede entenderse con realismo, si se asume la pluralidad que la integra.
Puesto que la comunidad teórica marxista entiende por “marxismo-leninismo” a esa específica tendencia stalinista, y el contenido que le es propio desde los años 20 y 30, no puede entonces asignársele arbitrariamente otro contenido o intentar resignificarlo. El “marxismo-leninismo” ha sido criticado y cuestionado por buena parte de la propia tradición marxista y revolucionaria durante casi un siglo y, por tanto, mucho antes de la
caída del socialismo en la URSS y Europa.
Para la inmensa mayoría de los marxistas, el “marxismo-leninismo” no es marxismo ni leninismo, pues:
divide arbitrariamente en segmentos económicos, políticos, y filosóficos –también fragmentados en su interior–, el pensamiento unitario de los fundadores del marxismo –irreductible a esos campos, y siempre integrado alrededor de la teoría de la revolución–;
descontextualiza, cambiando el significado, las tesis de Marx; Engels; y Lenin;
convierte el marxismo en fórmulas abstractas y especulativas a memorizar, y estériles para la transformación revolucionaria;
establece un listado arbitrario de citas, pasajes, y obras, deslegitimando al resto;
convierte al marxismo en teoría positiva y no crítica;
es determinista y economicista;
tiene una actitud de sectarismo, dogmatismo, censura, y exclusiones –negación a reconocer y estudiar otro tipo de marxismo o teoría no marxista, pues se autodeclara como “única” interpretación “científica”–;
subvalora los temas sociales, que constituyeron el centro del marxismo y el leninismo originarios –las estrategias revolucionarias fueron desplazadas por la atención a teorías y conceptos especulativos, siempre rechazados por Marx–;
modificó arbitrariamente para su publicación, ciertos textos de Marx, Engels, y Lenin; etc.
De manera que el “marxismo-leninismo” desvirtúa la teoría y praxis revolucionaria del marxismo originario. Especialmente, y al contrario de lo que puede indicar su nombre, no representa con certeza y dignidad la teoría y praxis de Lenin.
Cuba
La corrección que propone el nuevo texto de Constitución tiene profundos significados, entre ellos:
la actualización –tal y como se realiza en otros ámbitos de la sociedad cubana– del lenguaje teórico, aunque, obviamente, no es solo un asunto terminológico;
la ruptura con aquel tipo de marxismo soviético recogido en manuales que inundara la enseñanza en los ‘60, después, y aún sobrevive de diversas maneras –“ladrillos soviéticos” llamaba el Che a esos Manuales, en su carta a Hart de 1965–;
el abandono de una de las manifestaciones de copia respecto a la URSS, que se prolongaba de manera extemporánea y sin justificación;
el reconocimiento implícito de errores e inconsecuencias, ejercicio siempre provechoso (el documento de 2017 “Conceptualización del modelo…”, aprobado por el Tercer Pleno del CC; el 7º Congreso del PCC; y la Asamblea Nacional del Poder Popular ya había sustituido la formulación del GUIÓN que, sin embargo, regresó sorprendentemente en 2018, en la versión inicial del Proyecto de Constitución);
la disposición del Estado (eventualmente del PCC) a considerar justa y críticamente –a instancias de ciudadanos y especialistas– un pilar simbólico que conformaba los fundamentos teóricos del país; y la oportunidad del replanteo social –puesto que este asunto adquirió nivel ciudadano a través del sistema de enseñanza– y radical de la pregunta por la esencia del marxismo y su función.
Significa, sobre todo, la oportunidad de poner en correspondencia la palabra con los hechos. La revolución cubana ha desbordado históricamente ese GUIÓN en muchísimas cuestiones –aunque esta no ha sido una actitud homogénea ni sistemática–; y debe ser en lo sucesivo –para eso se trabaja–, más innovadora; creativa; realista y utópica a la vez; inclusiva; de fortalezas horizontales; asertiva respecto a aportes y críticas; de principios y diálogo abierto con toda las experiencias históricas y la cultura; y siempre crítica de sí.
Todo lo cual, resulta ajeno al “marxismo-leninismo”.
Por otra parte, no podemos permitir que siga sobreviviendo el “marxismo-leninismo” en los diversos ámbitos de la vida social, disfrazado ahora tras una COMA o una Y griega, que se continúe rigiendo por dogmas; repitiendo frases vacías y sin sentido; o repitiendo lo ya establecido para asegurar confort o estatus –cerrando la posibilidad a aquello por considerar y quizás establecer–; deslegitimando personas, palabras, actitudes, preguntas, dudas, o razonadas certezas; utilizando la información y el secretismo para marcar jerarquías; convirtiendo al marxismo en profesión o calificación, en jerga de identidad, en palabras justificativas y no en herramientas transformadoras; y ahogando el pensamiento crítico haciendo uso de todo lo que tiene a su alcance.
Obviamente, cualquier término puede dar excusa y refugio a esos comportamientos. Sin embargo, la recuperación del “marxismo” y el “leninismo” sin más, puede ser oportunidad y promesa de exploración
teórica, invitación a pensar, estudiar, y transformar con efectividad revolucionaria la realidad.
También en el ámbito académico (y otros) debe tomarse una actitud de consideración crítica sobre el uso del término “marxismo-leninismo”, sus contenidos, presentaciones y organización docente. Esa frase aún permanece en umbrales de puertas institucionales, así como encabezando documentos y acciones académicas programáticas, que habrá que rectificar, para ser consecuentes y entrar en el nuevo marco constitucional.
Hay que recordar que, al menos desde los años ‘60 –para hablar de una época
relativamente cercana–, importantes intelectuales y académicos cubanos –por ejemplo, los hoy Premios Ciencias Sociales Aurelio Alonso y Fernando Martínez, este último también Premio Casa de las Américas–, así como un segmento de sucesivas generaciones de profesores, investigadores, y especialistas, han expresado sus consideraciones críticas sobre el “marxismo-leninismo”, intentando socializar argumentos y esclarecer. En los últimos tres años, algunos profesores de la Universidad de La Habana, interesados en ofrecer argumentos para decisiones impostergables de naturaleza académica, hemos insistido otra vez, realizando acciones al respecto, y publicado algunos textos que contribuyen a esclarecer este asunto. Y es que ese diagnóstico crítico elaborado por la tradición marxista, estaba listo desde fines de los años 20 del siglo XX.
Esta es, en fin, una rectificación constitucional necesaria.
*La autora es profesora de la Universidad de La Habana
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