Por Laura M. Devia López: “Colombia tiene un grado alto de responsabilidad en la actual situación venezolana…”
Hace unos meses viajé por tierra a Venezuela desde Colombia. Me sorprendió constatar que la frontera puede ser, sencillamente, un puente. Recuerdo el flujo de personas moviéndose de un extremo a otro; mostrando identificaciones y respondiendo preguntas a las autoridades de dos países distintos.
Pero en el caso de la frontera colombo-venezolana, desde el inicio de la Revolución Bolivariana, el puente marca también la diferencia entre dos sistemas políticos, dos maneras de comprender la felicidad, de ser país.
La derecha no tiene escrúpulos. Primero intenta asfixiar a Venezuela condenando a su pueblo a la subsistencia (en Cuba conocemos de sobra esa estrategia) y luego tensiona las relaciones internacionales para llevar al límite de la intervención militar a un país que decidió hacer las cosas diferentes, y en ese empeño tambaleó la hegemonía regional del capitalismo, como lo había hecho años antes la Revolución cubana. Promueve la miserable “ayuda humanitaria” gringa para hacer llegar los mismos productos que el bloqueo económico limita (pero ya en descomposición y muchos hechos en Venezuela).
Los estados guerreristas y sus medios de desinformación se enfocan en atacar a Venezuela “condenando la crisis humanitaria”, que sirve de pretexto perfecto para que la bota imperial de Estados Unidos pase por encima, una vez más, de la soberanía de otro pueblo, violando acuerdos internacionales que datan de la segunda postguerra y que fueron creados, precisamente, porque había quedado claro que la destrucción del mundo estaba a la vuelta de la esquina y en manos de la humanidad.
Sin embargo, esos Estados y esas cámaras callaron en los años noventa, y en la primera década del siglo XXI, cuando cuatro millones de colombianos y colombianas cruzaron (no siempre por un puente) a Venezuela, huyendo del paramilitarismo, por el recrudecimiento del conflicto armado o para mejorar sus condiciones económicas y fueron poco a poco incorporándose a la vida y al sistema de derechos garantizados por el Estado bolivariano, sin distinción nacional, recibiendo mucho más que lo que hubiesen podido obtener del Estado colombiano aún sin ser desplazados.
Estuvieron ausentes cuando el barril de petróleo estaba a 100 dólares y la bonanza de la Revolución bolivariana permitía sostener a tanta población colombiana fronteriza, que se desplazaba diariamente en la mañana hacia Venezuela a trabajar, estudiar, recibir atención médica, comprar comida, medicamentos y hasta útiles de aseo, para regresar al caer la tarde a sus casas en territorio colombiano.
Hoy hacen caso omiso al hecho de que todos los productos que faltan en Venezuela se venden libremente en Cúcuta[1] a precios más bajos que sus equivalentes colombianos: la harina para las arepas, la leche en polvo, medicamentos y hasta papel higiénico, todo con aquel sellito de “Hecho en socialismo” o el de “Gobierno Bolivariano de Venezuela” y los billetes que escasean y afectan la cotidianidad venezolana, hasta para pagar el transporte, aguardan en las casas de cambio del lado colombiano del puente.
Porque sí, Colombia tiene un grado alto de responsabilidad en la actual situación venezolana y la frontera está siendo utilizada para el desangre de la economía bolivariana, aunque se pretenda ubicar a Maduro como la causa de todos los conflictos.
El cinismo de un gobierno entreguista como el de Duque es monstruoso. En cada reunión con algún representante de la administración Trump, tiene como tema central: Venezuela y su “crisis humanitaria y democrática”. Mientras tanto, evade sus compromisos como jefe de Estado frente a la paz de Colombia y el asesinato a líderes sociales. Habla del hambre del pueblo venezolano cuando los niños y niñas de la nación Wayuu mueren de sed por las concesiones a las trasnacionales del negocio del carbón y las regiones del Chocó y el Catatumbo continúan subsistiendo con una presencia estatal que solo se expresa a través del despliegue militar. Pone a disposición el suelo colombiano para que el ejército de Estados Unidos ocupe la frontera y para hacer un concierto que más que humanitario es millonario.
La campaña mediática colombiana e internacional contra la Revolución bolivariana ha logrado instaurar el tema de Venezuela como la mayor preocupación política de los colombianos y colombianas de a pie. Ya sea desde una perspectiva xenófoba y conservadora o emancipatoria, se habla más de lo que pasa en el lado este del puente, que de los problemas nacionales.
Y preocuparse por la situación de otro país, no es de por sí algo perverso; pero lo es cuando se asocia “crisis” a “socialismo”, “Maduro” a “dictadura” y “libertad” a “Estados Unidos”.
Es perverso cuando la preocupación se establece a partir de mentiras sobre la situación real de Venezuela y no se asume un papel más activo y serio para modificar la situación.
La mayor parte de los problemas que enfrenta Venezuela hoy han sido fabricados por una derecha internacional que habla de libertad y democracia, pero no se cruza de brazos cuando emerge un proyecto-nación que demuestra en la práctica que hay una manera de vivir. Los otros, que hacen parte del propio desarrollo del proceso bolivariano, solo les corresponde resolverlos a los venezolanos y venezolanas, bajo un derecho fundamental: la autodeterminación y la soberanía nacional.
En Colombia debemos informarnos mejor de lo que pasa en Venezuela, para no perdernos en las mentiras que nos bombardean a diario desde las pantallas. Debemos asumir, como pueblo, una postura de acompañamiento sincero al hermano pueblo venezolano y la resistencia que sostiene frente a la injerencia gringa y la posibilidad de una intervención militar. Su realidad no es ajena a nosotros y en un escenario de guerra, los muertos los pondremos los pueblos hermanos. Tenemos la obligación ética de exigir al gobierno de Duque que deje de respaldar y fomentar la crisis regional.
Hoy la paz de Venezuela es la paz de América Latina.
Debemos honrar esa historia común de lucha que nos une. Los puentes deben ser herramientas para acercar pueblos que, en últimas, son el mismo, el liberado por el proyecto de patria grande de Simón Bolívar, el que busca la justicia social y la paz.
Al pisar la orilla venezolana de aquel puente se lee una valla: “Desde el cielo no se ven las fronteras”.
Cantaba Alí Primera: “El Orinoco y el Magdalena se abrazarán entre canciones de selvas y tus niños y mis niños le sonreirán a la paz”. Esa es la apuesta fundamental hoy. Ojalá mañana podamos cumplir el llamado del himno venezolano: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”.
Notas:
[1] Ciudad fronteriza, capital departamental de Norte de Santander, Colombia.
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