Por Caridad Massón Sena: “…no se puede perder de vista la dimensión política de los fenómenos culturales”.
Caridad Massón Sena. Introducción temática. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. pp. 9–14.
Estaba dando punto final a esta introducción en la mañana del 12 de junio de 2017, cuando leo en mi correo una dolorosa noticia. Esa madrugada había fallecido de un infarto masivo, nuestro director, el ensayista, académico, filósofo y político revolucionario Fernando Martínez Heredia. Días antes, le había comentado telefónicamente sobre lo que estaba escribiendo y le pedí sus criterios. Yo pensaba hacer un preámbulo histórico sobre el concepto de cultura, para llegar a definir la manera en que — desde el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello — abordamos ese amplio campo de estudios. Inmediatamente me respondió que ese no era el camino. Debía ir más al contexto concreto de nuestras realidades y no perderme en disquisiciones innecesarias. Recordamos las múltiples ocasiones en que personas ajenas a nuestro centro se habían cuestionado el contenido diverso, plural, abierto de nuestras líneas investigativas, asunto que muchas veces provocó momentos de debates, discusiones y, a veces, hasta descalificaciones, por parte de quienes pretendían enclaustrar en una noción estrecha, el amplio universo que encierra el significado de cultura.
Desde que Marco Tulio Cicerón, el político, pensador y orador romano utilizó la palabra cultura en su obra Disputas tusculanas (45 años a,n.e.) para definir lo que él llamó “una cultivación del alma”, el término ha sufrido cientos de conceptualizaciones, que no tendría sentido profundizar. Entonces comencé a buscar interpretaciones de nuestros intelectuales y políticos en el empeño de dejar bien esclarecida la brújula que nos guiaba y encontré en sintéticas palabras las ideas esenciales de Armando Hart Dávalos, cuya autoridad es indiscutible:
La singularidad humana en la historia universal radica en que el hombre toma conciencia de su propia existencia, de su pertenencia a la naturaleza — afirmaba Hart — y se plantea como exigencia descubrir y descifrar el misterio de lo desconocido. Es el único ser viviente que tiene ese reto, de ahí nace la cultura hasta convertirse en segunda naturaleza. Ella es, a la vez, claustro materno y creación de la humanidad. No hay hombre sin cultura y esta no existe sin el hombre y este afán por descubrir lo lleva al extremo de intentar encontrar el sentido de su creación (…).[1]
Desde el mismo triunfo de la Revolución en 1959, con las inevitables transformaciones económicas y sociales que tuvieron lugar, comenzó a producirse una revolución cultural, cuyo hito cardinal fue la Campaña de Alfabetización. Es por ello que Fidel Castro en junio de 1961 al dar por concluida la conocida reunión de la Biblioteca Nacional con un grupo de nuestros más importantes intelectuales, aseguró que:
al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en el orden espiritual, queremos para el pueblo una vida mejor en el orden cultural. Y lo mismo que la Revolución se preocupa del desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos desarrollar también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de todas sus necesidades culturales. [2]
Y la primera necesidad de ese orden estaba en la urgencia de aprender a leer y escribir, porque la educación y los conocimientos permiten el “cultivo del espíritu” y de esa siembra surgen todas las ideas y las obras humanas, cualesquiera que sean sus objetivos. En un sentido epistemológico, la cultura o las culturas, pueden ser valoradas a partir de las producciones objetivas y subjetivas de los hombres a lo largo de su historia, producciones heredadas y transformadas con el decursar de su existencia. Constituyen el legado de todo el quehacer humano, de todo lo que se forja día a día. Sus manifestaciones generales se encuentran en constante proceso de mutación, por lo que requieren de un estudio contextualizado y profundo.
Sin embargo, estoy segura de que Fernando quería que reflexionara de lo que estaba ocurriendo hoy. En aquella búsqueda pude constatar que eran sus propias cavilaciones muy atinadas, pero no me parecía correcto en ese momento utilizar trabajos suyos para expresar lo que yo misma pensaba. Pero la situación ha cambiado. La muerte que nos dejó sin su presencia física, nos permite volver reiteradamente sobre su pensamiento. En 2001 Martínez Heredia nos alertaba:
La cultura plasmada en la Cuba contemporánea es teatro principal de la intensa pugna de valores en curso, que influirá, quizás de manera decisiva, en el tipo de sociedad que emergerá de las duras tareas actuales de la sobrevivencia y la reestructuración de las relaciones económicas. Hoy se levantan otra vez las grandes preguntas, en torno a la identidad nacional y sus rasgos principales, a las identidades de grupos de la sociedad, su relación con la identidad nacional y con las instituciones; se pregunta otra vez qué es la nación, y qué ha sido en los proyectos históricos.[3]
Esas preocupaciones fueron creciendo con los cambios socioeconómicos operados en nuestro país y eran temas constantes en sus trabajos. En un encuentro con jóvenes artistas e investigadores más recientemente prevenía sobre la estrategia imperialista de controlar el ejercicio profesional de las ciencias sociales, reduciendo el ámbito y alcance del pensamiento y los exhortaba a estudiar estos procesos mediante los cuales el capitalismo se ha servido “para vigilar y mejorar su funcionamiento y su orden, aumentar las ganancias y mantener la disciplina y el consenso de los dominados, neutralizar resistencias, rehacer la comprensión del pasado y el presente a su favor y darle más fuerza y organicidad a su ideología, hacer las correcciones necesarias, reformular su hegemonía, y otras tareas (…)”.[4]
Desde la dirección de nuestro instituto nos instaba a enfrentarnos a las corrientes conservadoras, a la falta de conocimientos y eficiencia, al autoritarismo, a la rutina y la inercia que muchas veces se entronizan en nuestras instituciones, a las posiciones que provocan la escisión cultural entre una élite y la mayoría de la población e incentivan el apoliticismo, la disgregación, la “neutralidad objetiva”, la emigración entre los miembros del sector y la vulnerabilidad frente al trabajo del imperialismo.[5]
Su divisa fue siempre entrenar el pensamiento propio y el debate a escala popular. Desde esas posiciones ha surgido consuetudinariamente nuestra producción intelectual, que no se circunscribe solamente a realizar investigaciones que abarcan tópicos de perfiles histórico-político, crítica artística y literaria, consumo cultural y participación, estudios de familia y género, temas de oralidad, entre otros, sino que se multiplica en la impartición de cursos de postgrado, ejecución y participación en talleres, eventos y seminarios con carácter nacional e internacional y su publicación en nuestra revista digital Perfiles de la cultura cubana.
Así, pues, este libro pondrá a disposición de los lectores algunos de esos resultados.
La primera parte del texto está dedicada a la Cultura Histórica y Patrimonial y da cuenta de la importancia que para nosotros ha adquirido la indagación sobre cuestiones medulares de nuestra identidad. Comenzamos con la reflexión de Fernando Martínez Heredia sobre un tema recurrente de su bibliografía, la formación de nuestra nación y, dentro de ella, las condiciones históricas en que los descendientes de los negros que fueron traídos a Cuba como esclavos, se fueron transformando en cubanos por su accionar como sujetos imprescindibles en el logro de la independencia del yugo español. A continuación, el investigador Carlos Venegas Fornias se acerca a un contenido poco conocido: la presencia de familias de judíos sefardíes provenientes de España en Cuba entre los siglos XVI y XVII, su difícil estancia en estas tierras, la persecución de que fueron víctimas por la Santa Inquisición y sus estrategias para poder sobrevivir en el Nuevo Mundo.
Por su parte, Frank García Hernández nos anuncia y explica sus consideraciones sobre una temática controvertida e interesante, la historia del trotskismo en la Isla, en la cual resaltan puntos nodales de su trayectoria como las luchas antimachadistas de sus seguidores nucleados en el Partido Bolchevique Leninista y, más tarde, su reorganización al constituirse en 1960 el Partido Obrero Revolucionario-Trotskista, una parte de cuyos integrantes tuvieron una relación muy particular con el Comandante Ernesto Guevara. Caridad Massón Sena aborda el importante trabajo que Pablo de la Torriente Brau desarrolló en Nueva York, luego de tener que marchar al destierro a raíz del fracaso de la huelga de marzo de 1935, donde resultan de notable interés sus análisis del contexto cubano con posterioridad al término de la Revolución de los años 30, de sus principales fuerzas políticas, de sus líderes de izquierda y de derecha, de las estrategias de lucha a seguir y finalmente de su determinación de irse a España para pelear por la República.
Y, siguiendo una línea de contenido esencialmente metodológico, Ana Suárez Díaz nos hace partícipe de su extensa experiencia de trabajo acerca del exilio cubano a partir de los estudios de la presencia de personalidades intelectuales y políticas que, por razones de persecución o rechazo al régimen que gobernaba en Cuba, se fueron a los Estados Unidos y continuaron trabajando a favor de nuestro país. Sus estudios de caso se concentraron en las figuras de Fernando Ortiz y Pablo de la Torriente Brau.
Este capítulo también va a tratar asuntos históricos concernientes a una etapa posterior, o sea, cuestiones ocurridas con posterioridad a la Revolución triunfante en enero de 1959. Aquí encontramos el ensayo de Rafael Acosta de Arriba realizando un examen del transcendental cónclave ocurrido en la capital cubana, el Congreso Cultural de La Habana, evento olvidado por la historiografía y que reflejó — como dijera el autor — “un instante muy significativo, espléndido, sustancioso en los debates de ideas, pero al final quedó solo como un destello en aquel maremagnun de acontecimientos del año 1968”.
Seguidamente, el artículo del investigador Luis Emilio Aybar Toledo el cual nos encamina en un recorrido por la construcción de las variables conceptuales que le van a permitir fundamentar su investigación en ciernes, La cultura del trabajo en el Ministerio de Industria y sus empresas (1961–1967). Y para finalizar esta sección, Ana Vera Estrada nos muestra el empleo de una metodología investigativa, que utiliza como fuente fundamental los relatos de los trabajadores protagonistas en un fenómeno relativamente reciente en Cuba, el redimensionamiento de la industria azucarera. Para lograr su objetivo explora los testimonios de un grupo de obreros y empleados administrativos de los centrales azucareros Granma, de la provincia de Matanzas, y Eduardo García Lavandero, de Artemisa.
A la Cultura y sus manifestaciones de creatividad artística y literaria está dedicada la segunda parte de esta obra con sus aristas diversas y sugestivas. El libro La Edad de Oro de José Martí, convertido en un instrumento para la aplicación de sus conocimientos, permitió a la antropóloga Niurka Núñez González diseñar un círculo de interés para niños hace algunos años y hoy nos trae el mensaje pedagógico de una experiencia aplicable a otros contextos y enseñanzas. Partiendo de las nociones más generales, Raymalú Morales Mejias nos revela la tipología que ha elaborado para el estudio de los juguetes tradicionales cubanos, que son construidos de diferentes maneras y con materiales disímiles, como expresión del ingenio creativo no solo de hombres y mujeres, sino también de los esfuerzos de los propios niños y niñas. En tanto, Yanet Moya Torres nos hace partícipes de los resultados de un fenómeno creativo a nivel comunitario al realizar un estudio sistematizado de la experiencia de transformación social en el área de la cultura, ocurrida en un Consejo Popular con desventajas sociales como es la Güinera, de La Habana.
Una manera de contribuir a clarificar los caminos hacia sociedades más inclusivas resultan los estudios de género relacionados con cualquier aspecto de la vida social. A ese objetivo se orientan desde una mirada profunda a la literatura escrita por mujeres en América Latina las investigadoras María Antonia Miranda González, al estudiar las obras de la brasileña Nélida Piñon y la chilena Isabel Allende desde las cuales se logra una información identitaria nacionalista; y Anette María Jiménez Marata, quien nos abre las puertas de la poesía feminista y femenina de un grupo de escritoras guatemaltecas que aportan amplios saberes “en la comprensión de los imaginarios sociales en sectores juveniles que analizan y representan críticamente la sociedad que les rodea”. Así mismo, Rosilín Bayona Mojena mira hacia lo interno de la sociedad cubana a través de los discursos sobre racialidad que aportan las féminas cultivadoras de la música Rap, cual expresión de otros modos de ver nuestra realidad contemporánea.
Los problemas relativos a la diversidad cultural, al intercambio de conocimientos y prácticas de pluralismo cultural, a la participación de las personas y grupos procedentes de horizontes diversos y a la comprensión del contenido de los derechos culturales de los diferentes sectores de la sociedad civil, así como al establecimiento de políticas públicas para resolver esos problemas va dirigido el capítulo tercero: Participación, diversidad y derechos culturales.
En sus inicios el tema de los derechos de los infantes en cuanto al consumo cultural que brindan los medios masivos de comunicación viene desarrollado por dos trabajos. El primero elaborado por Eileen Sanabria Herrera, en el cual nos alerta del gran espacio que estos han alcanzado en el universo psíquico de los pequeños cubanos y de ahí la importancia de implementar proyectos educomunicativos que “permitan el ejercicio de la libertad y el despliegue de la creatividad en nuestros niños y niñas desde una postura crítica”. Y el segundo, redactado por Ivonne Sánchez Noroña, hace una valoración de las experiencias de Educación para la Comunicación desplegadas por toda la Isla, resaltando sus principales logros y debilidades, a fin de hacernos comprender la necesidad del apoyo de toda nuestra sociedad al enriquecimiento de dichas prácticas.
La preocupación sobre las cuestiones que atañen a los jóvenes cubanos y que afectan sus desempeños porque pueden generar desigualdades en algunas ocasiones y marginación en otras, son la base fundamental de los artículos elaborados por Yeisa Sarduy Herrera y Elaine Morales Chuco. La primera se aproximó a los modos de vestir de estudiantes universitarios y cómo estos constituyen un ejemplo de diversidad de consumo existente a partir de las posibilidades económicas de cada cual, asunto que genera nociones de desigualdad entre estos jóvenes, a la vez que construyen nuevas identidades sociales. La segunda investigadora no solo aborda la manera en que las transformaciones socioeconómicas del país afectan al universo juvenil en su conjunto, sino las circunstancias en que este fenómeno se hace más visible en las mujeres que en los hombres, generando grupos en desventaja, que sufren procesos de discriminación importantes.
Pedro Emilio Moras Puig y Elena Socarrás de la Fuente dirigen sus reflexiones a un espacio institucional, las Casas de Cultura, y la necesidad de estudiar los públicos potenciales que a ellas asisten para poder brindar un servicio que beneficie al mayor números de usuarios y que, al mismo tiempo, trate de atender a todas sus diversidades sociales adyacentes. Sus conclusiones partieron del estudio de varias de estas instituciones en la ciudad de La Habana. En tanto Beatriz Drake Tapia dedica sus líneas al examen del uso comunitario de las televisoras locales, a partir de la búsqueda de referentes teóricos en reconocidos investigadores latinoamericanos para dejarnos un mensaje preciso: estas televisoras deben enriquecer las prácticas culturales de sus entornos, gestionar sus valores, articular sus instituciones, canalizar sus problemas y propiciar la participación más activa de los sujetos a los que va dirigida.
Al tema del consumo cultural y los procesos de participación de los individuos en el mismo van dirigidas las meditaciones de Yisel Rivero Baxter y Liliam Barthelemy Panizo, para penetrar en un contenido todavía no suficientemente explorado como es el consumo de adolescentes y jóvenes de los espacios informales, a través de los cuales pueden elegir el momento y el modo de consumir bienes o servicios culturales a su consideración, según sus intereses personales.
En nuestra sociedad, el dominio de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y el fomento del acceso gratuito y universal a las mismas han tomado significativa relevancia, es por ello que Hamlet López García ha trabajado con profundidad las diferentes formas en que desde la institucionalidad cultural cubana es utilizada la tecnología web como herramienta para el cumplimiento de sus políticas, incentivando una reconceptualización de sus objetivos, a fin de que puedan convertirse en instrumento eficaz en el trabajo de nuestro sector. Y para cerrar el Anuario, los investigadores Rodrigo Espina Prieto y Ana Vera Estrada nos revelan los resultados de sus acercamientos a las migraciones dentro del territorio nacional y cómo estás se realizan en función de la mejoría de las condiciones de vida de los ciudadanos, tomando como material de estudio a catorce familias de dos barrios de la capital habanera y sus estrategias de supervivencia para alcanzar los objetivos que las llevaron a trasladarse de una provincia a otra.
Como puede apreciarse a simple vista, desde el Instituto Juan Marinello no olvidamos que, como institución enclavada en una sociedad en transición al socialismo, no se puede perder de vista la dimensión política de los fenómenos culturales. Y haciendo honor a los pedidos de nuestro Director, trabajamos para poner a disposición de nuestro pueblo una información de calidad, pertinencia y diversidad suficientes, que estimule el ejercicio de pensar.
Notas:
[1] Armando Hart Dávalos. La cultura como segunda naturaleza. En http://cinereverso.org/la-cultura-como-segunda-naturaleza-por-armando-hart-davalos/
[2] Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz como conclusión a las reuniones con los intelectuales cubanos, efectuadas en la Biblioteca Nacional el 16, 23 y 30 de junio de 1961. En http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f300661e.html
[3] Fernando Martínez Heredia. Notas sobre sociedad y cultura desde la Cuba actual. En El corrimiento hacia el rojo. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2001. p. 48.
[4] Fernando Martínez Heredia. El reto de las ciencias sociales en la Cuba de hoy. En http://www.cubadebate.cu/opinion/2015/11/20/el-reto-de-las-ciencias-sociales-en-la-cuba-de-hoy/#.WUhAMTfB-M9.
[5] Ibídem.
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