Por Francisco Rodríguez Cruz: “no nos queda de otra que intentar exorcizarnos de nuestros propios demonios, inquinas, prejuicios y rencores”
Tomado del blog personal de Paquito el de Cuba
Es muy probable que estas líneas no satisfagan a ninguna de las partes involucradas en lo que sucedió este sábado 11 de mayo en la llamada marcha LGBTI “independiente” desde el Parque Central hasta el Malecón habanero, pero siento la obligación de comentar y ampliar algunas de las consideraciones que ya hice en las redes sociales, sean cuales sean los riesgos que ello implique.
Como ya expresé, lamento los sucesos ocurridos al casi finalizar la caminata por el Prado capitalino de alrededor de unas 200 personas, a quienes a pesar de no tener la autorización correspondiente, las autoridades policiales y del Ministerio del Interior acompañaron y custodiaron por las varias cuadras de ese extenso paseo.
Fue la agencia Efe la que reportó que dentro de ese grupo había quienes al parecer tenían la intención de provocar un incidente, y no acataron las indicaciones de la Policía, para poder lograr ante las cámaras el espectáculo que se habían propuesto. Ello nos vuelve a enseñar que las personas LGBTI debemos estar muy claras para que no nos manipulen ni utilicen con fines políticos en contra no solo de la Revolución, sino de nuestros propios derechos y conquistas.
Todo indica que la apuesta de algunas conocidas figuras de la llamada disidencia, que nunca se preocuparon ni ocuparon con propuestas ni mensajes constructivos por nuestros derechos como personas LGBTI, era por enrarecer aún más el ambiente durante esta duodécima edición de las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y la Transfobia, y es evidente que en parte lo lograron.
Contrasta, sin embargo, como la concurrida Fiesta por la Diversidad con varios cientos de asistentes, donde estuvimos hasta casi la medianoche la mayoría de la comunidad LGBTI y sus activistas más sistemáticos –incluyendo a participantes de la ilegal marcha -, no mereció la misma atención mediática.
Pero mis dudas sobre esta manifestación empezaron desde mucho antes, y las compartí con varias personas que estaban al tanto de sus detalles, sin recibir una respuesta convincente.
¿Por qué convocarla para el Parque Central, en La Habana Vieja, y no en algunos de los escenarios del Vedado donde durante once años ha acontecido la Conga contra la Homofobia y la Transfobia, cuya cancelación este año fue la presunta causa del llamado a realizarla? ¿Qué grupos son los que habitualmente han usado esta zona del Parque Central y el Capitolio Nacional para intentar alguna pálida protesta antigubernamental?
El llamado a la marcha fijaba lugar y hora de inicio, pero nunca se dijo con claridad cuál sería el recorrido ni hasta dónde llegarían los posibles participantes. ¿No existía esa definición o la intención no era ir a ningún lugar, sino llegar a un determinado estado de crispación masiva?
Si el propósito era mostrar la inconformidad ante las autoridades ¿por qué no fueron a gritar “Queremos la conga”, por ejemplo, en la Gala del viernes 10 en el Teatro Karl Marx, donde estuvieron nada más y nada menos que el secretario del Consejo de Estado, los ministros de Salud Pública y de Justicia, el Presidente del Tribunal Supremo Popular y la Fiscal General de la República, entre otros dirigentes del país?
Muchas críticas han generado la afirmación de la directora del Centro Nacional de Educación Sexual de que detrás de la organización de esta marcha había grupos de personas que residen en Miami.
A mí en lo personal no me consta cuál fue el origen de esta idea, pero sí puedo atestiguar el ardiente entusiasmo y la amplia promoción que realizaron en las redes sociales, incluyendo mi muro en Facebook, sujetos que ya no viven en Cuba y de modo sistemático dedican abundante tiempo y esfuerzos –casi increíbles para quienes supongo tienen otras ocupaciones cotidianas mucho más absorbentes e impostergables que les impone el capitalismo-, solo a criticar cualquier acción o reacción del Cenesex, sus especialistas y redes de activismo.
También puedo dar fe — porque les saludé con sincero afecto y hasta me hice fotos con ellas — de más de una persona conocida y con formación como activista en las redes comunitarias vinculadas al Cenesex que viven en los Estados Unidos y viajaron expresamente a La Habana para estar en las Jornadas, y muy particularmente en esta marcha que no tenía permiso oficial.
Soy consciente del mal sabor que nos deja hablar de todo esto. Créanme que a mí me duele un mundo hacerlo. Entre otros motivos porque casi con toda certeza es muy probable que también yo esté cometiendo alguna injusticia con mis apreciaciones quizás subjetivas y parciales, aunque sean sobre la base de los elementos reales y objetivos que estuvieron a mi alcance.
De hecho, un colega y amigo cuyo criterio aprecio muchísimo y que por años ha sido partícipe de mis empeños en el activismo y como bloguero en estos temas, me ha alertado con sincera preocupación sobre los riesgos que corre mi “credibilidad como comunicador y activista”, por esta toma de postura hasta cierto punto tan inusual en mí, que siempre prefiero los equilibrios y la benevolencia a la hora de evaluar las conductas humanas.
Pero me niego a hacer cualquier tipo de cálculo personal ante esta situación tan penosa, donde a quienes somos las principales víctimas, nos quieren hacer pasar ahora por victimarios. Lo que sea, será; aunque ello implique cualquier descalabro individual que poca o ninguna relevancia tiene.
Lo menos importante ahora es uno mismo, sino que cada cual diga su verdad, para que entre tanta mierda renazca la esperanza en una causa que, más tarde o más temprano, les tocará seguirla cultivando y llevando adelante a otras personas que lo harán con toda seguridad mejor que quienes lo hicimos hasta este punto.
A las personas que de buena fe y con legítima inconformidad participaron en la caminata, les doy las gracias de todo corazón. Hicieron lo que pensaron correspondía hacer por una causa justa, como yo también he hecho otras muchas veces, no sin cometer equivocaciones y sufrir las consecuencias. Nunca le cuestionaría sus intenciones a esa posible mayoría de asistentes que estoy convencido no premeditó ni pudo suponer la provocación en que finalmente terminó envuelta.
Y digo más. Si no fuera por mi estrecho e incondicional compromiso con el Comité Organizador de estas Jornadas — el cual reúne a tantas personas valiosas que le han puesto toda su pasión y mente a esta obra colectiva, incluyendo un dolor indecible cuando no hemos conseguido hacer algo como creemos que nuestra gente quiere, espera y merece — , y la mayor información que pude tener sobre la evolución y posibles consecuencias de este acontecimiento, quizás yo habría estado en esa misma frágil posición, con mi bandera arcoíris por el Prado.
La negativa repercusión de estos hechos demostró, sin embargo, que la marcha no fue un éxito como dicen quienes defienden más sus agendas antigubernamentales que nuestros derechos como personas LGBTI, sino un grave error que podríamos llegar a pagar con un costo muy alto de desuniones, extremismos y retrocesos en futuros procesos de diálogo, sino somos capaces de analizar críticamente lo acontecido y extraer así lecciones para superarlo.
Para mi Partido y el Gobierno, considero que también el mensaje ha sido muy claro.
Lo adelanté en mi texto anterior cuando trataba de explicar cómo fue la propia Revolución la que nos empoderó e hizo conscientes de nuestros derechos en esta más de una década de estrategia educativa y lucha política contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género, al facilitarnos la creación de espacios para nuestra realización íntima y colectiva — como esa emblemática Conga que este año fue suspendida — , a los cuales ya no podemos ni queremos renunciar, aunque ello implique defenderlos de cualquier amenaza, con la inteligencia y el valor de que siempre hemos sido capaces en Cuba a lo largo de toda nuestra historia.
A todas las partes, pues, involucradas en lo acontecido en el Paseo del Prado, aunque no les satisfaga total o parcialmente estas duras palabras que aquí he escrito, les reitero que no nos queda de otra entonces que intentar exorcizarnos de nuestros propios demonios, inquinas, prejuicios y rencores, y comenzar otra vez a echar hacia adelante, para cicatrizar esta herida temporal y continuar con la construcción de esa sociedad más justa, progresista e inclusiva, a la cual aspira la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
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