¿Por qué impensar?

Por Immanuel Wallerstein

Introducción al libro Impensar las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos, siglo xxi editores, s.a., México D.F. 1998

El pasado 31 de agosto falleció a los 88 años de edad el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein. Contra el eslogan y las citas desgajadas que le quieren reservar al pensador un palco “original” en el conocimiento de la realidad contemporánea, la Tizza propone buscarlo en el taller y la caldera, el torno y el andamio en que se convierten siempre los legados intelectuales de quienes se han puesto al servicio de las revoluciones. Superar, mediante la práctica, los diagnósticos que aportó y fracturar las determinaciones que la academia empresarial –al servicio del capitalismo– le impone a las esperanzas, tendrá que ser el servicio que le rindan nuevas ideas. Ponemos a disposición de nuestros lectores la introducción que Wallerstein redactara para su libro Impensar las ciencias sociales, como una invitación a la búsqueda, la pregunta y la acción anticapitalista.

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El título de este libro es “impensar las ciencias sociales” y no “repensar las ciencias sociales”. Es normal que los eruditos y los científicos repiensen los asuntos. Cuando nuevas evidencias importantes socavan viejas teorías y las predicciones no se cumplen, nos vernos obligados a repensar nuestras premisas. En ese sentido, gran parte de las ciencias sociales del siglo XIX se repiensa constantemente en la forma de hipótesis específicas.

Sin embargo, además de repensar –algo que es “normal”– las ciencias sociales del siglo XIX, creo que necesitamos “impensarlas” debido a que muchas de sus suposiciones –engañosas y constrictivas, desde mi punto de vista– están demasiado arraigadas en nuestra mentalidad. Dichas suposiciones, otrora consideradas liberadoras del espíritu, hoy en día son la principal barrera intelectual para analizar con algún fin útil el mundo social.

Seré claro desde el principio. No estoy proponiendo un nuevo paradigma para nuestro trabajo colectivo en lo que prefiero denominar como ciencias sociales históricas, más bien trato de exponer lo que considero confuso y limitante en los principales puntos de vista, con la esperanza de estimular la búsqueda de un nuevo paradigma que a muchos les tomará bastante tiempo y esfuerzo construir.

Este libro es parte de un esfuerzo por arrancar la maleza de un bosque muy denso, bien definido desde el punto de vista organizacional, que obstaculiza nuestra visión.

Sin duda habrá quien no esté de acuerdo con la descripción que hago de la epistemología de las ciencias sociales del siglo XIX, ni con el análisis de la historia social de esta epistemología. Tengo la impresión de que los defensores de la actual epistemología no se retractan ni intimidan al expresar su punto de vista. También me parece que quienes critican la actual epistemología, aun si sus críticas son formales y pertinentes, siguen ligados a la Weltanschauung o cosmovisión a la que renuncian; incluso confieso que ni yo mismo estoy exento de esta reincidencia, lo que confirma mi opinión respecto a lo arraigadas que están en nosotros estas suposiciones metodológicas y lo “importante” que es que las “impensemos”.

Este libro está dividido en seis capítulos. El primero aborda la historia social de la epistemología en cuestión. Intento catalogar el estudio de las ciencias sociales históricas como una categoría intelectual dentro del desarrollo histórico del sistema-mundo moderno. No sólo pretendo explicar por qué las ciencias sociales históricas se institucionalizaron como una forma del conocimiento en el siglo XIX –y sólo en ese siglo–, sino también por qué dieron lugar a una epistemología particular, centrada en lo que creo que es una antinomia nomotético-idiográfica falsa. También pretendo explicar por qué en los últimos 20 años esta epistemología ha empezado a ponerse en tela de juicio, planteándonos los dilemas intelectuales de la actualidad.

Una vez propuesto el contexto histórico, dirijo mi atención hacia lo que parece ser el concepto clave y más cuestionable de las ciencias sociales del siglo XIX: el concepto de “desarrollo”. No cabe duda de que la palabra “desarrollo” se hizo común a partir de 1945, e inicialmente parecía limitarse a explicar los acontecimientos en el “Tercer Mundo” o las zonas periféricas de la economía-mundo capitalista. No obstante creo que la idea de desarrollo es simplemente una fase del concepto de “revolución industrial” que, a su vez, ha sido eje no sólo de gran parte de la historiografía sino de todo tipo de análisis nomotético.

Esta idea de desarrollo ha tenido una gran influencia, ha sido muy confusa –precisamente porque, al ser en parte correcta, ha resultado demasiado evidente– y en consecuencia ha generado falsas expectativas –tanto a nivel intelectual como político–. Y no obstante pocos están dispuestos a impensar este importante concepto.

A continuación paso del desarrollo –que si bien como concepto es engañoso, al menos se analiza de manera exhaustiva– al tiempo y el espacio, o a lo que yo denomino Tiempo Espacio. Uno de los logros más notables de la epistemología de las ciencias sociales ha sido eliminar el Tiempo Espacio del análisis, lo que no significa que nunca se haya hablado de la geografía y la cronología. Claro que sí, y mucho, pero se las ha considerado constantes físicas y por lo tanto variables exógenas más que creaciones sociales fluidas y por ende variables no simplemente endógenas sino cruciales para comprender la estructura social y la transformación histórica.

Incluso en la actualidad raras veces consideramos la multiplicidad de Tiempo Espacios que nos confrontan y por consiguiente poco nos preocupa cuáles usamos o deberíamos usar para descifrar nuestras realidades sociales.

Tras haber intentado demostrar los límites del concepto de desarrollo que son de vital importancia para el(los) paradigma(s) del siglo XIX, y la ausencia en ese contexto de lo que debió ser un concepto clave, el Tiempo Espacio –ambos lógica e íntimamente relacionados– dirijo entonces mi atención a dos importantes pensadores que podrían ser de utilidad para liberarnos de las limitaciones de las ciencias sociales del siglo XIX: Marx y Braudel.

Karl Marx fue por supuesto un personaje importante en las ciencias sociales del siglo XIX. Se le ha denominado –en mi opinión con algo de justicia– el último economista clásico. Aportó gran parte de las premisas epistemológicas del mundo intelectual europeo de ese entonces. Cuando Engels dijo que el pensamiento marxista tenía sus raíces en Hegel, Saint-Simon y los economistas británicos clásicos, estaba confesando ser parte de ellos.

Y no obstante Marx afirmó participar en una “crítica de la economía política”, afirmación que no se hace sin alguna base seria.

Marx fue un pensador que pretendió superar las limitaciones de su época. En este sentido no intento analizar el grado en que Marx logró o no su propósito, sino subrayar que sus ideas se han introducirlo en nuestra disertación común principalmente con el formato creado por el marxismo de los partidos, y que este formato, más que buscar la crítica de la economía política, participó de lleno en la epistemología dominante. En este sentido me interesa analizar al otro Marx, el que enfrentaba las perspectivas dominantes de las ciencias sociales del siglo XIX. Creo que también es útil volver a estudiar a Fernand Braudel, un personaje totalmente distinto a Marx.

Él no se concebía como “teórico” o “metodologista”: era un historiador que investigaba archivos de donde esperaba formar una histoire pensé. Rara vez hablaba de cuestiones epistemológicas per se, pero tenía un instinto certero que lo conducía al cuestionamiento de verdades historiográficas y, partiendo de ellas –a veces de manera explícita, a veces implícita–, derivar nuevas maneras a partir de viejos dilemas.

He investigado a Braudel para ver hasta qué punto nos ayuda a impensar las ciencias sociales del siglo XIX y, en particular, para llegar a comprender el capitalismo a largo plazo que no se base en la premisa de “desarrollo” y la ausencia de Tiempo Espacio.

Por último recurro al análisis de los sistemas-mundo como una perspectiva contemporánea del mundo social, una perspectiva que concede gran importancia al estudio del cambio social a largo plazo y a gran escala.

El análisis de los sistemas-mundo pretende ser una crítica a las ciencias sociales del siglo XIX, aunque más bien es una crítica incompleta, porque no ha logrado encontrar la forma de corregir el más resistente –y confuso– legado de las ciencias sociales del siglo XIX –la división del análisis social en tres áreas, tres lógicas, tres “niveles”: el económico, el político y el sociocultural.

Esta tríada se encuentra en medio del camino obstaculizando nuestro progreso intelectual.

Muchos la consideran insuficiente pero, en mi opinión, no hay nadie aún que haya encontrado la manera de eliminarla del lenguaje y sus implicaciones, algunas de las cuales son correctas pero quizá la mayoría no. Tal vez el mundo deba cambiar un poco más antes de que los académicos puedan teorizar esta tríada de manera más útil.

Sin embargo estoy convencido de que este acertijo, más que ningún otro, es el que debe preocuparnos, y que superar esta aporía, resolver este misterio, impensar esta metáfora, resulta esencial para reconstruir las ciencias sociales históricas.


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