Malcolm X, la locura y mi correo electrónico

Por Fernando Luis Rojas

Foto tomada de Furor Televisión

La primera biografía que leí no fue el Marx de Franz Mehring, el Che Guevara de Jon Lee Anderson, ni el Fouché de Stefan Zweig –esa fue la segunda. Ni Jesús de Nazaret, Barak Obama, Confucio, Newton o Mozart, que son, para Jon Illescas, los personajes más conocidos en la iconosfera-mundo según su impacto transcultural en Wikipedia.[1]

Hace años alguien puso en mis manos la Autobiografía de Malcolm X en conversación con Alex Haley. Yo venía de ser «un blanquito peste a leche» del Distrito José Martí en Santiago de Cuba, de vivir la mañana y las tardes durante mis primeros tres años en el apartamento de una mulata a la que llamaba «mamá Berta», de noviar con dos o tres muchachas negras, de buscar «una coladita» de café en casa de Aracelys y sus siete hijos y comprar cigarros, para mi tío, a la vecina Marbys. Eso del racismo anti-negro me sonaba lejos. Eso pensaba yo.

Así que cuando empecé a leer mi primera biografía, la de Malcolm X, me volví loco. Llegué al punto de identificar mi cuenta de correo con un defectuoso, por su ortografía, «malcon». Quise ser como él, punto por punto.

Donde muchos veían la capacidad «de regenerarse» de un ser humano: su cambio en la prisión de la mano de la Nación del Islam, veía yo la potencialidad de los hombres y mujeres de entender/se/nos, de conocernos. Para mí, en términos personales, significó confirmar la percepción de que, en el edificio de obreros, técnicos y funcionarios de la refinería «Hermanos Díaz» en que viví, la crisis de los primeros noventa nos «igualó» –en sus inicios– a todos; pero también, entender que esa «igualdad» era un efecto fugaz: los acumulados y puntos de partida en mi casa –y en otras– nos ubicaban en una posición más favorable de cara a las oportunidades que a la mayoría de las familias negras del barrio.

En 1945 Malcolm Little –con veinte años– fue condenado a prisión. El 21 de febrero de 1965, en el Audubon Ballroom de Manhattan, Malcolm X fue asesinado. Si bien son reales las tensiones que generó la ruptura con Elijah Muhammad y la Nación del Islam, así como las amenazas (concretadas en algunos casos) que recibió –explosivos en su carro, llamamientos públicos a asesinarlo, incendio de su casa–, los verdaderos criminales y autores intelectuales se escondieron tras esta cortina de humo.

Es cierto que tras el intento (y el éxito) mediático de contraponer la figura de Malcolm X a la del líder pacifista Martin Luther King, existe una relación espinosa y tirante. Tampoco se trata ahora de presentarlos como «compañeros coincidentes que lucharon codo a codo». Para Iñaki Egaña: «A la postre, por caminos bien distintos, ambos serían asesinados por pistoleros a sueldo del FBI (…) Para los EEUU, el cristiano representaba la renovación y adecuación de las leyes federales, ampliando la cabida, mientras que el islámico encarnaba la revolución».[2] La verdad es que Malcolm X se hizo más peligroso cuando se hizo más radical y abierto. Respecto a King dijo: «(…) ambos somos considerados enemigos del sistema; la única duda es cuál de nosotros dos será asesinado primero»,[3] aun cuando intuía, probablemente, que él sería el primero.

En 1945 Malcolm Little fue condenado a prisión, y el 21 de febrero de 1965 fue asesinado. La cárcel y la muerte. Ambas son estados supremos y clímax. Pero su libertad estuvo en que fue él mismo quien se condenó a muerte con su activismo político.

Se liberó y condenó cuando sacudió la condición subordinada –de «muñeco de ventrílocuo» diría él– respecto a Elijah Muhammad; porque para guiar hombres y mujeres en la Revolución no se puede individualizar la autoridad.

Se liberó y condenó cuando, sin abandonar la lucha racial –todo lo contrario–, la amplió y articuló desde el internacionalismo y la lucha de clases. Cuando vio la conexión con las luchas por la liberación nacional y la descolonización del «Tercer Mundo». Cuando, como dijera el actor Ossie Davis –que hizo el elogio de Malcolm X el día de su entierro–, dejó «atrás toda clase de racismo, de separatismo, de odio». Cuando en la peregrinación a La Meca conoció musulmanes de pelo claro y ojos azules a quienes podía llamar «hermanos».

Se liberó y condenó por peligroso cuando él, siempre beligerante, practicó un discurso unitario. Cuando al inicio de una intervención encendida y violenta dijo: «(…) es hora ya de que acallemos nuestras diferencias y nos demos cuenta de que es mejor para nosotros ver primero que confrontamos el mismo problema, un problema común que los hará vivir en un infierno lo mismo si son bautistas que si son metodistas o musulmanes o nacionalistas».

https://medium.com/la-tiza/el-voto-o-la-bala-ae43a31fbac4

Se condenó cuando unos meses antes del discurso de Argel de nuestro Che Guevara y de su incursión al Congo, dio el grito ¡Ni Washington, ni Moscú!: «(…) cuando esos hermanos de Asia y África y de las naciones más oscuras de esta tierra se unen, la potencia de sus votos basta para mantener a raya al tío Sam. O para mantener a raya a Rusia».[4]

A 55 años de su asesinato no sé si la prensa cubana hablará de él. Presumo que lo hará, potenciando su encuentro con Fidel de 1960. Vale recordar que por aquellos días también se reunió con Nasser, Sékou Touré y Kaunda.

Malcolm X fue (y es) demasiado para muchos. Incluso para quienes desde Cuba miran el incendio de los sesenta. El mayo francés y europeo, Luther King y el movimiento por los derechos civiles, Tlatelolco… suelen irrumpir con mayor fuerza.

Hace más de veinte años alguien puso en mis manos la Autobiografía de Malcolm X. Me volví loco. Llegué al rojo, con todo su simbolismo cromo-político, no por el fantasma cabalgante de Marx; sino por el «rojo de Detroit». Y con él aprendí que no hay pureza en los colores, que la belleza del color es su espectro; y que el rojo puede encontrar su antagónico en él mismo. Para moverme en las tierras de Malcolm X, hay, ahora mismo, un rojo por bronceado sentado en el Despacho Oval. Un rojo que representa, 55 años después, el antagónico del «rojo de Detroit».

[1] Illescas, Jon. La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2019. pp. 461–462.

[2] Egaña, Iñaki. Malcolm X, en el centro de la revolución. En «Malcolm X. Vida y voz de un hombre negro. Autobiografía y selección de discursos». Txalaparta Editorial, Navarra, 1991. p. 18.

[3] Arana, Silvia. Cincuenta aniversario del asesinato del líder afroamericano. La relevancia de Malcolm X. Tomado de www.rebelion.org.

[4] Malcolm X. El voto o la bala. En «Malcolm X. Vida y voz de un hombre negro. Autobiografía y selección de discursos». Txalaparta Editorial, Navarra, 1991. p. 173.


Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *