Por Naomi Klein
Naomi Klein, Esto lo cambia todo. 2015, Editorial Booket, traductor Albino Santos Mosquera
Fragmento del Capítulo 1: La Derecha Tiene Razón. El poder revolucionario del cambio climático.
El poder revolucionario del cambio climático
“Los científicos del clima coinciden: el cambio climático se está produciendo en este preciso instante y lugar. Basándose en datos sólidos y contrastados, un 97% de los científicos especializados en el clima ha llegado a la conclusión de que el cambio climático de origen humano es ya una realidad. Ese acuerdo no está documentado únicamente por un estudio aislado, sino por una corriente convergente de muestras de ello extraídas de encuestas a científicos, análisis de contenido de estudios sometidos a revisión por pares y de declaraciones públicas de casi todas las organizaciones de expertos en este campo”.
Informe de la ASOCIACIÓN ESTADOUNIDENSE PARA EL AVANCE DE LA CIENCIA, 2014[1]
No existe posibilidad alguna de conseguir algo así sin una modificación radical del estilo de vida americano, una modificación que comportaría un freno al desarrollo económico y el cierre de amplios sectores de nuestra economía.
THOMAS J. DONOHUE, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, a propósito de las medidas propuestas para conseguir unos niveles ambiciosos de reducción de emisiones carbónicas[2]
El señor de la cuarta fila tiene una pregunta
El señor en cuestión se presenta a sí mismo como Richard Rothschild. Cuenta al público allí presente que se presentó a las elecciones a comisionado del condado de Carroll (en Maryland) porque había llegado a la conclusión de que las políticas dirigidas a combatir el calentamiento global eran en realidad «un ataque contra el capitalismo estadounidense de clase media». Su pregunta para los panelistas, reunidos en un hotel de la cadena Marriott de Washington (D.C.), es: «¿Hasta qué punto no sería acertado decir que todo este movimiento no es más que un Caballo de Troya “verde”, cuya panza está repleta de doctrina socioeconómica marxista “roja”?».[3]
En la Sexta Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático organizada por el Instituto Heartland a finales de junio de 2011 — principal encuentro de quienes se dedican a negar las apabullantes pruebas sobre las que se basa el consenso científico en torno al dictamen de que la actividad humana está calentando el planeta — , esa puede considerarse una pregunta retórica. Es como preguntar en una reunión de consejeros del Banco Central alemán si no creen que los griegos son insolventes y poco fiables. Aun así, los panelistas no dejan pasar la oportunidad de alabar a quien ratifica lo certero de su apreciación.
El primero en hacerlo es Marc Morano, director del sitio de noticias de referencia para los «negacionistas», Climate Depot. «En los Estados Unidos de hoy en día, todo está regulado: desde los grifos de nuestras duchas hasta nuestras bombillas eléctricas, pasando por nuestras lavadoras — proclama — . Y estamos dejando morir algo tan americano como el todoterreno 4 X 4 ante nuestras narices.» Si los verdes se salen con la suya — advierte Morano — , terminaremos todos con «un presupuesto de CO2 para cada hombre, mujer y niño del planeta, supervisado por un organismo internacional».[4]
El siguiente en hablar es Chris Horner, uno de los socios principales del Competitive Enterprise Institute, organización de presión especializada en acosar a los científicos del clima a base de farragosos pleitos judiciales y de tratar de estirar al máximo la Ley sobre Libertad de Información para sus propios intereses. Se acomoda el micrófono de la mesa orientándoselo hacia él. «Ustedes tal vez crean que esto es algo relacionado con el clima — dice misteriosamente — y muchas personas así lo piensan, pero esa no es una suposición razonable.» A Horner, cuyo cabello prematuramente encanecido le hace parecer una especie de compañero de fraternidad (a la vez que imitador) de Anderson Cooper, le gusta invocar a Saul Alinsky, icono de la contracultura de los años sesenta del siglo pasado: «Esa cuestión no es la cuestión». La cuestión, al parecer, es que «ninguna sociedad libre estaría dispuesta a hacerse a sí misma lo que ese programa político exige que se haga. […] Y es que el primer paso para ello [para hacer lo que el programa pide] consiste en suprimir esas “fastidiosas” libertades que siempre obstaculizan el camino».[5]
Pero afirmar que el cambio climático es una conspiración dirigida a robarle la libertad a Estados Unidos es un ejercicio de tibieza y mesura comparado con el nivel general con el que se emplean el Instituto Heartland y sus colaboradores. En el transcurso de este congreso de dos días de duración, oigo comparar el ecologismo moderno con prácticamente todos los episodios de crímenes en masa recogidos a lo largo de la historia humana: desde la Inquisición católica hasta la Alemania nazi, pasando por la Rusia estalinista. Me entero también de que la promesa de campaña que hiciera Barack Obama para apoyar a las refinerías de biocombustibles de propietarios locales viene a ser algo muy parecido al plan autárquico con el que el Camarada Mao pretendía instalar «una caldera de hierro en el patio de todas las casas» (según Patrick Michaels, del Instituto Cato); de que el cambio climático es «un pretexto para instaurar el nacionalsocialismo» (según el exsenador republicano y exastronauta Harrison Schmitt, refiriéndose a los nazis); y de que los ecologistas son como los sacerdotes aztecas, dispuestos sacrificar a innumerables personas para aplacar a los dioses y cambiar el tiempo (según palabras de Marc Morano, de nuevo).[6]
Pero, por encima de todo, lo que oigo estos dos días son versiones de la misma opinión expresada por el comisionado de condado de la cuarta fila: que el cambio climático es un Caballo de Troya diseñado para abolir el capitalismo y reemplazarlo por cierto «comunalismo verde». Tal y como uno de los conferenciantes de ese congreso, Larry Bell, expone sucintamente en su libro Climate of Corruption, el cambio climático «tiene poco que ver con el medio ambiente y mucho con encadenar al capitalismo y con transformar el estilo de vida americano en aras de la redistribución de la riqueza mundial».[7]
Los delegados trabajan, desde luego, desde la pretensión ficticia de que la negación de las conclusiones de la ciencia del clima está fundada sobre una seria y legítima discrepancia con los datos en los que la comunidad científica internacional basa sus resultados. Y los organizadores se toman incluso la molestia de imitar la apariencia externa de un congreso científico creíble, titulando el encuentro «Restablecer el método científico» e incluso eligiendo un nombre para el congreso (la Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático) cuyas siglas en inglés (ICCC) solo se desvían por una letra de las de la autoridad principal del mundo en materia de cambio climático, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, una iniciativa colaborativa de miles de científicos y 195 Gobiernos nacionales. Pero las diversas tesis (contrarias a las mayoritarias en la comunidad científica) presentadas en esa conferencia del Instituto Heartland — fundamentadas en los anillos de los árboles, en las manchas solares o en la existencia de un periodo de calentamiento parecido durante el medievo — son ya muy viejas y quedaron sobradamente desacreditadas décadas atrás. Además, la mayoría de los ponentes no son ni siquiera científicos, sino «aficionados» al tema: ingenieros, economistas y abogados, entremezclados con un hombre del tiempo, un astronauta y un «arquitecto espacial», todos ellos convencidísimos de que, con sus cálculos de servilleta de bar, han sabido ser más listos que el 97% de los científicos expertos en climatología de todo el mundo.[8]
El geólogo australiano Bob Carter se pregunta incluso si se está produciendo realmente un calentamiento, mientras que el astrofísico Willie Soon admite que sí se ha producido cierto incremento térmico, pero asegura que no tiene nada que ver con las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que obedece en realidad a fluctuaciones naturales en la actividad del sol. Patrick Michaels (del Instituto Cato) les lleva la contraria al reconocer que es el CO2 el que de hecho está impulsando las temperaturas al alza, pero insiste en que las repercusiones de ese aumento son tan nimias que no deberíamos «hacer nada» al respecto. El desacuerdo es el alma de todo encuentro intelectual, pero en la conferencia del Heartland, un material tan descaradamente contradictorio como ese no suscita debate alguno entre los negacionistas: ni uno solo de ellos intenta defender su posición frente a la de los otros participantes, ni se esfuerza por dirimir quién está verdaderamente en lo cierto. De hecho, mientras los ponentes presentan sus gráficos sobre las temperaturas, da la impresión de que varios miembros del público (en el que predominan los asistentes de edad avanzada) se están quedando dormidos.[9]
Pero toda la sala vuelve de nuevo a la vida cuando las verdaderas starlettes del movimiento salen a escena: no los científicos de tercera, sino los guerreros ideológicos de primera fila, como Morano y Horner. Ese es el verdadero fin del encuentro: servir de foro para que los negacionistas acérrimos se equipen de las lanzas retóricas con las que intentarán ensartar a los ecologistas y los científicos del clima en las semanas y meses siguientes. Los argumentos orales probados en ese entorno atiborrarán las secciones de comentarios que acompañan a todas las noticias en línea y a todos los vídeos de YouTube que contengan los sintagmas «cambio climático» o «calentamiento global». También saldrán de boca de los cientos de comentaristas y políticos de derechas: desde los aspirantes presidenciales republicanos hasta los comisionados de condado como Richard Rothschild. En una entrevista concedida tras las sesiones, Joseph Bast, presidente del Instituto Heartland, se atribuye el mérito de los «millares de noticias, artículos de opinión y discursos […] escritos o motivados por asistentes a alguna de estas conferencias».[10]
Más impresionante, aunque no se hable de él, es el volumen de noticias legítimas que nunca se han llegado a publicar ni a emitir sobre el tema. Durante los años previos al encuentro, se produjo una caída en picado de la cobertura mediática del cambio climático a pesar del agravamiento de los fenómenos meteorológicos extremos. En 2007, las tres principales cadenas televisivas de Estados Unidos (la CBS, la NBC y la ABC) emitieron 147 noticias sobre el cambio climático; en 2011, esas mismas cadenas no emitieron más que catorce noticias sobre el tema. Esa es otra rama fundamental de la estrategia negacionista, dado que, a fin de cuentas, el objetivo fundamental para ellos no ha sido solamente difundir las dudas, sino también propagar el miedo: enviar un mensaje claro de que, imprimiendo o difundiendo cualquier cosa sobre el cambio climático, el medio de comunicación en cuestión se arriesga a que le colapsen los buzones de entrada de correos electrónicos y los hilos de comentarios con críticas y exabruptos rebosantes de una cepa muy tóxica de vitriolo.[11]
El Instituto Heartland, un laboratorio de ideas con sede en Chicago dedicado a «promover las soluciones de libre mercado», lleva organizando esas charlas desde 2008, a veces incluso dos veces en un mismo año. Y en el momento del encuentro del que aquí hablo, su estrategia parecía estar funcionando. En su discurso, Morano (cuyas puertas a la fama se abrieron cuando filtró la noticia de la organización de veteranos de guerra Swift Boat Veterans for Truth que contribuyó a hundir la campaña presidencial de John Kerry en 2004) encandiló al público relatando una serie de victorias sucesivas recientes. ¿Legislación sobre el clima en el Senado estadounidense? ¡Abortada! ¿Cumbre de la ONU sobre cambio climático en Copenhague? ¡Fracasada! ¿Movimiento climático? ¡A punto de suicidarse! Llegó incluso a proyectar en una pantalla un par de citas de activistas climáticos vituperándose mutuamente (como tan bien sabemos hacer los progresistas entre nosotros) e instó a los asistentes a «celebrarlo».[12]
Solo faltaban los globos y el confeti cayendo a raudales del techo del auditorio.
Cuando cambia la opinión pública sobre los grandes temas sociales y políticos, las tendencias suelen ser relativamente graduales. Las variaciones abruptas, si se producen, vienen normalmente provocadas por acontecimientos espectaculares. De ahí que los encuestadores se quedaran tan sorprendidos por lo que había pasado con las percepciones sobre el cambio climático en apenas cuatro años. Según un sondeo realizado por Harris en 2007, un 71% de los estadounidenses creía que el consumo continuado de combustibles fósiles transformaría el clima. En 2009, ese porcentaje había caído hasta el 51%. En junio de 2011, había bajado más hasta situarse en el 44% (claramente menos de la mitad de la población). Similares tendencias se han registrado en el Reino Unido y Australia. Scott Keeter, director de estudios de opinión en el Pew Research Center for the People & the Press (Centro de Investigaciones Pew para la Ciudadanía y la Prensa), dijo a propósito de los datos estadísticos en Estados Unidos que revelaban «uno de los mayores cambios en un periodo de tiempo breve jamás registrados en la historia reciente de la opinión pública».[13]
La creencia general en la existencia del cambio climático ha repuntado un poco en Estados Unidos desde sus niveles mínimos de 2010–2011. (Hay quien maneja la hipótesis de que la experiencia de sucesos meteorológicos extremos podría estar contribuyendo a ello, aunque «las pruebas de ello son, en el mejor de los casos, muy vagas todavía», según Riley Dunlap, sociólogo de la Universidad Estatal de Oklahoma especializado en la sociología política del cambio climático.) Pero lo que no deja de ser sorprendente es que, a la derecha del espectro político, las cifras continúan estando en niveles muy bajos.[14]
Puede que hoy parezca difícil de creer, pero no hace tanto, apenas en 2008, la lucha contra el cambio climático conservaba aún cierta pátina de apoyo bipartidista en Estados Unidos. Ese año, todo un clásico del republicanismo más incondicional como Newt Gingrich participó en un anuncio de televisión junto a la congresista demócrata Nancy Pelosi (entonces presidenta de la Cámara de Representantes) en el que ambos políticos se comprometían a sumar fuerzas y combatir juntos el cambio climático. Y en 2007, Rupert Murdoch (cuya cadena televisiva de noticias Fox News sirve de implacable altavoz al movimiento de negación del cambio climático) lanzó un programa de incentivos en la propia Fox para animar a los empleados a comprar automóviles híbridos; el propio Murdoch anunció que había adquirido uno.
Esa época de bipartidismo climático ya es historia. Actualmente, más del 75% de estadounidenses que se identifican como demócratas o «liberales» (de izquierda) cree que los seres humanos estamos cambiando el clima, un porcentaje que, pese a las lógicas fluctuaciones interanuales, solo se ha incrementado ligeramente desde 2001. En marcado contraste, los republicanos han optado en su inmensa mayoría por rechazar el consenso científico. En algunas regiones del país, solo un 20% de quienes se declaran republicanos acepta las pruebas de la ciencia. Esta brecha política también existe en Canadá. Según un sondeo de octubre de 2013 realizado por Environics, solo un 41% de los encuestados que se identificaron políticamente con el Partido Conservador (en el Gobierno en ese momento) cree que el cambio climático es real y tiene origen humano, mientras que un 76% de partidarios del Nuevo Partido Democrático, de tendencia izquierdista, y un 69% de los del centrista Partido Liberal opina que es una realidad. Y, de nuevo, el mismo fenómeno ha sido registrado en Australia y el Reino Unido, así como en la Europa occidental.[15]
Desde que se abrió esta división política en torno al cambio climático, un buen número de investigaciones de las ciencias sociales se han dedicado a estudiar con mayor precisión cómo y por qué las opiniones políticas están determinando las actitudes con respecto al calentamiento global. Según el Proyecto sobre Cognición Cultural de la Universidad de Yale, por ejemplo, la «cosmovisión cultural» de una persona (es decir, lo que el resto de nosotros entenderíamos como su inclinación política o su perspectiva ideológica) es un factor explicativo de «las opiniones del individuo acerca del calentamiento global más importante que ninguna otra característica individual».[16] Más importante, significa eso, más importante que la edad, la etnia, el nivel educativo o la afiliación a un partido.
Los investigadores de Yale explican que la inmensa mayoría de las personas con cosmovisiones «igualitaristas» y «comunalistas» intensas (es decir, caracterizadas por la inclinación hacia la acción colectiva y la justicia social, por la preocupación por la desigualdad, y por la suspicacia ante el poder de la gran empresa privada) aceptan el consenso científico sobre el cambio climático. Por el contrario, la gran mayoría de quienes tienen visiones del mundo intensamente «jerárquicas» e «individualistas» (marcadas por la oposición a la ayuda del Estado a las personas pobres y a las minorías, por un apoyo fuerte a la empresa privada y por el convencimiento de que todos tenemos más o menos lo que nos merecemos) rechazan ese mismo consenso científico.[17]
Las pruebas de la fractura ideológica son apabullantes. Entre el sector de la población estadounidense que evidencia la perspectiva más «jerárquica», solo un 11% valora el cambio climático como un «riesgo elevado», cuando esa valoración la da un 69% de los encuestados situados en el sector de quienes propugnan un punto de vista más intensamente «igualitario».[18]
El profesor de derecho de Yale, Dan Kahan, principal autor de este estudio, atribuye la estrecha correlación entre cosmovisión y aceptación del consenso científico sobre el clima a un factor que él llama «cognición cultural»: el proceso mediante el que todos nosotros — con independencia de nuestras inclinaciones políticas — filtramos la información nueva protegiendo nuestra «visión preferida de la sociedad buena». Si la información nueva que recibimos parece confirmar esa visión, la aceptamos y la integramos con facilidad. Si supone una amenaza a nuestro sistema de creencias, entonces nuestro cerebro se pone de inmediato a trabajar para producir anticuerpos intelectuales destinados a repeler esa invasión que tan poco grata nos resulta.[19]
Kahan explicó en Nature que «a las personas les desconcierta creer que conductas que les parecen nobles sean, sin embargo, perjudiciales para la sociedad, y otras que consideran viles sean beneficiosas para el conjunto. Como aceptar tal idea podría introducir un elemento de distancia entre ellas y sus iguales, sienten una fuerte predisposición emocional a rechazarla».[20] Es decir, que siempre es más fácil negar la realidad que permitir que se haga añicos nuestra visión del mundo, y ese diagnóstico es igual de aplicable a los más intransigentes estalinistas durante el momento de máximo apogeo de las purgas como a los actuales ultraliberales que niegan el cambio climático. También los izquierdistas son igualmente capaces de negar las pruebas científicas que no les convienen. Si los conservadores son intrínsecos justificadores del sistema (y, por lo tanto, tuercen el gesto — entre despectivos y molestos — ante cualquier dato que ponga en entredicho el sistema económico dominante), la mayoría de los izquierdistas, por el contrario, cuestionan siempre el sistema y, por ello, son proclives al escepticismo ante cualquier dato procedente de las grandes empresas o de los Gobiernos. Esa actitud puede derivar fácilmente también en una actitud de resistencia a los hechos contrastados, como la que manifiestan quienes están convencidos de que las empresas farmacéuticas multinacionales han encubierto una presunta conexión entre las vacunas infantiles y el autismo. Por muchas pruebas que se reúnan para desacreditar sus teorías, estos cruzados de su particular causa no se dejarán convencer; para ellos, no son más que trampas que utiliza el sistema para cubrirse sus propias espaldas.
Este tipo de razonamiento defensivo es el que explica el auge de la intensidad emocional que rodea a la cuestión climática en la actualidad. Hasta fechas tan próximas en el tiempo como el año 2007, el cambio climático era algo que la mayoría de las personas reconocían como real, aun cuando no pareciera importarles mucho. (Cuando se pedía a los estadounidenses que clasificasen sus preocupaciones políticas por orden de importancia para ellos, entonces — como ahora — el cambio climático aparecía en último lugar.)[21]
Pero hoy en día, existe en muchos países una significativa cohorte de votantes apasionadamente preocupados (obsesivamente incluso) por el cambio climático a los que lo que les interesa en realidad es destapar su presunto carácter de «engaño» pergeñado por gentes de izquierda para obligarlos a cambiar las bombillas de sus casas y sus negocios, para hacerlos vivir en lúgubres apartamentos de estilo soviético y para forzarlos a renunciar a sus todoterrenos. Para estos derechistas, la oposición al cambio climático se ha convertido en algo tan fundamental en su sistema de creencias como la lucha por una presión fiscal muy baja, por la libertad de poseer armas o contra el derecho al aborto. De ahí que algunos climatólogos estén denunciando que actualmente son objeto de la clase de acoso que solía reservarse a los médicos que practican abortos. En el Área de la Bahía de San Francisco (en California), activistas locales del Tea Party han irrumpido en plenos y sesiones municipales donde se hablaba de estrategias de sostenibilidad de escala bastante reducida atribuyéndolas a un supuesto complot patrocinado por la ONU para acelerar la formación de un Gobierno mundial. Heather Gass, del Tea Party de la zona este de la Bahía, escribió en una carta abierta a una de esas reuniones que «un día (en 2035), se despertarán ustedes en una vivienda pública subvencionada, comerán comida pública subvencionada, sus hijos serán transportados en autobuses públicos a centros formativos de adoctrinamiento mientras ustedes trabajan en sus empleos asignados por el Estado en una sombría planta baja al lado de un nudo de transportes públicos porque no tendrán ningún coche, y quién sabe dónde estarán sus padres ancianos, pero para entonces ¡será ya demasiado tarde! ¡¡¡DESPIERTEN!!!».[22]
Es evidente que algo tiene la cuestión del cambio climático que hace que ciertas personas se sientan muy amenazadas.
Notas:
[1] Mario Malina y otros, «What We Know: The Reality, Risks and Response to Climate Change», Panel sobre Ciencia del Clima de la AAAS, Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS), 2014, pág. 3.
[2] Thomas J. Donohue, «Managing a Changing Climate: Challenges and Opportunities for the Buckeye State, Remarks», discurso, Columbus (Ohio), 1 de mayo de 2008.
[3] «Session 4: Public Policy Realities» (vídeo), Sexta Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático, Instituto Heartland, 30 de junio de 2011.
[4] Ibídem.
[5] «Va. Taxpaxers Request Records from University of Virginia on Climate Scientist Michael Mann», American Tradition Institute, 6 de enero de 2011; Christopher Horner, «ATI Environmental Law Center Appeals NASA Denial of Request for Dr. James Hansen’s Ethics Disclosures», American Tradition Institute, nota de prensa, 16 de marzo de 2011; «Session 4: Public Policy Realities» (vídeo), Instituto Heartland.
[6] Obama for America, «Barack Obama’s Plan to Make America a Global Energy Leader», octubre de 2007; entrevista personal a Patrick Michaels, 1 de julio de 2011; «Session 5: Sharpening the Scientific Debate» (vídeo), Instituto Heartland; entrevista personal a Marc Morano, 1 de julio de 2011.
[7] Larry Bell, Climate of Corruption: Politics and Power Behind the Global Warming Hoax, Austin (Texas), Greenleaf, 2011, pág. xi.
[8] Peter Doran y Maggie Kendall Zimmerman, «Examining the Scientific Consensus on Climate Change», Eos, 90, 2009, págs. 22–23; William R. L. Anderegg y otros, «Expert Credibility in Climate Change», Proceedings of the National Academy of Sciences, 107, 2010, págs. 12107–12109.
[9] «Keynote Address» (vídeo), Instituto Heartland, 1 de julio de 2011; Bob Carter, «There IS a Problem with Global Warming… It Stopped in 1998», Daily Telegraph, 9 de abril de 2006; Willie Soon y David R. Legates, «Avoiding Carbon Myopia: Three Considerations for Policy Makers Concerning Manmade Carbon Dioxide», Ecology Law Currents, 37, 2010, pág. 3; Willie Soon, «It’s the Sun, Stupid!», Instituto Heartland, 1 de marzo de 2009, <http://heartland.org>; «Keynote Address» (vídeo), Instituto Heartland, 30 de junio de 2011.
[10] Entrevista personal a Joseph Bast, 30 de junio de 2011.
[11] En los años siguientes a la conferencia, la cobertura informativa repuntó hasta alcanzar las 29 noticias en 2012 y las 30 en 2013. Douglas Fischer, «Climate Coverage Down Again in 2011», The Daily Climate, 3 de enero de 2012; Douglas Fischer, «Climate Coverage Soars in 2013, Spurred by Energy, Weather», The Daily Climate, 2 de enero de 2014.
[12] Joseph Bast, «Why Won’t Al Gore Debate?», Instituto Heartland, nota de prensa, 27 de junio de 2007; Will Lester, «Vietnam Veterans to Air Anti-Kerry Ads in W. Va.», Associated Press, 4 de agosto de 2004; Leslie Kaufman, «Dissenter on Warming Expands His Campaign», New York Times, 9 de abril de 2009; John H. Richardson, «This Man Wants to Convince You Global Warming Is a Hoax», Esquire, 30 de marzo de 2010; «Session 4: Public Policy Realities» (vídeo), Instituto Heartland.
[13] «Big Drop in Those Who Believe That Global Warming Is Coming», Harris Interactive, nota de prensa, 2 de diciembre de 2009; «Most Americans Think Devastating Natural Disasters Are Increasing», Harris Interactive, nota de prensa, 7 de julio de 2011; entrevista personal a Scott Keeter, 12 de septiembre de 2011.
[14] Lydia Saad, «A Steady 57% in U.S. Blame Humans for Glotal Warming», Gallup Politics, 18 de marzo de 2014; «October 2013 Political Survey», Pew Research Center for the People & the Press, 9–13 de octubre de 2013, pág. 1; comunicación personal por correo electrónico con Riley Dunlap, 29 de marzo de 2014.
[15] DEMÓCRATAS Y LIBERALES DE IZQUIERDAS: Aaron M. McCright y Riley Dunlap, «The Politicization of Climate Change and Polarization in the American Public’s Views of Global Warming 2001–2010», The Sociological Quarterly, 52, 2011), págs. 188 y 193; Saad, «A Steady 57% in U.S. Blame Humans for Global Warming»; REPUBLICANOS: Anthony Leiserowitz y otros, «Politics and Global Warming: Democrats, Republicans, Independents, and the Tea Party», Proyecto sobre Comunicación del Cambio Climático (Universidad de Yale) y Centro para la Comunicación sobre el Cambio Climático (Universidad George Mason), 2011, págs. 3–4; UN 20%: Lawrence C. Hamilton, «Climate Change: Partisanship, Understanding, and Public Opinion», Instituto Carsey, primavera de 2011, pág. 4; SONDEO DE
OCTUBRE DE 2013: «Focus Canada 2013: Canadian Public Opinion About Climate Change», Instituto Environics, 18 de noviembre de 2013, <http://www.environicsinstitute. org>; AUSTRALIA, REINO UNIDO Y EUROPA OCCIDENTAL: Bruce Tranter, «Political Divisions over Climate Change and Environmental Issues in Australia», Environmental Politics, 20, 2011, págs. 78–96; Ben Clements, «Exploring Public Opinion on the Issue of Climate Change in Britain», British Politics, 7, 2012, págs. 183–202; Aaron M. McCright, Riley E. Dunlap y Sandra T. Marquart-Pyatt, «Climate Change and Political Ideology in the European Union», documento de trabajo (Working Paper) de la Universidad Estatal de Michigan, 2014.
[16] Véase un resumen general amplio y accesible del estudio de la negación derechista del consenso científico en Chris Mooney, The Republican Brain: The Science of Why They Deny Science — and Reality, Hoboken (Nueva Jersey), John Wiley & Sons, 2012; COSMOVISIÓN CULTURAL: Dan M. Kahan y otros, «The Second National Risk and Culture Study: Making Sense of — and Making Progress in — the American Culture War of Fact», Proyecto sobre Cognición Cultural de la Facultad de Derecho de Yale, 27 de septiembre de 2007, pág. 4, disponible en <http://www.culturalcogni tion.net>.
[17] Dan Kahan, «Cultural Cognition as a Conception of the Cultural Theory of Risk», en Sabine Roeser y otros (comps.), Handbook of Risk Theory: Epistemology, Decision Theory, Ethics, and Social Implications of Risk, Londres, Springer, 2012, pág. 731.
[18] Kahan y otros, «The Second National Risk and Culture Study», pág. 4.
[19] Dan Kahan, «Fixing the Communications Failure», Nature, 463, 2010, pág. 296; Dan Kahan y otros, «Book Review — Fear of Democracy: A Cultural Evaluation of Sunstein on Risk», Harvard Law Review, 119, 2006, pág. 1083.
[20] Kahan, «Fixing the Communications Failure», pág. 296.
[21] Rebecca Rifkin, «Climate Change Not a Top Worry in U.S.», Gallup, 12 de marzo de 2014; «Deficit Reduction Declines as Policy Priority», Pew Research Center for the People & the Press, 27 de enero de 2014; «Thirteen Years of the Public’s Top Priorities», Pew Research Center for the People & the Press, 27 de enero de 2014, <http://www.people-press.org>.
[22] Heather Gass, «EBTP at the One Bay Area Agenda 21 Meeting», East Bay Tea Party, 7 de mayo de 2011, <http://www.theeastbayteaparty.com>.
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