Seremos libres o seremos mártires (fragmentos)

Por Armando Hart Dávalos

Primera reunión entre la Sierra y el Llano, 17 de febrero de 1957. Foto: Cortesía del Archivo “Crónicas” de Armando Hart Dávalos

De la serie: «La unidad no es hija única»


Tomado de Aldabonazo. En la clandestinidad revolucionaria cubana 1952–58. Relato de un protagonista. Editorial Pueblo y Educación, 2007.


Desde el 10 de marzo veníamos sustentando que la dictadura sólo podía ser derrocada por una revolución popular. Sin embargo, la táctica de Fidel fue no plantear de inmediato la lucha armada, pues esta responsabilidad no debía recaer en los revolucionarios, sino en la tiranía. Los combatientes del Moncada acababan de ser amnistiados, por lo que no era lógico lanzar la consigna de insurrección.

A pesar de los obstáculos, Fidel trató de buscar soluciones pacíficas y políticas. Pero el gobierno cerró todas las puertas; impidió la celebración de un gran acto convocado para el 20 de mayo de 1955 en la escalinata universitaria. Asimismo se habló de que Fidel compareciera en un conocido programa político de la televisión llamado «Ante la prensa» y en el espacio radial «La Hora Ortodoxa», pero tampoco le fue permitido hacerlo.

Se comenzó a librar entonces la batalla política más importante: denunciar los crímenes cometidos el 26 de julio de 1953 y los días subsiguientes.

Aunque esta acusación no era un llamado a la Revolución, hacía más daño a Batista que la posición insurreccional. Sin convocar a la guerra, Fidel desmoralizó al enemigo, al punto de que un funcionario que había sido gobernador en la antigua provincia de Oriente, Waldo Pérez Almaguer, no quiso responsabilizarse con los crímenes horrendos del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953, e incitado por la apelación pública de Fidel se dispuso a confirmarlos.

No era fácil encontrar en La Habana un periódico capaz de reproducir estas revelaciones; sin embargo, el diario La Calle, tribuna popular dirigida por Luis Orlando Rodríguez, hizo la denuncia el 3 de junio de 1955. Fui con Fidel al local del periódico para ver cómo se confeccionaban las planas. El trabajo de Fidel, «¡Mientes, Chaviano!», se convirtió entonces en el cargo más importante contra la tiranía. Posteriormente, el gobierno prohibió la salida y circulación del citado diario La Calle.

En los días en que el pueblo esperaba la salida de los combatientes de las cárceles, salió al aire el espacio radial «La voz de los grupos doctrinales de la Revolución», del Partido Ortodoxo. En aquel programa realicé varias intervenciones para analizar la situación cubana. Así la describí en junio de 1955:

Los acontecimientos de los últimos días han venido a reafirmar al régimen en su tesis de violencia. Los hechos ocurridos en el escenario nacional en las dos últimas semanas, prueban cómo el gobierno sigue empecinado en el camino de la inseguridad y el desorden, el camino del abuso de poder. Los actuales gobernantes, consecuentes con su origen, han ido dando pasos para liquidar las esperanzas de paz que algunos sectores de la vida pública abrigaron después de la amnistía política.

La provocación de Río Chaviano a los combatientes del Moncada, los insultos de la prensa gubernamental con motivo de la respuesta de Fidel Castro, fueron los primeros pasos del régimen. El anuncio de Batista de que: «Se habían acabado los guapos en Yateras», puso ya de manifiesto, cómo el gobierno reaccionaba histéricamente frente al rechazo del pueblo. La muerte de Jorge Agostini fue la nota sombría y dramática de este proceso. Y, por último, la suspensión ilegal del valiente periódico La Calle, ha sido el punto culminante de la serie de arbitrariedades cometidas durante estos días.

El cuadro de la vida cubana no puede ser en este momento más dramático, ya que el régimen, puesto en la encrucijada de escoger entre ceder al impulso popular o proclamarse oficialmente en dictadura, ha decidido, como muchos esperábamos, que defiende mejor sus intereses lo segundo […] El informe policíaco al Tribunal de Urgencia y la orden de arresto dictada por éste contra numerosos ciudadanos, hacen crecer aún más el desconcierto, y son las semillas de la inseguridad que este gobierno ha ido sembrando.

Pero toda esta represión policíaca, no es otra cosa que la manifestación exterior de un proceso de debilitamiento del gobierno. Mientras más se tiene que apelar a la fuerza, menos fuerza se tiene. Es que en el fondo, los gravísimos problemas cubanos, la creciente crisis económica, los conflictos sindicales, el descontento unánime de la Nación, frente a las medidas y arbitrariedades del gobierno, tienen a los hombres que usurparon el poder, desconcertados, indecisos y hasta atemorizados. Mientras tanto tratarán de aprovecharse de los soldados para continuar empecinados en la gobernación del país.

[…] No ha habido régimen más reaccionario y más contrario a los Derechos del Hombre, que el de Fulgencio Batista […] En estos tres años no ha hecho otra cosa que darle características dramáticas a la grave situación cubana […] El descontento popular conducirá a un gobierno producto de la Revolución, que de verdad se enfrente a los problemas nacionales, como ordenara Martí: «Con las mangas al codo».

[…] Esta crisis que el gobierno agrava día a día con sus desaciertos y errores, debe exigir de todos los sectores de la población una muy cuidadosa atención y debe demandar de cada uno de nosotros el mayor de los sacrificios. Los efectos de la dictadura van a ir llegando más tarde o más temprano a cada uno de los cubanos directamente. Ayer fue Mario Fortuny, hoy Jorge Agostini, mañana podrá haber nuevos nombres en la ya larga lista de mártires del marzato. Ahora la crisis económica lesiona a las clases más necesitadas, pero mañana afectará también a todo el pueblo […]

Los efectos tenebrosos de la política oficial llegarán a todos, porque no se puede gobernar a un país con el pueblo en pleno en contra, sin que se lesionen los derechos y las garantías de todos los ciudadanos. Y jamás Cuba estuvo en peligros mayores […]

Más que nunca el pueblo debe estar unido, porque a cada medida gubernamental debe responder la ciudadanía en forma viril […] ¡Adelante, cubanos, que el futuro es nuestro! ¡Adelante, que frente a todos estos males se ha de imponer la Revolución Nacional!

Fidel tenía concebidos planes revolucionarios. En aquellos meses nos habló de la expedición y de la huelga general, de que había que constituir una dirección de apoyo a estos empeños; explicó que ella debía quedar integrada por los compañeros de diferentes tendencias que habían aceptado el plan. Nos informó que estaríamos Faustino Pérez y yo. Asimismo, mencionó los nombres de otros compañeros a los que más delante me referiré.

Una noche, semanas antes de su partida hacia México, se produjo una reunión en una casa situada en la calle Factoría. En esta ocasión, por primera vez, a través de un planteamiento de Fidel, conocí que la organización se denominaría Movimiento 26 de Julio. Allí quedó constituida la Dirección del Movimiento en Cuba e integrada de esta forma: Pedro Miret, Jesús Montané, Faustino Pérez, Heydée Santamaría, Melba Hernández, José Suárez Blanco, Pedro Aguilera, Luis Bonito, Antonio (Ñico) López y yo. Fidel señaló también que en Santiago contábamos con un compañero de grandes condiciones. Recuerdo que antes de que terminara la frase le dije: «Ése es Frank». Efectivamente, un compañero de tan extraordinarias condiciones en Oriente no podía ser otro que Frank País García.

El proceso de integración de la Dirección del Movimiento se caracterizó por la unidad. Nosotros proveníamos de otra organización y fuimos recibidos con amplio espíritu de colaboración. Desde el comienzo, Faustino y yo pudimos trabajar muy ligados a Pedro Miret, Ñico López, Jesús Montané, Haydée Santamaría, Melba Hernández y otros muchos compañeros.

La Dirección del Movimiento, constituida en 1955, y los cuadros más importantes agrupados a su alrededor en el trabajo clandestino, provenían esencialmente de dos vertientes de la Ortodoxia: los que habían participado en el Moncada; bajo el liderazgo de Fidel o que habían estado bajo su influencia política en el seno del Partido del Pueblo Cubano, y los que procedíamos del MNR, que por entonces estaba prácticamente disuelto y cuya bandera principal había sido Rafael García Bárcena. Estas corrientes políticas tenían su origen en el amplio movimiento de masas que había generado en el país Eduardo Chibás. Todos los compañeros de la Dirección constituida entonces en Cuba permanecieron fieles a la Revolución.

Desde Oriente fungía como tesorera María Antonia Figueroa. En esa provincia, el centro de todo el Movimiento era Frank País, quien tenía, como se ha explicado, una extensísima red clandestina en casi toda la región. Junto a Frank laboraban Vilma Espín, Julio Camacho Aguilera, Léster Rodríguez, Taras Domitro, Pepito Tey, Tony Alomá, Otto Parellada, Arturo Duque de Estrada, Enzo Infante, Agustín Navarrete, Carlos Iglesias y decenas de cuadros. En esta provincia era donde más había avanzado la organización.


La casa de Melba había sido visitada por Cayita Araújo y María Antonio Figueroa. Ellas se entrevistaron con Fidel y un grupo de nosotros (…) Durante la misma, Fidel esbozó el proyecto revolucionario que había concebido. María Antonia Figueroa se refirió a ese encuentro en una entrevista que la revista Santiago publicó:

[…] me reuní en la casa de Jovellar 107 –casa de la compañera Melba Hernández– con Fidel, Haydée Santamaría, Armando Hart, Jesús Montané y otros; es decir, los compañeros que formaban la incipiente dirección de lo que iba a ser, a partir de ese momento, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio.

En esta reunión, que duró aproximadamente entre siete y diez horas, Fidel nos expuso los lineamientos del Movimiento. Nos leyó la carta de despedida al pueblo de Cuba, puesto que ya él estaba próximo a partir al exilio de México para preparar la insurrección armada. Nos informó también del viaje que pensaba hacer a los Estados Unidos siguiendo la misma ruta que en el siglo pasado siguió José Martí […][1]

Otro lugar muy frecuentado por aquellos días eran las oficinas del Partido del Pueblo Cubano, en Prado 109. Hasta aquel sitio íbamos Faustino, Ñico, Pedro, Haydée, Montané, Melba y otros compañeros. Organizábamos reuniones, hacíamos labor de captación para nuestra causa, y salíamos discutiendo nuestras ideas por el Malecón hasta llegar a Jovellar.

Quiero dejar constancia de la infinita admiración que sentí por Ñico López, militante de filas de la Ortodoxia. Representó ante mis ojos lo más puro de su masa combatiente. Fue uno de los más valiosos cuadros que perdió el país en la lucha por su libertad. De origen muy pobre, era exageradamente alto y delgado, de ojos claros, sonrisa abierta, mano extendida. Su padre trabajaba cuando podía en el Mercado Único de La Habana. Si de Camilo dijo el Che que era la imagen del pueblo, de Ñico podría decirse lo mismo.

Antonio López, autodidacta que analizaba y discutía con pasión los problemas políticos, poseía una clara inteligencia y un finísimo instinto popular. Tenía un don especial para relacionarse con los demás y movilizarlos. Era un magnífico orador. En esa época pensaba que Ñico López había sido influido por el Partido Socialista Popular. Casi dos decenios después, en ocasión del vigésimo aniversario del asalto al Moncada, comenté con Fidel que Ñico ya era comunista en 1955. Se encontraba presente René Rodríguez, quien me dijo que fue el propio Fidel quien trasmitió estas ideas a Ñico.

Llevo con orgullo en mi memoria el hecho de que aquel joven de la Plaza de La Habana influyó poderosamente en mí y me hizo conocer lo que es una revolución popular. Parecía un personaje extraído del jacobinismo, de los comuneros de París, de los bolcheviques rusos. Era propiamente un hombre de partido, y de esos que saben ganarse el cariño de los demás y el apoyo de las masas. En cada acto o concentración pública que organiza la Revolución viene a mi mente aquel magnífico hijo del pueblo, su fe en Fidel y su increíble capacidad de agitación política.

Por Ñico López conocí que en Guatemala había estado un médico argentino de ideas comunistas, que él quería presentarle a Fidel. Era nada menos que Ernesto Guevara. Desde entonces lo admiré profundamente, y el recuerdo de Ñico está para mí muy unido a la imagen del Che.


La segunda reunión de la Dirección tuvo lugar con la presencia de Fidel en un nuevo local del Partido Ortodoxo, en la calle Consulado 24, que era frecuentado por muchas personas. A medianoche, se presentó la Policía por sus inmediaciones. Al parecer se acercó con el ánimo de hacer algunas detenciones, en el momento en que terminábamos nuestra reunión. Me impresionó el modo como Fidel habló con los guardias de batista. Les dijo «No hay problema, ya estábamos terminando, ya íbamos para nuestras casas». Lo hizo con naturalidad, como quien salía de una actividad legal en medio del gran movimiento que allí tenía lugar. Se comportó con total dominio de la situación.

Batista no tenía más salida que desencadenar con mayor violencia la persecución de los fidelistas, y esto fue lo que hizo. Corríamos el peligro de que asesinaran a Fidel, a Raúl y a otros moncadistas, pues había indicios de que estos planes ya estaban en marcha. Era aconsejable tomar el camino del exilio para organizar la expedición armada. Raúl se asiló en la embajada de México; iba a la capital azteca a preparar la continuación de la lucha. Fidel partió hacia el mismo destino por el aeropuerto de Rancho Boyeros, el viernes 7 de julio de 1955.


Bastaron dos escasos meses para que el jefe de la revolución pudiera formular nuevamente el planteamiento de la lucha armada. Cuando salió de La Habana señaló: «De este viaje no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies».


En el local de Consulado 24 se celebró una tercera reunión de la Dirección del Movimiento, ya sin la presencia de Fidel. Discutimos la distribución de las tareas entre nosotros, analizamos las acciones de apoyo al desembarco y las de promover la huelga general. también tratamos un punto referido a las elecciones que se efectuarían en la Juventud Ortodoxa.

Por su fuerza de masa nos interesaba que un cuadro del Movimiento 26 de Julio dirigiera la organización juvenil. El prestigio de Ñico López aconsejaba proponerlo para esta responsabilidad. Fue una discusión bastante movida. En principio parecía lo más aconsejable, pero luego Fidel nos orientó que lo más político sería reclamar de los dirigentes de la Juventud Ortodoxa que apoyaran la posición insurreccional y que se seleccionara a los dirigentes tradicionales, si ellos estaban efectivamente en esa disposición de ánimo.

Dada la fuerza que tenía nuestro Movimiento no creíamos que resultara lo mejor, pero estábamos equivocados; lo político era no mezclarse en lo que podía parecer una pretensión de situar al 26 de Julio en la dirección ortodoxa. Y así se decidió. En definitiva, nada sacábamos con tomar la jefatura de la Juventud Ortodoxa, cuando ya la fuerza del Movimiento era tal que no necesitábamos de esto.

En la táctica de Fidel se apreciaba el rechazo a las posiciones sectarias y cómo se situaba por encima de las contingencias inmediatas. Trataba de mantener el 26 de Julio al margen de las querellas internas de la Juventud Ortodoxa. La masa de esa juventud estaba con nosotros, de hecho se fue incorporando al Movimiento.

Fueron meses de intensa actividad. Por aquel tiempo, Fidel había lanzado la consigna de que en 1956 seríamos libres o seríamos mártires. Mientras tanto, los partidos tradicionales de la oposición seguían haciendo esfuerzos por llegar a un arreglo pacífico con Batista.


A raíz de haber viajado Fidel a México, nos llegó el «Manifiesto número uno», elaborado y suscrito por él. En este documento, el líder del Moncada ratificaba la posición insurreccional y subrayaba las medidas que en esencia ya habían sido expuestas en «La historia me absolverá». En un programa de quince puntos fijaba las primeras disposiciones que dictaría un gobierno revolucionario, y ése fue el que se instrumentó en los primeros meses de 1959. Trabajamos intensamente en la impresión del Manifiesto y en su distribución clandestina. Se convirtió en el vehículo para la organización de las células del Movimiento 26 de Julio, y se distribuyó de un rincón a otro del país.

http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/08/08/manifiesto-no-1-del-26-de-julio-al-pueblo-de-cuba/#.Xp7yB8hKjDc

Un tiempo después, en diciembre de 1955, Fidel lanzó el «Manifiesto número dos». Estos materiales eran un alegato político de clarísimo contenido revolucionario, y junto con «La historia me absolverá» serían la guía para la acción inmediata y el Programa de la Revolución Cubana.

A lo largo de este período, en México se preparaba la expedición, y en Cuba se trabajaba en los aspectos organizativos de apoyo al desembarco. Con esta finalidad debíamos ocuparnos de todas las tareas de la organización.

Otros acontecimientos ocuparon la atención del Movimiento por esa fecha; señalo aquí los más significativos:

Se convocó a una asamblea de representantes de la militancia del Partido del Pueblo Cubano, para debatir la línea política a seguir en aquellos instantes cargados de fermento revolucionario. Dada la fuerza que tuvo aquel encuentro, concurrieron al mismo los principales dirigentes del Partido.

Entre los que representaban a la organización partidista había grandes politicastros que estaban al servicio exclusivo de sus intereses bastardos, hombres honestos como Manuel Bisbé, y progresistas como Leonardo Fernández Sánchez. Estos últimos se identificaron con las posiciones de Fidel. En aquella asamblea, Ñico López, Faustino Pérez, Pedro Miret y yo recibimos la encomienda de plantear que la Ortodoxia aprobara formalmente la línea insurreccional.

La esencia del problema estaba en que había una gran masa de militantes presionando para que se tomaran decisiones revolucionarias. Ellos, con el apoyo de dirigentes honestos, exigieron que se aprobara formalmente la línea del 26 de Julio, es decir, de la Revolución.

El ambiente estaba caldeado. La Juventud Ortodoxa, que era nuestra principal aliada en el seno de la organización, tomaba cada día más fuerza. El prestigio de Fidel entre la Juventud y en las bases del Partido crecía, a tal punto que iba llenando en las mentes de muchos cuadros y militantes el vacío dejado por Edy Chibás.

En medio de una multitud de delegados, Faustino leyó la propuesta del Movimiento 26 de Julio, en la cual la Ortodoxia proclamaba la línea insurreccional.

El ambiente general del país, las raíces populares de la Ortodoxia, el prestigio de Fidel y la acción de una vanguardia lograron que las posiciones del 26 de Julio fueran aprobadas en aquella reunión. Ésta fue la última vez en que estuvieron presentes todos los factores que componían el Partido Ortodoxo. Las bases del Partido y su Juventud habían superado a sus dirigentes tradicionales.

El que hubiera estado en contra de esta propuesta habría sido rechazado. Los politicastros moralmente eran muy flojos y resultaban los únicos enemigos reales allí. Obraban con demagogia y fueron sorprendidos en una posición que no preveían, ya que decían apoyar la línea insurreccional, y como ésta fue planteada de manera oficial, no les quedó otra posibilidad que aceptarla formalmente. Para los politicastros de la Ortodoxia no existía otra alternativa, o se unían a Batista o se sumaban a la Revolución. Había surgido una dirección capaz de transformar y desarrollar las ideas más puras de la Ortodoxia.

Fidel señalaba que el 26 de Julio era el instrumento revolucionario de la Ortodoxia. Sin embargo, sabía que ni el Partido del Pueblo Cubano, ni aun los organismos de su Juventud, servían para ejecutar la línea insurreccional, porque estaban incapacitados para desarrollar la Revolución.

Los mejores hombres de filas de las masas ortodoxas se habían unido al 26 de Julio, ya situado a la cabeza del movimiento popular. Así, Ñico, Faustino, Pedro y yo, en nombre del 26 de Julio, presenciamos la defunción del Partido, de cuyas filas juveniles y mejores cuadros de base se integraría la estructura esencial del Movimiento 26 de Julio. Es válido subrayar que aunque dejó de existir, nunca abandonamos sus ideales.

Juan Manuel Márquez, el más destacado dirigente revolucionario de la Ortodoxia, desarrolló un estrecho contacto con Fidel y llegó a convertirse en uno de sus más íntimos colaboradores. Trabajó junto a él en México y en los Estados Unidos; vino en el Granma, y cayó heroicamente a raíz del desembarco.

Otros miembros de la dirección ortodoxa, muy identificados con nosotros en esa época, fueron Luis Orlando Rodríguez, Conchita Fernández, Vicentina Antuña, Manuel Bisbé y Leonardo Fernández Sánchez, entre otros.


Pero los partidos tradicionales de la oposición tenían todavía fuerza para convocar a un gran acto público, al cual acudimos todos porque allí sí concurrió el pueblo. Éste fue el famoso acto de la Plaza de los Desamparados del Muelle de Luz, organizado bajo la rectoría del veterano de la Guerra de Independencia don Cosme de la Torriente,[2] quien ya, se había convertido en una carta política para los partidos tradicionales de la oposición.

Para recibir orientaciones acerca de lo que debíamos hacer en este acto y valorar otras cuestiones de interés político, viajé a los Estados Unidos a entrevistarme con el jefe del Movimiento. Allí se encontraba en un recorrido por distintas ciudades, haciendo labor de captación entre exiliados y emigrados.


Ya en Miami, Fidel me habló de temas económicos y de medidas programáticas que se movían en el marco de los documentos citados.

Entonces le planteé la situación existente en cuanto a la unidad de la oposición y acerca de las gestiones que venían haciendo al respecto don Cosme de la Torriente, José Miró Cardona[3] y otros dirigentes. Fidel me encomendó que hablásemos con don Cosme y le pidiéramos que en el acto del Muelle de Luz se retransmitiera una alocución suya que él grabaría. Se suponía que el del Muelle de Luz iba a ser un acto de unidad.

A mi regreso, Haydée y yo nos reunimos con don Cosme en su oficina de La Habana Vieja. El encuentro fue propiciado por Miró Cardona y en él participó también Pelayo Cuervo Navarro.[4]

Fue una situación molesta. Don Cosme tomó la palabra y no nos dejó hablar. Para intentar decir algo y no «interrumpirlo irrespetuosamente» iniciaba mis argumentos con las palabras «Venerable patriota…», pero el abismo que nos separaba impedía todo diálogo. Llegó a afirmar que Fidel debía organizar su propio acto porque el del Muelle de Luz tenía fines distintos a los que perseguía el Jefe del Movimiento 26 de Julio. Y don Cosme tenía razón…, Pero lo que no sabía era que Fidel Castro, poquísimos años después, organizaría los actos políticos más grandes de toda la historia de Cuba y de América.

El acto del Muelle de Luz tuvo lugar el 19 de noviembre de 1955 y concluyó, según el decir criollo, como «la fiesta del Guatao». Grupos auténticos desencadenaron agresiones contra los militantes revolucionarios que lanzábamos la consigna «Revolución». Este hecho prácticamente nos dispersó. De allí salí con Haydée y otros compañeros para reunirnos en casa de Melba y comentar los acontecimientos.


Como era de esperar, Batista no aceptó la presión y convocó a don Cosme a Palacio para discutir. Éste llegó ante el dictador con pretensiones de plantear sus requerimientos, pero no pudo hablar. El cacique del 10 de marzo lo envolvió con sus palabras y lo trató de «manera deferente». Al salir de la «mansión presidencial», don Cosme y lo que él representaba estaban totalmente vencidos.

Me contó José Miró Cardona, presente en la entrevista, que la situación resultó bastante penosa. Miró Cardona salió de aquella reunión avergonzado de que Batista maniobrara de esa forma con el veterano. Lo que sucedió fue que don Cosme de la Torriente representaba propiamente a la «burguesía» que no podía dirigir en Cuba ninguna revolución, porque no tenía fuerza real.


En el Muelle de Luz se selló el epitafio de los partidos tradicionales.


A partir de este momento, la oposición a Batista se desunió para siempre y quedó pendiente de los dictados de la tiranía o de las consecuencias de una revolución verdadera.

Días después viajé a la provincia de Camagüey con el propósito de intervenir junto a otros oradores en una importante velada que había organizado la Asociación de Estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza de esa ciudad, cuyo presidente era Jesús Suárez Gayol.[5] En aquel acto conmemorábamos el 27 de Noviembre de 1871 y develamos un retrato de Abel Santamaría.

Por esa misma fecha hablé en un programa radial que se trasmitía a las siete de la noche, dirigido por Jorge Enrique Mendoza, quien también se había incorporado al Movimiento Revolucionario 26 de Julio, junto a lo mejor de la juventud camagüeyana, desde las filas del Partido Ortodoxo.


La vorágine de los grandes acontecimientos que bajo el aliento y la dirección de Fidel se gestaron en la década del cincuenta, marcaron para siempre su vida y su entrega; y no era de los que estaban dispuestos a hacerlo una parte del tiempo, sino siempre.

Cándido González, promotor también de aquella velada, pertenecía a esa misma estirpe de hombres. Entusiasta, inteligente, organizador infatigable, poseía una gran influencia en la juventud de Camagüey. Fue el más importante combatiente del Movimiento que, proviniendo de la Juventud Ortodoxa en las provincias, se integró al propósito de ser «libres o mártires» en 1956. Era un genuino representante de la Generación del Centenario. Viajó a México, donde se convirtió en un valiosísimo auxiliar de Fidel. Murió tras el desembarco del Granma, pudo haber sido uno de los dirigentes políticos más importantes de la Revolución.

Jesús Suárez Gayol, Jorge Enrique Mendoza y Cándido González se quedaron grabados en mi memoria como lo más puro de la juventud agramontina, desde los tiempos anteriores al 2 de diciembre de 1956.


A fines de diciembre de 1955, estallaron huelgas azucareras y se extendió un movimiento de «ciudades muertas», pues se pretendía alcanzar reivindicaciones laborales muy vinculadas a intereses de diversas capas de la población, en el interior del país. Como resultado, se engendró un poderoso proceso de masas, la FEU concentró cuadros en las diferentes provincias y las huelgas obreras unidas a las «ciudades muertas» adquirieron un carácter inevitablemente político y de enfrentamiento al gobierno. Pensé que estábamos en vísperas de un estallido de huelgas generalizado, pero la tormenta se disipó y seguimos trabajando en los preparativos del Granma y el 30 de Noviembre. Confiábamos en que íbamos a iniciar en el año 1956 el proceso de lucha armada.


Sólo la revista Bohemia, en el año 1956, publicó varios trabajos de Fidel: «Frente a todos» (respuesta al artículo «Cuba no es de Fidel»), «La condenación que se nos pide», «El Movimiento 26 de Julio» y «Basta ya de mentiras».[6]

Por esos días, el tirano Trujillo, de Santo Domingo, entró en contradicción con su amigo Batista, y se habló de una conspiración trujillista apoyada por grupos militares a los que llamaban tanquistas.[7] Se trataba de los peores personeros de la camarilla militar batistiana.

Bohemia hizo una encuesta para conocer el criterio que sobre la conspiración trujillista tenían los distintos sectores de la opinión pública. En esa oportunidad, me pidieron una declaración en nombre del Movimiento 26 de Julio, que fue publicada el 25 de marzo de 1956 (…)


Como se narra en un editorial del periódico Aldabonazo,[8] en abril de 1956 un grupo de oficiales de academia, imbuidos de ideas democráticas, organizó una conspiración contra la tiranía. El martes 3 de abril fue abortada y se iniciaron los arrestos. El coronel Ramón Barquín López, agregado militar en Washington, encabezó la larga lista de detenidos, que incluyó, entre otros, al teniente coronel Manuel Varela Castro, al comandante Enrique Borbonet Gómez, también a varios capitanes y al entonces teniente José Ramón Fernández.


La oficialidad implicada tenía gran prestigio dentro de los institutos armados, pues el factor cultural los movía. Se proponían no un simple cambio militar, sino el reordenamiento institucional de la nación al pretender restablecer los principios de la Constitución de 1940. La conspiración tuvo una gran trascendencia y causó enorme impacto en la ciudadanía.

El 29 de abril de 1956 se produjo el ataque al cuartel Goicuría, de Matanzas. Un grupo de jóvenes de diversas afiliaciones políticas atacó al cuartel; de ellos seis murieron en la infructuosa batalla, nueve cayeron prisioneros y fueron asesinados. Todo terminó en una tragedia porque el régimen conocía los planes. Por parte de la Dirección del Movimiento 26 de Julio, Pedro Miret, Faustino Pérez y yo, coincidimos en que había que tratar de convencer a los compañeros de no llevar adelante la acción. Faustino fue a Matanzas para tratar con ellos el tema, pero no los encontró. Escribieron otra página heroica en nuestra historia.

Como sabíamos lo que iba a ocurrir, un grupo de nosotros se sumergió en la clandestinidad absoluta. Nos encontrábamos en casa de una amiga, entre otros, Faustino, Aldo Santamaría, Mario y Bebo Hidalgo, Haydée y yo, cuando para nuestra sorpresa apareció José Antonio Echeverría, quien venía con el idéntico propósito de resguardarse. Los dueños de la casa eran tan amigos de nosotros, los del 26, como de los compañeros del Directorio.

Fueron días de ascenso revolucionario. En la medida en que más intenso resultaba nuestro trabajo establecíamos relaciones con un mayor número de personas (…) Sentíamos un respaldo creciente del pueblo; íbamos internándonos lentamente en la clandestinidad.


(…) el gobierno de Batista se movía para operar contra Fidel. Meses antes del Granma, cuando se avanzaba en los preparativos de la expedición, el líder del Movimiento y varios compañeros más fueron arrestados por las autoridades mexicanas. Entonces se hizo sentir la hospitalidad de ese país. Lázaro Cárdenas se interesó por la situación de él y sus compañeros y los ayudó en aquellas complejas circunstancias. Más tarde fueron liberados.


Durante esos meses se sucedieron otros hechos políticos que también tuvieron una gran significación. La Carta de México, suscrita por Fidel y José Antonio Echeverría el 31 de agosto de 1956,[9] fue para nosotros una noticia extraordinaria. Recuerdo haber leído en grandes titulares en el antiguo periódico El Mundo, el 2 de septiembre de 1956: «Revelan pacto de la FEU con Fidel Castro. Firmado en México. Propugnan la insurrección contra el gobierno, secundada por una huelga general».

http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/08/08/manifiesto-no-1-del-26-de-julio-al-pueblo-de-cuba/#.Xp7yB8hKjDc

Sentíamos que algo totalmente nuevo nacía, que el mundo de la politiquería y de los partidos tradicionales se derrumbaba. Teníamos absoluta confianza en el futuro.

La organización del Movimiento seguía avanzando en todo el país, al punto de que en las semanas anteriores al Granma no había municipio o rincón que dejara de tener su dirección y célula clandestinas. La existencia de una sólida estructura, desde antes del desembarco, fue un elemento que luego alcanzaría gran importancia cuando, en los años 1957 y 1958, las acciones de sabotaje, sumadas al trabajo de resistencia y apoyo a la guerrilla, se convirtieran en la principal tarea del 26 de Julio en el Llano. No había provincia que no fuera recorrida por alguno de nuestros principales dirigentes. Yo, personalmente, las visité casi todas durante esos meses. Organizábamos células, hacíamos labores de propaganda y finanzas y establecíamos contactos para estructurar los grupos de acción.

Trabajé intensamente en La Habana campo y en la provincia camagüeyana. Recorrí varias veces esa región con Cándido González; otros de nuestros contactos principales allí eran Raúl García Peláez y Calixto Morales.

En distintas ocasiones visité la provincia de Matanzas con Aldo Santamaría, quien fungía como coordinador del Movimiento en la región yumurina. Él trabajaba en la Rayonera y desde allí mantenía los nexos con los municipios. En esa provincia laboraban, entre otros, Manuel Piñeiro y Ricardo González (el Maestro). También por esa época viajé a Santa Clara, donde me relacioné con Quintín Pino Machado, Margot Machado, Allan Rosell, Guillermo Rodríguez, Santiago Riera, Osvaldo Rodríguez y Enrique Oltusky. La familia Pino Machado constituía un importante núcleo conspirativo, a través del cual el Movimiento establecía contacto con todos los municipios villareños.

En La Habana campo me relacioné con los municipios por medio de Héctor Ravelo. En Pinar del Río, nuestros contactos más estrechos se establecían entonces con Pancho González, José (Pitute) Arteaga, Juan Palacio, Luisín Fernández Rueda y otros.

Estos trajines tenían lugar a diario en las distintas provincias. Así pude conocer a centenares de hombres y mujeres del pueblo; muchos de ellos ocuparon puestos de vanguardia en la lucha insurreccional. Entre nuestros compañeros, la gran cantera la constituía la gente joven, movida por ideas de libertad, de progreso y de justicia social, que sentían la necesidad de un cambio revolucionario profundo. Fueron muchos también los viajes de compañeros a México y diversas las reuniones de la Dirección Nacional.

Antes del Granma y del 30 de Noviembre elaboré un documento que se publicó en los órganos clandestinos del Movimiento, que tras el triunfo fue reproducido en el semanario Lunes de Revolución titulado «Justificación de la Revolución y estrategia frente a la dictadura». Ésa era nuestra plataforma de ideas.

Con ese espíritu, Haydée y yo marchamos a la región oriental del país, en noviembre de 1956.


Notas:

[1] El texto íntegro de la entrevista puede ser consultado en la revista Santiago, junio-septiembre de 1975.

[2] Torriente, Cosme de la (1872–1956). Coronel en el Ejército Libertador que peleó por la independencia de nuestra patria. Devino prominente Juez y político en la república neocolonial establecida bajo la ocupación estadounidense. Durante la dictadura de Batista fue un notable representante de la oposición burguesa que formó parte de la Sociedad de Amigos de la República.

[3] Miró Cardona, José (1902–1974). Destacada figura de la oposición burguesa contra Batista en la década de 1950. Fue el primer ministro de Cuba desde el 5 de enero hasta el 13 de febrero de 1959, cuando resultó remplazado por Fidel Castro. Subsecuentemente fue embajador ante España. En el mes de julio renunció al cargo y abandonó el país en noviembre. Con posterioridad en marzo de 1961, se convirtió en el presidente del recién creado Consejo Revolucionario Cubano, creado a iniciativa de la CIA, para que sirviera de «gobierno provisional» luego de la invasión de Bahía de Cochinos.

[4] Cuervo Navarro, Pelayo (1901–1957). Dirigente del Partido Ortodoxo. Después del golpe de Estado de Batista de 1952 apoyó el ala del partido que propugnaba un golpe militar para derrocar al tirano. El 13 de marzo de 1957, luego del ataque contra el Palacio Presidencial por el Directorio Revolucionario, fue apresado por policías de La Habana y resultó brutalmente asesinado por los esbirros del dictador.

[5] Destacado combatiente del Movimiento 26 de Julio que participó en la lucha revolucionaria. Cayó heroicamente junto al comandante Ernesto Che Guevara, en las selvas de Bolivia.

[6] Los artículos citados se encuentran en los números de la revista Bohemia, correspondientes a ene. 8, mar. 11, abr. 1 y jul. 15 de 1956, respectivamente.

[7] Tanquistas fue el nombre que se le dio a un grupo de oficiales del ejército que en un principio habían apoyado el golpe de Estado de Batista; pero que finalmente abogaron por eliminar hasta el más mínimo recurso constitucional con el que el tirano trataba de camuflar su dictadura militar. Estuvieron en colaboración con el régimen de Trujillo y obtuvieron armas por esa vía. Los tanquistas conspiraron para derrocar a Batista mediante un nuevo golpe de Estado, no obstante conforme se acentuó la lucha de las fuerzas rebeldes pactaron nuevamente con el dictador.

[8] Nombre del órgano oficial del Movimiento 26 de Julio en su primer número. Luego cambió su nombre a Revolución. Según Armando Hart, la militancia del Movimiento y de manera especial las Brigadas Juveniles capitaneadas por Ñico López asistían a los actos políticos a lanzar la consigna, nacida en el acto del Muelle de Luz: «Revolución, Revolución, Revolución». «Ya se nos identificaba públicamente con esta frase, por lo que decidimos cambiarle el nombre a nuestro periódico por el de Revolución» (Armando Hart. Aldabonazo…, p. 103). En palabras de Enrique Oltuski: «Así se llamó el primer número, pero los siguientes se llamaron Revolución, en una decisión medio por la libre de Franqui» (Enrique Oltuski. Gente del llano. Ediciones IMAGEN CONTEMPORÁNEA, La Habana, 2000. p. 94. Nota de La Tizza.

[9] Juan Nuiry sostiene que la Carta de México se firmó el 29 de agosto de 1956. Ver Nuiry Sánchez, Juan. Tradición y combate. Una década en la memoria. Ediciones IMAGEN CONTEMPORÁNEA / Editorial Félix Varela, La Habana, 2007.


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