«De nuestros sueños no hay quien nos arranque»

Por Fidel Castro Ruz

Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del gobierno revolucionario, en la concentración celebrada en Pinar del Río, el 20 de mayo de 1960


Pinareños:

Hace algo más de un año se efectuó en esta ciudad la primera concentración después del triunfo revolucionario; fue, si mal no recuerdo, en el mes de enero del año pasado. Es esta, pues, la segunda concentración a la que he tenido la oportunidad de asistir; hay una a la que falté, estaba por la provincia de Oriente y no tuve posibilidad de asistir. Pero en esta ocasión, a pesar de que no se había anunciado mucho y a pesar de que todos nosotros tenemos un gran trabajo, no me quise perder esta concentración del pueblo de Pinar del Río.

No solo han transcurrido algunos meses, sino que han ocurrido muchas cosas en nuestra patria desde entonces. No se había hecho todavía la primera ley revolucionaria, la obra de la Revolución apenas había comenzado. En aquella ocasión existía solamente la fe del pueblo, el pueblo tenía fe, el pueblo creía; en aquella ocasión celebrábamos la hora de la libertad; en aquella ocasión nosotros acabábamos de llegar de la guerra; en aquella ocasión comenzaba nuestro pueblo, después de siete largos años de terror, a respirar la tranquilidad, la seguridad y la alegría que la Revolución le trajo. En aquellos momentos la alegría no era como hoy, aquella era una alegría que obedecía a aquel sentimiento de los que nos habíamos quitado algo de encima. Para las madres y los padres, era como si se les hubiese quitado el temor por la muerte de sus hijos; al campesino le habíamos quitado el guardia rural, se lo habíamos quitado de encima con machete y todo: al estudiante y al obrero en la ciudad les habíamos quitado a los policías de la tiranía, al pueblo le habíamos quitado los revolucionarios — es decir, el propio pueblo, y es más correcto decir el pueblo — se había librado de esbirros, chivatos y toda aquella pandilla de criminales y malvados que nos hacían vivir en el terror, que nos hacían vivir en medio del peligro y del horror. Esa era la alegría de aquella ocasión, la alegría de un pueblo que se ha quitado algo de encima que le pesaba mucho.

«La alegría de hoy es la alegría de un pueblo por lo que ha ido creando»

Es posible que poco a poco lo vayamos olvidando, y es natural; es natural que nos acostumbremos a vivir libres y nos parezcan cada vez más lejanos aquellos días. Ya apenas si nos alegramos por las mismas causas que nos alegrábamos hace un año, porque otras alegrías han venido a sustituir la alegría de ayer. La alegría de hoy es la alegría de un pueblo por lo que ha ido creando; la alegría de hoy no es solamente por lo que nos hemos quitado de encima, sino por lo que hemos hecho después del triunfo de la Revolución; la alegría de hoy es también, en parte, porque nos hemos quitado muchas cosas de encima, porque nos hemos quitado de encima, por ejemplo, muchos privilegios y muchos abusos. Primero había que vencer a los esbirros, después había que vencer a los intereses de los poderosos, y todavía nos quedan por vencer a poderosos adversarios y enemigos.

Hoy no nos alegramos de una esperanza o de una promesa; hoy nos alegramos de una realidad y de algunos sueños que se han cumplido. Y, sin embargo, hay un hecho que debemos considerar, y es que hoy hay aquí más pueblo que en aquella primera concentración. Y eso es por algo. A los hombres que han venido aquí no se les han dado premios para venir aquí, no están aquí como en tiempos pasados iban algunos a los actos públicos, porque les hubiesen dado, o les hubiesen ofrecido algo; los hombres y mujeres que están aquí han venido de una manera absolutamente espontánea y gustosa.

Antes algunos políticos reunían algún pueblo; eran, en muchas ocasiones, ciudadanos obligados a asistir a los actos, obreros que trabajaban en obras públicas, a los que obligaban a asistir a cualquier concentración, empleados públicos, y el que no asistiera corría el riesgo de perder su trabajo.

Por eso, lo que importaba para nosotros hoy era algo más que el número de ciudadanos que se había reunido; había algo todavía más digno de tomarse en cuenta, y era el entusiasmo de los hombres y mujeres que aquí se han reunido, los rostros de los hombres y las mujeres que aquí se han reunido, la alegría y la fe de los hombres, las mujeres, los niños y las niñas, los jóvenes y los ancianos que aquí se han reunido; porque eso vale mucho más todavía que el número, porque eso es lo que más dice y eso es lo que más nos alienta. Y esa es la expresión de un hecho: que la Revolución se está haciendo y que el pueblo reconoce la obra de la Revolución.

Si hoy hay más cubanos aquí que la vez anterior, es porque la Revolución ha estado sirviendo al pueblo. Si la Revolución no estuviese cumpliendo sus fines, este año habría menos ciudadanos en esta concentración; si la Revolución no hubiese llenado las aspiraciones de nuestro pueblo, si la Revolución no hubiese cumplido, si la Revolución no hubiese marchado hacia adelante, hoy no habría más ciudadanos que ayer, porque hoy no se está por aquella alegría del triunfo del Primero de Enero; hoy se está por una obra que se está realizando. Y los pueblos responden a los hechos, los pueblos no responden a las palabras; ¡los pueblos responden a los hechos! Y nuestro pueblo había sufrido muchas defraudaciones, nuestro pueblo se había hecho ilusiones muchas veces; y cuántas veces el pueblo albergó una esperanza, cuantas veces nuestro pueblo forjó una ilusión, no tardó mucho en sufrir; cuántas veces se hizo de alguna esperanza, no tardó mucho en perderla, porque muchas veces traicionaron a nuestro pueblo.

Ustedes, los que están aquí reunidos, son en gran parte campesinos, son en gran parte obreros de la ciudad, estudiantes, hombres y mujeres humildes del pueblo; y ustedes recuerdan cuánto tiempo se oyó hablar en Cuba de reforma agraria. Y hablar, se hablaba; todos los demagogos y los politiqueros hablaban de reforma agraria. Durante muchos años, se hablaba del pobre guajiro, y empleaban esas palabras: «el pobre guajiro», «el olvidado guajiro», que lo explotaban con los contratos de aparcería, que no eran dueños de su tierra, o que no tenían tierra donde trabajar, o que no tenían trabajo, o que no tenían escuelas, o que no tenían crédito, o que le cobraban un interés muy alto, o que le cobraban el abono al doble de precio, o que no le pagaban los precios mínimos que marcaba la ley, o que los especuladores controlaban el tabaco, o que los políticos se robaban el fondo de la caja de estabilización, o que las mercancías eran caras y se especulaba con los artículos de primera necesidad, o que se cometían muchos abusos en el campo, o que la guardia rural les daba plan de machete a los obreros y a los campesinos, o que los ministros se robaban el dinero de las escuelas y el dinero de los hospitales, o que el señor fulano de tal se compró una finca de 300 o 400 caballerías con el dinero que le había robado al pueblo; o que el señor fulano de tal era dueño de la península de Guanahacabibes; o mengano, dueño de la mitad de la cordillera de la Sierra de los Órganos; o que el contrabando entraba por La Coloma, o entraba por La Esperanza, o entraba por Mariel, o entraba por Cabañas; o que el bolitero tal se había hecho rico, que había tantos botelleros.

Y todo el mundo se acuerda de aquel pasado, todo el mundo se acuerda de aquellos días. Venían los políticos, ¿y a qué venían? Venían los políticos, ¿y qué nos ofrecían? Llenaban las paredes de letreros, llenaban los postes y las palmas de pasquines. No venían con un sombrero de yarey, venían con un sombrero de jipi-japa; no venían en compañía de hombres vestidos de verde, venían del brazo de hombres vestidos de amarillo. Traían mucho dinero en sus carteras, traían muchos adulones en su corte de acompañantes.

«Era siempre la misma burla, era siempre la misma mentira, era siempre la misma estafa»

¿Y cuántos años no estuvieron ofreciendo? ¿Cuántos años no estuvieron prometiendo? ¿Cuántos años no estuvieron dándose golpes de pecho? ¡Y tan descarados, que se presentaban año tras año, elección tras elección, reorganización tras reorganización, y era siempre la misma cosa, era siempre la misma burla, era siempre la misma mentira, era siempre la misma estafa!

¿Y cómo nos iban a hacer creer que los males de la república podían resolverse? ¿Y cómo es que llevaban al pueblo a las reuniones? ¿Y qué esperanza cierta podía haber tenido el pueblo de Cuba de resolver alguna vez aquellos males por esos caminos? ¿Qué esperanza, mientras existiera aquella institución que se llamaba ejército, armado hasta los dientes, que jamás habría estado dispuesto a renunciar a sus privilegios, y que siempre había estado al lado de los enemigos del pueblo y al lado de los intereses enemigos de la patria? ¿Qué esperanza de resolver aquellos problemas mientras había aquel ejército intocable, aquel ejército poderoso contra el cual ningún político se habría atrevido a esgrimir, no ya balas, ni siquiera palabras? ¿Qué esperanza de aquellos charlatanes inmorales podían abrirle paso a nuestro pueblo? Porque aquí se trataba de abrir paso, y abrir paso en medio de una muralla de fusiles que apuntaban hacia el pueblo, y de abrirse paso en medio de una muralla de intereses. Porque aquí el guajiro o el obrero no contaban para nada; aquí contaba el que venía vestido de dril cien, en un cadillac largo, largo; aquí contaba el dueño de las grandes fincas, aquí contaba el coronel, o contaban los generales, aquí contaban los políticos. Y esos eran los amos todopoderosos de la economía del país.

Aquí un guajiro sudoroso con sombrero de yarey, o un trabajador con su camisa de trabajo, no contaban para nada; ante él no se inclinaba nadie, ante él no guardaba consideración nadie. Contaban aquellos que iban una vez a la semana; y si saludaban al que trabajaba en sus fincas, lo hacían como quien prodigaba un favor, como a quien había que agradecerle si algún día se dignaba tocar con sus finas manos las manos encalladas de los trabajadores de sus fincas. Ese venía y recogía; el otro vivía allí, lo hacía todo y no recogía nada.

Pero si de aquellas ganancias pagaban algunos impuestos, que se suponía que eran para escuelas o para hospitales, aquello se quedaba en manos de los políticos o de los militares. ¿Y qué le tocaba al pueblo? ¿Qué le ha tocado al pueblo durante estos 50 años, como no hayan sido las miserias? ¿Qué le ha tocado al pueblo que trabaja? ¿Qué le ha tocado al pueblo que produce? ¿Cuántos hijos de campesinos y de obreros fueron a las universidades? ¿Cuántos hijos de campesinos y obreros tenían un médico al alcance de su mano? ¿Y qué tenía que hacer aquel campesino, o aquel trabajador, cuando un hijo se le enfermaba? ¿Qué tenía que hacer, si no vender hasta las gallinas de la casa? ¿Qué tenía que hacer el obrero, si no ir a parar en manos del garrotero, e hipotecar su sueldo a un ciento por ciento de interés?

¿Qué recibía el pueblo? ¿Qué le dieron al pueblo, al pueblo que lo producía todo, al pueblo que trabajaba, al pueblo que creaba? ¿Qué le dieron al pueblo? ¿Qué le dejaron al pueblo? ¿Cuántas escuelas pusieron en nuestros campos? ¿Cuántos maestros, cuántos libros repartieron? ¿Cuántos caminos construyeron? ¿Cuántos barcos les dieron a los pescadores? ¿Qué hicieron por el pueblo que todo lo producía y todo lo creaba?

Si era un cosechero de tabaco y le prestaban dinero, le cobraban el 7 %, o el 8 %, o el 10 %, o el 15 %, o el 20 %; además, le vendían el abono, y le daban abono con tierra; además le compraban el tabaco por debajo del precio que marcaba la ley; además, le pesaban mal el tabaco; y además, le quitaban la tercera parte del tabaco. Pero además, le vendían las mercancías caras; además, lo sometían al miedo y al terror; además, lo amenazaban, y ya sabían los campesinos lo que les esperaba si trataban de organizarse para reclamar algún derecho; ya sabían los campesinos lo que les tocaba si protestaban contra todo aquello.

Y así estuvieron saqueando al pueblo durante 50 años, los saquearon a ustedes, saquearon a los padres de ustedes y saquearon a los abuelos de ustedes. Así, tan tranquilamente, como si se tratase de una cosa correcta, como si se tratase de una cosa buena.

«Los hijos de ustedes en muchos casos, ni siquiera poner sus nombres»

Y mientras tanto, los hijos de ustedes no podían ir a las escuelas, los hijos de ustedes no podían ir a las universidades, los hijos de ustedes en muchos casos no podían ni siquiera aprender a poner su nombre. Los estaban preparando para algo. ¿Saben para qué? Para seguirlos saqueando. ¿Por qué se iban a interesar en poner escuelas? ¿Por qué se iban a preocupar de que los campesinos aprendieran? ¿Por qué se iban a preocupar de que los campesinos adquiriesen una cultura? ¿Por qué se iban a preocupar de que los campesinos comprendieran? ¿Qué es lo que les convenía a los que llevaban la tercera parte de todos los frutos, y cobraban el 20 % de interés, y pesaban mal el tabaco, y pagaban por debajo de la ley, y vendían abono mezclado con tierra? ¿Qué les iba a convenir? ¿Que ustedes aprendieran? ¿Que el pueblo permaneciera en la ignorancia? ¡Sí, porque era la única forma, la única forma de mantener aquella explotación, desde los bisabuelos hasta los tataranietos, y así sucesivamente!

¿Habría el pueblo aceptado todo eso, si hubiesen tenido conciencia del abuso que estaban cometiendo con él? Había casos de campesinos que hasta se creían obligados a agradecerle a aquel señor que les diera un pedazo de tierra, que les quitara la tercera parte, les cobrara el 20 %, les pesara mal, les pagaba menos de lo que le señalaba la ley, les vendiera, además, las posturas al doble de lo que costaban, y además de todo eso, les vendiera abono con tierra.

Había campesinos que se creían obligados a sentir gratitud por aquel señor. ¿Por qué? Porque no tenía conciencia de la explotación de que era víctima, no tenía el pueblo conciencia de su fuerza, los ciudadanos se encontraban en la calle unos con otros, y se lamentaban, unos con otros, y se quejaban, unos con otros, y decían: «Aquel es un ladrón, aquel es un desfalcador, aquel es un explotador; me pagaron tanto por la cosecha, me llevaron tanto». Pero el campesino, el obrero, el estudiante y el trabajador intelectual, las personas que se sentían indignadas por estas cosas, hablaban, y todo el mundo hablaba; sin embargo, todo seguía igual.

El pueblo no tenía conciencia de su propia fuerza, el pueblo no sabía lo que eran esas milicias de obreros organizados, esas milicias de campesinos organizados, esas milicias de estudiantes organizados, esas milicias de mujeres organizadas, esas milicias de niños organizados; el pueblo no sabía de lo que era capaz el propio pueblo, el pueblo no sabía que de sí mismo podía sacar soldados más valientes y mejores combatientes que aquellos que mantenían a nuestro pueblo en el terror; el pueblo no tenía conciencia de su propia fuerza, y por eso unos pocos, un puñado de militares, más un puñado de politiqueros, más un puñado de intereses económicos, un puñado de ciudadanos que representaban esos intereses, mantenían en esa situación a la inmensa mayoría del pueblo, porque el pueblo no tenía conciencia de su propia fuerza.

Si el pueblo hubiese tenido conciencia de su propia fuerza, si el pueblo hubiese tenido conciencia de lo que podía hacer revolucionariamente, si el pueblo hubiese tenido conciencia de lo que podía hacer rebelándose, no habría perdurado aquel abuso y aquella explotación desde nuestros abuelos, desde nuestros bisabuelos, desde nuestros tatarabuelos, hasta hoy, como había perdurado. Si el pueblo hubiese sabido de lo que era capaz, si el pueblo se hubiese visto con fusiles, como han marchado hoy; si esos campesinos se hubiesen visto con esos rifles, si esos trabajadores y estudiantes se hubiesen visto con esos rifles, si esas mujeres y esos jóvenes se hubiesen visto con esos rifles, si se hubiesen imaginado desfilando un día como hoy, hubiesen comprendido lo que era su fuerza cuando, en vez de dividirse como estaba dividido el pueblo, haciendo grupos detrás de cada demagogo, detrás de cada politiquero, detrás de cada camarilla hubiese comprendido la fuerza que había en la unión del pueblo, y no en aquella división absurda en que iban con unos libritos e inscribían a unos campesinos en el partido liberal, y a otros campesinos en el partido conservador, y a otros campesinos en el partido nacionalista, y dividían al campesino, que era uno solo y que tenía el mismo problema, que tenía el mismo sufrimiento y que tenía el mismo dolor, que tenía el mismo dolor y la misma miseria, que los explotaban los mismos latifundistas, que los explotaban los mismos intereses, los dividían en grupos, los dividían en un sinnúmero de grupos.

Y salían por ahí los sargentos políticos, haciéndose compadres de todo el mundo, para después ir a decirle al campesino noble y bueno: «Compadre, afíliese aquí, que le conviene; afíliese aquí, que yo le voy a meter un muchacho en una escuela, y le voy a meter un hijo en otra, afíliese aquí, que yo le voy a buscar un trabajito en obras públicas, o yo le voy a buscar un puestecito en el gobierno, afíliese aquí, que yo le voy a ayudar; y, además, afíliese aquí, porque usted es mi compadre, y los compadres tenemos que ayudarnos».

Y así dividían algo que era igual, dividían a los campesinos de un barrio con los campesinos de otro; y llevaban ron, y mataban reses, y bailaban congas, para así quitar al campesino de la idea de su miseria, de la idea de su dolor, alejar de la mente del campesino el espíritu de lucha, y mantenerlo dividido, de manera que a ese pueblo dividido, a ese obrero dividido, a ese pueblo dividido, siendo un mismo pueblo y teniendo los mismos intereses, lo mantenían dividido en mil fracciones, para que el pueblo fuese impotente.

«Si el pueblo hubiese tenido conciencia de su tremenda fuerza, no habrían perdurado durante medio siglo la explotación y el abuso»

En dos palabras, usaban la táctica de enfrentar a los propios obreros entre sí, a los propios campesinos entre sí, y al propio pueblo, unos contra otros. Esa era la táctica que usaban, y si el pueblo hubiese tenido conciencia de la fuerza que le daba la unión, si el pueblo hubiese tenido conciencia de su tremenda fuerza cuando todo eso desapareciera, no habría perdurado durante medio siglo la explotación y el abuso en nuestra tierra.

Pero, en fin, tanto abusaron, tanto explotaron al pueblo, tanto maltrataron al pueblo, tanto se pasaron de la raya, que tenía que venir lo que vino; ¡tenía que llegar un día en que el pueblo se cansara, tenía que llegar un día en que el pueblo se asqueara, tenía que llegar un día en que el pueblo se rebelara, tenía que llegar un día en que el pueblo agarrara los fusiles, en que el pueblo agarrara los machetes; tenía que llegar un día en que el pueblo se decidiera a pedir cuentas, tenía que llegar un día en que el pueblo fusilara a 500 criminales, tenía que llegar un día en que el pueblo se cansara de tantos ladrones y les quitara lo que se habían robado, tenía que llegar un día en que el pueblo recuperara lo suyo, tenía que llegar un día en que el pueblo acabara con los politiqueros, tenía que llegar un día en que el pueblo acabara con los latifundios, tenía que llegar un día en que el pueblo acabara con los privilegios, tenía que llegar un día en que el pueblo dijera: «Basta ya, fuera de aquí, fusiles para los obreros y los campesinos, machetes para los campesinos, fusiles para los estudiantes, fusiles para los hombres, fusiles para las mujeres, fusiles para los ancianos, fusiles para los niños, fusiles para todo el mundo!» ¡Tenía que llegar un día en que el pueblo dijera: «Afíliame en esa milicia, porque esa es la milicia de mi sindicato, esa es la milicia de mi cooperativa, esa es la milicia de mi asociación campesina!»

«¡Y yo soy campesino — el de aquí, como el de Oriente — , y yo soy obrero — el de aquí, como el de Oriente — , y yo soy estudiante — el de aquí, como el de Oriente — , y yo soy igual al guajiro de Oriente, y yo soy igual al obrero de Oriente, y yo soy igual al estudiante de Oriente; yo pertenezco a esa fuerza tremenda que se llama pueblo, yo formo parte de esa fuerza extraordinaria y poderosa que se llama pueblo, más poderosa que todos los privilegios de ayer, más poderosa que aquellos militares que ayer nos oprimían! ¡Yo formo parte de ese pueblo que peleó, yo formo parte de ese pueblo que cerró filas, yo formo parte de ese pueblo victorioso, yo soy una sola cosa, yo soy pueblo, y soy pueblo unido, y soy pueblo fuerte!»

«¡Y ahora no soy yo solo, ahora no podrá venir nadie a golpearme porque para golpearme a mí tendrán que golpear a todo el pueblo!»

«Ahora no podrá venir nadie a asesinar a mi hijo; porque para asesinar a mi hijo, tienen que asesinar a los hijos de todas las madres y a todas las madres y a todos los padres. Ahora no podrá venir nadie a robarme, ahora no podrá venir nadie a explotarme; porque para explotarme, para robarme, tendrán que robarle a todo el pueblo. Ahora no podrán venir a quitarme mi pedacito de tierra, ahora no podrán venir a arrancar mi bohío con una yunta de bueyes, ahora no podrán venir a dejar a mis hijos sin techo; porque para arrancarme mi casa, para dejar a mis hijos sin techo, tendrán que arrancarles las casas a todos los cientos de miles de hermanos que tengo en Cuba.»

«Porque ahora no soy yo solo para defenderme. Antes era yo solo, antes no tenía a quién acudir, antes estábamos divididos, antes no podía contar con nadie, antes era yo solo; ahora no soy solo; ahora somos millones de seres humanos; ahora no es mi sola fuerza, ahora no son solo mis brazos, sino la fuerza de millones de brazos; ahora no soy yo quien se indigna, ahora frente a la injusticia que conmigo cometan, se indignan todos, se indigna un pueblo entero.»

«Y ahora no seré más aquel ser que no contaba para nada; hoy cuento algo, hoy cuento todo; hoy ya no tengo que avergonzarme cuando voy con mi ropa sudada, mi sombrero de yarey, con mi ropa de trabajador por las calles de las ciudades, porque hoy no es vergüenza ser guajiro ni es una vergüenza ser obrero». Hoy los que sienten vergüenza son los que ayer se paseaban en sus cadillacs ante las miserias de nuestro pueblo.

Hoy ser obrero, o ser campesino, o ser estudiante, o ser trabajador intelectual, o ser útil de una forma o de otra a la patria, es una honra y es un signo de honor. Antes solo tenía las miserias, y no tenía siquiera los honores; lo hacía todo, y no recibía ni el reconocimiento de su esfuerzo; ayer era pobre, ignorado y desconocido; hoy es el primer ciudadano de la república, hoy es el ciudadano más querido y más respetado de la república, el guajiro, el obrero, el estudiante.

Y no será ya más la explotación, no será ya más el quitarle la tercera parte al que producía los frutos de la tierra con su trabajo, no será ya más arrebatarle los productos de su cosecha, robarle, como le robaban en todos los órdenes, ya no será jamás, y nunca más volverá a ser como era. Y nunca más volverá nadie a abusar del pueblo, ni volverá nadie a robarle al pueblo, ni volverán a dividir en fracciones al pueblo, ni a destruir la fuerza del pueblo, ni a empañar la conciencia del pueblo, ni a mantener al pueblo en la ignorancia para que ese pueblo siguiese siendo instrumento fácil de los privilegios. Y los hijos ya no crecerán ignorantes, ni crecerán sin escuelas, y esos valles — esos valles hermosos de esta provincia, que fue la cenicienta, pero que ya no es, ni será nunca más la cenicienta de Cuba — , esos valles no serán solo valles hermosos, no serán solo hermosos por el paisaje; serán hermosos por la felicidad que allí reinará, y más hermosos todavía porque serán más felices los hombres que porque sean bellas las montañas.

Y será esta una de las provincias más ricas de Cuba. Y bastan los números para explicar por qué esta provincia va a ser una de las provincias más ricas de Cuba, y basta comparar el total de dinero, es decir, el valor total de la cosecha de tabaco del año pasado y el valor total de la cosecha de tabaco este año, en el campo, sin contar el tabaco ya despalillado, seleccionado y manipulado, el valor en bruto del tabaco en el campo fue desde 1958 a 1959, de 23 368 892 pesos, y el valor total de este año es de 41 377 600 pesos.

«El valor del tabaco de este año casi duplica el del año anterior»

Es decir que, según estimados conservadores, el valor total del tabaco en esta provincia casi duplica el valor de ese mismo producto, que es el producto principal de esta provincia, del año anterior a este. Es decir que solo en el tabaco virtualmente se duplica el dinero que esta provincia recibe.

Los préstamos concedidos a 18 000 campesinos han sido de 17 millones de pesos; las casas de tabaco construidas pasan de 500; reconstruidas, más de 1 000; 30 000 toneladas de abono puro; y el valor — valor que nunca se pagó en años anteriores, valor que nunca se pagó el que marcaba la ley, que nunca se pagó por lo que realmente pesaba, y que por primera vez se obliga a pagar el año pasado — ha sido este año mayor gracias al esfuerzo del Gobierno Revolucionario. Porque cuando el Gobierno Revolucionario toma una medida, toma la medida que puede tomar, no la medida que desearía tomar; y cuando se va a tomar una medida sobre precios no puede ser el precio que se desee. ¡Ojalá que pudiera establecer un precio infinito en todos los productos, y que todos tuvieran absolutamente lo que necesiten para satisfacer todas sus necesidades! Pero los gobernantes tenemos nuestros límites, que son muy rigurosos, y es que un gobernante no puede alterar el precio de un producto en el mercado mundial. Nosotros no podemos alterar por decreto el precio del azúcar en el mercado mundial, y ese precio depende de la cantidad de azúcar producida en el mundo, y tenemos que venderla al precio que tenga en el mundo. Quisiéramos poder vender el azúcar a un precio mucho más elevado, para que el obrero azucarero ganara el doble, o el triple, pero nosotros no podemos elevar por decreto el precio del azúcar en el mercado mundial, y tenemos que recibir el precio que nos paguen por ese producto, de acuerdo con la demanda que haya y las existencias de azúcar que haya en el mundo.

Los gobernantes tenemos límites muy rigurosos; no podemos alterar por decreto el precio del tabaco en el mercado mundial, como no podemos alterar el precio del café; y esos límites están por encima de nuestros deseos.

Pero a pesar de estas circunstancias, hemos estudiado las ganancias que se podían llevar a los campesinos, tratando por supuesto de evitar perjudicar a otra parte del pueblo; porque hay muchos trabajadores, miles de trabajadores humildes, que viven de torcer tabaco, hay miles de fabriquitas de tabaco, hay el pueblo que consume tabaco, ese obrero azucarero al que no se le puede pagar más, porque el azúcar tiene un precio en el mercado mundial, y que si le encarecemos algo que usa todos los días, como el cigarro y el tabaco, estaríamos buscando una solución que mejora a unos a base de lastimar a otros. Y por eso los gobernantes tenemos nuestros obstáculos, los gobernantes tenemos nuestros límites; esos límites que el pueblo comprende, porque hoy gobierno no quiere decir sino velar por el pueblo, y luchar por el pueblo y tratar de que todos mejoren, sobre todo que mejoren los que no tienen nada, que mejoren los que menos ganan, que mejoren los que están más mal.

Y por eso, dentro de esos límites, a pesar de esos límites, el Gobierno Revolucionario ha podido elevar el tabaco que se clasificaba de tercera y que tenía 20 pesos señalados antes, que no se pagaban en muchas ocasiones, lo ha elevado en un 25 %, para valer ahora 25 pesos; y el tabaco de segunda, de 22,50 a 28 pesos; y el tabaco de primera, de 25 pesos a 28 pesos.

«Esta provincia recibirá por ese producto casi el doble de millones de pesos de lo que recibió el año anterior»

Es decir que además de los créditos, de los equipos, de las rentas que ya no hay que pagar, de las mejoras en los precios de los abonos y de las semillas, se ha elevado todo lo que ha estado al alcance de nuestras manos, después de analizar todas las posibilidades, en más de un 20 % el precio del tabaco. Y así esta provincia recibirá por ese producto casi el doble de millones de pesos de lo que recibió el año anterior.

Pero no ha sido solamente el tabaco. En la zona de San Cristóbal, por ejemplo, han trabajado más de 5 000 personas en las cooperativas que se han estado organizando, en la zona de Mantua se están sembrando 30 millones de eucaliptos. Y ustedes saben que las tierras situadas al norte y al sur de la cordillera de la Sierra de los Órganos fueron en otros tiempos ricos pinares de donde se extrajeron cantidades fabulosas de madera, y que hoy han desaparecido, que esa riqueza tenemos que restaurarla para que dentro de 10, 12 o 15 años, esta provincia sea una de las provincias más ricas en madera de las que puedan vivir miles y miles de pinareños.

Y se están desarrollando las siembras de papa, de maní, de cebolla; se están haciendo numerosos criaderos de cerdos de raza para la producción de artículos que estábamos importando; se están cosechando grandes extensiones de arroz, se están estableciendo grandes centros ganaderos, y además se están construyendo pueblos, como ese pueblo de los «Hermanos Saíz», como ese pueblo de la cooperativa El Rosario, como ese pueblo de San Vicente. Y así son los pueblos que vamos a construir en toda la provincia.

Con los recursos de los primeros años, con lo que ganamos los primeros años, porque tenemos que librar la batalla contra la miseria, no podemos descansar hasta que con nuestro esfuerzo hayamos ya borrado de nuestros campos hasta el último bohío, hasta que cada campesino y cada obrero, y cada familia del pueblo no tenga una casa, como esas casas que hay en cualquiera de las cooperativas, no podemos descansar y no podemos descansar en nuestra tarea de hacer escuelas.

Ustedes saben que el escuadrón se convirtió en un hogar de niños.

Ustedes saben que el regimiento ya está desalojado, y que ahí vamos a hacer una gran ciudad escolar en ese regimiento. Ustedes saben que el ejército ha convertido en escuelas 16 cuarteles; ustedes saben que ya no se encuentran los cuarteles por las carreteras; ustedes saben que en todos esos pueblos donde antes el visitante se encontraba un cuartel, hoy hay una escuela, donde ya no se conoce ni el rastro de lo que había sido cuartel.

Así que los visitantes que llegan a esta provincia — provincia que está siendo visitada más que nunca antes, porque son miles y miles de personas las que se mueven todas las semanas, y va en aumento el número de personas que vienen a Viñales, o van a Soroa, o van a Cabañas, o van a cualquiera de los tantos pueblos, como San Diego, como la antigua Hacienda Cortina y otros centros turísticos, o como las playas — esos visitantes ya no encuentran aquí cuarteles; encuentran escuelas.

Y seguiremos por ese camino, y seguiremos por ese sendero de educar y preparar al pueblo; seguiremos cumpliendo esa obra, porque esa era la obra que el pueblo quería, eso era lo que el pueblo quería, y la Revolución está haciendo lo que el pueblo quería.

Ya no será Pinar del Río la cenicienta de Cuba; Pinar del Río será una de las provincias de más trabajo, de más alto estándar de vida y bienestar general. Será Pinar del Río una de las primeras provincias, y tendrá una economía cada vez más floreciente, y tendrá cada año ingresos mayores, y llegará el día en que no haya un solo desempleado. Ya hubo zonas este año, como San Cristóbal y Mantua, que, cuando empezó la zafra no había personal, porque estaban trabajando en las cosechas de tomate, o estaban trabajando en las siembras de eucaliptos y no había personal para el tabaco y no había personal para las cañas. Es decir que por primera vez en nuestra historia faltaban brazos, y eso en un solo año de Gobierno Revolucionario, que en este orden del tabaco, por ejemplo, o de la educación si queremos — para no hablar más que de educación — , ha establecido el Gobierno Revolucionario en un año 600 nuevos maestros, 16 cuarteles transformados en escuelas, 8 escuelas secundarias, 19 centros escolares urbanos y más de 200 escuelas rurales.

Esa ha sido la obra de un año. Por eso este año había aquí hoy más pueblo que la primera vez, porque aquella alegría, la alegría del triunfo, era una alegría que podía pasar, porque esas emociones van pasando; en cambio, hay una emoción que no pasa nunca, hay una alegría y un sentimiento que no pasa nunca, es el sentimiento de progreso de los pueblos, es el afán creador de los pueblos, es la obra que los pueblos desarrollan, y que ese sentimiento no pasa nunca, y ese es el sentimiento de hoy y será el sentimiento de mañana.

Eso es lo que estamos haciendo, eso es lo que quiere decir patria. Patria es lo que estamos haciendo, y patria se hace con honradez, patria se hace con trabajo, patria se hace con sacrificio, patria se hace con dignidad. ¡Y nosotros estamos haciendo patria!

Vivimos todos soñando con un mañana, con un mañana que será distinto al pasado, con un mañana que será mucho mejor que el presente; vivimos pensando en esa patria que estamos haciendo; vivimos pensando en esos niños que crecen; vivimos pensando en lo que será esa patria cuando todos nuestros campos estén cultivados, cuando miles de escuelas estén establecidas en todo el país, cuando en nuestras ciudades escolares cientos de miles de niños estén estudiando, cuando cada cubano sepa leer y escribir, cuando cada familia tenga una casa como esta, cuando cada campesino tenga asegurada su tranquilidad y su felicidad y la de sus hijos y la de sus nietos, cuando estas conquistas que hemos logrado hoy sean conquistas definitivas para las generaciones venideras, vivimos soñando en esa patria del mañana, en la que tenemos derecho a pensar y a soñar, porque la estamos construyendo, porque la estamos fundando, porque la estamos haciendo. ¡Y para arrancarnos ese sueño, tendrán que arrancarnos la vida! ¡Para destruirnos esa patria tendrán que destruirnos a nosotros!

Y por eso marchamos, y por eso hemos organizado las milicias, y por eso cada campesino y cada obrero y cada estudiante, cada cubano que quiera su patria, tendrá un fusil y sabrá manejar ese fusil; porque cuando un pueblo está construyendo su futuro, cuando un pueblo se ha salido del pasado y ha roto las cadenas, y ha abierto brecha en medio de una muralla de intereses, ¡ese pueblo no se resigna jamás a abandonar el camino emprendido, a ese pueblo no podrán vencerlo nada ni nadie! ¡Ese pueblo está demasiado sembrado en su tierra, ese pueblo está demasiado sembrado en su esperanza, ese pueblo está demasiado sembrado en sus sueños, para que pueda resignarse a volver al pasado! ¡A ese pueblo no podrán dominarlo jamás! ¡A ese pueblo no podrán vencerlo jamás!

Y si extranjeros poderosos intentan doblegarnos, si extranjeros poderosos vienen a destruir esta obra, ¡sepan que en cada brazo se encontrarán un fusil, que en cada pecho se encontrarán un héroe, que en cada cubano se encontrarán un soldado, y que de nuestra tierra no hay quien nos arranque, y que de nuestros sueños no hay quien nos arranque, y que la patria que estamos haciendo no hay quien nos la destruya, porque nuestro lema es: ¡Patria o Muerte!


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