Por Ana Cairo Ballester
A la memoria de Carlos del Toro (1936–2000)
Conocer es resolver […] Pensar es servir[1]
1. La dimensión cultural del 20 de mayo
El general Leonardo Wood, jefe de la ocupación militar y feroz anexionista, no pudo alcanzar su más entrañable anhelo: conseguir el pleno respaldo para ejecutar una ocupación militar indefinida. Él la vislumbraba como realizable, mientras disfrutaba del apoyo estricto del presidente WiUiam McKinley, quien fue asesinado en la ciudad de Buffalo (septiembre de 1901). Teodoro Roosevelt juró la presidencia. Él optó por acelerar la variante de una república neocolonial, porque así mejoraba su imagen pública. No podía arriesgarse en los inicios de su mandato (con un origen ya escandaloso) a asumir la responsabilidad de una gran operación militar para reprimir al pueblo de Cuba, al modo que habían hecho en el archipiélago de Las Filipinas. Imponer la ocupación indefinida por la violencia le crearía problemas internos con la población norteamericana honestamente solidarizada con Cuba entre 1895 y 1898. Por otra parte, la prensa internacional publicitaria con regodeos todos los excesos de Wood y de la oficiaHdad interventora. Roosevelt había logrado potenciar muy bien la imagen de combatiente solidario con el pueblo cubano en la Guerra del 98. De ahí, arrancaba su rápido ascenso. Tres años después, resultaba demasiado ruidoso (y hasta desvergonzado) que él se opusiera a la mínima implementación política del compromiso moral implícito en la «Joint resolution» aprobada por el Congreso. La variante de la república permitía difundir la imagen de un presidente moderno, porque acogía la modalidad de protectorado (que el imperio británico ya había utilizado en el siglo XIX). Roosevelt, el primer presidente del naciente imperio, supo cultivar una imagen pública muy favorable. Hizo que su hija Alicia visitara (en los inicios de 1902) La Habana, como una acción de cordialidad dentro de los preparativos para fundar la república. El general Wood, eufórico, le informaba:
“La única solución consistente ahora es la de la anexión. Ésta, sin embargo, requerirá algún tiempo… y durante ese tiempo no es otra cosa sino prácticamente una dependencia de los Estados Unidos… Con el control que tenemos sobre Cuba, un control que pronto, sin duda, se convertirá en posesión, no tardaremos en dominar, en la práctica, el comercio de azúcar del mundo o por lo menos una parte muy importante del mismo. Creo que Cuba es una adquisición muy deseable para los Estados Unidos. Vale tanto como dos cualesquiera de los estados del Sur, juntos y hasta tanto como tres de ellos, si exceptuamos a Texas[2].”
No obstante, Wood tuvo que acatar la decisión de Roosevelt de abreviar el tránsito hacia la preparación de la república. De todos modos, se esforzó por dilatarlo y hacerlo traumático para los cubanos. Ante la animosidad obvia de Wood, los intelectuales libraron una batalla con resultados eficientes para la alta creatividad de sus variantes. Tenían que actuar con rapidez para acortar el tiempo de la intervención y lograr algunas ventajas. Mantuvieron las presiones del cabildeo en los Estados Unidos y con funcionarios de la ocupación militar. Algunos arriesgaron prestigio y credibilidad política al aceptar responsabilidades importantes dentro del gabinete de Wood. En el epistolario de Enrique José Varona (1849–1933) y Esteban Borrero (1849–1906) quedaron explícitas sus opiniones en tomo a los norteamericanos. No obstante, Varona asumió la Secretaría de Instrucción Pública para impulsar la ejecución del primer intento de sistema púbico de educación (desde la enseñanza primaria hasta la universitaria), y la reforma que abrió las carreras de estomatología, arquitectura y las ingenierías (entre otras). Borrero se concentró en la creación de las primeras formas institucionales para adiestrar a los maestros primarios.
Los escritores libraron campañas de prensa para alentar la movilización cívica. Los maestros organizaron la presencia de los niños en las calles. Se estimularon las asambleas políticas y las procesiones patrióticas. Se coreaban canciones. Los centros de veteranos (promovidos desde noviembre de 1898) también se animaban para apresurar el fin de la intervención. El factor político decisivo para que Roosevelt apoyara la variante de crear un estado republicano, con reconocimiento internacional y un derroche de publicidad en tomo al cumplimento de la «Joint Resolution», fue la permanente movilización patriótica del pueblo cubano. La devoción se manifestó en homenaje a héroes y mártires, álbumes de fotografías, postales, grabados, caricaturas, canciones, poemas, narraciones, artículos, crónicas, entrevistas, ensayos, discursos, etc. Hubo consenso en el supremo objetivo: allanar el camino para la salida del ejército norteamericano y para la fundación del estado cubano. No era el que se había soñado desde Várela y Heredia hasta Martí. Sin embargo, era la opción mejor ante el peligro de una ocupación indefinida. En este dilema, algunos pensaban refuncionalizando el lema de Saco (el proyecto de una Cuba cubana): lo primero y posible era constituir ese estado. Después, cuándo y cómo se pudiera ir maniobrando con inteligencia hasta derogar la Enmienda Platt. Con mentalidad afincada en un evolucionismo posibilista, se razonaba que el enfrentamiento a la metrópoli española había abarcado siete décadas; entonces, podía aspirarse a los avances dentro de realidades contradictorias, aprovechando coyunturas para rediseñar los vínculos con los Estados Unidos, que -por otra parte- también podían ser provechosos.
Cuba como nación capitalista podía beneficiarse de los adelantos técnicos, inversión de capitales, la introducción de nuevas tecnologías y de algunos aspectos del modo de vida. Si se continuaba desarrollando la nacionalidad cubana (para ello la construcción del estado era clave), se evitaría el riesgo de asimilación. Se pensaba que el pueblo cubano podría resistir ese impacto y consolidarse como nación, a largo plazo. Comenzaba una nueva etapa. La producción ideológica mayoritaria conjugaba varios de los argumentos anteriores. Los análisis antiimperialistas de Martí (publicados en la prensa latinoamericana entre 1889 y 1895) no se habían conocido en Cuba. Desde 1897, Manuel Sanguily (1848–1925) tenía prevenciones contra el gobierno de McKinley y Varona ya desde que intervinieron en la guerra. Bartolomé Masó, Juan Gualberto Gómez, Salvador Betancourt Cisneros (entre otros intelectuales) se asomaron a la problemática del expansionismo yanqui en los debates de la Asamblea Constituyente, o en el conocimiento de las interioridades de los métodos arrogantes del general Wood. Por otra parte, las alianzas públicas del gobierno interventor con los españoles integristas y con los cubanos autonomistas, ayudaron a gestar disgustos y prevenciones. También la reanimación del pensamiento anexionista, como ilustró Francisco Figueras en Cuba libre. Independencia o anexión (1898) aceleró las preocupaciones. De todos modos, entre febrero y junio de 1902, se generalizó una tregua ideológica para festejar el advenimiento de la República.
2. El primer día
El 24 de febrero de 1902 se reunieron los electores en cada provincia (que habían surgido de las elecciones presidenciales del 31 de diciembre) para validar que Tomás Estrada Palma fuera el primer presidente. El 25 de marzo salió de las oficinas de Elihu Root (secretario de guerra) la orden de que el martes 20 de mayo se celebraría la toma de posesión. ¿Por qué se escogió un día ajeno a las tradiciones patrióticas cubanas? ¿Por qué no el 10 de abril, aniversario de la Asamblea Constituyente de Guáimaro o de la fundación del Partido Revolucionario Cubano? ¿Por qué no el 19 de mayo, conmemoración de la muerte de Martí? Los empleados de la oficina de Root cumplieron instrucciones de elegir un día carente de referencias. Se quería una fecha sin pasado, porque esto facilitaba el diseño político de crear un mito fundacional. Se hizo un cronograma prolijo y con objetivos específicos. Primero, había que publicitar la figura de Estrada Palma. Sólo era un hombre muy citado; pero la mayoría de la población lo desconocía. Se le organizó una campaña de imágenes. La revista El Fígaro promocionó un reportaje sobre él y su familia en la casa-escuela de Central Valley en las cercanías de Nueva York. Se alababa al maestro, al padre de familia, al político de la emigración, al buen ciudadano norteamericano que renunciaba a la nacionalidad en aras de la patria. Antes de abandonar Nueva York, los emigrados le ofrecieron un banquete y le regalaron una pluma de oro. Viajó en el vapor Julia hasta Gibara (donde arribó el 20 de abril). Se organizó una caravana, bajo el ritual de una peregrinación patriótica. En Holguín, fue a la casa de La Periquera, donde guardó prisión en los finales de la Guerra del 68. Siguió a Bayamo para el entierro de los restos de su madre (mambisa, que lo había incitado a alzarse). Se dirigió a Santiago de Cuba; peregrinó en el cementerio de Santa Ingenia al nicho donde se guardaban los restos de Martí y a otras tumbas de patriotas. Por barco se acercó a Cienfuegos. A continuación, marchó a Santa Clara. En la costa norte embarcó en el Julia. Hizo escala en Cárdenas. Desembarcó, en La Habana, el 11 de mayo. La primera visita fue al general Máximo Gómez (su amigo) y personalidad suprema del independentismo, que apoyó su candidatura.
El 15 de mayo se constituyó el Congreso (Senado y Cámara de Representantes) y proclamó presidente a Estrada Palma. El 16 comenzó el programa oficial de despedidas a los interventores. El centro de veteranos de La Habana organizó un banquete a las tropas de ocupación en el recién nombrado Teatro Nacional (antiguo Tacón). Le regalaron a Wood un machete con adornos de oro. El 17 de mayo, la élite de políticos y hombres de negocios agasajó a Wood con un baile. El 18 se organizó una manifestación pública como despedida al ejército. El 19 se declaró «día de recogimiento»; las banderas permanecían a media asta con crespones de luto. Hubo ofrendas florales por la mañana y una velada solemne por la noche con cuatro oradores. A las doce de la noche, ocurrió lo insólito: en pocos minutos se había pasado del luto al jolgorio desenfrenado hasta el mediodía.
Las Fiestas de la República[3] tuvieron un programa nacional, con acciones en cada capital de provincia, ciudad, pueblo o caserío. La ceremonia de izar la bandera cubana, acompañada de cañonazos, se diseñó para todo el país y a la misma hora. En La Habana hubo dos ceremonias simultáneas: en el Palacio de los Capitanes Generales y en la explanada del Castillo del Morro. En el antiguo salón del trono del Palacio, al mediodía, se reunieron más de doscientos hombres con representación política o social: el general Gómez (que presidía) asistido por sus oficiales, Wood y su gabinete, Estrada y el suyo, el Congreso en pleno, el Tribunal Supremo de Justicia, el Rector de la Universidad de La Habana, el Arzobispado primado de Santiago de Cuba, el cuerpo consular, la Sociedad Económica de Amigos del País, el director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, y una representación de oficiales del Ejército Libertador, entre otros. Genoveva Guardiola, la primera dama (hondureña de nacimiento), estaba en el Palacio pero no asistió a la ceremonia. Los contituyentistas en 1901 no habían aprobado los derechos políticos para las mujeres. Ellas quedaron excluidas del ceremonial. Se extremó el protocolo. Gómez se situó en el centro del salón. Por una puerta entró Wood con su séquito y por otra Estrada. Hablaron los dos y Estrada juró el cargo ante el presidente del Tribunal Supremo (todo, en menos de treinta minutos). Los soldados norteamericanos E. J. Kelly y Frank Vondrak hicieron descender la bandera norteamericana e izaron la primera bandera cubana (que ya había ondeado durante las sesiones de la Asamblea Constituyente y el día del arribo de Estrada a La Habana). Esa bandera sólo ondeó quince minutos. Por capricho de Wood, se la entregaron como trofeo (¿adónde habrá ido a parar?) Entonces Gómez y Wood izaron la segunda bandera, mientras el Generalísimo decía: «¡Creo que hemos llegado!» y se fotografiaba ese momento.
En la Plaza de Armas no había civiles sino soldados: cinco compañías del Regimiento de Caballería del ejército norteamericano y tres compañías de la artillería cubana, al mando del capitán José Francisco Martí (hijo del Apóstol). Ellos dispararon 45 cañonazos durante el ritual de las banderas. Wood salió del Palacio y se dirigió al muelle para embarcarse en el Brooklyn. Ya las tropas lo habían hecho antes. De inmediato, zarparon. Habían quedado en Cuba tres compañías de soldados en funciones de entrenadores de las fuerzas cubanas (como las de artillería).
En el Morro, también al mediodía, ocurrió la otra ceremonia. La presidió el general Emilio Núñez; asistieron veteranos y funcionarios de la gobernación y alcaldía de La Habana. Dos soldados norteamericanos hicieron descender la enseña norteamericana. Núñez, con la ayuda de decenas de manos cubanas (que rompieron el protocolo), izó nuestra bandera. En el Malecón (ya estaban por comenzar los primeros tramos de la obra) se congregaron decenas de miles de personas. Miles se arrodillaron en gesto de devoción; se abrazaron con desconocidos; se reunieron familias con todas sus generaciones. Risas, gritos, llantos, cantos, caracterizaron esa hora. A las tres de la tarde ya se había ido Wood y habían concluido las ceremonias políticas. Entonces se inició la gran procesión cívica por el Paseo del Prado desde la Punta al Campo de Marte. Desfilaban carrozas de instituciones, empresas o establecimientos, bandas de música, abanderadas en honor de las Repúblicas de América, agrupaciones políticas y hasta personas disfrazadas, etc. También iban bailando.
La Habana, en proporción mucho mayor, y todas las ciudades, se engalanaron calle a calle, plaza a plaza, casa a casa. Se construyeron centenares de arcos de triunfo. En el Parque Central se colocó una réplica de la Estatua de la Libertad. Las grandes empresas y los hoteles acudieron a la novedad de los trabajos de iluminación decorativa de las fachadas. Y por todos lados, se desplegaban decenas de miles de banderas cubanas. Las casas de alta costura de Madame Pucheu y Madame Erard y centenares de humildes modistas no podían satisfacer las demandas. La moda era que todas las familias estrenaran zapatos y ropas. Los colores predominantes (blanco, azul y rojo) aludían a la bandera en una práctica que se remontaba a la Guerra del 68. El inicio de la temporada de verano quedó asociado a la fecha. La «Constitución de 1901» proclamó el estado laico (posiblemente el único de América Latina) y las fiestas públicas se mantuvieron ajenas a las connotaciones religiosas. De todos modos, en las iglesias hubo ceremonias y, a las cuatro de la tarde, se realizó un Te Deum en la Catedral de La Habana. En las casas se prepararon comidas, fiestas, bailes, tertulias de amigos. No obstante, la novedad radicaba en salir a pasear por las calles, en participar en los actos de la muchedumbre. En los días previos al 20 de mayo, centenares de variados medios de transporte enfilaron hacia La Habana, provenientes de las seis provincias. Posiblemente, se aproximó al cuarto de millón de personas el número de los involucrados en las Fiestas de la República en todo el país. La ceremonia del Morro era la que más entusiasmo despertaba. Quizás cerca de cien mil personas se apretujaron bordeando el litoral para contemplarla o imaginarla. Llegó la noche. En el Teatro Nacional se efectuó una velada cultural. Marta Abreu, esposa del vicepresidente Luis Estévez y mecenas de artistas, ocupó el palco de honor. Por su insistencia se había organizado un programa especial: la primera parte, una selección de fragmentos de óperas; la segunda parte, un espectáculo patriótico. El orador Lincoln de Zayas recitó el poema «Hatuey» de Francisco Sellen. La cantante Rosalía Chalía, con un coro femenino, entonó canciones cubanas y cerró con el estreno de la habanera «Cuba» del joven compositor Eduardo Sánchez de Fuentes. Chalía y el coro vestían batas blancas cubanas. Se utiUzó un telón con un cañaveral pintado y en la escena se diseminaron trozos de caña de azúcar. En las últimas horas comenzó el festival de fuegos artificiales y el frenesí de los decorados lumínicos. La Habana nocturna resplandecía como un sol. Los fotógrafos se esmeraron captando esa rareza.
La prensa cubana cubrió todas las acciones. Vinieron decenas de corresponsales extranjeros. La revista El Fígaro aportó una innovación propagandística. Los propietarios imprimieron miles de postales (los retratos del presidente, vicepresidente, consejo de secretarios, miembros del Congreso), para estimular el coleccionismo de álbumes. Además preparó un número especial de la revista, que estuvo a la venta desde las primeras horas del 20. La mayoría de los intelectuales cubanos escribió algo, en cuanto a la transcendencia que suponía el hecho histórico. Enrique José Varona aportó el artículo «Hacia el ideal», una reflexión filosófica en términos de programa de acción:
“Cuba está de fiesta. Hermoso es su júbilo y sano y fortificante. Muchas lágrimas, cruentos martirios le cuesta la hora presente de exultación y esperanza. Mézclase por lo mismo, en el corazón de no pocos de sus hijos, un dejo de melancólica gravedad a estas espontáneas efusiones; […]. Cuba tiene la libertad, por la cual pugnó tantos años; tiene la república, por la que sacrificó la flor de sus hijos. Su ideal ha cobrado forma visible. Con la dicha de la posesión del bien anhelado, llega también al hondo sentimiento de la inmensa responsabilidad que pesa sobre su pueblo. Cuanto dejamos atrás debe servimos de enseñanza para evitar los males que abominábamos y lo que huíamos, y de acicate para mejorar de día en día lo que tenemos delante. Conservemos de lo pasado el recuerdo, para que nos sirva de saludable aviso; pero rompamos con lo pasado, para que no sea manto de plomo que nos dificulte y retarde y embarace el paso. Rompamos con lo pasado, tremendo palenque en el que batallaban ciegamente el espíritu colonial y el espíritu revolucionario. Aprendamos ya a mirarlo exento de pasión, sin ira, sin odio y también sin idolatría […]. Si alguien dice que representa la idea colonial, si alguien pretende que encama la idea revolucionaria, debemos contestarles que la colonia y la revolución son cosas del pasado, desaparecida una en la sombra y otra en la penumbra de los días que fueron; y afirmar que lo que demanda el presente son quienes trabajan en fecundarlo, en quitar los escombros del camino, en asegurar, embellecer y dignificar el pasado.[4]”
Juan Gualberto Gómez (1854–1933) presentó el ensayo «La Revolución del 95. Sus ideas directoras, sus métodos iniciales y causa que la desviaron de su finalidad». En el trabajo razonaba como a la muerte de Martí se produjo la cancelación del proyecto que él también compartía y que
“… en esta desviación está la clave de la gran herida que sufre en este momento el ideal de la independencia absoluta de la patria cubana, por el cual se ha sacrificado lo mejor de nuestra generación. La era de las revoluciones sangrientas debe darse por terminada en Cuba […]. Pero más que nunca, hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directrices y los métodos que preconizara Martí (p. 242).”
Jesús Castellanos (1879–1912), joven periodista, narrador y caricaturista, ironizaba en «Por el cristal rosa»:
“Nunca como ahora tenemos que reconocer que todo se ve rosado y con el sonriente Doctor Pangloss en que «no hay mal que por bien no venga». La intervención dejándonos como huella de su paso una república lisiada, impone por su oportunidad que se la despida entre aplausos batidos con el corazón abierto de par en par, porque nuestra propia mutilación nos hará más cuidadosos al caminar hacia el concurso de los pueblos que en serio pueden llamarse naciones. Nadie fija los pasos de su marcha con más atención que los lisiados. Nuestra madre la República nos encuentra con lágrimas de amor en los ojos y decididos a ser sus firmes puntales. Nunca se siente latir más intenso el cariño de los padres, que cuando se les ve salir con algo que parezca vida, de un tremendo naufragio. Tenemos la materia prima: el entusiasmo, la esperanza, el amor, en una palabra. Y sabido es que el mundo sólo mueve su masa por el amor, aunque a veces se note únicamente por su sombra, a lo que se ha dado en llamar el odio (p. 249).”
El general Bartolomé Masó resumía en tres puntos los nuevos objetivos de lucha: la independencia absoluta, la abolición absoluta de toda clase de privilegios y el reconocimiento de los derechos a cada ciudadano de la República.
El general Máximo Gómez aconsejaba:
“Aprended a hacer uso en la paz de vuestros derechos que habéis conseguido en la Guerra; que no se deben conformar los hombres con menos, porque esto conduce al servilismo, ni pretendáis más porque os llevaría a la anarquía. La observancia estricta de la Ley es la única garantía para todos. Yo aconsejo para Cuba, puesto que se alcanzó el sublime ideal, un abrazo fraternal que apriete y una para siempre el angustioso principio de la nacionalidad cubana (p. 207).”
Estrada Palma estimaba que:
“[…] lema santo de la República, el trabajo que ennoblece, la paz que fecunda, el orden que afianza, la concordia que une, la tolerancia que aproxima i el ejercicio discreto de la libertad que mantiene en fiel de la balanza de los derechos i deberes del ciudadano i que garantiza el respecto i la obediencia a la autoridad i la lei (p. 207).”
El general Eusebio Hernández coincidía con Masó en que el 20 de mayo significaba el reconocimiento de nuestra personalidad política, que era el primer paso en el camino de la real independencia y la soberanía absoluta. Manuel Sanguily lanzaba una pregunta sin respuesta inmediata: ¿qué pronósticos podían hacerse sobre la viabilidad y el porvenir de la República, conociendo las circunstancias de las que surgió?
¿Cuántos poemas se escribieron en recordación del 20 de mayo en las semanas y meses siguientes? Se han recogido decenas de todas las calidades. La poeta Aurelia Castillo de González (1842–1920) escribió cuatro en distintos momentos. Fue una de las pocas mujeres, invitada a colaborar en el número homenaje de El Fígaro, al cual aportó el soneto «Victoriosa». No obstante, el más interesante fue -por su carácter de crónica- «En Palacio y en el Morro»:
Estaba el pueblo expectante
-¡Menos treinta!-… -¡Veintidós!-…
-¡Qué lentitud!-… -¡Menos dos!-…
-¡Las doce! ¡llegó el instante!
¡Qué majestuosa y gigante
Cuando, al descender despacio
La bandera americana!
¡Qué bella y qué soberana
En el Morro y en Palacio!
Aprieta los corazones
Un tormento de alegría
¡Mueren siglos de agonía!
¡Hoy encaman ilusiones!
Truenan fieros los cañones
Anhelante hacia el mar corro,
Y veo, cuando la recorro.
Que un ser de cien manos tira
De grueso cable y… delira…
¡La Bandera en el Morro!
Ya no hay hombres ni mujeres
Sus lazos soltó el amor
Y se estrechan con ardor
Y confundidos los seres
No hay distintos pareceres.
El vítor llena el espacio
Llora el ojo más reacio…
Pero, llegado un momento.
Se suspende el sentimiento
¡La Bandera está en Palacio![5]
El poeta Manuel Serafín Pichardo (1863–1937), uno de los redactores de El Fígaro, escribió el texto épico Cuba a la República. Poema en dos cantos, que se vendió como libro el propio 20. Se lo dedicó a Marta Abreu y su marido. ¿Quizás ella financió la edición?
En la lectura de decenas de poemas escritos en 1902, me ha interesado la afirmación coincidente de que la «musa» obedecía más a una creencia en el deber de dejar testimonio de una página histórica de obligada trascendencia. Se juzgaba casi un pecado patriótico el no reiterar el sublime sentimiento de aquellas horas; o, si se trataba de una anticipación de los hechos (el texto de Pichardo), entonces, el uso de alegorías de las mitologías griegas y romanas indicaba que el bardo solemnizaba el acontecimiento con la orfebrería de recursos más correcta de acuerdo con un buen gusto neoclásico (todavía validado por la rutina de versos bajo consigna).
Wood decretó no laborables el 20 y el 21 de mayo para la participación en las Fiestas, porque los festejos concluyeron muy cerca del amanecer del 21. A Estrada Palma correspondía trazar una política definitiva. Lo hizo por el decreto de 18 de marzo de 1903 que estipulaba tres días considerados de «fiesta nacional»: el 10 de octubre (que siempre ostentó la mayor jerarquía y solemnidad histórica), el 24 de febrero y el 20 de mayo. Con la excepción del año en que correspondiera la toma de posesión presidencial, el diseño de la «fiesta nacional» del 20 de mayo se eligió dentro de los atributos de la fiesta del 4 de julio en los Estados Unidos: día de descanso laboral, de convites familiares, de paseos, excursiones, de fiestas públicas en las calles, o en locales, etc. Se le adicionó el de apertura de temporada en modas, o el del inicio del verano (para bañarse en las playas, irse de vacaciones, o cambiar el color del vestuario en las empleadas de comercios). La fecha se ideó en el sentido de asociar novedades, pasión de actualidad, conciencia de ser modernos, con el propósito de incentivar la búsqueda de imaginarios nuevos. En el ensayo republicano se presumía el énfasis de ruptura con el pasado colonial (equiparado con la noción de atraso, de obsolescencia). Se ideaba un reacomodo pragmático de las creencias en la teleología del progreso material (tecnológico, científico, artístico, literario) y espiritual, que había acompañado a los orígenes del sueño republicano. La categoría del confort material (personal, doméstico, familiar) se jerarquizaba como señal de éxito en detrimento de otras categorías dentro del corpus de dicha teleología, ante el impacto creciente de un American way of life, sobre el que interactuaban los hábitos culturales del período colonial. Se transculturaron nuevos códigos con increíble celeridad y eficiencia. La exaltación de la imagen pública (como instrumento de la política y la cultura), las formas del consumo, la pasión por las novedades (de todo tipo) y las modas, la afición por el espectáculo con un ritmo dinámico, se fueron readecuando y estilizando hasta ser ingredientes de un modo de vida cubano para la cultura cubana del siglo XX.
El 20 de mayo generó una historia dentro de una república neocolonial. Su examen constituye otra meditación, porque hay que detenerse en particularidades. También fue evocado en textos narrativos y poéticos, aprovechando sus valores de referencialidad.
El 19 de julio de 1963, el Gobierno Revolucionario promulgó la ley 1120 sobre días festivos o de duelo, en la que desapareció el 20 de mayo como feriado y como día de conmemoración nacional. Durante sesenta y un años, ese día se insufló de contenidos históricos que deben evaluarse con lucidez y sin maniqueísmo. Miles de personas viven y recuerdan acontecimientos o experiencias afectivas en relación con la fecha. Se necesita meditar sobre el conjunto de toda la cultura de la república neocolonial. Hay que recrear las redes de contextualizaciones.
A modo de ejemplo, piénsese en el Capitolio, monumento arquitectónico de La Habana. Gerardo Machado y sus secretarios trabajaban con un sentido muy moderno de los imaginarios públicos; usaban las modalidades del espectáculo como propaganda política. El «Asno con garras» construyó el Capitolio como imagen de su aspiración de perpetuarse. Lo inauguró el 20 de mayo de 1929, como señal de su prepotente e inconstitucional reelección. Los miles de habaneros y «guajiros» que se acercaban a los jardines para ver de cerca el portento y se hacían fotografiar para guardar la instantánea de recuerdo, o mandarla a los familiares para asombrarlos, reconvirtieron los significantes del edificio, como imaginario de La Habana moderna y republicana.
En la tradición de las abuelas cubanas, oí a una, cantándole a su nieto, una canción que se coreaba en la escuela pública de las décadas de 1930 y 1940:
20 de mayo, fecha gloriosa
en que la patria libre surgió,
en que mi amada bandera hermosa
allá en el Morro bella flotó.
Es tanto, tanto, lo que te quiero
tan grande afecto siento por ti
que si es preciso seré un Agüero,
seré un Maceo, seré un Martí.
Patria adorada tu dulce nombre
llevo grabado en el corazón
cuando te canto sin que te asombre
mi canto débil por la emoción[6].
Después de la canción suele ocurrir una escena reiterativa. El niño no entiende bien el texto, porque ha perdido parte de los referentes para apreciar adecuadamente todo el patrimonio afectivo que también le pertenece.
En la escuela primaria pública de la década de 1950, existía la ceremonia semanal del Beso de la Patria y los 20 de mayo solían reunirse todos los estudiantes que lo habían alcanzado durante el curso. Eran experiencias de fervor patriótico, que ayudaban a crear formas de conciencia intergeneracionales, porque algún maestro recordaba la emoción del grito íntimo, la satisfacción del deber cumplido, que tenían las palabras del general Máximo Gómez: «creo que hemos llegado».
Los hombres del independentismo hicieron un esfuerzo titánico y liberaron al país de la obsoleta dominación española. La intervención norteamericana (que no pudieron impedir) les planteó un problema impensado para la mayoría de ellos. Lograron en una batalla de más de dos años imponer una República lisiada (como pensaba Jesús Castellanos), pero que era un punto de partida cualitativamente nuevo y superior al problema colonial.
Bartolomé Masó y Eusebio Fernández lo dijeron con brillantez sintética: ahora, había que seguir luchando por «la independencia absoluta» y la «abolición absoluta de toda clase de privilegios». Las decenas de miles de cubanos que lloraron, cantaron, bailaron, se abrazaron, emocionados de fervor patriótico al ver cómo se izaba su bandera en el asta de la explanada del Morro, habían cumplido con su deber. Ellos también pensaban que habían llegado como Máximo Gómez y esos sentimientos patrióticos pertenecen a la historia política, cultural e ideológica de la nación cubana, que emergió de las batallas entre 1902 y 1959.
Notas:
[1] José Martí, «Nuestra América», Obras completas. La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963–1973, t. 6, p. 22 (los subrayados son míos).
[2] Herminio Portell Vilá, «La intervención militar norteamericana 1899–1902», El Mundo, La Habana, 20 de mayo de 1952, pp. 34 y 36.
[3] Para reconstruirlas se utilizó información de disímiles fuentes, en especial de los periódicos, muchos ya en grave estado de deterioro. Se trató de depurar los datos en busca de las mejores precisiones. Todavía se sigue trabajando.
[4] Enrique José Varona, «Hacia el ideal». El Fígaro, número homenaje, 20 de mayo de 1902, p. 206. En las citas siguientes, al final, se indicará sólo la página.
[5] Aurelia Castillo de González, «En Palacio y en el Morro», Libro EX: Trozos guerreros y apoteosis, Escritos de Aurelia Castillo de González, La Habana, Imprenta El Siglo XX, t. IV, pp. 308–309. Los subrayados son míos, para resaltar que ella fue la única crónica que preservó el hecho de que los cubanos rompieron el protocolo y se abrazaron a izar, junto con el general Emilio Núñez, la bandera en el Morro. Castillo no estuvo presente, pero se lo contó un amigo.
[6] Reconstruida gracias a la memoria de Denia García Ronda y Ana Ballester. Se les agradece la ayuda.
https://mdc.ulpgc.es/utils/getfile/collection/tebeto/id/234/filename/235.pdf
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