Por Raúl Escalona Abella
Palabras leídas por su autor en la tángana del Parque Trillo, el pasado 29 de noviembre de 2020
Compañeras y compañeros: Buenas tardes a todos los presentes en esta tángana. Buenas tardes a todos los que se deciden a seguir alzando el machete para desbrozar este trillo.
Cubanos:
En el año 1898, Gualterio García, obrero de Tampa que había fundado junto a José Martí el Partido Revolucionario Cubano, mandaba una carta al, en ese momento, Delegado del PRC, don Tomás Estrada Palma, manifestándole su decepción ante el giro que había tomado el Partido al alejarse de los obreros que habían dado su apoyo al sencillo hombre de negro en el momento en que todos los demás dudaban.
Recordemos: es 1898, Martí había muerto hacía 3 años y aún no había república, ni siquiera formalmente independiente, y ya el símbolo en que el Maestro se convertía era un campo en disputa. Y será precisamente esta sobrevida martiana, que es la vida de la Nación cubana, la que debe ser vista como un terreno en disputa constante, que se reconstruye constantemente. Pero se equivocan — quizás ingenua o conscientemente, como se equivocó Estrada Palma — aquellos que intentan convertir a la Nación Cubana en una Nación separada de la lucha constante por su edificación; se equivocan los que creen encontrar el más alto símbolo de la Nación en el Capitolio y no en las barriadas humildes que albergaron ─y en muchas de ellas cayeron─ a los jóvenes del Movimiento Revolucionario 26 de julio; se equivocan los que pretenden reducir sus discursos ampulosos a solicitudes de libertades abstractas: sin historia y sin ejercicio efectivo; se equivocan los que crean que el mito de la Nación tuvo su mayor exponente en la Constitución del 40, cuando en realidad se abre en su más auténtica dimensión en la Primera Declaración de La Habana;
se equivocan los que pretenden que la Nación y la nacionalidad cubana existen al margen de la lucha de liberación social y nacional que la Revolución encarna; se equivocan, en definitiva, los que pretenden hacer triunfar la idea de que la Revolución interrumpió con su triunfo un orden justo y realmente democrático, cuando solo el movimiento continuo de la Revolución socialista y profundamente martiana genera las condiciones de posibilidad para la solución de los problemas históricos del pueblo, porque ha sido el único movimiento en el poder que ha colocado todos sus empeños en resolver estas grandes problemáticas.
Los criterios que hemos visto emerger en estos días, son criterios cargados de total intención: no puede haber ingenuidad en quien reniega del movimiento histórico emancipador; no puede haber confusión en quienes, por un exceso de amor o una acumulación de frustraciones, pretenden apoyar un hecho absolutamente indigno para hacer avanzar su programa político particular. Y si hay ingenuidad y si hay exceso de amor que impide colocar la cuestión en su sitio es nuestro deber levantar estas tribunas para explicar, como maestros ambulantes, la praxis ética de la Revolución, debatir sus contradicciones y buscar en el diálogo revolucionario la solución a los problemas a que nos enfrentamos.
El diálogo revolucionario es la herejía de la Revolución llevada a práctica política.
Es la actitud hereje que se opone a una política del engaño, a una política de la falsedad y la manipulación, y concibe su realización solo en una política del diálogo directo. Es la propia Revolución mostrando las complejidades que la constituyen, las disputas que encadenan sus terrenos de acción y los combates que se enlazan en sus interioridades para luego emerger.
Si un derecho debe reclamarse en la Cuba actual, es el derecho a la espontaneidad revolucionaria, si un derecho debe reclamarse en estos días donde tantas ofensas han llovido sobre esta tángana es el derecho a la sinceridad revolucionaria,
y si un deber emerge de estas palabras, de este acto, de este momento histórico que nos asiste es el deber de profundizar nuestro socialismo, es el deber de democratizar ─aún más─ la Revolución y sus organizaciones.
No hemos venido aquí en la postura arrogante de quien exige derechos sin deberes cumplidos que mostrar. No hemos venido aquí a hacer gala pedante de lo espontánea de nuestra convocatoria, no es eso lo central. Hemos venido aquí para hacer avanzar el programa del socialismo cubano, hemos venido aquí para hacer uso de nuestro derecho a defender la Revolución sin que nadie nos lo mande, hemos venido aquí para mostrar nuestro corazón con humildad y abrir nuestras torpes manos para exigir un deber que cumplir, una tarea que acometer, una trinchera en la que sumirnos. Hemos venido aquí para exigir nuestro deber a construir el socialismo en Cuba: el socialismo hereje, el socialismo que profundice una democracia transparente, una socialización real del poder, un control popular sobre los medios de producción, una economía democrática e inclusiva basada en la cooperación.
Y demostrar que no es ese un deber exclusivo de las instituciones tradicionales de la Revolución. La Revolución es su pueblo, pero solo será su pueblo cuando, si de lucha se trata, decide alinearse con sus principios éticos y avanzar por los trillos de la más raigal herejía.
De ahí el pavor que asiste a los que no pueden aceptar, y no aceptarán jamás la sinceridad y espontaneidad de este acto. De ahí que nos consideren grandes cínicos o fabulosos impostores, y es porque sencillamente no pueden entendernos. Y es curiosa la trampa que se adelanta sobre ellos. No pocos errores se han cometido ─y se cometen y seguro se seguirán cometiendo porque un país no se transforma en un día─ con la forma de movilización que debe asumirse, pero si aún en estas circunstancias sui generis varias personas se niegan a creer en la existencia de una sinceridad revolucionaria, si existen algunos incapaces de sentir la sensibilidad que requiere tener un corazón verdaderamente revolucionario; si son incapaces de entender el acto raigalmente sincero que hemos levantado aquí, si son incapaces de comprender que el Parque Trillo se ha transformado hoy en una posibilidad de profundización del proyecto socialista cubano, quien en última instancia se aísle a sí mismo de esa manera y deje de vivir en la pasión desgarradora que ha sido y ES la Revolución Cubana, quien no conserve en sus ideas una esperanza, quien solo quiera ver el país arder ─y sabemos que esa no es la voluntad de muchos de los que en días recientes se han manifestado, pero sí de un grupo minúsculo movido por la más pura reacción anticomunista─, si decide no otorgarnos la más mínima confianza, de negarnos de tajo sin conocernos, no podemos más que considerarlo autoexcluido. Como diría Fidel, solo no tienen salvación los incorregiblemente contrarrevolucionarios, todos los demás caben en este campo inmenso de la Revolución.
Y eso puede suceder porque la Revolución es expansión constante del programa político del pueblo, y si en un momento la lucha por los humildes ─obreros, negros, campesinado, mujeres─ fue el móvil fundante del impulso liberador, hoy debemos comprender que la Revolución no es una fijeza histórica de demandas escritas en piedra, sino el movimiento real que permite profundizar aquellas luchas e incorporar otras.
De ahí nuestro deber al sacrificio de esta tarde. Porque si de algo debemos tener claridad todos ─desde la más alta dirección del país, hasta el último ciudadano─ es que si la izquierda radical revolucionaria no lidera la lucha del movimiento LGTBIQA+ esta puede ser hegemonizada por la reacción; si la izquierda revolucionaria no lidera indiscutiblemente la lucha por el Estado Socialista de Derecho, aprobado por el pueblo en la Constitución de 2019, cede ese espacio a las demandas de la reacción quien las usará instrumentalmente para hacer avanzar su programa anticomunista.
Es la Revolución y su proceso de construcción ampliado del Estado Socialista de Derecho quien puede emprender el camino para dar solución a estos problemas, para guiar el ejercicio del poder consciente, para formar verdaderos sujetos emancipados del sentido común liberal y del dogmatismo estalinista.
Clara fue la sabiduría de Fidel al decirnos su concepto de Revolución y negar la posibilidad de cristalizar un sujeto de Revolución específico, por lo que podemos suponer que el sujeto revolucionario es quien logre impulsar con su práctica las ideas que refleja ese concepto. Y este acto demuestra que esos sujetos revolucionarios están tanto dentro como fuera de la institucionalidad revolucionaria, porque como el propio Fidel dijera en 1964: «hemos creado una revolución más grande que nosotros mismos». Y con la humildad del sacrificio deben levantarse las obras más perecederas.
Por último, quiero recordar al poeta Roberto Fernández Retamar quien antes de fallecer y atravesar hacia su sobrevida en nuestras palabras y recuerdos, en un ensayo publicado en el blog Segunda Cita, de Silvio Rodríguez, nos recordaba que tanto Romain Rolland como Antonio Gramsci combatieron el escepticismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. En una solución genial Retamar le incorpora la confianza en la imaginación, esa fuerza esencialmente poética, recordando que, como dijera Marx: la historia tiene más imaginación que nosotros. En un giro sencillo y no lejano del concepto retamartiano quisiéramos proponer aquí que, para las circunstancias actuales que viven la Revolución y el país, es necesario sentir la esperanza de la imaginación anclada a una práctica ética profundamente emancipadora.
La obra de la Revolución Cubana es la obra de la Nación cubana, es la obra del pueblo cubano y de sus miserias acumuladas, y en la hora crucial del país, cuando nos quieren cerrar para impedir nuestro avance de pueblo, nuestro avance de cubanos, nuestro avance de instituciones revolucionarias y de sociedad civil socialista, debemos recordar a Martí, subversivo y plenamente ético, al decir el 10 de octubre de 1890: «un pueblo que entra en revolución no sale de esta hasta que se extingue o la corona». Coronas de humildad y de sacrificio portamos hoy en nuestras cabezas, coronas que están en tránsito de ser y que no han sido aún. Y si venimos hoy aquí fue para exigir nuestro magno derecho a coronar la Patria, la Revolución y el Socialismo.
Hasta la victoria, siempre
¡Viva Martí que está vivo!
¡Viva Fidel carajo!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
Deja un comentario