Después de Camelot

Por Johan Galtung

Publicado en la revista cubana Referencias, de la Universidad de La Habana: Mayo — Junio de 1970. Versión recuperada de:

https://amauta.lahaine.org/


La Tizza continúa con esta nueva entrega la recuperación del dossier «Imperialismo y Ciencias Sociales», de la revista cubana Referencias.


El proyecto Camelot fue una investigación encomendada por el Pentágono a la American University, cuyo fin era elaborar un modelo general de sistemas sociales que permitiera evaluar las posibilidades revolucionarias en los países subdesarrollados y recomendar medidas para su neutralización.

Ofrecemos a nuestros lectores el texto de la primera parte del proyecto y un artículo polémico del sociólogo Johan Galtung cuya denuncia desató en Chile el escándalo del Camelot.


Introducción

«El proyecto Camelot es un estudio cuyo objetivo es determinar la posibilidad de desarrollar un modelo general de sistema social que podría facilitar la predicción, e influencia política, en aspectos significantes de los cambios sociales en las naciones en vías de desarrollo.

El proyecto está concebido para fundarse después de tres o cuatro años de esfuerzo con un costo aproximado de millón y medio de dólares anuales. Está patrocinado por la Armada y el Departamento de Defensa, siendo dirigido con la cooperación de otras agencias del gobierno.

Los Estados Unidos tienen una importante misión en los aspectos positivos y constructivos, en el desarrollo de las naciones, así como la responsabilidad de ayudar a los gobiernos amigos que se encuentren frente a problemas de insurrecciones activas. Otro factor ha sido el reconocimiento, en los niveles superiores de las instituciones de defensa, de que los procesos sociales, actualmente poco conocidos, deben ser comprendidos para poder hacerle frente con efectividad a los problemas insurreccionales.

El Ejército ha captado de hecho esta necesidad para poder desempeñar a cabalidad sus responsabilidades en los programas de contrainsurrección del Gobierno de los EE.UU.

Hay una serie de recientes informes, de considerable importancia, que tratan acerca de la seguridad nacional y de lo que podrían contribuir las Ciencias Sociales a la solución de estos problemas.»

https://amauta.lahaine.org/

Estas citas han sido tomadas de un documento oficial (con fecha 4 de diciembre de 1964) de la Oficina de Investigación de Operaciones Especiales (SORO) de la Universidad Americana, Washington, D.C., el cual sirve de introducción al Proyecto Camelot.[1]

Estos párrafos son muy claros, y es difícil no tomarlos seriamente, aun cuando en otras presentaciones del proyecto esto parezca diferente.[2] El presente artículo es un esfuerzo para analizar el reticular proyecto y algunas de sus implicaciones; esto lo haremos basándonos en el material publicado sobre su historia; muchos detalles aún no son conocidos, otros ya han sido aclarados a través de artículos anteriores a este.

La historia del proyecto, brevemente expuesta, es la siguiente: Se elaboró en los EE. UU. por una comisión de Sociólogos, proponiéndose que el documento final se terminara en el verano de 1965. Sin embargo, cuando los sociólogos latinoamericanos tuvieron conocimiento de lo que se proyectaba, reaccionaron violentamente, e indignados se negaron a cooperar; esto atrajo la atención nacional de Chile y, posteriormente, la internacional. Como resultado del escándalo se canceló el proyecto el día 8 de julio, por la oficina del secretario de Defensa y posteriormente por una orden del presidente de los EE. UU. que fue publicada el día 5 de agosto, donde proclamaba que no se llevaría a cabo ninguna investigación patrocinada por el gobierno en zonas extranjeras, ya que a juicio del secretario de Estado esto afectaría las relaciones internacionales de los EE. UU. De esta manera, el asunto alcanzó celebridad el pasado año, siendo muy debatido en las reuniones de las asociaciones profesionales de Ciencias Sociales.

Sin embargo, esto no significa que las lecciones esenciales que de aquí se desprenden se hayan tomado en cuenta, ni tampoco se hayan comprendido a cabalidad. Es lamentable, ver cómo solo algunos sociólogos han comprendido los impresionantes argumentos y complejidades de un tema de esta índole; o bien, que a causa de lo sucedido, esto sea observado como una dificultad técnica con la que se puede tropezar «una zona de investigación extranjera», una dificultad que se puede resolver si se es lo bastante hábil.[3] Así los extractos citados se explican como el precio que se tiene que pagar, unos seis millones (la mayor suma empleada), por un proyecto de ciencia social.

También se interpretan como la expresión de una mala administración de SORO,[4] por rivalidades entre el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado, por la dudosa e inautorizada conducta de una determinada persona relacionada con el proyecto,[5] por la «hostilidad de un sociólogo invitado»,[6] etcétera. O sea, la tendencia ha sido, como en tantos conflictos, desdeñar lo esencial y puntualizar en los aspectos fenoménicos de la situación.

La naturaleza política del proyecto Camelot

¿Qué era, pues, lo esencial de este proyecto? Sin lugar a dudas, su naturaleza política, la cual entraremos a explicar primeramente. Como consecuencia lógica de esto, se desprenden las siguientes preguntas. ¿Cuál es la causa de que se produzca un proyecto de tipo político? ¿Cómo es posible que se piense que la política auxiliada por un proyecto científico, podrá llegar a ser muy poderosa?

Casi todos los autores parecen concordar con el criterio de que ese proyecto no está patrocinado por el gobierno, ni por el aparato militar. Esta investigación sería realizada por asociaciones privadas, sirviendo para desarrollar, a través de ella una magnífica táctica política.

No se deben evaluar como un criterio las implicaciones políticas que se desprenden del proyecto, puesto que favorecen a un punto de vista mejor que a otro.

Por esta razón son preferibles las investigaciones sociales hasta el punto donde permitan la predicción y/o manipulación de «aspectos políticos significantes», para citar el documento Camelot.

Así vemos que todos los resultados no secretos, pueden ser utilizados para diversos fines, ya que si contribuyen al conocimiento de cómo se produce un cambio social, también sirven para que sea impedido, como muy bien señalara Jesse Bernard.

¿Se aceptaría, pues, como criterio que los resultados de las investigaciones deben ser secretos? Para muchos, esto debe ser así, ya que significaría el monopolio de los resultados investigativos. Otras razones también contribuyen a favor de que este criterio sea tomado en cuenta: su publicación podría herir a algunas personas o grupos; siendo imposible mantener el anonimato, pueden acusar conflictos innecesarios; pueden producir la fomentación de investigaciones; el secreto que produce el informe (y también la Agencia) parece más significante, etcétera; por lo tanto esto no es un criterio infalible.

No es el propósito ni la intención: una agencia puede planear investigaciones con fines políticos y fracasar, mientras otras sin tal intención lo alcanzan ignorando quizás la naturaleza política de su investigación.

Por consiguiente, preferiríamos usar como criterio los planes del proyecto mismo. ¿Qué tipo de perspectiva, en el sistema político, está implícita en el plan? ¿Es una perspectiva que expresa un punto de vista político mejor que otro?

¿Se encuentra elaborada en el plan que puede ser utilizado en favor de una determinada línea de acción política? Y, desde luego, si en adición a todo esto, el propósito es político, el proyecto es lanzado en forma reservada y los patrocinadores son políticos y militares, entonces sentimos que no hay duda alguna sobre la naturaleza del proyecto.

Para aclarar esto, con el Proyecto Camelot como ejemplo, imaginemos que un individuo (como modelo latinoamericano) es fundamentalmente amistoso y democrático — no obstante los gobiernos imperfectos de Leoni-Belaunde-Frei tipos amenazados por los gobiernos de Castro-Moscú-Pekín, máximos inspiradores de los movimientos insurreccionales — el cual simpatizando con el forjador, lo odia más tarde; en este caso el Proyecto Camelot, aparte de tener un considerable interés científico, se convierte en un importante instrumento que podría haber señalado los puntos más débiles de la maniobra, por ejemplo en la «insurrección» de la República Dominicana. Imaginemos ahora a un individuo que piensa que la América Latina está gobernada por interés del imperialismo yanqui, instalados para explotar a las masas de las más diversas formas, quedando como única esperanza el derrocamiento de estos gobiernos por las fuerzas populares, por medio de una guerra interna. En este caso, el Proyecto Camelot se convierte en un instrumento para aplastar tales revueltas.

Aunque existen muchos partidarios de estos modelos, ningún especialista serio se adheriría a puntos de vistas tan simples. Estos países se deben analizar con visión general de sus problemas, y quizás realmente encontraremos lugares donde existen ambos modelos. Pero esto no nos debe alejar del problema fundamental: este proyecto era extremadamente asimétrico en su concepción sobre la América Latina, estaba concebido en base al primer modelo. Se podría haber cumplimentado un estudio sobre dominación oligárquica y la explotación — usando un lenguaje marxista — pero esto habría sido difícil ya que hubiera sido absurdo ver al Proyecto Camelot tratando de incluir información sobre cómo «ayudar a los movimientos insurreccionales amigos en relación con los gobiernos dictatoriales», y preservar aun sus fines.

Resumiendo: el proyecto tenía obviamente un fin político al analizar y definir los problemas internacionales con una terminología muy semejante a la utilizada por los hombres de izquierda de todo el mundo, queriendo presentarlo como la concepción que existía en los EE. UU. sobre estos problemas.[7] El considerable valor científico del proyecto y algunas de sus partes, brillantemente planeadas, nos pueden alejar de estas cuestiones.

Los pueblos que han sido condicionados para que acepten el primer modelo, dejan fácilmente de ver la naturaleza política del proyecto; así, los que se adhieren al segundo tratan de desdeñar su naturaleza científica. Sin embargo, es extraño que estos sociólogos, sistemáticamente educados en enfocar un problema desde diversos puntos de vista, no comprendan la inmensa implicación política del proyecto. Es particularmente trágico el fracaso al tratar de utilizar el antiguo y conveniente principio de enfocar los problemas desde el punto de vista del contrario.[8]

Las Ciencias Sociales se están desarrollando vertiginosamente en la Unión Soviética y en la parte Oriental de Europa. Imaginemos, pues, que el ministro de Defensa Soviético lance un proyecto sociológico-antropológico para informarse sobre la naturaleza de las inquietudes en Hungría, Polonia y el Este de Alemania, digamos en 1953 o 1956; así la tarea sería la de encontrar cómo el Ejército Soviético podría ayudar a los gobiernos amigos «en relación con los problemas de insurgencia activa». ¿Se podría pensar entonces que diversos problemas dentro de ese círculo de acción habrían sido considerados para someterlos a investigación, y que el proyecto, por lo tanto, tenía un fondo político? Este ejemplo se puede rechazar diciendo que las relaciones de Este-Oeste no son simétricas: lo que es correcto en el Oeste puede, sin embargo, ser incorrecto en el Este, ya que nuestras consideraciones son correctas, las suyas no; o lo que es correcto en el Norte, no lo es en el Sur. Esta posición, sin embargo, no era compartida por los pueblos de los países que servían de objetivo a la operación Camelot, para estos su posición era tan válida como la de los EE. UU.

En resumen, el punto de vista más extendido entre latinoamericanos, exceptuando círculos muy especiales, era que la participación en el proyecto Camelot era una acción política definida, que trataba de resolver los problemas de los gobiernos con la intervención de los sociólogos. Algunos aducen que estos problemas no se resuelven en tiempos de guerra, señalando con orgullo que El Soldado Americano y otras publicaciones sociológicas de esta época significaron un gran avance en el desarrollo de las Ciencias Sociales en los EE.UU.

Pero para que este paralelo sea válido con respecto a las relaciones con los grupos insurgentes latinoamericanos y de otros lugares, estas tendrían que ser definidas como una guerra por los EE. UU. Esto sería una actitud politizada y partidaria, aunque se estuviera o no de acuerdo; lo que significaría tener una perspectiva política mejor que otra.

Este criterio fue expresado claramente en la Cámara de Representantes Chilena, por el presidente de una comisión especial de investigación para examinar el Proyecto Camelot, Andrés Aywin:[9]

«Es importante hacer otro señalamiento: En este proyecto se pretende hacer un análisis de los problemas del hombre, del hambre, del desempleo, etcétera.; sin embargo, ellos no son estudiados por su importancia intrínseca, sino solo en función de ser las posibles causas de la rebelión o la revolución. O sea, en el Proyecto Camelot no se analiza el desempleo para encontrar sus causas y buscar sus soluciones; no se estudian los problemas vitales del hombre para tratar de resolverlos; el conocimiento de los problemas sociales solo tiene importancia para ayudar a resolver las tensiones. Resumiendo, este proyecto no ha sido concebido para tratar de resolver los problemas del hambre en América Latina, sino para evitar la revolución».

Sin embargo, se puede objetar que las investigaciones sociales u otras semejantes son imposibles sin una perspectiva, la cual debe ser política, puesto que trata sobre materias sociales, no debiéndose esta rechazar porque coincida con el enfoque político de un sujeto.

De hecho, las perspectivas políticas pueden ser unas de las más interesantes, (cuando estas perspectivas están presentes en un proyecto que contiene líneas de control político — en el caso del Pentágono — vemos su naturaleza política claramente). A pesar del enfoque científico del proyecto, está íntimamente coordinado con el enfoque político del Pentágono — lo cual, nos conduce directamente al antiguo problema de «dirección sociológica», esta vez a un nivel internacional — . Hace algunas generaciones, los patronos comprendieron la importancia potencial de la sociología como un instrumento, comenzando con la sociología industrial en la dirección del trabajo orientado; las fórmulas para realizar los cambios, eran siempre encontradas en los trabajadores (por ejemplo, alineando los sistemas de trabajos regulares e irregulares). Ahora la nación más poderosa del mundo comprende mejor que ninguna otra la importancia de la investigación, llevándola a niveles internacionales. Por unos seis millones de dólares, conoce aquellos aspectos del desarrollo de las naciones que son esenciales para estudiarlas, con el evidente propósito de control y sus implicaciones.

Los excelentes sociólogos norteamericanos que participaron en este proyecto, podrían protestar por esta descripción. Ellos pondrían énfasis sobre otros aspectos del problema: preferiblemente lo civil que lo militar; la posibilidad de proveer el «alivio» antes que la «dureza» del Pentágono, dándole a la Ciencia Social un nuevo tipo de vigilancia que sirviera como sustituto para la estricta vigilancia militar, etcétera.[10]

No hay razón para dudar de la sinceridad de estos individuos. Podríamos dudar de su sentido de realismo, ya que los políticos y burócratas son frecuentemente más capaces de manipular a los profesionales que estos a aquellos, puesto que es parte de su profesión, mientras los segundos, se encuentran muy ocupados en demostrar su habilidad para vender sus conocimientos por concesiones políticas.

La mayor objeción que se le ha hecho al proyecto, es que aún este nuevo tipo de vigilancia, si es realizado por fuerzas extrañas al país donde se va a llevar a cabo, es un tipo de intervención y como tal debe ser rechazado.

El presente autor oyó muchos comentarios en la América Latina; sobre esto, entre otras cosas, se decía lo siguiente: «preferimos la intervención militar a esta manipulación oculta, para nosotros saber, al menos, lo que es». Por lo que este aspecto, parece haber sido casi unánimemente observado.

Imaginemos ahora, por un momento, que el proyecto no ha sido desbaratado en un principio, sino que ha sido lanzado, más o menos como se intentó, con la cooperación de prominentes figuras norteamericanas y de sociólogos latinoamericanos. Esto solo habría sucedido si el intento de seducir o engañar a los latinoamericanos, explicado por la Universidad Católica de Santiago de Chile en una carta al presidente de la Asociación Sociológica Internacional hubiera sido exitosa:[11]

«El Dr. Hugo Nuttine, profesor del Departamento de Antropología en la Universidad de Pittsburgh, que vino a Chile para ponerse en contacto con nuestros sociólogos e interesarlos en participar en el Proyecto Camelot, afirmó oralmente y por escrito que el proyecto fue financiado por la Fundación de Ciencia Nacional cuando realmente lo fue por el Ejército de los Estados Unidos y el Departamento de Defensa de ese país. Además, en la copia del Proyecto que entregó a los sociólogos chilenos — según todos comentaban — el Ejército había sido meticulosamente tachado. Finalmente se hicieron grandes esfuerzos para hacernos creer que su fin era puramente científico, cuando, en realidad, era un intento que serviría de base a la contrainsurrección política de los Estados Unidos».

Imaginemos, además, que las decisiones del Proyecto Camelot encontraron sus medios políticos que las canalizaron según su intención, aplicándolas con una perspectiva general en mente, por ejemplo, aprobaron sostener juntas militares en el poder para un mejor cronometraje y distribución de medidas en la satisfacción de las necesidades de la población, de modo que las frustraciones no se acumularan hasta el punto de insurrección activa. Ni una sola palabra de los diversos documentos del Proyecto Camelot excluye la posibilidad, por ejemplo, de defender a un Batista o un Imbert en el poder, esta idea seguramente se realizaría con mayor efectividad que la de las misiones militares norteamericanas o la intervención militar directa.

Supongamos que el documento del día 4 de diciembre de 1964 se hubiera publicado, revelando así el patrocinio y propósitos del proyecto, ¿cuáles serían las consecuencias de estos?

En primer lugar, muchos individuos hubieran sido totalmente defraudados, como ya lo habían sido anteriormente (en la primavera de 1965). Pero dejemos esto ahora.

En segundo lugar, habría sido el final de las Ciencias Sociales en la América Latina, quizás, por unos diez o veinte años ya que la izquierda radical, que siempre ha considerado que el verdadero fin de la sociología no-marxista latinoamericana es un plan para perpetuar el sistema capitalista internamente y el imperialismo externamente, vería confirmadas sus sospechas. De todos modos, el proyecto afectó seriamente la confianza intelectual entre Norte y Suramérica. Ahora bien, dejemos este asunto que, en definitiva, corresponde a los sociólogos particulares, a aquellos que tienen la responsabilidad de esta rama científica en esa región.

El siguiente problema es la participación del sociólogo en una acción política, creyéndose que está actuando como un científico. Además de ser esto una decepción para él, es responsabilizarlo con una acción de la que no puede hacerse cargo, aunque sea de consecuencias trascendentales.

En esta forma, se arriesgaría a ser el propiciador de una «solución» de tipo científico a un «problema» que se puede resolver de diferente manera, estando así en la línea de cooperación con un proceso de control político sin que él, en realidad, tenga conciencia de esto. Esta situación coloca a los sociólogos en una posición semejante a la padecida por el naturalista durante mucho tiempo: sus actividades pueden tener implicaciones trascendentales, aunque no sean en términos de vida y muerte, lo son de justicia y libertad.

Imaginemos ahora que este proyecto no se hizo con intención de engañar, que fue lanzado abiertamente y sin temor, como una aventura político-científica. De esta forma habría sido un asunto honesto: los partidarios de este tipo de política hubieran podido participar; los que tuvieran una posición contraria se hubieran abstenido de hacerlo; habría sido un tema experimental político interesante. Se podría objetar que en la América Latina esto anularía tanto la cantidad como la calidad de los sociólogos que colaborasen, lo cual no ocurriría en los EE. UU., aunque haría más problemática la adquisición de personal. Aduciendo también que los sociólogos norteamericanos deberían comprender mejor los problemas y las inquietudes de los pueblos que ellos querían investigar, antes de emprender un proyecto de tal magnitud, ya que podría uno preguntarse qué valor científico este hubiera tenido cuando sus propiciadores dieron tan grandes muestras de ignorancia de las mismas naciones que ellos tuvieron que estudiar.[12]

El aspecto del «colonialismo científico»

Veamos ahora otro aspecto importante del Proyecto Camelot, al cual nos referiremos como el «colonialismo científico». Aunque este término es en realidad bastante fuerte — pudimos haber utilizado un término neutral como «modelo de investigaciones asimétricas» — expresa completamente el sentido de lo que queremos decir.

En general, entendemos por colonialismo un proceso por el cual el centro de gravedad de un país se desplaza de él mismo hacia otro país, el colonizador. Así encontraremos el colonialismo político, cuando las decisiones cruciales se toman en el país colonizador y no en el colonizado, siendo este tipo ampliamente conocido. También conocemos el colonialismo económico, cuando las transacciones económicas importantes se realizan fuera del país. En esta forma, se ha ido perdiendo la autonomía política y económica, que no debe confundirse con la autosuficiencia nacional, la cual ha ido desapareciendo por la estructura entrelazada y compleja de la actual economía mundial. Ambos ejemplos son bien conocidos, aunque ya el colonialismo político del tipo clásico no se encuentre y el colonialismo económico está siendo fuertemente rechazado. Ambos hubieran subsistido de no haber encontrado tan fuerte oposición en los pueblos colonizados.

Nos referiremos a colonialismo científico cuando el proceso de adquisición de conocimientos sobre un país se encuentra fuera de él. Esto puede realizarse de diversas formas, una de ellas es reclamar el derecho de acceso ilimitado a la información de otros países; otra es la de exportar información sobre ese país a otro, procesarla allí y regresarla como una magnífica obra terminada, en forma de libros, artículos, etcétera.

Esto es similar — como ha señalado el sociólogo argentino Jorge Graciarena — [13] a lo que sucede con las materias primas exportadas a un bajo precio e importadas a un altísimo costo como excelentes productos. Las frases más importantes, más creativas, más difíciles del proceso productivo tienen lugar en cualquier otro país.

Bajo el programa de asistencia técnica, vemos el éxodo de inteligencias. Es bien conocido por todos, cómo los jóvenes intelectuales son invitados y admitidos en sociedad, siendo persuadidos posteriormente a permanecer en estos países ricos, pasando en ellos toda su etapa creadora, después de lo cual pueden o no ser reexportados para sus respectivos países o ser enviados a una organización internacional.

De mayor importancia aún, es la dirección que toma la adquisición individual de conocimientos acerca de la colonia. Esto se expresa, en términos concretos, por el alto número de tesis de graduación presentadas, publicaciones, institutos especializados en esas áreas de Latinoamérica, de África, del «capitalismo mundial», etcétera, que se encuentran en los países de mayor desarrollo científico, entre otras razones, por la ayuda que esto presta a las relaciones exteriores. Así, el eje alrededor del cual giran estas investigaciones es, precisamente, cómo funcionan estos sistemas sociales y políticos, de modo que los institutos puedan servir mejor a las necesidades de la diplomacia, asistencia técnica y bilateral, intercambio profesional. Sin embargo, en las colonias no se realizan estudios con vistas a conocer y comprender mejor al colonizador.

Además, la mayoría de las veces sucede que los intelectuales de los países científicamente desarrollados conocen más sobre los países colonizados que lo que estos conocen sobre sí mismos.

En verdad, sus conocimientos pueden ser estereotipados y antiguos en todos los aspectos de la «colonia», por lo que el pueblo está menos interesado en ellos — por ejemplo — porque pertenecen al pasado o son atípicos (cuando los estudios modernos de los japoneses, en Noruega, eran realizados por extranjeros). Pero en la actualidad estos estudios si son realizados seriamente y con la colaboración de los nativos de estos países tienen una gran importancia.

Pero, no siendo esto para gobernarlos, ¿no es una contribución al autodesarrollo de estos países? En un sentido sí, pero en otro no. El conocimiento, como todos sabemos es algo excelente, pero en las relaciones humanas no es insustancial cómo ese conocimiento fue adquirido. Así, hacemos grandes esfuerzos por descubrir los valores de los adolescentes, preparándolos cuidadosamente de manera que acaben de autodesarrollarse a fuerza de trabajo. Si este desarrollo estuviera lleno de ilusiones, podrían corregirse por otras en los procesos de interacción. Lo mismo ocurre con los países: si los «mayores» dicen fórmulas completas en cuanto a quiénes y cómo son ellos, inmediatamente hay una reacción adversa. No deben decir que hay algo incorrecto, sino tratar de que exista una balanza, un intercambio con igualdad de términos, tan pronto como sea posible. Si siempre encuentra a un adulto respondiéndole las preguntas sobre «¿Quién soy?» y «¿Qué tengo que hacer?», se produce una especie de despersonificación, algo así como una autoalienación. Aunque estos propósitos sean buenos o mal intencionados, el resultado obtenido es un aumento en las posibilidades generales de la manipulación del joven por el adulto, no importa que sea a nivel de individuos, o a nivel de naciones. Podríamos ilustrar esto con dos situaciones ocurridas en Ghana hace algunos años.

La primera se refiere a las actividades del Cuerpo de Paz de los EE. UU. en su primer año. No a los errores que ellos cometieron, solo a lo que casi hicieron muy bien. Dirigidos excelentemente por David Apter, (en el Paso de la Costa de Oro) sabían mucho más sobre Ghana que muchos de los maestros locales, lo cual más bien era difícil de ver.

Jóvenes inteligentes, encantadores, magna cumlaude — buenos estudiantes, formados en una escuela diferente a la antigua y ritualizada de los ghaneses y expatriados británicos — ¿es extraño, pues que los primeros se desesperaran y los segundos se enojaran?

La segunda se refiere a una pintura que se encontraba en la antecámara del presidente Kwame Nkrumah. Esta tenía gran tamaño y representaba la figura de Nkrumah, luchando aguerridamente contra el colonialismo para reventar sus últimas cadenas, las cuales estaban flojas, en medio de una gran tempestad. Tenía, además, tres pequeñas figuras que van desapareciendo hacia los extremos de la pintura. Estas figurillas nos dan al hombre blanco de un repugnante color pálido y con gran expresión de desagrado, siendo totalmente inatractivas. Uno, representa al capitalista, en una situación desesperada; otro, al sacerdote o misionero (con una Biblia) y el tercero, que es el más pequeño, representa al antropólogo o sociólogo en general (aparece con un libro titulado Sistema Político Africano). Las cadenas simbolizan el colonialismo político, y los hombres blancos la economía, la cultura y el colonialismo científico, respectivamente.

A aquellos que aducen que nosotros sabemos todo lo que le ha pasado a Nkrumah, le podríamos explicar que ambas narraciones son, sin embargo, manifestaciones de sentimientos de desesperación, alienación y descontento en las nuevas naciones de las que se alimentan los sociólogos de las viejas naciones. Si alguien dudara, debería juzgarse a sí mismo. En estos países, encontrará individuos insistiendo sobre algunas justificaciones entre las que se encuentran las siguientes: «Solo el que haya nacido en América puede comprenderla»; «Usted tiene que tener sangre hindú para comprender a la India»; «Usted tiene que ser nativo para comprender realmente las sutilezas del lenguaje», etcétera. En otras palabras, se adhieren a un criterio puramente adscriptivo, como un último recurso contra el flujo de la búsqueda de conocimientos intelectuales desligados de ellos.

Debe señalarse que el colonialismo científico no es lo mismo que la mezcla de lo político y lo científico. El imperialismo puede estudiar muchos aspectos sociales desconocidos de los estados pequeños, aspectos que, o tienen poca importancia política o no tienen ninguna, contribuyendo, sin embargo, a este tremendo desequilibrio en el conocimiento. La política y la ciencia se pueden coordinar cuando dos naciones que sepan más o menos lo mismo una de otra lancen proyectos de Ciencias Sociales para ambas respectivamente.

El Proyecto Camelot es un brillante ejemplo de cómo ambas disciplinas pueden cambiarse brillantemente. El conocimiento del desarrollo social de un pequeño país, en manos de un poderoso estado es una fuerza potencial que contribuye al desequilibrio de fuerzas en el mundo, puesto que permite la manipulación de los pequeños por los grandes.[14]

Otro aspecto de gran importancia en el colonialismo científico, es la idea del derecho a tener acceso ilimitado a cualquier clase de información; lo mismo que el estado colonial siente tener derecho a protestar sobre cualquier producto de valor comercial en su territorio. El Proyecto Camelot es un buen ejemplo de lo primero; y de la indignada reacción que produce, como bien está expuesto en los documentos y debates publicados por la Cámara de Representantes de Chile.

«Denunciar el Proyecto Camelot como un instrumento de intervención del Departamento de Defensa de los EE. UU., como una violación a la dignidad, la soberanía e independencia de las naciones y los pueblos y contra él su derecho a la autodeterminación, garantizado por el Derecho Interamericano».[15] (Conclusión del Comité de Investigación Especial, páginas 3325–3326).

«Las Naciones, como los gobiernos u otras instituciones, tienen su propio desarrollo e individualidad. Nadie tiene el derecho de entrar a investigarlos, sin el consentimiento del jefe del Estado. Ninguna institución o fuerza extranjera puede investigar las particularidades de los problemas internos de una nación, de sus Fuerzas Armadas, su Administración de Justicia, sus asociaciones comerciales, sus administraciones públicas, sus instituciones, etcétera, sin la previa autorización del Gobierno».[16]

Se comprende fácilmente el porqué de estas ilustraciones irrazonables, por ejemplo, que en nombre de las Ciencias Sociales se reclame el derecho de acceso, casi ilimitado, a la información. Nos gustaría, pues, que Don Andrés no se inmiscuyera frecuentemente en los problemas de un individuo sin su consentimiento, ya que, cuando esto ocurre, como sucede a menudo en la política y a veces en las Ciencias Sociales, hay un estallido de protesta o, por el contrario, se realizan grandes esfuerzos para justificarlo, arguyendo que tiene un gran valor social o científico. En general, aceptamos una esfera de privacidad alrededor, debiendo penetrarla solo bajo su deliberado consentimiento.[17]

La aplicación de este ejemplo a nivel de naciones es harto comprensible, solo tendremos que volver sobre algunas escenas.

¿Cómo reaccionarían los EE. UU. frente a una comisión de sociólogos soviéticos para investigar el asesinato del presidente Kennedy? ¿O para investigar las raíces de la invasión a Cuba? ¿O los intereses ocultos en la intervención a Santo Domingo?

Siempre bajo la misma orientación del Proyecto Camelot: el gobierno de la nación, objetivo del estudio, no ha sido consultado, sino que ha tenido noticias de esto por otras vías.

Este es un problema de dignidad y derechos humanos y, llevándolo a nivel internacional, es un problema de dignidad y autonomía nacional.

Debe comprenderse que las Ciencias Sociales son potencialmente instrumentos políticos de gran importancia, por lo que la entrada de sociólogos extranjeros en un país es indiscutiblemente un movimiento político; produciendo, por tanto, un dilema al intento de conciliar los valores de la acumulación del conocimiento con los del decoro y la autonomía. Sobre esto volveremos ahora.

Algunas medidas sugeridas

De mayor importancia actual es el encontrar posibles soluciones a los problemas causados por el asunto Camelot, que tratar de analizar lo sucedido. Esencialmente, solo existen dos problemas: a) la combinación de los objetivos científicos y políticos; b) el colonialismo científico. No es un problema que un gobierno patrocine una investigación científica, ya que de hecho lo hace al mantener universidades en la mayoría de los países, así como en otras formas, por lo que es difícil denunciar este método sin incluir la mayor parte de los estudios científicos que hasta ahora se han realizado. Tampoco es un problema el patrocinio de investigaciones por entidades militares: estas se deben realizar con propósitos militares que pueden gustarle o no a alguien, o también con fines militares por lo que se debe evaluar su importancia científica. Otro aspecto de esta cuestión, es que los límites (de cuándo es científico o científico-político) no están definidos, y que el patrocinio de investigaciones importantes siempre da prestigio al patrocinador. Convirtiéndose así en un conflicto individual, el negarle el patrocinio de un importante estudio a alguien, porque a uno le disguste lo suficiente.

Hoy día, la mayor parte de los individuos están suscritos (si no viven ya acorde con él) a un código ético, por el cual el engaño solo es permitido bajo condiciones extremas (en casos de vida o muerte, etcétera), y por lo que sus principios no son los de la deshonestidad, no colaborando así con un proyecto de investigación que estuviera enmarcado en ella. Además, los científicos están trabajando por desentrañar la verdad, las mentiras para ellos serían antitéticas.

Es bastante difícil tratar de aliviar las tensiones que surgen al mezclar los problemas políticos y los científicos; sin embargo, algunos principios pueden ser sugeridos.

En primer lugar, la existencia de sinceridad donde los propósitos y el patrocinio están comprometidos. Un sociólogo no presentaría de buena fe un proyecto sin querer decir el propósito y el patrocinio, y si no lo hace ya no es más un científico honrado. Puede ser un excelente sociólogo al servicio de la Inteligencia de una u otra nación, pero no sería ya reconocido como un científico; más bien, será comparado a un vendedor de aspiradoras, el cual entra en una casa con el pretexto de realizar un survey, abandonando este propósito según cierran la puerta tras él, tenga o no los documentos en sus manos.

Desde luego, hay razón cuando se duda de que esos gobiernos u otros se abstendrán de utilizar las Ciencias Sociales como un medio para viabilizar sus objetivos políticos, y aquellos individuos que se identifiquen con los objetivos, salarios u otras condiciones ofrecidas, podrán unirse a él, sean o no sociólogos.

En segundo lugar, se habría podido solicitar de buena fe un proyecto de investigación social, que ellos hubieran coordinado con las conocidas limitaciones como reglas de anonimato, consideraciones generales, etcétera. Ahora bien, como dijimos anteriormente, sentimos que se ha hecho demasiado énfasis en estas condiciones, quizás así es fácilmente comprensible y, relativamente poco problemático, tanto para embaucar con él como para implantarlo.

En tercer lugar, y este es el punto menos trivial, se vería que las investigaciones sociales están igualmente distribuidas, que este no es un método político monopolizado por un grupo o una nación para utilizarlo en cualquier momento contra otros.

No es solo un problema de libre acceso a las teorías y métodos, así como una efectiva asistencia técnica, sino también de planear métodos de estudios sociales perfectos y asequibles para que puedan ser utilizados por cualquiera que tenga algún nivel cultural. Por lo que actualmente los proyectos a gran escala y alto costo, como el de Camelot, son métodos utilizados por casi todas las potencias mundiales. Verdaderamente, todos los esfuerzos de asistencia técnica serían vistos no solo como medidas para propagar la Ciencia social, sino también como medidas de autodefensa para las naciones en la periferia del mundo. Ya que sirven para hacer más comprensible los fenómenos que ocurren cuando ellas son objetivos de las Ciencias Sociales, facilitándoles también el desviar el interés de aquellas hacia otro objetivo, tal como será desarrollado en la siguiente sección.

En cuarto lugar, tenemos que las investigaciones políticamente permeadas no debieran ser manipuladas por partidos en conflicto, sino por un tercer partido o por institutos internacionales.

Finalmente, se debiera tener más sinceridad e integridad para abordar el problema, estando dispuestos a ver y admitir su aspecto político y, sobre todo, no dejarse engañar ni confundir por los que mucho hablan de la libertad de investigación. Todos creemos en el valor de la ciencia, pero este no debemos hacerlo algo absoluto; hacer eso sería poner el conocimiento más alto que la libertad, la autonomía, la dignidad, la vida o la muerte. Por lo tanto, enfrentaremos estos problemas con más honestidad y menos mística, lo que nos vendrá mejor en todo.

Volvamos, pues, al problema del colonialismo científico donde la asimetría es la esencia del fenómeno, y su solución la introducción de elementos que contribuyen a la simetría de los proyectos. Los aspectos triviales del proceso tienen relación con la organización del proyecto en particular, aunque esto le haya tomado a las Ciencias Sociales mucho tiempo realizarlo y trabajarlo. En síntesis, el proyecto asimétrico es como sigue: el antropólogo se confecciona una línea de acción, realizando él mismo la búsqueda de información, aunque puede también sobornar nativos para hacer sondeos a fin de que le obtengan información y pasando por periodista remite la información a su país; la elaboración, análisis, la formación de la teoría y la conclusión son suyas. Recopilando la amplia información que tiene, regresa a su país con la valija repleta de valiosos datos que procesará a su llegada, siendo frecuente que no comente sus temas ni sus hallazgos antes de que se publiquen.

A este argumento se le puede objetar que el antropólogo está estudiando pueblos primitivos que ya han sido descubiertos anteriormente, por lo que no puede participar a un mismo nivel, realizando solo sus propias ideas en el campo de la Antropología social. Pero esta objeción se va acumulando a medida que aumenta el desarrollo de las Ciencias Sociales en el mundo. Se pudiera argüir ahora que muy pocos — si, en realidad, hay algunos — de los métodos investigativos de otros países, tienen un nivel suficiente como para contribuir a la sofisticada Ciencia Social de los EE.UU. de manera que pudieran catalogarse como colaboradores. Ahora bien, contra este criterio se puede argumentar que ha servido de base para negarle a las naciones, por ejemplo, su independencia. Aquí estamos tratando — por lo que vemos — un derecho básico e inalienable de los pueblos: el participar activa y conscientemente en el estudio que de sí mismo está realizando otro, y si no, hacerlo al menos como colaborador.

Las fórmulas para la organización simétrica de un proyecto de investigación iniciado por sociólogos en «A» para estudiar las condiciones de «B», sería las siguientes (después de solicitar las autorizaciones para realizar tal proyecto).[18]

1. Participación de intelectuales de «B» en la organización del proyecto, proporcionándoles todos los documentos, etcétera, desde el inicio, de modo que no tenga una prehistoria que pueda ser utilizada para argumentar cursos de acción («lo hemos empleado para hacerlo de esta forma; pensamos originalmente hacerlo de esa forma», etcétera).

2. Participación de la Búsqueda de información a todos los niveles, no solo como informantes, etcétera.

3. Participación en la elaboración de la información a todos los niveles, no solo como recopilador, etcétera.

4. Igual acceso al análisis de la información, que a menudo implica igual acceso a las tarjetas de IBM. El punto básico aquí es el derecho de acceso, aunque no tenga necesariamente que hacer uso de él.

5. Participación en la formación de la teoría.

6. Participación en la conclusión, pudiendo ser invitado a ser coautor.

Naturalmente, estos principios tendrán que ajustarse a las circunstancias locales, tales como el grado de desarrollo de las Ciencias Sociales en la nación «B», etcétera, ellos se aplicarían solo a los proyectos a gran escala, ya que sería ridículo poner tan complicada maquinaria en investigaciones de menor magnitud.

Aunque esto es muy atractivo en el papel, lo es menos en la práctica, ya que frecuentemente los sociólogos nativos se forman en países desarrollados, adquiriendo aquí una visión de sus países sanamente simplistas, por la enorme influencia que sobre ellos ejerce la sociedad desarrollada, siendo a menudo «más Católicos que el Papa». Por esto, y por la poca movilidad social y geográfica que muchas veces exige su profesión, a menudo tienen una visión más estereotipada de sus propios países que la de los sociólogos extranjeros que se encuentran protegidos por su ignorancia practicada en esas naciones. Además, este tipo de cooperación — la que actualmente es bastante practicada — a menudo entorpece el desarrollo de las Ciencias Sociales en estos países, ya que los sociólogos que han estudiado en naciones desarrolladas, aplican los modelos investigativos que allí aprendieron en sus patrias, sin comprender que estos fracasarán por la profunda diferencia que existe en el desarrollo social de estas naciones. Es patético ver cómo la mayor parte de los proyectos investigativos de los institutos de Ciencias Sociales en la periferia del mundo son copiados de los del centro con obvias implicaciones políticas.

Como ya nos hemos referido a la esencia del problema y, por lo tanto, a su aspecto más importante, ahora profundizaremos en otro de sus aspectos. Después que los intelectuales de «A» hayan realizado un número de proyectos de acuerdo con esta fórmula en «B», el resultado de la organización es simétrico, sin embargo, con una total asimetría en el conocimiento acumulado. Los de «A» conocen mucho más sobre «B» que este sobre aquel y sobre sí mismo, siendo este conocimiento adquirido frecuentemente expuesto en el idioma — no solo en el lenguaje — de «A», facilitando enormemente que «A» aumente su poder sobre «B» — aunque si esto fuera proporcionado sería un magnífico proyecto social. ¿Qué hay sobre esto?

Existen dos posibles métodos para lograr la simetría en este aspecto: a) interrumpir la investigación de «A» en «B»; b) empezar la investigación de «B» en «A»; nosotros preferimos este último. En el caso Camelot, esto significaría un plan que incluyera, por ejemplo, un estudio de las ramificaciones de las famosas «industrias militares», complejo aludido por Eisenhower, un estudio de posiciones para desarrollar campos, un estudio de los potenciales para violentar y no violentar cambios en la sociedad de los EE. UU., etcétera, todo lo cual sería realizado por equipos de EE.UU. y América Latina conjuntamente. Para los sociólogos de los países desarrollados, que piensan que tales proyectos no son serios, y que tienen además un matiz político definido, seguramente se sintieron insultados al conocer que fue esta y no otra la reacción de la mayor parte de los sociólogos latinoamericanos ante el Proyecto Camelot, lo cual significa que los ejemplos son útiles para propósitos heurísticos.

Aunque tal investigación también sería extremadamente útil para otros propósitos, entre los que se encuentran los siguientes: daría a los intelectuales de los países en vías de desarrollo una oportunidad para tener un mayor conocimiento del sistema político y social con el cual están emulando, enriquecería las Ciencias Sociales en las naciones en vías de desarrollo, al obligarlos a usar otras metodologías y teorías; al mismo tiempo que hace que los intelectuales de países desarrollados varíen considerablemente cuando vayan a estudiar sistemas políticos y sociales en otras naciones.

Les daría la oportunidad de salir de su estrecho marco de referencias y enfrentarse con una visión más amplia de la Humanidad, desembarazándose del sentimiento de que solo ellos son interesantes y dignos de estudio — sanción alentada por los mismos intelectuales que desde el Centro quieren emprender sus propios proyectos — , contribuiría a penetrar a las «figuras más adecuadas» de las naciones del mundo, ya que ellos no dudarían en permitir que se les estudiase desde otros ángulos por los intelectuales de países en vías de desarrollo — por ejemplo, pensemos en lo que han significado los estudios de Tocqueville y Mayrdal para conocer la idea que los americanos tenían de sí mismos — .

Contribuiría a guiar la disensión por un camino más esporádico que ideológico en los países fundamentales de la periferia del mundo; o sea, tal vez eliminaría algunos aspectos del debate Norte-Sur, situándolo así en un plano más acorde a la búsqueda de soluciones, sin que tengan que utilizarse fórmulas ideológicas. Contribuiría al desarrollo de las Ciencias Sociales, al darle una visión más universal y a aprovechar sistemáticamente las diferentes perspectivas investigativas. Contribuiría a una mayor informidad mundial, al institucionalizar la igualdad de derecho de los países para conocerse unos a otros, trayendo como consecuencia un «balance de conocimientos», que es un concepto totalmente contrario al de «conocimiento hegemónico».

De esta manera, ganan muchas naciones. Sin embargo, aun los sociólogos de los países en vías de desarrollo, se encuentran desinteresados por tales estudios, aceptándolos solo como un medio para hacer más comprensivos los proyectos comparativos donde su propia nación debe ser incluida. En cierto sentido esto es natural, ya que es consecuencia de una expresión de profundo interés y entusiasmo por descubrir uno su propia nación. Existe una opinión generalizada de que los problemas nacionales se deben resolver urgentemente, por lo que los escasos recursos que se pudieran destinar a la investigación se deben dedicar a estudios que contribuyan al desarrollo socioeconómico de la nación.

En este criterio se expresa un sentimiento de provisionalismo egocéntrico que, en realidad, no es muy diferente al de los adolescentes con respecto a ellos mismos y a sus parientes, aunque esta situación puede variar rápidamente poniéndose en boga tales estudios. Por lo que, de hecho, las instituciones podrían hacer una importante contribución a estos proyectos si comenzaran a asignarle fondos a los intelectuales de la periferia que pueden y quieren estudiar a las naciones del centro, patrocinando no solo las investigaciones en el centro, sino también los de la periferia sobre sí misma y, desde luego, las del centro sobre la periferia. Esto contribuiría, sencillamente, a lograr un mundo más rico e interesante, concediendo a todos los países el privilegio de que otros contribuyan a su propio desarrollo.

Así lo que hemos llamado colonialismo científico presenta dos fases, conociendo a la vez dos métodos relativamente simples para solucionarlos al menos sobre el papel. Pero imaginemos ahora que solo uno se pudiera resolver, ¿cuál se debiera escoger? Nosotros diríamos que el último por ser más importante, aunque también es el más difícil. Proponer una organización asimétrica para un proyecto puede mellar la dignidad de los sociólogos locales y menoscabar el prestigio nacional, situación por la que ya ellos han pasado. Pero continuar con la desigual distribución de la experiencia investigativa en las diferentes naciones, es un modo de perpetuar la estructura generalmente feudal del mundo, lo cual sería una acción extremadamente política.

Desde luego, nadie negará que tanto cuantitativa como cualitativamente, la literatura sobre los países desarrollados y poderosos es mucho mayor de la que existe sobre otros lugares, pero, aunque esté realizada por sus intelectuales, de ninguna manera puede dar un conocimiento semejante al que ofrece la experiencia directa.

Por otra parte, aunque es fácil manifestar una preferencia por un valor determinado, no es tan fácil institucionalizar soluciones que correspondan a esos principios. Así, la periferia tiene que dominar las técnicas investigativas para poder realizar un buen estudio del centro, lo cual es una nueva razón para que la simetría en la organización tenga precedencia en la práctica: es una de las formas más simples de difusión de conocimiento técnico. Y una vez que las teorías y métodos fundamentales de las Ciencias Sociales han sido suficientemente propagados se puede decir que, naturalmente, después seguirá la segunda fase: nuestra nación ya no será suficiente para satisfacer la curiosidad de los sociólogos de los países en vías de desarrollo.

Se deben subrayar, las ventajas que obtienen los institutos de investigaciones internacionales cuando logran cambiar estos dos principios: a) simetría en la organización del proyecto; b) simetría en el proyecto de ellos mismos. En primer lugar, se deben realizar esfuerzos en un determinado instituto para orientar todos sus proyectos simétricamente, viendo también que la acumulación de conocimientos se entienda de modo uniforme sobre los diferentes grupos de naciones. Esto sería un importante argumento contra la especialización por áreas de los institutos, aunque este problema se pueda resolver con intercambios de experiencias: un instituto para el estudio de las naciones subdesarrolladas debería mantener este intercambio con un instituto para el estudio de naciones superdesarrolladas, etcétera.

En segundo lugar, los institutos internacionales pueden obtener cerca del total de los resultados del proyecto, definiendo simplemente como internacional — no por la nación «A» ni por la nación «B» — . Para esto se pueden utilizar varias clases de simbolismos.

Entre otros, existe la idea de que intervengan en los estudios individuos de una tercera nación, estando así las direcciones grandemente intermezcladas. También, se encuentra la posibilidad de que el instituto esté ya reconocido no solo como internacional, sino como súpernacional, por lo que es un poco sospechoso en cuanto a su base nacional a pesar de las nacionalidades de los investigadores. Un camino para obtener esta envidiable y relativa posición sería el de unir el instituto a una organización súpernacional, como los EE.UU., por ejemplo, aunque posteriormente la dificultad estribaría en que estos mismos pueden ser una parte de lo que se quiere estudiar; también existen otras dificultades, tales como el problema de crear trabajos científicos para 117 expertos que en la práctica pueden tener experiencias sumamente discordes.

Conclusión

El Proyecto Camelot abre así las posibilidades de debatir sobre la estructura y organización de las Ciencias Sociales una vez que supera los límites de una nación; debiéndose esperar que esta discusión será ahora orientada hacia el futuro más bien que hacia el pasado.

Aunque también se supone que el destino del Proyecto Camelot sirva como advertencia para aquellos que aun piensan que tales proyectos pueden ser legítimamente lanzados en el nombre de las Ciencias Sociales[19] y para los que puedan ser blancos de tales proyectos, que no se cieguen ante sus políticas armónicas, pudiendo así reaccionar contra esto consecuentemente.[20]


*Le estoy agradecido a Simón Schwartzman y a otros cuadros estudiantiles de Flacso por su colaboración, aunque la responsabilidad corresponde enteramente al autor.


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Notas:

[1] Algunas de las mayores fuentes sobre el Proyecto Camelot:

Irving Louis Horowitz, «The Life and Death or Proyecto Camelot». Transaction, Noviembre/Diciembre 1965. pp. 3–7, 44–47; «Feedback from our readers», Transaction, Mar./Apr. 1966. pp. 2–55; Alfred De Grazia, «Editorial on Project Camelot», The American Behavioral. Scientist, September 1965, p. 40; «Letters», The American Behavioral Scientist, October 1965, p. NS-12. November 1965, p. 32; Jessie Bernard, «To the Editor», The American Sociologist, 1965, pp. 24–25; John Walsh, «Social Sciences: Cancellation of Project Camelot After Row in Chile lírigs [sic] Research Under Scrutiny», Science, Sep. 10 1965; Kalman II. Silvert, «American Academic Ethics and Social Research Abroad: The Lesson of Project Camelot», Background, 1965, pp. 215–36 (actually, the Whole issue of Bacground deals with the Camelot Aftermath). Myron and Penina Glazer, «Social Science Research and the Real World: los Chilenos y los gringos», mimeo. 1966.

El debate y las condiciones de la Comisión Especial en Investigación de la Cámara de Representantes de Chile, amplia documentación y variados y extensivos análisis del asunto Camelot, se encuentran en: La Sesión 33 a), el jueves 16 de diciembre de 1965, República de Chile, Cámara de Diputados, Legislatura extraordinaria, 384 pp. Estos también tienen informes en extensas citas de los periódicos.

Un importante artículo chileno es el de José Pablo López «La Tenue Red del Proyecto Camelot», Ercilla, July 7, 1965, pp. 20–1–31.

El editorial de «De Grazia» contiene la siguiente afirmación: «Un pacifista noruego, llamado Johan Galtung, incitó a un periódico comunista chileno a agitar el odio antiyanqui entre unos pocos profesores suramericanos, etcétera», lo cual es una descripción inexacta de lo que sucedió. Cierto es que soy un pacifista, aunque esto ahora no importa: en general, no veo ningún error en que el Departamento de Defensa patrocine la investigación, y realmente aprecio el papel que han jugado los servicios armados en el patrocinaje de investigaciones científicas. Siendo noruego es correcto señalar que el Proyecto Camelot es diferente desde el punto de vista de una pequeña nación que desde el punto de vista de un estado poderoso, que integra uno de los bloques mundiales. Ahora bien, lo que es completamente incierto es que yo incitara a los comunistas chilenos de un periódico. Lo que sucedió fue que yo (trabajando en Chile como profesor en la Unesco) recibí la invitación de colaborar en el proyecto de su último director, realizando la generosa oferta; al plantearles las reservas que tenía sobre el asunto, no recibí explicaciones satisfactorias (esas reservas son las mismas que planteo en este artículo), y solo después de esto, informé mis opiniones a los colegas latinoamericanos. Puedo asegurar a De Grazia, que más de «unos pocos de profesores» se aterraron con el proyecto y rehusaron indignados participar en él, por lo que ha sido de hecho uno de los pocos problemas que ha unido en una misma línea a empiristas, fenomenologistas y marxistas. Después de dos meses de haber sucedido esto, un periódico comunista local («El Siglo») atacó furiosamente el proyecto, llegando a considerarlo como labor de espionaje o, casi como de intervención militar. Es también incierto que el proyecto fuera «mantenido por algunos de los más prestigiosos intelectuales extranjeros en la América Latina». Sin embargo, lo que es una buena idea de «De Grazia», es la sugerencia de crear un comité por las asociaciones adecuadas, para estudiar todos los aspectos del origen y desaparición del Proyecto Camelot.

Dos excelentes e inexactos artículos de Horowitz debieran también ser señalados aquí. Él escribe que «Galtung estaba además profundamente interesado en la posibilidad de que los intelectuales europeos no siguieran siendo desplazados de los estudios latinoamericanos, por los sociólogos estadounidenses. Mi mayor preocupación era acerca del futuro de las Ciencias Sociales en la América Latina, particularmente lo que habría sucedido si el Proyecto Camelot hubiera subsistido por algunos años, posteriormente, al ser revelados los detalles del problema, los hechos confirmaron esta preocupación. Con respecto al Debate entre sociólogos europeos y norteamericanos, yo particularmente prefiero a estos últimos, aunque es de mucha mayor importancia la participación equitativa de sociólogos latinoamericanos, especialmente en el estudio de sus propios países. Horowitz también escribe que «Simultáneamente, las autoridades en Flacso trasladaron el problema a sus asociados en el Senado y la prensa de izquierda chilena» cuando lo cierto es que ni la Flacso, ni sus dirigentes tuvieron relación alguna con el asunto Camelot. Todo lo que hice en relación con esto fue iniciativa particular mía, y ni la Flacso, ni el patrocinio de la Unesco tuvieron ninguna responsabilidad con ello.

[2] Así, la presentación de los estudios de Jessie Bernard (op. cit., p. 24) lo estudia en forma muy diferente al del memorándum citado: Existía la opinión generalizada de que las soluciones políticas eran mejores que las soluciones militares que se habrían necesitado.

¿Podrían ser previstas las condiciones que originaron la violencia? ¿Podrían ser alcanzados los objetivos obtenidos con la no violencia? Estas preguntas estaban entre las que requieren atención. Sin embargo, un estrecho escrutinio del material aprovechable del proyecto no era garantía de que el proyecto estaba bien construido para ese propósito. El énfasis parecía estar más bien en cómo predecir y evitar alguna revolución que causara cambios sociales, por formas no violentas. El propósito manifestado por el doctor Bernard es también difícil de concordar con la expresión del memorándum. Además, ¿quién en los países en vías de desarrollo ha reconocido que «El Ejército de los EE.UU. tiene una importante misión en los aspectos positivos y constructivos en la edificación de la nación, así como la responsabilidad de ayudar a los gobiernos amigos en tratar de contrarrestar los problemas de insurrección activa»?

[3] Este punto está hecho virtualmente todo por quienes escriben sobre la materia, particularmente Silver (op. cit., p. 218) y Horowitz (op. cit., p. 44).

[4] Un buen ejemplo es encontrado en una cita de un distinguido sociólogo de los EE. UU.: ¿Acaso fue una ingenuidad del proyecto Camelot — una verdadera ingenuidad masiva — que se enviara, por correo, un plan en clave a docenas de intelectuales en este país, con la justificación de la contrainsurgencia, queriendo darle a las Ciencias Sociales un valor de contrainsurrección? ¿Fue esta candidez masiva la consecuencia directa de que la parte de las Ciencias Sociales que se utilizaban eran aquellas que tenían alguna sensibilidad política?» (Background, 1965, mp. 196). Es difícil llegar a la conclusión de que el orador siente que el proyecto pudiera haber sido salvado con una mayor discreción encubriendo las intenciones, o sea, no haciéndolas públicas.

[5] Sin embargo, es muy fácil deducir de aquí una mala conducta de un hombre en particular, que puede luego cumplir una condena como un chiquillo castigado. Así, el Glazer escribe sobre un encuentro en la Universidad de Princeton, en octubre de 1964, con un grupo de investigadores de Camelot: «Habiendo regresado justamente de Chile, relatamos cómo indiscutiblemente estaba condenado al fracaso. La carga de la ayuda militar a un proyecto que trata de prevenir las causas de la revolución, subrayamos, era intolerable. Ni los chilenos ni otros latinoamericanos cooperarían gustosamente con los norteamericanos, bajo las órdenes del Pentágono, el cual estaba resuelto a aprender las técnicas de la insurrección. La réplica de uno de los participantes en Princeton dejó implícito claramente que los investigadores sofisticados pudieran maniobrar bien tratándolo como un simple problema técnico, cubriendo así la causa de la ayuda» (op. cit., p. 32).

[6] «La hostilidad de un sociólogo invitado precipitó el incidente diplomático — que condujo finalmente a la cancelación del Proyecto Camelot — ». Bernard, op. cit., p. 24. ¿Hubo, tal vez, razones localizadas en el mismo proyecto para ser hostil?

[7] Que esto no es una actitud general en los círculos oficiales de los EE. UU., se ve en el comentario del senador Fulbright sobre el proyecto: se caracteriza por ser «reaccionario y retrógrado, opuesto al cambio. Se encuentra implícito en Camelot, según el concepto de «contrainsurrección» la suposición de que los movimientos revolucionarios son peligrosos a los intereses de los Estados Unidos y, por lo tanto, estos deben estar preparados, para ayudar, si no participa de hecho en ciertas medidas para reprimirlos». Citado por Horot Horowitz, op. cit., p. 3. Vea también su análisis en p. 6. Un encantador relato de cómo fue ridiculizada la perspectiva oficial de los EE. UU. en la América Latina, puede ser visto en «A New Look in Latin American Relation», Human Organization, de J. Mayone Stucos, vol. 18, pp. 149–151.

[8] Esto es abiertamente expresado por M. C. Kennedy: «…lo que es realmente más embarazoso es la visionaria estupidez de la mayoría de los sociólogos. Todos hablan sobre cómo tomar el rol del otro, pero pocos de ellos en verdad parecen capaces de hacerlo. Para resumir, no necesitamos otra ética, que la que nos protegerá primero de la principal estupidez de nuestros colegas» (Transaction, Mar. /Apr. 1966. 2).

[9] Records, p. 3335.

[10] Para ver una magnífica expresión de estas intenciones, comprobadas por las relaciones privadas de este autor, consulte Jessie Bernard, op. cit., y Horowitz, op. cit., pp. 46–47.

[11] Citado del Records, p. 3348. Se debe enfatizar que Nuttine no estaba realmente autorizado para hacer este viaje de reclutamiento, puesto que Chile aún no se encontraba en la lista original de naciones señaladas para el Proyecto. Por otra parte, aunque el Proyecto subvencionó el viaje de Nuttine, este se excedió en sus responsabilidades, colocándose como el director de aquel. Ver Horowitz, op. cit., p. 5.

[12] Realmente, la mayoría de sus comentaristas daban por sentado que el proyecto era esencialmente una operación política. Los periódicos del ala izquierda de la América Latina nunca lo describieron de otra manera que como «espionaje yanqui». En el semanario cubano Bohemia (septiembre 24 de 1965, p. 86), Rex Hooper se convirtió en «un ex agente de la CIA». A raíz de su muerte, el New York Times (June 23, 1966, p. 6) describe el Proyecto Camelot «Como un programa de unos cuatro millones de dólares con vista a describir las causas de la guerra interna de la América Latina y otras áreas en vías de desarrollo. Y De Grazia, en su editorial, trata claramente sobre el valor político que el Proyecto Camelot pudo haber tenido.

[13] Jorge Graciarena: «Algunas consideraciones sobre la cooperación internacional y el desarrollo reciente de la investigación sociológica en América Latina», documentos presentados en la Conferencia Internacional sobre investigación social comparativa en los países de desarrollo, Buenos Aires, 8–16, Septiembre 1964.

[14] Se recordarán los comentarios hechos por el Editorial, Human Organization, vol. 17, criticando un aspecto importante del libro de Burdick, Leder, The Ugly American (El Americano Feo). Esencialmente, lo que hace el coronel Hillendale es «conocer el idioma de un lugar, su cultura, para después, valiéndose de ello, dominar al pueblo según su conveniencia». «Un programa dirigido a lograr estos fines con nuestros supuestos amigos, tendría éxitos transitivos, pero a la larga puede fracasar y traer grandes consecuencias. Más tarde o más temprano (y probablemente pronto) el pueblo conoce que está siendo burlado, perdiendo toda la confianza en aquellos que lo engañan. Esperamos, por lo tanto, que los que nos sirven en el extranjero no piensen que los estamos utilizando como instrumentos para el práctico americano». Sin embargo, en este argumento también hay un error. El editor no dice que este criterio es equívoco en sí mismo, sino solo que es equívoco si las consecuencias lo fueran, o sea, que significaran hostilidad hacia los EE. UU.

[15] El primer punto era la conclusión denunciatoria del Comité de Investigación Especial, Records, pp. 3324–3326.

[16] Records, p. 3340, citado de la disertación de Don Andrés.

[17] Los sociólogos americanos lo asociaron con el debate sobre la publicación de When Prophecy Fails.

[18] Para más detalles, vea Johan Galtung, «Some aspects of Comparative Research», para ser publicada en POLIS, 1966.

[19] Así, aunque hay rumores persistentes sobre las diversas manifestaciones del Proyecto Camelot, es difícil obtener información precisa sobre ello. Horowitz informa que el indignante Proyecto designado para estudiar el movimiento separatista franco-canadiense fue cancelado poco antes del debate del Proyecto Camelot. Transaction (Mar/April 1966, p. 56). Correio de Manha, en Río de Janeiro, entre otras causas, menciona la malicia de un tipo de operación como la de Camelot en la Universidad de Minas Gerais en Belo Horizonte. En el debate «Simpático y Operación Colonia», en Colombia y Perú, respectivamente (p. 3370). Según el periódico de Lima El Comercio (Junio 17 de 1966), el «Simpático» no encontró resistencia en Colombia, estando concertado con programas cívicos de las Fuerzas Armadas, pero el pueblo reaccionó violentamente por ello. Similarmente, el Proyecto Numismático se llevaría a cabo solo en «países

seleccionados», mientras que el Proyecto Reasentamiento, designado para estudiar Perú, fue cancelado a petición del gobierno de ese país.

[20] En Transaction (julio/agosto 1966) cinco sociólogos estadounidenses, especialistas en investigaciones en y sobre la América Latina, solicitaron un debate no solo con la asistencia de los interesados en los propios EE. UU., sino también con la de los colegas latinoamericanos. Ellos juzgaron que el Proyecto Camelot era científica y éticamente irresponsable, apoyándose principalmente en siete argumentos, todos ellos válidos, en nuestra opinión. Es interesante hacer notar cómo se realizó un análisis más profundo y de mayor calidad del Proyecto cuando fue hecho por expertos en esas regiones. Por otra parte, también podría ser interesante conocer cómo se consideran estos argumentos: ¿habría sido censurable aún el Proyecto si solo seis, cinco, cuatro o menos argumentos hubieran sido válidos? En otras palabras, ¿qué es lo esencial y qué es lo accidental en el debate Camelot?


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