«Lo más puro de mis esperanzas de constructor».

La concepción del desarrollo económico

Por Luis Emilio Aybar Toledo

La actuación del Che como dirigente y pensador revolucionario se desenvuelve en un contexto donde la problemática del desarrollo y el subdesarrollo es ya nombrada como tal, y se encuentra en pleno auge como campo de estudio y acción. En el caso de América Latina esto es particularmente relevante, pues la teoría estructuralista cepalina, así como la Teoría de la Dependencia, constituían modos regionales de acercarse a una problemática de alcance mundial. Estas corrientes, junto con la literatura marxista en general, constituyen fuentes de las reflexiones del Che en este campo, aunque el aprendizaje fundamental proviene del proceso político y social de la Revolución cubana.

Las políticas de la Revolución fueron, sin dudas, políticas de desarrollo. Esto es cierto si nos referimos al campo económico, y más aún, si abordamos las múltiples esferas de la vida social. Dicho en términos muy generales, se trata de una política que tuvo como objetivo poner todos los recursos y esfuerzos del país en función de las necesidades de su gente, lo cual implicaba superar una situación de dependencia, sometimiento neocolonial, deformación estructural, desempleo crónico, pobreza, analfabetismo, entre otros males. Las bases para lograrlo se pusieron muy rápidamente: ya en 1961 la casi totalidad de las palancas sociales estaban en manos de una fuerza que obraba en función de los intereses populares. Pero la mayor parte del trabajo estaba aún por hacer, y como había dicho Fidel en su primer discurso, quizás todo sería más difícil.

Durante estos primeros años, el Che estuvo ocupado en ese trabajo por hacer para llevar hasta el final las promesas de la Revolución, y lo hizo desde el frente más difícil: la industrialización del país, empeño que dirigió desde el propio año 1959 hasta su partida en 1965.

La industrialización era un clamor nacional que venía desde antes de 1959, pero solo con la liberación del país del imperialismo norteamericano se generó un escenario propicio para tal empresa. La nueva fuerza social identificó en la industrialización un requisito para superar la condición del subdesarrollo.

Las primeras proyecciones fueron, en realidad, demasiado ambiciosas. Se planteaba un cambio acelerado de la estructura económica del país, de una economía primaria, monoexportadora y rentista a una economía industrializada y diversificada en aproximadamente cinco años. Muy pronto se hizo evidente que el subdesarrollo tenía una fuerza inercial poderosa, acumulada estructural y culturalmente por decenas de años, que el empeño debía desarrollarse en un entorno hemisférico muy hostil y que exigía una gran capacidad de organización, para lo cual la nueva fuerza dirigente no estaba preparada.

Hoy sabemos que el sueño de la industrialización del país sigue pendiente, y por esa misma razón, vale reflexionar acerca de una de sus experiencias más sugestivas, aquella que tuvo lugar en el Ministerio de Industrias bajo el liderazgo del Che en los primeros años de la Revolución.

Una primera aclaración es que no abordaremos su teoría y práctica del desarrollo en general, sino que nos centraremos en su dimensión económica vista desde una perspectiva guevariana, o sea, distinta de lo que comúnmente se entiende por economía.

Dejamos por sentado que este artículo, aunque no lo aborda en forma explícita, es pertinente para el contexto cubano actual, donde acontecen reformas económicas que implican transitar de una política de sobrevivencia a una estrategia de desarrollo de mediano y largo plazo. Lamentablemente, hemos convidado poco al Che a la mesa de discusiones; quizás porque, a pesar de los años, no ha perdido su carácter incómodo.

Por último, es necesario aclarar que existe una diferencia muy grande entre lo que la dirección del país proyectó hacer en aquel momento y lo que se pudo hacer en realidad, pero intentaremos referirnos a lo uno y lo otro, porque de ambos planos, y de su interrelación, se extraen muchísimos aprendizajes.

Va organizado en dos partes: una primera, centrada en la concepción del desarrollo económico; y una segunda, dedicada a la política industrial en específico.

Socialismo y desarrollo

La prédica y la práctica de la Revolución cubana involucraron posicionamientos novedosos que generaron nuevas motivaciones para la teoría, entre ellos la idea de que el socialismo es una condición para el desarrollo de los países del Tercer Mundo. Esta tesis proviene tanto de las experiencias históricas cubana y latinoamericana, como de los acercamientos teóricos que estas motivaron acerca del lugar de América Latina en el sistema capitalista mundial.

A partir de la gran vulnerabilidad económica evidenciada con la crisis del capitalismo central a finales de los años veinte, una fracción de las burguesías regionales intentó modificar el patrón de inserción latinoamericana mediante procesos de industrialización y desarrollo autónomo. Sin embargo, ante la necesidad de transitar del predominio de la industria liviana hasta la industria pesada, de la producción de bienes de consumo a la producción de bienes de capital (lo cual requería mayores transferencias de capital desde los sectores históricamente exportadores) la burguesía industrial y sus expresiones políticas chocan a un tiempo con monopolios extranjeros y clases nacionales de los sectores tradicionales. A esto se suma la presión de nuevos capitales internacionales, interesados en generar actividades industriales modeladas a sus intereses en países periféricos. La integración productiva con los capitales extranjeros ofrecía un panorama muy provechoso, que compensaba las abundantes dificultades que enfrentaba un proyecto de desarrollo endógeno. A decir de Ruy Mauro Marini, «la burguesía industrial latinoamericana evoluciona de la idea de un desarrollo autónomo hacia una integración efectiva con los capitales imperialistas, y da lugar a un nuevo tipo de dependencia, mucho más radical que la que rigiera anteriormente».[1]

https://medium.com/la-tiza/la-transici%C3%B3n-la-planificaci%C3%B3n-y-el-mercado-vistos-desde-el-subdesarrollo-821c47cbb3b3

La misma expansión de la capacidad tecnológica y financiera acaecida en los países centrales genera la necesidad de subordinar nuevos territorios, ahora también en el campo de la actividad industrial. El proyecto de desarrollo endógeno choca entonces con la organización funcional del capitalismo mundial y su tendencia polarizante, donde las actividades industriales localizadas en las periferias; a decir de Samir Amín, «funcionan como subcontratistas del capital dominante».[2] Esto no significa que los intereses de la burguesía latinoamericana sean menguados, sino que encuentran plena realización en el marco de esta subordinación.

Las fuerzas emancipadoras encuentran aquí un nuevo argumento que se viene a sumar a las muchas razones que fundamentan el socialismo: la superación de la dependencia económica, requisito imprescindible para alcanzar un bienestar duradero, será imposible bajo el capitalismo. Esto era aún más evidente en el caso de Cuba, donde no hubo un intento serio de industrialización, a diferencia de otros países (Brasil, Argentina, México). Su dependencia era pasmosa, así como la ligazón entre sus clases dominantes y los intereses del imperialismo norteamericano. La política de la Revolución demostró muy rápidamente las enormes posibilidades que generaba, para el bienestar de las mayorías, una nueva forma de organización social. Incluso en términos de la industrialización del país, en el marco del experimento de los primeros años, a pesar de diversos errores y dificultades que hubo de enfrentar, se ampliaron extraordinariamente los limitados avances de la etapa anterior.[3]

Sin embargo, desde entonces Cuba no ha logrado superar su condición de país subdesarrollado. Sucede que, además de los fuertes condicionamientos externos, la tesis de partida no es determinista. No afirma que una vez desarrolladas las instituciones socialistas alcanzaremos el desarrollo, ni identifica lo uno con lo otro. Solo dice que el socialismo es condición necesaria.

El desempeño del Che como dirigente político y funcionario gubernamental estuvo signado por la evaluación sistemática de la coherencia entre los principios socialistas, sus formas institucionales, la estrategia de desarrollo del país, la política industrial, sus instrumentos económicos, y las prácticas que los hacían valer. Desplegó una superación personal continua para ponerse a la altura de las metas trazadas, y buscó insuflar ese espíritu en cada espacio del país.

Son rasgos que sobreabundan en sus escritos y discursos, a contrapelo de un utopismo abstracto muy difundido como estereotipo de sus actitudes políticas. Mientras expone el proyecto de industrialización del país, afirma: «Este esquema de trabajo está constituido por ideas. Tenemos tareas concretas que realizar si queremos que todo se convierta en realidad».[4] «El cambio no se produce automáticamente en la conciencia –dice en El socialismo y el hombre en Cuba–, como no se produce tampoco en la economía».[5] También es problémica su visión acerca de los vínculos entre «el modelo de relaciones sociales de producción en la industria», y la «expansión planificada de las fuerzas productivas»: «un modelo inadecuado puede frenar, retrasar, burocratizar y transformar en un organismo anémico el aparato productivo».[6]

Por otro lado, tan pronto como nos desplazamos de un enfoque del socialismo como forma de organización social, al socialismo como transición, se produce un vuelco en la comprensión de nuestra tesis de partida. En el primer enfoque tenemos dos procesos diferenciados, y el resultado de uno (la implantación de una forma de organización social) sirve de base al otro (el desarrollo como fuente del bienestar social). En el segundo enfoque –el socialismo como transición– la creación de nuevas estructuras sociales, la formación de una nueva cultura y el logro del bienestar humano, son integrados como metas de un único proceso. Este es sin dudas, el enfoque privilegiado por el Che.

Resulta fundamental especificar el significado de las palabras, pues el término «desarrollo» tiende a remitir a los signos de progreso de las potencias centrales. Uno de los principales errores de los países del campo socialista, muy cuestionado por el Che en su tiempo, fue intentar emular la dinámica de producción y consumo capitalista, lo que implicaba jugar las reglas de sus rivales, en lugar de las propias. Hoy en día la perspectiva marxista acerca de la enajenación y el fetichismo ha sido enriquecida con el ecologismo, el feminismo, el indigenismo, de manera que el socialismo está en mejores condiciones de armar su visión del bienestar.

Che no despliega un punto de vista ecologista sobre la economía, algo poco habitual en aquella época; no obstante, es posible identificar elementos que aportan en esa dirección. Esto tiene mucho que ver con la relación que se da en el socialismo entre los objetivos y los métodos, entre los fines y los medios. Poner en el centro a los seres humanos implica regular la producción y el consumo en función de las necesidades sociales, una posibilidad impensable bajo los objetivos que rigen al capitalismo. La capacidad de reducir, ampliar o reorganizar de manera planificada la producción según metas impuestas por la sociedad es fundamental para establecer formas de actividad económica que garanticen la reproducción ecológica. Veamos algunas reflexiones del Che acerca del desarrollo de esta capacidad en la sociedad cubana de aquellos años.

Con el propósito de argumentar la diferencia entre el cálculo administrativo de la demanda según tasas históricas, y la planificación como proceso vivo y participativo de un país en revolución, plantea lo siguiente:

«cuando un país entra en revolución, cuando se produce la distribución de la riqueza, la redistribución, y cuando se va creando nuevas riquezas para beneficio de los que hoy todavía están en situación inferior al nivel de la población, hay que variar totalmente los aumentos y niveles históricos de consumo, porque, automóviles, no aumentarán en la misma cantidad; la gente que podía comprar automóviles fue, en buena parte, afectada por la Revolución, y el automóvil no produce; no nos interesa, en definitiva, que haya muchos más miles de automóviles.

Ahora, sí es importante, por ejemplo, camiones; la demanda de camiones aumentará, la demanda de tractores aumentará, y la demanda de artículos de consumo popular también aumentará, como ha aumentado de hecho […]

Todo eso va a provocar una presión distinta de la que nosotros estamos acostumbrados. Ya no va a ser el mismo consumo de arroz, ni va a tener la variación lógica que tenía cada año el consumo de arroz […]

Ahora el arroz tiene que ir aumentando constantemente, a ritmos acelerados, hasta que no queden desocupados en Cuba, es decir, hasta que todo el mundo haya alcanzado un nivel de ingresos parejo. Y entonces ya sí volverá a producirse, en el caso del arroz, un aumento del consumo que va a tener una similitud con el aumento histórico, es decir, el aumento del consumo producido por el aumento natural de la población. Pero todavía tenemos que llegar a eso, tenemos que hacer que coman todos los que no tienen comida, que tengan empleo todos los que no tienen empleo.

Esa es la diferencia entre el cálculo económico que puede hacerse de lo que va a pasar en un país, conociendo la cifra, y lo que tiene que pasar en un país cuando se está en revolución. Es decir, que el plan no solamente analiza las cifras, sino que el hombre está ahí, trabajando en el plan, el hombre es parte del plan y factor importantísimo de él. Prácticamente puede decirse que la Revolución es la que le da la tónica al plan.»[7]

En otro pasaje de su obra son muy nítidos los límites que pone a la dinámica de producción y consumo capitalista, a partir de un enfoque humanista:

«Precisa aclarar bien una cosa: no negamos la necesidad objetiva del estímulo material, sí somos renuentes a su uso como palanca impulsora fundamental. Consideramos que, en economía, este tipo de palanca adquiere rápidamente categoría per se y luego impone su fuerza en las relaciones entre los hombres. No hay que olvidarse que viene del capitalismo y está destinada a morir en el socialismo.

¿Cómo la haremos morir?

Poco a poco, mediante el gradual aumento de los bienes de consumo para el pueblo que hace innecesario este estímulo –nos contestan–. Y en esta concepción vemos una mecánica demasiado rígida. Bienes de consumo, esa es la consigna y la gran formadora, en definitiva, de conciencia para los defensores del otro sistema. Estímulo material directo y conciencia son términos contradictorios, en nuestro concepto».[8]

Estas afirmaciones, utilizadas de maneras descontextualizadas, condujeron en diversas ocasiones a interpretar que el Che niega la importancia de los bienes materiales. Por el contrario, en él cristaliza una síntesis muy poco común entre el humanista y el científico, el filósofo y el economista, entre lo político y lo técnico. En sus propuestas como pensador y dirigente existe un balance notorio entre los caminos para formar el hombre nuevo, la base material, y las relaciones entre ambos.

Esto último (las relaciones entre ambos caminos) es muy importante, porque define el carácter socialista de su aproximación al desarrollo. Es muy conocida la posición del Che acerca de la posibilidad en el socialismo de incorporar tecnologías, conocimientos científicos e incluso métodos administrativos del capitalismo, sin temor a la «contaminación ideológica». Su confianza viene dada por el despliegue de nuevas pautas sociales que estaba aconteciendo en la economía y en su relación con la sociedad. Los adelantos tecnológicos, los conocimientos científicos, los métodos administrativos pasan a jugar un papel distinto, al insertarse en un sistema de relaciones orientado hacia la satisfacción de las necesidades humanas. Por tanto, Che se dedica ampliamente a actualizarse acerca de las tendencias más adelantadas de la época y valorar las posibilidades de aplicarlas en Cuba,[9] al mismo tiempo que sostiene un trabajo creador sobre las formas de organización económica en el socialismo.

Sabe que la formación del hombre nuevo no está garantizada, que implica procesos de creación, evaluación, ajustes y desajustes. El Sistema Presupuestario de Financiamiento es una propuesta de transición que debía abrir el cauce a formas superiores. La presencia de una amplia centralización de las decisiones no son rasgos intrínsecos a este modelo, sino que fueron planteadas como mecanismos inevitables en el contexto de una insuficiente madurez del socialismo en Cuba. Che esbozó el camino del empoderamiento popular y de la capacidad de la clase trabajadora para conducir su propio destino. Elaboró fórmulas intermedias como las asambleas de producción, el Consejo Técnico Asesor, los balances anuales, el principio de discusión colectiva/decisión y responsabilidad únicas, y defendió el papel de las organizaciones políticas y de masas en el control de la administración y el otorgamiento de mayores potestades a las empresas mejor organizadas.[10]

https://medium.com/la-tiza/la-transici%C3%B3n-la-planificaci%C3%B3n-y-el-mercado-vistos-desde-el-subdesarrollo-821c47cbb3b3

En conclusión, el Che no solo cuestiona una relación automática entre las formas socialistas y la superación del subdesarrollo, sino que también problematiza las potencialidades de una determinada modalidad institucional para formar el hombre y la mujer nuevos. El empoderamiento popular, sumado a otros instrumentos de educación comunista y al control de las instituciones por fuerzas revolucionarias, debían configurar un proceso de desarrollo verdaderamente alternativo al capitalismo.

Decíamos más arriba que se ha relanzado una visión de desarrollo para Cuba en el mediano y largo plazo. Se argumenta oficialmente que el carácter socialista de este proceso vendrá dado por la propiedad estatal de los medios fundamentales de producción y la primacía de la planificación sobre el mercado. Pero se ha tomado como un supuesto que el funcionamiento del sector estatal apunta en una dirección socialista, o, por lo menos, no existe una agenda visible sobre cómo vincular el cambio cultural y el desarrollo técnico en este espacio social. Donde quiera que esa agenda sea retomada y relanzada, el Che tiene mucho que decir.

Quisiera concluir esta primera parte abordando la conexión entre desarrollo nacional e internacionalismo socialista. Hoy sabemos que las relaciones entre el centro y la periferia en el marco del capitalismo mundial son muy dinámicas. En la medida que el sistema crece en productividad y producto global surge la oportunidad de que algunos países subdesarrollados escalen posiciones. Esto genera la ilusión para muchos de que es posible construir un bienestar general y duradero en el marco del capitalismo, si se siguen determinados procedimientos, si se logra «hacer bien las cosas». Sin embargo, el sistema se basa en la concentración y toda concentración implica absorber las capacidades y recursos de otros, de manera que los países exitosos, incluidos los «recién llegados», siempre serán beneficiados, en forma directa o indirecta, con los procesos de acumulación por despojo.

Una vez que se abandona un alcance nacional estrecho de las metas del desarrollo se modifican nuestras conclusiones, pues la dinámica descrita es difícilmente justificable en lo ético. La única alternativa para alcanzar un desarrollo que no se base en el subdesarrollo de otros países es organizar la sociedad y la mundialidad sobre nuevas bases. El internacionalismo es tan necesario al socialismo como el oxígeno a los pulmones. Che plantea:

«El revolucionario, motor ideológico de la Revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local y se olvida del internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno.»[11]

En Cuba se verifica hoy una atenuación del carácter antiimperialista y anticapitalista de nuestra política exterior, estimulada por un enfoque pragmático de la sobrevivencia. Un proceso similar, con respecto al internacionalismo, se verifica en las bases sociales. En ningún caso ello se fundamenta en la «cómoda modorra» de haber concluido las tareas más apremiantes, sino en la fuerza desintegradora de su inconclusión alargada en el tiempo.

Como resultado, muchos connacionales se encuentran desentendidos de los problemas del mundo, y otros ilusionados con las posibilidades del capitalismo para Cuba. Olvidan que difícilmente rebasemos, por ese camino, los tremendos obstáculos que impone el orden mundial a un país como el nuestro. Cierto que no hay nada escrito, pero se sostiene un principio fundamental: suponiendo que «afináramos bien el tiro» y lográramos «colarnos», ¿qué dignidad ofrecería un bienestar que se levante sobre tanta miseria?

La «multipolaridad» será insuficiente o imposible bajo el capitalismo, así que estamos ante una doble necesidad: superar el subdesarrollo y continuar aportando a un camino comunista para el mundo.


Notas

[1] Mauro Marini, Ruy. Subdesarrollo y revolución. Editorial Siglo XXI editores s.a., México, 1969. p. 18. Esta obra, ya clásica, ofrece un excelente punto de vista para profundizar en esta problemática.

[2] Citado en Roffinelli, Gabriela. La teoría del sistema capitalista mundial. Una aproximación al pensamiento de Samir Amin. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana. p. 33.

[3] Che indica un crecimiento del siete por ciento anual en los primeros tres años después del triunfo de la Revolución para el sector industrial no azucarero. Véase Guevara, Ernesto Che. Memoria anual 1961–1962, en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo VI. Editorial José Martí, La Habana, 2015. p. 522.

[4] Guevara, Ernesto Che. Tareas industriales de la Revolución en los años venideros, en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo I. Editorial José Martí, La Habana, 2015. p. 124.

[5] Guevara, Ernesto Che. El socialismo y el hombre en Cuba. Ediciones Abril, La Habana, 2015. p. 33.

[6] Guevara, Ernesto Che. Memoria anual 1961–1962, en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo VI. Editorial José Martí, La Habana, 2015. pp. 516–517.

[7] Guevara, Ernesto Che. Conferencia en el curso de adiestramiento para trabajadores del Ministerio de Industrias, en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo III. Editorial José Martí, La Habana, 2015. pp. 182–183.

[8] Guevara, Ernesto Che. Sobre el sistema presupuestario de financiamiento, en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo I. Editorial José Martí, La Habana, 2015. pp. 169–170.

[9] Sentó las bases del sistema de innovación en el país, dirigió un proceso muy exitoso de capacitación de la fuerza de trabajo, estimuló los primeros pasos del país en la electrónica y la creación de maquinaria agrícola y bajo su dirección se fundaron muchos de los centros de investigación científica y tecnológica con los que hoy contamos. Orlando Borrego ofrece una excelente sistematización de estos aportes, y otros, en Che, el camino del Fuego, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001.

[10] Véase textos como Discusión colectiva, decisión y responsabilidad únicas; Contra el burocratismo; El cuadro, columna vertebral de la Revolución; todos en Orlando Borrego Díaz (comp.). Che en la Revolución. Tomo I. Editorial José Martí, La Habana, 2015. También Memoria anual 1961–1962, en el tomo VI de la misma obra. Che, el camino del fuego, de Orlando Borrego, es también una obra de referencia en este tema.

[11] Che Guevara, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba, op. cit., p. 41.


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