Por Ángel García
Breve recuento de los hechos
El 11 de julio, en varias ciudades de Cuba, miles de cubanos/as salieron a las calles a protestar en contra del gobierno. Se dice que se trata de la protesta más grande desde el «maleconazo» de 1994, durante el momento más crítico del «Periodo Especial». La primera protesta ocurrió en la ciudad occidental de San Antonio de los Baños, provincia de Artemisa. Luego vino la movilización de La Habana, donde se estima que salieron hasta mil personas; mientras en otros municipios, se contabilizan en decenas y centenares.
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Las consignas que gritaron fueron Patria y vida (como refutación del histórico Patria o Muerte), Que se vayan, Abajo la dictadura. Nadie coreó «No al Bloqueo». Los manifestantes repudiaban el desabastecimiento, la carestía de alimentos, los cortes de luz en el verano y en medio de la pandemia y lo que consideraron falta de respuesta de las autoridades. Algunos ondearon banderas de Estados Unidos.
Fue patente la presencia de la contrarrevolución cubana -pagada por los EE.UU.- en la vanguardia de las protestas. Pero también la presencia de cubanos y cubanas, expresando su descontento ante las carencias y las colas, y el agotamiento pandémico, que se entremezclaron con la avanzada contrarrevolucionaria. Como parte de las protestas hubo todo tipo de desmanes: saqueos de tiendas, carros volcados.
La prensa mundial intenta imponer la narrativa de «una protesta espontánea en contra de la dictadura comunista», pero el nivel de coordinación entre las distintas ciudades demuestra la existencia de planeación y coordinación previas.
Ante las protestas, la respuesta del gobierno cubano, en voz del presidente Miguel Díaz-Canel, fue un llamado al pueblo a defender su Revolución, declarando que «la calle es de los revolucionarios». En seguida hubo movilizaciones de ciudadanos/as en apoyo al gobierno y a la revolución.
Quienes alentaron las protestas, junto con la mafia cubana de Miami, han llamado a una «intervención humanitaria». La «intervención humanitaria» de Yugoslavia en 1999 y la de Libia del 2011, entre otras, dejan claro que este llamado es a un bombardeo, y entonces, podemos decir más precisamente, llama a una intervención militar. También se hicieron llamados para la apertura de «corredores humanitarios», que solo se aplican en situaciones de conflicto armado. El 14 de julio el acalde de Miami, Francis Suárez, instó al gobierno de Biden a realizar una intervención militar con ataques aéreos.
La tormenta perfecta
Las protestas se dieron justo en unos de los momentos más difíciles y críticos por los que ha transitado Cuba desde el «Periodo Especial», durante la década del noventa. Y es justamente en estas coyunturas complejas, cuando el imperialismo norteamericano aprovecha para desatar una campaña de desestabilización contra la revolución e intentar, una vez más, su tan anhelado «cambio de régimen».
Golpeados por la pandemia, que redujo el turismo -principal fuente de divisas del país- a una ínfima expresión, bajó dramáticamente la capacidad de importar petróleo, alimentos, medicinas e insumos para mantener cualquier producción. A la vez, los contagios por la Covid-19 se incrementaron, lo que significó mayor presión de uso y gasto en los servicios de salud, para la atención a los enfermos. El resultado ha sido escasez de alimentos y medicinas y cortes eléctricos.
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A la crisis generada por la pandemia se suman los sesenta años de bloqueo económico y la campaña de agresiones desde Estados Unidos. La administración Trump recrudeció el bloqueo al aplicar 240 nuevas sanciones económicas, 55 solo en el 2020, en plena pandemia. Incluyó a Cuba en la lista de «países patrocinadores del terrorismo» por haber facilitado los «diálogos de paz» entre el gobierno de Colombia y la guerrilla, utilizando ese pretexto para intensificar las sanciones. Casi nada se podía exportar, casi nada importar. Las remesas han sido bloqueadas. Se prohibió la entrada de un buque de China con insumos para enfrentar la pandemia por la Covid-19, como también la compra de ventiladores a empresas norteamericanas, y la entrada de barcos petroleros a puertos cubanos. Entre la crisis sanitaria y el bloqueo, el PIB de Cuba cayó un 11 por ciento.
Justamente en ese contexto se dio un nuevo brote pandémico, provocado por la llegada de la nueva cepa Delta, provocando más de 6.900 casos y 47 muertes registrados en pocos días. Para Cuba estás cifras son altísimas. Pero comparado con otros países, como Estados Unidos y Brasil, que han registrado más de 600 y 500 mil muertos, respectivamente, Cuba solamente ha registrado 1.597 muertes durante toda la pandemia. Nada más en el Condado de Miami, con solo 2.700.000 de habitantes, ha tenido 504 mil casos de coronavirus y 6.472 muertes.
Hubo errores internos en la gestión macroeconómica, sin duda. El ordenamiento monetario -o unificación cambiaria- se dio en un momento inoportuno, en medio de la pandemia. Junto con la escasez provocada por el bloqueo y la pandemia, se generó una alza inflacionaria, descuadrando los precios de los alimentos y bienes de primera necesidad.
El malestar social acumulado por la escasez, las carencias y la carestía -que es más que comprensible- crearon condiciones para una «tormenta perfecta», para que desde Miami, se intentara generar, por control remoto, un «estallido social» que presionara desde las calles cubanas por un cambio de régimen. Se emplea la táctica de golpe suave y guerra no convencional, primero calentado las redes sociales, para luego calentar las calles. La lógica es que una crisis económica -provocada en gran medida desde el exterior- se traduzca en una crisis social, y que desboque finalmente en una crisis política, marcada por la ilegitimidad del gobierno. La «solución final» a la situación se conseguiría mediante una intervención militar extranjera.
No es la primera vez que esto sucede en Cuba, en 1994 ocurrió una situación similar. En el peor momento del Periodo Especial, con una crisis aguda de falta de alimentos, medicinas, de energía, sin transporte, provocando molestia e irritación en la población, se dio la «crisis de los balseros» o «el maleconazo», cuando centenares de cubanos se lanzaban al mar en balsas improvisadas, con destino a Florida. En ese contexto de debilidad y fragilidad económica de Cuba, la contrarrevolución, con el apoyo de la administración Clinton, aprovecharon para intensificar las acciones de desestabilización, a través de organizaciones como «Hermanos al Rescate» y la «Fundación Cubano Americana».
Recordemos que los Estados Unidos invierten $20 millones de dólares por año para fomentar a grupos disidentes y a la contrarrevolución. También financia al mal llamado «periodismo independiente», los blogueros y los administradores de redes sociales que generan una buena dosis de «fake news», como ocurrió sobre la protesta del 11 de julio. Se difundieron imágenes correspondientes a las movilizaciones contra Mubarak en Egipto, 2011; de los argentinos en las calles de Buenos Aires, celebrando la victoria en la Copa América, e incluso imágenes de los cubanos/as marchando en defensa de la revolución, presentadas como protestas contrarrevolucionarias.
La geopolítica de la ofensiva
A finales de junio, William Burns, director de la CIA, arribó a Colombia para dirigir una «misión delicada». Acto seguido, 26 mercenarios colombianos aparecen en Haití y asesinan al presidente Jovenel Moise. Inmediatamente, el gobierno de facto de ese país pide una «intervención militar» para ayudar a mantener la paz después del magnicidio. Es decir, que el ejército yanqui ocupe, por novena vez desde 1857, al país caribeño. Al mismo tiempo, en Venezuela, paramilitares colombianos organizan asaltos armados en los alrededores de Caracas, con el fin de generar caos, a pocos meses de las elecciones regionales. Luego, suceden las protestas en Cuba donde se pide una «intervención humanitaria» de parte de los EE.UU.
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América Latina es el espacio vital de recomposición de la hegemonía del imperialismo, sin duda. Un imperio en decadencia, con dos fuertes antagonistas -como China y Rusia- actúa con desespero para recuperar el terreno perdido. Cuba y Venezuela son el eje estratégico de la resistencia antiimperialista en el continente, un eje que el imperialismo tiene que romper, a cualquier precio. Con Obama, intentaron conseguir por la vía de la negociación lo que no lograron con décadas de bloqueo y enfrentamiento directo. Pero el yanqui no lo consiguió, por qué Cuba es una patria envuelta en principios, que se niega a entregar su soberanía a una potencia extranjera.
El 9 de julio Cuba obtuvo el autorizo para uso de emergencia de la vacuna Abdala, lo que permite, ademas de su uso masivo, su comercialización en base a una lógica completamente diferente a la que reina en la actualidad en las multinacionales de vacunas. Según la OMS, solo el 0,3 por ciento de las vacunas ha llegado a los países pobres del tercer mundo. Es decir la vacuna Abdala y los cuatro candidatos vacunales que le acompañan sería una muestra del valor de un sistema público con control del estado y en beneficio de las mayorías, que podría ser puesto al servicio de la humanidad excluida. La posición de Cuba se vería fortalecida en términos de política exterior y, para los países pobres, el modo de retornar a la vida económica, hoy imposibilitada el contagio y las muertes.
El imperialismo conoce el enorme peso que podría tener, en términos geopolíticos, el éxito de la medicina cubana. Pongamos de ejemplo que solo entre Moderna y Pfizer se calculan ganancias de 32.000 millones en el 2021 por ventas de vacunas. ¿Qué pasaría si Cuba -y con ella el tercer mundo al que se le transfiera la tecnología- obtuvieran cuantiosas ganancias que serían puestas al servicio de los pueblos? El imperialismo ha aprovechado la pandemia para con su falsa política humanitaria comprar apoyos y contrarrestar la influencia de China y Rusia en la región. Es la geopolítica de las vacunas.
Desde los períodos de grandes ganancias con el azúcar, Cuba no había tenido un producto exportable, aparte de los servicios profesionales. Tal resultado de la ciencia cubana mitigaría significativamente la asfixia impuesta por el bloqueo económico y financiero. Esa es la fuente de desesperación de los sectores dominantes de la política y mafia cubano-americanas. No es casual
que apenas dos días después de la aprobación de uso en masa de la vacuna Abdala sucedan las protestas, justo en medio del mayor pico pandémico. El carácter concertado de las acciones es evidente.
En días recientes se ha hecho evidente la coordinación entre Estados Unidos, su embajada en Bolivia, el Ecuador de Lenin Moreno y la Argentina de Macri, en apoyo al golpe de estado contra Evo Morales. Estos gobiernos enviaron pertrechos militares que fueron usados en las masacres Secata y Sankaba. El papel de la OEA se ha desenmascarado. El gobierno colombiano de Iván Duque está debilitado por el Paro Nacional.
La coyuntura regional se complica para el imperialismo y las derechas regionales, empujándolos a generar acontecimientos que distraigan la mirada y pongan la lupa sobre Cuba y Venezuela. En ese sentido, el tema Cuba se ha convertido en el respirador artificial del discurso de la derecha latinoamericana.
Las cartas están echadas, no solamente en Cuba, sino en todo el continente. Lo que pase ahora descansará sobre los hombres y mujeres de futuras generaciones por décadas. Fidel enseñó que los pueblos tiene dos opciones: doblegarse o luchar. Martí lo dijo con claridad profética: quien se levanta hoy con Cuba, se levanta por todos los tiempos. Son tiempos de definiciones. No caben tibiezas. No se puede estar con Dios y con el Diablo. Solo cabe la defensa del proyecto humano -que por ello es imperfecto- que, para los pobres de la tierra, es un proyecto infinitamente superior a lo que ofrece el imperio y el capitalismo. Ante lo que solo queda enunciar, hoy, como ayer:
¡¡¡PATRIA O MUERTE!!!
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