La joven revolución: la magia del cambio

Fragmento tomado del libro Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.

Por María del Pilar Díaz Castañón

Fragmento tomado del libro Ideología y revolución: Cuba, 1959–1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.


En verdad resulta sorprendente y por completo

nuevo en los procesos revolucionarios que un

jefe adquiera el pleno control de una situación

sin su presencia en la capital (…)

Editorial, en El Mundo, La Habana, 6 de enero de 1959, p. 4.


La primera sorpresa que han de enfrentar los espectadores del cambio es que no parece tal. El 12 de agosto de 1933 había quedado fijado en la memoria histórica como inicio de desorden, saqueo y convulsión social. Para asombro de los contemporáneos, el temido fantasma de los excesos de 1933 no se realiza,[1] otorgando una diferencia específica al nuevo orden revolucionario.

Y desde luego, la segunda gran originalidad radica en que todos quieren colaborar. Salvo los íntimos del régimen derrocado, todos — hacendados, industriales, comerciantes, estudiantes, amas de casa — acogen con júbilo el triunfo revolucionario, que para mayor resonancia mítica tendría lugar el primer día del año.

Cierto que algunos pretenderán apropiarse de laureles ajenos: son los «revolucionarios del 2 de enero», que con uniformes y barbas de estreno intentan sacar partido del cambio.

Su duración será efímera, siendo fácilmente desenmascarados por los reales protagonistas. Que ahora, en enero de 1959, no son más que los combatientes de la Sierra o la clandestinidad.

La gran mayoría recibe con entusiasmo el triunfo, pero al inicio no son más que espectadores de un cambio que aceptan como refracción de expectativas propias. El tránsito de espectador a sujeto participativo será paradójicamente rápido, pero paulatino.

Como rápida es la tranquila instauración del nuevo gobierno. Sus integrantes[2] no sorprenden a nadie; su Presidente había sido propuesto tiempo ha por el Movimiento 26 de Julio. Lo que sí resulta asombroso es la miríada de leyes revolucionarias[3] que se promulgan en los primeros meses,[4] y la urgencia con la que se acoge su aplicación. Tal celeridad es, en los momentos iniciales, harto extrema: se nombran ministros para ministerios no creados,[5] se sancionan funciones que se desempeñan meses antes,[6] y solo a fines de enero el indiscutible liderazgo de Fidel Castro adquiere fuerza legal,[7] al ser publicado en «la Gaceta» su nombramiento de Comandante de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra.

Y es que, como señalara El Mundo,[8] «ni el Presidente de la República ni los Ministros tienen tiempo de resolver un problema cuando ya se les ha creado otro».[9] Encarnación de las expectativas nacionales, la joven revolución quiere sanear el país, y se propone resolver en meses problemas ancestrales.

Desde los juicios a los criminales de guerra, que desencadenaran la célebre «Operación Verdad»,[10] apoyada incluso por altas capas de la burguesía — como lo demuestra la carta que en respaldo a esta medida enviara el Club de Leones de La Habana — ,[11] hasta la esperada Reforma Agraria, la sensación de quien comienza a ser partícipe de la vorágine revolucionaria es clara: no hay tiempo.

«Sea breve, que hemos perdido 50 años»

El Mundo reproduce en este titular la infinidad de carteles que en las oficinas habaneras dan constancia de la urgencia temporal. Cada vez es mayor la prisa por cumplir las tareas revolucionarias, que básicamente se reducen a cooperar con la «Colecta de la Libertad»[12] liderada por Bohemia y con el proyecto de industrialización, ese epítome de las expectativas nacionales.

Tras las reformas de marzo de 1959 ya no hay espectadores del proceso: todos, de un modo u otro, han sido afectados por las medidas revolucionarias. Aún hoy se alude a la Ley de Rebaja de Alquileres, pero pocos recuerdan que se produjo en un contexto que marcó un cambio radical en las expectativas de vida cotidiana.

Si desde el comienzo mismo de la subversión la gestión del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV)[13] promete un hogar a cada ciudadano — invirtiendo al hacerlo el estigma que el juego porta como lacra social — , la ejecución de las famosas «casas de Pastorita» no podía ser inmediata, y su destinatario esencial era el sector más desposeído de la población.

La reducción de 50 por ciento del alquiler afecta a la gran mayoría de la población urbana… para bien o para mal. Trátese del profesional, comerciante o humilde obrero — único sostén de la familia extensiva patriarcal de la época — la repercusión en el presupuesto es inmediata, como también lo será, desde luego, para los propietarios de inmuebles y solares.

Pero con frecuencia se olvida que disminuyó también el costo de la tarifa eléctrica y telefónica — viejas demandas — así como de las medicinas, libros y zapatos escolares. Ya desde Guiteras la nacionalización de las compañías de teléfonos y electricidad era una expectativa frustrada, y por tanto latente; sin embargo, nada permitía augurar cambios tan sencillos y sustanciales, de pronta influencia en la economía familiar.

Si el proyecto de industrialización[14] adquiriría — junto con la Reforma Fiscal y la campaña en pro de la honradez administrativa — mucha mayor resonancia, medidas tan simples y nada esperadas no solo aumentan el nivel de vida de la población, sino que la hacen, además, partícipe pasivo, pero entusiasta, del proyecto que las instaura. También, desde luego, provocan que ya en marzo comiencen nuevos recelos ante la otrora unánimemente acogida revolución.

Cierto que ya en los dos primeros meses se expresa un temor dual. Por una parte, la juventud de los gobernantes provoca dudas respecto a su capacidad real, reforzada por el viejo adagio de «escobita nueva barre bien»; por otra, la leyenda negra del cubano aumenta la desconfianza, así como las lógicas incongruencias debidas a la premura y afán de los primeros días. La aguda crítica de la prensa de la época[15] refleja también la confianza de que la solución es factible amén de necesaria, si se pretende seguir contando con el mayoritario respaldo popular.

La prisa que el movedizo ambiente de los primeros días revolucionarios revela — y el consecuente escepticismo en algunos sectores — es más que natural. El espectador contempla asombrado el inicio de un régimen que se inaugura alterando tanto el poder Ejecutivo como el Legislativo, al cesantear a quienes ocupaban «la Presidencia de la República y las funciones legislativas», disolviendo además el Congreso[16] y promulgando una nueva Ley Fundamental.[17] La rápida ejecución de la justicia revolucionaria; la conversión de los cuarteles en escuelas; el rescate de la memoria de los caídos y su inclusión en un lugar cimero de la historia patria; la confiscación de bienes con apellidos otrora intocables, dan una virtualidad nueva al presente: se tiene la certeza de estar viviendo un momento único, crisol del alba futura.

Para muchos, claro está, la vorágine revolucionaria solo implica buenas intenciones irrealizables. Una de las más precisas plumas de la época plasma sin ambages la resistencia a la subversión del statu quo, así como la inevitable desconfianza que en ciertos ámbitos domina respecto a la vitalidad, permanencia y efectividad del proyecto mismo:

¿Y por qué no tenemos fe en las revoluciones? (…) no tenemos fe en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la asistencia de grandes genios (…) Las revoluciones intentan saltar a pie juntillas por encima del tiempo y del hombre para llegar de una vez a la meta teórica fijada. Quiere la perfección de la noche a la mañana y es, en definitiva, una noble pero trágica terquedad ideológica que quiere desconocer la naturaleza humana y piensa que las grandes ideas y la justicia no han aparecido en el mundo porque a este le han faltado revolucionarios.[18]

Muy otra es la reacción popular respecto a la Ley de Rebaja de Alquileres. Los entusiastas comentarios que Revolución[19] recoge son de personas humildes: carpinteros, choferes, vendedores de flores. El inevitable Diario de la Marina[20] expresa, en nombre de los «arquitectos, capitalistas y los propios inquilinos»,[21] opiniones bien distintas en su página editorial.

Y ello es lógico. El mundo nuevo que comienza a diseñarse ha alterado el estático reino de la cotidianidad, haciendo de la inmensa mayoría urbana partícipe decidido del proyecto que la favorece. Ya las abiertas expectativas que acogieron el triunfo de la subversión comienzan a precisarse, deslindando así, poco a poco, el espacio revolucionario.

Revolución, Año I: el despertar de un sueño

La «Operación Industria Cubana»,[22] realizada en abril, muestra aún la confianza de la burguesía industrial no azucarera de que al fin ha llegado su hora. El júbilo ante la acogida que Fidel Castro tuviera en los Estados Unidos[23] parece confirmar la buena voluntad del vecino del Norte, y por tanto la seguridad bursátil. Sin embargo, ya comienza a notarse el retraimiento de las inversiones en el sector constructivo,[24] que se extiende luego al azucarero e industrial. La expectativa de la Reforma Agraria, que todos ansían sin que nadie sepa exactamente cómo será, provoca la contracción económica.

Como francamente señala el Diario de la Marina:

El capital inversionista no es tímido, pero sí prudente, nadie invierte por invertir, se invierte para obtener una ganancia razonable, un negocio no se puede confundir con un acto de beneficencia. (…) se teme a la desorbitación sindical, se teme a la infiltración comunista.

Se teme a ciertas medidas demagógicas. Y sobre todo a ciertas amenazas. Tan pronto cesen estos temores el capital saldrá de sus escondites y se empezará a invertir en todos aquellos negocios que no resulten permanentemente afectados por la legislación revolucionaria.[25]

Ya en mayo de 1959 se agita el fantasma del anticomunismo, tan habitual en la Cuba de los años cincuenta. Pues no ha de pensarse que el inicio del proceso de subversión supone un corte radical con el estereotipo valorativo anterior. Por el contrario: el viejo estereotipo es aún el imperante, en más de un sentido.

Si el orden revolucionario comienza con el bautizo de 1959 como AÑO DE LA LIBERACIÓN y la turbulenta avalancha de medidas de arraigo popular, los espacios de la vieja civilidad son los mismos. Así, la crème de la alta burguesía dará un baile en el Country Club en beneficio de la Reforma Agraria, donde era obligatorio llevar un implemento agrícola; los periódicos continúan publicando, y con el mismo estilo, la ridícula crónica social, y salvo en diarios como El Mundo — que siempre se destacó por su objetividad — y Combate, 13 de marzo,[26] la extrema adjetivación y el «tener en cuenta a los americanos» sigue dominando la prensa cubana.

De hecho, este es uno de los factores que obliga a reconocer como distinto el estilo discursivo de la joven revolución: simple, directo, sin adjetivos, se aleja radicalmente de la usual retórica política y permite su acceso a las grandes mayorías, que, además, son consultadas en inmensas concentraciones populares respecto a las decisiones gubernamentales.

El diálogo y la incorporación al discurso de las anónimas proposiciones populares logran una interacción tal que convierte al asistente de espectador en actor. La clara intención de propiciar un sujeto participativo es recogida elogiosamente por la prensa de la época, que considera positivo que el líder de la revolución hable «con sentencias repetidas, machaque insistentemente sus verdades y las exponga con magistral pedagogía, hasta grabarlas profundamente en el corazón del pueblo», pues «Si el pueblo es actualmente el protagonista de su propio drama, nada mejor que incluirlo en los debates de los asuntos que lo afectan».[27]

Pero este espacio es aleatorio y coyuntural. Aún se piensa, por ejemplo, en la Universidad de La Habana como trampolín político. La competencia por la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) es tan caótica — en la «abierta» para la política pero aún cerrada casa de estudios — que el inicio del curso, anunciado para abril de 1959, se hace imposible. Incluso «Combate», siempre defensor del prestigio de la FEU, denuncia que esa organización ofrece «el espectáculo más triste de toda su historia. Cada Presidente de Escuela se lo cree de la FEU, cada individuo más o menos con respaldo de alguien y de algo se cree posible candidato y líder en potencia».[28] La herencia del bonchismo se hace sentir, pues la lucha por los espacios aún ocupados es terreno propicio para el oportunismo.

Y desde luego, el espantajo del comunismo resultaba tan conveniente en esta coyuntura como en cualquier otra. Para la Cuba de los años cincuenta, heredera del síndrome de guerra fría impuesto por el vecino del Norte, «comunista» era una acusación muy seria. Así lo muestra la caracterización que al respecto aparece en El Mundo, precisamente para defender al nacionalista Gobierno Revolucionario de tal imputación:

Libertad para los comunistas puede significar 20 millones de hombres en los campos de concentración, 300 000 campesinos calificados de «reaccionarios» y deportados a las regiones árticas, por no aceptar «voluntariamente» la implantación de los koljoses o simplemente miles de cadáveres en las calles de Hungría.

Patriotismo o conquistas proletarias pueden ser la comparecencia ante un tribunal del partido y condenar a muerte o deportación a Siberia, por un retraso de 20 minutos al trabajo; el traslado en masa de poblaciones enteras arrancadas de sus hogares para confirmar la eficacia de las granjas colectivizadas; la extensión de la pena capital a niñas de 12 años, el robustecimiento de la burocracia política.[29]

Nótese que «comunismo» no se identifica en absoluto con teoría o principios políticos, sino con la visión de vida cotidiana que el prisma de la guerra fría ofrece. Desde el inicio mismo del proceso, la imputación de comunista al Gobierno Revolucionario se hizo común. Repudiar tal acusación es especialmente importante para la imagen que desde el exterior se forja de la joven revolución cubana. De ahí que Revolución la refute cada vez que tiene ocasión, destacando la pluralidad de fuerzas revolucionarias e identificando comunismo y batistato como regímenes totalitarios,[30] mostrando así, sin pretenderlo, cuán imbuido estaba el redactor de los prejuicios de la época.

La reiteración de tal reproche llega a extremos tales que en su ya habitual comparecencia televisiva del 2 de abril de 1959, Fidel Castro se referirá al asunto in extenso, al afirmar:

Ese es el pretexto fundamental (…) que adopta la contrarrevolución, no teniendo otra cosa de qué agarrarse para hablar contra la Revolución Cubana. Miedo al comunismo, ¿por qué? ¿Por qué si lo que ha sobrevenido en el país no tiene absolutamente nada que ver con esos temores? Lo que ha sobrevenido en el país es la recuperación de las libertades públicas, de la libertad de prensa, de la libertad de pensar, de la libertad de hablar. Eso es lo que se ha establecido en el país. ¿O es que el establecimiento de las libertades públicas significa el auge del comunismo, o es que las libertades públicas, los derechos para el pueblo de Cuba a recuperarse traen aparejado el comunismo? (…) Sencillamente, los comunistas tienen que hablar. (…) ¿Cuál es la causa por la que se quiere despertar el fantasma del comunismo? ¿Que no se persigue a los comunistas? Aquí a nadie se persigue. ¿Por qué vamos a perseguir a los comunistas cuando no se persigue aquí a nadie? (…) Eso es como perseguir al católico por ser católico, al protestante porque sea protestante, y al masón porque sea masón, y al rotario porque sea rotario o perseguir a «La Marina» porque sea un periódico de tendencia derechista o a otro periódico porque sea de tendencia izquierdista; uno porque es radical de extrema derecha y otro porque es radical de extrema izquierda.

Lo democrático es lo que estamos haciendo nosotros. Los que hablan de democracia deben empezar por saber lo que es la democracia. Es el respeto de todas las creencias; es el respeto a la libertad y el derecho de todos los demás. Nosotros respetamos a todo el mundo.[31]

Agudamente, Fidel Castro denuncia la similitud entre la agresiva campaña difamatoria contra el comunismo y la avalancha que se desencadena contra la joven revolución cubana.

En comparecencia televisiva del 26 de octubre de 1959, tras la traición de Hubert Matos, con sagacidad abunda respecto al único punto común de las organizaciones contrarrevolucionarias:

Naturalmente, la tesis de Hubert Matos era la tesis del anticomunismo. (…) Hay una cosa en la que están de acuerdo todas las facciones de la contrarrevolución, la Rosa Blanca, la rosa de otro color y todas las rosas que hay allá en los Estados Unidos (…) en una cosa están de acuerdo, en todos los escritos, en todos los programas: «el gobierno comunista de Castro».

(…) Siembran la confusión y la duda. Se han pasado durante 50 años diciendo horrores del comunismo; entonces toda esa campaña la quieren volcar sobre el Gobierno Revolucionario. Debo decirles que somos hombres de espíritu crítico y que ni acepté, ni acepto, ni aceptaré nunca ideas que me impongan, ni cosas falsas (…) las ideas son producto del juicio y aquí hay un montón de gente a la que le tienen inculcada una serie de ideas a través de un aparato de propaganda descomunal (…) que durante 20, 25 o 30 años se ha pasado diciendo horrores del comunismo.

Ahora (…) vemos los horrores que están diciendo de nosotros cuando estamos haciendo un esfuerzo como el que está haciendo el país en estos momentos (…) Y debo decir aquí que no creo en la inmensa mayoría de las cosas que han dicho del comunismo, después de ver las cosas que han dicho contra nosotros.[32]

Que el máximo líder revolucionario tuviera que insistir en el asunto muestra la fuerza de la lógica impronta anticomunista que como traspatio de los Estados Unidos se implantara en el país. No es casual que el uso del anticomunismo como argumento para la división de las filas revolucionarias fuese el tema del último discurso televisado de Camilo Cienfuegos en Camagüey, donde señaló tajantemente:

Esos compañeros comunistas que hoy pertenecen y seguirán perteneciendo al Ejército Rebelde, mientras no traicionen a la revolución cubana, seguirán vistiendo el uniforme verde olivo. Porque aquí murieron comunistas y murieron compañeros de todas las doctrinas y todas las ideologías y no sería justo, ni humano, ni patriótico, que ahora los persigamos por complacer a unos cuantos temerosos y cobardes, que deben desertar o irse, que es lo que deben hacer.[33]

Valga advertir, sin embargo, que el panorama brindado por el periódico Noticias de Hoy no era demasiado atractivo.

Eco de las tradiciones marxistas de la época, el órgano del partido que prestigiaran Rubén Martínez Villena y Jesús Menéndez empleaba una prosa dogmática de difícil accesibilidad[34] para relatar las conquistas del pueblo soviético, y también los avatares nacionales. Salido de la clandestinidad con la alborada de enero, «Hoy» no logra ser inteligible ni al referirse a la huida del dictador, que relaciona con la crisis de la filosofía burguesa.[35] Ello motiva un recurrente comentario de «Combate»: «En el periódico Hoy están hablando en chino».[36]

Pero el obstinado fantasma no es el rasgo más característico de la época. Sí lo es, y mucho, un impreciso adjetivo que comienza a invadir los viejos espacios: revolucionario.

Ya la década del treinta lo había dejado entre sus secuelas, y no con muy buena fama: entonces, cualquier despropósito se legitimaba por ser revolucionario su autor, y ejecutarlo revolucionariamente. Ahora, adquiere nuevos significados, entre otras razones, porque el héroe es colectivo.[37]

Si tras la caída de Machado se hizo habitual la pugna por el renombre individual entre los partícipes del proceso, enero impone la admiración al Ejército Rebelde y con ella, el estereotipo heroico del joven rebelde. Austero, modesto, humilde, la imagen barbuda y verdeolivo los distingue y acredita. Lo más asombroso será su proceder: a diferencia de los triunfadores de antaño, se caracterizan por el desinterés y la llaneza, así como por las ansias de justicia social. La súbita desaparición de Camilo Cienfuegos proveerá a la joven revolución de un héroe que trasciende y encarna las virtudes del joven rebelde, para representar más tarde las del pueblo como totalidad.

Pero «lo revolucionario» invade desde las campañas publicitarias hasta los medios de difusión masiva. Uno de los rasgos característicos de la joven revolución cubana es el uso intenso y acertado de la televisión como medio de comunicación y movilización. «Telemundo Pregunta» o «Ante la Prensa», programas de cadenas televisivas distintas, transmitían a diario con sus reportajes, comparecencias y entrevistas el quehacer intenso de la obra revolucionaria. La habitual aparición de Fidel Castro en «Ante la Prensa» para explicar las medidas revolucionarias provoca el jocoso comentario de El Mundo: «Veinte años después: Y ahora, queridos televidentes, para dar fin a este programa hará uso de la palabra, como todas las noches, el Dr. Fidel Castro».[38]

Y es que el lenguaje de la joven revolución[39] conserva el humor cubano hasta para definir su antítesis. Así, a medida que se va perfilando el opositor a la revolución, surgirán definiciones que, comenzando por los jocosos «revolucionarios del 2 de enero», designarán luego el proceso de formación del estereotipo «contra». De los «batistianos» y los «criminales de guerra» se llega a los «insumergibles» y los «manengues», pasando por los «reaccionarios» y los «siquitrillados» hasta los «rosablanqueros» y los «siperos»,[40] forjando la abstracción que ya en marzo de 1959 se acuña con elegante simplicidad: «contra» es quien se opone de palabra u obra a la revolución, mientras «revolucionario» será no solo quien concuerda con ella, sino el que lo demuestra con su participación. La generalidad de ambos términos hace que su oposición sea cada vez más excluyente, hasta que Girón consagra un nuevo signo: «mercenarios».[41]

Contrasta con la ductilidad y frescura del lenguaje revolucionario la persistencia en los diarios de la época de expresiones culteranas y alambicadas, de las que la prosa de «La Marina» ofrece el mejor ejemplo. Pero, desde luego, nada puede compararse a la sección de prensa más leída por todo el pueblo de Cuba: la Crónica Social.

«La crónica» merece párrafo aparte. Curioso resulta que la producida en 1959 no se distinga en absoluto de sus antecesoras republicanas. El cambio solo se aprecia en la sutil distinción entre los adjetivos empleados para los «nuevos ricos» y los reservados para la vieja aristocracia, adinerada o no. El uso y abuso de frases o adjetivos en otros idiomas es también una constante, reservándose como tendencia para las mujeres el francés («la jeune fille», «la charmante débutante») y para los hombres el inglés («el joven sportsman», «el conocido clubman»). Unas breves líneas mostrarán, sin embargo, que no hacía falta recurrir a otros idiomas para ser ramplón y cursi: «Con motivo del feliz arribo a los suspirados quince años, la edad rosada de los quiméricos ensueños de la blonda y sugestiva señorita (…)».[42]

Si se tiene en cuenta que el cronista social cobraba — y bastante — por adjetivos, se comprenderá mejor su arraigo al recordar que cuando Rufo López Fresquet, ministro de Hacienda, pretendió en julio de 1959 imponer el Impuesto a la Vanidad (un gravamen sobre el pago por adjetivos) se desencadenó una fuerte protesta social, por considerar «la crónica» como un legítimo derecho social.[43]

Aunque tal estilo invade buena parte de la prensa, el dinámico sector de la publicidad y la propaganda se adapta rápidamente a la nueva coyuntura. Ya que el proyecto de diversificación se hace en nombre del viejo lema de la ANIC, apela al sentimiento nacional del consumidor, la consigna CONSUMIR LO QUE EL PAÍS PRODUCE ES HACER PATRIA colmará los anuncios, validando desde una marca de cerveza hasta una tienda por departamentos.

Con tales usos contrasta la aparición del semanario cultural Lunes de Revolución,[44] que inaugura un espacio para los jóvenes creadores, que incluye desde la narrativa hasta la música y la poesía. Si buena parte de sus integrantes gozaba ya de renombre, propiciaron también la difusión de valores desconocidos, así como de las tendencias y textos literarios más actuales.

Aún esbozo tan somero como el que antecede ha de sorprender por la ausencia del término que todavía hoy caracteriza al proceso subversivo cubano: «compañero», o de la organización más típica de la joven revolución: las Milicias. Ello muestra cómo la memoria histórica rectifica míticamente la apropiación de lo real. Pues igual que no se recuerda hoy el Impuesto a la Vanidad, para el contemporáneo el familiar «compañero» tardó en generalizarse.

Originado en la lucha contra el batistato, su empleo se limitó inicialmente a los miembros de un mismo grupo conspirativo.

Comienza a generalizarse desde la segunda mitad de 1959 entre quienes comparten actos revolucionarios de participación masiva, movilizaciones milicianas o tareas sociales comunes, sin que deje por ello de coexistir con los tradicionales «señor», «señora» y «señorita». En cuanto a las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR), fundadas en diciembre de 1959, alcanzarán su real protagonismo a partir de marzo de 1960, cuando ya tienen una misión bien definida que cumplir.[45]

Para el contemporáneo era mucho más familiar el vocablo «operación». Utilizado sin mesura en 1959, un conjunto de acciones — de cualquier tipo — era considerado sin más una «operación», en la vieja acepción militar o clandestina del término.

Y proliferan, además de las ya aludidas, la «Operación Alegría», referida a los carnavales; la «Operación Sierras de Cuba», dedicada a los problemas campesinos, hasta la «Operación Cultura»,[46] propuesta por la Federación Estudiantil Universitaria. La aplicación errática del término llegó a aburrir.[47]

Las ansias de movilidad social se expresan en la creación de nuevos espacios, de a veces efímera duración, que atestiguan la rebelión contra las viejas autoridades. Así, aparece el Partido Médico de la Revolución Cubana, los Músicos Revolucionarios e incluso, la Junta Revolucionaria de Optometristas.

Puesto que «nacional» y «revolucionario» son timbres de gloria, se añaden también a las nuevas organizaciones[48] para reafirmar su calidad.

Y también se revelan en el deseo de emular con los héroes de la gesta insurreccional. Si desde abril la revolución cubana deviene ejemplo para el continente, la leyenda que así comienza resulta un reto para quienes no tuvieron participación activa en la lucha contra la tiranía. Lejos de considerarse protagonistas de su historia cotidiana, buscan nuevos espacios donde adquirir laureles. Así, se multiplicarán los propósitos de colaborar en la redención latinoamericana (Panamá, Nicaragua, Santo Domingo), con frecuencia enunciados por muy jóvenes cubanos.[49]

Pero desde la promulgación de la Ley de Reforma Agraria algo ha cambiado. Si el sector más afectado — los ganaderos — continúa proclamando su adhesión a la revolución, de hecho comienza a instalarse el temor clásico de la vieja Cuba: represalias norteamericanas que perjudiquen la cuota. El retraimiento de las inversiones ante el miedo a la intervención estatal será la consecuencia, haciendo difícil la refacción y comienzo de la zafra.

Valga señalar que como es típico en los procesos revolucionarios, el miedo se produce sin que tenga causa real. La creación del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN) aún está en el futuro, y por el momento la joven revolución promueve con todas sus fuerzas la inversión de capitales nacionales.

Que, sin embargo, se retiran, liberando con ello un espacio que habrá de ser ocupado si se quiere realizar el proyecto de industrialización que sintetiza los anhelos de la nación cubana.

Y es que la paralización masiva del país durante los diez días que siguieron a la renuncia de Fidel Castro al Premierato[50] alerta a la burguesía. Puede que parte del primer gabinete[51] considerara extremas sus medidas, pero la mayoría del pueblo de Cuba no. Las expectativas de utilizar el movimiento católico para enfrentarlo a la revolución[52] perecen con el Congreso Católico de noviembre de 1959, manifestación masiva de apoyo al proceso en la que se rehúsa siquiera admitir la idea de un enfrentamiento.

Lo dicho no obsta para que tal posibilidad se esgrimiera como inmediata en vísperas de la magna reunión católica.

Uno más de la serie de encuentros similares auspiciados por la Iglesia en el continente, fue no obstante reivindicado por los medios más reaccionarios[53] como convocatoria específica del catolicismo cubano, que demostraría así su vitalidad ante el empuje revolucionario. Vale la pena detenerse en los rumores que al efecto circularon, índice a la vez del progresivo consenso y del extravío reinante en algunos sectores del Catolicismo en Cuba.

Al comenzar los preparativos, voces anónimas sugieren[54] que el régimen impedirá u obstaculizará su ejecución. Sin embargo, el apoyo gubernamental trasciende lo imaginable: el Ministerio de Obras Públicas realiza intensas labores para concluir calles cercanas a la entonces Plaza Cívica, donde se celebraría la misa final; el de Transporte facilita todos los medios a su alcance para la llegada a la capital de participantes de toda la Isla; la Policía coopera con los jóvenes de la Acción Católica, y los delegados al Congreso tienen a su disposición un servicio permanente de ómnibus. Por si fuera poco, la Virgen de la Caridad fue trasladada desde El Cobre en el «Sierra Maestra»,[55] avión insignia del Gobierno Revolucionario.

Si el indiscutible respaldo oficial desmiente su hipotético antagonismo, también da paso a otro rumor, mucho más determinado y claro en sus propósitos: el Congreso constituiría una demostración de repulsa a los «excesos» sociales propiciados por las leyes revolucionarias,[56] a la vez que una demostración de la fuerza y empuje del catolicismo cubano. De hecho, el Congreso se pronuncia airado contra el calificativo de «Iglesia del silencio» que agencias noticiosas adjudican a la grey cubana, identificándola con la situación de congregaciones homónimas en los países socialistas.[57] Por si fuera poco, se manifiesta enérgicamente contra «esa actitud farisaica de los que encubren con un anticomunismo hipócrita su desaforado afán de lucro y su codicia anticristiana»,[58] concluyendo que quienes esgrimieran tal argumento lo hacían para utilizar al Congreso en pro de sus intereses.[59]

En suma, el Congreso defiende y se hace eco de la idea de la revolución humanista, movimiento cívico que expresa las expectativas de la mayoría del pueblo cubano, declarando paladinamente que solo quedan fuera de ella los que se excluyen por sí mismos, cuya única alternativa es difundir «el veneno de la calumnia y la confusión contra la más generosa, limpia y humanitaria revolución de la historia».[60] Pero si el nombramiento del hasta entonces obispo de Pinar del Río, monseñor Evelio Díaz,[61] como Arzobispo de La Habana, y la multitudinaria misa final en la Plaza Cívica parecían vaticinar la adhesión unánime de la jerarquía y los fieles al proceso revolucionario, los propios rumores que rodearon la importante celebración católica indican ya una distinción clara entre «los sepulcros blanqueados» a que aludiera José Ignacio Lasaga y la inmensa mayoría de los creyentes, diferencias que la propia política miope de la Iglesia se encargaría de ahondar.

De modo que 1959, Año I de la humanista revolución cubana, termina con el balance de un equívoco consenso, donde ya el espectador deviene partícipe. Si toda la prensa repite SEA FELIZ REVOLUCIONARIAMENTE EN PASCUAS DE CUBA LIBRE, las campanas navideñas doblarán también por la nueva imago mundi que lenta pero seguramente se forja, sustentada por la realización de los ideales de justicia social. Y, como señalara El Mundo, la lucha entre los viejos ídolos y los nuevos valores será tormentosa.[62]

Conquistando espacios: la subversión revolucionaria

Pero, ¿qué hacen las llamadas clases pudientes?

Esconden su cabeza en el carapacho y esperan.

Esperar ¿qué? ¿Qué vengan los americanos

a sacarles las castañas del fuego expropiatorio

y confiscatorio?

«La democracia indefensa y la República sin ciudadanos», en Diario de la Marina, Magazin «Caña y azúcar», La Habana, 17 de febrero de 1960, página última.

Una de las paradojas más curiosas en los procesos subversivos es la lucidez que muestran los protagonistas de la derrota.[63] Condenados por la historia, tienen sin embargo la sagacidad de la desesperación. El Diario de la Marina ilustra muy bien este contrasentido. Representante desde fines del siglo XIX[64] de los intereses más conservadores de la escena cubana, es el único que azuza sin descanso[65] a «las clases pudientes que no pueden»[66] para que desempeñen el papel que su privilegiada posición parecía otorgarles por derecho propio. En vano.

Si el AÑO DE LA REFORMA AGRARIA se inicia celebrando las victorias más notables del anterior,[67] y el propio Diario de la Marina reconoce que se trata de una revolución genuina, el retraimiento inversionista continúa. Las optimistas declaraciones que Emeterio Padrón hiciera en septiembre de 1959[68] no han tenido eco.

Temerosos del Estado proteccionista que tanto pidieron, la dividida burguesía espera. Solo que desde octubre de 1959, fecha en que comienzan los sabotajes y atentados contra la joven revolución cubana, su inactividad los coloca automáticamente en el otro bando. Y algunos lo adoptan conscientemente: los últimos meses del AÑO DE LA LIBERACIÓN coinciden con el inicio de la voluntaria marginación social de esta clase, que lo mismo produce agresivas pandillas juveniles[69] que celebra en el Country Club el «Baile de las Américas»[70] cuando toda Cuba lloraba la pérdida de Camilo Cienfuegos.

Tal actitud la confinó a un raro y viciado ambiente, donde quienes no partían hacia Miami permanecían en el país totalmente ajenos a la dinámica de la revolución.

Para el partícipe de la subversión, ello condiciona el reajuste de las expectativas, que ya no pueden, al parecer, llamarse nacionales: al menos, el sector de la clase que las enarbolaba se distancia conscientemente de ellas. Sin embargo, el resultado es un fortalecimiento de la identidad Nación-Revolución, de la que esta clase queda lógicamente excluida. A partir de ahora, el «contra» no será solo quien atente contra las conquistas revolucionarias, sino el que agreda la esencia misma de la reconstituida nación.

Por eso, el inicio del segundo año revolucionario continúa insistiendo en el rescate de las viejas tradiciones cubanas. Si las Pascuas de 1959 se celebraron expulsando renos y nieve de los hogares cubanos,[71] ahora cambian de nombre los exclusivos reductos de la alta burguesía: los repartos Biltmore, Nuevo Biltmore y el Country se bautizan, respectivamente, como «Siboney», «Atabey» y «Cubanacán».[72]

Ello no significa que el partícipe de la subversión pudiera dedicarse tranquilamente a tareas tan pacíficas. Los sabotajes son constantes, así como la inquietud ante la posible actitud de los Estados Unidos respecto a las conquistas revolucionarias. El restablecimiento de relaciones con la Unión Soviética[73] se emplea como pretexto para resucitar el fantasma del comunismo.[74] Y es en este clima incierto que ocurre la explosión de «La Coubre».

La inmediata atribución del hecho a los Estados Unidos, y no a ningún «contra» interno, muestra hasta qué punto ya este país comenzaba a encarnar el «anti» por excelencia: epítome de voluntad destructiva que requiere y radicaliza una respuesta. La doble explosión en los muelles de La Habana motiva una espontánea e iracunda movilización popular, en la que el propósito inicial de salvar vidas deviene manifestación consciente de radicalidad revolucionaria: es en esta ocasión que por vez primera se pronuncia la consigna Patria o Muerte.

Ya no se reclama la nación como síntesis histórica, sino la patria, símbolo emocional de dignidad y soberanía. El establecimiento de la identidad Patria-Nación-Revolución transforma al partícipe de la subversión en héroe colectivo: todos, no ya los miembros del Ejército Rebelde, están dispuestos a cumplir el enunciado de la consigna. Y lo demostrarán más adelante, apropiándose con su actividad del espacio social.

El atentado de marzo de 1960 instaura, además, el temor a la frustración del proceso revolucionario, sea por la invasión de los marines tan esperada por la burguesía, por los «contra» del exterior o por alguna dictadura latinoamericana.

Si aún la posibilidad de diálogo subsiste, la actitud de censor del vecino del Norte y su continua campaña de desvirtuar la realidad cubana a través de los medios de difusión, propician el reforzamiento del «anti» y contribuyen a esclarecer la vieja idea de que Cuba ha de ser bien diferente de su hostil vecino.[75]

De ahí que ya no baste con participar en tareas como la Reforma Agraria o la Campaña de Alfabetización ciudadana. Indignado, el protagonista se apropia de todo espacio que pretenda ocupar la contrarrevolución, trátese de una guagua, una oficina o cualquiera de las ya públicas playas. Desde la airada respuesta a las «bolas» y chistes contrarrevolucionarios, cuyo origen es fácilmente reconocible, hasta la extrema actitud del sindicato de oficinistas de La Habana, que acordó «no permitir a ninguna persona en los centros laborales que trate de hacer correr bolas ni hacer chistes contrarrevolucionarios»,[76] se aprecia un cambio en la apropiación cotidiana de lo real. El humor, esa tradicional válvula de escape del cubano que tan jocosos frutos diera en 1959, también, como todo, comienza a ser invadido por la política. Y por eso se hace más serio, y el sujeto más suspicaz para identificar su origen. Jaime Sarusky resume con agudeza la alternativa humor-revolución:

Desde que la Revolución está en el poder ya los chistes no son como antes. En otras épocas el humor iba de abajo hacia arriba. La agudeza del cubano humilde «que se estaba comiendo un cable y que tenía que inventar para comer» fluía espontáneamente, francamente. (…)

Ahora los chistes salen desde temprano de los bares con aire acondicionado de los clubs elegantes. Y en cada barrio chic se chismea, se balbucea, se pierde el tiempo.

Ahora los chistes nacen, se repiten y divulgan a partir de los barrios elegantes. Ahora la contrarrevolución se ha vuelto chistosa (…).[77]

Y por ello el sujeto dejará de serlo, o, al menos, intentará que no se hagan chistes a costa del proceso revolucionario. Pues, realmente, la situación no está para bromas. El temor a la suspensión de la cuota se reanuda, desde que el Presidente de los Estados Unidos tiene la potestad de rebajarla cuando lo estime conveniente;[78] las continuas acusaciones de comunismo[79] y los reiterados sabotajes lanzarán al protagonista a la calle, a proteger las conquistas revolucionarias.

Ahora sí, en 1960, las Milicias adquirirán una función real. Al agrupar en pro de la defensa de la patria desde el empleado y el ama de casa hasta los combatientes de la lucha insurreccional, será el primer espacio asociativo en el que todos pueden reconocerse como revolucionarios en función de la historia que protagonizan, y no en virtud de la leyenda guerrillera.

Las intervenciones a empresas cubanas que desde mayo comienzan a realizarse contarán con el miliciano para que las apoye o ejecute. La ola de nacionalizaciones[80] que sigue a la negativa de refinar el petróleo soviético y la consiguiente suspensión de la cuota azucarera, brindan amplio espacio a la participación consciente del hacedor del cambio, espoleado por la defensa de los intereses nacionales y por el antimperialismo ya definitivamente consolidado. Es en esta época que surgen los Comités de Defensa de la Revolución (CDR)[81] y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC),[82] es desde ellas que se participa en la Asamblea General del Pueblo de Cuba, conocida luego como «I Declaración de La Habana».

Las líneas generales de este documento, dirigido a denunciar la opresión norteamericana tanto en Cuba como en América Latina, revelan al menos dos cuestiones. En primer lugar, ya la leyenda de la revolución cubana que del continente se remitiera se ha incorporado como propia, pues es desde ella que conscientemente se habla para sugerir un camino similar; en segundo lugar, es el pueblo como totalidad el protagonista del proceso subversivo.

Pero aún no alcanza una dimensión heroica. Al declarar en octubre de 1960 cumplido el programa del Moncada, caracterizando así la etapa transcurrida como de «integración legislativa», a la que sigue la «fase orgánica de pleno desarrollo de sus potencias creadoras»,[83] la referencia a los héroes y mártires alude a los caídos en la historia cubana, mientras los contemporáneos son simplemente ciudadanos.[84] La invitación a la unidad revolucionaria se hace al pueblo de Cuba «sin distinción de clases»,[85] llamando a unir voluntades en pro de la regeneración nacional. Los únicos excluidos son, claro está, «los elementos explotadores y anti-sociales de todos conocidos: latifundistas, usureros, explotadores, viciosos y parásitos». Se desmiente la reiterada acusación de comunismo y se afirma que «La multiplicación de los propietarios en el campo y la ciudad no es, ciertamente, lo que se espera de un país socializado».[86]

Aunque «todavía hay cubanos de buena fe que dudan y se amilanan; que insisten en ser los jubilados de la vida cívica y las clases pasivas de una historia en marcha que transcurre espléndida junto a ellos»,[87] su deber es incorporarse, pues «En estos momentos, cuando la casa de todos peligra, y el suelo natal, consagrado por la sangre de tantos mártires, se eriza de voluntades para resistir al invasor, retroceder es una falta. Mañana, cuando el asalto venga, será inminente».[88]

Como se aprecia, se hace un llamado — el último — a la participación de todos en nombre de la nación revolucionaria amenazada. La exclusión repite el lenguaje de La historia me absolverá y enero de 1959, convocando a las «clases pudientes» en nombre de la generalidad propietaria. La civilidad es, sin discusión, revolucionaria. Del mismo modo, resulta fácil constatar que no solo «los que no pueden» esperan por América: el temor a la invasión es unánimemente compartido.

Y permanecerá como un espectro fatídico durante todo el año. Ello no obsta para que se confirme la creación de nuevos espacios, resultado mayormente de la labor de la FMC (talleres de corte y costura, escuelas Ana Betancourt y de instructores de arte) a la vez que se generaliza la formación de cooperativas.[89] Aunque 1960 fuera el AÑO DE LA REFORMA AGRARIA, la medida más importante para la subversión de la cotidianidad ciudadana fue la Reforma Urbana, y por eso ya no concluye con el abstracto y general propósito navideño del anterior diciembre, sino deseando FELICES PASCUAS EN CASA PROPIA.

Pero gran parte de la población cubana no pudo disfrutarla plenamente: la expectativa de agresión inminente movilizó en diciembre a todas las fuerzas combatientes hasta el próximo enero.[90] Termina 1960 con el entonces inusual y luego habitual panorama del Malecón erizado de baterías antiaéreas y de jóvenes milicianos cavando trincheras, lo que no impidió la entusiasta bienvenida al nuevo año. Ya las fiestas, al igual que la civilidad, comienzan a tomar un contenido revolucionario bien definido.

America arrives…

Y por eso en el AÑO DE LA EDUCACIÓN no se hace mención alguna del Día de Reyes, aunque se felicita a los niños el 6 de enero. La transición valorativa no puede ser brusca, y aunque el enunciado de los doce próximos meses da fe de vocación ilustrada, de hecho el período comienza con un incidente no muy refinado: los Estados Unidos rompen relaciones con Cuba el 4 de enero de 1961.

La noticia no motivó extrañeza alguna. Ya el vibrante discurso de Fidel Castro en Ciudad Libertad, el 20 de diciembre de 1960,[91] preveía la respuesta del vecino del Norte ante la soberana actitud cubana, que con altivez había exhibido durante ocho horas, el 2 de enero de 1961 en la todavía Plaza Cívica,[92] las armas revolucionarias «en número y calidad suficiente para dejar una impresión imborrable y condiciones de segura victoria frente a los que se empeñan en resucitar un pasado prescrito».[93] Pues la amenaza de invasión se vincula inevitablemente a la injerencista actitud del gobierno norteamericano, y la ruptura de relaciones corrobora tanto este rumor como las constantes denuncias cubanas en la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Ello se constata cabalmente en la nota que al respecto publica Bohemia, con el escueto título de «Washington ha roto relaciones con Cuba» y el significativo epígrafe de «¡Viva Cuba libre!»:

Washington ha roto relaciones con Cuba. Este hecho, que transforma el panorama internacional pero que no coge sorpresivamente al Gobierno Revolucionario, corrobora la razón que tuvo este en denunciar ante la ONU los planes agresivos de próxima ejecución desarrollados por la camarilla guerrerista del Pentágono y tramitados a través del caduco equipo gobernante de Estados Unidos.[94]

Amén de las lógicas consecuencias políticas, las implicaciones económicas son muy serias. Traspatio de los Estados Unidos por más de medio siglo, toda la capacidad productiva del país está diseñada en función de los recursos, el mercado y la técnica imperial. El bloqueo que se inicia condena a la Isla a un rediseño económico total, haciendo peligrar además el ya precario proyecto de diversificación.

Ello no significa que se detenga su impulso. Por el contrario, la industrialización deviene una tarea patriótica, para la cual es necesario capacitarse con «la luz de la cultura» ante los «momentos de peligro que vive la Patria» para defender «con su trabajo y con su vida, si fuera necesario, esta gran obra revolucionaria».[95] En suma, se puede continuar el quehacer subversivo sin la presencia tutelar de los Estados Unidos.

Si ya la escasez de materias primas empieza a ser un problema,[96] lo que influye no poco en que las alusiones a la industrialización se limiten gradualmente a destacar la posibilidad de pleno empleo que ofrece, al igual que el ahorro de divisas que propicia,[97] nadie supone que por ello deban detenerse las imperativas tareas revolucionarias: 1961 es el AÑO DE LA EDUCACIÓN, y por ello los llamados a la superación cultural son constantes, y desde los ámbitos más diversos.

La Campaña de Alfabetización ocupa todos los espacios periodísticos, indicando con ello tanto la tarea mayor que el protagonista enfrenta como el interés con que su progreso se sigue. Si la captura de alzados en el Escambray merece un amplio fotorreportaje,[98] también se insiste en que la Campaña prosigue en esta zona, al igual que las usuales actividades escolares;[99] el envío de tres mil instructores de arte a las cooperativas y granjas y la celebración de un festival de teatro obrero-campesino[100] muestran además la voluntad de difundir la cultura más allá del umbral de las primeras letras.

Por otra parte, el ya tradicional acto del 13 de marzo en la Escalinata Universitaria concluye con el decidido llamado de Fidel Castro — a las tres de la madrugada, y en medio de una lluvia torrencial — en pro de ANALFABETOS HOY, ALFABETIZADORES MAÑANA.[101] Hasta en los barcos pesqueros se desarrolla la Campaña, con el lema de EN TODO BARCO CON BANDERA CUBANA, UNA ESCUELA,[102] y para ella se publican ediciones masivas de libros[103] que complementarán la cartilla ¡Venceremos! y el manual Alfabeticemos, entregado a cien mil muy jóvenes maestros voluntarios.[104] De hecho, la frase NIÑOS QUE ENSEÑAN, ADULTOS QUE APRENDEN[105] podría haber sido el lema de esta hermosa obra, que permite a los dos millones de analfabetos del país incorporarse como miembros plenos de una sociedad cada vez más necesitada de calificación profesional.

Pero el protagonista ha de enfrentar además otras tareas: alfabetizar, claro está, pero también inaugurar la Ciudad Escolar Abel Santamaría, en Santa Clara,[106] rebelarse contra los sabotajes a Flogar y La Época, participar en la «Limpia del Escambray»[107] y, por qué no, inaugurar un nuevo espacio público: los Círculos Sociales Obreros. Creados con el propósito expreso de instaurar un nuevo espacio de sociabilidad que permita establecer y consolidar los vínculos entre los trabajadores fuera del ámbito laboral,[108] les otorgará también el derecho a hacerlo en los otrora exclusivos clubes de la burguesía, constituyendo un nuevo y visible signo del éxito del igualitario proyecto revolucionario.

También ha de encarar el peliagudo problema de la unidad de las fuerzas revolucionarias[109] y, por supuesto, se siguen atentamente las denuncias de Raúl Roa en la ONU[110] respecto a los propósitos del gobierno de los Estados Unidos.

La lectura de los cables cruzados entre la administración norteamericana y el Gobierno Revolucionario no solo revela la eterna prepotencia yanqui a la vez que reinstaura la expectativa de una agresión inminente. También permite constatar en fecha tan temprana la primera aparición de una acusación luego recurrente, pretexto útil para sabotear económica y políticamente el proyecto cubano: la exportación de la revolución.[111]

Más preocupado por cumplir las tareas que el devenir del proceso impone que por tales quimeras, el contemporáneo se dedica además al ingente quehacer constructivo revolucionario, que ya en enero de 1961 había exigido una inversión de 119.000.000 de pesos.[112] Amén de obras públicas y sociales, se revitaliza la industria turística, dirigida ahora tanto al visitante extranjero como al disfrute del pueblo trabajador. El propósito explícito de promover las bellezas naturales del país contribuirá al rescate y desarrollo de zonas antaño ignoradas. Uno de los enclaves turísticos ya listo en enero, insertado en el hasta entonces olvidado entorno de la Ciénaga de Zapata, es Playa Girón.[113]

Del mismo modo, se prosigue el proyecto de industrialización, cuya consecución en el campo cubano supone, además de la introducción de nuevas técnicas,[114] el respeto a la dura labor del campesino y del trabajador azucarero. Así, con el lema PRODUCCIÓN, FUSIL, ESTUDIO, Ernesto «Che» Guevara concluye el I Encuentro Nacional de Trabajadores Azucareros, destacando la conversión de «uno de los trabajos peor pagados y más fuertes del país en objeto de orgullo y emulación».[115]

La miríada de transformaciones realizadas desde 1959 permitirá que ya el proceso subversivo pueda reivindicar sus propias conquistas, expectativas satisfechas que imponen, eso sí, la necesidad de conquistar nuevos lauros y un serio compromiso con el futuro.

De ahí que Fidel Castro pueda afirmar desde la tribuna que la Universidad Popular le ofrece:

La Revolución puede garantizar al pueblo seis cosas fundamentales: ropa, zapatos, comida, educación, recreo, medicinas.

(…) los hijos, nietos, bisnietos, dirán: cuando la Revolución, mi padre fue revolucionario, murió combatiendo, fue miliciano, obrero distinguido, fundó la cooperativa, fue maestro en la montaña, soldado, artillero, becado, estudiante.[116]

La legitimación que desde la historia presente se proyecta hacia el porvenir convierte al partícipe en responsable de la transmisión de los valores que porta y que su actividad ha contribuido a crear. Construir para el futuro significa inscribir en la leyenda el quehacer diario, vale decir, asumir la actividad cotidiana como legendaria y por tanto mítica. Pero la propia lógica del pensamiento cotidiano impide tal apropiación.

La vorágine de la subversión va planteando a su hacedor imperativos finitos coyunturales que como tales cumple, sin percatarse en lo absoluto de la estatura que como protagonista va adquiriendo. Resulta difícil imaginar que los resueltos jóvenes de trece años que se incorporaron como maestros voluntarios tuvieran clara conciencia de que al hacerlo subvertían la estructura tradicional de la familia cubana, o que las miles de campesinas que se acogieron a las diversas oportunidades que la Federación de Mujeres Cubanas ofrecía supieran que con ello alteraban para siempre la composición de la fuerza laboral del país. Para apropiarse en alguna medida del papel mítico que desempeña, el héroe necesita ser partícipe de un acontecimiento trascendente, decisivo, inevitable; que amenace la existencia misma del proceso de subversión social que le ha conferido la estatura que aún ignora poseer. La batalla de Girón propició la prueba decisiva.

El inicio de la agresión armada es una sorpresa anunciada. Recuérdese que desde fines de 1959 tal peligro ha sido fuente de temores recurrentes, catalizando las expectativas de los participantes del cambio y separando para siempre a quienes «esperaban por América» como recurso salvador. Así, cuando al bombardeo a los aeropuertos sigue el anuncio de la invasión, la convicción de que el enfrentamiento será contra el Ejército de los Estados Unidos es unánime. Con este espíritu marchan los milicianos a enfrentarse a la Brigada 2506, y también con él aprueban la declaración del carácter socialista de la revolución.

Pues lo que estaba en juego, una vez más, era la defensa de la patria en peligro, en pro de la cual se habían realizado las transformaciones revolucionarias. El triunfo de Girón consolida la identidad Patria-Nación-Revolución, y es ella quien prestigia el calificativo de «socialista» en cuyo nombre se lucha, y se vence. Del mismo modo, otorga al sujeto participativo noción cabal de su dimensión heroica, que hasta entonces potenciara en otros símbolos por no conferir tal rango a sus actividades cotidianas.

El héroe, desde abril de 1961, será el pueblo revolucionario cubano, haya peleado o no en Girón. En una operación sin precedentes, los CDR identificarán y sacarán de circulación a todo aquel cuya actividad «contra» se conoce o sospecha, merced a la masiva participación de jubilados, amas de casa y de quien no podía incorporarse a una unidad de combate. Ello contribuirá a legitimar enormemente el papel heroico y victorioso del pueblo cubano como totalidad, quien resulta así partícipe de la batalla de Girón aún sin encontrarse físicamente en ella.

La leyenda de la revolución cubana llega a su clímax. CUBA, PRIMER TERRITORIO LIBRE DE AMÉRICA — lo que sugiere muchos más posibles — ha sido escenario propicio de la PRIMERA DERROTA DEL IMPERIALISMO EN AMÉRICA. La clásica asimilación mítica de determinaciones contradictorias permite afirmar simultáneamente, que «Estados Unidos es responsable de la invasión norteamericana a Cuba»,[117] a la vez que se muestran las fotos de los inequívocamente criollos invasores,[118] detallando su lugar de procedencia, fortuna familiar, etcétera. Si bien los miembros de la Brigada 2506 se quejaron amargamente de falta de apoyo logístico — Kennedy no autorizó el empleo de la

aviación — [119] cierto es que armas, pertrechos y transporte eran norteamericanos. Como también lo es que todos los invasores, salvo algunos oficiales que huyeron y un sacerdote español que fue capturado, eran cubanos. Insistir en algo tan obvio tiene el propósito de subrayar que verdad tan elemental se asume, pero nunca se menciona.

Para los que «vinieron de cocineros» en la 2506 el único calificativo posible es «mercenarios», es decir, soldados de fortuna pagados por el gobierno de los Estados Unidos, enemigo por excelencia del nacionalismo revolucionario. «Cubanos» son los triunfadores de la gesta, a cuya historia legitimará en lo adelante.

La armonía que entre sí adquieren los elementos del mito político — el héroe legitimado en la leyenda que a su vez porta las expectativas de la proeza nacional — confiere a la imagen del mundo una estabilidad notable. Si las alteraciones de vida cotidiana asimiladas hasta el momento parecen sustanciales, ahora serán posibles alteraciones radicales que transformen el complejo mundo de la identidad abstracta. Del mismo modo, la apropiación teórica tendrá lugar a partir de la estabilidad que los cambios míticos y cotidianos permiten.

La subversión ha conquistado definitivamente no solo los espacios, sino también la identidad misma del protagonista, admitida incluso por negación. Un paradójico reconocimiento de tal carácter se muestra en la sagaz valoración que un representante de la alta burguesía cubana hiciera de la derrota sufrida por la Brigada 2506, cuando la coyuntura imponía a su casta el lamento, o culpar a la ayuda norteamericana que nunca llegó:

(…) fuimos todos nosotros que cómodamente le dimos la espalda a nuestras responsabilidades como ciudadanos (…) y permitimos que nuestro país fuera presa de depredaciones de políticos sin escrúpulos que vendieron la nación al mejor postor. Pusimos nuestra comodidad antes que el bienestar de nuestro país. Teníamos la educación, la inteligencia, y la habilidad para dirigir el país (…) simplemente no tuvimos los pantalones.

No, Fulgencio Batista no tiene la culpa, los Estados Unidos no tienen la culpa. Nosotros, las llamadas clases cultas de Cuba, por nuestra inercia, nuestra estupidez, nuestra ceguera y nuestra complacencia somos entera y totalmente responsables (…) nosotros tenemos la culpa. Nadie más.[120]

América llegó… y según frase de la época, «quedó».


NOTAS

[1] «Quien vivió las semanas posteriores a la caída de Machado en 1933 recordará en que (sic) forma fueron castigados los miembros de la «porra». Nada de eso ha sucedido ahora». Roberto Esquinazo, en El Mundo, La Habana, 10 de febrero de 1959, p. A-6.

[2] Los nombramientos aparecen sucesivamente en la Gaceta Oficial de la República de Cuba, desde el 6 de enero hasta el 29 del propio mes.

El primer gabinete (con 19 ministros) estuvo integrado por:

Primer Ministro: Dr. José Miró Cardona;

Ministro de Estado: Roberto Agramonte;

Ministro de Justicia: Dr. Ángel Fernández Fernández;

Ministro del Gobierno: Dr. Luis Orlando Rodríguez Rodríguez;

Ministro de Obras Públicas: Ing. Manuel Ray y Rivero;

Ministro de Agricultura: Dr. Humberto Sorí Marín;

Ministro de Comercio: Dr. Raúl Cepero Bonilla;

Ministro de Educación: Dr. Armando Hart;

Ministro de Salubridad: Dr. Julio Martínez Páez;

Ministro de Recuperación de Bienes Malversados: Dr. Faustino Pérez Hernández;

Secretario de la Presidencia del Consejo de Ministros: Dr. Luis M. Buch Rodríguez;

Ministro del Trabajo: Dr. Manuel Fernández García;

Ministro de Hacienda: Rufo López Fresquet;

Ministro de Comunicaciones: Sr. Enrique Oltuski;

Ministro Encargado de la Ponencia y el Estudio de las Leyes Revolucionarias: Dr. Osvaldo Dorticós Torrado;

Ministro de la Defensa Nacional: Dr. Augusto R. Martínez Sánchez;

Ministro Encargado del Consejo Nacional de Economía: Sr. Regino Boti León;

Ministro de Bienestar Social: Dra. Elena Mederos y Cabañas; y

Ministro Encargado de la Corporación Nacional de Transporte: Julio Camacho Aguilera.

[3] Para un exhaustivo análisis de la legalidad revolucionaria, véase Sarahy González Mosquera: «Legalidad versus subversión. Las paradojas de la legalidad revolucionaria», Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, La Habana, julio de 1998. Tesis de Diploma para la obtención del grado de Licenciatura en Filosofía Marxista-Leninista, dirigida por M. del Pilar Díaz Castañón.

[4] Como es lógico, enero fue el mes en el que las leyes se sucedían sin descanso. Así, el 6 de enero de 1959 se emitieron 14 leyes, todas en emisión extraordinaria de la Gaceta Oficial de la República de Cuba.

[5] La Dra. Elena Mederos es nombrada titular de Bienestar Social el 24 de enero de 1959, pero el Ministerio como tal no es creado hasta el 9 de febrero. Gaceta Oficial de la República de Cuba, Ministerio de Estado, «Ley №49», La Habana, 9 de febrero de 1959, 1ra. Sección (3 secciones), p. 1537. Firmado el 6 de febrero de 1959.

[6] El comandante Ernesto Guevara será nombrado Jefe del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) el 14 de diciembre de 1959, «dándole fuerza legal y ejecutiva a cuantas órdenes, medidas o disposiciones hubiera dictado, a partir del día 15 de septiembre de 1959, fecha en que comenzó a cumplir dicha función (…)». Gaceta Oficial de la República de Cuba, Instituto Nacional de Reforma Agraria, «Resolución №49», La Habana, 14 de diciembre de 1959, 1ra. Sección (4 secciones), p. 28081. Firmado el 21 de noviembre de 1959.

[7] Gaceta Oficial de la República de Cuba, Presidencia de la República, La Habana, 21 de enero de 1959, 1ra. Sección (2 secciones), p. 602. Firmado en Santiago de Cuba el 2 de enero de 1959. El retraso en plasmar en «la Gaceta» — sin lo cual no tenía fuerza legal — tan importante documento evidencia el torbellino legal en que se ve envuelta la joven revolución, puntillosa por demás en la publicación de las leyes revolucionarias.

[8] Para una excelente caracterización de este interesante periódico, véase Elaine Acosta: «El Mundo», en Elaine Acosta y otros: «Ideología y Revolución: Cuba, 1959–1960», Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, La Habana, julio de 1995. Tesis para la obtención del grado de Licenciatura en Sociología, dirigida por M. del Pilar Díaz Castañón, «Anexos».

[9] Cristóbal A. Zamora, en El Mundo, La Habana, 9 de enero de 1959, p. A-6.

[10] La «Operación Verdad» se realiza en febrero de 1959, ante la campaña que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) sostiene respecto a la legalidad y pertinencia de continuar los juicios a los esbirros de la dictadura. Ingente esfuerzo por hacer valer la verdad revolucionaria, también muestra la preocupación por el juicio que la opinión pública internacional, especialmente norteamericana, pudiera hacerse de la joven revolución. No es casual que la carta del Club de Leones que a continuación se refiere fuera publicada en Revolución: estaba dirigida al Presidente norteamericano de esta selecta y masculina organización y podía por tanto contribuir a esclarecer el asunto en los Estados Unidos.

[11] «El Club de Leones de La Habana se dirige a usted para esclarecer el error de interpretación que ha surgido en ese hermano país (de Estados Unidos de América), en relación con la justicia implantada por los Tribunales Revolucionarios constituidos para juzgar a quienes durante la tiranía, recientemente depuesta por la Revolución triunfante del pueblo de Cuba, cometieron salvajes actos de tortura y crímenes que son una vergüenza para nuestra patria y una afrenta a todas las democracias del mundo (…) Creemos firmemente que la actuación del Gobierno Provisional, así como las medidas tomadas por los Tribunales Revolucionarios, van encaminadas a evitar mayores derramamientos de sangre (…)». «Expondrán al pueblo de Estados Unidos la justicia revolucionaria», en Revolución, La Habana, 2 de febrero de 1959, p. 2.

[12] La «Colecta de la Libertad» recogía fondos para la futura Reforma Agraria, que todos sabían próxima. Es Bohemia quien la organiza a partir de marzo, y también la que publica listas de nombres y contribuciones de los donantes, que van, desde miles de pesos, hasta diez centavos.

[13] La creación del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV) data del 20 de febrero de 1959. Fuente de empleo y también de expectativas, contribuyó altamente a la credibilidad de la justicia social revolucionaria.

[14] Los industriales publican sus demandas — que, a la vez, son los requisitos a cumplir para lograr un exitoso proyecto de diversificación económica — en febrero de 1959. Amén de régimen fiscal estable, estímulos arancelarios y reducción de la presión tributaria, solicitan se realice una campaña en pro de los productos cubanos y el fomento de escuelas para la preparación de técnicos en el país, arguyendo que la competitividad del mercado interno permitiría un aumento evidente del nivel de vida de la población. El cumplimiento de estas demandas constituiría el programa de industrialización de la joven revolución cubana. Ver «Industriales», en Diario de la Marina, La Habana, 6 de febrero de 1959, pp. 1–2-A.

[15] «La Revolución Cubana comenzó de una forma tan brillante (…) No había saqueos, depredaciones ni apenas desorden. Todo aquello era ejemplo casi increíble. Después de aquella alborada muchos factores han contribuido a crear cierto estado de incertidumbre y desorientación. En vez de un orden constructivo de realizaciones hemos contemplado el brote anárquico cada vez con mayor virulencia. El caldo demagógico se ha ido enriqueciendo al socaire de las libertades reconquistadas.

La Revolución si quiere salvarse debe superar la fase anárquica cuanto antes, encauzándose en un régimen de derecho y orden constructivo. Solo así podrán mantener la adhesión del pueblo y ese magnífico entusiasmo de los primeros días». Ernesto Andura, en El Mundo, La Habana, 8 de febrero de 1959, p. A-6.

[16] Cuyas atribuciones pasan al Consejo de Ministros. Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria, Presidencia de la República, La Habana, 6 de enero de 1959.

[17] Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria, Consejo de Ministros, «Ley Fundamental», La Habana, 7 de febrero de 1959.

[18] Gastón Baquero: «Palabras de despedida y de recomienzo», en Diario de la Marina, La Habana, 19 de abril de 1959, p. 4-A.

[19] «El pueblo opina sobre la Ley de Alquileres» (pie de foto), en Revolución, La Habana, 9 de marzo de 1959, p. 1.

[20] Para una prolija caracterización del «Decano de la prensa cubana», véase Katya Rodríguez: «Diario de la Marina», en Elaine Acosta y otros: ob. cit., «Anexos».

[21] «Este periódico esperaba, con los arquitectos, con los capitalistas, con los propios inquilinos, más que una ley rebajando alquileres, una verdadera ley de fomento y protección de la vivienda (…) se ha hecho, en cambio, lo más fácil, lo más visible, lo más inmediato». «Sobre la Ley de Alquileres» (editorial), en Diario de la Marina, La Habana, 8 de marzo de 1959, pp. 1–2-A.

[22] Consistió en la exposición durante trece días en la Universidad de La Habana de los logros de la industria, que luego recorrieron toda la Isla en un tren.

[23] Abril de 1959. Se esperaba lograr la benevolencia norteamericana ante las transformaciones de la joven revolución «(…) creemos igualmente que ese viaje servirá para destruir los malentendidos que pudieran existir con respecto a la amistad de ambos países (…) hacemos votos porque el viaje del Dr. Castro sirva para que se confirme, una vez más, una tradicional amistad que a todos nos beneficia». Editorial, en El Mundo, La Habana, 14 de abril de 1959, p. A-4). La admiración por la revolución que tras esta gira recorre el continente legitimará su propia realidad ante el contemporáneo.

[24] El Diario de la Marina califica este sector de «prácticamente paralizado», lo que atribuye al «hecho indiscutible de que la ley de alquileres y de solares yermos le ha quitado incentivos a la fabricación». «La Actualidad», en Diario de la Marina, La Habana, 10 de mayo de 1959, p. 4-A.

[25] Ibídem.

[26] Portavoz del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, de estilo joven y dinámico, Combate, 13 de marzo, fundado el 15 de marzo de 1959, ofrece una visión crítica y a la vez comprometida con el acontecer revolucionario. Para una excelente caracterización de fuente tan poco explorada, véase Liliana Rodríguez Suárez: «Combate», en Elaine Acosta y otros: ob. cit., «Anexos».

[27] Carlos M. Lechuga, en El Mundo, La Habana, 10 de enero de 1959, pp. A-6, C-7, 8.

[28] «El DR Manotazos», en Combate, 13 de marzo, La Habana, 20 de octubre de 1959, p. 8.

[29] Carlos Atalay, en El Mundo, La Habana, 14 de abril de 1959, p. A-4.

[30] «En Cuba, las organizaciones estudiantiles, las personas que siguen a los partidos democráticos tradicionales y los partidarios de Fidel Castro, a pesar de las diferencias entre ellos creen firmemente en los principios democráticos (…) Los dirigentes de los movimientos democráticos cubanos, como es lógico suponer, han rechazado los ofrecimientos comunistas de colaboración. La lucha del pueblo cubano es una lucha por la libertad y por ello no puede aceptar ningún compromiso con las fuerzas totalitarias, sean las de Batista o las de los comunistas». Zacha Valman: «Batista y la Revolución `comunista´», en Revolución, La Habana, 14 de febrero de 1959, p. 4.

[31] Fidel Castro: «Comparecencia televisiva en Ante la Prensa, 2 de abril de 1959», en Manual de capacitación cívica, Departamento de Instrucción, MINFAR, La Habana, 1960, pp. 43–44.

[32] Ibídem, p. 45.

[33] Camilo Cienfuegos: «Comparecencia ante la televisión camagüeyana, 27 de octubre de 1959», en Manual de capacitación cívica, ed. cit., p. 46.

[34] Ver Boris Nerey Obregón: «Hoy», en Elaine Acosta y otros: ob. cit., «Anexos». Nerey demuestra con citas exhaustivas el alejamiento de la realidad nacional por parte de los comunistas del patio, y su continua referencia a las conquistas espaciales soviéticas o las incidencias de la vida cotidiana en un koljós. Un detalle simpático es la seriedad con que «Hoy» permite el consumo de turrones en las Navidades de 1959, argumentando que aunque son españoles — i. e., extranjeros — su uso se ha hecho tradicional.

[35] «¿Qué relación puede haber entonces entre la caída y la huida de Batista y esta crisis de la filosofía burguesa? (…) Su política era la de un agente de la burguesía proimperialista, clase cuya filosofía era individualista, partidaria a todo trance de la propiedad privada sobre los medios de producción y la dictadura abierta de los dueños del capital». Raúl Valdés Vivó: «El ocaso de una ideología», en Noticias de Hoy, La Habana, 12 de febrero de 1959, p. 3.

[36] «El proletario», en Combate, 13 de marzo, La Habana, 30 de abril de 1959, p. 5.

[37] El reconocimiento al héroe colectivo, pero no anónimo, se expresa al conferir sus nombres a edificios, centros escolares u hogares de tránsito inaugurados por el Gobierno Revolucionario.

[38] Carlos Robreño, en El Mundo, La Habana, febrero de 1959.

[39] Para un análisis más detallado del lenguaje revolucionario, consultar M. del Pilar Díaz Castañón y Liliana Rodríguez: «Nombrar la Revolución», en revista Temas, no. 26, La Habana, julio-septiembre de 2001.

[40] «Insumergibles»: políticos tradicionales que servían a cualquier gobierno; «manengues»: personajes de poca monta vinculados a la dictadura, generalmente a través del juego o el control de zonas políticas; «siquitrillados»: aquellos cuyos bienes fueron confiscados, fuese por su relación con la dictadura o porque simplemente abandonaron el país; «rosablanqueros»: partidarios o miembros de la organización contrarrevolucionaria «La Rosa Blanca», desarticulada en agosto de 1959; «siperos»: partidarios de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que desde octubre de 1959 toma posiciones antagónicas a la revolución.

[41] Ya desde 1960, el término se emplea para distinguir en la gama del «contra» a quienes eran entrenados por los Estados Unidos — fuese en su territorio o en países latinoamericanos — para una potencial invasión a Cuba. Para la «contra» que ya realiza sus actividades en el país se reserva el uso de «los alzados», los «bandidos» del Escambray, pero nunca «mercenarios», pese a que fueran evidentemente abastecidos por el vecino del Norte. Ver al respecto Fidel Castro: «Volvemos al trabajo dispuestos a regresar a las trincheras. La paz es el gran anhelo del mundo. (Fidel Castro recibe a las milicias en La Habana.)», en Obra Revolucionaria, no. 4, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 20 de enero de 1961, Año de la Educación. Tras Girón, la carga peyorativa del término, que indica al invasor del territorio nacional, queda definitivamente

fijada.

[42] «Crónica Social», en El Mundo, La Habana, 15 de enero de 1959, p. 2.

[43] Por supuesto, el Diario de la Marina combatió de forma enérgica esta propuesta, calificándola, entre otros adjetivos, de «inoperante, negativa y poco feliz». Ver «La Reforma Fiscal», en Diario de la Marina, La Habana, 28 de julio de 1959, p. 4-A.

[44] Para un cuidadoso análisis de Lunes de Revolución, ver Nivia Marina Brismat: «Revolución», en Elaine Acosta y otros: ob. cit., «Anexos».

[45] Ello no impide que la prensa de la época califique de «milicianos» a los guardianes del orden, que, generalmente provenientes del Movimiento 26 de Julio o del Directorio Revolucionario, impidieron posibles excesos en la capital. Ver Roberto Esquinazo, en El Mundo, La Habana, 10 de febrero de 1959, p. A-6.

[46] Más tarde aparecerán la «Operación Bautizo» y la «Operación Matrimonio», a las que precedió como es lógico la «Operación Inscripción», con el propósito de asentar civilmente a los cientos de personas, en su mayoría de procedencia campesina, que no figuraban en los registros. Ver INRA, año II, no. 1, La Habana, enero de 1961, p. 61.

[47] Veáse Ramón Peñate, en Combate, 13 de marzo, La Habana, 1ro. de octubre de 1959, p. 2.

[48] Ese es el caso del Buró de Empleo Revolucionario y las Brigadas Femeninas Revolucionarias, junto con la Policía Nacional Revolucionaria y las Fuerzas Armadas Revolucionarias. En ocasiones simplemente se añade a lo ya existente, como es el caso de la Biblioteca Nacional Revolucionaria.

[49] «Combate» recoge una de estas ofertas: «Rebeldes con causa: Un grupo de muchachos de 12 a 15 años, visitó Palacio para dejar una carta dirigida al Primer Ministro, Fidel Castro, expresando que ellos, vecinos de la Sierra Chiquita, están dispuestos a partir hacia Santo Domingo a combatir a Trujillo. Que solo quieren autorización de Fidel». «Mesa Revuelta», en Combate, 13 de marzo, La Habana, 25 de octubre de 1959, p. 2.

[50] Fidel Castro renuncia el 16 de julio de 1959, en intervención televisada, alegando fuertes discrepancias con el presidente Urrutia. La renuncia de este último y el nombramiento para el cargo del Dr. Osvaldo Dorticós aparecen en Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria (Especial), La Habana, 18 de julio de 1959. En la primera celebración revolucionaria del 26 de julio en la Plaza Cívica, la multitud asistente al acto — que incluye a más de mil campesinos de toda la Isla agrupados en la «Columna de la Libertad», liderada por Camilo

Cienfuegos — exige su regreso.

[51] El primer gabinete permanece intacto hasta el 14 de febrero de 1959, fecha en que el Dr. José Miró Cardona renuncia y es sustituido por Fidel Castro.

[52] Monseñor Evelio Díaz habrá de desmentir los rumores acerca de hipotéticas confiscaciones de los bienes de la Iglesia. En vísperas del Congreso declararía: «Nunca un gobierno, en el tiempo que llevamos de prelado, ha dado tantas facilidades a la Iglesia». «Gran demostración de fe popular, el Congreso Católico», en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 74.

[53] El Diario de la Marina, por supuesto, se hace vocero explícito de tal campaña. Cuando los resultados del Congreso no cumplieron sus expectativas, «La Marina» simplemente dejó de hablar del asunto. Para más detalles, ver: Katya Rodríguez: «Diario de la Marina», en Elaine Acosta y otros: ob. cit., «Anexos».

[54] Nadie se hace responsable de tales afirmaciones. El Diario de la Marina alude a hipotéticas declaraciones del cardenal Arteaga, que fueron por supuesto desmentidas tanto por la curia como por los voceros del catolicismo laico. Andrés Valdespino se hace eco indignado de esta versión, recogiendo la declaración del recién nombrado Arzobispo Coadjutor de La Habana: «`no ha habido interferencia alguna del Estado en las actividades de la Iglesia´, aclaró Monseñor Evelio Díaz, refutando las supuestas declaraciones del cardenal Arteaga». Ver Andrés Valdespino: «El mensaje del Congreso», en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 88.

[55] Ver «Gran demostración de fe popular, el Congreso Católico», en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 74; «El Congreso Católico: otra victoria del pueblo de Cuba» (editorial), pp. 71–72; Andrés Valdespino: «El mensaje del Congreso», pp. 88–89, 97. Este número de la revista, dedicado por entero al Congreso Católico, abunda en fotos y entrevistas que acuciosamente reflejan las actividades realizadas, con especial insistencia en la procesión final, que partió del Parque Central hasta la Plaza Cívica, donde se celebraría la misa — a las tres de la madrugada — tras escuchar el mensaje del Papa.

[56] «Gran demostración de fe popular, el Congreso Católico», en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 75.

[57] «En el Congreso Católico habló la Iglesia cubana. La misma que días antes en su insidiosa campaña difamatoria de nuestro proceso revolucionario, calificaran las tendenciosas agencias de `iglesia del silencio´. Hervía la ira que se comparara la angustiosa situación del cristianismo tras la cortina de hierro — sometida a forzoso silencio, cuando no a implacable persecución por la bárbara represión comunista — al estado del catolicismo cubano que desenvolvía sus tareas apostólicas en una atmósfera de absoluta libertad». Andrés Valdespino: «La voz de la Iglesia» («El mensaje del Congreso»), en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 89.

[58] Andrés Valdespino: «La doctrina social» («El mensaje del Congreso»), en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 97.

[59] José Ignacio Lasaga, dirigente de la Agrupación Católica Cubana, intervino en el acto que concluyó con la misa solemne en la Plaza Cívica, resaltando la oposición entre «la Iglesia aburguesada y aliada a privilegios y explotación, como quieren desfigurar los eternos `sepulcros blanqueados´, los que temen al comunismo, no por miedo a perder su libertad, sino a perder sus riquezas, los mismos que viviendo de espaldas a los preceptos evangélicos de justicia y caridad, pretendieron — inútil empeño — convertir el Congreso en instrumento al servicio de egoísmos y resentimientos, amparando bajo el manto de la Virgen la averiada mercancía de sus inconfesables intereses». Referido por Andrés Valdespino: «La voz de la Iglesia» («El mensaje del Congreso»), en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 89.

[60] «El Congreso Católico: otra victoria del pueblo de Cuba» (editorial), en Bohemia, año 51, no. 49, La Habana, 6 de diciembre de 1959, p. 71. El editorial de Bohemia es particularmente revelador respecto a la oposición revolución-catolicismo que pretendía imponerse, por cuanto expresa la opinión de la revista, dirigida aún por Miguel Ángel Quevedo, y no la del militante laico Andrés Valdespino. La tesis de la revolución como realización de las expectativas nacionales queda claramente expresada, así como la única exclusión posible: «La Revolución dejó de ser entre los cubanos sinónimo de política partidista, sectaria y de grupo, para convertirse en tarea de todos y emancipación igual de todos. Mencionarla es como mencionar el destino ascensional que pertenece sin exclusiones a la comunidad nacional. Únicamente quedan fuera de ella los que se excluyen por sí mismos; los indiferentes al mejoramiento de sus compatriotas, los enemigos de toda causa noble; los que oprimieron, vejaron y humillaron ayer al pueblo y quisieran regresar para reanudar el infame cometido de hacer daño al prójimo; los que asesinaron a jóvenes inmaculados por el delito de querer a Cuba mejor, violaron templos, profanaron la investidura de un prelado, persiguieron sacerdotes y los maltrataron inicuamente. Esos son los que quieren volver y los que riegan dentro y fuera de la Isla el veneno de la calumnia y la confusión contra la más generosa, limpia y humanitaria revolución de la historia». Ibídem.

[61] Como máxima figura de la curia en esta provincia, la más atrasada del país, monseñor Evelio Díaz fue el único prelado que se pronunció enfáticamente a favor de la Reforma Agraria.

[62] Editorial, en El Mundo, La Habana, 20 de febrero de 1959, p. 4-A.

[63] Los desesperados llamados de Rivero hallarán un equivalente más lúcido en la afilada prosa de Carlos Todd, sobrino de Julio Lobo y representante de la entonces abundante especie de cubano-americanos, y quien tras el desastre de Girón responsabiliza a la «casta dirigente cubana» por no haber sido capaz de ejercer sus funciones civiles.

[64] Si bien el Diario de la Marina reivindica 1832 como fecha fundacional, de hecho se trató, como su nombre lo indica, de una gaceta mercantil. Es en 1895, bajo la dirección de Nicolás Rivero, que se inmiscuye de lleno en la arena política, siempre del lado español. Medio siglo después aún se recordarán sus entusiastas editoriales respecto a la muerte de Martí.

[65] Rivero insiste en abril: «¿Dónde están y qué hacen ciertas clases sociales, ciertos sectores económicos, ciertas fuerzas que hasta ayer se llamaban vivas y hoy dan tan pocas señales de vida? En estos instantes hasta me dan ganas de exclamar muy alto. Merecen lo que han sufrido y perdido y lo mucho que les queda por sufrir y perder.» José Ignacio Rivero: «Carta sin sobre `A mí mismo´», en Diario de la Marina, La Habana, 24 de abril de 1960, pp. 1–2-A. Retomará el tema en Miami, donde pretendió continuar con su periódico, empresa que fracasa por la falta de apoyo económico de los exiliados. En su último editorial, Rivero clama amargamente contra la clase que siempre ha defendido y ahora lo traiciona, lamentando «la poca emoción que parece causarle a algunos la actitud nuestra de seguir luchando ahora lejos de las barbas enemigas». «Las Penas de Pepinillo» («Miscelánea»), en Bohemia, año 52, no. 43, La Habana, 23 de octubre de 1960, p. 65.

[66] «La democracia indefensa y la República sin ciudadanos», en Diario de la Marina, Magazin «Caña y Azúcar», La Habana, 17 de febrero de 1960, página última.

[67] «Es bueno destacar el auge económico que disfruta la nación; la gran cantidad de dinero liberado del presupuesto familiar por la rebaja del costo de la vida operado por el Gobierno Revolucionario al reducir el costo de los alquileres, luz eléctrica, teléfonos, medicinas, solares (…) al mejorar el salario en varios sectores laborales; al rebajar el interés de las hipotecas; al producir empleo para miles de desempleados con el INAV, INRA y Obras Públicas; al estimular las inversiones con la honestidad administrativa y Reforma Fiscal; al promover la Reforma Agraria y la industrialización (…) el régimen revolucionario va produciendo de modo integral sus distintas reformas». E. Vázquez Candela: «La victoriosa marcha de la Revolución», en Revolución, La Habana, 18 de septiembre de 1959, p. 1.

[68] G. Ortega: «La esperada declaración de los industriales», en Revolución, La Habana, 23 de septiembre de 1959, pp. 1, 17.

[69] Motivando un encantador y ríspido comentario de «Combate»: «Eso déjenselo a Hollywood y recójanse al buen vivir. Que difícilmente donde existen niños de siete y ocho años que ganan grados de teniente en un ejército por combatir una dictadura y liberar un pueblo pueden brotar pandillas juveniles». Pepín Ortiz, en Combate, 13 de marzo, La Habana, 12 de noviembre de 1959, p. 8.

[70] Sus organizadores alegaron que, si bien se solidarizaban con el sentimiento nacional, suspender el Baile hubiera costado muy caro.

[71] Y también promoviendo la sustitución de «Santa Claus» por «Don Feliciano», sonriente guajiro de polainas y guayabera, así como de pinos norteamericanos por cubanos para el arbolito de Navidad. Los retraídos industriales hicieron su agosto; la consigna de CONSUMA PRODUCTOS

CUBANOS propicia que estos se agoten a mediados de diciembre. Bohemia, año 51, no. 53, La Habana, 20 de diciembre de 1959, p. 5.

[72] Diario de la Marina, La Habana, 15 de enero 1960, p. A-4.

[73] Signo de que no fue visto como tránsito automático de «anti» a «pro» son las burlas que motivan los productos expuestos en la Feria de Logros de la URSS, considerados como atrasados, feos e inútiles. Ver Jol, en Combate, 13 de marzo, La Habana, 23 de febrero de 1960, p. 4.

[74] La insistencia de Revolución al declarar que «El anticomunismo es el arma de la traición interna, de la quinta columna y la agresión externa. El dilema no es anticomunismo ni comunismo, la única realidad indiscutible es la de nuestra Revolución Verdeolivo» («Pretextos e intenciones

de los enemigos de la Revolución», en Revolución, La Habana, 26 de marzo de 1960, p. 1, muestra la persistencia del anticomunismo, pero también el rechazo a enfrentar el comunismo y la revolución. Un pseudodilema similar había sido ya planteado — y resuelto a favor del proceso subversivo — por los participantes del Congreso Católico en diciembre de 1959.

[75] Con el estilo directo y coloquial que lo caracteriza, «Combate» señala: «Ya aburre el concepto cansón y guasón de tenernos como un apéndice del violento Norte, al cual este tiene que corregir a cada paso, como si se tratara de maestro, padre, madre o mujer. Ni como maestro porque nos enseña pestes, ni como padre porque no nos mantiene, ni como madre porque no nos amamantó, ni como mujer porque no nos gusta. En fin, que nos dejen tranquilos (…)». «3 puntos», en Combate, 13 de marzo, La Habana, 7 de abril de 1960, p. 12.

[76] «Mesa Revuelta», en Combate, 13 de marzo, La Habana, 5 de abril de 1960, p. 4.

[77] Jaime Sarusky: «Humor y contrarrevolución», en Revolución, La Habana, 5 de mayo de 1960, p. 2.

[78] Revolución, La Habana, 3 de marzo de 1960, p. 1.

[79] Que El Mundo aclara con su lucidez característica: «El motivo verdadero de las fricciones entre Cuba y los Estados Unidos lo señaló el propio The New York Times en otro reciente editorial, cuando dijo que aquellas subsistirían en tanto esté desarrollándose la Revolución Cubana, porque esta tiene que lesionar necesariamente algunos intereses norteamericanos en Cuba. Esos intereses son los que han impedido el desarrollo de nuestras potencialidades económicas (…) Esa es la causa de las fricciones y no la pretendida infiltración del comunismo ni el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética». Editorial, en El Mundo, La Habana, 11 de mayo de 1960, p. A-4.

[80] La célebre Ley №851, que autoriza al Presidente y al Primer Ministro a nacionalizar compañías extranjeras «cuando lo consideren conveniente a la defensa del interés nacional», data del 7 de julio de 1960 (Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria, La Habana, 7 de julio de 1960, pp. 1–3). A ella sigue el 6 de agosto la nacionalización de 26 grandes empresas norteamericanas, entre ellas las de Electricidad, Teléfonos, las compañías petroleras Esso, Texaco, Standard Oil y la gigantesca United Fruit (Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria, «Resolución №1», La Habana, 6 de agosto de 1960, pp. 1–2); la de los tres grandes bancos norteamericanos (First National City Bank of New York, Chase Manhattan Bank y First National Bank of Boston) que deja intactos los bancos canadienses (Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria, «Resolución №2», La Habana, 17 de septiembre de 1960, pp. 1–2); y por último, la de 382 grandes empresas, tanto norteamericanas como pertenecientes a la gran burguesía cubana (Gaceta Oficial de la República de Cuba, Edición Extraordinaria no. 22, Consejo de Ministros, «Ley №890», La Habana, 13 de octubre de 1960, pp. 1–7).

[81] Oficialmente, el 28 de septiembre de 1960.

[82] El 23 de agosto de 1960.

[83] «La Revolución de los brazos abiertos» (editorial), en Bohemia, año 52, no. 43, La Habana, 23 de octubre de 1960, pp. 66–67. Bohemia glosa el discurso que Fidel Castro pronunció por televisión el 15 de octubre para declarar cumplido el programa del Moncada, que puede consultarse (in extenso) en Fidel Castro: «Nuestros sueños de ayer han sido las leyes de hoy», en Obra Revolucionaria, no. 27, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana, 17 de octubre de 1960, Año de la Reforma Agraria.

[84] Ibídem, p. 66.

[85] Ibídem.

[86] Ibídem, p. 67. Se alude a la Ley de Reforma Urbana, que entró en vigor el 14 de octubre de 1960.

[87] Ibídem.

[88] Ibídem.

[89] Llegando al extremo de formar una de limpiabotas, que tenía el propósito de repartir las ganancias por igual. Sección «En Cuba», en Bohemia, año 52, no. 46, La Habana, 20 de noviembre de 1960, p. 42.

[90] «Armas para defender al pueblo» (fotorreportaje), en INRA, año II, no. 2, La Habana, febrero de 1961, pp. 68–75. La movilización concluiría el 20 de enero de 1961, con un multitudinario acto de recibimiento frente al Palacio Presidencial. En él, Fidel Castro advierte: «Regresamos a nuestro trabajo, regresamos al seno de nuestras familias y estamos orgullosos, volvemos satisfechos de podernos entregar de nuevo al trabajo, pero no volvemos con miedo a las trincheras; no volvemos creyendo que todos los peligros han desaparecido; volvemos a nuestro trabajo y a nuestros hogares, pero estamos dispuestos a volver de inmediato a las trincheras, si de nuevo la Patria se viera amenazada». Ibídem, p. 75.

[91] «Aquí nadie los espera muertos de miedo», en Bohemia, año 53, no. 1, La Habana, 8 de enero de 1961, p. 65.

[92] Cuyo nombre cambiará a Plaza de la Revolución a partir del 16 de julio de 1961.

[93] «Desfile en la Plaza» (fotorreportaje), en Bohemia, año 53, no. 1, La Habana, 8 de enero de 1961, p. 68.

[94] «Washington ha roto relaciones con Cuba», en Bohemia, año 53, no. 1, La Habana, 8 de enero de 1961, p. 72.

[95] «Trabajo, técnica y cultura» (anuncio), en Bohemia, año 53, no. 4, La Habana, 29 de enero de 1961, p. 4. Este revelador anuncio de la Power Machinery (Nacionalizada) permite apreciar — y ello amerita su transcripción — tanto el modo en que se han asimilado las nuevas conquistas revolucionarias (el pleno empleo, por ejemplo), como la necesidad de defenderlas y llevar a cabo el proyecto de industrialización, aún frente a los Estados Unidos: «Proporcionando trabajo estable y remunerado, capacitando a nuestros guajiros para la tecnificación agrícola, llevando la luz de la cultura donde antes solo había la sombra de la ignorancia; así siembra la Revolución los ideales martianos en los surcos abiertos de la tierra libre cubana. En este 28 de enero los obreros de la Power Machinery Nacionalizada, conscientes de los momentos de peligro que vive la Patria ante los ataques del Imperialismo yanqui se declaran dispuestos a defender con su trabajo y con su vida, si fuera necesario, esta gran obra revolucionaria. ¡Venceremos!» De corte

similar, pero más sobrios, son los anuncios revolucionarios de otras empresas nacionalizadas, como el Trust Co., la Pasta Gravi y el Banco Continental Cubano. Ver Bohemia, año 53, no. 4, La Habana, 29 de enero de 1961, p. 35.

[96] Para la producción de pinturas, por ejemplo. Nivio López Pellón: «Colores cubanos», en Bohemia, año 53, no. 4, La Habana, 29 de enero de 1961, p. 32.

[97] «Manos que trabajan para industrializar al país» (anuncio), en Bohemia, año 53, no. 6, La Habana, 12 de febrero de 1961, p. 14. Este anuncio de Partagás Superfinos (Nacionalizada) subraya las virtudes de la industrialización para eliminar el desempleo, tanto rural como urbano, destacando además el ahorro de divisas que ello implica en transporte, divisas «que se quedan en el país y permiten mayor circulación de dinero». Ibídem.

[98] Que destaca el trato humano al enemigo capturado, y la confianza que este muestra en que, a diferencia del estilo imperante en el Ejército batistiano, su vida será respetada, por lo que muchos se presentan espontáneamente. «Limpieza del Escambray» (fotorreportaje), en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 12 de marzo de 1961, p. 56.

[99] Los milicianos vigilan la asistencia de los niños a la escuela. M. Navarro Luna: «La educación en el Escambray», en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 12 de marzo de 1961, p. 14.

[100] Sara Guach: «Academias de Arte para el pueblo», en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 12 de marzo de 1961, p. 53. Es el Teatro Nacional el que fomenta el Festival Obrero-Campesino.

[101] «Analfabetos hoy, alfabetizadores mañana» (reportaje), en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 12 de marzo de 1961, p. 34.

[102] Pedro García Suárez: «En cada barco una escuela», en Bohemia, año 53, no. 12, La Habana, 2 de abril de 1961, p. 4.

[103] Entre los que se halla la primera edición de Guerra de guerrillas, de Ernesto «Che» Guevara. Mario Rivadura: «El libro en la calle», en Bohemia, año 53, no. 10, La Habana, 19 de marzo de 1961, p. 24.

[104] Tenían entre trece y dieciocho años. Pedro García: «Dos armas contra la ignorancia», en Bohemia, año 53, no. 13, La Habana, 9 de abril de 1961, p. 13.

[105] Frank Sarabia: «Niños que enseñan, adultos que aprenden», en Bohemia, año 53, no. 14, La Habana, 16 de abril de 1961, p. 4, 56.

[106] Bohemia, año 53, no. 4, La Habana, 29 de enero de 1961, p. 30.

[107] «Limpieza del Escambray», en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 12 de marzo de 1961, p. 56.

[108] Que se crean con el propósito expreso de instaurar un nuevo espacio de sociabilidad que permita establecer y consolidar los vínculos entre los trabajadores fuera del ámbito laboral. Así, la Ley №12 del Ministerio del Trabajo afirma en su artículo 13 que los Círculos Sociales Obreros tienen como objetivo «crear vínculos fuera del trabajo entre los trabajadores y sus familiares (…) la formación y orientación de los trabajadores y sus familiares (…) la superación cultural del obrero y su familia (…)», así como «servir de vehículo para las actividades deportivas y recreativas de los trabajadores y sus familiares». «Círculos Sociales Obreros», en Bohemia, año 53, no. 7, La Habana, 23 de febrero de 1961, p. 32.

[109] El modo descarado en que algunos partícipes de la lucha de liberación aprovecharon la nueva coyuntura para reservarse los puestos antaño mejor remunerados así como las «botellas» repartidas entre sus seguidores es tomado inicialmente con mucha paciencia por la máxima dirección revolucionaria, considerando que no debía ponerse en peligro la precaria unidad lograda. Ernesto «Che» Guevara valora esto último al señalar: «No permitíamos robar, ni dábamos puestos claves a quienes sabíamos aspirantes a traidores, pero no los eliminábamos; contemporizábamos todo, en beneficio de una unidad que no estaba totalmente comprendida. Ese fue un pecado de la Revolución». Ernesto Guevara: «Un pecado de la Revolución», en Bohemia, año 53, no. 7, La Habana, 12 de febrero de 1961, p. 59.

[110] «Cuba denuncia ante el mundo», en Bohemia, año 53, no. 1, La Habana, 8 de enero de 1961, p. 46.

[111] A cuatro décadas de distancia, tal imputación podría parecer típica del segundo lustro de los años sesenta, o incluso de la década del setenta. Sin embargo, el cable de J. F. Kennedy del 8 de febrero de 1961 es claro: «Al asunto cubano y a la exportación de su revolución a América Latina le estamos dando prioridad. No sabemos qué medida tomaremos». La respuesta que a nombre de Cuba envía Fidel Castro el 15 de febrero no puede ser más lúcida: «Cuba desea vivir en paz con todas las naciones, incluso con Estados Unidos. Las entregas diarias de armamentos norteamericanos lanzados por paracaídas a los contrarrevolucionarios en la zona del Escambray son un impedimento para las relaciones normales». La respuesta que J. F. Kennedy envía el mismo 15 de febrero muestra que ni siquiera se ha prestado atención a la denuncia cubana: «Estamos estudiando las medidas apropiadas para embargar mieles, frutas y vegetales de Cuba». Sección «En Cuba», en Bohemia, año 53, no. 8, La Habana, 5 de marzo de 1961, p. 44.

[112] Sección «En Cuba», en Bohemia, año 53, no. 1, La Habana, 8 de enero de 1961, p. 48.

[113] Serafín Marrero: «Playa Girón», en Bohemia, año 53, no. 4, La Habana, 29 de enero de 1961, p. 28. De hecho, los asesores estadounidenses mostraron una ignorancia crasa al escoger Girón como enclave para establecer la cabeza de playa. Ya en enero de 1961 no solo se habían terminado las instalaciones del centro turístico, sino que incluso los campesinos del hasta entonces olvidado pueblo de Cayo Ramona — que a su vez ya disponían de «un Hospital General atendido por médicos, dentistas, enfermeros y laboratoristas. Una delegación del Ministerio de Bienestar Social realiza extraordinarias labores, especialmente dedicadas a la niñez de la región funcionan varios Comedores Populares y están organizadas distintas cooperativas. Las tiendas del Pueblo ampliamente surtidas, resuelven el difícil problema de los abastecimientos» — pueden disfrutar de «varios Centros Turísticos, como Playa Girón, por ejemplo, ofrecen a los vecinos lugares de esparcimiento en las horas de descanso». Carlos Marten: «Más ciudadanos de la Cuba nueva», en INRA, año II, no. 1, La Habana, enero de 1961, p. 61. Resulta difícil suponer el apoyo pleno a una fuerza invasora por parte de una población anteriormente desdeñada y en 1961 tan beneficiada por el Gobierno Revolucionario.

[114] Dora Alonso: «Campesinos», en Bohemia, año 53, no. 10, La Habana, 16 de abril de 1961, p. 32. La autora comenta la beneficiosa influencia de «la maquinización» para propiciar la interacción de campesinos, hasta entonces aislados en sus parcelas, y refiere entusiasta el donativo de 20 tractores soviéticos.

[115] Ernesto Guevara: «La victoria de Cuba», en Bohemia, año 53, no. 9, La Habana, 9 de abril de 1961, p. 32.

[116] «Fidel en la Universidad Popular» (reportaje), en Bohemia, año 53, no. 10, La Habana, 16 de abril de 1961, p. 56.

[117] Mario G. del Cueto: «Entrevista a Jesús Soto, secretario general de la CTC-Revolucionaria», en Bohemia, año 53, no. 18, La Habana, 23 de abril de 1961, p. 42. El subrayado es de la autora.

[118] «La fauna de los mercenarios capturados», en Bohemia, año 53, no. 18, La Habana, 23 de abril de 1961, p. 82. La revista INRA realiza un fotorreportaje de excepcional calidad, mostrando además el encuentro que en la Ciudad Deportiva sostuvo Fidel Castro con los mercenarios. «Otra victoria del pueblo: derrotada la invasión» (fotorreportaje), en INRA, año II, no. 5, La Habana, mayo de 1961, p. 30.

[119] Al parecer, nunca pensó hacerlo. Textos recientemente desclasificados muestran que en repetidas ocasiones había dicho a Allen Dulles, entonces director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y a Richard Bisell, responsable de la operación, que «quería que se hiciera poco ruido y que en ninguna circunstancia comprometería al ejército norteamericano». [After repeteadly saying to Dulles and Bisell that he wanted the noise level kept down and that he would in no circumstances commit U.S. military forces, Kennedy gave a final go-ahead.] The Kennedy Tapes. Inside the White House during the Cuban Missile Crisis (Edited by E. May y Ph. D. Zelikov), The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusets and London, 1997, p. 13. Un análisis detallado de la participación del Presidente estadounidense en el asunto puede hallarse en P. Wyden: Bay of Pigs: The Untold Story, Simon & Schuster, New York, 1979.

[120] Diario de la Marina (en Miami), 15 de abril de 1961, p. 1. Tomado de A. Padula: ob. cit., p. 10, cap. 9.


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