Tercera entrega de la serie de testimonios
Por: Colectivo de Autores
Tercera entrega de la serie de testimonios recopilados por compañeros y colaboradores cercanos a Manuel Piñeiro Losada, en el aniversario de su natalicio.
Para sobrevivir, desarrollarse y cumplir con las obligaciones internacionalistas que les señalan su horizonte moral y sus necesidades prácticas, las revoluciones deben conspirar ¡y hacerlo bien!
Las tareas, formas, vehículos y procedimientos que se dan los Estados surgidos de ellas, no pueden reproducirse en cuanto tareas, formas, vehículos y procedimientos de Estados revolucionarios si no se hacen acompañar de estrategias subterráneas tendientes a la universalización de acciones subversivas organizadas, en cuya unificación se cifren las posibilidades de desatar crisis políticas irreversibles del sistema de dominación capitalista.
Toda la vida de Manuel Piñeiro Losada, el legendario Comandante Barbarroja, puede entenderse asociada a ese propósito.
La discreción en la que hubo de moverse y trabajar no le impidió nunca vivir de cara al sol. Muchas de las raíces que echó la revolución cubana en movimientos sociales, combatientes por la liberación de sus pueblos y en el imaginario rebelde nuestroamericano abrevan en su ejecutoria.
Nada justifica, entonces, el disimulo que su posteridad ha tenido entre nosotros. Hacerlo concurrir a las luchas del presente por que el socialismo no se enclaustre en estrechos márgenes nacionales ni sustituya con acuerdos económicos la hereje vocación de mundializarse, es el objetivo de esta serie de testimonios que compañeros de afanes y esperanzas de Barbarroja han pedido a La Tizza publicar, a propósito del aniversario 88 de su natalicio, el pasado 14 de marzo.
Piñeiro: un hombre de convicciones muy bien definidas
Carlos Antelo*
*Fue jefe de la sección política en la Dirección de Inteligencia y siguió bajo la guía de Piñeiro en la dirección de Liberación Nacional y en el Departamento América. Cumplió misiones diplomáticas en Rusia y en varios países de América Latina.
Conocí al comandante Manuel Piñeiro Losada en el año 1966 cuando fui citado a una reunión en su casa para informarme que había sido designado Organizador de la Sección Política del Viceministerio Técnico (VMT), dirección de inteligencia (DGI) y que tendría bajo mi responsabilidad la dirección de la construcción del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) en ese complejo Departamento donde laboraba un alto grupo de compañeros con un gran historial revolucionario, y sobre los cuales recaían complejas e importantes tareas de la Revolución, dirigida directamente por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Esta responsabilidad me dio la gran oportunidad de conocer más de cerca a un hombre inteligente, excepcional en cuanto a su capacidad de trabajo, un gran ser humano con condiciones y concepciones ejemplares para comprender la complejidad del hombre en su quehacer diario y sobre todo de una lealtad incondicional al Jefe de la Revolución. Todas estas cualidades se pusieron de manifiesto a la hora de analizar al personal que fue procesado para ingresar a la filas del partido, donde discutió cada caso uno a uno y se detuvo en aquellos que presentaban complejidades a la hora de tomar una decisión en cuanto a su ejemplaridad. A estos casos les dedicaba jornadas intensas y extensas, donde profundizaba en cada detalle haciéndonos profundizar y analizar detalladamente cada situación hasta la saciedad y el cansancio, siempre para lograr la justeza.
Recuerdo, y no fue el único, un caso de un jefe de departamento que tenía una personalidad muy controvertida y con deformaciones serias en su personalidad que le restaba prestigio y autoridad ante sus subordinados. Sobraban los ejemplos de su falta de compatibilidad para el cargo y para ser procesado para las filas del Partido. No obstante, el Comandante analizaba cada acontecimiento en detalle y nos hacía esforzarnos por convencerlo de que toda las informaciones recopiladas eran reales y sobre todo justas, para poder tomar una decisión que sin lugar a dudas cambiaría la vida del compañero en cuestión.
A ese caso le dedicó muchos días y horas de análisis y trabajo, haciéndonos ir a profundizar hasta el más mínimo detalle de aquella compleja y controvertida personalidad.
Llegó a decirme «Eres un insensible. Necesito esas pruebas y muchas más. Estamos evaluando a un hombre, no a un muñeco».
Todo lo anterior no excluyó que citara a dicho compañero a su despacho y discutiese personalmente cada uno de sus errores y deficiencias con total energía y autoridad, como era característico en su actuar, y le buscara una reubicación adecuada donde pudiera rectificar sus errores. Quería estar totalmente seguro de esos criterios en su contra y sobre todo ser totalmente justo a la hora de tomar una decisión final que cambaría la vida de esa persona.
Otro aspecto en el plano humano del comandante Piñeiro lo viví cuando en una oportunidad cometí errores de gravedad en el plano personal, en esa ocasión fui citado a su despacho y me mostró el informe que se había elaborado en mi contra y me pidió mis criterios. Cuando en un plano de total honestidad le reconocí que casi todo lo que se decía en el mismo era cierto y que asumía total responsabilidad por mis actos, me vi en uno de los momentos más difíciles de mi existencia ante las andanadas de justas y fuertes críticas a que me sometió por más de una hora, siempre haciéndome comprender la gravedad de mis errores y sobre todo la falta de confianza que le mostré al no comunicarle cuál era la situación por la que estaba pasando y que me llevó a tomar tamaña irresponsabilidad. Después de oír mi autocrítica más sincera abrió una puerta de escape haciéndome pregunta relacionadas con los hechos que me habían llevado a tal decisión, escuchándome con gran atención, tomó el documento y rubricó que todas mis decisiones habían sido consultadas con él y habían recibido su autorización. Recalcándome en un tono enérgico, pero totalmente lleno de humanismo, que está situación por la que había acabado de pasar me sirviera de ejemplo y experiencia para toda tu vida.
Piñeiro fue un hombre de convicciones muy bien definidas y de criterios sólidos en cuanto a todo lo que consideraba razonable o lo que estimaba que se debía hacer en cada momento.
En cuanto a la austeridad, que tanta falta hace para ser respetado como dirigente de colectivo con tantas complejidades como los que dirigió, dio sobradas muestras, jamás pidió que le trajéramos nada de regalo, lo único que te decía, cuando tú te habías ganado su confianza para preguntarle si necesitaba algo, en este sentido su respuesta era «si ves una película de kárate o un buen libro te lo acepto», de ahí en fuera no aceptaba regalos algunos.
Considero que para ganarse un calificativo como el que le dio el Comandante en Jefe, cuando dijo en una ocasión –al referirse a que fue Piñeiro el primer hombre que subió con armas a La Sierra– que Piñeiro había sido «genio y figura hasta su sepultura», tenía que ser una persona excepcional y en quien confió y confiaba hasta después de su desaparición física. Eso para mí sintetiza cómo se puede calificar a una persona ejemplar, más aún cuando proviene de una figura de la estatura política, humana y moral del Jefe de la Revolución, Fidel Castro Ruz.
Serían muchas las cosas para contar de un hombre como el comandante Manuel Piñeiro Losada, pero prefiero que otro compañero aborde otras aristas de su personalidad, integridad, poder de mando y condiciones para ejercerlo, maestro de cuadros y lealtad incondicional a sus principios y hacia el Comandante en Jefe.
Homenaje a Petronio
Juan Carretero, Ariel*
*Integrante del MININT, bajo las órdenes de Barbarroja desempeñó un papel central del apoyo a la misión del Che en Bolivia. Fue embajador en varios países.
De los disimiles seudónimos utilizados por nuestro jefe el Comandante Manuel Piñeiro Losada, Petronio fue uno de los menos conocidos y que utilizara por poco tiempo, debido a la necesidad de cambios de los sobrenombres por obvias razones operativas o de seguridad.
El conocimiento y disciplina que tenía de las reglas y normas del trabajo operativo, que supo trasmitir a sus subordinados, fue siempre una de las características más notables que poseía el Jefe de la Dirección General de Inteligencia (DGI), ganadas en el duro bregar del trabajo que desarrolló en la clandestinidad y en la Sierra Maestra, junto a Raúl Castro.
Su formación martiana, marxista-leninista y su identificación con el pensamiento y acción de Fidel Castro, le hicieron acreedor al cargo de Jefe del Departamento América del Comité Central del Partido, desde cuyo cargo realizó una labor perdurable con el Movimiento Revolucionario Latinoamericano, especialmente con los partidos de izquierda y progresistas del continente.
Poseía una vasta cultura general, gracias a la disciplina y al disfrute de la lectura de libros y publicaciones vinculados al arte de la guerra, historia de Cuba o universal, religión, así como de diversos temas de interés, lo que le facilitó cultivar relaciones con intelectuales nacionales y extranjeros y mantener una estrecha relación de amistad como fue el caso de sus vínculos con Armando Hart y el escritor colombiano García Márquez.
Mantuvo relaciones cordiales y amigables con diferentes personalidades, entre ellas con el Papa Juan Pablo II, quien solicitó verle durante su visita a Cuba, en enero de 1998; con Salvador Allende, Rodney Arismendi, Carlos Altamirano, Gladys Marín, Volodia Teitelboin y Shafik Handal
Entre muchos de sus atributos Manuel Piñeiro, Barbarroja, fue un jefe exigente para con sus subordinados y, al mismo tiempo, se caracterizaba por su humanidad. Prefería, cuando un subordinado cometía un error, convencerlo de la falta para que no cayera de nuevo en ella, antes que sancionarlo. Piñeiro, siempre estará presente en todos los que tuvimos el privilegio de trabajar con él.
¡Gato, ahí que hay estar en la viva!
Giraldo Mazzola*
*Combatiente de la clandestinidad; diplomático, primer Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP).
La primera vez que vi a Piñeiro fue al asumir en el ICAP. Eso fue en enero o febrero de 1960.
Yo estaba atendiendo la secretaría de Relaciones Exteriores del MR-26–7 y el coordinador nacional, Emilio Aragonés, me llamó y me dijo «te voy a dar la primera tarea que Fidel quiere que hagas». Me informó que había decidido crear un organismo que se llamaría Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.
Me explicó someramente el objetivo de ese organismo y añadió que «quiere que hagas un proyecto de ley». Para ello me apoyé en Felipe, Bebo, Carneado, abogado destacado de esa organización
Ya Celia había seleccionado el local de la institución cuya sede radicaría en una mansión en 17 e I, en el Vedado. Me dio la llave de ese local, me indicó que fuera buscando de inmediato un grupo de jóvenes que hablaran otro idioma que me acompañaran y que el propio Fidel pasaría a verme para indicarme lo que sería el objetivo de trabajo de esa institución.
En efecto, a los dos días el Comandante fue al atardecer. Había instalado lo que podía llamar mi oficina en el salón que usaba la dueña de ese palacete para jugar canasta con sus amigas pues todavía el resto de los locales tenían los juegos de cuarto que usaba esa familia.
Fidel llegó y se asomó dónde estaba y me dijo: Yo soy Fidel ¿Tú eres Mazola? Me dio la mano y se sentó en una silla. He venido para explicarte lo que debe hacer este nuevo organismo. ¿Emilio no te explicó?
Le di el proyecto de ley que leyó y puso a un lado pues no se parecía a lo que él concebía y entonces comenzó con toda calma a explicarme el contexto internacional que se desarrollaba en el exterior, la política de cerco, acoso y agresiones que se cernían sobre nosotros y la necesidad de fortalecer los vínculos con todas las fuerzas políticas y sociales del mundo y en particular en nuestro continente.
Yo casi no hablaba. Estaba bajo el impacto de ese primer encuentro nada menos que con Fidel y asombrado de la naturalidad con que se desenvolvía y de que me hablaba como si fuera un viejo conocido suyo. También tratando de fijar en mi mente, sin atinar a tomar notas, todo lo que me decía y que esperaba que yo comenzara a hacer.
Al rato le avisaron que había llegado Ramón Calcines y lo mandó a pasar. Después llegó Piñeiro, me lo presentó y de nuevo Fidel volvió a hacer la misma información sobre el rol que debía jugar el ICAP, añadiéndole que tenía que contribuir a acrecentar la personalidad del organismo sin pretender hacerme parte se sus actividades ni tratar de reclutarme a mí ni a los funcionarios que lo integrarían. Colaborar, apoyar y coordinar. Piñeiro le aseguró que así sería y me dijo «yo te conozco a ti de aquel centro conspirativo, la farmacia de Isabelita cuando ibas allí con tu batica de médico». Yo realmente no me acordaba de él y evidente no era posible reconocer en este ahora corpulento comandante pelirrojo y barbudo a alguno de los visitantes de esa farmacia.
Al otro día en la mañana vino acompañado de dos compañeros que me presentó así no más: «Lobato que va a ser tu chofer y Pico tu escolta». Obviamente, esperaba mi reacción pues sabía que iba a considerar que eso sería una impedimenta para mi vida personal. Entonces se me acercó y sacó del bolsillo de su camisa una foto de Bernardo Corrales, combatiente de los grupos de acción de la capital, convertido en el jefe de una organización contrarrevolucionaria, el MNR, que ya nos causaba múltiples dificultades y había hecho sabotajes y asesinado a varios milicianos.
Me dijo «a Corrales no le va a interesar matar a Blas Roca, pero cuando comiences tus actividades, muchas de las cuales serán públicas en actos o recepciones, se va a dedicar a querer eliminarte porque para él tú eres uno como él que se ha sometido a los comunistas y tienes que protegerte».
Durante los diez años que estuve al frente del ICAP mantuve con él y con su equipo relaciones de trabajo fluidas, fraternales y respetuosas.
Cuando Mazorra, mi segundo en el organismo, tuvo que salir por problemas de salud me vino a ver y me dijo: «la selección de su sustituto es tuya. Veo que tienes bien organizado todo desde el punto de vista contable y administrativo y quería sugerirte que tu nuevo vicepresidente sea una persona que te ayude más en las cuestiones políticas. Puedo apoyarte cediéndote al capitán Orestes Valera, locutor y fundador de Radio Rebelde. Trabaja conmigo ahora, pero por su personalidad puede reforzarte y derivar sobre él la representación del organismo en reuniones, actos políticos, atención a visitantes importantes» y acepté.
Durante el trabajo en el ICAP trabajamos con absoluta coordinación y en particular en la organización de la primera Conferencia Tricontinental en 1966 y en la de OLAS en 1967.
De la Tricontinental conservo un recuerdo fabuloso. Fue Yeyé [Haydée] Santamaría la que propuso dar una cena final con todos los cientos de compañeros que trabajaron sin descanso en aquel histórico evento, y a quien también se le ocurrió hacer un show donde aparecieran los choferes, guías, acompañantes, el equipo de traducción simultánea, las taquígrafas y otros. El guionista de la televisión, [Alberto] Luberta, fue encargado de hacer ese sketch elogioso y simpático a la vez. Como Piñeiro solía decir con frecuencia «¡gato!» para alertar de las maniobras enemigas, que no fueron pocas, en el show aparecía con un gato en la mano diciendo eso. Se entusiasmó con el show y le facilitó al actor un uniforme suyo, su canana, su boina, su pistola y zambrana y disfrutó con todos aquella actividad.
Mi salida del organismo también tuvo que ver con él.
Cuando ya llevaba diez años dirigiéndolo me percataba que ya no tenía las mismas iniciativas, que estaba cayendo en la rutina y consideraba que era el momento de ser sustituido.
Me había involucrado en la atención al científico francés Voisan, cuyas ideas innovaban trascendentalmente la ganadería y me enamoré de la posibilidad de trabajar en algo vinculado a eso.
Una tarde que Fidel iba a recibir varias delegaciones en la habitación-suite 420 del hotel Riviera lo abordé cuando llegó. Ya sabía cuándo estaba contento y ese era el momento. Le dije que necesitaba plantearle un problema personal. Se sentó y me preguntó qué problema tenía. Había pensado y repasado mi planteamiento.
Le dije que nunca había trabajado en algo difícil. Primero en el hospital cuando estudiaba medicina y prácticamente todo el tiempo en el ICAP y que a mí me había entrado el marxismo por ósmosis. Ya el organismo marchaba sin dificultades, había compañeros capaces de sustituirme, sentía que perdía iniciativas y caía con frecuencia en la rutina y antes de que me botara era el momento de salir y deseaba irme a trabajar a una granja ganadera.
Me di cuenta que no esperaba eso y empezó a pasarse la mano por la barba y en eso entró Piñeiro. Le dijo «mira lo que me dice Mazola que quiere salir del ICAP e irse para una granja ganadera. Dice que a él el marxismo le ha entrado por ósmosis», fijando esa frase tonta con la que pensé que reforzaba mi solicitud. Piñeiro, sin pestañear le dijo, «Fidel todo el trabajo marcha sin problemas, si quiere proletarizarse que se vaya un mes a cortar caña, pero no estoy de acuerdo». En buen cubano con sus elogios me pasmó. Avisaron que llegaba la primera delegación que mi gente subía puntualmente y Piñeiro siguió. «Usted ve, todo lo tiene organizado como un reloj».
Eso me costó seguir un año más allí hasta que logré mi propósito. Estuve seis años en la dirección del Partido en la provincia de Camagüey hasta que el comandante decidió mandarme de embajador a Argelia.
Cierro este recuento con otra originalidad de Piñeiro.
Una vez, Roa me citó y me dijo «dice Fidel que estarás en la delegación cubana que atenderá a los argelinos pero que no le digas a nadie que serás el embajador que irá para allá».
Yo seguía haciendo mi preparación, pero sin divulgar mi nueva responsabilidad. Un día, voy manejando por 5ta. Avenida cuando me pasa un jeep plástico que va conduciendo Celia acompañada de René Rodríguez y Piñeiro que me saludan, se me aparean y Piñeiro con un estridente y jodedor grito dice; «Vayaaa, otro embajador del 26… y vuelve a la carga…déjate de misterios que ya lo sabe toda La Habana…».
Mis recuerdos sobre el Comandante Manuel Piñeiro Losada son imborrables
Armando López, Arquímedes*
*General de Brigada [r] del Ministerio del Interior
Desde el primer encuentro orientado por el Comandante Raúl Castro, con el ya legendario Comandante Manuel Piñeiro, en el año 1962, siendo yo miembro del comité nacional de la UJC, me impactó mucho su recia personalidad, que combinaba, acertadamente, con un trato muy afable y en ocasiones jocoso. Este primer diálogo fue muy extenso y duró hasta altas horas de la madrugada.
Su conversación fue muy amena, versátil, profunda, instructiva y orientadora. Me parecía estar hablando con un maestro.
Me hizo muchas preguntas, evidentemente, para conocerme mejor. Ya al final me preguntó si estaba dispuesto a cumplir cualquier tarea encomendada por la revolución, por muy riesgosa que fuera, y me precisó a continuación si estaba en disposición de apoyar activamente la lucha de los movimientos de liberación nacional en América Latina, a lo que respondí de inmediato afirmativamente, con mucho entusiasmo.
Quedamos en que me llamaría para otra conversación.
Después de varias semanas me citó para su casa y de manera directa me planteó haber decidido que mi viaje previsto a Chile para participar como representante del Comité Nacional de la UJC, en la organización del II Congreso Latinoamericano de Juventudes, lo haría también como oficial operativo de la inteligencia cubana y me indicó que recibiría preparación y entrenamiento sobre varias temáticas relacionadas con las tareas que iba a cumplir.
En este encuentro Piñeiro me reclutó, asignándome el pseudónimo de Arquímedes, para el trabajo operativo secreto.
Desde los primeros meses de 1963 hasta finales de 1969 me correspondió cumplir misiones operativas en el exterior. Motivo por el cual mis contactos con el Comandante Piñeiro se limitaban a mensajes cifrados con instrucciones precisas y a provechosos y agradables encuentros personales cuando viajaba a Cuba en consulta, o por vacaciones.
Esto me permitió conocer mejor su original estilo de trabajo, sus dotes de conspirador nato, su prodigiosa memoria, su capacidad excepcional para analizar a fondo las diferentes operaciones y actividades operativas que realizábamos, lo que demostraba que había leído, minuciosamente, los numerosos informes y mensajes cifrados que remitíamos al centro principal en La Habana. En una ocasión le pregunté cómo era posible estar al tanto del trabajo operativo que realizaban los diferentes compañeros que cumplían misiones en el exterior. Su respuesta fue muy concreta: «es mi deber», dijo.
Recordaré siempre al Comandante Piñeiro por su fidelidad absoluta, su gran admiración y respeto al Comandante en Jefe Fidel Castro, con quien se identificaba totalmente en su pensamiento revolucionario y su internacionalismo. Lo recordaré también por su firmeza en los principios y convicciones revolucionarias, por su internacionalismo consecuente, así como por su ejemplar actitud como jefe, evidenciando en el día a día su indiscutible liderazgo entre sus subordinados, a quienes sabía escuchar y valorar sus criterios.
En cada reunión de trabajo Piñeiro nos ofrecía una clase magistral, en un ambiente fraternal, significándonos el alto nivel profesional que exigían nuestras actividades, la firmeza y ética revolucionaria que debían predominar siempre, así como las imprescindibles medidas de seguridad y el arte conspirativo, en unión a la más estricta compartimentación, para alcanzar el éxito en el cumplimiento de la misiones.
Cuando se trataba de actividades u operaciones complejas y riesgosas, él personalmente valoraba los planes, e impartía las orientaciones precisando los más mínimos detalles.
Por todo lo anterior sus enseñanzas nos marcaron para siempre en nuestra vida profesional y revolucionaria, dejando huellas muy sólidas, útiles e imborrables.
¡Comandante, hiciste bien tu trabajo![1]
José A. Arbesú Fraga*
*Vice Jefe del Departamento América y sucesor de Piñeiro al frente del mismo. Cumplió varias misiones diplomáticas, incluyendo jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington.
De Piñeiro siempre admiré su sentido de justicia, su capacidad de valorar a cada hombre sin prejuicios, su paciencia para escuchar […] Respetaba el derecho de cada cual a dar su opinión […] pero lograba centrar la discusión en lo que era realmente esencial y de esta manera orientaba. Muchas veces lo vi defender criterios de compañeros de otros organismos que no coincidían con los nuestros.
[…]
Lo que más me impresionó de su quehacer político y personal fue su fidelidad sin límites a la Revolución y al Comandante en Jefe. Y como parte de ello su sentido de la unidad y de la amplitud, que nos predicó siempre y dictó el trabajo internacional en el cual se empeñó Piñeiro. Nos enseñó que únicamente trabajando unidos podíamos cumplir las tareas indicadas por la Dirección revolucionaria. Si lo hacíamos bien la satisfacción del deber cumplido era de todos y de todos era la responsabilidad si las cosas salían mal, por supuesto, delimitando sin tapujos la responsabilidad individual y tomando las medidas necesarias.
Ese sentido de la necesidad de la unidad, de la amplitud de la unidad, dictó el trabajo internacional del cual se empeñó Piñeiro y nos lo inculcó durante todos esos años.
Simplemente fue el ejecutor en América Latina del gran principio que hizo posible el triunfo de la Revolución cubana.
Dedicó innumerables horas a ampliar las relaciones de Cuba con prácticamente todos los sectores políticos y sociales de este continente, sin importar las posiciones ideológicas y la militancia partidista, siempre y cuando existiese un ápice de nacionalismo y honestidad.
Trabajó incansablemente a favor de la unidad de las fuerzas revolucionarias, nacionalistas y antimperialistas, y nunca les ocultó que la defensa de la independencia y soberanía en este continente no eran posibles sin confrontarse, de una forma u otra, con los Estados Unidos. En la amplitud de su labor llegó a los sectores más improbables, militares, conservadores, religiosos… siempre persiguiendo la conveniencia de la unidad de todos frente a la oligarquía y los Estados Unidos
En todas esas relaciones no hizo concesiones de principios y fue capaz de debatir respetuosamente… y nos educó que con «teques», es decir con discursos retóricos, no se resolvían las diferencias y que ellas se solucionaban solo con argumentos. Creo que su gran mérito radica en que supo desarrollar en lo internacional la necesidad de ampliar la unidad de una forma creativa, siempre siguiendo los principios y orientaciones que recibía casi a diario de su Jefe.
Cuando en sus funerales vi a los cubanos y extranjeros que asistieron, incluyendo embajadores de distintos países y, sobre todo, cuando leí los más de quinientos mensajes de condolencia llegados de todas partes del mundo, y especialmente de América Latina y del Caribe, pensé: ¡Comandante, hiciste bien tu trabajo!
Se mostraba muy preocupado con los detalles
José Hierrezuelo, Lobo*
*Oficial del MININT y especialista en funciones técnicas y operativas.
Aunque ya estoy muy viejo y ha pasado tanto tiempo que muchas cosas se me olvidan, por supuesto que siempre me recuerdo del Comandante Piñeiro y su especial sensibilidad y camaradería. Una de las tempranas e importantes tareas que desempeñé bajo sus orientaciones fue, en los años sesenta, los trabajos de preparación de los combatientes latinoamericanos que participarían en las misiones para apoyar la guerrilla de Che en Bolivia.
Eran estancias largas y permanentes en las zonas de Seboruco y en El Taburete, en Pinar del Rio. Teníamos grupos de bolivianos y también chilenos en los años setenta. Recuerdo entre las frases de Piñeiro que les preguntaba que cuando le iban a arrancar los huevos a Pinochet.
Había otra frase en la que más o menos decía: «ojo con el Vice», que no sé de dónde provenía, pero era queriendo decir que había que estar preparado para lo que viene […]
Piñeiro se llegaba hasta allá repetidamente, pues sabía lo delicado de la tarea y quería controlarla de cerca. A veces llevaba con él a Aleida cuando visitaba los grupos de bolivianos. Él se sentaba a conversar con esos grupos, por ejemplo en la hora del almuerzo […]
Con nosotros se mostraba muy preocupado con los detalles y a enfatizar en la responsabilidad del trabajo que hacíamos, pues en ello iba buena parte del resultado después allá sobre el terreno en la lucha contra las dictaduras en esos países.
Manuel Piñeiro losada ser humano excepcional por excelencia
Ramón Sánchez-Parodi*
*Diplomático y Embajador en varios países. Primer jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington. Durante años fue subordinado y compañero de Piñeiro en el MININT.
Por más de tres décadas, Piñeiro fue el principal instrumentador de los vínculos de la Revolución cubana con los movimientos revolucionarios y progresistas, principalmente, pero no exclusivamente, de América Latina y el Caribe. Sin lugar a dudas el más fiel intérprete del pensamiento y el accionar de Fidel Castro.
Para los que hemos tenido el privilegio y el orgullo de haberlo acompañado en cualquier actividad y durante cualquier tiempo, fue una experiencia inolvidable, constituyó una base para nuestra formación cómo militantes revolucionarios y como seres humanos.
Piñeiro es un personaje legendario en quien se conjugan la alta responsabilidad política con el movimiento revolucionario y de liberación nacional antimperialista con un simpar «don de gentes» que allanaba el camino para establecer una relación de confianza y camaradería.
No era solo una cuestión de accesibilidad y atención a cada subordinado por parte del jefe de más alta jerarquía, sino de establecer una identificación y comunicación plena entre jefes y subordinados, en el cual el modelo a seguir era Piñeiro. La disciplina se basaba en un ambiente de irrestricta comunicación entre todos y cada uno de los integrantes del equipo de trabajo. Y todo se lograba de una manera espontánea, sin reglas ni rígidos protocolos dentro de un marco de estricto respeto y disciplina entre todos, 24 horas al día, 7 días a la semana.
Así sucedió en mi experiencia personal de relaciones con Piñeiro desde cuando en abril de 1962 comencé a trabajar en el Departamento M hasta el mismo día de su muerte. Habíamos fijado un encuentro en su casa para el día siguiente, luego del regreso de un viaje que había realizado él a la región oriental con el General de Ejército Raúl Castro, que nunca llegó a realizarse.
La más vívida imagen de esa forma de ser de Piñeiro, la experimenté personalmente la noche de la clausura de la Conferencia Tricontinental, el 15 de enero de 1966.
Me encontraba a la entrada del hotel Habana Libre esperando que el parqueador subiera el automóvil que usaba a fin de prepararme para asistir al acto que se celebraría en el teatro Chaplin (hoy Karl Marx), en mi condición de miembro de la delegación cubana a dicha Conferencia.
En eso se me acerca Piñeiro y me preguntó si tenía carro. Ante mi respuesta afirmativa me dijo que se iría conmigo. Trajeron el carro, nos montamos y le pregunté a dónde quería que lo llevara. Su respuesta fue: «a 11». Cuando llegamos me dijo que parqueara y lo acompañara. Subimos la escalera y, para mi sorpresa me encontré en la sala del apartamento de Fidel, quien evidentemente estaba tomando un baño.
Estaba allí un reducido grupo de personas, todos estrechamente vinculados a Fidel. Si la memoria no me falla eran Pepín Naranjo, Osmany Cienfuegos, Carlos Rafael Rodríguez y Celia.
Al poco rato se incorporó Fidel quién se mostraba altamente motivado por la celebración de la Conferencia y sus resultados. Andaba descalzo, corría de un lado para el otro. Pidió a Celia que le alcanzara unas medias. Se acercó a Piñeiro y lo abrazó fuertemente, haciendo un comentario de que ambos eran convencidos del camino de la lucha armada para alcanzar la liberación de los pueblos.
Momentos después, el grupo salió para dirigirse al teatro Chaplin.
Acompañé a Piñeiro al teatro, parqueamos y entramos por el acceso al foro. Por esa entrada iban llegando los que ocuparían asiento en la presidencia del acto de clausura de la Tricontinental. Piñeiro no se sentó en la presidencia. Prefirió quedarse tras bambalinas, moviéndose de un lado a otro y ocasionalmente echando una mirada tras las cortinas a los que estaban en la sala del teatro. Por mi parte, seguí todo el tiempo junto a Piñeiro hasta el final del acto en que nos separamos y cada cual tomó su camino.
De más está decir que para mí ha sido una experiencia inolvidable y comprendí con el paso del tiempo que había ido una forma que Piñeiro empleó, premeditadamente o no (eso nunca lo sabré) de tener conmigo un gesto de reconocimiento por el trabajo realizado en la preparación y realización de la Conferencia, sin tener necesidad de usar una sola palabra de elogio.
Debo añadir que en ningún momento en esa noche Piñeiro me hizo comentario alguno sobre la celebración de la Conferencia, la preparación de la misma o sus resultados; sobraban las palabras.
Si es así, puedo expresar públicamente por primera vez al cumplirse el vigésimo tercer aniversario de su muerte que el mensaje fue recibido y entendido y guardo este recuerdo, con profundo cariño y como ejemplo de la gran calidad humana de quien también fue conocido como Barbarroja.
21 de febrero de 2021.
Un instante de Manuel Piñeiro[2]
Silvio Rodríguez*
*Alfabetizador. Cantautor cubano de reconocimiento internacional, nacido en San Antonio de los Baños, Cuba, en 1946. Fundador del movimiento de la Nueva Trova. Fue diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
En un par de horas hará 23 años de la partida del comandante Manuel Piñeiro Losada, una personalidad con merecidos aires de leyenda. La entrada relata un breve encuentro que tuve con él a fines de los 70 del pasado siglo. Gloria a su memoria.
En tiempos del Plan Cóndor yo estaba bastante informado de lo que acontecía en América Latina porque –primero como activo de Casa de las Américas y después como trabajador del ICAIC– me vinculé a intelectuales y artistas latinoamericanos que, además de reflejar en sus obras las angustias, esperanzas y luchas que vivían, eran combatientes revolucionarios. La cultura insurreccional de aquellos tiempos estaba ligada con mucha naturalidad al Departamento América que dirigía Manuel Piñeiro y que realizaba encuentros informativos, exhibiciones de cortos que no se veían en los cines y actividades culturales de diferente índole.
Como es sabido, el Plan Cóndor perseguía, torturaba y desaparecía a quienes enfrentaban a los regímenes militares apuntalados por Washington; por eso ciertas familias confiaron sus hijos a Cuba. Para ellos era la única forma de poner a salvo su descendencia y poderse dedicar a la lucha de liberación.
Los de edades adolescentes solían incorporarse a los planes de estudio nacionales. La escuela Solidaridad con Chile, en la calle 30 de Miramar, fue uno de los planteles que acogió a jovencitos no solo chilenos sino también de otros países. Lo viví de cerca porque mi hija Violeta estudió allí.
También llegaron niños más pequeños, que aún no estaban en edad escolar; para ellos se crearon círculos infantiles. Había uno cerca de la 5ta. Avenida (no recuerdo si en 12 o en 14), por el que yo pasaba a veces, invitado por sus cuidadores.
Todos estos vínculos me fueron creando una familiaridad con la comunidad latinoamericana. Incluso llegué a tener confianza con muchachos más mayorcitos, vinculados a actividades libertarias. Hablábamos de todo. Medio en broma y medio en serio llegamos a pensar en infiltraciones clandestinas para hacer actividades culturales a los revolucionarios que luchaban en sus países. Nunca llegamos a concretar nada; eran fantasías, sueños solidarios; acaso la necesidad de responder a cierta frustración que, viendo los riesgos que asumían aquellos jóvenes, podía sentir un cubano.
Por entonces coincidí en una actividad con el comandante Piñeiro, que era un hombre de una calidez humana muy especial. En aquella ocasión, antes de marcharse, vino hasta mi sonriendo y, mirándome por encima de los espejuelos, me dijo en voz baja: «No vayas a pensar que desconozco lo que quieres hacer».
Fue como un corrientazo. Quizá por eso es la frase más o menos exacta que recuerdo. El resto fue algo así como: «Créeme que eso sería muy delicado y complejo, y por supuesto extremadamente peligroso. Yo creo que es mejor que les grabes un casete».
Por alguna razón, durante un tiempo, no volví a tener noticias de aquellos jóvenes latinoamericanos con quienes jugaba a conspirar. Más adelante me enteré de que habían combatido duro en el frente sur y entrado victoriosos a Managua, con la triunfante Revolución sandinista.
10 de marzo de 2021.
Sabía que la política sin la información y la propaganda bien hecha, no camina[3]
Gustavo Robreño*
*Ex Sub Director del periódico Granma
Conoció a Piñeiro en sus visitas de madrugada a la Redacción, y apunta que nunca lo vio llegar con maletín o portafolios y cuando le preguntaba, Barbarroja respondía: «Nada de papeles, los leo por la mañana».
Opina que Piñeiro tenía una gran cultura, algo insospechado para quien lo conociera superficialmente: sabía mucho de historia, estaba al tanto de los últimos libros, al día con todo tipo de deportes, y podía sentar cátedra en distintos tipos de vinos y comida internacional.
La vinculación con el periódico, esa escala antes de irse para su casa, le servía para informarse, corroborar, cruzar la noticia pública con la que el recibía por otras vías, para leer todo lo que pudiera. Le daba importancia a estar bien informado, de lo nacional y lo internacional. Tenía sus propias opiniones sobre los medios de comunicación a los que le concedía un gran valor. Sabía que la política sin la información y la propaganda bien hecha, no camina.
Provocaba discusiones, proponía temas, y no es que él fuera solo a visitar la dirección del periódico, sino que discutía con cualquiera, con el primero que se topara… Siempre ponía, como se dice en Cuba «las podridas», para actuar como abogado del diablo. La gente que no lo conocía bien se ponía nerviosa y él, al darse cuenta, los pinchaba todavía más, porque ese era su estilo de discusión.
Se discutía de todo: cultura, deportes, política, y los periodistas le teníamos gran afecto. En su estilo de comunicarse, las claves que usaba, para no tener que nombrar explícitamente a las personas, inventaba sobrenombres imaginativos, que había que adivinar: a uno le puso 220, por su personalidad voltaica, a otro el Efervescente; y así se sucedieron El Andarín, Garganta Profunda, el Carnicero, La Mula Andina, Chaqueta y tantos otros
Por sobre todas las cosas era un gran político, sabía hacer política, tenía cualidades personales para ello, que él cultivaba, tenía conciencia de la importancia que eso tenía. La virtud de reunir el pensamiento y la acción: era un intelectual en el sentido más profundo, un creador en su actividad.
Fidel y Piñeiro fueron los artífices de la unidad del movimiento revolucionario centroamericano
Ramiro Abreu*
*Destacado funcionario y jefe de sección del Departamento América
Aunque ya veníamos haciéndolo, después del triunfo de la Revolución sandinista, Fidel en primerísimo lugar y Piñeiro como su gran operador político, propugnaron, con detenimiento, en la unidad del movimiento revolucionario de los demás países centroamericanos. Fidel ya era depositario de la rica experiencia del proceso unitario que aportaba la Revolución Cubana. Si algo él ha cultivado, con manos de orfebre, ha sido la unidad. Con esas mismas manos, con ese mismo talento, también fue a la carga por la unidad de las fuerzas populares y revolucionarias en el resto de los países latinoamericanos.[4]
Por encargo del Comandante en Jefe y de la dirección política del país recaía sobre Piñeiro responsabilidad semejante. El compañero Fidel establecía las líneas generales sobre las cuales a través del departamento América materializaba esta solidaridad. Acompañaron a Piñeiro en esa nueva dirección de trabajo muchos de los oficiales con los cuales había laborado en el Ministerio del Interior […].
Algo semejante ocurría en el peso que sobre su actividad ejercía la influencia doctrinaria del Che a quien estuvo ligado históricamente, pero especialmente en torno a la experiencia guerrillera en el Congo y Bolivia.
Piñeiro desarrolló una activa política de comunicación a nivel continental con la socialdemocracia y la democracia cristiana en igual proyección; cabría subrayar que la política internacionalista de Cuba no conoció de sectarismos, de ideologismos pequeños o visiones cortoplacistas […] Siempre estuvo presente la incondicional amistad y solidaridad de Cuba. Rememoremos tan solo por heterogéneo y singular los perfiles políticos de los gobiernos que en la época tenían lugar en Panamá, Chile, granada, Perú y Bolivia.
Por otra parte, (Piñeiro) siempre ponía en el centro de sus concepciones acerca de la disciplina, al hombre y su entorno humano, para el que invariablemente disponía de la confianza, del adecuado tratamiento personal y de nuevas oportunidades para la rectificación y desarrollo. Su relación con sus subordinados estuvo afincada en una espléndida relación humana.[5]
«A sus anchas se sentía Piñeiro en el ejercicio de sus responsabilidades en el Departamento América. Era un hombre internacionalista y solidario por excelencia y político de la cabeza a los pies. Junto al Comandante en Jefe y el Che había estado en los años que siguieron al triunfo de la Revolución activamente involucrado con las luchas políticas y movimientos guerrilleros en América Latina, el Caribe y África. Toda esa experiencia más la alcanzada en su paso por el Ministerio del Interior vendría a engrosar la preparación profesional con que desarrollaba el nuevo trabajo.
En torno a ciertas problemáticas coyunturales organizaba entre distintos compañeros los llamados “Grupos de Crisis”… Gustaba ampliar, verificar, antagonizar, investigar, sean cuales fueran las tesis originales de las que partiera en su análisis».[6]
Un personaje excepcional; motivado a luchar contra las injusticias y el imperialismo
Osvaldo Cárdenas, Oscarito
*Oficial del MININT desde los años 60, y bajo las órdenes de Piñeiro realizo tareas relacionadas con el apoyo a las luchas populares en África y el Caribe.
Desde que lo conocí, la personalidad de Piñeiro me impactó enormemente. Él tuvo una gran influencia en mi formación. Fue un personaje excepcional. Los rasgos que a mi juicio más lo distinguían eran su valentía. Fue un hombre de un valor a toda prueba. Siempre sereno, muy inteligente y agudo, sencillo, disciplinado, estudioso, flexible, sumamente humano en sus relaciones con todo el mundo y en particular con sus subordinados.
No era dado a las reacciones emocionales ni irreflexivas. Siempre fue muy práctico y realista. Tenía un gran sentido del humor y fue enormemente ocurrente. Cuando se concentraba en alguna tarea, a veces olvidaba todas las demás.
Siempre estuvo muy identificado con Fidel y el Che. Y como ellos, tuvo una gran motivación por las luchas contra las injusticias, por la liberación nacional y contra el imperialismo. Llegamos a ser grandes amigos. En ocasiones me trataba como a un hijo al punto de meterse en mi vida personal más allá de lo que me podría resultar aceptable. Hasta su muerte accidental, mantuvimos una relación muy estrecha.
Omar Córdova Rivas
* Miembro del MININT, así como funcionario y jefe de sección del Departamento América, siempre bajo la dirección del cro. Piñeiro). Atendió también cuestiones de África y el Caribe
No es fácil resumir lo que desearía decir del comandante Manuel Piñeiro Losada después de haber sido su subordinado por varias décadas en el MININT y posteriormente en el ya inexistente Departamento América del CC-PCC. Por tanto me referiré solo a dos aspectos de su vida revolucionaria y como dirigente.
Piñeiro era identificado en el círculo de sus conocidos y colaboradores por diferentes sobrenombres que surgieron a partir de su aspecto y que lo caracterizaron. Uno de ellos, Barbarroja, fue el más extendido dentro y fuera de Cuba, incluyendo círculos enemigos y en medios de prensa. Para los enemigos esa era como un mote manipulado con un enfoque de tenebrosidad. Lo cierto es que ese color rojizo de su barba estaba entre los rasgos que lo distinguían, hasta que los años la cubrieran de canas, pero aun así y hasta nuestros días muchos lo siguen identificando de esa manera.
Otro alias, sobre todo entre sus subordinados en el departamento América fueron, El Mago y El papá, ambos nacidos de la carismática personalidad de Piñeiro.
El Mago fue debido a la capacidad que tuvo de encontrarle soluciones o salidas –impensadas a veces hasta por el colectivo de compañeros que conformábamos su Consejo de dirección– a los complejos problemas políticos u operativos que surgían en la consecución y para el cumplimiento de determinada tarea. Como se diría popularmente, Piñeiro las extraía de debajo de su manga, siempre repleta de sabidurías, experiencias, criterios y lealtad al Comandante en Jefe, Fidel.
Papá reflejaba el trato humano que siempre dispensó a quienes dirigía y lideraba. Fue tan crítico y exigente con estos últimos, como tan sensible y afectuoso. Esa manera de ser y actuar trascendía hasta los círculos familiares. En no pocas ocasiones, Piñeiro ayudó a enfrentar o resolver, en los marcos debidos y posibles para él, a cualquier compañero o compañera, oficial o funcionario o simple trabajador de su esfera, alguna incómoda situación personal o familiar en la que se encontrase.
A la par, Piñeiro — quien depositaba en sus subordinados un alto nivel de confianza — se convirtió en maestro de todos en el arte de manejar las estrategias y las tácticas políticas acorde con los intereses de la Revolución.
El otro tema que considero necesario destacar y aclarar es referido a sus labores internacionalistas. A Piñeiro se le identifica en general por sus responsabilidades y misiones con relación a América Latina, especialmente las asumidas a partir de 1975, año que marco formalmente la creación del ya mencionado Departamento América.
Sin embargo, esa institución partidista que se formó a partir de la Dirección General de Liberación Nacional (DGLN) del MININT, también incluía la región del Caribe y parte del trabajo político hacia Estados Unidos.
Antes de esa etapa, Piñeiro tuvo igualmente responsabilidades directas en el trabajo internacionalista y anticolonialista de la Revolución en África, Medio Oriente, e incluso, en Asia, estas últimas muy poco conocidas.
En resumen, con lo anterior pretendo rescatar el amplio, sensible y destacado papel internacionalista, de dirigente y estratega que asumió Piñeiro desde los años sesenta hasta que fue relevado de su cargo, labor en la que siempre estuvo orientado por Fidel y la dirección de la Revolución.
Por ello vale mencionar su desempeño en la conducción de la solidaridad y su manejo y labor de influencia política y en muchos casos de apoyo militante no solo en nuestro continente, sino en lo que llevo a cabo, en procesos como los del Congo, Guinea Bissau, República de Guinea, Argelia, Mozambique, Palestina, eIndonesia, por solo mencionar algunos ejemplos en otros confines, así como Republica Dominicana y Haiti y también respecto a Jamaica, Guyana, Surinam, Granada y otros territorios bajo dominación colonial, incluyendo, por supuesto a Puerto Rico.
Jorge Luna
* Veterano periodista de Prensa Latina de origen peruano. Cubrió corresponsalías en nueve países. Actual director de comunicación social e imagen de Prensa Latina. Autor de varios libros.
Lejos de la imagen dura del Comandante Piñeiro, elaborada y alimentada por los enemigos de la Revolución, recuerdo que nuestros encuentros siempre comenzaban con sus preguntas por mi salud y mi familia, en un ambiente de sinceridad y confianza.
Me sorprendía su capacidad de apartar, aunque sea por unos minutos, las grandes preocupaciones y tareas inherentes a su alto cargo durante los años de mayor efervescencia revolucionaria en Latinoamérica.
¿Tienes algún problema?, era casi siempre su primera frase, a modo de saludo, nada formal, sino con tono franco, que permitía iniciar un diálogo limpio y rápido.
La chapa
Una vez me citó a su oficina del Comité Central y, después de los saludos, me disparó: «¿Le estás tirando fotos a unidades militares?». No esperaba eso y me puse nervioso. Me sentí cuestionado en lo más profundo. Pero, conociendo su fino manejo de la ironía, me di cuenta que yo estaba libre de sospechas, pero que, aun así, tenía mucho que aclarar.
Me explicó que mi auto particular había sido detectado fotografiando zonas militares cerca de La Habana. Al verme palidecer otra vez, dijo: «Sé que tú no fuiste, pero a lo mejor le prestaste el carro a alguien o lo dejaste en algún taller. En fin, quiero que investigues esto a fondo y rápido».
Fui a casa a buscar todos los documentos relacionados con mi vehículo, desde su compra en Guyana hasta su importación por el Mariel y los trámites de registro en la Dirección de Tránsito. Encontré un papelito que me devolvió el ánimo, provocándome tanto alivio como curiosidad. Era la constancia de que, un año antes, había cambiado la chapa, trámite de rutina al que había prestado poca atención.
Tomé nota de todos los detalles, subrayando que mi carro tenía otra chapa y que la detectada frente a las unidades militares era la antigua, que no había sido destruida, como correspondía, y que había caído en manos de espías. Poco después, supe que varios conspiradores habían sido detenidos, reconociendo el modus operandi de la chapa cambiada.
La sanción
Otro momento en que el Comandante me demostró una gran confianza fue a raíz de un incidente que, como periodista en el turno de madrugada en Prensa Latina, provoqué al «empujar» una noticia; en realidad, unas declaraciones ofensivas de un funcionario estadounidense contra la dirección de la Revolución Sandinista de Nicaragua.
Las declaraciones eran verdaderamente ofensivas pero yo subrayé esa intencionalidad. Se publicaron en momentos en que era políticamente inconveniente resaltar las discordias, lo que derivó, innecesariamente, en una protesta diplomática estadounidense.
En pocas horas, fui citado a una reunión presidida por funcionarios que no conocía, que me señalaron como responsable del incidente y que circulaban entre ellos una hoja de papel, que yo supuse era la sanción prevista para mí.
Por suerte, también estuvo presente el Comandante, quien aprovechó para dar una enriquecedora charla sobre las relaciones Cuba-Nicaragua-Estados Unidos, sus matices y los cuidados especiales que había que tener en la prensa. De paso, agarró el papel, lo dobló y se lo puso en el bolsillo de su guayabera, dando por terminada la reunión.
Después me dijo, en serio pero sonriendo, que no volviera a «empujar» las noticias.
Los libros
Mis encuentros más placenteros tenían que ver con los numerosos libros políticos que él recibía del extranjero. Eran recién publicados, casi siempre en inglés, idioma que él sabía que yo dominaba. Recuerdo muchas mañanas de sábados en su casa, donde yo revisaba su librero. «Por la parte trasera», me recordaba para que examinara la repisa –que no estaba a la vista– con los libros más nuevos y más interesantes.
Allí había de todo, especialmente testimonios de decenas de personalidades internacionales. En una ocasión, vio que me detuve en un volumen particularmente grueso, una extensa biografía del general Colin Powell, recién encumbrado Secretario de Estado de Estados Unidos. Luego de conversar un rato, tomó el libro y me dijo: «Ese es el más nuevo. Llévatelo y me cuentas. Pero, rápido».
Tenía cientos de páginas en 34 capítulos, muy bien escrito y editado. Fui tomando nota de lo que me parecía más importante y traduje varios extractos. A la semana le devolví el libro con mis consideraciones, incluyendo los criterios de la esposa de Powell, resaltando la personalidad del militar estadounidense. «Estoy de acuerdo», comentó. «Me lo leí de un tirón».
Internacionalista
En una ocasión, mi amigo, el periodista y combatiente congolés Dihur Godefroid Tchamlesso, pidió acompañarme para saludar al Comandante. Llegamos a su casa un sábado para lo que yo pensaba sería un encuentro cordial y breve, pero que luego se convirtió en una larga conversación sobre el Che, El Congo y África y Bolivia y América Latina.
Era impresionante la cantidad de detalles que el Comandante manejaba y que nos trasladó a la vez que nos pedía opiniones. Como se ha dicho, Piñeiro tenía efectivamente una memoria enciclopédica, especialmente sobre la lucha de los pueblos del Tercer Mundo, nombres, fechas, lugares.
A la salida, Tchamlesso, conocido como Tremendo Punto en la guerrilla congolesa, manifestó su sorpresa ante el conocimiento que el Comandante tenía de tantos detalles de acontecimientos que tuvieron lugar hacía muchos años. «Me ha recordado cosas que casi había olvidado», me dijo emocionado.
Para mí, esa era una de las principales características del Comandante, algo ejemplar, quizás único, que le permitía, en determinadas ocasiones, compartir sus criterios para educar y para fortalecer el espíritu.
Notas
[1] Tomado de Jorge Timossi: Los Cuentos de Barbarroja. Comandante Manuel Piñeiro Losada, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999, pp. 74–76.
[2] Tomado de su blog Segunda Cita: https://segundacita.blogspot.com/2021/03/un-instante-de-manuel-pineiro.html
[3] Tomado de Jorge Timossi: Los Cuentos de Barbarroja. Comandante Manuel Piñeiro Losada, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999, pp. 127–128.
[4] Tomado de Jorge Timossi: Los Cuentos de Barbarroja. Comandante Manuel Piñeiro Losada, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999.
[5] Tomado de Luis Suárez Salazar (comp.): La Revolución Cubana: El Internacionalismo anónimo, 2015, p. 18–19, (inédito).
[6] Ibídem, p. 158.
¡Muchas gracias por tu lectura! Puedes encontrar nuestros contenidos en nuestro sitio en Medium: https://medium.com/@latizzadecuba. También, en nuestras cuentas de Twitter (@latizzadecuba), Facebook (@latizzadecuba) y nuestro canal de Telegram (@latizadecuba).
Siéntete libre de compartir nuestras publicaciones. ¡Reenvíalas a tus conocid@s!
Para suscribirte al boletín electrónico, envía un correo a latizadecuba@gmail.com con el asunto: “Suscripción”.
Para dejar de recibir el boletín, envía un correo con el asunto: “Abandonar Suscripción”.
Si te interesa colaborar, contáctanos por cualquiera de estas vías.
Deja un comentario