Por Aurelio Alonso
En 1992 Cuba se abocaba a la, hasta entonces, más severa crisis económica desde el triunfo de la Revolución 33 años atrás. La revista Cuadernos de Nuestra América, del Centro de Estudios de América, publicó entonces el trabajo «La economía cubana: los desafíos de un ajuste sin desocialización», en el cual Aurelio Alonso discutía sobre los desafíos que implicaba el nuevo contexto económico, aunque apuntaba a la centralidad de la política en la conducción de las transformaciones. En realidad, Aurelio señalaba la centralidad de un tipo concreto de política: la política revolucionaria socialista. En esa dirección, apuntaba que «cualquiera sea la exigencia descentralizadora que imponga el nuevo criterio de eficiencia, no podría darse a título de una acción desreguladora». No se trataba entonces solo de «la imposibilidad de redefinir prioridades y la pérdida de la perspectiva de reinserción con un potencial negociador aceptable para el país», sino que — y esto era la centralidad de lo que explicó Aurelio de manera de previsoria — «la pérdida de la capacidad conductora de la economía estatal entrañaría un claro riesgo para la equidad y la justicia social». Esto es, reiteramos, de 1992, hace 30 años. El estudio de aquel entonces no desconocía una realidad que, al día de hoy, es todavía central en cualquier análisis que sobre Cuba se haga — aunque se tome con ligereza, o casi como una variable externa que desempeña el mismo papel que, por ejemplo, la subida o bajada en bolsa de las commodities — : «Si la sociedad cubana pudiera desenvolverse en un escenario normal de distensión y tolerancia, sin el hostigamiento de un vecino poderoso, y sin un cerco económico artificial que obstaculiza la inserción y amenaza la sobrevivencia misma, no solo sería más expedita la búsqueda de los mecanismos adecuados de la economía, sino que el espacio de la pluralidad y el disenso se ampliaría significativamente». No obstante, no atribuyó todos los males y desaciertos de Cuba a la existencia — real siempre, agravada hoy a extremos inimaginables — del bloqueo de Estados Unidos. Fue crítico en reconocer lo que era ya notorio: «que el socialismo no ha sido lo que creía de sí mismo, y que la historia del siglo XX revela la confrontación de dos dogmas: el dogma liberal y el del verticalismo socialista. Como todos los opuestos, estos dogmas se tocan. El liberal no excluye un verticalismo (de clase en su caso) y el socialista no excluye el liberalismo (desde la autoridad de los escalones del poder).» Comoquiera que en La Tizza entendemos que la política — con apellidos — ha de estar en el puesto de mando de la economía — en particular cuando la economía funciona en condiciones de hostilidad permanente y tiene la imperiosa necesidad de servir al pueblo — compartimos este texto con el propósito de recordar a nuestros lectores que ni el verticalismo, ni el liberalismo de la autoridad económica — o de las soluciones externas — son la ruta crítica de la salida a esta nueva crisis en 2022.
Trabajo publicado en Cuadernos de Nuestra América, vol. IX, no. 9, julio-diciembre, 1992. Versión tomada de El laberinto tras la caída del muro, Ruth Casa Editorial / CLACSO, Buenos Aires, 2009.
Después de la controvertida década 1960–1970, de tanteos vinculados siempre a las estrategias posibles de industrialización para sortear los efectos del bloqueo de los Estados Unidos, desde una economía centrada en la propiedad estatal, Cuba no encontró otra opción que buscar en el mercado económico socialista un régimen de preferencias estable para sus principales exportaciones, para su abastecimiento energético y para la recomposición y aprovisionamiento de su planta industrial. La opción por el esquema socialista del CAME, más allá de las afinidades políticas que la hacían viable, tampoco tenía propuesta alternativa en Occidente.
La primera distinción a subrayar es, en consecuencia, la referente a la definición del sistema (formas de propiedad, esquemas de dirección, estrategias), por una parte, y las que se refieren a la articulación orgánica en un orden internacional, por la otra. Hasta 1971 Cuba no había decidido su inserción en el orden económico socialista internacional, aun cuando diez años atrás había asumido en el plano interno la opción socialista de desarrollo, y sus intercambios con la Unión Soviética y algunos países de Europa del Este se habían incrementado sensiblemente en el plano bilateral.
Para los años sesenta la asimilación por parte de la Unión Soviética, del mercado azucarero y el suministro de petróleo que los Estados Unidos cortaron a Cuba, constituyó ya un ingrediente esencial de la supervivencia del Estado revolucionario, aunque el régimen de preferencias distaba del que propiciaría después de 1972 la inserción al CAME, como país más favorecido junto a Viet Nam y Mongolia.
Esta inserción en el CAME coincidió con el alza más importante en el precio internacional del azúcar,[1] y propició un restablecimiento relativo de la economía cubana en los setenta, a pesar de que los esquemas calcados de la economía soviética, unidos a ineficiencias estructurales y administrativas domésticas, no permitieron que esta relativa bonanza se aprovechara con el máximo de racionalidad. El país trató además de beneficiarse de la afluencia crediticia euroccidental de mediados de la década del setenta, e incurrió en un nivel de endeudamiento de cuyos efectos no se logró recuperar. Las subidas en los precios del azúcar en 1974 y 1980 coinciden con un sensible incremento de las importaciones que da lugar a la elevación de los déficits en la balanza comercial.[2]
La marcada dependencia económica del CAME en las décadas del setenta y el ochenta motivó que la prioridad dada desde mediados de la década del sesenta al desarrollo y la modernización de la industria azucarera se consolidara, lo que acentuó la configuración económica heredada del régimen de plantación. Se reforzó el carácter de economía abierta sujeta a la exportación de un producto principal, que ocupó además la mayor parte de las tierras cultivables del país.
La priorización del azúcar comprometió las potencialidades productivas en detrimento de la prioridad de la autosuficiencia alimentaria, y a la vez marchó en una dirección que resultaría inversa a la receptividad efectiva del mercado capitalista. En sentido análogo se comportó el níquel, segunda exportación cubana, que tiene parcialmente bloqueado el acceso al mercado occidental, por la prohibición a las empresas de los Estados Unidos de adquirir productos en cuya elaboración se haya utilizado el mineral cubano. El tercer producto con el cual Cuba se articuló a la división del trabajo en el seno del CAME, los cítricos, reportó un peso secundario en comparación con los dos anteriores, y como el azúcar — aunque por razones diferentes — fue de difícil reubicación en el mercado mundial.
Hacia el período 1981–1984 Europa Occidental había llegado al 132,8 % en el autoabastecimiento subsidiado de azúcar e iniciaba una política proteccionista.[3] Pero en todo caso, los efectos del crecimiento del déficit comercial en el endeudamiento cubano en divisas convertibles obligaba ya, a principios de los años ochenta, a disminuir las importaciones de países de Occidente y aumentar los suministros procedentes de los países del CAME.
Cuando la convergencia de situaciones adversas impidieron a Cuba honrar en 1985 los compromisos adquiridos con sus acreedores occidentales — a pesar de que se habían renegociado términos de escalonamiento aceptables, el país arribó a ese año en una crisis total de liquidez — , los acreedores no se avinieron a una propuesta que propiciara mantener el crédito; entonces se declaró unilateralmente la moratoria que aún se mantiene. La respuesta fue el cierre del mercado financiero en divisas que se había abierto para Cuba en la segunda mitad de la década del setenta. De esta suerte, en el momento preciso en que el retroceso de la economía soviética forzaba a clamar por reformas dentro de la Unión Soviética, Cuba estaba elevando su articulación con el CAME del 70 % al 85 % aproximadamente, y con la Unión Soviética en particular del 60 % a cerca del 70 %.[4] O sea, que se potencia aún más el comprometimiento de su economía en el engranaje del CAME.
A mi juicio, es imprescindible tomar en cuenta esta dinámica del proceso de inserción internacional de la economía cubana para replantearse la respuesta posible a los cambios globales vinculados al derrumbe del socialismo como sistema mundial.
No es contradictorio que la economía cubana haya crecido cuantitativa y cualitativamente de 1975 a 1985,[5] y que se hayan consolidado las realizaciones conocidas en los índices de calidad de vida y en el plano de la solidaridad internacional (civil y militar). Todo lo contrario, fue la articulación a ese esquema lo que permitió los niveles alcanzados, aunque también al costo de un comprometimiento elevado dentro del sistema mismo.
No sólo por el hecho de que
las estrategias de expansión propiciadas por esta inserción quedaran centradas esencialmente en sectores que perpetuaban las estructuras primario-exportadoras del país (azúcar, níquel, cítrico), sino también porque la sujeción al CAME implicaba la sujeción a sus tecnologías rezagadas (las que estaban en condiciones de transferir), y a sus bajos niveles de eficiencia empresarial; Cuba no contaba a inicios de los setenta con otro esquema de referencia y había renunciado momentáneamente a generar uno distinto.
Por otra parte, la articulación dentro del CAME no sólo representaba un mercado preferencial muy beneficioso, sino también otras fórmulas de ayuda económica, seguridad crediticia, tratamiento flexible de la deuda en moneda convenio y una inapreciable gratuidad hacia las necesidades de la defensa del país. Por ello ante las dificultades financieras que se presentaron a comienzos de los ochenta, el sistema socialista encabezado por la Unión Soviética representaba para Cuba un escenario estable, a pesar de la evidencia de que la poca competitividad con Occidente ganaba terreno y la brecha tecnológica era insalvable. En todo caso, antes de 1986 no tenía motivo para pensar que aquel escenario se desarmaría de manera vertiginosa.
Es por ello que la revelación — o la explicitación — del retroceso del sistema socialista mundial, a partir de la crisis soviética, lleva también a la percepción cubana a identificar, desde 1986, fuentes sistemáticas de ineficiencia vinculadas a la reproducción de los esquemas adoptados, en adición a la necesidad ya manifiesta de revisar críticamente los mecanismos internos, y a plantearse un curso renovador diferenciado del que se comenzaba a experimentar en el Este.
Aunque los efectos desestabilizadores de la desaparición del CAME y el retroceso soviético hacen difícil y prematuro medir el acierto de las rectificaciones en la estrategia económica cubana, hoy es evidente que de haber seguido a la Unión Soviética y Europa del Este en el curso reformador de mediados de los años ochenta — como las había procurado seguir antes en el diseño de las instituciones socialistas y en el sistema de dirección y planificación de la economía — el país hubiera sido arrastrado por la dinámica de devastación que se desencadenó allí a lo largo de los últimos cinco años. El derrumbe de la maquinaria económica soviética ha mostrado un nivel de gravedad muy superior a los efectos de ineficacia que las reformas de 1986 (perestroika) pretendían corregir.[6]
En un sentido diferente, la crisis que atraviesa ahora la economía socialista cubana es, en primer plano, una crisis de inserción, ocasionada por la desaparición súbita del orden internacional al cual se había articulado de manera orgánica. Y también por las dificultades para reinsertarse de manera
independiente con su actual configuración en el mercado mundial. Y de ella se deriva principalmente la crisis de abastecimiento, el retroceso productivo, la excedencia laboral y otros males del momento. No se trata de que la economía cubana no adolezca de las ineficiencias y de la poca competitividad que han caracterizado a la economía soviética y a otras sustentadas en la propiedad y la administración estatal socialista centralizada. Además de las limitantes orgánicas del subdesarrollo. Se trata de que en el caso de Cuba, donde ni el paradigma ni el liderazgo han perdido el consenso, la presente crisis es en esencia económica y se genera muy claramente en el desplome del sistema socialista internacional, y en los obstáculos para una reinserción en el orden mundial. Hasta un punto en que los determinantes exógenos hacen aún más compleja la identificación, la ponderación y la rectificación de las fuentes
internas de ineficiencia.
El bloqueo de los Estados Unidos a la economía cubana, que no se limita a un embargo comercial, es de nuevo el principal escollo para la reinserción de Cuba. A lo largo ya de más de 30 años esta política de hostigamiento sostenido se ha perfeccionado sistemáticamente con medidas complementarias orientadas a procurar la asfixia económica total. De entrada, es un despropósito que un país tenga que buscar a más de 3 000 millas los mercados para sus productos y los suministros para su subsistencia, por habérsele cerrado su mercado natural, a sólo 90 millas de sus costas. Más aberrantes aún son las medidas de coacción desde la potencia hegemónica mundial sobre terceros países para cerrar este cerco, que han ido desde las presiones sobre los Estados del continente latinoamericano desde principios de los años sesenta para que cortaran todo tipo de relaciones con Cuba, hasta las legislaciones propuestas por Connie Mack y Robert Torricelli en 1991 y 1992 respectivamente, al Congreso norteamericano.[7]
El inventario de las acciones de esta política hostil de tres décadas es extraordinariamente más extenso y es difícil imaginar que desde una economía de mercado se hubiese podido afrontar siquiera por tres o cuatro años.
Pero el hecho es que
incluso ahora, en la dramática situación actual, Cuba tiene que proyectar, y tratar de lograr su reinserción, sin contar con posibilidades de cambio en este escenario externo. La perspectiva de distensión, por bienvenida que sea, constituye un espejismo que el proyecto no puede permitirse.
El curso descentralizado a todo riesgo y, desde la crisis política abiertamente liberalizador adoptado desde mediados de los ochenta en la Unión Soviética y Europa del Este, aunque se originó en una crisis de ineficacia global del sistema, ha tenido como respuesta práctica un eslabonamiento tal de los cambios, en el cual cada escalón se genera en los efectos del anterior, sin ajustarse a diseño alguno y sin que se logren sortear las ineficiencias arrastradas. El vertiginoso retroceso productivo de las antiguas repúblicas soviéticas no se ha detenido.
Todavía en la primera mitad de 1989 los dirigentes soviéticos no parecían vislumbrar el alcance de los cambios que habían desencadenado y, a pesar de las voces que reclamaban una ruptura de la asociación con Cuba, aún había motivos para pensar que el vínculo se podría mantener, a despecho de la radicalidad de las reformas y de la diferencia marcada entre las estrategias de ambos países.[8] Las ventajas de los términos de intercambio que presidían esta relación, aun con el deterioro sufrido en la segunda mitad de los ochenta, eran efectivamente recíprocas, y de haber prevalecido un manejo más integral de los intereses económicos y sociales desde la parte soviética, tal percepción, hasta 1990, era razonable. No se había hecho todavía patente el peso del proceso descentralizador del sector externo soviético y la desintegración interior de los vínculos productivos.
Hacia 1990 la caotización de la economía soviética y el relajamiento consecuente de los compromisos económicos, en el marco de una crisis manifiesta del sistema político, sumieron la relación en la más completa incertidumbre.
Cuando se precipitó el proceso de liquidación del socialismo soviético, después del fallido golpe de agosto de 1991,[9] hacía más de un año que Cuba se había estado preparando para una contingencia cuyos efectos iban a exceder los de la desarticulación del CAME: me refiero a la pérdida de la asociación bilateral con la Unión Soviética, del sentido que había animado esta relación desde 1960. Es tal situación la que ha llevado al discurso cubano a hablar de «dos bloqueos»,[10] en oposición a la lectura antisocialista que equipara — en unos casos, y subordina en otros — la incidencia del hostigamiento imperialista y una crisis — presuntamente generalizada y definitiva — de los paradigmas socialistas.
La rapidez con que se produjo el desplome socialista hará que para Cuba el precio en austeridad y rigores, en el plazo inmediato, sea elevado. Resulta poco riguroso, sin embargo, atribuir este precio a insuficiencias estructurales o funcionales del socialismo cubano, en particular a una utilización ineficaz de los beneficios de la preferencia del CAME durante 15 años. Lo que no equivale exactamente a sancionar a ultranza los mecanismos ni las políticas adoptadas por la Isla, ni en las etapas precedentes a la inserción en el CAME, ni bajo el sistema de dirección y planificación de la economía, ni a partir de 1986 dentro de la rectificación.[11]
A mi juicio, hay argumentos para afirmar que el grado de deterioro ocasionado por el derrumbe en el comercio exterior, y en general en la economía cubana, ha tocado fondo en 1992, pero sus efectos se pueden extender aún en los años inmediatos.[12]
En la medida en que las prioridades agroalimentarias logren un nivel de satisfacción sostenido de la demanda de la población, y el turismo internacional, junto a la producción farmacéutica de punta, pueda suplir los déficits ocasionados por el declive de las exportaciones tradicionales (en especial del azúcar), en la segunda mitad de la década debe comenzar a producirse una recuperación. En el declive de la economía azucarera no sólo hay que tomar en cuenta la pérdida del precio preferencial, sino también una reducción significativa previsible en las compras de las antiguas repúblicas soviéticas.[13] Todo parece indicar que la diversificación económica va a ser al fin dolorosamente forzada a Cuba.
El proyecto de desarrollo que se configure desde esta realidad se vislumbrará con otro sentido de las prioridades y ritmos más prudentes. De mostrar, en este contexto la economía cubana, capacidad de subsistir y recuperase, logrando compensar la contracción de sus exportaciones tradicionales, la elevación de su seguridad alimentaria y un reacomodo de su esquema de desarrollo — que se atenga a la reducción definitiva de su media de consumo energético — y encontrar un nivel equilibrado de reinserción en el orden internacional vigente, también el bloqueo norteamericano habría fracasado objetivamente en generar la asfixia. Y no hay que excluir que en tales condiciones la correlación de intereses dentro de Estados Unidos comience a modificarse.
Más importante que reclamar el levantamiento del bloqueo sería lograr su fracaso definitivo.
Aunque cualquier indicio distensivo sería indicativo del fracaso. En cualquier circunstancia, el sistema cubano también tendría que prepararse para ello, porque el día que Washington decidiera atenuar el bloqueo, sin dudas lo haría buscando los resortes que apuntan a intereses propios y no desde las necesidades de la sociedad cubana.
En la medida en que la reinserción económica consiga avanzar, las ineficiencias internas saldrán progresivamente a flote, y el dispositivo de la economía doméstica podría hacerse más flexible.
La creciente apertura a la inversión de capital privado exterior, motivada por el hallazgo de una articulación provechosa a partir del fomento del turismo, introduce desde ahora un componente flexibilizador en el sistema, y adquiere la dimensión de un caso test que debe alcanzar un peso significativo en la configuración futura del desarrollo cubano.
De entrada esta incursión de capitales extranjeros, aún incipiente, está llamada a propiciar un aprovechamiento más efectivo de los recursos nacionales y contribuir a la reactivación económica. También podría ser el punto de partida de un aporte a la renovación tecnológica de la planta industrial, y a más largo plazo, la motivación de un interés — hasta ahora inexistente — en el seno de la banca acreedora por la dinamización de la economía cubana.
La magnitud del desafío que Cuba afronta hoy indica la complejidad coyuntural del problema. Si el proyecto cubano no lograra salir airoso del desafío y remontar la crisis de inserción, se perdería el espacio para una alternativa socieconómica propia, independiente y socialista. No significaría, sin embargo, que el proyecto haya sido necesariamente erróneo.
El fracaso no siempre es indicativo de error, en la misma medida en que tampoco el acierto es coronado siempre por el éxito.
Pero cuando se decide dar la cara al desafío no se parte de la previsión de fracasar.
Decía Von Clausewitz que en la guerra el factor determinante de la derrota es la pérdida de la voluntad de luchar. En las difíciles condiciones en que Cuba tiene que procurar su reinserción, el peso específico de la voluntad está llamado a ser otra vez más relevante que el de los mecanismos. Si el proyecto cubano sale airoso del desafío, habrá resuelto la complejidad coyuntural. Quedaría en primer plano entonces la cuestión de la complejidad estructural, latente como un segundo desafío. No es que se trate de un problema diferible, sino que las respuestas requerirán un plazo más largo para definirse y consolidarse. También al compás en que la reinserción haga menos excusables las ineficiencias internas.
Es notorio hoy que el socialismo no ha sido lo que creía de sí mismo, y que la historia del siglo XX revela la confrontación de dos dogmas: el dogma liberal y el del verticalismo socialista.[14] Como todos los opuestos, estos dogmas se tocan. El liberal no excluye un verticalismo (de clase en su caso) y el socialista no excluye el liberalismo (desde la autoridad de los escalones del poder).
La crisis de ineficacia en que desembocó la economía socialista, y sobre todo la incapacidad de la Unión Soviética para darle solución, ha puesto de manifiesto que el esquema en que se desarrolló no era en realidad alternativo al capitalismo. En esencia porque no logró ser competitivo, y esta meta, en la cual se cifró el indicador del éxito, arrasó con sus realizaciones y reveló su reversibilidad. La economía staliniana y sus sucedáneas eurorientales centraron su criterio de eficiencia formal en la tasa de crecimiento, que es a su vez el criterio de un mercado orientado por la optimización de ganancias. Este conflicto de eficiencias tuvo un ganador, y el sistema que sale victorioso del mismo se permite ostentar, como corolario de su victoria, que no hay alternativas para él.[15] Apreciables logros históricos, económicos y políticos de la Unión Soviética, como la electrificación del inmenso país, la victoria sobre el nazismo, la paridad militar con Estados Unidos, el papel en la conquista del cosmos y otros, no fueron el fruto de mecanismos, sino de la capacidad movilizadora de una voluntad colectivizada. Esta voluntad, que tenía que encontrar su lugar en la armazón del sistema, quedó siempre externa a los mecanismos y pareció diluirse después con la conciencia del fracaso.
Pero
en los sistemas socieconómicos no basta la voluntad, también se requiere mecanismos propios de reproducción.[16] La verdadera ventaja del capitalismo sobre los socialismos de este siglo ha sido la de contar con mecanismos eficaces de reproducción. En tanto, el socialismo ha sido incapaz de crearlos, y cuando se ha percatado de esta ausencia sólo ha buscado subsanarla con la incorporación de mecanismos del capitalismo.
Sin embargo, la fórmula del «mercado total» tampoco es la alternativa para un socialismo ineficaz. El deslumbramiento liberal es un espejismo de las sociedades que han sido laceradas por la regimentación, agravada aun en los casos en que su historia no ha tenido la oportunidad de conocer el sistema liberal. La revolución bolchevique hizo pasar al país del zarismo al stalinismo, sin transición liberal alguna. El socialismo del siglo XX se percibe como una irregularidad de la historia.[17] Aunque de ningún modo se podrá decir que se trata de una irregularidad baldía.
La ausencia de alternativas sólo es tal desde la perspectiva de la sociedad que sostiene la inexistencia de alternativas para ella.
En consecuencia, la prueba de que no hay alternativas es esencialmente una prueba de poder.[18] Por ello la sociedad cubana, para replantearse como alternativa, tiene que comenzar por demostrar su capacidad de sortear el cerco que le impone, a partir de una lógica de poder, otra sociedad que no la admite como alternativa. En tanto se tenga que proyectar desde el interior del cerco, la dimensión alternativa estará superdeterminada por las deformaciones que provoca la presión del poder exterior.
El sentido preciso del antimperialismo cubano ha sido dado siempre por la crudeza de este escenario: estrangulamiento económico, agresión diplomática y publicitaria, ejercicios militares, patrocinio de atentados, invasión armada.
El sistema hegemónico no se resiente sólo por la presencia del socialismo en su periferia, se resiente también — y en primer término — por la soberanía.
Se trata de una dimensión que no puede ser obviada, porque constituye la amenaza más inmediata de la subsistencia. Y esta amenaza pesa particularmente en la solución de la complejidad estructural, ya que es a la larga en el reacomodo de las estructuras, más que en la reinserción en el orden mundial, donde los paradigmas se rescatan o se pierden.
Que la economía cubana no asuma una opción privatizadora o no se someta al esquema del mercado total no significa que no cambie: significa en todo caso que no inscriba sus fórmulas en el paso de un polo al otro, ninguno de los cuales admiten alternativas.[19]
Esto es igualmente válido para el sistema político: la crisis del socialismo, que la ineficacia de la economía sacó a flote, se tradujo rápidamente en la Unión Soviética en crisis del sistema político. Lo más alarmante de las crisis del Este ha sido precisamente el desplome político y la vertiginosa asimilación de la institucionalidad liberal ante la incapacidad de generar una democracia socialista auténtica. Que Cuba se resista a adoptar el patrón de las democracias liberales, que ni siquiera es capaz de ofrecer un expediente de soluciones paliativas, tampoco puede ser evaluado como una señal de inmovilismo, sino precisamente de la búsqueda legítima de su alternativa.
El régimen cubano en vigor no está exento de deformaciones eurorientales. La institucionalidad soviética también sirvió de referente a las instituciones del socialismo cubano. Y no sólo tendrá Cuba que despojarse de los dogmas heredados, sino también que inmunizarse de alguna manera contra los dogmas propios. Pero no es cosa de salir de un dogma socialista para acogerse al dogma liberal.
El cambio de prioridades en la economía cubana, que tuvo una primera etapa a partir de la rectificación iniciada en 1986, y un segundo momento con la adopción del «período especial» en 1990, comporta primordialmente modificaciones de estrategia que, a pesar de la severidad de las críticas en las que se iniciaron, han seguido desde temprano un denominador de moderación en lo referido al sistema mismo.[20] Pero también es cierto que la política económica nunca se sujetó a plenitud al sistema de dirección y planificación que rigió de 1976 a 1986, sin que esto pueda servir para desconocer las insuficiencias cuestionadas desde la segunda mitad de la década del ochenta.
Aunque normalmente se valoran las medidas del «período especial» como fórmulas de emergencia inscritas mayoritariamente en las coordenadas de la rectificación, algunas de esas medidas emergentes, por su magnitud y significado, están llamadas a dar una configuración definitiva al desarrollo cubano. Con el gravoso acicate de que en esta ocasión el revés sería incosteable.
Por sólo aludir al programa alimentario, llevado al primer lugar de las prioridades de esta etapa, el objetivo de acercarse a un grado alto de suficiencia comienza la recuperación del espacio estratégico que siempre debió tener en un proyecto social en el cual la independencia no se limita al plano político. En especial en un país que a pesar de haber logrado un altísimo índice del empleo de la tierra agrícola, tiene menos del 40 % de dedicación de la misma a su consumo nacional, con un índice de sólo 0,14 ha por habitante.[21] La reconstrucción del balance del producto rural supone acciones progresivas en el uso de suelos, el restablecimiento de la fuerza de trabajo agraria, la agilización del sistema de distribución a la población y políticas salariales, de precios y de mercado adecuadas y estables.
Hoy había que introducir ya el problema del destino del azúcar en la economía cubana.
Por la vía del azúcar y el cítrico Cuba ha llegado a producir alimentos para 40 millones de personas, pero es sólo ahora que está ante el reto de lograr la seguridad alimentaria de su propia población, con una dependencia cada vez menor de las importaciones. Ha tenido que ser la hecatombe del sistema socialista internacional la que ha dejado al desnudo esta realidad. La profundidad y radicalidad del desgaste de los esquemas soviéticos pone al orden del día, más allá de la crisis de inserción, la reconstrucción de una economía política del socialismo en el plano teórico, en la medida en que desde las experiencias singulares aisladas se logre trazar de nuevo el camino.
A largo plazo, el hallazgo de la alternativa socieconómica no radica en la administración de la crisis coyuntural y no se resolverá sólo con la subsistencia y la reinserción. La alternativa implica un ajuste del sistema, profundo y progresivo, que tendrá que pasar por la superación de una obvia resistencia al ajuste.
Existe un problema no elucidado entre las modalidades de la socialización de la propiedad y la naturaleza de la gestión, que se relaciona, a todas luces, con la eficacia global del sistema. La propiedad estatal se vincula a un esquema centralizador en el plano de la gestión, que ha desembocado en una ineficiencia empresarial generalizada. El «socialismo real» o histórico, al convertir al Estado en propietario y administrador, hipertrofia el alcance de los ministerios y otros órganos estatales y produce un relevo del empresariado por el funcionariado.[22]
El empresariado, generado por el régimen de mercado, se sustenta en la imaginación, en la creatividad y en la autonomía, indispensables para la competencia. El funcionario depende de la orientación, no compite para subsistir, y se sustenta en el mimetismo. De modo que la superación de la competencia, que debía ser una virtud del sistema, puede convertirse en un lastre.
La búsqueda de formas descentralizadoras de dirección se ha confundido frecuentemente con la privatización de la propiedad, perdiéndose de vista las potencialidades de la descentralización dentro de la propiedad socializada, incluso dentro de la forma estatal de propiedad.
En Cuba la participación de la inversión extranjera en el sector del turismo ha dado lugar a una mayor autonomía en el complejo hotelero de propiedad conjunta. Este fenómeno conduce de manera natural a propiciar un nivel análogo de descentralización para las empresas hoteleras de propiedad estatal que se orienta hacia un dispositivo descentralizador generalizado en el sector del turismo.
La aceptación del criterio de que cada sector productivo que pueda autofinanciarse en divisas tenga las facilidades para hacerlo[23] también supone un curso descentralizador de alcance considerable en la economía productiva, a pesar de su difícil implementación bajo los esquemas de actuación del funcionariado.
Las fórmulas encaminadas a que los órganos del Poder Popular en los municipios ganen facultades para solucionar las necesidades de la comunidad constituye un tercer camino descentralizador de importante significado.[24]
Ninguno de estos ejemplos implica un proyecto de sustitución de la propiedad social por la privada. Es de esperar, sin embargo, que la legitimación de la iniciativa privada en una vasta franja de prestaciones (muchas de las cuales se realizan de hecho hoy privadamente el sector informal) entre igualmente en el futuro en la agenda del ajuste[25] posiblemente en el radio de acción de la suficiencia que se trata de imprimir a la comunidad.
El proceso de socialización de la propiedad en Cuba se efectuó entre 1959 y 1968, y puede considerarse que fue acelerado y radical. Las dos leyes de reforma agraria (mayo de 1959 y octubre de 1963) dejaron en manos del Estado el 80 % de la tierra agrícola, y las dos nacionalizaciones (agosto y octubre de 1960) estatizaron todo el sistema empresarial. La reforma agraria cubana no sólo distribuyó sino que estatizó. Finalmente, se eliminó la pequeña propiedad en 1968 con la «ofensiva revolucionaria», medida que años después se evidenció había sido excesiva, sin que se hayan provisto fórmulas rectificadoras. La eliminación de una modalidad de parasitismo social se efectuó entonces al costo de la pérdida de una extensa variedad de prestaciones menores que resultaba imposible atender desde el Estado.
Ninguno de los esquemas de dirección económica que han prevalecido durante estos 30 años ha sido capaz de imprimir un patrón de eficiencia estable al sistema empresarial estatal ni ha explorado a fondo aún las posibilidades organizativas de la economía socializada.[26]
Es cierto que la sociedad no es sólo economía, y que más que de rectificaciones, ajustes, o perfeccionamiento en el sistema de dirección de la economía, habría tal vez que hablar del sistema de dirección de la sociedad.
De ahí la extraordinaria importancia que tiene en el plazo inmediato la estructuración de un dispositivo efectivo de control popular, que opere sobre las decisiones, los procesos y los actores. Los objetivos de justicia social, equidad y calidad de la vida exceden a los patrones de la eficiencia económica. Pero también es cierto que los logros de justicia social, equidad, y calidad de la vida sólo podrán sostenerse en el largo plazo en patrones de eficiencia económica que sean capaces de aportar al socialismo un dispositivo de reproducción ampliada.[27]
Se hace inevitable añadir que este patrón de eficiencia está por crear. Franz Hinkelammert, en su búsqueda en esta dirección, califica a la eficiencia capitalista, centrada en la ganancia, de fragmentaria, y le opone un concepto de «eficiencia reproductiva» que sea capaz de abarcar la reproducción de las fuentes de riqueza: el ser humano y la naturaleza.[28] La carencia de este patrón de eficiencia o la incapacidad para buscarlo (a veces no se trata de que falten las respuestas correctas, sino también las preguntas correctas) lleva a autoconfinarse al otro patrón, de naturaleza eminentemente empresarial. No poco tiene que ver con esto la creencia que de que sólo por la vía de la privatización y la mercantilización se arriba a la eficiencia, y la hipóstasis de la eficiencia empresarial como criterio de eficiencia del sistema económico-social.
Visto desde la experiencia de un modelo que ha transcendido el dominio de la propiedad capitalista,
el rescate del paradigma tiene que enmarcarse en la defensa del socialismo, de sus realizaciones, y desde el socialismo trazar la búsqueda de las alternativas. Empezar por alternativas inexistentes en el horizonte de las realizaciones mismas compulsa hacia el exterior del socialismo, y conduce a la eliminación del sistema y el distanciamiento del paradigma. Es lo que ocurre cuando la introducción de la iniciativa privada, la asimilación del capital exterior, o los dispositivos de mercados se articulan a un proyecto de desocialización de la economía. Es la desocialización de la economía, y no la introducción en sí misma de mecanismos dinamizadores, la que desemboca en las transiciones al capitalismo.[29]
Lejos de simplificar el proyecto, la redefinición de prioridades en que se sustenta la estrategia de reinserción comporta un nivel de complicaciones previsibles desde ahora. La de mayor gravedad tal vez sea la superposición en el plano interno de dos economías,[30] la cual ya se percibe hoy. El incremento del turismo, que debe arribar al millón de unidades dentro de esta década, junto a la presencia creciente de un empresariado extranjero, comporta la convivencia de dos escenarios de consumo. El uno, privilegiado, con acceso a una oferta en moneda convertible. El otro sujeto a las fuertes restricciones que impone el período especial. Y entre uno y otro una franja de economía subterránea que se nutre de la escasez.
Esta superposición, apenas reseñada aquí, lesiona el principio de equidad en la medida en que polariza el bienestar en el área de la circulación dolarizada. Es lo que desde la crítica antisocialista, pero también desde posturas afines preocupadas por los costos sociales del turismo para el socialismo cubano, se ha caracterizado impropiamente como «apartheid del turismo internacional».
Podría preguntarse, en cambio, qué puede ser más costoso socialmente: mantener diferenciado un mercado del dólar y una economía equitativa del peso (no convertible) que progresaría al ritmo de la recuperación, o una polarización interna de las capacidades adquisitivas mediante la equiparación monetaria. El «apartheid de clases» no es una opción convincente frente al del turismo internacional. No obstante, no puede obviarse que se trata de una complicación relevante para la cual el sistema tendrá que generar anticuerpos. También aquí, sin que resulten desocializadores.
A largo plazo, la alternativa cubana tampoco podrá cifrarse doctrinalmente en un régimen de propiedad excluyente: ni estatización a ultranza, ni socialización arbitrariamente descentralizada, ni privatización al azar de las prestaciones. En particular, porque hay que comenzar por tomar en cuenta el punto de partida, en este caso una economía altamente estatizada, y en segundo lugar porque el ideal responde a la socialización y no a la individualización del sistema. La articulación tendrá que nacer del cumplimiento de las exigencias del nuevo patrón de eficiencia que se configure.
En el plano de los ajustes económicos el IV Congreso del PCC no satisfizo la expectativa de un diseño acabado. A mi juicio, es una ausencia consciente, y el espacio de búsqueda es considerablemente más amplio y heterogéneo que lo que expresan los debates sobre la economía. Debe tenerse en cuenta que la adopción de la Resolución fue despojada explícitamente de intención de rigidez,[31] y no sería extraño que en el curso de los años inmediatos se impongan en la práctica cambios puntuales no previstos a la altura del Congreso.
En todo caso, cualquiera sea la exigencia descentralizadora que imponga el nuevo criterio de eficiencia, no podría darse a título de una acción desreguladora. La pérdida de la capacidad conductora de la economía estatal no sólo entrañaría un claro riesgo para la equidad y la justicia social, sino la imposibilidad de redefinir prioridades y la pérdida de la perspectiva de reinserción con un potencial negociador aceptable para el país. «Desregulación» es posiblemente la palabra clave de la filosofía que preside el modelo neoliberal, que se orienta a la maximización del restablecimiento en nuestros días del principio de la «mano invisible» del mercado, enunciado por Adam Smith.
La economía neoliberal, que preside el orden mundial, es en realidad el liberalismo de las transnacionales. Y cuando un país pequeño y dependiente tiene que concurrir a este mercado, sin la fuerza negociadora de la gran empresa (que para el caso puede serlo el monopolio estatal), no está en condiciones de hacerlo con capacidad de negociar. La «mano invisible» del mercado siempre actúa en detrimento del más débil. La reticencia a perder esta capacidad de negociación es una cuestión de sentido común, y no tiene que ver con una proyección ideológica. Es parte de la reticencia a pagar precios en soberanía y en independencia.
Desde la perspectiva técnico-económica no conozco un solo argumento estructural sólido que demuestre que la reinserción eficaz de Cuba en el mercado mundial dependa de privatizar su economía o de desregular el dispositivo empresarial. Muy por el contrario, es por su carácter socializado que puede hacerlo con más efectividad. Lo que se opone es, en suma, una relación de naturaleza política, desde ese mercado. Aquí prima la acción de la voluntad y no de los mecanismos.
Si la sociedad cubana pudiera desenvolverse en un escenario normal de distensión y tolerancia, sin el hostigamiento de un vecino poderoso, y sin un cerco económico artificial que obstaculiza la inserción y amenaza la sobrevivencia misma, no sólo sería más expedita la búsqueda de los mecanismos adecuados de la economía, sino que el espacio de la pluralidad y el disenso se ampliaría significativamente.
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Notas:
[1] En 1973 alcanzó a 30 centavos la libra, el precio más alto que ha logrado en el mercado mundial. Reporte del Banco Nacional de Cuba, La Habana, febrero de 1985.
[2] En 1980 el déficit comercial rebasó los 600 millones de pesos, y de 1985 a 1989 nunca bajó de los 2 000 millones. Comité Estatal de Estadísticas: Anuario Estadístico de Cuba 1989, La Habana, 1991.
[3] Organización Internacional del Azúcar: Sugar Year Book, Londres. Hoy más de dos terceras partes del azúcar que se comercia en el mundo cuenta con precios subsidiados. Ningún exportador está en condiciones de sostenerse a partir de los precios del mercado mundial; o bien lo hace al amparo de los subsidios de Estados Unidos, o de la CEE a través del Convenio de Lomé, o en último caso mediante acuerdos bilaterales.
[4] The Economist Intelligence Unit: Cuba: Country Profile, Londres, 1986–1991.
[5] El Producto Social Global (PSG) per cápita se elevó de 1512 pesos a 2679 pesos de 1975–1985. En los cuatro años siguientes no logró recuperar este nivel, debido principalmente a los efectos del cierre del mercado financiero occidental. Cfr. Comité Estatal de Estadísticas: Anuario Estadístico de Cuba 1989, La Habana, 1991.
[6] De ningún modo pretendo reducir el derrumbe soviético a los móviles económicos, que fueron los que desencadenaron, no obstante, el proyecto reformador. Es evidente que, en el proceso de transformaciones institucionales, pasa rápidamente a primer plano la incidencia de la crisis del sistema político: crisis de autoridad, crisis de las instituciones y crisis de los paradigmas. Esta crisis había sido largamente incubada en la sociedad soviética, y dio lugar igualmente a que las reformas económicas se desvirtuaran del proyecto inicial. Retornaremos a este fenómeno en el curso del texto.
[7] La llamada «Cuban Democracy Act», presentada al Congreso el 5 de febrero de 1992 por Robert Torricelli, busca reforzar el bloqueo mediante: 1) la prohibición de comerciar con Cuba a subsidiarias de empresas norteamericanas en el extranjero; 2) la interdicción durante seis meses a los mercantes que efectúen operaciones en puertos cubanos, para el atraque en puertos de los Estados Unidos; 3) negativas a reducciones de impuestos sobre gastos que se originen en negocios vinculados al comercio cubano; 4) cortes en ayudas, preferencias y acuerdos comerciales a países que provean suministros a Cuba; 5) limitaciones en remesas de ciudadanos estadounidenses a Cuba por concepto de viajes. Cubainfo-Newsletter, vol. 4, no. 2, Johns Hopkins University, 18 de febrero de 1992. El 24 de abril de 1992 el presidente George Bush, sin esperar por la aprobación del Congreso, instruyó al Departamento del Tesoro la aplicación de aquellas medidas de la misma que no interfieren en las relaciones con los aliados de Estados Unidos, que fue el motivo de que no sancionara la legislación de Connie Mack, aprobada por el Congreso en 1991.
[8] El discurso de Gorbachov en la Asamblea Nacional de Cuba el 4 de abril de 1989 es indicativo de esta percepción. En la misma sesión, al señalar Fidel Castro el respeto expresado por Gorbachov hacia las posiciones cubanas, dijo que era «algo verdaderamente extraordinario en la historia del movimiento comunista y socialista internacional». Pero a mediados del año siguiente la complicación del panorama económico y político había modificado la esperanza en la asociación. Ver al respecto el discurso de Fidel Castro del 28 de septiembre de 1990. La entrevista al ministro cubano de Comercio Exterior, Ricardo Cabrisas, publicada el 21 de enero de 1991, ofrece una imagen precisa de la descomposición que comienza a producirse en la concertación económica con la Unión Soviética. Granma, La Habana, 21 de enero de 1991.
[9] Me abstengo de reflexiones más detalladas por no ser mi intención aquí tratar la transición de las antiguas repúblicas soviéticas al capitalismo sino en la medida en que me obligue a ello el análisis de la realidad cubana.
[10] Fidel Castro comenzó a usar este argumento desde el 3 de noviembre de 1991 en la inauguración de la IX Feria Internacional de la Habana.
[11] Fidel Castro, con motivo del XXXII aniversario del desembarco del yate Granma, «tenemos que defender al socialismo ahora que hay dificultades internacionales y hay también dificultades nacionales. Unas son derivadas de nuestros propios errores y otras son derivadas de coyunturas que están más allá de nuestras posibilidades». Granma, La Habana, 5 de diciembre de 1988.
[12] Investigaciones en curso del Centro de Estudios de la Economía Cubana muestran que las importaciones totales descendieron en un 70 % de 1989 a 1992. El suministro de petróleo, que disminuyó en el mismo período de 13,3 a 8,6 millones de ton, se calcula puede detenerse en 6 millones en 1992. El comportamiento de los suministros en 1991 es difícil que pueda agravarse más. El decrecimiento de la economía en el año 1991, aunque no ha sido divulgado, se sabe alcanzó un nivel récord que se estima cercano al 24 %. Entre 1989 y 1992 la del PSG se calcula en más del 35 %.
[13] Cary Torres Vila: Las exportaciones de azúcar cubano ante la nueva realidad de los mercados soviéticos, Amsterdan Internacional Studies, Departamento de Relaciones Internacionales de Derecho Internacional Público, Universidad de Amsterdan, febrero de 1992. La autora avizora diversos escenarios, todos de reducción de la demanda, desde las antiguas repúblicas soviéticas, y estima que en un período entre uno y tres años Cuba contaría con un mercado de 1,8 a 2,0 millones de toneladas en el área. A pesar del tono derrotista de las conclusiones de Torres Vila, sus valoraciones del futuro de los mercados soviéticos para el azúcar cubano merecen atención.
[14] Eludo los términos de «autoritarismo» y «totalitarismo» por la connotación peyorativa que les ha dado la crítica antisocialista.
[15] Franz Hinkelammert: «¿Capitalismo sin alternativas? Sobre la sociedad que sostiene que no hay alternativas para ella», en Pasos, no. 37, Editorial del Departamento Ecuménico de Investigación, San José de Costa Rica, septiembre-octubre de 1991.
[16] En «El largo plazo en materia de transición. Reflexiones sobre los cambios de las sociedades socialistas de Europa y del Tercer Mundo» (en Cuadernos de Sociología, no. 19, Managua, enero-agosto de 1991) François Houtart se refiere a la importancia de la constitución de las bases materiales para la reproducción de la sociedad: «No se puede a largo plazo reproducir las relaciones sociales sobre una base voluntaria, aun si el consenso es necesario […] Siempre que la relación capital-trabajo puede reproducirse sobre su propia base material, no está en peligro […]».
[17] «Entrevista a Maurice en Godelier», en Cahiers Marxistas, no. 4, París, 1991.
[18] Franz Hinkelammer: ob. cit.
[19] «Cualquier sociedad que sostenga que no hay alternativa para ella, demuestra que ella no es ninguna alternativa». Franz Hinkelammert, ob. cit.
[20] «[…] rectificación […] no puede implicar cambios abruptos. Significa buscar soluciones nuevas a problemas viejos […] hacer un uso más correcto del sistema y de los mecanismos con que contamos ahora». Fidel Castro, en el XX aniversario de la caída del Che (8 de octubre de 1987).
[21] Miguel Figueras: «Cuba en los 80. Retos económicos para los 90», ponencia presentada al XVI Congreso de la Asociación de Estudios del Caribe, La Habana, mayo de 1991.
[22] En una reflexión muy balanceada sobre los retos presentes del socialismo cubano, Luis Stolovich, a partir de una consideración crítica — tal vez demasiado parcial — de la estatización, identifica seis rasgos del «socialismo real» adoptados por el socialismo cubano, a los que atribuye el peso de la ineficiencia interna. Luis Stolovich: «Cuba: la revolución angustiada», en Punto Final, Santiago de Chile, 6–9 de enero de 1992.
[23] «Resolución sobre el desarrollo económico del país», IV Congreso del
PCC, 10–14 de octubre de 1991, en Este es el Congreso más democrático (recopilación), Editora Política, La Habana, 1991.
[24] Ibídem.
[25] Ibídem.
[26] Las tres restricciones de orden interno que aquejan hoy a la economía cubana, según José Luis Rodríguez, son: 1) la limitación de recursos, 2) el desbalance financiero interno y las presiones inflacionarias, 3) la baja eficiencia relativa de la gestión económica. J.L. Rodríguez: «Cuba ante el desafío de la economía internacional», en Boletín de Información sobre la Economía cubana, nos. 1 y 2, CIEM, La Habana, 1992.
[27] «Sin economía sólida todas las aspiraciones políticas y sociales se convierten en sueño utópico», subraya Carlos Rafael Rodríguez al abordar el desafío cubano actual. Conferencia inaugural del XVIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, La Habana, 31 de mayo de 1991.
[28] Señala el autor: «Valores de convivencia no puede surgir en nombre de la eficiencia. Pero el desconocimiento de estos valores es el punto de partida de asegurar la eficiencia reproductiva» que sea capaz de «canalizar y limitar bajo este punto de vista el sistema compulsivo del mercado». Franz Hinkelammert, ob. cit.
[29] Eric Hobsbawn, en «Crisis de las ideologías: liberalismo y socialismo», conferencia magistral opuesta en el Coloquio de Invierno organizado por la UNAM, México, febrero de 1992, estima que «el debate entre liberales y socialistas hoy no es sobre el mercado incontrolado contra el Estado que todo lo controla […] ambos modos de ver el mundo (con la excepción de los neoliberales teológicos) aceptan una economía mixta en principio. Muchos socialistas se preguntan dónde queda la línea que deslinda la economía mixta no socialista de las socialistas, dónde debe marcarse y qué distingue a los que se encuentran en una u otra posición», en Memoria, no. 41, México D.F., abril de 1992.
[30] Y habría que decir que también de dos ideologías, tema que difiero para un trabajo posterior.
[31] En la introducción al debate del proyecto de Resolución sobre el desarrollo económico del país en el IV Congreso del PCC, Carlos Lage lo caracteriza como «un esfuerzo que no comienza con el Congreso ni termina en el congreso». Reconoce que «nuestra economía tiene que sufrir un cambio radical» y que la «situación es tan difícil y compleja» que requerirá «analizar permanentemente lo que ahora aprobemos y aplicar los cambios que la vida imponga».
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