Cuarta entrega de la serie Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein
Por Rodolfo Crespo
La Tizza agradece el envío de este trabajo a su autor, Rodolfo Crespo. Una versión del mismo fue publicada en el sitio Rebelión.
Al compañero cubano Roberto Regalado, con quien nos hemos equivocado, de quien hemos aprendido, al que profundamente admiramos y el que hoy es uno de nuestros referentes en el estudio de la izquierda y el capitalismo contemporáneo.
«no procede aplicar el concepto período histórico de construcción del socialismo a Cuba, ni a China, Vietnam y/o Corea del Norte, sea individual o colectivamente, porque ni antes, ni mucho menos después de la debacle de 1989‑1991, este ha sido un concepto referido o aplicable a un país o a un grupo de países, sino un concepto de tránsito de la humanidad de la sociedad capitalista a la sociedad comunista, tránsito que no se produjo, no se está produciendo, ni se avizora en el horizonte».[1]
Roberto Regalado
«Frente a la decadencia del sistema social histórico en que vivimos no existe una fuerza social alternativa bien definida y que preconice una elección sabia».[2]
Immanuel Wallerstein
Basta con mencionar algunos escritos de Immanuel Wallerstein — tal vez, cronológicamente, los primeros en un teórico de izquierda — negando la existencia de un sistema socialista mundial para demostrar su aporte, en el sentido que el (mal) llamado sistema socialista mundial no existió como tal, y que el fenómeno vertebrado alrededor de la Unión Soviética fue, como se dijo en otro lugar, más bien una «semiretirada mercantilista»[3] parcial de una región semiperiférica respecto de la única división del trabajo existente (la capitalista) y, por ende, único sistema social imperante. Un hecho nada novedoso en la historia del sistema capitalista, una táctica utilizada por aquellos que «pudieron» y no por los que «quisieron» protegerse de las consecuencias nefastas del accionar de la ley del valor mundializada, que relegaba a la mayoría de los actores participantes hacia la periferia del sistema-mundo capitalista como transferentes de valor hacia las zonas centrales.
Pero la «perspectiva de sistemas-mudo» de Wallerstein brinda la herramienta metodológica que permite descubrir la existencia o no de un sistema social histórico o, si por el contrario, es una «arena exterior» al mismo y ese instrumento es la constatación empírica de si ese conjunto de países que conformaron el llamado sistema socialista mundial se dotaron o no de una división del trabajo propia, y la determinación de si los contactos y los vínculos comerciales con lo que para ellos era el capitalismo fueron intercambios, como lo que Wallerstein consideraba de «objetos de lujo» o si, por el contrario, representaban verdaderas importaciones.[4]
En relación a las interrogantes anteriores hay que decir que,
en ningún caso, el nombrado sistema socialista mundial instauró en la gran zona geográfica dentro de la cual existió — en su momento de máximo esplendor, una tercera parte del globo terráqueo — un intercambio significativo de bienes básicos o esenciales al que, en rigor, se le pueda considerar como una división del trabajo específica, autónoma e independiente, elemento que constituye «el indicador más importante para definir los contornos en los cuales existe y se desarrolla un determinado sistema social histórico».[5]
Sobre la base de lo anterior en el primer tomo que inaugura su obra El Moderno Sistema Mundial, en el año 1974, casi «fuera» del libro, en un agregado al final titulado Repaso Teórico, planteó por primera vez su tesis: no podía hablarse de — porque no había y, por ello, no existía — una economía socialista mundial,
…aunque no se haya discutido en este volumen…observaremos con gran reserva y prudencia en futuros volúmenes la afirmación de que existen en el siglo XX economías nacionales socialistas en el marco de la economía-mundo (por oposición a movimientos socialistas que controlan ciertos aparatos de Estado en el seno de la economía-mundo).[6]
Ocho años después, en 1982, en una serie de conferencias que impartió en Hawái y que se recogen en los tres primeros capítulos de su libro El Capitalismo Histórico, sin ambages de ningún tipo, en lo que constituye todo un atrevimiento intelectual por el año, momento y época en que fue expresado — el socialismo era considerado por muchos el factor decisivo del desarrollo social — planteó:
Uno de los puntos fuertes de los movimientos antisistémicos es que han llegado al poder en un gran número de Estados. Esto ha cambiado la política vigente en el sistema mundial. Pero este punto fuerte ha sido también su punto débil, dado que los llamados regímenes posrevolucionarios continúan funcionando como parte de la división social del trabajo del capitalismo histórico. Por tanto, han actuado, queriendo o sin querer, bajo las implacables presiones de la tendencia a la acumulación incesante de capital. La consecuencia política a nivel interno ha sido la continuada explotación de los trabajadores, aunque de una forma reducida y mejorada en muchos casos. Esto ha llevado a tensiones internas paralelas a las existentes en Estados que no eran ‘posrevolucionarios’, y esto a su vez ha provocado la aparición de nuevos movimientos antisistémicos dentro de estos Estados. La lucha por los beneficios ha proseguido tanto en estos Estados posrevolucionarios como en todas partes, porque, dentro del marco de la economía-mundo capitalista, los imperativos de la acumulación han operado a lo largo del sistema. Los cambios en las estructuras estatales han alterado la política de la acumulación, pero todavía no han sido capaces de terminar con ella.[7]
En entrevista del profesor mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas en 1999, Immanuel Wallerstein recuerda las consecuencias que tuvo aquella tesis suya que rompía con un mito aceptado y propalado por todo el mundo en aquel entonces, cuando afirmaba: «la tesis nuestra que más reacciones en contra provocó por parte de la izquierda mundial, y que fue la idea que sostuvimos desde los años setenta, fue que la Unión Soviética había sido parte de la economía-mundo capitalista, de manera integral y absoluta, durante toda su existencia».[8]
Pero Wallerstein no solo refutó desde el punto de vista teórico la existencia del llamado sistema socialista mundial, también llevó a cabo esa tarea desde el punto de vista histórico y geopolítico — consciente que le podrían acusar «de ser el último profeta cínico de la realpolitik de Lenin: ‘El comunismo es igual a los soviets más electricidad’)» — , llegando a conclusiones por lo menos interesantes.
El primer importante
punto de inflexión fue el Congreso de los Pueblos del Este en Bakú en 1921. Enfrentados a la realidad de que la tan esperada revolución alemana no se iba a producir, los bolcheviques se orientaron hacia adentro y hacia el este. Hacia adentro proclamando una nueva doctrina, la de la construcción del socialismo en un solo país, y hacia el este en la medida en que el congreso de Bakú desplazó el énfasis mundo-sistémico bolchevique de la revolución del proletariado en los países altamente industrializados hacia la lucha antimperialista en los países coloniales y semicoloniales del mundo. Ambos parecían sensatos y pragmáticos, y ambos tuvieron enormes consecuencias para la domesticación del leninismo como ideología revolucionaria mundial.
El siguiente viraje, llegó al año siguiente, en 1922, en Rapallo.
A partir de aquel momento la URSS buscó una integración plena en el sistema interestatal. Se incorporó a la Sociedad de Naciones en 1933 (y lo habría hecho antes si se lo hubieran permitido); se alió con Occidente en la Segunda Guerra Mundial; fue cofundadora de las Naciones Unidas, y en el mundo posterior a 1945 nunca dejó de buscar el reconocimiento de todos (y en primer lugar de EE.UU.) como una de las dos ‘grandes potencias’ mundiales. Esos esfuerzos eran difíciles de explicar en términos de la ideología marxista-leninista, pero perfectamente comprensibles como políticas de una gran potencia militar que actuaba en el marco del sistema-mundo existente.
… el siguiente punto de inflexión fue la frecuentemente olvidada pero ideológicamente significativa disolución de la Comintern en 1943. Disolver la Comintern supuso ante todo reconocer formalmente lo que venía siendo una realidad desde hacía tiempo, el abandono del proyecto original bolchevique de las revoluciones proletarias en los países más ‘avanzados’. Esto parece obvio. Menos obvio es que representaba también el abandono de los objetivos de Bakú, por lo menos en su forma original. Bakú ensalzaba los méritos de los movimientos antimperialistas de liberación nacional en el ‘Este’, pero en 1943 los dirigentes de la URSS ya no estaban realmente interesados en revoluciones en ninguna parte, a menos que fuesen controladas por ellos.[9]
Para el lector más político todas estas acciones emprendidas por la URSS le parecerían pragmáticas, ante lo cual no hay objeción que hacer, las opciones que brindaba la historia no daban lugar a muchas elecciones, pero la cuestión que tratamos es teórica y lo que se aprecia en todas estas acciones es, no solo que la Unión Soviética no representaba otro sistema alternativo al capitalismo, sino que sus actividades iban encaminadas a integrarse plenamente como un miembro más del sistema interestatal del capitalismo mundial.
La mejor demostración empírica de que el sistema socialista mundial fue un mito es la que aporta la geopolítica de la «guerra fría»: el papel desempeñado por la Unión Soviética en ella, y las relaciones casi cordiales que estableció con EE.UU. durante esos años, hasta que sucumbió.
Porque lo que realmente ocurrió en el ámbito de la geopolítica fue que en 1917 (y hasta 1945) el principal antagonista geopolítico de Estados Unidos siguió siendo Alemania, y en 1917 (y hasta 1945) Estados Unidos precisó el apoyo del ejército ruso para ganar su ‘guerra de los Treinta Años’. De ahí el dilema de Estados Unidos: cómo dirigir la guerra fría con la URSS (iniciada en 1917, y no en 1945, como nos recuerda André Fontaine) al tiempo que simultáneamente libraba una guerra real con Alemania (o se preparaba para librarla). Y de ahí el dilema soviético complementario: cómo continuar aplicando el leninismo ‘revolucionario’ al tiempo que se defendía del peligro más inmediato que suponía la expansión militar alemana. La URSS necesitaba a Estados Unidos tanto como Estados Unidos necesitaba la URSS por razones militares. Por otra parte, además, la URSS tenía a Estados Unidos como modelo tecnológico, aunque no como modelo de organización económica. (De ahí el lema de Lenin: ‘El comunismo es igual a los soviets más electricidad’).[10]
Antes de continuar, instamos a los lectores a tener lo que Wallerstein nos pide: «un poco de sangre fría y algo de realpolitik en nuestra apreciación de lo que en realidad sucedió».
En retrospectiva, parece ser claro que la Guerra Fría fue un ejercicio muy controlado, cuidadosamente construido y monitoreado, que nunca se salió de control y que nunca llevó a la guerra mundial que todos temían. Yo lo he llamado ‘un minueto’. Incluso, en retrospectiva, no pasaron muchas cosas, en el sentido que las líneas de demarcación en 1989 eran prácticamente las mismas que en 1945 y que al final no hubo ni una agresión soviética sobre Europa occidental ni una acometida por la parte estadounidense en la Europa del Este. Es más, hubo muchos puntos en los que cada lado exhibió un autocontrol por encima del mandato de la retórica. Podemos decir que nada de esto fue intencionado, sino tan sólo fue el resultado de un estancamiento, y hasta cierto punto podrá ser cierto. Con todo, los estancamientos se ven favorecidos por las lasitudes que resultan de las intenciones tácticas.
Tal escenario histórico demanda cautela al evaluar los motivos y las prioridades de cada bando. Observemos dos palabras clave: Yalta y la contención. En forma muy ostensible, Yalta estableció las fronteras del acuartelamiento de las tropas en la prospectiva de la posguerra y, por lo tanto, de la influencia geopolítica, así como las modalidades de la formación de gobiernos en los países liberados. La contención fue una doctrina que George Kennan inventó algunos años después. Kennan, hablando a título personal, aunque de manera indirecta en nombre del establishment estadounidense, abogaba por eso precisamente: una contención por parte de Estados Unidos y de la Unión Soviética; no una contención en lugar de debilidad, sino una contención en lugar de acometida, una Guerra Fría que no sería ni debería llegar a ser una Guerra Caliente. John Foster Dulles, antes de volverse secretario de Estado con Eisenhower en 1953, había abogado en favor de la acometida, en contra de la idea de Kennan. Pero de hecho, una vez en el poder, Dulles practicó la contención –muy probablemente en 1956 con relación a la Revolución húngara– y la embestida fue relegada al discurso de los políticos marginales.
Lo que Yalta y la contención lograron –¿quién llegará a saber los motivos internos de todos los actores?– es bastante claro. La Unión Soviética tuvo una zona bajo su control absoluto –la mayor parte de lo que llamamos Europa del Este y Europa central–. Estados Unidos se quedó con el resto del mundo. Estados Unidos nunca interfirió en la zona soviética –salvo por medio de la propaganda–. Por otra parte, la Unión Soviética nunca interfirió realmente en ninguna zona en el exterior de su esfera con algo más que propaganda política y algo de dinero, con la sola excepción seria de Afganistán: un gran error, como luego habrían de aprender.[11]
La otra cara de los acuerdos de Yalta fue el Plan Marshall. Fue lanzado por Estados Unidos porque este necesitaba crear una demanda efectiva a nivel mundial para su enorme producción (el 40 % del PIB mundial); lo ofreció a «todos» los aliados, sin embargo, Estados Unidos no tenía cantidades ilimitadas de dinero para hacer tal cosa de ahí que, en la distribución de sus recursos, le diera prioridad a Europa occidental, tanto por motivos económicos como por motivos políticos. De ahí que Wallerstein se pregunta «¿De veras quería Estados Unidos que lo aceptara la Unión Soviética?», y él mismo responde «lo dudo mucho y en esa época recuerdo haber escuchado admitir tal cosa al vocero de turno del departamento de Estado».
En cualquier caso, la Unión Soviética declinó ser parte de la proposición y se aseguró de que ninguno de los países de su zona respondiera de manera favorable. Esto comportó una bonanza para Estados Unidos por dos motivos. Si la Unión Soviética se hubiera metido al plan, éste se habría vuelto sumamente caro, además de que el Congreso estadounidense nunca habría dado su voto a favor.
… la Unión Soviética quedó en libertad para establecer un bloque mercantil dentro de la economía-mundo, pero en su reconstrucción no recibió ningún tipo de asistencia económica. Cero interferencias, pero nada de ayuda. La única vez que estos acuerdos parecieron amenazados fue en el momento del bloqueo de Berlín. Pero el resultado neto del bloqueo fue el de una tregua en el mismo punto en que dio comienzo, dándole a Estados Unidos la excusa para lanzar la OTAN, y a la Unión Soviética para crear el Pacto de Varsovia. También le dio a cada bando el pretexto para gastar más en su ejército, lo que a corto plazo –si no es en el largo– fue beneficioso en términos económicos.
Asia, quedó un tanto fuera de estos acuerdos [Yalta]. Y los comunistas chinos no tenían ninguna intención de que los dejaran fuera. De ahí que marcharan hacia Shanghai, en contra de los deseos de Stalin. En Estados Unidos la derecha dijo que Estados Unidos perdió China, aunque en realidad fue la Unión Soviética la que perdió a China, y a la larga eso resultó mucho más relevante. Luego vino la guerra de Corea. Cualquiera que sea la verdadera historia de quién y cuándo inició qué, parece estar claro, de nuevo en retrospectiva, que ni Estados Unidos ni la Unión Soviética querían empezar esa guerra. Y después de un prolongado y cruento involucramiento, en el que Estados Unidos perdió vidas pero no así la Unión Soviética, la guerra terminó con una tregua más o menos en el punto de partida, un resultado muy similar al del bloqueo de Berlín. Pero una vez más, esta guerra ofreció el pretexto que hacía falta para que Estados Unidos reforzara muy generosamente la economía japonesa y para firmar un pacto de defensa. De manera que Asia del este, desde el punto de vista estadounidense-soviético, estaba dentro de los acuerdos de Yalta. Y tras el enredo Quemoy-Matsu en 1955, también China lo aceptó de facto.
El siglo estadounidense fue una realidad geopolítica, pero una realidad geopolítica en la que la otra llamada superpotencia, la Unión Soviética, tuvo un papel, una voz, pero no el poder real para hacer otra cosa más que pavonearse dentro de su jaula; y así, en 1989, la jaula explotó hacia dentro.[12]
La eficacia del papel «estabilizador» que tuvo la guerra fría para el capitalismo mundial y el papel que desempeñó la URSS en ella «controlando» con su influencia y acciones a las «clases peligrosas» en una tercera parte del mundo lo reveló en 2014, en tono añorante, uno de los portavoces de los dueños del sistema-mundo moderno, el Secretario de Estado norteamericano John Kerry, precisamente comentando el atascadero geopolítico en que se había convertido la situación en Ucrania, donde ocho años después ha estallado una guerra de imprevisibles consecuencias: «Tal vez no era muy evidente para los grandes dirigentes de la época, pero durante la guerra fría era más fácil que hoy, digamos que era más simple».[13]
Prueba de que el «enfrentamiento» Estados Unidos-Unión Soviética fue bastante «teatral» y que mantenían un conflicto sumamente estructurado, cuidadosamente contenido, formal (pero no sustancial), que parecía más una colusión que un enfrentamiento entre dos sistemas distintos y antagónicos es esta confesión que Raúl Castro realizó al capitalista mexicano dueño del periódico El Sol, Mario Vázquez Raña en 1993, cuando después de haber desaparecido la URSS ya no tenía sentido guardar el secreto que, según los ingenuos cálculos del general cubano, de haberse revelado antes podría haber comprometido la seguridad cubana ante una invasión de EE.UU:
A principios de la década de los ochenta visité la URSS y sostuve una entrevista oficial con el Presidente del Soviet Supremo y Secretario General del PCUS, en que participaron el Ministro de Defensa y el Secretario del Comité Central para las Relaciones Exteriores. Acudí en solitario, a solicitud de ellos. El traductor era soviético.
Ante la agresividad de la administración Reagan hacia Cuba desde sus primeras semanas de gobierno, el objetivo de nuestra visita a Moscú era plantearle a la dirección soviética la opinión de la nuestra, acerca de la urgencia de desarrollar acciones políticas y diplomáticas extraordinarias que lograran el propósito de frenar las renovadas intenciones yankis de golpear militarmente a Cuba.
Ello; sugerimos nosotros, podría consistir en un planteamiento oficial soviético a Estados Unidos de que ‘una agresión a Cuba no sería tolerada por la URSS’ y exigir a Washington el estricto cumplimiento del compromiso de no atacar a Cuba, adoptado cuando la Crisis de Octubre de 1962. Todo esto podría ser calzado con gestos que mostraran el mayor estrechamiento de los lazos políticos y militares entre Cuba y la URSS.
…la respuesta del máximo dirigente soviético fue tajante: en caso de agresión norteamericana a Cuba ‘nosotros no podemos combatir en Cuba’ — afirmó textualmente — porque ustedes están a 11 000 kilómetros de nosotros y agregó: ‘¿vamos a ir allá para que nos partan la cara?’.
La parte soviética nos hizo saber que no estaba en disposición de plantearle a Estados Unidos ningún tipo de advertencia con relación a Cuba, ni siquiera recordar a Washington el compromiso de Kennedy de octubre de 1962, el cual siempre era puesto en duda por cada nueva administración yanqui.[14]
En unas conferencias impartidas en la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, en 1997, cuya versión revisada se pueden leer en Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, quizá de la manera más diáfana que lo haya dicho nunca, Wallerstein afirmó que, con la desaparición de los comunismos, ni habían «fracasado los sueños» ni se había «perdido el paraíso» de aquellos que aspiraban a la transformación del sistema-mundo capitalista ya que
Los Estados que figuran dentro de este sistema son instituciones del mismo, así que cualquiera que sea su forma particular, responden de alguna manera a la premisa de su impulso capitalista (…) el hecho básico fue que todos estos regímenes han sido piezas de la maquinaria del moderno sistema mundial, es decir, de la economía-mundo.
Y continuaba:
Puedo oír las objeciones. Las he oído muchas veces. ¿Cómo afirmar que los antiguos estados socialistas (o los que siguen estando regidos por partidos marxistas-leninistas) eran (o son) capitalistas? ¿Cómo asegurar que los estados que están aún bajo el régimen de jerarquías tradicionales son capitalistas? Yo no afirmo nada porque no creo que los estados puedan tener esas atribuciones. Lo que sí aseguro es que estos estados se localizan dentro de un sistema mundial que opera con una lógica capitalista, y que si las estructuras políticas, o las empresas, o las burocracias del Estado intentan tomar decisiones en términos de alguna otra lógica (y desde luego que lo hacen con frecuencia), tendrán que pagar un precio muy alto. El resultado será que cambiarán su modo de operar o bien perderán poder o capacidad para afectar al sistema. Me atrevo a sugerir que la lección más clara que podemos aprender de la llamada caída de los comunismos –aunque yo no acepto que lo sea sólo porque los partidos comunistas ya no están en el poder– es que la supremacía de la ley de los valores ha operado de manera eficaz en estas áreas. Creo que ya operaban sobre esta base desde hace mucho tiempo.
La refutación constante que oímos en contra de esa descripción de los llamados regímenes socialistas es que quizá sea cierta, pero no tenía que serlo. Esta es la apreciación que afirma que estos regímenes eran impuros, inadecuadamente socialistas, hasta traidores al sueño. Tampoco acepto esta afirmación. La mayor parte de los revolucionarios tratan ciertamente de ser revolucionarios al principio de sus esfuerzos como tales. Muchos de los regímenes revolucionarios realmente tratan de cambiar el mundo. No traicionan sus ideales. Descubren que, como individuos y como regímenes, las estructuras del sistema mundial los restringen a comportarse en cierta forma y dentro de determinados parámetros o de lo contrario, pierden toda capacidad de ser actores importantes en ese sistema mundial. Y así, tarde o temprano, doblegan sus intenciones a la realidad.[15]
Antes de finalizar queremos dejar constancia de que en la década de 1980, la escuela anticapitalista «crítica del valor», a través de su fundador, el repartidor de periódico nocturno en la ciudad alemana de Nuremberg, Robert Kurz, consideraba a las formaciones del socialismo real como «un régimen modernizador protocapitalista en una sociedad burguesa atrasada», llegando a las mismas conclusiones que Immanuel Wallerstein en la perspectiva de sistemas-mundo, pero apoyado en la sólida «teoría del valor» de Marx.
El movimiento moderno de los trabajadores tanto como su marxismo con su correspondiente reflejo teórico, entra en esta constelación del sistema de producción de mercancías en su inmenso crecimiento, y eventualmente también la génesis de la versión real-socialista de la sociedad moderna del trabajo, cuyo colapso acontece frente a nuestros ojos. Atrapado en el horizonte histórico del ascenso del trabajo abstracto, no pudo superar su carácter autotélico, ni material ni idealmente.
El ‘mercado planificado’ del Este, ya desde su denominación, no dejó de lado las categorías del mercado. En consecuencia, en el socialismo real aparecieron también todas las categorías fundamentales del capital: salario, valor y lucro (la ganancia en la administración de empresas). El principio básico del trabajo abstracto no solo apareció, sino que ascendió al máximo.
¿En qué consistía la diferencia sistémica que ahora comienza a disolverse? El socialismo real nunca podría abolir la sociedad capitalista moderna. También pertenece al sistema de producción de mercancías burgués y no disuelve esta forma histórica de socialización en otra, sino que representa otro nivel de desarrollo dentro de la misma formación epocal. Lo que prometía una sociedad posburguesa del futuro terminó siendo un régimen transitorio preburgués y estancado, en camino hacia la modernidad; un fósil prehistórico del pasado heroico del capital.[16]
En 2016, en el prólogo a la primera edición en idioma castellano del excelso y magnífico libro de Robert Kurz El colapso de la modernización, su fiel discípulo, Anselm Jappe, llegó a afirmar, casi copiando al Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba, para los ilusos que aún quedan que «De los análisis de Marx podemos concluir que una ‘revolución de los trabajadores contra el capitalismo’ es una imposibilidad lógica; solo puede existir una revolución contra el sometimiento de la sociedad y de los individuos a la lógica de la valorización y el trabajo abstracto».[17]
En 1992 uno de los más lúcidos seguidores de la perspectiva de sistemas-mundo, el profesor y académico español José María Tortosa Blasco, traductor al idioma castellano del libro de Wallerstein El futuro de la civilización capitalista, y autor de su epílogo, en su libro Sociología del sistema mundial, también enfatiza en la postura de Wallerstein al subrayar que:
1) Las partes del sistema favorecen la supervivencia del sistema total. Los países ‘socialistas’ son, efectivamente, diferentes de los ‘capitalistas’ (liberales), pero esa diferencia no es otra que su adaptación al sistema y su colaboración en su supervivencia. ‘Un Estado que posee colectivamente todos los medios de producción es meramente una empresa capitalista colectiva mientras siga participando — como tales Estados, de hecho, están obligados a seguir haciéndolo — en el mercado del world-system capitalista’.
2) El sistema es contradictorio y, por tanto, en su funcionamiento ‘normal’ produce y reproduce fuerzas antisistémicas. Los países ‘socialistas’ pueden ser tales, pero hay que reconocer que es imposible alcanzar el socialismo a escala nacional. Lo máximo que pueden ser es sociedades que muestren valores que serán los dominantes en el futuro ya que ‘vivimos en los primeros estadios de la transición del capitalismo al socialismo’. Pero nada más.
3) El world-system está formado por fuerzas que constantemente lo reproducen y, al mismo tiempo, por fuerzas que dificultan su preservación. Ambas fuerzas no son eternas: lo que hoy reproduce, mañana puede ser estéril; lo que hoy se opone, mañana puede ser sustituido por algo distinto.[18]
Y el profesor mexicano, Carlos Antonio Aguirre Rojas, tal vez el que más ha abordado a Wallerstein en idioma castellano, también dejó clara su postura acerca de este aporte de Wallerstein, en el extenso preámbulo a la entrevista que le realizara al profesor estadounidense en 1999:
Y si todo fenómeno, proceso, sector social, país o área incluido en esta historia del sistema-mundo de los últimos cinco siglos es siempre y en todo lugar una realidad capitalista, entonces tampoco ha habido nunca ‘socialismo en un solo país’, o zonas o bloques ‘socialistas’, o socialismo en la URSS, China, Cuba, Vietnam, Corea o Europa Oriental, sino solamente movimientos antisistémicos triunfantes que, más tarde o más temprano, y a pesar de su heroísmo y de la radicalidad de sus intenciones o de sus proyectos originales, han terminado siempre reintegrándose a esa dinámica abarcativa omnipresente del sistema-mundo capitalista del que forman parte.[19]
Y hay un autor que no queremos dejar de mencionar, es el compañero cubano Roberto Regalado, quien recientemente dedicó, en el sitio anticapitalista cubano La Tizza, un artículo en el que aborda la cuestión, tema central de esta entrega. La importancia de lo dicho por el compañero Regalado estriba en el hecho de que, de todos, es el único que proviene de un país referente socialista para muchos, uno de los pocos que sobrevivió a la debacle que se produjo en ese conglomerado de países entre 1989–1991, además de representar a Cuba durante años ante el Foro de Sao Paulo, que agrupa a toda la heterogeneidad de la izquierda latinoamericana. Por tanto, una voz autorizada, tanto por estar vinculado a un gobierno de aquel considerado sistema socialista, como por haber estado ligado al núcleo teórico de esa izquierda de la que se esperaba (y se espera) la transformación y superación del capitalismo. En dicho artículo Regalado también coincidía con Wallerstein
no procede aplicar el concepto período histórico de construcción del socialismo a Cuba, ni a China, Vietnam y/o Corea del Norte, sea individual o colectivamente, porque ni antes, ni mucho menos después de la debacle de 1989‑1991, este ha sido un concepto referido o aplicable a un país o a un grupo de países, sino un concepto de tránsito de la humanidad de la sociedad capitalista a la sociedad comunista, tránsito que no se produjo, no se está produciendo, ni se avizora en el horizonte.[20]
Varios han sido los factores que han llevado a identificar el grupo de países vertebrado alrededor de la Unión Soviética y más tarde de China, como parte de un nuevo sistema social histórico, pero, tal vez, el más recurrido de todos haya sido la nacionalización (y/o estatización) de la propiedad privada de, al menos, los medios de producción fundamentales que se dio como regla en todos ellos. Wallerstein refuta esa tesis de la siguiente manera,
… el hecho de que en esos países se hayan nacionalizado todas las empresas no significa que la participación de éstas en la economía-mundo no se adecue al funcionamiento del sistema mercantil capitalista: tratar de aumentar la eficiencia en la producción a fin de obtener un precio máximo en las ventas, consiguiendo así una distribución más favorable del excedente de la economía-mundo. Si algún día U. S. Steel se convirtiera en una cooperativa obrera en la que todos sus empleados sin excepción recibieran una participación idéntica en los beneficios y todos los accionistas fueran expropiados sin compensación, ¿dejaría por eso de ser una empresa capitalista funcionando en una economía-mundo capitalista?
¿Cuáles han sido entonces las consecuencias para el sistema-mundo del surgimiento de muchos Estados que han acabado con la propiedad privada de los medios básicos de producción? En cierta medida, esto ha significado una relocalización interna del consumo. Ha socavado la justificación ideológica del capitalismo mundial, al mostrar la vulnerabilidad política de los empresarios capitalistas y al demostrar que la propiedad privada no es condición necesaria para el rápido aumento de la productividad industrial. Pero en la medida en que ha elevado la capacidad de nuevas áreas semiperiféricas de disfrutar de una participación más amplia del excedente mundial, ha vuelto a despolarizar el mundo, recreando la tríada de estratos que ha supuesto un factor fundamental para la supervivencia del sistema-mundo capitalista.[21]
Incluso
para nadie es un secreto que hasta los propios capitalistas recurren a las «temidas» nacionalizaciones cuando estas ponen a salvo empresas que, de mantenerse en manos privadas, comprometerían la estabilidad del sistema capitalista o de sus grupos más poderosos.
Lo anterior nos lleva a formular la siguiente cuestión: si ni tan siquiera es la propiedad estatal lo que ha diferenciado a aquellas sociedades que han pretendido erigirse como alternativa al capitalismo, al no haber podido con ello salirse de su órbita, ¿qué es entonces aquello que hace del capitalismo un sistema social histórico que sigue operando con independencia del tipo de propiedad que predomine? En otras palabras, ¿qué lo define, cuál es su savia, fuerza motriz y aquello que lo hace avanzar inexorablemente hacia adelante? No es, como muchos piensan, el predominio de una población desposeída de medios de producción y, por tanto, obligada a subsistir vendiendo su fuerza de trabajo como obreros asalariados (el conocido proceso de proletarización), tampoco el proceso de mercantilización de todo que, avasalladoramente, ha alcanzado hasta cosas que por su naturaleza carecen de valor como tal — como la prostitución, por ejemplo — , ni el libre mercado, encumbrado casi al rango de ideología política: el capitalismo es una mezcla de todo esto y más, aunque nada en estado «puro», incluso incorpora y se nutre de formas no capitalistas, pero ante todo y sobre todo es un «sistema que da prioridad a la incesante acumulación de capital»,[22] tema de la próxima entrega de aportes teóricos de Immanuel Wallerstein.
Próxima entrega: El capitalismo es una mezcla de todo, pero fundamentalmente «un sistema que da prioridad a la incesante acumulación de capital»
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Notas:
[1] Regalado, Roberto: ¿Reafirmación del marxismo‑leninismo en Cuba? Disponible en https://medium.com/la-tiza/reafirmaci%C3%B3n-del-marxismo-leninismo-en-cuba-eaf8ac80da22
[2] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 132.
[3] Wallerstein, Immanuel, ob. cit., p. 101–102.
[4] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial, Tomo III: «… desde un punto de vista económico no tiene mucho sentido la idea de una importación de lujo. Si un artículo se compra en un mercado, es porque alguien siente subjetivamente la ‘necesidad’ de ese artículo, y sería fatuo que el observador analítico afirmara que esa ‘necesidad’ no era real (…) El concepto exportación de lujo puede tener, sin embargo, una definición más analítica. Se refiere a la disposición de artículos de bajo valor social a precios muy superiores a los que pueden obtenerse de sus usos alternativos, concepto que únicamente puede aplicarse si se está tratando con el comercio entre dos sistemas históricos separados, en cuyo caso cabe concebir que tengan diferentes medidas del valor social. Por consiguiente, los conceptos de ‘lujo’ y ‘área externa’ van de la mano» (pp. 182–183). En la página 187 lo recalca: «nuestra insistencia es que las importaciones nunca son lujos».
[5] Crespo, Rodolfo: Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein. La división del trabajo, frontera de los sistemas sociales (I). Disponible en https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828
[6] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI, t. 1, Editorial Siglo XXI, 2010, p. 494.
[7] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 59 y 72. Aunque sale de los marcos de la obra de Wallerstein, siete años después, aunque ya no existía lo que se consideró sistema socialista, otra escuela anticapitalista — la «crítica del valor» — llegaba a la misma conclusión: «La supuesta supresión de las contradicciones del capital en su propio fundamento no eliminó al capital como tal, dado que junto a sus ‘contradicciones’ se tomó también su dinámica interna. Por eso, el socialismo real quedó, en comparación con la dinamización de posguerra capitalista, como el imbécil de la historia, que se había tomado el trabajo demasiado en serio y en ese sentido intentó ser más capitalista que el capitalismo». En Kurz, Robert: El colapso de la modernización, Editorial Marat, 2016 [1991], p. 109.
[8] Aguirre Rojas, Carlos Antonio: Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema mundo capitalista (Estudio y entrevista a Immanuel Wallerstein), Editorial Era, 2004.
[9] Wallerstein, Immanuel: Geopolítica y geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial, Editorial Kairós, 2007, p. 33.
[10] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 366–367.
[11] Wallerstein, Immanuel: Geopolítica y geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial, Editorial Kairós, 2007, p. 15.
[12] Wallerstein, Immanuel. La decadencia del imperio. EE.UU. en un mundo caótico, Editorial Txalaparta, 2005 [2003], pp. 55–57.
Con relación a la exclusión-autoexclusión de la Unión Soviética del Plan Marshall, Wallerstein considera que «El bloque soviético resultaba ‘innecesario’ para la expansión económica inmediata de la economía mundial» en el periodo inmediato posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y sobre el papel que para Estados Unidos desempeñó la URSS en Europa del Este dijo: «La URSS era, en efecto, la potencia subimperial de Estados Unidos en Europa oriental, y muy eficiente por cierto». Sobre Yalta dijo: «Serían los talentos de Roosevelt y Stalin los que hallaran la fórmula, para bien o para mal, que haría posible esta colaboración de presuntos enemigos ideológicos simbióticamente unidos. La fórmula es lo que popularmente se conoce como ‘Yalta’: no los acuerdos formales concretos que allí se alcanzaron, sino el espíritu que los informó, y del cual –debería subrayarse– Churchill no disintió. De hecho, el discurso que Churchill pronunció en Fulton (Missouri) en 1946 en el que acuñó la expresión ‘cortina de acero’ no era una denuncia de Yalta, sino su consagración formal». Wallerstein, Immanuel: Geopolítica y geocultura. Ensayos sobre el moderno sistema mundial, Editorial Kairós, 2007, pp. 15–17.
Los cubanos también conocieron en octubre de 1962 la colusión de EE.UU. y la URSS cuando la llamada «Crisis de los Misiles». Jrushchov no aceptó ninguno de los cinco puntos que proponía el Comandante Fidel Castro para la retirada de los misiles de la Isla, donde los cubanos se habían arriesgado en ser los primeros en desaparecer en un conflicto nuclear. Finalizada la «crisis de octubre», como también se le conoce, la situación quedó como en Berlín y Corea, en el mismo punto donde había comenzado. Los camaradas cubanos lo recuerdan bien dado que, seis décadas después, el bloqueo norteamericano a la Isla caribeña es aún mayor.
[13] Todo era más simple en la guerra fría: John Kerry. Periódico mexicano La Jornada, 23 de abril de 2014. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2014/04/23/mundo/023n3mun
[14] Entrevista a Raúl Castro por el periódico El Sol de México. Partes I, II, III, IV. 21–24 de abril de 1993. En https://es.scribd.com/document/133576069/Entrevista-de-Raul-al-periodico-El-Sol-de-Mexico-Parte-I-II-III-IV-21-al-24-abril-1993-Diario-Granma-docx
[15] Wallerstein, Immanuel: «¿El fracaso de los sueños, o el paraíso perdido?», en Utopística o las opciones históricas del siglo XXI (Versión revisada de las conferencias impartidas en la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, los días 16, 22 y 23 de octubre de 1997).
[16] Kurz, Robert, ob. cit., pp. 45 y 48.
[17] Kurz, Robert: ob. cit., p. 15. La cita de El socialismo y el hombre en Cuba, de Che Guevara, en la referida obra es: «Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida».
[18] Tortosa Blasco, José María: Sociología del sistema mundial, Editorial Tecnos, Madrid, 1992, p. 68. Agradezco el regalo del libro por su autor.
[19] Aguirre Rojas, Carlos Antonio: Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema mundo capitalista (Estudio y entrevista a Immanuel Wallerstein), Editorial Era, 2004.
[20] Regalado, Roberto: ¿Reafirmación del marxismo‑leninismo en Cuba? Disponible en https://medium.com/la-tiza/reafirmaci%C3%B3n-del-marxismo-leninismo-en-cuba-eaf8ac80da22
[21] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 113.
[22] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas mundo: Una introducción.
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