Por A. V. Buzgalin
Tomado de Iván E. León (coord.), Europa Oriental: del derrumbe al neoliberalismo, Ruth Casa Editorial, Panamá, 2011.
El XXVIII Congreso del PCUS se celebró en Moscú en julio de 1990.
Nota editorial de La Tizza
En julio de 1990 se celebró el XXVIII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el último antes del derrumbe. Alrededor del Congreso todo parecía desintegrarse. Ya en 1989, en Polonia, Solidaridad había vencido al POUP en las elecciones, y tras el derrumbe del muro de Berlín la reunificación alemana, que se consagraría finalmente en octubre de 1990, era inaplazable. Otra media docena de Estados liderados por Partidos Comunistas habían comenzado sendas «transiciones». En la propia URSS incidentes en 1986, en Kazajastán, y 1988, en Nagorno Karabaj, daban cuenta de tensiones dentro de la Unión, así como de la proliferación de fracturas dentro del propio Partido según un eje de conflicto territorial.
El panorama económico no era solo de estancamiento. Si en 1989 el PIB soviético había descendido en un 2 por ciento, para 1990 disminuiría un 6 por ciento y los efectos de ese descenso se hacían sentir en la vida cotidiana, cada vez más dura, con productos como el pan o jabón severamente racionados o imposibles de conseguir por cauces legales. Las reformas se sucedían una detrás de otra, siempre orientadas a la introducción acelerada de patrones capitalistas que generaban nuevas disrupciones. El ritmo de las reformas políticas y económicas era errático y precipitado. Solo unos meses antes el PCUS había renunciado voluntariamente a su papel dirigente y había eliminado el artículo constitucional que consagraba su supremacía como fuerza política. En el campo administrativo, ganaba aceptación una variante de república parlamentaria que luego fuera reestructurada en una propuesta de ejecutivo cada vez más potente. Se celebraron las primeras elecciones para el cargo, recién creado, de Presidente, al que fue electo Gorbachov por un voto diferido, mientras que las fuerzas que lo adversaban habían conquistado el corazón mismo de la URSS por mandato popular, en la Federación Rusa, comandadas por Boris Yeltsin.
Justo en medio de ese torrente se celebraba el XXVIII Congreso, aunque opacado por la crisis y disminuido en su importancia como fuerza dirigente en lo político y económico. En los últimos dos años habían abandonado la organización partidista casi 3 millones de militantes. Se trataba de un congreso sin delegaciones extranjeras, puramente introspectivo, donde el sentido mismo de la existencia del Partido y hasta su nombre eran discutidos. Y, por primera vez desde el X Congreso en marzo de 1921, varias fracciones presentaban sus plataformas, todas publicadas en la prensa partidista meses antes del Congreso y ampliamente discutidas. Esas y otras diferencias eran cada vez más visibles no solo entre los delegados de base, o entre la base y la dirigencia del Partido, sino en la propia dirigencia. En términos de resultados el Congreso no logró establecer un nuevo programa, ni lineamientos para el desarrollo económico y social. Incluso, en el penúltimo día, la Plataforma Democrática, de Yeltsin, abandonó el cónclave en acto de protesta. Apenas se logró aprobar una declaración programática. Las propuestas se enfocaban hacia los problemas que para todos eran evidentes, pero se carecía de cualquier perspectiva de futuro: era una situación desesperada.
La mayoría de los relatos sobre el Congreso, incluso aquellos más cercanos en el tiempo, comentan profusamente las tensiones entre «conservadores», «demócratas» y «centristas», por lo cual se enfocan en las jugadas de Ligachev, Yeltsin y Gorbachov. Y, sin embargo, acá encontramos esta voz, en representación de la Plataforma Marxista, prácticamente suprimida en todas las historias, reducida a una nota al pie o un párrafo. Una voz que buscaba una salida hacia el futuro, que transmite urgencia, con características y demandas específicas de su contexto. Ni la continuidad del socialismo burocrático, ni el rechazo «democrático» al socialismo, ni la capitulación a la posibilidad de construir una sociedad no solo más humana, sino distinta: auto-emancipación, poder de los trabajadores, horizonte comunista.
Buzgalin y sus compañeros alzaron su voz. Escuchemos.
Camaradas:
Hablo como representante de la Plataforma Marxista en el PCUS y quisiera comenzar agradeciendo a los delegados que, a pesar de todo, apoyaron nuestra solicitud de darnos la oportunidad de hablar, a los representantes de las plataformas, desde esta alta tribuna, aunque sea en el quinto o sexto día de trabajo del congreso. (Bullicio en la sala)
Comenzaré diciendo que hemos hablado mucho sobre el carácter decisivo de nuestro congreso. Pero
¿qué es lo que sucede en nuestro país?, ¿acaso el informe de Mijáil Serguyevich Gorbachov nos ha dado respuesta a las cuestiones claves de nuestra vida?, ¿qué es el socialismo, en qué se diferencia de los «valores tradicionales de la civilización europea», como ahora se suele decir, si es que se diferencia en algo? ¿Cómo se puede superar el poder de la burocracia partidista, que se manifiesta, incluso, en este congreso (no hay que citar ejemplos)? ¿Cómo puede lograrse que nosotros, cada uno de nosotros, al dirigirse a su organización de base diga: ya sé qué y cómo hay que hacer para sacar al país del pantano?
¿Tenemos las respuestas a estas preguntas? (Bullicio en la sala)
La Plataforma Marxista está dispuesta a proponerles variantes alternativas como respuestas. Hemos entregado documentos que explican estas variantes. Ahora, solo puedo detenerme, muy brevemente, en algunos puntos fundamentales.
Nuestra «corriente» solo tiene tres meses. Y quiero insistir en que nuestra plataforma no es una fracción ni un partido independiente. No nos proponemos dividir el PCUS. Nos disponemos a demostrar a los comunistas que solo la democratización del partido y del país puede asegurar la marcha hacia la opción socialista y la perspectiva comunista. Sin esta democratización consecuente y decidida no puede lograrse el éxito. El pueblo nos dará la espalda.
La respuesta al reto de la historia debe ser rigurosa. Muchos delegados se quejan de la gravedad de la situación. Realmente se escuchan gemidos, tanto en las tribunas del congreso como en las de las secciones. Pero, ¿es esto lo principal? Me parece que lo principal es que necesitamos un riguroso análisis científico-marxista de las contradicciones de nuestra sociedad, de aquello que está sucediendo en ella.
Todos estamos de acuerdo en que aquí se ha creado un sistema totalitario burocrático que ha ensartado violentamente las más variadas dimensiones sociohistóricas: elementos del socialismo, del capitalismo estatal e incluso de relaciones semifeudales. ¿Qué sucede con todo esto hoy día? Que este sistema se está descomponiendo. Y el mal olor de esta descomposición envenena el aire fresco de libertad que hemos comenzado a respirar hace apenas unos años.
¿Adónde podemos ir en estas condiciones? ¿Cuál debe ser nuestra opción? Algunos dicen: «basta, el mal olor es excesivo, volvamos hacia atrás, aseguremos mejor el engranaje y no entreguemos nuestros ideales». Es una consigna muy atractiva, sobre todo para aquellos que han entregado su vida, su talento y su energía. Pero, ¿acaso, no volveríamos hacia atrás, hacia ese mismo callejón del que ya no encontraríamos salida?
Otros dicen: no, hagamos como en los llamados «países civilizados», traslademos de una manera (acrítica) sus estructuras a nuestra vida de hoy. ¿Qué obtendríamos como resultado? En el mejor de los casos, otra India que posee, por una parte, un complejo nuclear y, por otra, cientos de millones de personas semihambrientas, incluso según los patrones nuestros, los soviéticos. Además, existe también el peligro de una dictadura al estilo Pinochet, cuando alguien — por el estilo del consejero estadounidense Friedman — desarrolle las ideas de la empresa privada y el libre mercado, al amparo de nuevos sangrientos dictadores.
¿Qué hacer entonces? ¿Existe un tercer camino? Sí, existe. Y no está en el medio, como suponen muchos dirigentes de nuestro partido. Es asumir una trayectoria que nos permita avanzar. Es aquello de lo que ya se ha hablado en el congreso: el movimiento hacia la política, la economía, la estructura de las fuerzas sociales del siglo XXI.
¿Qué significa esto? En el campo de la economía, la cuestión clave es la propiedad, la interrogante sobre quién va a ser el dueño. ¿Qué respuesta se nos propone? Muy imprecisa; no se entiende si es el arrendador o el accionista o el propietario privado. ¿Quiénes son el arrendador y el accionista? No se descarta que los antiguos protagonistas de la economía sumergida y, en parte, la burocracia superior cambien el poder público por la propiedad y simplemente se trasladen de un asiento a otro. En cuanto a los colectivos laborales, continuarán marginados como antes.
¿Existe una alternativa? Sí, existe. ¿Cuál es? Nos parece que la desestatización de la propiedad no debe realizarse mediante la privatización de las empresas, sino a través de su entrega a colectivos laborales e implicando una verdadera auto-administración; mediante el establecimiento de relaciones consensuadas entre el centro, los productores y los consumidores; mediante programas de reestructuración de la economía a largo plazo, elaborados democráticamente.
Es la vía hacia el renacimiento de la propiedad social, con el objetivo de que muestre una eficacia mayor que la privada. Si lo podemos hacer, venceremos, si no, vencerá el propietario privado. Pero, entonces, no valdremos nada nada ni como comunistas, ni como líderes. (Aplausos)
Esta es la estrategia. Pero ¿qué debe hacer hoy cada uno de nosotros cuando llegue a los colectivos laborales? Ante todo, lograr que los comunistas encabecen ese proceso, que convertirá al obrero, al ingeniero y al campesino en verdaderos propietarios colectivos.
El camino correcto es la auto-administración, es lograr que las elecciones no sean un juego como ocurre hoy día, sino una elección consciente de líderes competentes que tengan apoyo desde abajo. Este sería el trabajo del partido con los cuadros.
La cuestión se plantea así: o lo hacemos, o los colectivos laborales nos expulsarán de las empresas. Y harán bien, porque no sabemos trabajar. Y
si logramos contribuir al establecimiento del poder de los colectivos laborales, ninguna decisión en ningún nivel podrá expulsarnos de las empresas. (Aplausos)
La otra cuestión clave de la economía es la del mercado. Aquí se ha creado un estereotipo: o el sistema distributivo-administrativo o el mercado, donde no se sabe quién es el dueño, si los antiguos mafiosos o los antiguos burócratas. ¿Cómo actuar en estas condiciones? Me parece que, incluso en el mercado, los trabajadores unidos en organizaciones pueden ser los dueños, es decir, las alianzas de trabajadores.
Aunque ya me he referido a los colectivos laborales y su independencia, quisiera agregar un elemento más en este sentido. Existen experiencias internacionales en las que asociaciones de consumidores — que también existen en la URSS, solo que la mayoría de las personas ni siquiera han oído hablar de ellas — regulan los precios y la calidad acorde a criterios propios, y no a conveniencia de burócratas o académicos. Existen experiencias en que, bajo la égida de movimientos independientes de obreros y sindicatos, se crean sistemas flexibles de recalificación de cuadros. Existen experiencias en que decenas de miles de millones no van a parar a manos de los burócratas de la seguridad social, sino que son los propios necesitados — sus organizaciones democráticas de jubilados, los jóvenes y los inválidos — quienes controlan hacia dónde y con qué fin se invierte ese dinero, y puedan estar seguros de que el dinero no se dilapida.
Por último, otra cuestión. Nuestro mercado no será mafioso-especulativo solo en el caso de que podamos garantizar una clara correspondencia entre la medida del trabajo y del consumo. En estos casos suele decirse: usted desea meter la mano en un bolsillo ajeno, en un alma ajena. Pero ¿acaso el contenido de un bolsillo y un alma es el mismo? Lo que se propone es algo muy diferente. Se propone una reforma monetaria a la que se le añadirían cuentas únicas a nombre de personas, declaraciones impositivas, impuesto progresivo sobre la ganancia y la herencia. Estas son medidas elementales, incluso demócratas-burguesas, que no hemos podido realizar por completo en la Unión Soviética. (Aplausos)
Por último, la posición de la Plataforma Marxista en el campo sociopolítico. ¿Pluripartidismo, pluralismo político, democracia? Sin duda. Pero si nos conformamos solamente con eso, el poder lo ejercerán siempre los políticos profesionales, y todos nosotros nos convertiremos en tele-espectadores que observan el juego de estos líderes en el Soviet Supremo o en cualquier otra parte. Necesitamos que cada trabajador esté revestido de un poder real y ¿cómo puede lograrse?
Ese camino existe y lo conocemos desde hace mucho tiempo. Es el poder de los soviets que tienen facultades reales. Cuando cuestiones como la vivienda, la salud pública, la educación y la cultura entren en la esfera del control y responsabilidad de los soviets, cuando estas personas, y no los departamentos, den la posibilidad a cada cual de sentir que, si acude al soviet, allí decidirán dónde pudiera vivir y cuánto pagará por ello. Y para que la gente no se sienta enajenada del soviet, estos tienen que apoyarse en una amplia base, en los órganos de auto-administración de las micro regiones, en los consejos laborales, los clubes de consumidores y el movimiento ecológico.
Tenemos el siguiente problema: o logramos, trabajando con estas agrupaciones en nuestras zonas de residencia, demostrar que los comunistas hacen falta a la gente, que los comunistas son líderes, que con la ayuda de los comunistas la gente puede resolver sus problemas vitales mejor que sin ellos, o nos expulsan de estos soviets. Y por amargo que esto sea, será justo.
Algunas palabras sobre la ideología y la cultura. En el país se advierte una intensificación del anticomunismo. Es monstruoso, pero no es menos monstruoso el hecho de que nos quejemos de ello. ¿Por qué nos quejamos de que diecinueve millones de personas, que son la vanguardia, no pueden expresar sus criterios? ¿Por qué esperamos por la orientación del Comité Central? Bueno, el Comité Central calla, no puede organizar una resistencia a esa propaganda anticomunista, pero ¿y nosotros?, ¿dónde estamos?, ¿qué debemos hacer?, ¿de nuevo «agarrar y no dejar pasar»? Ese anticomunismo se irá a la clandestinidad, se enterrará y allí continuará creciendo. La otra vía, la única, es aprender y volvernos más talentosos, más activos y más sabios. Si no lo logramos, no venceremos. No tenemos ninguna otra opción. No podremos vencer. El país y el partido están en una situación crítica.
Y lo principal, respecto a la renovación del partido. Deseo señalar otra vez: en el partido no puede haber generales y soldados. En el partido debe haber una verdadera igualdad de derechos. En más de una ocasión traté de abrirme paso para decir: los informes de los miembros serán una mera formalidad si no existe una evaluación que confiera la «sala»; concretamente, si es satisfactoria o insatisfactoria. (Aplausos). Si no hay un diálogo directo con la «sala», si no se puede hablar frente al miembro del buró político o al secretario del Comité Central… Y esto es solo un ejemplo.
Ya no me queda tiempo, seré muy breve. Primero, (Bullicio en la sala) …está bien, solo dos minutos. Debemos garantizar la autonomía real de las organizaciones regionales y primarias del partido. Las bases para ello son el dinero y la propiedad. Por consiguiente, más del 50 % de las contribuciones deben quedarse allí donde está la organización primaria. Este sería el primer paso, digamos que material; unas bases para que sean verdaderamente independientes.
Segundo punto, debemos convertir los comités del partido de los niveles superiores y, creo que, de todos los niveles, en órganos ejecutivos de coordinación. La disciplina en el partido es necesaria y obligatoria, pero debe ser una disciplina de cumplimiento de decisiones colectivas y no una disciplina de decisiones colectivas, tampoco una disciplina del cumplimiento de directivas del aparato partidista.
Tercer punto, debemos garantizar una igualdad de plataformas para que no nos cueste tanto trabajo abrirnos paso hacia las páginas de la prensa o hacia la tribuna de un congreso. Esta igualdad dará la posibilidad, a cada cual, de asumir una determinada posición ideológica. No para separarnos, sino para unirnos sobre la base de nuestras convicciones, sabiendo bien dónde está el compromiso, dónde el bloque y dónde la separación. De lo contrario sería la táctica del gato Leopoldo: «Muchachos, vamos a ser amigos». Nunca tendremos nada que no sean enfrentamientos.
Y un punto más, debemos garantizar la posibilidad de que un comunista trabaje en cualquier organización democrática, y no solo en aquellas que tengan una clara orientación socialista. Ya hemos dejado pasar muchas oportunidades de participación en movimientos de masas. Muchas de ellas no estaban orientadas hacia el socialismo. Este es nuestro error y debemos corregirlo ¿Acaso tenemos miedo de que nuestra ideología cambie si nos integramos a otra organización? Debemos saber conducirlos con nosotros, convencer a las personas. La Plataforma Marxista trabaja con la Confederación del Trabajo, cuyas posiciones son, en general, antisocialistas. Pero cuando se les proponen consignas concretas que defienden los intereses de los trabajadores, las apoyan. Creo que, de seis, cinco resoluciones propuestas a la Confederación del Trabajo fueron aprobadas, a pesar de todos sus alaridos contra el partido. Y así deberíamos trabajar en todas partes. Porque si no, nos expulsarán definitivamente de todos los movimientos democráticos.
Y lo último, sobre el partido. La Plataforma Marxista está en contra de la «presidencia llevada al cuadrado», en contra de la elección de un líder directamente por el congreso. En este caso estaríamos ante una dualidad de poder: los órganos de dirección colectiva, por una parte, y el líder del partido, por otra.
Camaradas, estamos en vísperas de un incendio a nivel nacional y deseo que esto lo comprendamos todos. La cuestión está planteada así:
o de veras logramos demostrar al pueblo que con nosotros podrá salir de la crisis mejor que sin nosotros, o la gente dará la espalda a los comunistas. Y esto debe hacerlo cada comunista. Y todos juntos debemos recordar las palabras del gran himno proletario: «Nadie podrá liberarnos, ni Dios, ni el Zar, ni un héroe. Lograremos la liberación solo con nuestras manos». (Aplausos)
A. V. Buzgalin es editor de la revista electrónica Alternativa, doctor en Ciencias, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad Estatal de Moscú y autor de cinco libros: Las transformaciones económico-sociales; Stalin y el derrumbe de la URSS; El capital global; El comparativismo económico y La transformación de la economía de Rusia.
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