Por Guanímar

Marta Núñez Sarmiento

Foto: Otoniel Márquez / El Artemiseño

Guanímar es una playa guajira que sólo resulta noticia cuando la destruye un ciclón.

Para quienes la amamos es mucho más.

Ilustro este sentir resumiendo cómo la describí en 1992 cuando estudié cuánto la Revolución cambió a las guanimeras obreras agrícolas en «Las mujeres de la carreta», incluido en mi libro Yo sola me represento (2011).

https://icicjuanmarinello.cubava.cu/2019/03/15/yo-sola-me-represento-de-como-el-empleo-femenino-transformo-las-relaciones-de-genero-en-cuba/

Playa de Guanímar es un pueblo costero ubicado a 18 kilómetros al sur de Alquízar y a cuatro del poblado Ojo del Agua, que pertenece al barrio Guanímar.

Fuentes españolas de fines del siglo XV refirieron que Colón desembarcó por la zona en su segundo viaje. Alrededor de 1508 Pánfilo de Narváez encontró a tres náufragos en sus cercanías.

En Caminos para el Azúcar Alejandro García y Oscar Zanetti comentaron que a principios del siglo XIX la primera vía férrea de la Isla debió pasar cerca de Guanímar.

Los pobladores cuentan que los mambises curaban aquí las heridas con el fango medicinal rico en azufre.

Una referencia consultada dice que

…este caserío, fundado en 1842 y conocido por Playa de Guanímar, forma una especie de balneario, y es bastante frecuentado en verano y de tiempo inmemorial por sus baños. En 1846 había 39 habitantes, 8 casas y dos tiendas mixtas; en 1858, 42 habitantes y 8 casas. Su playa es la más extensa y limpia de todo el golfo de Batabanó.

En 1992 era un pueblo de poco menos de un kilómetro de extensión, construido a lo largo de la carretera que desde Alquízar llega al mar. A ambos lados de su calle principal fluyen el canal y el río, que son «la vida de la Playa» según sus habitantes.

A dos kilómetros de la costa crecen juntas palmas reales y palmas canas, sin que ni una ni la otra traspasen sus predios. Cerca de la orilla del mar, cualquier bañista siente brotar agua fría y dulce del fondo fangoso. Las gomas de los tractores, de los camiones y las botas de quienes trabajan en la agricultura, trasladan la tierra roja a la Playa. Los hombres de todas las edades visten shorts, pero se guarecen del sol con sombreros de yarey.

Por todo esto y por mucho más, esta es una playa guajira.

En 1992 vivían en la Playa 423 personas, y en Ojo del Agua, 140. Sus núcleos familiares mostraban hacinamiento, lo que, según la médica de la familia, se debía a los inmigrantes de otras provincias. Ello podría explicarlo también que desde 1987 la Dirección de Arquitectura y Urbanismo del Poder Popular prohibió construir nuevas viviendas.

Guanimeras y guanimeros ocupaban 90 de las 300 casas de la Playa. Otras 200 casas permanecían cerradas todo el año porque eran de los «temporadistas», quienes sólo las habitaban en el verano.

La mayoría de estas viviendas eran bohíos de paredes de madera, techo de guano y piso de cemento. Tenían un portal, una sala-comedor dividida por un medio punto de listones y cartón tabla, dos dormitorios, una cocina, un baño y un cuarto de desahogo en el patio. Las únicas dos puertas eran la de entrada y la del fondo. Los cuartos se independizaban con cortinas, igual que la entrada del baño. Ponían a salvo en las barbacoas las colchonetas, la ropa y los equipos electrodomésticos, excepto el refrigerador, que encaramaban en la mesa durante los «llenantes». Estos ocurrían cuando el viento del sureste soplaba tan fuerte que el mar «represaba» las aguas del río y del canal y las desbordaba hasta inundar las calles y casas.

Los pobladores construían sus casas con materiales ligeros que obtenían en la zona (pencas de guano, tablas de palma y maderas rústicas), porque se hunden menos en los suelos pantanosos de la Playa. Levantaron «agregos» en los patios, que son los bohíos construidos para evadir la prohibición de edificar nuevas viviendas.

Quienes vivían y conocían la Playa en 1992 la describían como un lugar sano, tranquilo, familiar y libre, con todo lo necesario para vivir «con las comodidades de un pueblo», sin dejar de ser una playa guajira. Esas mismas personas desmitificaban esta versión idílica cuando la llenaban con defectos más reales.

Descifraré cada calificativo, los positivos y los negativos, con las palabras que usaron.

Guanímar era sano por el aire limpio del mar y de la tierra, porque no había polvo en las calles, no había que hervir el agua del acueducto, los baños de mar y el fango curaban las enfermedades de los huesos y de la piel, y lo que comían allí era saludable –pescado, viandas y, últimamente, más vegetales, frutas y hortalizas–.

La doctora opinaba que la población era saludable, porque se enfermaba menos que la de Alquízar. En 1992, el 12 % de los habitantes de la Playa y de Ojo del Agua padecían enfermedades consideradas de riesgo: hipertensión arterial, asma, diabetes mellitus y las llamadas «otras». La médica de la familia y la enfermera les controlaban en la consulta y en visitas de terreno. Entre estas personas había pocas en fases críticas de sus enfermedades.

No había casos de enfermedades transmisibles como la blenorragia, el paludismo y el SIDA.

Mientras que las alquizareñas y los alquizareños acudían al Cuerpo de guardia del policlínico por neumonías, anginas, ataques de asma agudos; los residentes de Guanímar acudían al consultorio médico por dolores de muelas, catarros, alergias, etcétera.

Pero las depresiones y las ansiedades aumentaron entre las mujeres. Consumían probablemente tantos psicofármacos como las mujeres de la capital. La médica apuntaba varias razones: mala dinámica del funcionamiento familiar, hacinamiento, inestabilidad escolar y laboral de los hijos, y bajos ingresos. Quizás esto se debía a que estas personas vivieron una movilidad social ascendente en un período relativamente corto, mientras mantenían los hábitos asociados a la pobreza. Esta fue solo una hipótesis sociológica.

En la Playa había un consultorio del Médico de la familia, una ambulancia y una farmacia. Durante el verano trabajaba un segundo médico. Atendían pediatría, ginecología y medicina general. Una psicóloga consultaba quincenalmente, en especial a las embarazadas, y entre ellas a las adolescentes y aquellas con alto riesgo obstétrico. Quienes necesitaban consultar otras especialidades las remitían al policlínico de Alquízar, al hospital de San Antonio de los Baños o a los hospitales de La Habana.

Entre las enfermedades más comunes predominaban la otitis y la amigdalitis, así como las lesiones de la piel, debido a que se bañaban en el canal y el río, o usaban sus aguas contaminadas en los hogares. En el río desaguaban los albañales de las casas sin fosas, y en el canal y el río los pobladores botaban la basura, que la Dirección de Comunales no recogía. Además, aumentaban los mosquitos por las aguas estancadas de la sabana a consecuencia del dique sur construido alrededor de 1988.

La población y el personal médico denunciaron al Poder Popular las malas condiciones higiénicas, todas con posibles soluciones a partir de esfuerzos propios del municipio o de la Playa: ubicar latones de basura, decidir cómo eliminarla en la Playa o con transportes de Alquízar, controlar el trabajo del barrendero de la Playa, promover la cultura sanitaria en la población, y decidir qué medidas tomar para disminuir los efectos nocivos del dique sur en el equilibrio ecológico de la zona.

Guanímar está en la zona pantanosa propia de toda la costa sur, y a ella están asociados los mosquitos «a prima» (al caer la noche) y los llenantes del verano. Por eso lo pueblos principales de la entonces provincia Habana se establecieron tierra adentro, excepto Surgidero de Batabanó.

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En un informe de 1991 «Sobre las incidencias del Dique Sur en la inundación del poblado de Guanímar», ingenieros del complejo hidráulico, dirigentes de la Defensa Civil de Alquízar y de la presidencia del Poder Popular municipal constataron que, después de construido el dique, las aguas subterráneas elevaron su nivel, no sólo por efecto de los vientos del sureste, sino también a consecuencia de las lluvias, lo que no sucedía antes. Sugerían dragar el río y el canal. Al subir el nivel de las aguas subterráneas, subía el nivel de las fosas y se mezclaban con las aguas que inundaban los patios, las calles y las casas. Las aguas estancadas contaminaron en varios puntos el agua potable, al penetrar en las cañerías del acueducto que rompían los camiones y otros vehículos pesados. El 80 % de las viviendas estaban rodeadas con aguas estancadas.

Residentes permanentes y temporadistas resolvían individual y arbitrariamente estas dificultades. Quienes podían rellenaban los alrededores de sus casas con varias cargas de «mejoramiento», otros «levantaban» sus bohíos con gatos hidráulicos. Las más perjudicadas eran las personas de bajos ingresos, que padecían las consecuencias de convivir con una casa más alta que la suya, que empeoraba las aguas estancadas y tendía a hundir o desnivelar las casas.

En resumen, el lado sano y natural de Guanímar estaba agredido por las acciones de las personas cuyos efectos negativos podían controlarse.

Las lluvias intensas del verano de 1992 comprobaron estos perjuicios. Guanimeras y guanimeros tuvieron el agua hasta la rodilla durante nueve días. Muchos enfermaron de los pies, y se trastornó la vida cotidiana de sus pobladores. El litoral del «arenal», rico en el fango medicinal, se modificó porque la orilla se hundió y lo inundaron las corrientes de agua dulce de la sabana.

«Fue una suerte –dijeron los pobladores– que el mar no siguiera entrando. Lo que se metió en Guanímar fue el agua de la sabana. El agua corría con mucha fuerza por la calle y no por el canal, que seguía tupido». «La próxima vez, cuando entre el mar con más fuerza, acaba con la Playa», enfatizaron. En marzo de 1993 brigadas del Poder Popular de Alquízar limpiaron ambas vías fluviales.

En Guanímar la gente vivía «libre» y «abierta» porque ven el cielo, el mar y la vegetación.

Disfrutaban la vida con sensualidad, en el sentido que sienten intensamente todo lo que perciben los cinco sentidos.

Libre era la forma de vestir de la gente: en trusas, shorts, los hombres andaban sin camisa, los niños y jóvenes caminaban descalzos, las mujeres se quitaban los zapatos para baldear los pisos y caminar por las casas recién limpiadas. Las puertas de entrada de las casas y la posterior siempre estaban abiertas, lo que permitía atravesar con la vista las viviendas.

La forma de comunicarse era abierta, mezclando «lo público y lo privado». Cuando se encontraban en la calle o cuando, sentados desde sus portales, veían pasar a la gente, guanimeras y guanimeros intercambiaban saludos, comentarios jocosos, piropos que quienes estaban a su alrededor escuchaban y, casi siempre, compartían. Existían «intercomunicadores» naturales por los cuales se comunicaban a gritos de un patio a otro, o de una acera a la otra, a veces con códigos que sólo ellos descifraban. Decían a viva voz: «¡Llegó la luz brillante!». O «Fefa dice que le mandes lo que tú sabes». Y «¡Apúntame tres a la tiñosa!»

Niñas y niños jugaban en los portales y en las calles.

Quienes trabajaban en Guanímar describían sus empleos como «libres» y «abiertos»: la pesca, la agricultura, el plan forestal, el porcino y las vaquerías. Incluso las maestras «sedaban» a sus alumnos de primaria con juegos en el patio de la escuela, en la calle o en el «puente del baño», que era un muelle de madera que penetraba 200 metros en el mar.

Pero cuando empezaba la noche, los habitantes se encerraban en sus casas para defenderse de los mosquitos. «Cierra pronto la puerta para que no se cuelen los mosquitos», advertían a quien entraba a la casa. Los médicos se quejaban porque los residentes no ventilaban bien sus casas, pues permanecían a veces durante el día con las ventanas cerradas. Esto lo observé en las casas de varias obreras. Ellas argumentaban que, además de protegerse de los mosquitos, se cuidaban de los «mirahuecos» por las noches. Podría añadir otra razón: las casas solían estar muy unidas, y los vecinos cerraban las ventanas para construirse alguna privacidad.

Guanímar era «muy familiar y tranquila».

Quienes habitaban la Playa y el Ojo del Agua se conocían y muchos estaban emparentados. Los Molano, los Doval, los García, los Alzamora y los Serrano eran apellidos viejos en la Playa. Entre la generación más joven hay quienes emigraron a las «fincas» –como denominaban las casas que trasladaron tierra adentro, para sembrar en sus patios–, a los poblados entre Guanímar y Alquízar, a Isla de Pinos, a La Habana e incluso a Estados Unidos. Pero muchos permanecían en Guanímar. Antes de la prohibición de construir más viviendas, las nuevas parejas que se quedaban en la Playa levantaban sus casas en los patios de los padres, o el Poder Popular les asignaba terrenos. Ahora añadían cuartos a las casas, proliferando el hacinamiento.

Aunque playeras y playeros «de verdad» demostraban su regionalismo cuando hablaban de los «palestinos» o inmigrantes de las provincias orientales, los pinareños, los habaneros y los temporadistas, mostraban su apertura cuando aceptaban a los inmigrantes, porque se casaban con ellos o se convertían en sus vecinos. Aceptaban a quienes vinieran a vivir a la Playa, siempre y cuando no obstaculizaran el ritmo de la vida de sus habitantes.

Admitían menos a los temporadistas. «Antes –dijo una guanimera de más de sesenta años– todos nos poníamos contentos cuando llegaba la temporada, porque la Playa vivía y nosotros comíamos. Ahora vienen a emborracharse y a poner las grabadoras altas todo el día y la noche.» Los temporadistas disfrutaban la Playa, pero muy pocos se integraban a la población. Guanimeras y guanimeros disfrutaban conversando sin prisa, y los temporadistas estaban apurados en divertirse. Cuando los playeros veían pasar los camiones y los vagones tirados por tractores que llaman «vikingos» con refrigeradores, balones de gas, cunas, sillones, colchones, grabadoras y televisores, es decir, con las llamadas «mudadas de los temporadistas», comentaban con el orgullo de quienes viven permanentemente en el paraíso: «¡Ahí vienen. Aunque haya llenante y mal tiempo, llegan todos los años!».

Guanimeras y guanimeros identificaban a sus vecinos y los lugares relacionándolos con personas. «Vicente, el marido de la Polaca.» «Raúl, el hijo de Pepe y Julia.» «Mi casa está al fondo de la de Cheo y Polda.» «La parada de la guagua está frente a casa de Lorenzo.»

El ritmo de la vida de la Playa era muy tranquilo. Dentro del pueblo nadie caminaba aprisa. Conversaban de asuntos muy cercanos y cotidianos, sin rebuscar palabras o ideas. Conocían las variaciones del tiempo por el olor del aire y la forma y dirección de las nubes. Comían lo que produce la naturaleza cada temporada: «La época del mango», «la del maíz»; «ahora hay plátano microjet todo el año»; «la biajaiba está desovando»; «la langosta se perdió».

Desgraciadamente las tensiones de la vida moderna llegaron a Guanímar.

Con la televisión se acostaban después de las once de la noche, aunque tuvieran que madrugar. Las grabadoras y los radios sintonizados día y noche a toda voz alteraban la tranquilidad de quienes no quieren oírlos. Salir de la Playa les obligaba a enfrentar las dificultades del transporte. La movilidad social ascendente que provocó la Revolución en el transcurso de una generación, fomentó expectativas que no siempre podían saciar. Por ejemplo, querían que sus hijos se graduaran de obreros calificados, técnicos medios y de universitarios. Querían vestirse, peinarse y maquillarse como en las películas y en las telenovelas. Las personas se casaban, se separaban y divorciaban con más frecuencia que sus padres y madres. Los hombres se parecían menos a sus padres, mientras las mujeres se diferenciaban muchísimo más de sus madres.

La violencia se manifestaba en discusiones en la calle, dentro de la familia, contra la mujer, el hombre y los niños, entre los vecinos y entre las personas que visitaban la Playa. El ron, la cerveza, el aguardiente, la «chispa de tren» y la «pata de tigre» atizaban los ánimos. Los motivos eran tan pequeños como discusiones entre niños o tan grandes como el alcoholismo. Ingerir bebidas alcohólicas y producirlas caseramente no era algo nuevo en la zona. En La Habana. Biografía de una provincia, Julio Le Riverend apuntaba que los alambiques caseros proliferaban en los campos desde hacía siglos. Lo nuevo en Guanímar era que el Poder Popular enviaba las pipas de cerveza, ron y aguardiente hasta dos veces por semana. Entonces, desaparecía la escasez de combustible, porque fluían caravanas de tractores, camiones, jeeps y motos, que llegaban a tomar y a cargar cualquiera de estas bebidas.

Otros motivos de las tensiones eran similares a los que existían en el resto del país: problemas de transporte, alimentos y ropa. Después del noveno grado comenzaba para los varones la preocupación del Servicio Militar, el embarazo en la adolescencia en las muchachas, preocupaciones por el rendimiento escolar de los niños, por posibles retrasos en su desarrollo, con las consiguientes visitas al psicólogo, al dentista, al logopeda y al ortodoncista. Había razones más locales: los apagones, no los «programados», que casi los aceptaban como «un mal necesario», sino los que se repetían o prolongaban por negligencias o dificultades de quienes trabajaban en el «carro de la empresa eléctrica»; la falta de agua, cuando quien debía operar el motor no lo hacía; las aguas estancadas; los llenantes; los bajos ingresos.

Guanímar, por tanto, tenía más de asentamiento desarrollado y moderno que del pueblo «primitivo» y tranquilo del que se vanagloriaban sus residentes.

La Playa fue un lugar muy pobre antes de 1959.

En la década de los cincuenta el pueblo tenía como cuarenta casas, una «escuelita rural», un puesto de la Marina de Guerra, dos bares, tres bodegas y la «empresa» para procesar langosta. No había agua corriente ni electricidad. Un aguador vendía las latas de agua a cinco centavos y, a veces, no encontraba compradores para toda su carga. Las casas se alumbraban con chismosas y muy pocos tenían faroles Coleman. No había refrigeradores en las viviendas. Había neveras de «luz brillante» en los dos bares, y en la empresa refrigeraban las langostas con hielo.

Hasta 1945 a la Playa se llegaba en chalanas que navegaban por el canal haladas por bueyes desde las orillas. Entre 1945 y 1948 construyeron cuatro kilómetros de carretera desde Ojo del Agua hasta la Playa. Entre 1956 o 1957 varias personas recolectaron dinero para arreglar esta carretera y rellenar con piedras la calle principal del pueblo y asfaltarla. Había una guagua que venía de Alquízar dos veces al día.

La Playa revivía con los temporadistas, porque era una de las posibilidades de sus habitantes para «hacer algunos trabajitos». Los únicos empleos posibles eran la pesca sin compradores seguros y la «costa». Esto último significaba hacer carbón, cortar leña y pencas de guano.

En 1992 guanimeras y guanimeros trabajaban en la pesca, la agricultura, la actividad forestal, la textilera, la gastronomía, la administración, el comercio, el transporte, la educación, las vaquerías, el plan porcino, la construcción y la salud. Había personas que buscaban trabajos «que les convenían», otras no los buscaban, y otras se dedicaban abiertamente al «bisne». El jefe del sector de la policía dedicaba buena parte de su tiempo a buscarle trabajo a los jóvenes.

En 1961 llegó a Guanímar el primer médico, a cumplir su servicio social rural. Desde entonces existió una posta médica en la Playa. En 1992 había un consultorio del médico de la familia, una farmacia y una ambulancia que, hasta fines de 1991, en pleno período especial, prestaba servicios las 24 horas del día. Desde entonces hasta abril de 1993, la ambulancia permanecía en la Playa por las noches para casos de urgencia.

Había una escuela primaria, que cubría desde el preescolar hasta el cuarto grado. Tenía una guagua «Girón» para trasladar a los estudiantes que no vivían en la Playa, y ofrecía servicio de seminternado. A partir del quinto grado, los niños estudiaban becados en una escuela primaria fuera de la Playa. Después acudían a las secundarias de Alquízar, viajando todos los días, o se becaban en escuelas secundarias internas en el campo. Las opciones para continuar los estudios a partir de décimo grado eran en régimen de becas. Comenzaban aquí los casos de deserción escolar.

En Guanímar había una bodega, una tienda de ropa, calzado y artículos de ferretería. También existía un agromercado. El «bar de Borgita» se convirtió en un restaurante-cafetería-pizzería. Pero todos le decían «el Bar». Al lado había un local para vender cerveza y ron, y una farmacia.

La gente se bañaba en tres lugares: «el bañito de Nivaldo», el puente y el arenal. En el área del puente que se adentraba en el mar había un merendero, un parqueo para bicicletas y espacios con sombrillas de hormigón.

Todas las calles estaban asfaltadas y tenían aceras. Además de la carretera vieja había otra conocida como «el desvío», que conectaba la Playa con Alquízar y Artemisa.

A Guanímar entraban diariamente seis guaguas de a diez centavos y varios camiones particulares «de a peso». Por las mañanas y por las tardes llegaban los transportes obreros del plan porcino, el de las obreras agrícolas y la guagua de la textilera Alquitex. Todo el día trasegaban los tractores, los camiones y los jeeps de la empresa de cultivos varios, de la pesca, de acopio y del dique sur. Cuando se agravó la escasez de combustible todo esto se trastocó, y Guanímar sufrió las dificultades y las penurias de todo el país. Pero sus moradores inventaban formas de llegar a Alquízar y a La Habana, pidiendo «chance» o «botella» con la colaboración de «los amarillos», quienes eran inspectores de transporte con uniforme color mostaza, surgidos en el período especial con la función de detener a los vehículos estatales para que llevaran pasajeros.

El pueblo tenía luz eléctrica desde 1981, y a partir de 1985 el acueducto bombeaba agua desde el caserío de Cataluña. El combustible para cocinar era la luz brillante y, en segundo lugar, el «gas de balón». Con el período especial usaron carbón y leña.

Prácticamente toda la población tenía televisor, radio y refrigerador. Improvisaban las antenas de televisores con bandejas de aluminio de los comedores escolares y obreros.

En la desembocadura del río estaba la cooperativa de pesca y el puesto de guardafronteras. El local de la policía sólo abría los fines de semana.

Guanimeras y guanimeros casi no leían ni periódicos ni revistas, porque solamente llegaba un ejemplar del Granma al puesto de guardafronteras. Para conocer qué sucedía más allá de la Playa escuchaban el radio o veían el Noticiero Nacional de Televisión de las ocho de la noche. No me propuse estudiar cuán informadas estaban las obreras agrícolas. Pero percibí que su nivel de información era limitado y desactualizado.

Impresionaba, sin embargo, su capacidad de asimilar las informaciones sobre cosas que les «llegaban cerca». Cuando conocieron las de la conferencia mundial «ECO 92», inmediatamente las vincularon con la necesidad de dragar el canal y el río.

Guanímar tenía un delegado del Poder Popular que conocía los problemas de sus electores, pero que tenía pocas posibilidades de solucionarlos.

Las obreras agrícolas teñían ocasionalmente sus conversaciones con el sentimiento de «cualquier tiempo pasado fue mejor». Pero esa fantasía no la respaldaban los hechos posteriores a 1959. Era posible que con esas ilusiones pretendieran borrar el recuerdo de haber sido muy pobres. O que fueran incapaces de identificar cuánto la Revolución mejoró sus vidas, porque requería un poco de razonamiento abstracto y largo.

Recordaban las «caridades» que hicieron algunas personas, quizás porque recibieron esos beneficios de manos directas de quienes las entregaron. Cabría preguntarse,

¿es posible que la Revolución no tuviera una «cara» cercana, estable, identificable con beneficios directos para ellas?

Estas razones habría que pensarlas más. Recordaban en los últimos 33 años a Cundo Ortega, quien mandó a construir un muro de contención a lo largo del mar que evitaba que el agua penetrara como antes lo hacía, y varias obras más.

Pero al contar sus recuerdos de niñas pobres destapaban sus frustraciones y odios. Por ejemplo, una de ellas recordaba el color azul de la única bicicleta que vio de niña, que pertenecía a una temporadista, en la que ella aprendió a montar. También recordaba hasta el último detalle de los zapatos blancos que Alfredo le regaló en una «jaba de Navidad».

La «temporadista» fui yo, mientras que Alfredo, mi padre, organizaba la entrega de las jabas de Navidad.

Otra relató cómo, cuando era muy niña, el hombre que vendía «mariquitas» en la bodega le dio un bofetón a su amiguita –también obrera agrícola hoy– y aplastó con el pie la «mariquita» que había caído al suelo, y que ella quería coger para comerla.

Insistían en que el Poder Popular de Alquízar siempre había olvidado la Playa.

Lo que más deseaban solucionar aquí era dragar el canal y el río; mantener la Playa limpia, sin aguas estancadas; que todo el año mantuvieran los seis viajes de las guaguas y los camiones particulares, como en la temporada; y que abastecieran al bar con los productos que cosechaba la empresa de cultivos varios de Alquízar, y con otros que podrían producir en el municipio o en Guanímar.

Decían que la Playa estaba «completica», es decir, tenía de todo. Lo que hacía falta era más atención del Poder Popular para utilizar bien los pocos recursos que había.

De estos deseos cumplieron uno. El nuevo administrador de la cooperativa pesquera y los pescadores limpiaron el fango de la desembocadura del río con la propela de un barco, maniobrándolo en retroceso. Esto fue en julio de 1992, después del llenante de los nueve días. Dicen los habitantes que eso ayudó a que el agua dulce acumulada en la Playa pudiera drenar por el río hacia el mar. Los barcos pudieron navegar por el río, y guarecerse en él cuando había mal tiempo.

Hasta aquí una parte de mi investigación de 1992. Desde fines de los noventa, comenzaron a trasladar permanentemente a los residentes hacia edificios de apartamentos en Alquízar. Sin embargo,

muchas personas no quisieron abandonar su terruño, aunque tuvieran que evacuarse ante ciclones. Incluso cuando el huracán Charlie arrasó la Playa, retornaron.

Y que guanimeras y guanimeros insisten en reconstruir su playa guajira.

Termino estas líneas tras ver en el Noticiero de Televisión del 6 de octubre los destrozos que Ian ocasionó en Guanímar, mayores que los de cualquier fenómeno anterior. Sacrílegamente arrancó a la la Virgen de la Caridad de su urna.

Pero guanimeras y guanimeros regresaron a reconstruir su Playa.


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