Written by: Pensamiento

«No debemos permitir que no nos dejen insistir»

Jorge Alemán conversa con Carlos Fernández Liria

Continúa nuestro dosier dedicado al «mayor aguafiestas de la historia» y sus hijos. Esta serie de trabajos que compañeros de fuera y dentro de Cuba nos enviaron se hilvana con un ánimo común: recordarnos que el legado de Marx ―el o los marxismos― es una tradición de pensamiento-lucha para «rebelar y revelar».

Hoy compartimos este diálogo ―que tuvo lugar el 29 de enero del año 2023―, el cual forma parte de la serie «Pensando en Freud», a cargo de Fernández Liria. Sus protagonistas han aceptado compartir con La Tizza el valioso intercambio.

Puedes leer los otros textos del dosier:

Por un marxismo enraizado, de Miguel Mazzeo

«La normalidad no gusta de los grandes», de Fernando Martínez Heredia

Notas para reimaginar la crítica en Marx, de Wilder Pérez Varona

El marxismo revisionista: arqueología y testimonios, de Natasha Gómez Velázquez

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Nota introductoria

Los pensadores con los que hoy nos regocijamos en dialogar, tienen la singular cualidad de pensar en la época, y sobrevolarla. Un «pensar-en», es a la vez un estar dentro de la época, pero sobrevolarla; es el distanciamiento necesario para instalarse en una recurrencia que viene del futuro. Una anticipación de marcas de época. Ambos decidieron, hace mucho tiempo, hablar y militar desde el marxismo y el psicoanálisis.

Consideremos que Freud nombró tres tareas imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. Hay escuelas que disciplinan, hay quienes gobiernan bajo un estado de excepción siempre al servicio de los poderosos, y escuelas de psicoanálisis que se «pervierten» y se salen del campo y la función. Sin embargo, esas tres tareas imposibles no deben cesar de insistir. Siendo que ellas no cesan y nombran, quizás sin saberlo, una cuarta tarea imposible: la articulación del psicoanálisis y el marxismo. Diálogo que Althusser intentó con Lacan, diálogo que Lacan siempre respondió de sesgo, en su estilo, dejando notas imprescindibles sobre el marxismo. Repetición, recurrencia, síntoma… ¿quién sabe?… un marxista althusseriano y un psicoanalista lacaniano continúan ese diálogo, hoy, después de un tiempo ya transcurrido. Un diálogo que nunca cesó, y que esta vez no es de sesgo.

Ambos se nutren del saber que se teje entre esos dos significantes. Hay que rehuir de los absolutos, pero debemos estar advertidos que a las próximas revoluciones, las conmociones transformadoras que vendrán, les tocará articular de algún modo estas dos perspectivas, aún sin saberlo. Eso, si queremos acercarnos a ese horizonte utópico que se muestra siempre como una imposibilidad, que debemos intentar escribir una y otra vez.

La Tizza

Carlos Fernández Liria: Hemos invitado a Jorge ya que nos ha acompañado a lo largo de la serie de veintiséis capítulos fundamentales sobre Freud. Al fin y al cabo, hace ya veinticinco años que me pareció que entendía lo que decía un lacaniano. Y desde entonces nunca he dejado de leerlo y de compartir con él muchos eventos, con la esperanza de conseguir traducir el enigma lacaniano.

Le haré hoy algunas preguntas para ver si puede contribuir a aclararnos algo sobre este tema. Jorge es psicoanalista, escritor y se exilió de Argentina cuando la dictadura, en el año 1976. Desde entonces está en Madrid y de alguna forma es «el jefe supremo de la escuela lacaniana de psicoanálisis».

Jorge Alemán: Estoy proscripto, Carlos (risas).

Carlos Fernández Liria: Está proscripto, sí, sí. Como no podía ser menos entre lacanianos. Está proscripto.

Jorge Alemán: Estoy excluido… Pero es un honor que tú lo digas.

Carlos Fernández Liria: Pues tiene una obra ingente y su último libro, que lo tengo aquí, del que además voy a leer algún trocito, se llama Breviario político de psicoanálisis. Es un libro casi de aforismos, de pequeños textos muy sugerentes, muy esclarecedores, difíciles de entender para mí, pero en cualquier caso se desprenden varias ideas luminosas, algunas de las cuales voy a nombrar ahora.

Hemos llamado a este espacio «La importancia política del psicoanálisis», porque no se trata propiamente de una presentación del libro, que ya lo ha sido por José Luis Villacañas, Germán Cano y Clara Serra, hace tres o cuatro días, en el Círculo de Bellas Artes. Solamente voy a responder un poco a su sentido tal como en el Breviario político del psicoanálisis.

Se me ocurrió decir «la importancia política del psicoanálisis», y de esto hemos tratado en la serie sobre Freud, porque yo lo podría resumir en una sola frase. Los marxistas, como yo, siempre hemos pensado que existe un problema muy grave en nuestras vidas que se llama capitalismo, pero resulta que, por algún motivo, el ser humano a veces tiene problemas más graves. Esos problemas tienen que ver con el hecho de que el capitalismo, además de ser muy malo, es algo que debemos aguantar, y a la vez nosotros mismos también tenemos algún problema que deviene una verdadera desgracia. Es verdad que algunos estamos muy contentos con ser quienes somos, pero hay otros que en la vida sufren espantosamente por ser quienes son.

Jorge Alemán: No sé si estamos contentos con ser quienes somos, pero sería difícil cambiarnos por otros, y aceptar ese cambio.

Carlos Fernández Liria: Algunos incluso estamos bastante contentos. Yo he tenido mucha suerte… (risas). Pero es verdad, Jorge tiene toda la razón, incluso el neurótico más desesperado y deprimido tampoco quiere ser cambiado por otro. Eso es una cosa muy chocante.

Jorge Alemán: Pero sí, esa frase, en España, «contento de haberse conocido», siempre me ha parecido un hallazgo.

Carlos Fernández Liria: Leeré ahora un texto que te pertenece para que nos lo expliques un poco. En la serie «Pensando con Freud», hace tiempo introduje este tema con unas referencias a Chomsky y a Orwell que me parecieron representativas. Decía Chomsky, el más grande lingüista contemporáneo, aunque muy viejo, pero todavía vivo y además activo, que todo lo que le había interesado en la vida se podía resumir en dos preguntas.

Una, la pregunta de Platón, que es la más interesante para un lingüista: ¿Cómo podemos saber tanto a partir de tan pocos datos? Para un lingüista es fundamental. ¿Cómo es posible que el niño con muy pocas frases sea capaz de tener una potencialidad, una competencia lingüística para crear infinitas frases a partir de muy poco material empírico? Sin embargo, luego tiene una competencia lingüística que llega hasta el infinito que es precisamente de la que se ha ocupado Chomsky.

También dice Chomsky que ese el problema de Platón, que a partir de muy pocos datos sabemos muchas cosas, ya que podemos hacer matemáticas incluso sin haber nunca estudiado físicamente ningún triángulo rectángulo, puesto que sabemos el teorema de Pitágoras y a partir de ahí conocemos un montón de cosas sobre los triángulos. Por lo tanto, sabemos mucho a partir de muy pocos datos empíricos. Es un tema fascinante. Pero Chomsky también tiene una vertiente política; ha sido un gran agitador político durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, ha denunciado la política estadounidense de una forma súper eficaz, como también la dictadura de los medios de comunicación.

La otra pregunta, dice Chomsky, se podría resumir en la frase de Orwell: ¿Cómo podemos ser tan ciegos ante datos tan obvios? Teniendo en claro unos datos que son incontestables, sin embargo, nos empeñamos en permanecer ignorantes. Y además son datos que no nos conmueven. ¿Cómo podemos llegar a ser tan ciegos políticamente?

Ponía un ejemplo… ahora mismo te voy a dejar hablar…

Jorge Alemán: No hay ninguna prisa, te escucho además con mucho gusto y atención.

Carlos Fernández Liria: Ponía el ejemplo siguiente: una vez en El País hicieron una encuesta y preguntaron a la población española si pensaban que los bancos tenían más poder que el gobierno. El 75 % contestó que los bancos tenían más poder que el gobierno. Lo curioso es que la pregunta siguiente era: ¿España es una democracia? El 89 % contestó que sí. Entonces, los bancos no han sido elegidos democráticamente y sin embargo el 75 % había contestado que tenían más poder que el gobierno. De pronto resulta que no tenemos demasiado respeto ni siquiera por el principio de no contradicción. ¿Cómo nos pasa esto?

Y luego, comentaba también en clase, por ejemplo, algunas preguntas clave como las que se hace Freud en «El malestar en la cultura». ¿Cómo es que al ser humano le resulta tan difícil ser feliz? Otra pregunta también posible, la de la servidumbre voluntaria: ¿Cómo es posible que seamos capaces de aguantar tanto políticamente? ¿Por qué no hay una revolución? ¿Por qué no hay un estallido? ¿Por qué la gente no se rebela? Esto también nos lo preguntamos muchas veces. Recuerdo una frase de Cioran que decía que cuando contemplas la vida de tus amigos siempre te preguntas cómo es que no se matan llevando la vida de mierda que llevan. ¿Cómo es que no se pegan un tiro?

Muy pesimista, pero es verdad que a veces te preguntas, ¿cómo la gente resiste tanto? Todas estas son preguntas cruciales desde un punto de vista político; por ejemplo, el tema de Hanna Arendt, el de la banalidad del mal. ¿Cómo es posible que el mal absoluto además nos resulte tan banal? ¿Cómo es posible el colapso moral de Alemania, cuando todos los alemanes sabían más o menos, y al mismo tiempo no sabían, o no querían saber, pero tenían los datos ahí como decía Orwell de que estaban siendo exterminados los judíos, mientras sin embargo, permanecieron todos de brazos cruzados? Ese colapso moral de Alemania, de personas increíblemente inteligentes. ¿Cómo pudo Heidegger expulsar de la universidad a su maestro, al que le había dedicado Ser y tiempo? ¿Cómo pasaron estas cosas?

¿Cómo podemos tener una actitud tan banal con respecto al mundo? Yo diría, con respecto al mal. Todo esto tiene una importancia política inmensa y convoca necesariamente a algo así como una investigación, podríamos decir psicoanalítica. ¿Qué nos pasa? ¿Qué coño nos pasa?

Es como si el mundo mismo, estos mismos datos de los que habla Orwell no digamos ya cosas tales como la verdad, la justicia, la belleza nunca fueran lo suficientemente importantes para nosotros, porque estamos muy obsesionados con otra cosa, por ejemplo, con que tenemos un tic en el ojo. Y entonces ese síntoma neurótico pesa muchísimo más que la justicia en el mundo, el hambre en el mundo, el asesinato de los judíos, el holocausto, la belleza misma del mundo, la verdad de si España es una democracia o no lo es.

Lo importante es nuestro tic en el ojo. Porque finalmente resulta que es mucho más importante que aparte de que vivimos en un mundo capitalista que puede parecernos atroz desde muchos puntos de vista nosotros mismos también somos atroces, porque tenemos un tic en el ojo. O somos un neurótico obsesivo que no puede parar de lavarse las manos un millón de veces cada vez que toca a alguien o algo. Y mientras nos lavamos las manos constantemente porque tenemos ese síntoma obsesivo, nos hablan de que hay un holocausto exterminando a un millón de judíos. Bueno, sí, pero es que tengo que lavarme las manos.

Políticamente esta pregunta es espeluznante. Lo malo es que la política la tenemos que hacer nosotros, que también somos un problema. Tenemos que solucionar políticamente muchos problemas, pero es que nosotros también somos un problema. Los problemas que tenemos que solucionar empiezan porque tenemos que solucionarnos a nosotros mismos, y por eso vamos al psicoanalista y le preguntamos: ¿me puede usted decir qué coño me pasa? A ver si consigo salir de este impasse.

Hay una frase de Jorge Alemán voy a leer un pequeño textito del libro Breviario político de psicoanálisis― que creo haber resumido, pues él lo cuenta con estas palabras. Dice Jorge: «el pueblo elige lo peor para sí mismo, lo peor para el principio del placer, para los intereses vitales, pero porque vota a favor de los intereses de otra pulsión, no tanto ligada al principio del placer sino a los intereses de la pulsión de muerte».

La pulsión de muerte es un tema en el que voy a intentar meterme a partir de este momento. Nunca he llegado a entenderlo muy bien. Tengo cierta esperanza de que hoy Jorge nos ilumine un poco más. Dice: «Es terrible esto de que lo político esté atravesado por la pulsión de muerte. Y además la cosa es gravísima, porque el neoliberalismo ha logrado confundir la civilización y la pulsión de muerte […], esta es la tarea política fundamental, es el programa político que tenemos que montar».

No sé si lo va a montar Yolanda Díaz, o ya veremos quién, pero el programa político fundamental, dice que, «es construir un lugar en el que la civilización y la pulsión de muerte vuelvan a separarse». Esta es la manera en que lo ha contado Jorge. El gran problema es que es muy difícil saber qué es eso a lo que Freud llama «pulsión de muerte», que a veces da la impresión de que ni siquiera Freud se explica muy bien al respecto. Pero no digamos ya cuando esto de la pulsión de muerte lo toman en sus manos los lacanianos y entonces ya tenemos un cisco incomprensible. ¿Tú, nos puedes explicar algo?

Jorge Alemán: (Risas) La verdad que lo has puesto muy fácil, porque ha sido una muy buena introducción. En primer lugar quiero hacer constar que para mí es un honor que Carlos me haya invitado. Admiro y aprendo de todo su trabajo sobre Marx. Hace años que he leído todos los libros que ha escrito sobre Marx, también escribió sobre el populismo, también escribió, y lo entrevisté sobre este tema, Sexo y Filosofía: El significado del amor.

Intercalando cosas que se me ocurrían, mientras Carlos abría primero con Chomsky, por el cual siento mucho respeto político, aunque él cree en una gramática generativa que no es la lacaniana. En efecto, la pregunta de Chomsky es, ¿cómo con tan poco sabemos tanto? Pertinente la pregunta, pero desde otro punto de vista más freudiano-lacaniano, en realidad hablamos sin saber, porque hablamos un discurso que viene del Otro, que viene desde el exterior. El discurso es una infraestructura, estamos arrojados a ella, estamos constituidos por ella, no se constituye reflexivamente en nosotros, ni por alguna competencia lingüística que haya en el cerebro. Por lo tanto, tenemos la gran «oportunidad» ―esa palabra «oportunidad» la ponemos entre comillas― de decir lo que no sabemos, como confirmamos todos los días cuando hablamos con los niños que hablan de lo que no saben, y que sin embargo dicen verdades.

Eso, por un lado, entra en tensión con esta idea, le pone límites al saber; es decir, la verdad y el saber no son lo mismo, más bien la verdad solo aparece cuando el saber falla. El saber no puede producir a la verdad, la verdad aparece materialmente cuando ese saber falla. Esto es por una razón, que en esto tuvo razón Stalin y no Trotsky. Trotsky pensaba que el lenguaje era una superestructura y que la revolución lo iba a transformar; y Stalin, quien probablemente se lo plagió a los formalistas rusos, supo decir que el lenguaje es una infraestructura. Así que, en primer lugar,

si el lenguaje es una infraestructura, es un verdadero problema, porque uno ya está situado de entrada y de antemano, capturado, precedido, anticipado, arrojado a una estructura que te recibe desde el nombre que te ponen hasta los deseos que te han anticipado hacia tu persona, desde las palabras que son escuchadas, desde las escenas que son vistas y traducidas en palabras.

En fin, como diría Carlos, eso se resume en términos lacanianos de una manera más enigmática o compleja, «el inconsciente es el discurso del Otro». No hay inconsciente si no hubiera previamente esta situación donde el lenguaje nos precede y hablamos sin saber. Es decir, la única oportunidad para que el psicoanálisis exista es que cuando se habla, uno no sepa del todo lo que dice; que el habla vaya más allá de lo que yo puedo saber. La otra cuestión era referente a Platón, la escena de Platón era…

Carlos Fernández Liria: La misma. ¿Cómo podemos saber tanto a partir de tan poca cosa?

Jorge Alemán: Sí, sabemos todo, menos vivir. Ahí empieza de nuevo el problema de Freud. Parece ser que las condiciones de la materialidad ―siempre hablo en términos materialistas del lenguaje― han hecho posible distintos tipos de desarrollo, formalizaciones, y a partir de la modernidad todos sabemos que la ciencia es el lugar privilegiado donde esa formalización se desarrolla. Todos sabemos que, como un poco lo ha insinuado Carlos en su intervención, un científico puede ser un perfecto ingenuo, es decir, sabe lo que tiene que saber, pero esto no quiere decir que en la vida eso le valga para él, o para los demás. Por eso corresponde el ejemplo conocido de Heidegger en el rectorado de Friburgo cuando apoya el nacionalsocialismo, nada menos que él, que había escrito Ser y tiempo y había dedicado su libro a Husserl. Con lo cual, de entrada, tenemos todo un problema que ya está presente en Freud: «la división del sujeto».

El sujeto no es uno, el sujeto está fracturado, el sujeto no puede reunirse consigo mismo en una unidad, el sujeto no es nunca una totalidad, el sujeto no se agota nunca en su cogito reflexivo. El sujeto está dividido entre la verdad y el saber. Una división que es incurable. ¿Qué hace cada uno con esa división? Es una de las grandes claves existenciales, porque no hay ni formación política ni ideología que logre unificarme del todo, aunque todas esas construcciones cumplen la función de algún modo de ser un tratamiento, si se me permite la expresión, de esta división que es constitutiva, de esta fractura ontológica, podríamos decir, en términos más filosóficos.

El párrafo que leyó Liria es porque en todas partes hay un mantra que dice: «votan en contra de sus propios intereses los sectores populares». Por ejemplo, en mi país, que es muy diferente de Europa ―me refiero a mi país natal, porque este también es mi país, llevo 46 años aquí― se habla de lo nacional y popular. Eso es vía Gramsci y vía las «experiencias populistas». Pero resulta que ahora eso tambalea, porque como Orwell había dicho muy bien, «el fascismo va a volver bajo la forma de la libertad, con la palabra libertad». Hay sectores libertarios que han generado una especie de ola, montada sobre cierto rechazo a la política, que están en contra del sistema político, ridiculizan a los políticos. Eso tiene un enorme campo de transmisión en los sectores populares y en los jóvenes.

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Por ejemplo, hay uno en la Argentina, que es un libertario de verdad, es un ultraderechista de verdad, neoliberal, que quiere reducir todo a la relación costo-beneficio. Ha defendido públicamente que se pueden vender los hijos, se pueden vender los propios órganos, se puede vender a tu madre. Los demás ultraderechistas fingen estar un poco alterados, pero este tipo es el más coherente de todos, porque está inspirado en cierto autor austríaco neoliberal, que finalmente lo que propone es que toda la vida social esté regida por la relación costo-beneficio con preguntas tales como: ¿Vale la pena mantener este colegio? ¿Vale la pena mantener a esta esposa? ¿Vale la pena mantener a este hijo? Puesto que él es el más coherente de todos, ataca más ferozmente al sistema político, y tiene éxito. Hasta dónde va a llegar ese éxito ya es otra cosa.

Luego, lo que me interesa decir es que no van contra sus intereses. Si los intereses fueran nada más que la satisfacción de las necesidades materiales, definición de Marx que Carlos conoce muy bien, se podría decir: evidentemente van contra sus intereses vitales, tal como dice el breve texto que Carlos ha citado, van contra el principio de placer. Hace poco discutía con un trabajador en Argentina que votaba a la ultraderecha, y aquí, en España, con un inmigrante que me dijo que votaba Vox. Justo yo llevaba el video que mis hijos me habían pasado de Abascal, diciendo que los inmigrantes eran unos cerdos. Se lo mostré y me dijo: «¡¿Y a mí qué?!». Al trabajador le había dicho que el proyecto ―no dije el proyecto neoliberal, porque cuando hay que hablar de otra manera, se habla de otra manera―, lo que se está preparando acá es un gran negocio mafioso donde la gente va a quedar sin hospitales, sin colegios. Me dijo que estaba harto de que le mintieran, que prefería eso.

¿Qué era la mentira para él? La política. ¿Por qué era mentira la política? Cuidado, porque acá hay dos aspectos: el aspecto ultraderechista y otro aspecto más progre, si ustedes quieren, que es la gran decepción que hay sobre la política. Es decir, por qué hay una guerra en este momento y no hay movilizaciones. Es evidente que se ha instalado una especie de apatía o una deserción, en donde cada sujeto dice algo así como: «¡Nada! Como no puedo transformar nada, me aparto».

Lo que trataba de transmitir es que si los intereses se reducen a la utilidad y al principio de placer, efectivamente votan contra sus propios intereses. Ahora, si los intereses incorporan al psicoanálisis, puede ser que estén operando las identificaciones, o puede ser que esté operando la propia pulsión de muerte. La pulsión de muerte no es tan misteriosa, es cualquier pulsión que no esté bien enganchada o anudada de algún modo a lo simbólico, y que por su propia estructura repetitiva, es pulsión de muerte. Si hay un posible error de Freud, es haber confrontado pulsión de vida y pulsión de muerte, Eros y Tánatos, ya que hay unos vasos comunicantes muy importantes. Cualquier pulsión que no se logre encausar simbólicamente se transforma en una pulsión de muerte. La pulsión no tiene otro fin que satisfacerse de modo autoerótico, va y viene, y la verdadera satisfacción es en la propia fuente, en las zonas erógenas, la mirada, la voz, es decir, no están referidas solo a las clásicas.

Así que este asunto de que el neoliberalismo está destruyendo sobre todo un aspecto clave del andamiaje simbólico que Freud había visto, y había usado para esto una palabra alemana nachträglichkeit. Lacan la tradujo al francés como après-coup. El neoliberalismo ha destruido el punto de capitón; este es una propiedad de lo que Lacan designa como discurso capitalista. ¿Qué es el punto de capitón? Cuando estamos hablando, para nosotros los seres hablantes, es aquello que permite en el campo simbólico resignificar retroactivamente nuestra historia, pero también resignificar retroactivamente nuestras herencias, nuestros legados, nuestros proyectos políticos. Tal como lo describió Lacan, el discurso capitalista es el verdadero álgebra o la verdadera matriz de lo que se denomina neoliberalismo. Así me inspiré yo. Desde mi punto de vista y en mi formación, el neoliberalismo destruye los puntos de capitón.

Entonces, para sorpresa de muchos amigos míos de la izquierda, la gente ya no tiene más referencias de eso que se denomina la memoria popular. Todos dicen: «no, el pueblo va a estar con Evita; no, el pueblo va a estar con tal o con cual», pero lo cierto es que el pueblo no está con nadie.

No se puede presumir ni presuponer que existe una instancia estable que denominamos pueblo. Habrá que, en todo caso, inventarlo; habrá que ver cómo se lo construye, aunque ese ya sería otro problema.

Pero además, habrá que ver qué consecuencia tiene que este punto de capitón no esté funcionando. Porque entonces es ahí donde la pulsión de muerte tiene todo su despliegue.

Lo único que nos mantiene en esta vida, además de las constantes biológicas, es que haya lo que denominamos un futuro anterior, que se describe así: «lo que habré sido, para lo que estoy llegando a ser». Sin eso no podemos vivir. Fíjense que hay movimiento en los dos lugares, en esta expresión, «en lo que habré sido y en lo que estoy llegando a ser». Es una doble conjetura. No es que el pasado está congelado, sino que está en permanente transformación, porque es lo que habré sido. Es verdad que mi pasado de hoy no tiene nada que ver con el pasado del tipo que llegó con 25 años a este país, para lo que estoy llegando a ser. Es decir, el futuro no es otra cosa que eso que ahora, precisamente en este instante, estoy llegando a ser. Pero si está roto el punto, que era un punto princeps del orden simbólico, empieza a haber un fenómeno de empuje al presente absoluto.

Hay miles de personas a las que la historia no les dice más nada. Por ejemplo, yo había creído que la dictadura argentina había finalizado con el kirchnerismo. 1500 militares pusimos presos, no es ninguna broma. Digo «pusimos» porque creo haber contribuido en algo. Por supuesto que se le debe todo a las Madres y a las Abuelas, y a HIJOS, y a los jueces que tuvieron los cojones, y a toda una trama que jugó y que todavía continúa. Días atrás detuvieron a un miembro de la Triple A en Italia. Pero con el kirchnerismo, donde no funcionó más ni la Ley de Obediencia Debida, ni la del Punto Final, se abrieron todos los juicios y se derrotó algo que para mí era clave en el imaginario social: la teoría de los dos demonios, que se presentaba en un «bueno, son responsables unos como otros, todos cometieron excesos». Yo creía que todo eso estaba terminado. No, todo eso está de nuevo, porque entre el lawfare, las fake news, los medios, hay como un estado de «debilidad mental», producto de que el punto de capitón no funciona ―esto no lo digo en término despectivo y mucho menos clínico―. Nuevamente se vuelven a decir cosas tales como, «sí, los dos tuvieron errores»; otros, «la verdad es que los políticos cada vez me gustan menos», «para mí, tal o cual es ladrón».

Hay una película argentina, 1985, con la que la gente ahora se entera de que hubo una dictadura!!! ¡¿Cómo puede ser?! Esto es una locura. Aún más, ¡quizás la película reciba un Oscar!

Es evidente que el asunto de «hay memoria» es algo muy problemático y constituye un tema en sí mismo.

Retomando mi conversación con Carlos, la hipótesis que a mí me parece que puede aportar algo, es la de que el punto de capitón ha sido destruido y que, por lo tanto, en el orden simbólico cada vez hay más imposibilidad de hacer lazos sociales. Sin lazos sociales es muy difícil articular un proyecto político. Por esta razón los proyectos políticos se están reduciendo a proyectos electorales que parecen no tener demasiada vinculación con ninguna transformación de los lazos sociales.

Por supuesto que yo voy a votar, y votaré lo que me parece mejor para la izquierda, pero lo que está ocurriendo es que no hay forma de recuperar lo mejor de la tradición revolucionaria. Digo lo mejor, no la que tenía un desenlace previsto por esa teleología de llegar a un mundo feliz, sino una revolución advertida de lo que me parece que el sujeto del inconsciente enseña a partir de psicoanálisis. Ese es mi proyecto. Pero evidentemente para que haya revolución tiene que haber «lo que habré sido, para lo que estoy llegando a ser»; tiene que haber una relación con el pasado que de algún modo yo pueda releer, reinventar, conjeturar. Por ejemplo, aquí, Podemos fue una gran experiencia ―no hay nada que pueda contarle a Carlos, él lo vivió―, todos nosotros habíamos participado desde distintos lugares. Hoy ya nadie discute lo que eso significó y lo que, a la vez, significó haber perdido esa oportunidad, sea cual fuere la razón, aunque haya diversas hipótesis.

Tenía que haberse tomado muy en serio. Fue una de las grandes experiencias políticas de Europa. Fue un momento que había cambiado hasta la bibliografía de este país. No veo que haya una pasión, al menos en donde se entienda algo diferente, más que la conversación de sobremesa entre algunos. Carlos dijo Yolanda Díaz, que está muy bien, pero el problema que veo, y acá le doy la palabra a Carlos, es que

mientras sea solo el marco electoral, estamos sujetos al marco mediático, a los debates y por supuesto que las cosas ya están mal.

En Italia, por ejemplo, el filósofo Berardi, los deleuzianos ven que, en algún momento, todo fluirá través de nuevas sensibilidades conducentes a una comunidad trabajada por el esquizoanálisis. En este aspecto prefiero mantener mi división, apoyo cosas con las que no me identifico. Este es otro problema, por ejemplo que a veces apoyaré a Yolanda Díaz. ¿Me identifico con ella? Sí y no. Voy a apoyarla porque si se vuelve la opción de izquierda, puede significar algo que nos ayude. Ahora, evidentemente,

me parece que un proyecto transformador, no equivale a un proyecto electoral, porque para un proyecto transformador serían necesarias condiciones que en este momento el neoliberalismo, al menos contingentemente, tiene interceptadas.

Carlos Fernández Liria: Vamos a ver, no sé qué prisa podamos tener todos. Yo en principio quería preguntarle a Jorge sobre tres temas. Uno ya lo he hecho. Era sobre la pulsión de muerte, que además has dicho unas cosas que me han aclarado mucho y que pensaré detenidamente. Otra me exige intentar resumir lo que yo he entendido de Jorge. Es algo que salió en «Pensando con Freud», mi serie, en un capítulo que se llama «Malas noticias para Kant» que provenían de Freud. Es un tema del que Jorge se ha ocupado mucho y además del que no tuve más remedio que citarle.

Jorge Alemán: Pero lo hiciste así, con amor.

Carlos Fernández Liria: Lo hice con amor, sinceramente, lo hice con amor y con admiración, porque sí que es cierto que lo has contado de una forma que a mí me impactó muchísimo. Creo que había entendido lo mismo leyendo a Freud, pero no exactamente lo mismo y no hasta el punto en que te he escuchado contarlo a ti. Ese texto de Freud está en «El Yo y el Ello», en el que se dice que el Yo se tiene que someter al imperativo categórico de su Superyó, que es el heredero del complejo de Edipo. Mi interpretación de Freud es hacer una advertencia. El imperativo categórico de su Superyó, para mí, lo único que ocurre es que habla de una forma imperativa y una forma categórica. Por lo cual es tremendamente fácil confundir la voz del imperativo categórico kantiano con la voz del Superyó. Lo único que ocurre es que el resultado de obedecer al imperativo categórico kantiano tendría que ser algo así como una contextura moral sólida y admirable. Algo así como lo que siempre digo en clase, que todos seamos Gary Cooper en la película de Hollywood, Solo ante el peligro. O, que todos seamos Gregory Peck en Matar a un ruiseñor.

Jorge Alemán: Pero no lo matan a Gary Cooper. Al final les tira la chapa del sheriff. ¿Qué pasaría si lo mataran ahí a Gary Cooper?

Carlos Fernández Liria : Claro. Te voy a intentar resumir antes de que empieces a resumirte a ti mismo. Bueno, mi advertencia va a lo siguiente, sometiéndote al imperativo categórico del Superyó no hay mucha garantía de que te conviertas en algo parecido a Gary Cooper o a Gregory Peck. En principio te conviertes en una persona que tiene un tic en el ojo, pero que además está muy seguro de que tiene mucha razón en tener ese tic en el ojo. Es decir, te conviertes en un neurótico cargado de razón. Es algo así como eso, un machirulo pedante que, además de desplegar síntomas de forma obscena e impúdica delante tuyo, pretende que está teniendo razón con ello. Tú lo que ves claramente es que se está haciendo una paja delante tuyo, pero él lo que dice es que está explicándote lo que es el universo.

Jorge Alemán: Eso está muy bueno, Carlos. Muy psicoanalítico, porque está lleno de personajes que se hacen delante de uno una paja, ¿no? (risas) Es que es muy psicoanalítico, más psicoanalítico Liria que yo.

Carlos Fernández Liria: El siguiente tema que te quería preguntar era sobre si los varones lo hacemos más que las hembras, pero ese es el siguiente.

Jorge Alemán: Sin duda hay mucha más neurosis obsesiva en los varones.

Carlos Fernández Liria: Algo así como que en realidad el imperativo categórico del Superyó lo que hace no es abrirnos hacia un mundo de verdad, justicia y belleza, sino que lo que hace es más bien endurecer y cargar de razón nuestros síntomas neuróticos. Ahí está el gravísimo problema. Esto se lo escuché contar a Jorge Alemán en algunas conferencias que leí, algunas charlas.

Jorge Alemán: Mil años atrás.

Carlos Fernández Liria: Sí, pero yo entendí que decías lo siguiente. Déjame resumirte y leerte algunas cosas tuyas y me comentas. «El grandísimo problema a este respecto es que el Superyó encarna una pulsión que es capaz de disfrazarse de ley. Este es el motivo por el cual el Superyó en realidad en Freud no está por encima, o en Lacan no está por encima, sino más bien por debajo y al servicio precisamente de lo que hay abajo, que sería el Ello». Es algo así como que «en lugar de que la ley limite la pulsión, limite al Ello, resulta que la pulsión utiliza la ley para salirse con la suya».

Esta pulsión que utiliza la ley para salirse con la suya es otra pulsión, es esa pulsión que hemos llamado la pulsión de muerte, que por otra parte acabas de decir que en realidad es cualquier pulsión que no sea capaz de acceder a lo simbólico. «Es así dice Jorge que la pulsión logra devorar por este procedimiento cualquier construcción, cualquier tipo de construcción ética».

Es verdad que Kant ha separado la ética de la patología. Precisamente encontramos en Kant una ética de la autonomía moral enfrentada a cualquier heteronomía moral. Entonces, se puede decir que el enemigo de la ley siempre es en Kant la patología, lo patológico, lo emocional, las inclinaciones, dice él. ¿Pero qué pasa si la ley goza de la renuncia? ¿De qué goza? ¡Hombre! ¡Esto sí que está en Freud! Goza de la renuncia del sujeto. Nos encontramos con el efecto paradójico de que cuanto más renuncias, más tienes que renunciar. ¿Por qué? Pues, dice Freud, porque hay un goce en la renuncia; es decir, gozas de la mortificación, gozas de tu deuda, gozas de tu culpa. ¿Es esto así? ¿Qué más quisiéramos que cumpliendo la ley dejáramos de gozar pecaminosamente? Eso es lo que querría ese monje que está constantemente intentando reprimir sus instintos. Pero todos sabemos que lo que pasa es exactamente lo contrario, que mientras que el libertino sadiano no tiene ninguna culpa porque hace y goza todo el tiempo de forma omnipotente, sin ningún tipo de prejuicio ético, el monje encerrado en su monasterio, que ha renunciado al mundo para no pecar, que ha renunciado a las mujeres para no pecar, que ha renunciado a hacerse pajas para no pecar, que se pone un silicio para no pecar; y luego le empieza a gustar el silicio y le empieza a gustar latigarse en la espalda. Empieza a pecar porque empieza a gustarle el masoquismo, y entonces acaba convirtiendo su celda de penitencia en un laboratorio de torturas pornográficas. Es decir, cuánto se goza con la renuncia, cuánto se goza con la mortificación, cuánto goza la ley sacrificándote en su honor. Así aparece en el psicoanálisis. Dijiste una vez en una conferencia que «para captar esto como satisfacción, para captar este tipo de satisfacción tangencial, o este tipo de satisfacción de que te sale el tiro por la culata y que gozas precisamente con la renuncia a satisfacerte, hace falta una ardua labor analítica». Esta es la profesión del psicoanálisis. La profesión del psicoanalista es ocuparse de este tipo de satisfacción bastarda.

En este capítulo de las malas noticias para Kant, yo cité un texto de Lacan que dice más o menos así: «como psicoanalistas estamos acostumbrados a tratarnos con gente muy desgraciada. Lo que pasa es que como psicoanalistas sabemos también muy bien que en eso que les hace tan desgraciados, sin embargo, encuentran satisfacción […]. De alguna manera se satisfacen en eso que les hace muy desgraciados», y «nuestra tarea es saber quién es ese “se” que se satisface en eso que les hace tan desgraciados». Esto es una frase de Lacan que me sé de memoria y que además no sé por qué he perdido la referencia, pero ya la encontraré.

Jorge Alemán: Está en «La tercera», en una conferencia posterior a la que dio en Roma. Pero tú sí has trabajado mucho esa frase.

Carlos Fernández Liria: La he trabajado mucho, la cito constantemente, porque me parece totalmente iluminadora. Pero vamos a trasladarlo a Kant por un momento. Kant sí habla de un sentimiento asociado a la ley. Esto tú lo decías y lo explicabas muy bien. Kant dice que hay un sentimiento que es el único sentimiento no patológico, el único sentimiento no heterónomo, es el sentimiento del respeto. Hay respeto por la ley. Cualquier criminal no tiene más remedio en su interior que respetar la ley. Pero aquí viene Jorge y me dice, sí, pero siempre hay una voz, esa que llamamos la voz de la conciencia; es un suplemento sin el cual no funciona el imperativo categórico, una pequeña ayuda, y que a Kant, de vez en cuando, se le escapa nombrarla. Es el temor reverencial, el terror ante la justicia de la ley, la humillación ante la ley, el temblor ante la justicia. Aquí hay mucha patología con la que el Superyó se pone las botas y despliega síntomas por todos lados. Claro, una voz que te haga temblar. Pues naturalmente, cualquier ética, por muy bien construida que esté, acaba siendo tragada, devorada por el Superyó. Es lo que decías tú, aunque yo no sé si la expresión es tuya o de Lacan, es lo que llamas la «voz gruesa del Superyó».

Jorge Alemán: Es mía.

Carlos Fernández Liria: Es tuya. Pues enhorabuena, «la voz gruesa del Superyó». Leeré un texto tuyo que dice del verdadero pesimismo de Freud:

si tuviéramos que designar de verdad cuál fue el verdadero pesimismo de Freud, podríamos situarlo en este punto. Freud había dicho que toda ética queda atravesada tarde o temprano por la pulsión de muerte. Y esto por muy bien construida que esté, sea la de Badiou, la de Kant, la que ustedes quieran traer decías desde el punto de vista freudiano, el universal de la ética queda devorado por el particularismo del goce de la voz.

Como no basta el respeto, como hace falta el temor, resulta que siempre te encuentras que en el fondo, el Gregory Peck que quieres ser, al final acaba siendo un tipo que se está masturbando en una esquina babeando con la ley. «Vemos que los filósofos llegan a esta voz, pero no dan el paso freudiano. Freud ve que esta voz tiene que ver con la pulsión y el que lo termina redondeando es el propio Lacan, transformando la voz en un objeto a, en un plus de gozar; el plus de gozar de la ley, una voz que ordena todo el tiempo ser desdichado».

Terminabas esta conferencia diciendo: «Hay muchas preguntas sobre cómo se sale de este callejón sin salida ¿Es posible escapar de la pulsión de muerte? ¿Lo hacen mejor las mujeres? ¿Es lo mismo el Superyó del lado del no-todo?». Son todas preguntas que tú te hacías. En cualquier caso, hay personas que como no generen un nuevo pacto con el Superyó, no pueden vivir. El problema es que además esto también lo tratas en este Breviario político de psicoanálisis, que acabas de publicar. Precisamente todas las terapias que ahora se han puesto de moda, este paradigma tal como dijiste el otro día, que es verdaderamente predominante en psicología actualmente, es el paradigma de las terapias de autoestima, del «sé tú mismo», «sé tú misma», «acéptate como eres». Todo esto trabaja en el sentido contrario a un nuevo pacto con el Superyó.

Jorge Alemán: Lo infla y lo infla.

Carlos Fernández Liria: Lo engorda. Además, en realidad es completamente contraproducente. Porque si el problema está en que los que precisamente necesitamos terapia, o pensamos que necesitamos terapia, lo que necesitamos es que nos libren del «ti mismo», lo peor que te pueden decir es «sé tú mismo a tope». Pero si es que precisamente he venido aquí porque no me aguanto. He venido aquí porque no me soporto. Lo que quiero es que me libre usted un poco de mí mismo. Hay un nuevo pacto con mi Superyó que es que, joder, cada vez que intento ser Gregory Peck acabo masturbándome en público y paso mucha vergüenza. Este es el asunto. ¿Entonces, tú tienes alguna buena idea?

Jorge Alemán: Hombre, has leído algunas. Modestamente, has leído algunas que me parecen, después de escucharlas, muy buenas ideas. Primero, coincido contigo en que respetaría la construcción kantiana. No vamos a tirar así por la ventana todo lo que es la Crítica de la Razón práctica, el imperativo categórico; los lacanianos no decimos chau Kant. No, es un poco más complejo el asunto. Pero siguiendo la lógica de esta complejidad, es verdad que Freud es bastante astuto y maligno, porque él dice que el heredero del complejo Edipo es el Superyó, el problema económico del masoquismo.

A continuación, un tipo que había sido muy discreto con la filosofía, Freud, dice, el heredero del Complejo de Edipo es el Superyó. O sea, si el Edipo venía a poner en orden todas las cosas, la ley, la prohibición del incesto, resulta que el verdadero rostro de Edipo es el Superyó. ¡¿Qué Antiedipo, muchachos?! ¿Deleuze y Guattari no leyeron a Freud? Acaba de decir algo terrible. Si el heredero del Edipo es el Superyó, no hay más Antiedipo que el propio Superyó. Porque hubiera sido muy bonito que el final fuera el Edipo, padre, madre, todo separado, prohibición del incesto, la ley funcionando de acuerdo con el deseo. Pero no, está el superyó, y tal como lo ha explicado muy bien Liria, resulta que es una instancia que se disfraza de ley, pero que trabaja para la pulsión. Fíjense que uno de los problemas políticos más graves en un pueblo es separar la ley de la pulsión. Porque, por ejemplo, lo meten preso a Lula y a partir de que estuvo preso lo jodieron. Porque hay muchísima gente que esta operación no la hace.

Más allá de que haya tenido razón Kant en cómo separó la patología, el interés personal, la particularidad de cada uno de la ley, es verdad que el propio Kant tiene momentos en donde, como dijo muy bien Liria, introduce elementos patológicos en su propia construcción.

Recuerdo, leyendo Crítica de la razón práctica con un amigo que leía en alemán, Kant dice en un momento: la ley humilla a la patología. Es decir que Kant ve claramente, y además tiene un llamado a pie de página sobre una determinada comedia, donde está claro que la ley necesita hacer valer su peso, humillar, infundir un cierto temor. Es decir, la frase de Kant en la que tenemos que agradecer a Dios el «cielo estrellado» y el «imperativo categórico», no es inocente. Son dos cosas muy grandes que nos desbordan. ¿Vamos a deshacernos de la ley? No. Por eso ahí volví a Freud, eso ya no es exactamente Lacan, pero yo no soy un epígono.

Freud explica muy bien que el Superyó se adueña, se camufla de deber, pero en realidad juega a favor de la pulsión de muerte. En el melancólico, dice Freud, el Superyó se adueña del Yo, y este hace un delirio de indignidad y siente que no quiere, que no merece la pena vivir, que está de más. Esta epidemia mundial de depresión tiene que ver con ese trabajo horrible de esta instancia maléfica, que hace que muchísima gente sienta que es un resto, que sobra, que no está en ningún lugar, que no tiene sitio. Eso es lo que Freud llamó melancolía, un delirio de indignidad.

Después dice: «en el obsesivo, en cambio, está parcialmente tomado el Yo por el Superyó». Por lo tanto, como diría Carlos, el tipo por ahí se masturba mientras habla, pero después también tiene una cierta relación con el deber que no es patológica. Con lo cual, mi conclusión es, que no veo otra cura como no se haga un nuevo pacto con el Superyó. No veo otra cura que decir: «sí, tenés tics nerviosos, pero seguís manteniendo tu relación con el deber, que en términos psicoanalíticos quiere decir tu relación con el deseo». Porque finalmente el deseo, término que Freud no utilizó, pero Lacan sí, no es más que el resultado de cómo quedaría el deber si se librara de la pulsión de muerte. Es decir, el deseo no es una jauja, no es una broma, sino algo que tiene también su propio peso, como lo tendría cualquier deber, pero con la diferencia de que no está engarzado al Superyó y a la pulsión de muerte.

Cuando Lacan dice en La ética «no retroceder frente al deseo», no quiere decir que hagas cualquier cosa, o que hagas lo que se te da la gana, sino que no retrocedas frente a ese deber. Todo lo que ha sido mi vida, verdaderamente, es tratar de estar en relación con un deber, porque he deseado siempre eso, es en lo que he insistido. Es decir, cuando me dicen a mí, «Berardi dijo la vez pasada que Jorge Alemán, y Laclau apoyaron esto, esto ha fracasado, el populismo», no entienden lo que es el deseo. Es decir, ¿a mí, qué más me da que haya fracasado? Es mi deseo. Me podrán decir mil veces que no se producirá nunca, que no tendrá ningún éxito, pero yo sin eso no puedo vivir porque es mi deseo. Incluso cuando me decían: «el psicoanálisis se va a morir». Sí, bueno, está bien, no habrá más no sé qué, o, no se van a leer más libros. Fui a La central el otro día y me dijeron vamos a cerrar la parte de ensayo. ¿Y? ¡Mirá, Bizarrap tiene 36 millones de visualizaciones en media hora con la señora que cantó! Bueno, nosotros tenemos 500, 1000, con la avanzada de los youtubers-filósofo-psicoanalíticos.

Le agradezco a Carlos que me lo haya recordado, porque pienso que lo de Kant no solo hay que mantenerlo sino que hay que problematizarlo. Que Freud hizo una maniobra como hace él, terrible, en su pesimismo antropológico, tal vez, que es poner de heredero a la instancia simbólica más ordenada en el interior mismo, una verdadera bomba atómica que es el Superyó, que hay un pacto distinto con ese Superyó que es lo que llamamos deseo, no hay salida. ¿Qué es deseo? Bueno, yo puedo tener muchos inconvenientes en esta vida, pero trato de seguir una huella. No todos los días Gary Cooper tiene que enfrentarse a todos. Eso también es parte del deseo. Hay veces en que uno no va a tener más remedio que morir, me tocó morir; ahora, lo que no puedo hacer es buscar la muerte.

El otro día mi nieto de siete años había cambiado el himno argentino de tanto ver el mundial ―porque todos los días veo el momento en que Argentina gana―. Mi nieto cantaba «o juremos con gloria “no” morir». Yo digo no, pero la letra es «o juremos con gloria morir» como dice el himno, pero está mejor no morir. Bueno, hay veces que a uno le toca. ¿Cómo sería la diferencia entre el Superyó y el deber? Decir, si te tocó, de verdad, te tocó, y no hay más remedio, vamos, pero tratemos de evitarlo también, porque necesitamos continuar. No permitamos que no nos dejen insistir.

Carlos Fernández Liria: Muy bien, pues me queda una pregunta que hacerte…

Jorge Alemán: ¡Cuánto te agradezco esto, Carlos! Porque a mí me parece muy bueno poder hablar de estas cosas.

Carlos Fernández Liria: Yo te lo agradezco muchísimo más. Me he metido en un buen lío para mí mismo y en una arena muy problemática en los últimos cuatro capítulos de «Pensando con Freud»que he llamado «Penes y Vulvas», en relación con el asunto de la diferencia sexual, de la posición masculina y la posición femenina, de lo masculino y lo femenino en el mundo y en el psicoanálisis. Es un terreno muy confuso para mí, pero también es un terreno muy peligroso. Es muy difícil no meter la pata. En los tiempos que corren, en plena polémica entre el feminismo queer y el feminismo terf, y la utilización de la diferencia sexual que ha hecho la extrema derecha, que se decía «que no te engañen, los niños tienen pene, las niñas tienen vulva», etcétera.

He querido repensar todo este terreno político tan complicado a partir de ese articulito de Freud, de 1925, que se llama «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica». Es un artículo que a mí, desde la primera vez que lo leí hace treinta años, no se me ha quitado nunca de la cabeza. Es un artículo que prácticamente me sale de memoria porque lo he leído un millón de veces y no he parado de darle vueltas en nuestra serie. He problematizado mucho, sobre todo en el último capítulo de estos cuatro que he colgado sobre «Penes y Vulvas», que se llama «El falologocentrismo». He problematizado una frase que Freud tiene en ese artículo en el que dice sencillamente que hay que reconocer que, a partir de la diferencia anatómica y de sus consecuencias psíquicas, no hay más remedio que concluir que el nivel de lo ético normal es distinto en el hombre que en la mujer, y que por tanto, lo ético normal no funciona igual en el hombre que en la mujer.

Claro, lo que está diciendo, al menos según la interpretación que nos hemos planteado, es que la inserción en el lenguaje, la forma en la que habitamos el lenguaje los hombres, no es la misma forma en la que habitan el lenguaje las mujeres. Una primera pregunta que te quiero plantear…

Pero primero termino y después te la vas pensando. Los lacanianos, por lo que yo he visto, leyendo por aquí y por allá, hablan siempre de posición masculina y de posición femenina mucho más que de varones y mujeres, advirtiendo, por supuesto, que tanto los hombres como las mujeres, y no digamos ya en todos los puntos intermedios del universo trans, pueden adoptar una posición masculina o femenina con independencia de que seas hombre o mujer. Esto sí, hay una posición masculina que puede perfectamente adoptar una mujer, genitalmente mujer o al revés.

La primera pregunta que quería hacerte es: si la posición masculina y la posición femenina es indiferente de que tengas genitales masculinos o femeninos, ¿por qué seguimos llamándola masculina y por qué seguimos llamándola femenina? ¿Por qué deberíamos llamar a la posición masculina, qué es esto de «paratodear» en torno a una excepción estas cosas que decís? O, esta lógica del no-todo que caracteriza la posición femenina, ¿por qué llamarla femenina o por qué llamarla masculina, si luego resulta que en realidad los varones y las hembras pueden adoptar ambas posiciones de forma indistinta?

Luego, con respecto a la interpretación que yo he hecho de este artículo de Freud, que me inquieta mucho, he desarrollado este último capítulo al que llamé «El falologocentrismo masculino»; que tiene un poco que ver con lo que ya hemos mencionado. Freud hace gravitar toda esta diferencia, estas consecuencias psíquicas que generan la posición psíquica masculina y la posición psíquica femenina, en torno a un hecho que no sé si es muy discutible o no. En el varón, en el complejo de Edipo del niño, tenemos una amenaza de castración que sepulta el complejo de Edipo. En el complejo de Edipo de la niña, al contrario, tenemos una castración consumada que hace a la niña entrar en el complejo de Edipo de forma invertida, enamorada de su padre, pese a que igual que el niño ha nacido también de la madre y ha mamado probablemente de la madre en cualquier caso se ha pasado nueve meses en el vientre de la madre; sin embargo, entra en el complejo de Edipo de forma invertida, dice Freud, porque en realidad ha habido un episodio previo al Edipo que ha sido la envidia fálica, el complejo de castración femenino. Esto le hace hacer una ecuación en su mente que es algo así como pene=niño. «No tengo pene, pero puedo tener niños y por eso juego con muñecas mientras que tú juegas con tus putos soldaditos», le podría decir a su hermanito.

Pero claro, ya sé que todo esto es muy políticamente incorrecto hoy en día, pero es lo que está diciendo Freud en su artículo. La ecuación pene=niño también tiene que ver con un famoso chiste ya muy pasado, que es algo así: «mira lo que tengo y tú no lo tienes», le dice el niño a la niña. La niña lo que dice es: «mira lo que tengo yo, que con esto que tengo puedo tener todos los que yo quiera de eso que tienes tú», «con esto puedo conseguir de eso, puedo conseguir todos los que quiera con esto que tengo yo». Aparte, «además, a ti el pene no te sirve para nada, puesto que encima tienes que salir del Edipo y ya tienes que perder toda posibilidad de hacer algo con tu pene en el lecho materno, que es el mundo del deseo infantil. En cambio, yo, con los penes que pueda conseguir, puedo tener niños».

En realidad, en Freud, que haya una diferencia entre una amenaza de castración para el varón y una castración consumada para la mujer, genera una conclusión de unas consecuencias psíquicas tremendas, y es por lo que ha dicho que lo ético normal en el hombre no puede ser igual que en la mujer. Nos dice Freud: «el Superyó en la mujer nunca es tan inexorable e independiente de sus orígenes afectivos como en el varón». ¿Por qué? Pues porque la amenaza de castración obliga al niño a salir del mundo del deseo y entrar en una especie de periodo de latencia en el que se queda flotando en la nada. Además, por si acaso no funciona muy bien esa amenaza de castración, ya se encargan de todas formas todos los aparatos educativos de que el niño permanezca flotando en la nada, deduciendo raíces cuadradas y, desde luego, dejándose de hacerse pajas, porque como se decía mucho en tiempos de Freud: si te sigues tocando, te la corto.

Esa es la amenaza de castración: si te sigues tocando en público, que me estás dejando en ridículo, te la corto, te la acabaré cortando. Esa es la amenaza de castración muy simbólicamente planteada por Freud. Mientras que a la mujer no se la puede amenazar así porque de alguna forma ya ha tenido que asumir precisamente que no tiene pene. Con lo cual

lo que acaba diciendo Freud y esto es lo que dice Freud, ahora luego discutimos es que la mujer en realidad no tiene ningún motivo para salir del complejo de Edipo, no tiene ningún motivo para acabar violentamente con el mundo del deseo y pasar al mundo del lenguaje y al mundo del deber, sino que puede pasar perfectamente de un mundo del deseo a otro mundo del deseo.

En tiempos de Freud la cosa era muy sencilla, las mujeres pasaban de su familia a otra familia; los hombres no, los hombres abandonaban su familia, pasaban por un periodo de educación en el cual eran unas especies de almas en pena flotando en la nada. En la serie he dicho almas en pene, porque es eso, flotando en la nada con un pene que te cuelga ahí y que no sabes qué hacer con él hasta que llegas a la pubertad y se te ocurre alguna buena idea, pero permaneces ahí como «un alma en pene» sin deseo. Eso sí, habiendo accedido a todo el mundo de la educación y a todo el mundo del rigorismo moral. Pero claro, con la interpretación que hemos hecho eso no le sirve al varón para acceder al imperativo categórico kantiano, eso le sirve al varón para cargarse de razón y tener unos síntomas fanáticos, unos síntomas integristas. Es decir, que los varones lo que hacen es cargar de razón sus síntomas. Como se nos dice muchas veces a los varones: que somos analfabetos emocionales, cargados de síntomas pero cargados de razón. Con lo cual resulta que del artículo de Freud,

lo que parece ser una denigración del sexo femenino acaba siendo más bien la forma de señalar un enorme privilegio para la mujer, que es precisamente que ella nunca ha tenido que hacer esta ecuación nefasta de cargar de razón sus síntomas.

Es decir, la mujer en ese sentido tendría un acceso a la razón, una vía abierta a la razón, con muchos menos impedimentos que el varón; porque en la mujer, entre el deseo y la razón, no está toda la maraña de síntomas cargados de razón que van a hacer al varón confundir todo el tiempo la razón con los síntomas neuróticos.

Crearían lo que en tiempos de Freud podía ser una maldición, que la mujer está destinada a pasar de una familia a otra, salían de su familia pero solamente para entrar en otra y formar otra nueva. Salían vía matrimonio, pero mientras tanto permanecían en su familia, porque si salían un poco fuera podían perder la virginidad, y si perdían la virginidad ya no servían. La mujer pasaba del mundo del deseo al mundo del deseo, pero no pasaba por la nada, no pasaba por algo así como el período de latencia y el rigorismo del deber. Viéndolo desde este otro punto de vista, es lo que he planteado en este último capítulo, que si lo ves algún día me dirás tu opinión. En realidad, esto en tiempos de Freud era una maldición.

La mujer emancipada actual puede ser capaz de hacer con esto que en realidad es, más que una desventaja, un privilegio. Es decir, esto de que la mujer tenga muchísimas menos tentaciones de cargar de razón sus síntomas. Neuróticas van a ser las mujeres como los hombres, porque todos estamos como putas cabras, pero a lo mejor son neuróticamente menos pedantes, según lo que está planteando Freud, puesto que no cargan de razón sus síntomas. Lo más irritante que te pueda ocurrir es, como decíamos antes, que tú estés viendo que una persona no estaba más que defendiendo un síntoma, un tic en el ojo, pero que al mismo tiempo te esté pretendiendo dar lecciones morales con su tic. Eso es lo peor que te puede ocurrir.

No cabe duda de que empíricamente es una cosa constatable, que lo hacen muchísimo más los varones que las mujeres, infinitamente más. La pedantería es una cosa mucho más extendida entre el varón que la mujer. Por eso se llama «falologocentrismo», una forma de designar al varón actual. Luego,

con este privilegio de decir algo así, de que el Superyó en la mujer, según ha dicho Freud, esté mucho más ligado a sus orígenes afectivos y sea mucho menos rigorista, puede ser una enorme ventaja para una feminidad emancipada. Lo que en tiempos de Freud pudo ser una maldición, se puede convertir en una puerta abierta. Sería una posible lectura del galimatías machista que monta Freud en este artículo y de algunas consecuencias psíquicas.

En cualquier caso, sí me gustaría saber, en primer lugar: por qué mantener el término masculino y femenino en la posición masculina-femenina, si luego, en definitiva, todo está bien repartido; que tanto no se diferencian los hombres de las mujeres, aparte, el mismo Freud lo ha dicho ya y lo dice en el propio artículo, que estoy hablando de la mujer pura y del hombre puro, pero no hay ni mujeres puras ni hombres puros. Eso es el propio Freud quien lo dice ya.

¿Qué esperanza política hay en esto no paras tú de insistir todo el tiempo, ya te lo he planteado antes en la posibilidad de un nuevo pacto con el Superyó por el lado femenino? Es decir, ¿qué virtualidad política tendría la posición femenina para inspirar un nuevo pacto con el Superyó, por tanto, para inspirar un tipo de política? De hecho, has dicho que el único programa político que podemos tener por delante es la posibilidad de separar la civilización y la pulsión de muerte.

Jorge Alemán: Carlos, la verdad que estoy sorprendido del trabajo que has hecho con el psicoanálisis. Bueno, así muy rápidamente, yo soy lacaniano, no freudiano, por lo tanto hay un montón de cosas de las que relata Freud que para mí han pasado por la criba lacaniana. No es lo mismo pensar la diferencia sexual anatómica de manera naturalizada o biológica a lo que ocurre de verdad, que es el encuentro entre esa masa palpitante que es un bebé y el lenguaje. Ese choque ya es un nivel de dislocación importantísimo. Así que cuando Freud dice la anatomía es el destino, lo que sí es un destino es que hay goce fálico y un goce que no es fálico.

Carlos Fernández Liria: ¿Puedes explicarnos un poco más?

Jorge Alemán: Mira, seas trans, queer o la que te guste, habrá que tener una determinación con el modo de gozar, si es fálico o no. Por ejemplo, yo tengo un paciente que era mujer y ahora es varón después de un tortuoso camino de operaciones, pero ahora resulta que no sabe cómo desear porque no le gustan ni los hombres ni las mujeres. Es una pregunta por su deseo y sobre todo por el goce fálico o no fálico, que sostiene el deseo. O sea, el falo para Lacan no es el pene. Es el error que comete el lenguaje frente a una diferencia, en vez de nombrar A y B como no hay relación sexual, y no hay relación sexual ni para el trans, ni para el travesti, ni para el queer, ni para nadie. O sea, no hay relación sexual, hay cuatro pulsiones y el sujeto está dividido. En términos lacanianos, eso, no hay forma de borrarlo. Es decir, trans sí, pero estás dividido. Empezando y repitiéndonos como al comienzo de nuestra charla, no hay un sujeto que sea Uno cuando conquista, por ejemplo, su género. ¿El género puede ser una construcción social, vale? Pero lo que no es una construcción social es el encuentro del ser vivo con el lenguaje y la división del sujeto. Y esa división perdura en todas las variantes que elijas. Todas. Hay que tomar una determinación sobre qué se hace con el goce fálico.

Carlos Fernández Liria: ¿Pero qué es el goce fálico?

Jorge Alemán: El goce fálico es un goce limitado, un goce que tiene algún determinado tipo de límite y que puede pasar por el órgano masculino, por un vibrador, por el clítoris, por la vagina, por lo que ustedes quieran. Hace el límite, es lo que hace que uno entre en una vida sexual, en una vida erótica, y que esa vida erótica no te termine devorando. Porque si no es fálico el goce, sería mejor tener algún paracaídas. Por ejemplo, los místicos lo tienen; según Lacan, pueden gozar de su propio cuerpo sin el falo, o ciertas mujeres también pueden gozar de su propio cuerpo sin el falo, o ciertos hombres, pero también da el ejemplo de San Juan, pueden también gozar de su cuerpo de modo no fálico.

Por eso digo que el modo no fálico no hay que remitirlo a si se tiene o no el órgano, como el goce fálico tampoco se remite a si se tiene o no el órgano. Hay un goce con límite, hay un goce que no está abierto a ninguna infinitud, y hay otro que puede ser un estrago también, porque carece de límite. ¿Por qué, cuando se goza mucho, alguien se enamora sin saber realmente si ese amor tiene un fundamento? Doy un ejemplo. Alguien se encuentra con un goce demasiado intenso y se enamora, pero no sabe verdaderamente si ama a esa persona. Lo que pasa es que para soportar ese goce se tiene que enamorar. Esa es una manera de introducir lo fálico en el campo del goce. Porque el amor en general hace a la idea de que estamos teniendo una conexión, estamos teniendo un vínculo, y pasa siempre por el goce fálico. Resulta que después descubro que tal vez ese amor no tenía cómo sostenerse, pero era el modo de sobrellevar una experiencia que me había sobrepasado.

Coincido plenamente con tu lectura. También Kant tiene esto de las mujeres y el Superyó. Es decir,

yo pienso que la salida, como dices tú, es adoptar esta lógica femenina en donde la relación con el deber no se carga de razones; pero si te toca ser hombre, lo debo aclarar, se puede perfectamente adoptar esa lógica femenina y mantener la virilidad, porque lo que está ocurriendo ahora bajo el nombre de machismo no es una gran virilidad, sino un declive absoluto de la virilidad que se resuelve en términos violentos matando a las mujeres.

Crear otros mundos: una propuesta feminista contra la opresión y por la utopía Por Laura Vichot Borrego

Todo aquel que se carga de razones, la posición masculina está siempre en una posición cobarde, porque vive bajo la amenaza. La posición femenina no tiene cobardía. En todo caso puede tender a la decepción, puede decepcionarse porque nunca se le da lo que se había prometido. Esa lógica que Lacan estudia a lo Levi Strauss, intercambio del falo, sí, amenaza y decepción.

¿Por qué hay madres de la Plaza de Mayo y no padres de la Plaza de Mayo? ¿Por qué hay Antígona y no hay su hermano? Hubo madres de la Plaza de Mayo. Yo les pregunté a todas, porque tuve el honor de conocerlas, y la mayoría estaban casadas, no podían ellos. Ellos, los padres, no se podían levantar de la cama, estaban muertos por lo que había pasado con sus hijos.

Por lo tanto, en los hombres hay una relación que se puede evidenciar, al menos clínicamente con la amenaza, y en las mujeres con la decepción, no es lo que era, o no es lo que esperaba, o no es lo que deseaba. Además, la decepción amorosa en las mujeres, en esto tiene razón Freud, es más catastrófica, porque los hombres se cargan de razones, hay algunos que parece que no hubieran perdido nunca nada en su vida.

Eso es otra evidencia. No solo, como dice Carlos, que se masturban delante nuestro haciendo que piensan ―todo lo que tendríamos que hacer en el mundo de la academia mundial con esta fórmula de Liria de los que se masturban mientras hacen como que piensan, esperemos no estar incurriendo en lo mismo―, pero sí, tomo lo de la amenaza y la decepción y estoy de acuerdo con esta lectura que haces tú de que este argumento aparentemente machista de Freud, que recuerdo haberlo visto en Kant y en otros pensadores, que habría un déficit con respecto a la ética, que tiene este rasgo positivo precisamente después de que Freud explicara la relación patológica con el deber.

En ese aspecto estoy muy de acuerdo con que la salida es el no-todo. Porque todo este asunto de la rivalidad fálica, el pavoneo, es la impotencia. Identificarse al falo es identificarse a algo que no se puede sostener, así que el tipo va a preferir destruirte. Es más,

era lo que discutíamos en la época de Podemos, las rivalidades narcisistas son mucho más peligrosas; no es que quiero destruir al otro, es que soy capaz de destruirme a mí mismo para destruirte. Recuerdo un día que Pablo Iglesias me dijo que eran problemas de disputa por el poder. Le dije: «mirá, sé que la palabra narcisismo te parece una mariconada, y que la disputa por el poder suena mucho más serio, pero te aseguro que en las disputas narcisistas no es que uno quiere destruir al otro, es que es capaz, para que la cosa no funcione, de destruirse a sí mismo». Es en cierta forma lo que ocurrió.

Carlos Fernández Liria: Que puede volver a ocurrir ahora.

Jorge Alemán: ¿Con qué?

Carlos Fernández Liria: Pues, porque tenemos otro programa político posible, está intentando montarse Sumar…

Jorge Alemán: Espero que se haya sedimentado una cierta responsabilidad más. Quiero decir con esto que sí estoy en la apuesta de separar a la pulsión de muerte del deber, y que eso viene del lado del no-todo y del lado de la posición femenina. La posición femenina es asumible sin necesidad de perder la virilidad si no es el goce de uno. Si el goce de uno es perder la virilidad, bienvenido sea, uno pierde la virilidad. El goce tradicionalmente masculino, como todos saben, es muy limitado, da para un rato. El otro ―pero para el otro hay que equiparse con otra estructura simbólica, o uno tiene que estar bajo los efectos de un mundo simbólico muy potente― es siempre un abismo.

Los ejemplos que da Lacan de ese goce otro no fálico, realizan una curva que va de los místicos a muchas actividades religiosas de distinto tipo que aparecen en los Seminarios de Lacan. En cambio, para Lacan la transgresión es absolutamente fálica. Lacan desprecia la idea de la transgresión. Para Lacan, Sade no es alguien que tenga un goce que no sea fálico. Es más, es un esclavo de una voluntad de goce que no es la de él. Trabaja para una voluntad de goce que está en el otro. En Sade, Lacan ve la clave de la obediencia debida. Ve por qué el verdugo nunca se siente culpable y la víctima sí. Las víctimas, yo las he escuchado, se sienten culpables de haber sido torturadas y el verdugo no se arrepiente de nada porque ha trabajado para la ley. Son asuntos que exigirían un seminario.

Carlos Fernández Liria: Tampoco tenemos todo el tiempo, pero yo creo que no me has respondido por qué seguir llamándole femenina y masculina.

Jorge Alemán: Carlos, yo creo que esto sí es importante, podríamos no suprimirla porque si no es un sustancialismo. Si dejamos de lado posición masculina y femenina, cuando escuchas al trans, al travesti que ha tomado una determinación con lo femenino y lo masculino, no se puede salir de eso. Por lo tanto, los foucaultianos que han leído mal a Foucault y creen que es pura construcción social, están equivocados porque confunden la estructura, porque es una infraestructura, como dije al principio, y no es el resultado de una construcción histórica. Por ejemplo, la novela Las malas, de mi compatriota Camila Sosa Villada, son todas trans, travestis y uno de los puntos de oro de esa novela es cuando la que oficia de madre, que es como una ley para todos ―les puedo asegurar que la noche que describe Camila en el Parque Centenario de Córdoba, la Casa de Campo de aquí es un parque hippie― y aparece un bebé, lo llamaban El Brillo, y se organiza un mundo simbólico en torno a ese bebé que tiene que ver con lo masculino y lo femenino. Normativamente, no tengo problemas de sustancialidad de que hay solo masculino y femenino. Estoy en contra del binarismo. Hay masculino, femenino y el LGTBIQ+. Favorezco y me inclino por esa política. Ahora, clínicamente sé que cualquiera que sea tu lugar en el LGTBIQ+ vas a hablar de lo que has hecho con lo masculino y lo femenino. Está bien que sea así.

Carlos Fernández Liria: Todo esto da mucho que pensar. Pero aún tengo una pregunta muy cortita para hacerte. Una vez, creo que hace ya un año ya llevo un año y medio psicoanalizándome con una colega tuya, pues esto de que un profesor de filosofía empiece a psicoanalizarse es muy buena noticia, puede cambiar el mundo. ¿Por qué? Me dijiste, los intelectuales nunca aceptáis la transferencia. Me dijiste así, esto de estar contando lo mismo machaconamente todo el rato, dándole vueltas sin parar, sin avanzar ni un solo paso. En eso es en lo que consiste el psicoanálisis. Nunca estáis dispuestos a hacerlo. ¿Es verdad eso?

Jorge Alemán: Sí, totalmente. He conocido gente brillante con una capacidad de análisis extraordinaria, pero está ocurriendo un ligero movimiento, cuarenta y seis años después de que llegué, hay algunos que como tú, Amador Savater ―lo puedo decir porque lo ha dicho él públicamente en algunos textos―, nuestra amiga Clara Serra… porque claro, tenés que ir a contarle a un cualquiera todas tus cosas, repitiéndote, cuando tú sabes que además probablemente seas más inteligente, o sepas más que ese al que le cuentas las cosas, es un paso duro. Paco Vidarte, que en paz descanse, me reconoció hace muchos años que el filósofo sentía un cierto horror con la transferencia, no con Freud y Lacan. Esto lo conversé con Badiou, con Žižek, todos leen a Freud y Lacan, todos desprecian el asunto de tirarse de diván, o cara a cara. Hay un problemita con la transferencia, porque lo que sucede en el análisis es que lo que se constata es que finalmente el que se repite acá soy yo. Además, cuanto menos brillante quieras ser, mejor es para el análisis. Porque en el análisis no puedes ir a hacer la pavada esa de hacerte el listo. O sea, tendrás que contar lo que más o menos se te viene ocurriendo. Entonces, todo esto va un poco a contracorriente.

Carlos Fernández Liria: Cuando era amigo de Gabriel Albiac, antes de que pasara a ser amigo de Jiménez Losantos que me robó el amigo, se estaba psicoanalizando, y él se preparaba las sesiones. Hoy le voy a contar el libro Gamma, de Aristóteles. Le contaba el libro Gamma, de Aristóteles.

Jorge Alemán: Hay mil formas de no analizarse, una de ellas es esa.

Carlos Fernández Liria: Pero, de todas formas, hubo muchos grandes intelectuales que se psicoanalizaron con Lacan. El propio Víctor Gómez Pin, en España.

Jorge Alemán: Sí, aunque no lo llevaba muy bien. En Francia sí hubo muchos, y en Italia también, pero siempre son excepciones, porque la filosofía está muy próxima al psicoanálisis, discute temas muy en una vecindad increíble. Entonces, menos las pulsiones y todo esto que has dicho de la sexualidad, después, el deseo, el sentido del ser, la experiencia. Por ejemplo, suponte, la filosofía hace rato sabe que la estructura del lenguaje en primer lugar nos somete, y que nosotros no somos los que la dominamos, sino que es la estructura del lenguaje la que nos domina. Pero eso no es el psicoanálisis solamente, el psicoanálisis es el impacto de eso sobre el cuerpo. Lo que ocurre con un cuerpo que habla, parasitado, como dice Lacan. ¿Qué ocurre con un cuerpo parasitado por el significante? Ahí comienza la historia del psicoanálisis, en tanto uno con respecto al inconsciente es tonto por definición, porque si hay algún hallazgo analítico, es el que uno no se ha propuesto. Hay veces que uno da en psicoanálisis con la palabra justa. Hay pacientes que dicen cosas que son tremendamente importantes, pero no son importantes en cuanto a lo que podemos transmitir fuera de la sesión. Personalmente celebro mucho un espacio como este en el que se haya hablado de la importancia del psicoanálisis, porque eso traería un gran cambio para la filosofía, para cierta sensibilidad política, para los filósofos en sí mismos.

Es una tragedia para el psicoanálisis que el psicoanálisis quede solo en manos de psicólogos y psiquiatras, y en manos de los psicoanalistas. Vale así parafrasear la célebre afirmación: es demasiado serio el psicoanálisis, por lo que tiene entre manos cosas muy importantes para dejárselas solo a los psicoanalistas.

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Etiquetas: , , , , , Last modified: 13 junio, 2025