Por Iramís Rosique Cárdenas
«El amor, madre, a la patria» (J. M.)
I. Fuente
Los que creyeron que el siglo XXI sería posnacional no han entendido nada: se llevarán una sorpresa si no se la están llevando ya. Todo parece indicar que el proyecto posmoderno, tan caro al capitalismo neoliberal de factura atlántica, triunfó en muchas cosas como, por ejemplo, cancelar las utopías sobre sociedades no capitalistas y basadas en valores como la solidaridad; pero fracasó en hacer superfluo un dispositivo como la nación. Antes bien, asistimos a un reboot de lo nacional que se evidencia en el auge de los nacionalismos, la mayoría reaccionarios, de ultraderecha: Le Pen, Orbán, Putin, Trump, Bukele, etc. Por otro lado,
el fin del mundo «basado en reglas» indica que los años venideros serán duros y peligrosos para todos, pero especialmente para aquellos pueblos sin Estados-naciones fuertes, sólidos y estables, capaces de sortear las muchas turbulencias que ya han comenzado.
En medio de este mar en llamas uno podría sorprenderse con el debate político cubano, que parece estar de espaldas a esa realidad, como si Cuba fuera una isla de Marte o estuviera suspendida en el éter atemporal.
La nación cubana no tiene, como México o Perú, una antigüedad grandiosa en la que buscarse a sí. Tampoco tiene miles de años de edad como Persia, China o Japón. Cuba es una idea joven que inventamos hace menos de doscientos años y que a puro capricho y sangre hemos insistido en sostener.
Cuba es en sí misma una respuesta a una serie de preguntas. ¿Tiene derecho este pueblo a gobernarse? ¿Tiene derecho a decidir su destino? ¿O está condenada la penúltima colonia del Imperio español a vivir eternamente tutelada por pueblos más poderosos?
La historia de este país está atravesada por dos tendencias irreconciliables: en la forma en que esto se presenta hoy están de un lado, más o menos a la izquierda, más o menos a la derecha, los que insisten en la voluntad de que «ni los americanos ni nadie nos tienen que venir a decir lo que tenemos que hacer aquí»; del otro lado, da igual si son nostálgicos de la constitución del 40, de la dictadura batistiana o de la Unión Soviética, los que cifran toda esperanza patria en la imitación, la obediencia o la apelación a poderes extranjeros. Para estos últimos Cuba es, si acaso, un territorio, pero no es ninguna respuesta. El colonialismo siempre asoma su oreja peluda porque es el primer problema existencial de nuestros países y es, en última instancia, la línea divisoria de todas nuestras políticas.
Fue así entre Martí y los autonomistas.[1] Fue así entre veteranos y proyanquis en la primera República independiente. Fue así entre Guiteras y Batista. E incluso fue así entre Fidel y el sectarismo pro-Moscú de algunos viejos comunistas. Siempre ha sido así. Las otras tensiones políticas de la historia de Cuba se subordinan a esa contradicción fundamental. Todas las revoluciones cubanas han sido sucesivos esfuerzos para alcanzar la «mayoría de edad» como pueblo. Todas han sido revoluciones de liberación nacional: es decir, de descolonización, de búsqueda del tránsito de nación «en sí» a nación «para sí», gobernada por sí misma. Y no nación de cualquier contenido, sino una capaz de mandarse y sostenerse a sí misma con justicia para todos.[2]
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II. El límite
Aún en tiempos tan confusos hay acontecimientos que poseen la virtud de esclarecer muchas cosas de golpe: el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido uno de ellos. Respecto a Cuba dos asuntos han quedado cristalinos. El primero, que podía inferirse desde antes, es la predominancia del trumpismo en el campo político opuesto a la Revolución cubana y a su Estado. Lo segundo es la confirmación de que, tal y como ha denunciado el gobierno cubano ―con tanta insistencia que ya algunos se burlaban―, la mayor parte de ese campo político opositor no eran más que becarios del gobierno federal norteamericano. Ya están corriendo ríos de tinta ―o de bits― para justificar, una vez más, ambas cosas, también para desvirtuar lo que quedó al desnudo o confundirlo más.
Cada cual tiene derecho a profesar la creencia política que desee. A lo que no hay derecho es al engaño o a presentar las cosas como no son. El auge del trumpismo entre cubanos nos permite aquí señalar dos cuestiones que el campo de la contrarrevolución está muy interesado en omitir: la incompatibilidad entre trumpismo y patriotismo, y la responsabilidad de la oposición en la «trumpificación» de la migración cubana.
La perreta opositora ―y de una parte de la migración floridana― cuando Biden retiró a Cuba de la Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo, que elabora de manera arbitraria el gobierno norteamericano, y el posterior festejo cuando Marco Rubio canceló esa decisión, son datos elocuentes. El trumpismo tiene contenidos ideológico definidos asociados al discurso neoconservador de las nuevas derechas: es racista, homófobo, tránsfobo, xenófobo, nacionalchovinista, autoritario, pero nada de eso es lo que, al parecer, sedujo a la oposición cubana, por demás bastante variopinta a lo interno y no del todo coincidente con esos postulados. El atractivo fundamental de Trump para la oposición contrarrevolucionaria es la apuesta porque su administración ejerza una política de «mano dura» contra Cuba, algo que también esperaban los MAGAzolanos respecto a Venezuela, los cuales han sufrido un amargo desengaño.
Todo el que ha vivido en Cuba sabe bien lo que significa esa «mano dura», contra quién se ejerce realmente y quién la sufre. Quizás los emigrados de los sesentas o los ochentas, o los nacidos en La Florida o en Texas no lo sepan, pero los que se fueron ayer lo conocen de sobra. «Mano dura» significa política de máxima presión económica. Ya tuvimos una dosis en el primer mandato de Donald Trump durante el cual no se cayó el gobierno cubano, pero sí la calidad de vida de la mayoría de la población. Ni tomándose todas las «Coca-Colas del olvido» puede olvidarse ese hecho irrefutable. Como tampoco se va a borrar de las memorias la mejoría palpable en la vida cotidiana, la alegría y la sensación de reconciliación y entendimiento nacional que se vivió durante los días de la normalización de Obama ―con independencia de las críticas que a ese proceso puedan o quieran hacer los sectores patrióticos―.
El trumpismo cubano no puede engañarse a sí mismo ni engañar a otros cuando expresa su deseo por que Trump castigue a los dirigentes cubanos: hasta los pioneros saben que esas políticas no hacen escasear ni la energía, ni los alimentos, ni el transporte en el Buró Político; su blanco, por el contrario, es la gente, la misma gente que, hasta hace un tiempo, eran sus vecinos, amigos, compañeros o familiares.
Consciente o inconscientemente, al trumpismo cubano lo mueve una voluntad de revancha y castigo contra el que permaneció en Cuba. Podría hasta decirse que el trumpismo cubano es la forma contemporánea de aquella tendencia del exilio que participó del terrorismo contra civiles en Cuba, de la introducción de enfermedades al país, y de otras prácticas que nadie puede asociar con el amor a Cuba o a su gente.
Hoy el monstruo trumpista escandaliza a buena parte de la mentada oposición cubana, la que dice no ser de derechas, la que no es fanática (al menos) de esa iglesia. Pero esa queja contiene una amarga ironía, porque ese monstruo que ahora amenaza con devorarlos incluso a ellos, a los opositores moderados, a los del centro, a los de izquierda, a los progresistas, a los antiautoritarios, fue alimentado por todo el diapasón opositor con contadísimas y muy marginales excepciones.
Uno de los rasgos fundamentales de las nuevas derechas — que, por razones obvias, seduce a la contrarrevolución cubana— es su obsesión anticomunista. No obstante, aunque el anticomunismo siempre implica cierta histeria fascistoide, durante el siglo pasado se desarrollaron sensibilidades anticomunistas que podían pasar tranquilamente como liberales o de izquierda: el punto común de liberales, socialdemócratas y fascistas era evitar por todos los medios que los comunistas tomaran el poder. En el caso cubano el concepto se reformula: para sacar al comunismo del poder en Cuba, cualquier alianza, cualquier discurso y cualquier medio valen: lo primero es sacarlos, ya luego se verá lo demás.
Durante los últimos cinco años, especialmente tras noviembre de 2020, hubo una sincronía total entre activistas, artistas y medios del campo político de la oposición contrarrevolucionaria, sin matiz y sin distinción, para fomentar el anticomunismo bajo el auspicio y la sonriente complacencia de las derechas hemisféricas.
En la esfera pública cubana el discurso anticomunista no se ha presentado solamente bajo sus formas fachas tradicionales. En Cuba también hubo y hay anticomunismos liberales y de «izquierda». ¿Qué es, si no, la jerga antitotalitaria? Hannah Arendt prestó el valioso servicio al Occidente capitalista de elaborar un concepto como el totalitarismo que permitía equiparar al fascismo, militarmente derrotado, con el socialismo «real» que tras 1945 estaba aún vivito y coleando.
Casi cien años después parece que el uso del totalitarismo como historia de miedo logró cancelar el deseo socialista, pero fue inefectivo en impedir el resurgimiento del fascismo.
Nadie podría acusar a Arendt de ser una reaccionaria facha, pero es válido sospechar, como bien se ha dicho,[3] que el discurso antitotalitario derivó en un conservadurismo liberal muy crítico con las sociedades de transición socialista del siglo XX, pero sin interés honesto por conjurar el horror fascista de los años 30.
Para las élites culturales y académicas de Cuba — atravesadas por ideologías profesionales y gremiales donde la meritocracia, el progresismo moral o la preeminencia del individuo frente a la colectividad son centrales— el anticomunismo conservador, antintelectual, autoritario e histérico de las nuevas derechas es indigerible; pero el discurso antitotalitario no. Así, aunque no sin cierta dificultad, se ha desplegado un esfuerzo teórico, periodístico y artístico para presentar al Estado cubano como un Estado criminal equiparable a cualquier dictadura contemporánea o del siglo pasado. Para lograrlo niegan, de plano o solo en parte, el carácter popular y virtuoso de la Revolución cubana de 1959 o su existencia misma.[4] Así, desde 1959 o desde algún momento posterior, se creó un estado totalitario cuya única prioridad es el control sobre la sociedad, sin identidad alguna con la voluntad popular. La dificultad para responsabilizar al Estado cubano con supuestos torturados o desaparecidos ha sido siempre un escollo frente a un mundo que conoce de sobra cómo opera el verdadero terrorismo de Estado. No en balde los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes el 11 de julio de 2021 fueron recibidos con beneplácito por algunos intelectuales de esta línea como la «confirmación» de que la dictadura más extraña del mundo no era tan «excepcional» después de todo.[5]
Es penoso que la mayor parte de la intelectualidad crítica con el gobierno cubano, y que se ha comprado total o parcialmente la charlatanería antitotalitaria, sea incapaz de evaluar con justeza a la Revolución cubana, el acontecimiento más relevante de toda la historia de Cuba y de todo el siglo XX latinoamericano.
Esa incapacidad la ha llevado a fomentar un sentido común que encuentra puerto ideológico en el trumpismo donde, si estás molesto con el gobierno cubano por algún motivo, debes negar no solo al gobierno sino también a la Revolución y todo lo que huela a socialismo o comunismo, bajo la premisa de que Estado, Revolución y socialismo son la misma cosa, un presupuesto teóricamente facilista y falso.
Quizá hablar de la responsabilidad de los intelectuales sea, para algunos, también totalitarismo, pero las palabras y los actos tienen consecuencias. Cinco años estuvieron generando narrativas, películas, memes, escándalos, publicaciones en redes sociales, directas y podcast para alimentar una sensibilidad política que ha resultado en ese fanatismo de derechas en una parte importante de los cubanos. ¿Acaso alguno creyó que su única audiencia eran estudiantes y profesionales de clase media menos proclives a correrse hacia la ultraderecha? La honestidad debe comenzar por asumir la responsabilidad; escandalizarse como hace unos días hizo Mónica Baró,[6] raya con lo ridículo. ¿Entenderán esos activistas e intelectuales que fomentar una ideología antinacional y fratricida es un asunto de lesa patria?
No hay muchas señas de que puedan ellos entender tal cosa. Al menos eso se infiere por el segundo asunto que el retorno de Trump ha revelado respecto a Cuba. La intervención de la USAID por Elon Musk[7] ha traído a discusión una vez más el problema de la ruta del dinero y, por ende, de la inautenticidad de la mayor parte de la oposición cubana, que no pasa de ser empleada del gobierno federal norteamericano. El Estado cubano lleva años denunciando el tema del mercenarismo, de la subversión, etc.
Ciertamente el argumento de la ruta del dinero ha sido una coartada de la mayoría de los ideólogos oficiales para no entrar a discutir con los argumentos o las propuestas de la oposición, ni salir de sus butacas ideológicas. Pero la repetición de ese argumento por la propaganda oficial no le resta veracidad.
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Durante estos días se ha justificado la legitimidad de recibir financiamiento norteamericano.[8] Predomina el argumento económico dada la «profesionalización» del oficio de opositor al gobierno. Es incompleto y demasiado cómodo discutir el problema de la ruta del dinero en términos económicos, como también lo es discutirlo en términos de seguridad nacional. Recibir dinero de una potencia extranjera para promover su agenda en tu país es, en primer lugar, un problema de ética patriótica. Y se agrava cuando esa potencia extranjera implementa una política orientada a producir sufrimiento a la población del país con la esperanza de que esa sociedad coloque a un gobierno favorable a los intereses del injerencista.
¿Qué podemos esperar los cubanos de unas fuerzas políticas que no tiene escrúpulos en aliarse a quien ha usado nuestro sufrimiento como medio de doblegar nuestra voluntad? ¿Qué podemos esperar de fuerzas políticas que cifran sus esperanzas de obtención del poder en ese mismo sufrimiento?
Nadie puede olvidar lo oportuna que fue aquella «huelga de hambre» de la calle Damas unos días antes del regreso de un gobierno demócrata a la Casa Blanca, y la operación político-mediática que se desplegó entonces y en la que participó la oposición en pleno, desde La Joven Cuba[9] de Alina Bárbara hasta Cibercuba, desde el Movimiento San Isidro hasta la Articulación Plebeya[10], desde los articulistas cubanos de El País[11] hasta el Washington Post[12], desde Tania Bruguera hasta intelectuales de izquierda «serios y decentes»: todos pusieron su granito de arena en dibujar a la opinión pública mundial, y especialmente a la norteamericana, una Cuba infernal y un Estado que no merecía ningún tipo de diálogo que no fuera la máxima presión para ser destruido. ¿Y el pueblo? ¿Esos a los que, según dicen, no les queda más remedio que aceptar los sueldos yanquis, se han comprometido verdaderamente con el pueblo o con los intereses de la oligarquía cubana de Miami? Las contribuciones al relato justificador de las sanciones nos indica la respuesta.
La actual administración cubana podrá tener todos los defectos que se le quieran reconocer y más, pero en una balanza ha demostrado, dentro de sus posibilidades y con todas las limitaciones y vicios que se le saben, un compromiso más genuino con el pueblo y la nación que sus enemigos. Tampoco podrá caer en el olvido quién apostó por las vacunas que salvaron a este pueblo y quién se prestó y todavía se presta para desprestigiarlas.
Ante este tipo de reflexiones siempre sale quien pretende enmendar la bancarrota moral de la oposición cubana con los descarríos del Estado cubano o de su sistema político o de sus dirigentes, pero debe recordarse que durante dos siglos se han sucedido varios regímenes realmente oprobiosos en Cuba, y nunca la inmoralidad de ninguno de ellos sirvió de excusa para posibles inmoralidades de quienes los enfrentaron. Todo lo contrario:
la tradición de nacionalismo revolucionario cubano ha capturado para sí los valores éticos de la historia patria precisamente porque nuestros próceres buscaron siempre adelantar y anunciar con su conducta los valores de las Cubas por las que lucharon.
La contrarrevolución cubana está atrapada en una trampa moral: como la Revolución cubana reclamó para sí los más altos valores, parte del discurso reaccionario ha impugnado muchos de esos valores como el sentido del sacrificio, la preeminencia de la dignidad sobre el dinero, o la renuncia al individualismo en favor de intereses colectivos. Para el discurso de la reacción ese tipo de convicciones solo han sido instrumentos de control ideológico a los que es preciso renunciar en favor de la libertad individual. De ahí que aplauda la migración masiva, la deserción en el deporte y en las misiones de trabajo, la evasión del servicio militar, el desconocimiento de los deberes de los profesionales formados en Cuba con el desarrollo del país. Ahí radica una trampa suicida: bajo una ética individualista, ¿quién militaría en la causa de la contrarrevolución con la voluntad de ir hasta las últimas consecuencias? Su desprecio por las ideas de «Patria o Muerte» o de «Socialismo o Muerte» es una confesión.
La contrarrevolución nunca podrá reclamar para sí la herencia de las rebeldías de la historia de Cuba. No es suya una tradición en la que los cubanos y las cubanas han estado dispuestas a defender sus convicciones «al precio de cualquier sacrifico». Quizá por eso también no hay vergüenza en admitir la profesionalización de su «causa» a manos de la USAID: pueden reclamar entonces el legado rayadillo, que se le parece más. Serán artistas contestatarios, periodistas «independientes», activistas pro derechos humanos, serán, en fin, muchas cosas, pero no son patriotas. Por desgracia para ellos, en una nación como Cuba, cuya existencia se ha dado contra viento y marea y a puro capricho, la Patria seguirá siendo la línea roja.
III. Horizonte
¿Es la idea Cuba futuro posible e imaginable?[13] Para muchos cubanos y cubanas, no. Por eso somos un millón menos en la Isla.[14] La nación es una idea hermosa, pero no invencible.
El discurso oficial insiste en que la migración cubana es un problema estrictamente económico, resultado de la presión norteamericana, pero cuando se observan con cuidado las reacciones en redes sociales de los recién marchados sobre el país, se nota una amargura que no nace del bolsillo ni del estómago. El sentimiento antinacional y antipatriótico que puede registrarse en los comentarios de cualquier publicación en redes sociales sobre Cuba no solo es obra de la «guerra cognitiva». También es síntoma del envejecimiento y el deterioro de la hegemonía de un sistema político que se narra a sí mismo como encarnación definitiva de la idea Cuba. La operación ideológica que realizó la Revolución cubana al reclamar para sí todo el contenido de la nación fue un acto de pleno derecho porque ese proyecto y movimiento político se propuso realizar todas las aspiraciones patrias del pasado: no solo logró el ejercicio efectivo de la soberanía: también realizó los contenidos de ese sueño martiano de nación que, según Rafael Rojas,[15] nos ha dificultado tanto aceptar la realidad de este mundo moderno ―y ruin, debería agregarse―: Cuba, haz de luz en las Américas; Cuba, libertadora en África; Cuba, el equilibrio del mundo; Cuba, sociedad justa e igualitaria… La resaca de la historia, y la ingratitud con la que el mundo nos ha tratado, hace a más de un cubano renegar de esa gloria y de la pertinencia de siquiera haberla buscado. Pero existió, por eso nadie puede reprochar a los revolucionarios del 59 haber reclamado para sí la representación nacional.
Pero los revolucionarios del 59 son unos, y todos los que hemos venido después somos otros. Un discurso como el de la continuidad es arriesgado porque liga el destino de toda la historia de Cuba a la suerte de los tiempos presentes.
No es obra entonces solo del enemigo el hecho de que la parte del pueblo que tiene problemas con la actual dirección del país, crea tener también un problema con Fidel, con la Revolución de 1959, con el socialismo y el comunismo, con Lenin, con Marx, con Martí y con Carlos Manuel de Céspedes. En deslindar lo que debe ser deslindado está una parte del camino a la salvación de lo esencial, que no son las pasajeras circunstancias del presente. Porque la recuperación económica, aunque fundamental, es posible en cualquier momento, más tarde o más temprano, pero lo que muere moral y afectivamente no revive más, y en una nación inventada con épica popular, el cinismo es la muerte. Si Cuba existe es porque en ella se ha creído.
Por eso sabe tan mal un slogan como el del 65 aniversario del triunfo del primero de enero: «Esta es la Revolución». ¿Esta es la Revolución? ¿Se le dirá a un adolescente de diecisiete años, que no conoció el país que puso al primer negro y latinoamericano en el espacio, ni la potencia médica del Caribe, ni el quinto lugar de Barcelona 92, ni la victoria sobre el Apartheid, que la Revolución es «esto»? Es el futuro — también ese adolescente— quien nos exige hablar con pudor y responsabilidad de cuestiones tan sagradas.
Quizá alguien pueda haber pensado que esas obsesiones discursivas, la «continuidad», «esta es la Revolución», «los jóvenes no fallarán», etc., tributan al sostenimiento de la unidad nacional. Pero no lo hacen, y no lo pueden hacer porque la unidad es una práctica política que se ejerce, y no una fotografía momentánea e inmóvil que se toma o se tiene. Sin un reconocimiento franco y un ejercicio real del derecho de todos los patriotas a luchar por el país en que creen, por la idea Cuba, no hay unidad nacional posible.
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Tanto los dirigentes como los comunistas debemos apurarnos a recordar que «la patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia». Son muy inoportunos, por ejemplo, los resabios kitsch-comunistas que pretenden, en horas tan peligrosas, separarnos en nombre de una lucha de clases interna que nada tiene que ver con el dilema de la nación. Son igual de inoportunos los manotazos arrogantes de los patriotas que ocupan responsabilidades al frente del Estado en contra de otros patriotas que les han tocado la vanidad o que ven extraños por esgrimir otros modos de defender a Cuba.
No importa si se es más o menos obediente a las directrices del Partido. No importa si le agrada o no el presidente de la República. No importa si admira a Stalin o si tiene una empresa privada. No importa si cree en la planificación centralizada soviética o si es dengxiopinista. No importa si es militante, si es religioso, si es bocón o bocona, o si es comunista o no.
No hay patriotas de segunda categoría. Treinta años después de que las burocracias del Este europeo traicionaran el socialismo, diez años luego del fin y la derrota del ciclo progresista en América Latina y el Caribe, y rumbo hacia un futuro mundial peligroso e incierto, los cubanos y las cubanas solo nos tenemos a nosotros mismos. Nos debemos que Cuba sea un futuro, y el tiempo se nos está acabando.
Notas:
[1] «En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos». (Carta al general Máximo Gómez, Nueva York, 20 de julio de 1882, Epistolario, t. 1, p. 238).
«La continuación de la revolución no puede ser la continuación de los métodos y el espíritu de la autonomía; porque la autonomía no nació en Cuba como hija de la revolución, sino contra ella». («La agitación autonomista», Patria, Nueva York, 19 de marzo de 1892, t. 1, p. 332).
[2] No olvidar que antes de José Martí y su sabida idea de república «con todos y para el bien de todos», el acto fundante de la nación cubana, el Grito de La Demajagua, está signado por la liberación de los esclavizados y su conversión en cubanos dispuestos a luchar en pie de igualdad con sus antiguos señores por su libertad y la de una patria entera: «La abolición de la esclavitud — medida que ha ahorrado a Cuba la sangre y el odio de que aún no ha salido, por no abolirla en su raíz, la república del Norte — , es el hecho más puro y trascendental de la Revolución cubana» («El plato de lentejas», Patria, 5 de enero de 1894).
[3] Kunakbaeva, Y. P. (2020, septiembre 4). «La jerga antitotalitaria». La Joven Cuba. https://jovencuba.com/jerga-antitotalitaria/
[4] Escalona Abella, R. (2021, agosto 23). «Libertad, anti-totalitarismo y opresión: Las mutaciones del discurso reaccionario ante el 11 de julio». La Tizza. https://medium.com/la-tiza/libertad-anti-totalitarismo-y-opresi%C3%B3n-las-mutaciones-del-discurso-reaccionario-ante-el-11-de-cdb689608619
[5] Chaguaceda, A. (2021, julio 12). «Cuba: El fin de la excepcionalidad». La Razón de México. https://www.razon.com.mx/opinion/2021/07/12/cuba-el-fin-de-la-excepcionalidad/
[6] Hay contextos en los que las diferencias… — Mónica Baró Sánchez | Facebook. (s. f.). Recuperado 13 de febrero de 2025, de https://www.facebook.com/monabarosanchez/posts/pfbid02rfvkpN12vzzgwupZxaoHgUoj3Yq2TN7MtsedpUy1xZBdRs9UosFWytDXdXtzm9jhl?rdid=oLY9dl3lmrQnJURG
[7] «Trump y Musk impulsan el desmantelamiento de la principal agencia de ayuda humanitaria, USAID». (2025, febrero 4). France 24. https://www.france24.com/es/ee-uu-y-canad%C3%A1/20250204-trump-y-musk-impulsan-el-desmantelamiento-de-la-principal-agencia-de-ayuda-humanitaria-usaid
[8] (1) Dos cositas nada más: Voy a explicarlo… — Saily González Velázquez | Facebook. (s. f.). Recuperado 13 de febrero de 2025, de https://www.facebook.com/saily.gonzalezvelazquez/posts/pfbid0Du48gFHdTuZD8qfoTuqbBm5T68og4FyReFghjGHgweZPWYv64Q6XRMnbYpKjtXXfl?rdid=yvoMKyzQ2gkEPa4b
«La disidencia cubana se apaga entre la represión, la miseria y el exilio». (2025, febrero 12). diariolasamericas.com. https://www.diariolasamericas.com/america-latina/la-disidencia-cubana-se-apaga-la-represion-la-miseria-y-el-exilio-n5371099
[9] Algunos textos de por aquellos días de diciembre de 2020:
Lema, H. C. (2020, diciembre 10). «La nación fracturada». La Joven Cuba. https://jovencuba.com/nacion-fracturada/
Hernández, A. B. L. (2020, noviembre 30). «Cuba: Los árboles y el bosque». La Joven Cuba. https://jovencuba.com/cuba-arboles-bosque/
Véase también la construcción de la matriz sobre la tortura en Cuba:
González, I. G. (2021, agosto 21). «Represión del disenso: Aislamiento y tortura». La Joven Cuba. https://jovencuba.com/represion-disenso-tortura/
Monnar, J. O. V. (2022, febrero 1). «Análisis de la represión y la tortura en Cuba a propósito del 15N». La Joven Cuba. https://jovencuba.com/represion-tortura-15n/
[10] Lo más interesante de aquella efímera articulación fue la promiscuidad política en su lista de firmantes.
(2020, diciembre 5). «Cuba: Articulación plebeya a propósito de los sucesos en el Ministerio de Cultura». https://www.sinpermiso.info/textos/cuba-articulacion-plebeya-a-proposito-de-los-sucesos-en-el-ministerio-de-cultura
[11] Manetto, F. (2020, noviembre 27). «La policía cubana desaloja la sede del Movimiento San Isidro y detiene a varios integrantes durante horas». El País. https://elpais.com/internacional/2020-11-27/la-policia-cubana-desaloja-la-sede-del-movimiento-san-isidro-y-detiene-a-varios-integrantes.html
Vicent, M. (2020, noviembre 28). «Jóvenes artistas cubanos piden libertad de expresión y diálogo». El País. https://elpais.com/internacional/2020-11-28/jovenes-artistas-cubanos-piden-libertad-de-expresion-y-dialogo.html
[12] Enoa, A. J. (2020, noviembre 27). Opinión | «Cuba sin artistas. Cuba sin activistas. Cuba en la oscuridad». Washington Post. https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2020/11/27/movimiento-san-isidro-cuba-la-habana-arresto-activistas/
[13] Franco «Bifo» Berardi. Futurabilidad: La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad. Hugo Salas traductor. Buenos Aires: Caja Negra.
[14] OnCuba, R. (2024, julio 20). «Menos de 10 millones en Cuba y en pleno decrecimiento demográfico por la emigración». OnCubaNews. https://oncubanews.com/cuba/menos-de-10-millones-en-cuba-y-en-pleno-decrecimiento-demografico-por-la-emigracion/
[15] Rojas, R. (2000). José Martí: La invención de Cuba. Editorial Colibrí.