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El marxismo revisionista: arqueología y testimonios

La Tizza da continuidad a su dosier dedicado al «mayor aguafiestas de la historia» y sus hijos. Esta serie de trabajos que compañeros de fuera y dentro de Cuba nos enviaron se hilvanan con un ánimo común: recordarnos que el legado de Marx ―el o los marxismos― es una tradición de pensamiento-lucha para «rebelar y revelar».

El artículo que compartimos en esta oportunidad, sintetiza un capítulo homónimo del libro Rosa Luxemburgo y el marxismo en el choque espiritual de la crítica y las tormentas históricas, de Natasha Gómez Velázquez y Dolores Vilá Blanco, publicado por la Editorial Félix Varela en el 2023.

Puedes leer los otros textos del dosier:

Por un marxismo enraizado, de Miguel Mazzeo

«La normalidad no gusta de los grandes», de Fernando Martínez Heredia

Notas para reimaginar la crítica en Marx, de Wilder Pérez Varona

***

Por Natasha Gómez Velázquez

I

[E]l Partido alemán atraía a toda una camada de inventores y reformistas fracasados, adversarios de la vacuna, naturalistas y demás genios locos que esperaban encontrar en las clases obreras, tan activas y pujantes, la consagración que la sociedad les había negado.[1]

Franz Mehring, 1918

En Gotha (1875) y Erfurt (1891) la socialdemocracia alemana se fundó y refundó sobre programas políticos eclécticos, haciendo un uso ligero de la palabra «marxismo». El documento de Gotha era un «Programa de coalición» propio de un «Congreso de fusión» entre lassalleanos y eisenacheanos, según Franz Mehring.

En retrospectiva, Mehring aseguraba que para 1875 las dos fracciones «estaban bastante alejadas del socialismo científico… Apenas tenían idea de lo que era la dialéctica del materialismo histórico, y el régimen capitalista de producción seguía siendo… un misterio». Su consecuencia: una «confusión teórica… que aumentaba en vez de disminuir», y una «actitud un poco indiferente frente a la teoría», en contraste con la ansiedad por «triunfos prácticos».[2]

En ese contexto, las Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán de Marx (1875) parecían un obstáculo para «unificar las dos fracciones».[3] Por eso, su publicación fue retenida hasta 1891. Incluso entonces, Engels se vio obligado a tranquilizar a su editor, Karl Kautsky, pues los aún fieles lassalleanos todavía se inquietaban.[4]

Todos los testimonios confirman que el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) incluía segmentos de ideología política muy diversa, incluso de carácter burgués.[5] Esa heterogeneidad estaría presente en el Partido durante sucesivas décadas. Karl Kautsky, por ejemplo, reconocería en 1898: «hay grandes diferencias … de naturaleza táctica y estratégica, (que) han estado… desde que el Partido fue fundado y devienen más profundas».[6]

Mientras el SPD en su Programa de Erfurt (1891) proyectaba unidad en torno al marxismo revolucionario, Engels ya veía en ese documento el rostro del reformismo: «este olvido de las grandes consideraciones esenciales a cambio de intereses pasajeros del día, este afán de éxitos efímeros…, este abandono del porvenir del movimiento, que se sacrifica en aras del presente, todo eso puede tener móviles “honestos”. Pero eso es… oportunismo, y el oportunismo “honesto” es, quizá, más peligroso que todos los demás».[7] De manera que tal y como había sucedido con las Glosas… de Marx, la Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891 escrita por Engels, tampoco fue publicada por el Partido hasta 1901. Más tarde, Karl Korsch, por ejemplo, confirmaría la apreciación de Engels respecto al documento de 1891: se caracterizaba, en su opinión, por «reivindicaciones casi exclusivamente reformistas».[8]

No obstante, 40 años después del Congreso de Erfurt, Kautsky continuaba asegurando que ese documento fue el «primero que llevara un sello característicamente marxista». En paralelo, confesaba sentirse «extrañado» de que solo «unos años más tarde, surgieran vivas críticas a toda la estructura marxista, y… al Programa de Erfurt», provenientes del «movimiento llamado revisionista, dirigido por hombres que habían tomado una activa participación en la elaboración del programa de Erfurt».[9] El líder de ese «movimiento» a partir de 1896, y a la vez corredactor del Programa «marxista» de 1891, era Eduard Bernstein.

En realidad,

el revisionismo reformista venía tomando una configuración histórica que se convirtió en definitiva para la década del 1890 a partir de condicionamientos sociales, así como de las particularidades de la trayectoria histórica del marxismo y su entrada a la socialdemocracia. Solo faltaba quien lo declarara y ese fue Bernstein.

De manera que el revisionismo nació en el interior del marxismo. En ese sentido, su delimitación resultaba casi imposible, según afirmaba Eric Hobsbawm.[10] Incluso Bernstein y sus seguidores no se consideraban antimarxistas, no se habían adjudicado el calificativo de revisionistas, ni emplearon término alguno para distinguirse de los marxistas.

Recordaba Bernstein que «el nombre revisionista es impuesto y creado por terceros», a raíz de la publicación del libro de Alfred Nossig La revisión del socialismo.[11] Tampoco parecía tomar ofensivamente la denominación revisionista que se le adjudicó, pues alegaba que «los mismos Marx y Engels, con el paso del tiempo, modificaron considerablemente su actitud ante los problemas prácticos».[12]

Por otra parte, manifestó desacuerdo con Bebel, quien «habló de marxistas y de revisionistas como si se dijera: aquí los conocedores del marxismo y allí los revisionistas. Esta es incluso una concepción muy extendida, pero yo no puedo admitirla como correcta. Pues… esto supondría que un revisionista es necesariamente un antimarxista. Pero yo no conozco ningún revisionista al que se le pueda aplicar esta denominación».[13]

De hecho, durante toda la etapa del debate revisionista, incluso hasta inicios del siglo XX, Bernstein se tuvo por marxista y fiel militante. Decía no tener intenciones de cambiar la política («revolucionaria») del Partido.[14]

No obstante, pasado el tiempo (1909), confirma la perspectiva reformista que en su momento pareció contrariar al oficialismo del SPD: «el camino de la clase obrera» debe ser no solo «hacia adelante, sino también hacia arriba», para convertirse en «factor de cogobierno en el Estado y la economía», esa es la «perspectiva» conque «operó y opera… aquella dirección de la socialdemocracia cuyos prosélitos son llamados revisionistas».[15]

La metamorfosis personal de Bernstein se hizo visible a partir de 1896, un año después de la muerte de Engels, cuando comienza a publicar la primera serie de artículos en Die Neue Zeit bajo el título «Problemas del socialismo». Al recibir respuesta del socialista inglés Ernest Belfort Bax, Bernstein insiste. Es entonces que, desde las páginas de Justice (7 de noviembre de 1896), se da inicio formal al llamado debate revisionista. Bax, entonces, había escrito unas palabras para la historia: Bernstein «ha dejado de ser un socialdemócrata».[16]

El debate revisionista giró en torno a Bernstein e involucró a jóvenes marxistas y a consagrados. Entre esos últimos, según una reducida lista que propone Paul Frölich, se encontraban: Parvus, Mehring, Kautsky, Luxemburgo, Plejanov, Labriola, Guesde y Jaurés.[17] Ese debate, sus causas, motivaciones y propuestas formaron parte del fenómeno conocido como (primera) «crisis del marxismo», declarada en 1898 y 1899 por el checo Tomas Masaryk.

Sobre los orígenes del revisionismo en la tradición marxista. Por José Ernesto Nováez Guerrero

II

¿qué podría decir Engels si viera como Ede socava las cosas que él mismo ayudó a construir?[18]

Augusto Bebel, 1898

Los críticos sistemáticos del revisionismo reformista fueron Georgy Plejanov, «padre del marxismo» ruso, y Rosa Luxemburgo, militante advenediza en el SPD. Uno de los escritos de Plejanov llevó el título Cant contra Kant, o el legado espiritual del señor Bernstein, y fue editado en 1901, fecha en que se publicó en San Petersburgo Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), libro que recogía las tesis de Bernstein.

Plejanov abre con una sentencia definitiva: «el señor Bernstein ha muerto para la escuela de Marx, a la que perteneció durante un tiempo… No debemos enojarnos con los muertos», o con quien profesa una «ideología burguesa». No obstante, Plejanov era consciente de que el revisionismo reformista comprometía la política revolucionaria del SPD, por lo que había que prestarle atención.[19]

Las numerosas críticas de Rosa Luxemburgo aparecieron sintetizadas en ¿Reforma o revolución? (1900), cuyo título precisaba la esencia del debate. Al respecto, Bernstein reconocería que: «a pesar de todo, (es) lo mejor que se ha escrito en mi contra».[20]

Marxistas como Parvus y Bebel, en cambio, personalizaron el asunto a partir de factores psicológicos propios de Bernstein.[21] Y Kautsky alegó que Bernstein simplemente había «perdido la relación con el Partido», por su prolongada estancia en Londres — al ser editor de El socialdemócrata, tuvo que exiliarse durante las leyes antisocialistas—; o quizás «se ha conformado una falsa imagen del Partido» a través de ciertos pasajes de la prensa socialdemócrata alemana.[22]

Por su parte, Bernstein valoraba su propia metamorfosis como puro crecimiento intelectual, que devino en un cambio de posición acerca de los fundamentos del marxismo, pues el intento de «reconciliar la doctrina marxista con la práctica» le había resultado «imposible». «Yo no puedo abandonar mis convicciones», aunque eso signifique quedar fuera del Partido, le dice a Bebel.[23] También contemplaba la posibilidad de que el debate acerca de sus artículos o de su Declaración, enviada desde Londres, y leída por Bebel, para el Congreso de Sttutgart (1898), fuera un simple resultado de interpretaciones incorrectas y descontextualizadas.[24]

III

Tampoco estaba justificada la autocrítica… contenida en las cartas de vejez de Engels que, desde que las publicó Bernstein, han sido la fuente principal de todos los «rectificadores» revisionistas y burgueses del principio materialista de Marx.[25]

Karl Korsch, 1936

El contexto que dio origen al revisionismo reformista estaba conformado por ciertos factores. Uno de ellos, la composición diversa del SPD, así como la forma específica en que incorporó el marxismo: «desde fuera» como «ideología», de manera forzada, compitiendo y finalmente mezclado con el lassalleanismo y otras convicciones socialistas, según afirmara Karl Korsch.[26] Además, gravitaron las particularidades propias de la constitución del marxismo como corriente teórica y política, que tomó forma para la década del 1890.

Por otra parte, en años previos se habían levantado en Alemania las llamadas «leyes antisocialistas». Ello produjo una ansiedad en el SPD por mantenerse e integrarse a la «nueva» legalidad, prosperar o hasta ganar terreno en el propio campo burgués, antes vedado. Tal orientación política era evidente en los Programas de Gotha y Erfurt. Además,

se había conformado un acomodo relativo de la clase obrera al sistema capitalista. Ese conjunto adquirió entidad histórica entonces y ganaba una fuerza política de aspiraciones sindicales y partidistas, con carácter y límites reformistas.

En consecuencia, comenzó a ser practicada la política socialdemócrata y la teoría marxista. Solo faltaba un rostro y un programa para aquel sector que decidió, conscientemente, declarar lo que era política silenciosa en el SPD y los sindicatos. Al respecto, Korsch diría que la «nueva teoría reformista… manifestaba ahora, el carácter real del movimiento».[27]

La base social que promovía la alianza del movimiento obrero con el liberalismo en Alemania era fuerte y amplia y, según Hobsbawm, solo podía provenir del interior de la propia socialdemocracia, pues la burguesía de ese país ya no estaba en condiciones de formular ese tipo de exigencias.[28]

Otro factor concurrente que dio identidad al SPD fue la influencia ejercida por el marxismo de Engels en el liderazgo del Partido alemán, que estuvo propiciada por contactos personales y una numerosa correspondencia. También por medio de la socialización y estudio de su obra, en la que introdujo problemáticas e interpretaciones muy específicas en lo político y filosófico. Engels, contemporáneo de la primera generación de marxistas — Marx había fallecido en 1883—, llegó a ser considerado el «consejero del socialismo internacional».[29]

Ese proceso de afinidad con el marxismo engelsiano se produjo bajo el presupuesto de la identidad plena de su propia concepción con la de Marx o la construida en conjunto. Kautsky, por ejemplo, consideraba en 1899 que Marx y Engels «estaban absolutamente… de acuerdo en todos los puntos esenciales», siempre reconociendo que «cada uno de ellos era… una individualidad independiente, que concebía y desarrollaba a su modo la teoría común».[30] Así llega el marxismo originario, fundamentalmente engelsiano, a los teóricos y políticos del SPD y la Segunda Internacional.

Lucio Colletti, entre otros especialistas de época posterior — como Perry Anderson, Herbert Marcuse y Eric Hobsbawm—, destacaba la «influencia de los escritos de Engels en la formación de los exponentes principales del marxismo de la Segunda Internacional». Destacaba la «gran simplicidad y claridad expositiva» de sus escritos — a diferencia de los de Marx—, los que, además, pusieron en circulación ciertas denominaciones y problemáticas propias.[31]

Precisamente, el revisionismo reformista se identificaba, sobre todo, con el último Engels. Bernstein, de manera oportunista, legitimaba su programa con el Prólogo de 1895 a Las luchas de clases en Francia de Marx (1850), y con una serie de Cartas remitidas por Engels a Schmidt, Bloch y Srtarkemburg en particular[32] — todos ellos de posiciones marxistas tan laxas que pronto se posicionarían en el revisionismo—.

Según Marcuse, por ejemplo, el Prólogo de Engels fechado en 1895, «fue considerado durante mucho tiempo como la guía de la estrategia socialdemócrata»,[33] en tanto Engels proponía un cambio de táctica, ajustada a la legalidad burguesa. Este documento solía ser apreciado entonces por sobre el Manifiesto Comunista, cuyo revolucionarismo se consideraba anacrónico. De hecho, esa comparación resultó ser un tópico recurrente en Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, de Bernstein. No obstante, la relación de años entre Bernstein y Engels no siempre fue tranquila, ni de maestro a fiel alumno.[34] Bernstein reconoció ir más allá. En su libro de 1899 diría que Engels no podía ser «tan mezquino» con sus amigos como para exigirles incondicionalidad total.[35]

Incluso reconocía estar «perfectamente consciente» de sus diferencias con el marxismo fundacional:

estas discrepancias… son fruto de un conflicto interno que lleva muchos años y… tengo pruebas de que no eran un secreto para Friedrich Engels… hasta ahora… he preferido… no dar… (a) mis discrepancias la forma de crítica… a la doctrina de Marx y de Engels… Hoy la situación es diferente. Me veo obligado… a polemizar con nociones… y referirme a los puntos en que creo que la doctrina de Marx y de Engels tiene sus principales errores o contradicciones.[36]

Sin embargo, el equívoco Prólogo de 1895 era presentado por Bernstein como evidencia de la legitimidad marxista de sus propias concepciones, pues afirmaba que también Engels había experimentado un cambio similar al suyo. Decía que Engels transitó desde las posiciones formuladas junto a Marx en el Manifiesto comunista; a otras de carácter más realista y actualizado: «Engels expresó… las ventajas del sufragio universal y de la actividad parlamentaria como instrumento de emancipación… [y] abandonó definitivamente la idea de la conquista del poder político a través de golpes revolucionarios».[37]

Realmente,

las proposiciones políticas de dicho Prólogo resultaron confusas en aquel contexto y provocaron una actitud dubitativa que se extiende hasta hoy.

Entre los sorprendidos entonces se encontraba Tomas Masaryk, quien declaró entre 1898 y 1899 la existencia de una crisis del marxismo de naturaleza filosófica y científica, que obedecía a la incertidumbre creada por la modificación o crítica de tesis fundacionales del marxismo. Masaryk señala el papel del propio Engels como modificador («inadvertidamente») del marxismo originario, fenómeno al que se sumaban «jóvenes» marxistas.[38]

Desde fecha tan temprana ronda la tesis de la continuidad entre el «último Engels» y el reformismo: «el método revolucionario fue transformado cada vez más decididamente en reformador, hasta que finalmente Engels hubo formulado neta y claramente esta importante evolución… [y se] pronuncia contra la revolución», decía Masaryk en su percepción in situ de fines del siglo XIX.[39] Agrega que, «mediante concepciones posteriores», Marx y Engels habían terminado por «abolir» sus propias «viejas ideas y sentencias»; no era necesario culpar de eso al Partido Socialdemócrata ni contar con las «astucias de los inteligentísimos exégetas y estrategas».[40] Finalmente, Masaryk, al igual que Bernstein, acepta el carácter reformista del Prólogo y su certeza: hay que «tener el valor de adoptar el programa político de Engels del año 1895 de manera total y consecuente».[41]

Para la fecha se ignoraban las mutilaciones realizadas a la primera publicación del Prólogo, a conveniencia de la táctica parlamentaria de la socialdemocracia alemana. De esa censura queda constancia histórica en las Cartas de Engels dirigidas a Lafargue (3 de abril de 1895) y a Kautsky (1ro. de abril de 1895).

No obstante, cuando el documento fue publicado de manera íntegra en la URSS décadas después, a instancia de David Riazanov, siguió dejando dudas. Paul Frölich comentaría que «el testamento de Engels, bajo la forma en que se publicó originalmente, provocó una revisión de la concepción marxista de la historia… Hasta los radicales quedaron profundamente impresionados», y cita a Kautsky, Parvus y Luxemburgo.[42]

Kautsky, por ejemplo, se vio obligado a responder por la integridad política del escrito de Engels, pero no era fácil, se encontraba tan sorprendido como el resto. Por una parte, reconocía la ambigüedad del texto: «la culpa no es de Engels, sino de sus amigos de Alemania, que le suplicaban dejase la conclusión, por parecerles demasiado revolucionaria».[43] Luego plantea: «no hay ni una sílaba en el Prefacio que autorice a Bernstein a pretender que el movimiento de conversión que ha hecho desde 1895 no es sino la ejecución del testamento político de Engels. Ni una línea de este escrito trasluce el deseo de corregir las ideas de lucha… del partido socialista. Engels sigue siendo, como antes, el viejo revolucionario».[44]

Luxemburgo en ¿Reforma o revolución? (1900) busca un razonamiento que disculpe al Prólogo. Reconoce que Engels había generado una «revisión» de la estrategia política, aunque se circunscribía estrictamente a la forma posible y más eficaz de lucha dentro del sistema burgués — «lucha cotidiana revolucionaria»— y no, como pretendía Bernstein, a la forma específica de actividad proletaria que condujera al socialismo. Luxemburgo asume, entonces, que en Engels quedaba intacta la tesis de la «conquista del poder político».[45] Sin embargo, en el discurso de fundación del Partido Comunista Alemán (1918) reconocería el desdichado papel desempeñado por aquel Prólogo en la historia del marxismo y de la socialdemocracia. Lo califica como un «error», dado el contexto de total desplazamiento hacia el reformismo; aunque probablemente habían sido ideas sugeridas por «Bebel y sus secuaces» en su batalla contra el anarquismo.[46]

La publicación en 1903 de ciertas Cartas escritas por Engels entre 1890 y 1894[47] fueron también un argumento de Bernstein a favor del revisionismo. Él mismo las dio a conocer haciendo uso de su condición de albacea literario de Engels. Las Cartas intentaban arrojar luz sobre lo planteado por Marx en el «Prefacio» (1859) a la Contribución a la crítica de la Economía Política, pues este texto se tenía por economicista, y había generado un debate que ocupó toda la década del 1890. Precisamente Masaryk identifica esa polémica como uno de los síntomas de crisis del marxismo. Involucraba nociones esenciales: «concepción materialista de la historia», «base económica», «superestructura», «formas de conciencia social» y «última instancia». La intención de Bernstein al publicar las Cartas de Engels consistía, según Plejanov, en establecer una diferencia entre la interpretación engelsiana, que acentuaba la acción de las formas de conciencia, ideológicas e institucionales, respecto a la formulación marxiana de 1859.[48]

Más adelante, en el Karl Marx de Karl Korsch (1936, aunque inconcluso), se vuelve a plantear la intención oportunista de Bernstein. Pero Korsch agrega una apreciación severa del último Engels y sus Cartas. Señala la presencia de una autocrítica injustificada, que comprometía la obra pasada del propio Engels y de Marx, y que se había convertido en «fuente principal de todos los “rectificadores” revisionistas y burgueses del principio materialista de Marx». Estos, bajo el pretexto de actualización, dice, realmente buscaban eliminar los aspectos revolucionarios del marxismo. Esa tendencia, continúa Korsch, evolucionaría pronto hacia el revisionismo socialdemócrata, y nombra entre sus representantes a Starkenburg, Schmitd y Bloch.[49]

La impresión dejada por lo que se ha llegado a conocer como el último Engels — que incluye, entre otros escritos, Ludwig Feurbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886); Anti-Dühring (1878); Dialéctica de la naturaleza (título editorial de 1925, pues fue dejado inconcluso); el Prólogo de 1895 («testamento político» lo denominó Bernstein); y las citadas Cartas—, las modificaciones que introdujo en la dimensión filosófica y política del marxismo, y las premisas que sentó para la génesis del revisionismo reformista han sido muy debatidas hasta hoy.[50]

Entre los juicios críticos posteriores que problematizaron el tema del último Engels se encuentra el de Eric Hobsbawm, quien califica como «tragedia» los comentarios de Engels que sirvieron para reforzar una nueva «doctrina general».[51]

El comunismo marxiano: contigo en la distancia…, estoy. Por Natasha Gómez Velázquez

IV

[E]l marxismo — tanto teórico como práctico, es decir político— atraviesa una crisis… [que] afecta los fundamentos del sistema en su totalidad: la crisis… es estructural».[52]

Tomáš G. Masaryk, 1898

En la misma circunstancia en que Bernstein llamara a revisar el marxismo, irrumpe Masaryk, quien declara la (primera) «crisis del marxismo» (1898–1899), que fuera debatida entonces por George Sorel, Eduard Bernstein, Benedetto Croce y Antonio Labriola, entre otros.

En realidad, aquel era un período contradictorio que abarcó hasta inicios del siglo XX, y donde aún se decantaba lo que sería conocido como «marxismo» a posteriori. Este se encontraba vivo en sus ilustres figuras, en debates y obras, en publicaciones, en su difusión, en la vida de partidos y sindicatos, y en la intención de convertirse en política.

El socialismo y el marxismo entraban a las Universidades de la mano de Thorstein Veblen en la Universidad de Chicago, Bertrand Russell en la London School of Economics, Wagner en Berlín, Durkheim en París. El marxismo pasa a ser tema de reflexión crítica por parte de importantes intelectuales como Sombart o Paretto.[53] Todo esto es simultáneo.

El marxismo y sus temas esenciales se encontraban en el debate. Ya fuera por la percepción o constatación de diferencias entre teoría y realidad (desactualización) entre el marxismo originario y sus epígonos, o entre teoría y práctica política. El marxismo estaba en una situación dinámica que estimulaba discusiones múltiples.

Ese talante polémico fue interpretado por Masaryk como expresión de un desconcierto teórico y político, y como falta de criterio acerca de los principios de identidad marxista.[54]

No todas las figuras y fuerzas políticas que polemizaban eran socialdemócratas, no todas estuvieron vinculadas estrictamente al «Bernstein debate»; pero la presentación del revisionismo reformista condujo a una sensación de incertidumbre, potenciada por los intercambios beligerantes entre autoridades marxistas, y por lo esencial de los temas en disputa. Eso condujo a la declaración de la «crisis».

El «Bernstein debate», «paralizó a la socialdemocracia por años» y «dio inicio a la crisis de la socialdemocracia internacional», afirmó más tarde Paul Frölich.[55] El marxismo, y el Partido alemán en particular, se vieron obligados a defenderse de sí mismos frente al revisionismo que brotaba de su interior.

Ese criterio era compartido por varios marxistas del período, por ejemplo, Otto Bauer[56]. Kautsky, por su parte, en la reseña de 1911 al libro de Hilferding El capital financiero, reconocería que al morir Engels, hubo una «deserción de nuestros ex camaradas del campo del marxismo “ortodoxo”», por lo que «durante años debimos dedicar… nuestro tiempo y nuestras fuerzas a defender los resultados ya obtenidos por el marxismo, contra los mismos camaradas que habían contribuido a obtenerlos».[57]

Bax, al comenzar a escribir contra el revisionismo y también a criticar a Masaryk, se involucró en una extensa polémica con Kautsky que multiplicó las discusiones. [58] La situación que Masaryk interpretó como «crisis», comprendía la polémica sobre la posible revisión de posiciones de Engels, a partir de la comparación entre el Manifiesto comunista y el Prólogo de 1895.[59] Se afirmaba también, que existía una desactualización del marxismo originario en cuanto a los plazos previstos para la crisis del capitalismo y su derrumbe, y por tanto, para la revolución.[60]

Además, el intelectual y político checo confirma la presencia de significativas modificaciones que introducían y desarrollaban los «jóvenes» marxistas con respecto a lo que Marx y Engels habían dejado por escrito en su momento. Fueron varias las discusiones temáticas que Masaryk identificó. Una, relativa a la teoría económica, pues, aparentemente, la publicación por Engels de los tomos dos y tres de El capital había puesto en evidencia ciertas contradicciones con lo planteado en el tomo uno por Marx. Entre los participantes en ese debate señaló al propio Engels y también a Konrad Schmidt, Werner Sombart, Eduard Bernstein y Georges Sorel.[61]

Otro tema fue la táctica política. Según Masaryk, el problema provenía de que el marxismo transitó de un revolucionarismo inicial, hacia el reformismo del Prólogo de 1895.[62]

El debate sobre el llamado «materialismo histórico» integraba el listado de síntomas de la «crisis». Se destacaba la discusión entre Bax y Kautsky, y entre Bax y otros «neomarxistas» como Plejanov y Mehring. También se menciona a Heinrich Cunow y Paul Ernst como participantes: ¿las «tendencias psicológicas espontáneas (“ideológicas”)» son o no «independientes» de las «condiciones económicas»?, esa era la cuestión. No obstante, en opinión de Masaryk, habría que determinar primero si el marxismo originario era materialista, pues consideraba que tenía una composición ecléctica: «es… una síntesis — no demasiado lograda— del panteísmo de Hegel, el materialismo vulgar, el positivismo y finalmente del evolucionismo».[63]

Un cuarto asunto que definía la situación es aquel que Masaryk denominaba la «sociología del marxismo», y abarcaba lo relativo a las leyes, las tendencias y el progreso social. Al respecto, expresa la convicción de que el «marxismo es débil». Marx apenas se pronunció sobre el tema y Engels — en el Anti-Dühring y el Ludwig Feuerbach…— presenta una «concepción fantástica del materialismo», casi similar al relato bíblico, «romanticista» y «sentimental» acerca de la «vida primitiva». En ese sentido, menciona la crítica de Cunow a Engels.[64]

El quinto tema referenciado por Masaryk pareciera escrito con fecha actual: los marxistas no hablaban o escribían de «comunismo». Incluso le parecía un término que se había ido diluyendo en la propia obra de Marx y Engels. Señala que la generación de socialdemócratas jóvenes se distanciaba cada vez más de la idea de «comunismo».[65]

«Los jóvenes modifican o directamente abandonan las doctrinas marx-engelsianas».[66] Por ejemplo, las relativas a: materialismo histórico, teoría del valor de Marx — pues «el desarrollo científico no conduce a… la centralización del capital y [la] expropiación de los capitalistas…», y la «proletarización… no es tan significativa como Marx suponía»—, comunismo, teoría de la sociedad primitiva basada en la gens, teoría del Estado, teoría de la nacionalidad, concepciones sobre la religión y la ética — «contra el amoralismo y la actitud antifilosófica de cuño positivista de Marx» se reconoce la «eficacia de la religión»—, la táctica revolucionaria y la política catastrofista.[67]

Masaryk señalaba, además, una «desatención a la teoría» por parte del SPD. Negligencia que, ciertamente, fuera objeto de autocrítica en el Congreso de Sttutgart (1898).

En fin, la crisis era científica, filosófica, estructural, de los «fundamentos filosóficos del marxismo… [y] del sistema en su totalidad». Para Masaryk, todo eso reclamaba una «revisión crítica» por parte de los partidos socialdemócratas, quienes debían aceptar la crisis, que no podía ser ocultada «diplomáticamente», sino «afrontada».[68]

V

[L]a dialéctica hegeliana… constituía el elemento infiel de la doctrina marxista, la insidia que embrolla cualquier consideración coherente de las cosas.[69]

Eduard Bernstein, 1898

Entre los temas identificados por Masaryk como sintomáticos de la crisis se encontraba la polémica en torno al estatuto filosófico del marxismo originario; asunto que también encontraba lugar en toda la corriente revisionista y en el reformismo político de Bernstein, quien impugnaba el presupuesto hegeliano de la teoría de Marx en favor del llamado «!volvamos a Kant!». Según su consideración, la filosofía de Hegel restaba consistencia científica a las investigaciones de Marx, quien había hecho uso de los esquemas dialécticos para argumentar forzadamente el fin revolucionario de la historia.

Sin embargo,

la posición más común — en ocasiones estaba implícita— entre «revisionistas» y «ortodoxos» consistía en no reconocer la presencia de una filosofía (tradicional) en la obra de Marx y en la tentación de «completarla».

Los debates y cuestionamientos sobre el estatuto filosófico del marxismo se produjeron en un contexto de desconocimiento, por parte de la mayoría de los marxistas — excusa que no tenía Bernstein, pues en calidad de albacea literario de Marx y Engels custodiaba (y ocultaba), por ejemplo, La ideología alemana—, de textos esenciales para comprender, de manera totalizadora, el recorrido específicamente marxiano, la esencia de su obra y la forma teóricamente revolucionaria en que la filosofía había sido metabolizada por Marx en el conjunto de sus escritos.

Si bien no había dudas sobre la presencia de una economía política tanto en Marx como en Engels, los socialdemócratas se preguntaban por la condición filosófica del marxismo, o más bien por la presencia de un segmento filosófico en él. Y eso a pesar de que ya Engels en su Anti-Dühring (1878) había sugerido, al organizar su texto, una especie de composición del marxismo segmentada en áreas, que legitimaba la existencia de una teoría filosófica autónoma.

Con posterioridad, y siguiendo a Engels, las autoridades de Kautsky y Lenin terminarían por consolidar la tesis de las Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo,[70] que establecía campos teóricos independientes, entre ellos, el de la filosofía. El «marxismo-leninismo» soviético que empezaría a conformarse en los años veinte, hizo de esa división un pilar, concluyendo así el proceso de desagreación de lo que fuera planteado en la obra marxiana como una teoría íntegra de la revolución anticapitalista.

Otra posición revelada a fines del siglo XIX consistía en afirmar la presencia nítida de una filosofía en Engels — Anti-Dühring (1878); Ludwig Feuerbach… (publicado por partes en Die Neue Zeit en 1886); y Del socialismo utópico al socialismo científico (originalmente era una parte del Anti-Dühring, pero se publicó por Paul Lafargue como folleto en 1880)— y su ausencia en Marx. George Plejanov expuso ese criterio en Cuestiones fundamentales del marxismo (1908). En un intento de relativizar su planteamiento, acota que el «aspecto filosófico» de la «doctrina» de Marx se encuentra en ciertos pasajes de El capital y su Prefacio a la segunda edición del primer tomo. Además, menciona algunos otros textos de Marx y Engels recién publicados entonces, que mostraban la línea filosófica evolutiva desde el idealismo al materialismo.[71]

La negación de una filosofía en la obra marxiana era una apreciación tan extendida que fue sostenida hasta por intelectuales no marxistas como Masaryk en su diagnóstico de «crisis».[72]

Existía también una posición más radical, inspirada en el enunciado de Engels en su Ludwig Feuerbach… — texto muy popular, que había sido encargado para Die Neue Zeit—, relativo al «fin de la filosofía». Ante su propia sentencia, Engels se pronunciaba de manera preferente por otro tipo de conocimiento de naturaleza positiva y científica. Ya desde el Anti-dühring definía a la dialéctica en una exclusiva dimensión de ciencia positiva — «de las leyes generales que rigen la dinámica y el desarrollo de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento»—, a la vez que cuestionaba el derecho de la filosofía a existir.[73]

Esos textos engelsianos generaron para la socialdemocracia grandes problemas adicionales, en particular porque sus teóricos intentaban hacer coherentes las anteriores tesis de Engels, con la nueva tesis del «fin de la filosofía». La mayoría de las interpretaciones denotaban la preocupación por la supuesta omisión de toda filosofía en la obra de Marx y Engels, tesis que estimuló intentos por completarla. Ante ese panorama Plejanov comentó con ironía en 1908: «hasta ahora no se ha intentado “completar a Marx” por medio de Santo Tomás de Aquino. Sin embargo, no sería imposible… que el mundo católico diera nacimiento a un pensador capaz de esta proeza teórica».[74]

El «padre del marxismo ruso» consideraba que no había razones para sostener la ausencia de una filosofía en el marxismo originario, pues «no son materiales los que faltan», solo había que «saber servirse de ellos».[75]

Ese instinto de completar el marxismo con una filosofía derivó en dos tendencias. Una se propuso destilar, extraer y sistematizar ese saber, aparentemente disuelto en toda la obra de Marx y de Engels; y otra buscó una filosofía al uso, externa y ajena, para sumarla al marxismo, de preferencia el neokantismo y, en el caso de Rusia, además se empleó el «empiriocriticismo», que fuera enfrentado tanto por Plejanov como por Lenin en su obra de 1908.

La combinación forzada entre marxismo y neokantismo, que intentaban tanto los «jóvenes» como ciertas autoridades socialdemócratas, fue identificada por Masaryk como un síntoma de la «crisis filosófica y científica» del marxismo.[76] Desde los años sesenta del siglo XIX se había iniciado un movimiento de vuelta a Kant, que tuvo entre sus antecedentes a Otto Liebmann con el texto Kant y sus epígonos (1865), y a Friedrich Albert Lange con Historia del materialismo (1866). Ambos destacaban a la filosofía de Kant como antídoto frente al materialismo entendido de forma economicista. Esa inclinación neokantiana llegó a extenderse en los ámbitos socialistas, socialdemócratas y marxistas, y formó parte de los procesos finiseculares de revisión declarada del marxismo. Pero antes de que Bernstein se pronunciara al respecto, la crítica al materialismo y al determinismo económico, desde posiciones kantianas, había entrado a la socialdemocracia a partir de la labor editorial de Joseph Bloch y Konrad Schmidt en los Cuadernos mensuales socialistas.[77]

«Hoy está de moda decir “¡volvamos a Kant!”», palabras de Kautsky en 1906. A propósito de su Ética y concepción materialista de la historia, refería la «gran influencia que la ética kantiana logró en nuestras filas», en detrimento del materialismo y su conclusión revolucionaria. En ese sentido, la filosofía de Kant fue empleada como instrumento de conciliación con la burguesía.[78] Ese propósito político suponía, igualmente, el rechazo al hegelianismo, pues, tal como precisara Karl Korsch en su Marxismo y filosofía (1923), la dialéctica de Hegel constituía uno de los argumentos esenciales de la naturaleza revolucionaria de la teoría marxiana.

Eduard Bernstein fue una de esas autoridades que, como parte del programa revisionista, reclamó el «regreso a Kant». Se trataba de proporcionar una teoría crítica de función propedéutica, que antecediera a la exposición conceptual marxista y destruyera sus tesis dogmáticas que, por serlo, carecían de fundamento: valores e ideología, incluso conceptos y teorías, y en general todo lo que se pudiera considerar previo y subyacente al ejercicio de investigación. Además, según Bernstein esos dogmas preestablecidos perturbaban al resto de los argumentos científicos marxistas.

Esencial para el programa revisionista era, en efecto, despolitizar el marxismo para que cumpliera con las exigencias de toda ciencia: imparcialidad, demostraciones de hechos y permanecer «libres de juicios preconcebidos». Bernstein consideraba que la teoría de Marx estaba «coloreada de ideología», por lo que «se necesita a un Kant» que la «someta al tamiz riguroso de la crítica… [y] aclare… qué cosa de la obra de nuestros grandes precursores merece y está destinada a sobrevivir, y qué cosa en cambio puede y debe morir…»[79]

Según Bernstein, eran los residuos de la dialéctica de Hegel en el marxismo los que habían facilitado la inserción de dogmas políticos que escapaban a toda racionalidad científica. Por medio de Hegel, el marxismo sacrificaba la historia real — los «hechos» económicos y políticos— por un esquema comprehensivo y predeterminado, con una meta final: el colapso del capitalismo y la revolución socialista, proceso que se configuraba a través de una serie de contradicciones y negaciones: «la dialéctica hegeliana… constituía el elemento infiel de la doctrina marxista, la insidia que embrolla cualquier consideración coherente de las cosas».[80]

Las conclusiones marxianas, explica Bernstein, se encontraban comprometidas por un «dualismo» entre la investigación científica más rigurosa y aquel elemento «infiel»: los resabios teleológicos y dialécticos de Hegel. Esa dualidad se expresaba por excelencia en el tomo inicial de El capital y su capítulo «La tendencia histórica de la acumulación capitalista», y en el Manifiesto Comunista, aunque «circula por toda la obra monumental de Marx». «Cuando Marx llega a tocar los puntos en que dicho objetivo final se pone seriamente en duda, pierde su seguridad e infalibilidad, y… cae… en contradicciones… Es el momento en que advertimos que, en el fondo, esta gran mente científica se encontraba prisionera de una doctrina».[81]

En todo caso,

Bernstein llegaría a cuestionar la naturaleza científica de El capital. En su carta a Bebel, fechada el 20 de octubre de 1898, expresa que esa obra no era más que una «pieza de propaganda», pues el «conflicto entre propaganda y ciencia hizo la tarea más y más difícil para Marx».[82]

La presencia del hegelianismo en El capital fue un tema abordado por los marxistas de entonces. De manera elogiosa se pronunciaron, por ejemplo, Otto Bauer y Karl Kautsky.[83] Y desde antes el propio Marx llega a vivir el debate sobre su hegelianismo, como hace constar en su Epílogo al tomo primero (Londres, 24 de enero de 1873).[84]

Para la época en que Bernstein percibía la presencia de Hegel como una falencia en Marx, George Plejanov responde en Cant contra Kant que Bernstein nuca confirmó haber estudiado a Hegel, y agrega que fue gracias a la dialéctica y no a pesar de ella que el socialismo había transitado de ser utopía a adquirir un estatuto de ciencia.[85] Y es que el interés de Plejanov en Hegel se había revelado desde 1891, cuando publicó en Die Neue Zeit y por encargo «El significado de Hegel», en conmemoración del 60 aniversario de la muerte del filósofo alemán.

Por otra parte, Plejanov había publicado «Bernstein y el materialismo» (Die Neue Zeit, núm. 44, 1898), en el que denostaba la acogida del neokantismo a partir de la lectura de artículos como los de Konrad Schmidt — «Kant: su vida y su doctrina», Vorwarts, 1897— y Jakobt Stern — «El materialismo económico y el materialismo de las ciencias naturales», Neue Zeit, 1897—.[86] Un discípulo socialdemócrata de Engels, como Konrad Schmitd, mezclaba marxismo y kantismo, y lo peor, encontraba aceptación. En Cant contra Kant concluye Plejanov que la ratificación por Bernstein de la exclamación «¡regresemos a Kant!» (Lange), no obedecía a «una simple deficiencia de capacidad filosófica», sino que constituye la «expresión… de sus actuales tendencias sociales y políticas… la aproximación a los sectores progresistas de la burguesía».[87]

En 1908 Plejanov publicó Cuestiones fundamentales del marxismo, texto que da testimonio de la ansiedad que aún dominaba a los teóricos de la época — no solo alemanes—, por «completar» el marxismo con una filosofía ajena e incompatible con las tesis de Marx y Engels. Al respecto, Plejanov mencionaba a Víctor Adler.[88] Sin embargo, el propio Plejanov adoptó un criterio muy problemático. Al mismo tiempo que rechazaba la propuesta kantiana de Bernstein, sugirió una identidad entre la filosofía marxista y la de Spinoza.[89] Más tarde, teóricos como Karl Korsch, Lucio Colletti y otros tomaron ese ejemplo para ilustrar la desorientación de aquella generación de marxistas.[90]

La dictadura del proletariado, de Marx a Lenin. Por Wilder Pérez Varona

VI

[Y]o francamente admito que tengo muy poco sentimiento o interés por aquello que es usualmente llamado «la meta final del socialismo». Esta meta… no es nada para mí, el movimiento lo es todo.[91]

Bernstein, 1898

Esta tesis central del revisionismo reformista de Bernstein se encontraba en un artículo publicado en dos entregas por Die Neue Zeit en enero de 1898, y formaba parte de la controversia que sostenía entonces con el socialista inglés Ernest Belfort Bax. El libro posterior en el que sistematizó su teoría — a sugerencia de Kautsky en el Congreso de Stuttgart—, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), culminaba con el segmento: «El objetivo final y el movimiento. Cant contra Kant».[92] La frase que se convertiría en consigna del revisionismo era legitimada por Bernstein a través de una interpretación libérrima de cierto pasaje de Las luchas de clases en Francia (1850) de Marx.[93]

El «objetivo final» estaba descrito en el Programa de Erfurt (1891) y se refería a la «obtención del poder político», la «transformación de la propiedad privada capitalista… en propiedad social por y para la sociedad», la «emancipación no solo del proletariado, sino de toda la humanidad» y la «abolición de las clases».[94] A consideración de Bernstein, el SPD fijaba y anteponía ese objetivo final a los medios políticos para alcanzarlo y a las circunstancias realmente existentes, de manera que invertía las prioridades, por lo que la meta final quedaba convertida en dogma y utopía. El dogmatismo y la utopía política partían de aquel elemento filosófico «infiel», que «embrolla» todo: el hegelianismo; su teleología hacía que los marxistas concibieran una especie de fin de la historia antes de examinar la historia real, los «hechos» y sus condiciones de posibilidad.

En uno de sus artículos en Vorwärts (7 de febrero de 1898) Bernstein agregaba que la utopía característica del «objetivo final» tenía el efecto de inmovilizar al Partido. En cambio, si se entendiera que el «socialismo puede ser realizado por una serie de desarrollos» — reformas cotidianas y efectivas dentro del sistema burgués—, sería posible para las generaciones presentes del SPD trabajar en ese sentido.[95]

Quizás en su Declaración enviada al Congreso de Stuttgart es posible encontrar planteamientos más explicativos, e incluso razonables hoy, a la luz de las experiencias socialistas: «la toma del poder político… y la expropiación de los capitalistas no son en sí mismos la meta final, sino meramente los medios para lograr las metas y aspiraciones».[96]

Y, ciertamente,

si fuera posible encontrar en el marxismo algo como un «objetivo final», solo podría radicar en la emancipación humana, en una afirmación del humanismo y no precisamente en la negación de los sistemas opresivos. Sin embargo, esa tesis no puede ser atribuida a Bernstein, pues otros marxistas de la época y el propio Marx la habían adelantado.

Por otra parte, la frase «el movimiento lo es todo» llamaba la atención hacia propósitos inmediatos, hacia una lucha dirigida a «extender los derechos políticos e industriales» de la clase obrera dentro del capitalismo. Cualquier otra prédica es retórica, dice en la citada Declaración.[97] Las labores que la socialdemocracia debía seguir haciendo «por un largo tiempo» serían: «organizar políticamente a la clase trabajadora, entrenarla para la democracia, luchar por reformas… y hacer un Estado más democrático». En Carta a Bebel del 20 de octubre de 1898, afirma: «mi camino es lento, pero apunta hacia arriba. Ustedes van hacia un precipicio, en el cual tú ves la tierra prometida».[98]

El marxista neokantiano Konrad Schmidt compartía con Bernstein el criterio de la desactualización del Manifiesto comunista, por sus presuntas teorías del colapso del capitalismo y el pronóstico sobre el «objetivo final».[99]

Aunque la política real del SPD y del movimiento socialdemócrata europeo era reformista — con escasas excepciones, que se revelarían a plenitud en los años siguientes—, líderes partidistas y autoridades teóricas como Liebknecht y Bebel, entre otros, se sintieron en el deber de tomar una posición crítica frente a Bernstein. La advenediza Rosa Luxemburgo lo hizo, por cierto, de manera ejemplar.[100]

VII

Allí donde la doctrina se convierte en un capricho — y existen Quijotes del derrumbe…— el que la profesa no podrá admitir jamás que algo fundamental ha variado en sus hipótesis.

Eduard Bernstein, 1899

La idea de Bernstein de convertir el amargo océano del capitalismo en un dulce océano de socialismo adicionando botellas de limonada… Es simplemente de peor sabor.[101]

Rosa Luxemburgo, 1900

Algunos especialistas sitúan el verdadero inicio del debate sobre el «derrumbe del capitalismo» en las controversias rusas (1882–1899) alrededor del curso futuro del desarrollo de ese país. En esos debates participaban populistas, marxistas legales y marxistas. Sin embargo, es a partir del «Bernstein debate» que la expresión se redimensiona entre los teóricos de la Segunda Internacional. El debate se extendió durante las primeras décadas del siglo XX, e incluso después, de manera intermitente.

Al menos desde 1896 Bernstein cuestionaba la validez de lo que se dio en llamar «teoría del derrumbe», del «colapso», de la «catástrofe» o del «hundimiento» del capitalismo, que era presentada por ciertos marxistas como «ley natural inevitable» o «necesidad absoluta».

Por entonces solía aceptarse la idea — no de manera unánime— de que esa teoría se encontraba formulada en el Manifiesto comunista y El capital. Bernstein impugnaba la concepción teleológica y determinista subyacente, que había quedado en evidencia, por ejemplo, en el Congreso de la Segunda Internacional efectuado en Londres (1896). En palabras de Bernstein: «un derrumbe total… no deviene más probable, sino más improbable (pues), se incrementa… la capacidad de adecuación» del capitalismo.[102]

Bernstein relativiza la validez, actualidad y realismo del razonamiento marxiano acerca de «[l]a tendencia histórica de la acumulación del capital» (El capital). En «Observaciones generales sobre el utopismo y el eclecticismo» (1896), decía que la palabra tendencia indicaba que el proceso histórico de desaparición del capitalismo era indefinible con precisión en la línea del tiempo.[103] Además, en su posterior Declaración para el Congreso de Stuttgart señalaba que algunas de las conclusiones de Marx se encontraban «desviadas» de las realidades finiseculares, por lo que consideraba un error de la socialdemocracia considerar «inminente» una catástrofe del capitalismo a partir de las palabras del Manifiesto comunista.[104]

Por otra parte, ya advertía en 1896 que la socialdemocracia también se equivocaba cuando, basándose en Marx, sostenía la tesis de que una catástrofe del capitalismo debía preceder necesariamente a la «expropiación de los expropiadores». La catástrofe no era condición de la transformación revolucionaria.[105] Así dejaba abierta la posibilidad de que el acceso del proletariado y la socialdemocracia al poder se produjera por otra vía y sugería la evitabilidad histórica de tal catástrofe.

En cualquier caso, esa catástrofe no iba a ocurrir de manera simultánea en el conjunto de la economía y la sociedad, ni a crear condiciones uniformes para una «reestructuración completa del sistema económico». Es decir, la revolución que le sucedería no iba a disponer de una capacidad inmediata para poner en marcha el funcionamiento de la sociedad.[106] De manera que el derrumbe del capitalismo — en el caso improbable de que se produjera— no sería un precedente sino un obstáculo a la revolución. El salto del capitalismo al socialismo a través de una catástrofe le parecía tan utópico como el colapso total mismo.

Bernstein se muestra incrédulo respecto al derrumbe, pero no respecto al socialismo, aunque lo define al estilo reformista: «la interrogante que surge es si… se aplaza la realización del socialismo hasta el día de nunca jamás…», reconoce. Pero tiene una respuesta: «si por realización del socialismo se entiende la organización de una sociedad regulada en forma estrictamente comunista… ella está aún bastante lejana». Sin embargo, «nuestra generación» puede aspirar a «vivir… muchos logros socialistas» si la socialdemocracia se concentra en luchar «en el Estado por todas las reformas conducentes a elevar a la clase obrera».[107] De ahí las palabras que se convertirían en consigna: «reconozco abiertamente que para mí tiene muy poco sentido e interés lo que comúnmente se entiende como “meta del socialismo”. Sea lo que fuere, esa meta no significa nada para mí y en cambio, el movimiento lo es todo».[108]

Para legitimar su revisión recurría en su Declaración de Sttutgart a las rectificaciones de los fundadores del marxismo: al Prólogo de 1872 escrito por Marx y Engels para la edición alemana del Manifiesto comunista y al Prólogo de Engels de 1895 a Las luchas de clases en Francia de Marx. Bernstein consideraba que el proceso de creciente democratización de las sociedades modernas — señalado por Engels en 1895— haría posible «reducir la necesidad y oportunidad de la gran catástrofe política» y de la «toma del poder». Es decir, la clase obrera y la socialdemocracia podían acceder al poder de manera progresiva a través de reformas, sin colapso y sin revolución.[109]

Rosa Luxemburgo le respondería a Bernstein que un capitalismo reformado no era socialismo. Entre ambos existía una especie de muro que «solo puede ser demolido por el golpe del martillo de la revolución, por ejemplo, la toma del poder político por el proletariado».[110]

En la mencionada Declaración Bernstein se preguntaba si la socialdemocracia podría beneficiarse de un súbito colapso: «yo respondo a esta cuestión en negativo… porque… un avance seguro ofrece más garantía de éxito perdurable que las oportunidades ofrecidas por una catástrofe».[111] En lo escrito por Bernstein en ese período aparecen varios pasajes que manifiestan ese temor al evento revolucionario, pero siempre amparado en una excusa: ausencia de condiciones.

Se preguntaba Bernstein: «¿tendría… la socialdemocracia una verdadera razón para ansiar la muy inmediata verificación del gran derrumbe?». La situación previsible del día después sería descrita como apocalíptica: la socialdemocracia en el poder «se hallaría ante una tarea insoluble: no podría eliminar por decreto el capitalismo, ni… prescindir de él y, por otro lado, no podría proporcionarle la seguridad que este necesita para cumplir con sus funciones. En esta contradicción, la socialdemocracia se agotaría irremediablemente y el fin solo podría ser una derrota colosal».

Conclusión reformista y no revolucionaria: «la Socialdemocracia puede hacer más como Partido en oposición, que tomando el poder por alguna catástrofe».[112]

En realidad, Bernstein compartía con ciertos líderes de la socialdemocracia europea la idea de que el derrumbe del capitalismo no generaría un escenario feliz, sino más bien apocalíptico. Tal y como afirmaran más tarde Karl Korsch (1933), Lucio Colletti (1969) y Paul Sweezy (1942), por ejemplo, los «ortodoxos» temían a la revolución, al igual que los propios reformistas. Y ambas tendencias posponían indefinidamente el socialismo.[113]

De manera que tanto el reformismo que llamaba a la lucha dentro de los marcos de la legalidad burguesa — pues no existían condiciones para un derrumbe y la conformación de una situación revolucionaria— como la ortodoxia y el oficialismo — que consideraba que la revolución estaba objetivamente en marcha y no necesitaba de una política revolucionaria activa— se encontraban en la misma posición pasiva frente a la perspectiva de revolución que había sido fundamentada en el marxismo originario.

Karl Korsch no consideraba a ninguna de las dos corrientes socialdemócratas como teorías que merecieran el «calificativo de materialista, en el sentido de Marx».[114]

Desde otra perspectiva teórica y política, también Henry De Man estimó retrospectivamente, en 1926, que el fracaso de Bernstein en su «valiente» intento de renovar la teoría de Marx, obedeció a que no logró convocar a un examen autocrítico del marxismo, precisamente porque al SPD no le interesaba verificar sus propuestas, pues en su interior «la práctica reformista iba ganando más terreno cada día».[115]

La creciente instrumentalización de una política reformista era una expresión de ese temor a la revolución. De hecho, ya en 1909 Sorel testimonia lo que estaba a la vista de todos: «la evolución de los partidos llevaba a los jefes del socialismo a abandonar los puntos de vista marxistas, pero siempre negando querer cambio alguno». Por lo que se acusaba a Bernstein de «herético, para seguir pareciendo fieles a las antiguas esperanzas revolucionarias».[116] Sin embargo, por lo general el reformismo no era explícito, más bien la palabra revolución se mantenía discretamente en documentos oficiales y textos de sus líderes, pero no vinculada a prácticas concretas de tácticas y estrategia.

La reserva de la socialdemocracia alemana respecto a todo discurso revolucionario verdadero y efectivo provenía, entre otros factores, del temor a la restauración de las leyes antisocialistas. Por otra parte, el capitalismo se había transformado y exigía adecuaciones teóricas, tácticas y estratégicas, tal como el propio Engels había expresado en 1895. A partir de esas premisas parecía legítimo «revisar» y actualizar el marxismo en relación con lo que había sido su tema esencial: ¡la revolución!

La «teoría del derrumbe» constituyó uno de los temas centrales del debate en torno a Bernstein y del Congreso de Stuttgart (1898). El austríaco Víctor Adler testimonió que «dos frases» dominaron ese Congreso: «objetivo final» y «teoría de la catástrofe». A la vez, ratificó a Bernstein en varios puntos.[117]

Uno de los concurrentes a la polémica, fue el «ortodoxo» Karl Kautsky, quien, sin embargo, había mantenido un prolongado silencio respecto a los artículos de Bernstein acumulados desde 1896. Esa actitud lo había colocado en una situación muy sospechosa frente a la militancia. Llegado el Congreso de Stuttgart y bajo la presión de Bebel, Kautsky se pronunció.[118] Reconoció que tomaba la palabra por obligación. Pues Bernstein había sido «por 18 años uno de mis más cercanos compañeros de armas y estuvo en la línea de batalla durante los oscuros días del Partido».[119] Para 1899, como parte de su negligencia, y puede decirse también, como parte de su afinidad inconfesada con el reformismo — que se revelaría más tarde—, comenta sobre Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia: «la obra de Bernstein es un escrito de circunstancias, un libro sensacional, que levanta por el momento gran polvareda, pero cuyo efecto no es duradero».[120] También en su intervención en el Congreso de Stuttgart había emitido el criterio erróneo de que la revisión de Bernstein obedecía a características personales.[121] Así, su propia capacidad intelectual y política se vio comprometida, pues no comprendió de inmediato el significado del revisionismo reformista para el destino de la socialdemocracia y el marxismo.

En su «Anti-Bernstein» (1899), atribuye al autor de Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia la «invención» de la «frase de teoría del derrumbe». Kautsky — con la autoridad que le otorgaba el hecho de ser (junto a Bernstein) albacea literario de Marx y de Engels, y editor de Die Neue Zeit por sus méritos teóricos— señala que dicha expresión y el determinismo economicista subyacente no provenían del marxismo originario.[122]

Por otra parte, en la intervención de Stuttgart se declara en oposición a la tesis del tránsito pacífico del capitalismo al socialismo sin que se produjera un conflicto y una gran catástrofe. Hace constar, además, que: «no recuerdo ningún pasaje de Engels que excluya la posibilidad de una catástrofe futura del capitalismo».[123]

Con independencia de la legitimidad o no de la «teoría del derrumbe», el cuestionamiento de la transitoriedad histórica del capitalismo por parte del revisionismo reformista — no solo alemán—, significaba un cuestionamiento a la propia esencia del marxismo.

Masaryk, por ejemplo, expresó entonces que el abandono de la «política catastrofista» y la «táctica revolucionaria» era síntoma inequívoco de la «crisis del marxismo».[124]

Por su parte, Rosa Luxemburgo, desde presupuestos marxistas, también señaló la gravedad del asunto. Bernstein, en su opinión, había rechazado uno de los «pilares fundamentales del socialismo científico» y el «camino histórico al socialismo», y no solo la «mera posibilidad del colapso».[125] Luxemburgo aceptaba — como otros marxistas de la época—, la «teoría del colapso del capitalismo» (su «inevitabilidad»).

Esto no significa, sin embargo,

que compartiera la usual concepción economicista, pues la táctica de la socialdemocracia «no consiste… en esperar por el desarrollo de contradicciones capitalistas, sino presionar esas contradicciones hasta alcanzar el límite… por medio de la acción política. Nosotros… nos adelantamos al desarrollo objetivo».[126]

¿Qué es la economía? Por Rosa Luxemburgo: “La doctrina marxista es hija de la economía burguesa, pero su parto le costó la vida a la madre.”

El debate sobre el derrumbe sobrevivió a su contexto original, por ejemplo, en: El capital financiero (1910) de Hilferding, La acumulación del capital (1912) de Luxemburgo, La descomposición del marxismo (1908) de George Sorel, Más allá del marxismo (1926) de Henry De Man, Algunos prolegómenos a una discusión materialista de la teoría de las crisis (1933) de Karl Korsch y Teoría del desarrollo capitalista (1942) de Paul Sweezy.

Sorel se identificaba con las tesis previas de Bernstein y retomaba las palabras de Marx en «La tendencia histórica de la acumulación del capital» — no tiene dudas, de ahí había surgido la teoría de la «catástrofe final»— para afirmar que: «no hay que tomar este texto al pie de la letra; estamos en presencia de lo que he denominado un mito social».[127] Sugiere así que dicha teoría funcionaba como inspiración política, pero a nivel práctico era irrealizable.

Henry De Man cuestionó la relación condicional y genética entre derrumbe del capitalismo — tesis que también adjudica a Marx— y revolución; destacó en cambio la función movilizadora de la ética y exculpó a Marx de «preconizar un fatalismo».[128]

Karl Korsch se interesó en lo que denominaba «teoría de la crisis», en un contexto en el que los nuevos «doctores de la ley» exponían su política reformista sin pudor. Se remonta a los orígenes de esa teoría, a fines del siglo XIX, lista eventos y tesis de entonces. Según Korsch, no todo el reformismo rechazó la llamada «teoría del derrumbe». Heinrich Cunow, «futuro reformista a ultranza», es identificado, incluso, como la persona que formuló la «primera teoría articulada sobre el derrumbe y la catástrofe», publicada en 1898 en Die Neue Zeit.[129] En su problematización del asunto dijo que dicha teoría también podía suponer una política reformista, pues reducía la lucha de clases a formas pasivas y, por tanto, no guardaba relación necesaria con posiciones revolucionarias.

A diferencia de los criterios más generalizados — que identificaban en el Prólogo engelsiano de 1895 a Las luchas de clases en Francia la premisa del reformismo— Korsch precisa que la génesis de esa corriente, así como de la «teoría del derrumbe», se encontraba en otros textos de Engels: el Prefacio de 1884 a Miseria de la Filosofía de Marx, y en cierta Nota escrita en el capítulo XXX del tercer libro de El capital (1894).[130]

En ese sentido,

estimó que Engels había dejado un tema abierto y problemático, que inauguró un período de polémicas y escisiones dentro del marxismo. Aunque sus palabras constituyeron también un estímulo investigativo para el estudio del novedoso capitalismo finisecular.

Korsch afirma que fue en el Congreso de Erfurt (1891) que se dio impulso a la idea de «crisis mortal» del capitalismo, a partir de que fuera retomada por Wilhelm Liebknech y luego por Cunow, Kautsky y otros. Confirma que dicha idea comprendía la tesis de la existencia de una «lógica inexorable» de la historia, según la cual el capitalismo iba hacia «una catástrofe, hacia su propio fin en una carrera que nada podría parar».[131]

Todavía en 1942 Paul Sweezy abordó el tema, situando la génesis del debate en el período posterior a la muerte de Engels (1895). Opina que: «en ninguna parte se encontrará… (en Marx) una doctrina del derrumbe» económico del capitalismo, aunque «su tratamiento del problema… preparó el terreno para una prolongada controversia». En cuanto a los partícipes más directos en el debate menciona a revisionistas como Cunow, Kautsky, Tugan-Baranowsky y Konrad Schmidt.[132] Mucho más tarde, Lucio Colletti en 1969 presentaría su posición en De Rousseau a Lenin. Estudios de ideología y sociedad.[133]

Notas:

[1] Mehring, Franz. Marx. Historia de su vida. Editorial Marat, pp. 141 y 142.

[2] Ídem., pp. 141 y 142; 540.

[3] Ídem., pp. 141 y 142.

[4] Engels, Federico. «Carta a Kautsky», 23 de febrero de 1891. Carlos Marx y Federico Engels. Obras Escogidas, dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, tomo 2, pp. 39–41.

[5] Ver, por ejemplo, el criterio de Frölich, Paul. Rosa Luxemburgo. Vida y Obra. Ocean Sur, 2015, p. 61.

[6] Tudor, H., y J. M. Tudor. «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press», en Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Cambridge University Press, New York, 1988, p. 294.

[7] Engels, Federico. Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891. http://inter-rev.foroactivo.com/t4222-sobre-el-programa-socialdemocrata-de-erfurt-textos-de-karl-kautsky-y-de-f-engels#20083

[8] Korsch, Karl. Marxismo y filosofía, Editorial ERA, México, 1971, pp. 33 y 34.

[9] El Programa de Erfurt fue escrito por Bernstein y Kautsky. Kautsky, Karl. El Programa de Erfurt. http://inter-rev.foroactivo.com/t4222-sobre-el-programa-socialdemocrata-de-erfurt-textos-de-karl-kautsky-y-de-f-engels#20083.

Por su parte, el reconocido historiador Carl E. Schorske asegura que: «Kautsky fue el principal arquitecto del nuevo programa». Schorske, Carl E. German Social Democracy. 1905–1917. The Development of the Great Schism. Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts; London, England, 1955, p. 4.

Ver: «The Erfurt Program». German History in Documents and Images, volumen 5, Wilhelmine Germany and the First World War, 1890–1918. germanhistorydocs.ghi-dc.org/pdf/…/513_Erfurt%20Program_94…

Respecto a la naturaleza no marxista de los Programas de Gotha y Erfurt, ver: Korsch, Karl. Marxismo y filosofía, ed. cit., pp. 33 y 34.

[10] Las divergencias al interior del marxismo «surgieron hacia finales de los años 90 no solo bajo la forma de debate sobre revisionismo sino bajo otras formas de lo que Masaryk definió como la “crisis del marxismo”… Mientras algunos de los que participaron en estos debates… se siguieron considerando a sí mismos marxistas… otros… estuvieron a punto de abandonar a Marx (a pesar de que como Bernstein, demoraron en hacerlo explícitamente) y otros… dejaron de ser totalmente marxistas o se separaron… de los partidos socialdemócratas… gente que al principio de los años 90 hubiera podido sentirse atraída por el marxismo se… volvió a las ideologías alternativas de izquierda, como el sindicalismo revolucionario». Hobsbawm, Eric. Marxismo e historia social. Universidad Autónoma de Puebla, 1983, pp. 102, 123.

[11] Bernstein, Eduard. «El revisionismo en la socialdemocracia. Un informe presentado en Amsterdam ante académicos y trabajadores». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores, México, 1982, pp. 283, 290.

[12] Bernstein, Eduard. «Prefacio a la primera edición». Ídem., p. 99.

[13] Bernstein, Eduard. «El revisionismo en la socialdemocracia. Un informe presentado en Amsterdam ante académicos y trabajadores». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, ed. cit., p. 292.

[14] «Bernstein to Bebel» (20 October 1898). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 324.

[15] Bernstein, Eduard. «El revisionismo en la socialdemocracia. Un informe presentado en Amsterdam ante académicos y trabajadores». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, ed. cit., p. 315.

[16] Belfort Bax, E. «Our German Fabian Convert; or, Socialism According to Bernstein». Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 64.

[17] Frölich, Paul. Rosa Luxemburgo. Vida y obra. Ed. cit., p. 63.

[18] «Bebel to Kautsky», 15 de febrero de 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 135.

[19] Plejanov, George. El papel del individuo en la historia. Cant contra Kant, o le legado espiritual del señor Bernstein. Fundación Federico Engels, Madrid, 2007, pp. 61, 82.

[20] Bernstein, Eduard. «Objetivo final y movimiento. Kant contra Cant». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 266.

[21] «Bebel to Bernstein», 16 October 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., pp. 320 y 321. Parvus, A. H. «Bernstein’s Statement», Ídem., p. 194.

[22] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ídem., p. 294.

[23] «Bernstein to Bebel», 20 October 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., pp. 325, 328.

[24] «Bernstein’s Statement». Ídem., pp. 287 y 288.

[25] Korsch, Karl. Karl Marx. Editorial Ariel, Esplugues de Llobregat, Barcelona, 1975, p. 242.

[26] Korsch, Karl. «El estado actual del problema Marxismo y Filosofía (Anticrítica)». Marxismo y Filosofía. Ed. cit., pp. 60–62. Hobsbawm compartía ese criterio: «En Alemania el dominio aparentemente total del marxismo en el SPD no debe inducirnos a menospreciar la supervivencia de tendencias no marxistas en el Partido. Es significativo que las obras de Lassalle, entre 1894 y 1895, se hallan presentado con mucha más frecuencia en el Volksverein Krefeld, que las de Marx, para no hablar de Engels o de Kautsky». Hobsbawm, Eric. Marxismo e historia social. Ed. cit., p. 112.

[27] Korsch, Karl. Marxismo y Filosofía. Ed. cit., p. 34.

[28] Hobsbawm, Eric. Marxismo e historia social. Ed. cit., p. 124.

[29] Frölich, Paul. Rosa Luxemburgo. Vida y Obra. Ed. cit., p. 61. Ver por ejemplo: Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Studies in ideology and society. Monthly Review Press, New York y London, 1974, p. 62. Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental. Siglo XXI Editores, 1987, pp. 12 y 13.

[30] Kautsky, Karl. Bernstein y el programa socialdemócrata. Una anticrítica (La doctrina socialista). Alejandría Proletaria, Biblioteca general del Pensamiento revolucionario, Valencia, 2018, p. 40.

[31] Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Studies in ideology and society. Ed. cit., p. 62.

[32] Ver, por ejemplo: «Bernstein: Critical Interlude», (Die Neue Zeit, 1 March 1898); y la declaración de Bernstein en el Congreso de Stuttgart (leída por Bebel), «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Tudor, H. y J.M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., pp. 216; 288 y 289. Ver las numerosas referencias al Prólogo de Engels en Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, pp. 95–97; 132; 139; 261. Y ver el uso argumentativo de las Cartas a Bloch, Starkemburg y Schmidt. Ídem., pp. 114–120.

Víctor Adler, representante ilustre de la socialdemocracia austriaca, compartía ese criterio de Bernstein. Ver: Adler, Víctor. «The Party Conference at Stuttgart», 16 de Octubre de 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 315.

[33] Marcuse, Herbert. El marxismo soviético. Alianza editorial, Madrid, 1975, p. 78.

[34] «Bebel to Bernstein», 16 October 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 320. Bernstein responde a Bebel: «Yo no esperé… hasta después de la muerte de Engels para modificar mis puntos de vista. Por favor, lea mis artículos». «Bernstein to Bebel», 20 October 1898, Ídem., p. 324.

[35] Bernstein, Eduard. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 99.

[36] Ídem.

[37] Ibídem., pp. 132, 139.

[38] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica en el marxismo (1899)». Políticas de la memoria. Anuario de Investigación e Información del CeDinCi (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina), núm. 14, 2013–2014, p. 55.

[39] Masaryk: «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo». Ibídem., pp. 48 y 49.

[40] Ibídem, p. 57.

[41] Ídem.

[42] Frölich, Paul. Rosa Luxemburgo. Vida y Obra. Ed. cit., 2015, p. 62.

[43] Kautsky, Karl. «Tactics and Principles» (Vorwarts, 13 October 1898). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., pp. 310 y 311.

Kautsky, Karl. Bernstein y el programa socialdemócrata Una anticrítica (La doctrina socialista). Ed. cit., p. 27.

[44] Ídem.

[45] Luxemburgo, Rosa. ¿Reforma o revolución? Obras Escogidas de Rosa Luxemburgo, Ediciones Digitales de Izquierda Revolucionaria, 2008, p. 88.

[46] Luxemburgo, Rosa. Discurso ante el Congreso e fundación del Partido Comunista Alemán. Ibídem, pp. 421 y 422.

[47] «Carta de Engels a H. Starkenburg», 25 de enero de 1894, pp. 560–563. «Carta de Engels a J. Bloch», 21 de septiembre de 1890, pp. 516–518. Carlos Marx y Federico Engels. Correspondencia. Editora Política, La Habana, 1988.

[48]Plejanov. Cuestiones fundamentales del marxismo. Alejandría Proletaria, Valencia, 1917, p. 28.

[49] Korsch, Karl. Karl Marx. Ed. cit., pp. 242 y 243.

[50] Ver, por ejemplo: Kohan, Néstor. Marx en su (Tercer) Mundo. Hacia un socialismo no colonizado. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003, pp. 29–49; 251–255. Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Ed. cit., pp. 48–51; 62; 64.

[51] Hobsbawm, Eric. How to Change the World. Reflections on Marx and Marxism. Yale University Press, 2011, p. 69.

[52] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo (1898)» y «La crisis científica y filosófica en el marxismo (1899)». Políticas de la memoria. Anuario de investigación e información del CeDinCi. Ed. cit., pp. 53–57.

[53] Tarcus, Horacio. «Tomáš G. Masaryk y la invención de la “crisis del marxismo”». Ibídem., p. 37.

[54] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica en el marxismo (1899)». Ibídem., p. 54.

[55] Frölich, Paul. Rosa Luxemburgo. Vida y obra. Ed. cit., p. 63.

[56] Referenciado por: Gaido, Daniel. «La recepción temprana de las obras económicas de Karl Marx (1867–1910)». En Defensa del Marxismo. Ediciones Rumbos, Buenos Aires,núm. 44, s/p. www.po.org.ar

[57] Kautsky, Karl. «Capital financiero y crisis». En Defensa del Marxismo, Buenos Aires, núm. 37, pp. 1 y 2. https://www.prensaobrera.com/publicaciones/verNotaRevistaTeorica/37/capital-financiero-y-crisis.

[58] Ver lista de los artículos de la polémica entre Bax y Kautsky: Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., nota 45, p. 234. El texto crítico de Belfort-Bax sobre Masaryk es «El socialismo como concepción del mundo» (Die Neue Zeit, núm. 188, Viena, 1898).

[59] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo (1898)». Ed. cit., pp. 48 y 49.

[60] Ver: Hobsbawm, Eric. Marxismo e Historia social. Ed. cit., p. 109.

[61] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo (1898)». Ed. cit., pp. 48 y 49.

[62] Ibídem, pp. 48 y 49; 57.

[63] Ibídem, pp. 50–53.

[64] Ibídem, pp. 50 y 51

[65] Ibídem, pp. 52 y 53.

[66] Ibídem, p. 55.

[67] Ídem.

[68] Ibídem, p. 56.

[69] Eduard Bernstein. «Marxismo y dialéctica hegeliana». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 132. Respecto a la relación marxismo y filosofía, y la importancia de la filosofía de Hegel para la fundamentación marxiana de la revolución, ver: Korsch, Karl. Marxismo y filosofía, ed. cit.; y Gómez Velázquez, Natasha. «Lo que ya se dijo del marxismo. A propósito de Karl Korsch». Palabras de Lenin. Conclusiones de hoy. Editorial Félix Varela, 2017, pp. 66–85.

[70] Ver: Kautsky, Karl. Las tres fuentes del marxismo. La obra histórica de Marx. Núcleo en Defensa del Marxismo, Germinal, Cuadernos de formación marxista, 2014, www.grupgerminal.org, pp. 9, 13. Lenin, Vladimir. «Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo». Carlos Marx. Su doctrina. Editorial Anteo, Buenos Aires, 1958.

[71] Plejanov, George. Cuestiones fundamentales del marxismo. Ed. cit., p. 4.

[72] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo (1898)». Ed. cit., p. 47.

[73] Engels, Federico. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Cooperativa periodística Luz Hilo, La Habana, 1962, pp. 18, 66. Engels, Federico. Anti-Dühring. La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring. Ediciones Pueblos Unidos, Uruguay, 1961, pp. 50, 171.

[74] Plejanov, George. Cuestiones fundamentales del marxismo. Ed. cit., p. 4.

[75] Ibídem, p. 5.

[76] Masaryk, Tomáš G. «La crisis científica y filosófica en el marxismo (1899)». Ed. cit., p. 56.

[77] Tarcus, Horacio. «Tomáš G. Masaryk y la invención de la “crisis del marxismo”». Ed. cit., pp. 37–39.

[78] Kautsky, Karl. Ética y concepción materialista de la historia. Alejandría Proletaria, Valencia, 2018, pp. 3 y 4; 15, 27.

[79] Bernstein, Eduard. «The realistic and the ideological moments in socialism» (Die Neue Zeit, 34 y 39, 1898 (I)). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 234. Bernstein, Eduard. «Objetivo final y movimiento. Kant contra Cant». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 274.

[80] Eduard Bernstein. «Marxismo y blanquismo». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 132.

[81] Bernstein, Eduard. «Objetivo final y movimiento. Cant contra Kant». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., pp. 265 y 266.

[82] Bernstein to Bebel, 20 October 1898. Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 326.

[83] Referenciado por: Gaido, Daniel. «La recepción temprana de las obras económicas de Karl Marx (1867–1910)». Ed. cit., s/p.

[84] Marx, Karl. El capital. El proceso de producción del capital. Siglo XXI Editores, México, 2008. Tomo 1, Libro 1, vol. 1, pp. 19 y 20.

[85] Plejanov, George. El papel del individuo en la historia. Cant contra Kant, o le legado espiritual del señor Bernstein. Ed. cit., pp. 65, 70.

[86] Plejanov, George. «Bernstein y el materialismo». La concepción materialista de la historia. Fundación Federico Engels, Madrid, 2010, p. 136.

[87] Plejanov, George. El papel del individuo en la historia. Cant contra Kant, o le legado espiritual del señor Bernstein. Ed. cit., p. 82.

[88] Plejanov, George. Cuestiones fundamentales del marxismo. Ed. cit., nota 1, p. 3.

[89] Plejanov, George. «Bernstein y el materialismo». La concepción materialista de la historia. Ed. cit., pp. 134 y 135.

[90] Korsch, Karl. Karl Marx. Ed. cit., pp. 187 y 188. Ver: Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Studies in ideology and society. Ed. cit., p. 72. Korsch, Karl. Marxismo y filosofía. Ed. cit., p. 16. «El estado actual del problema Marxismo y Filosofía». Ibídem., pp. 65 y 66.

[91] Bernstein, Eduard. «The Struggle of Social Democracy and the Social Revolution (1): Polemical Aspects» (Neue Zeit, 5 January 1898) Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 157. «The Struggle of Social Democracy and the Social Revolution (2): The Theory of Collapse and Colonial Policy», Ibídem, pp. 168 y 169.

[92] Bernstein, Eduard. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., pp. 258–274.

[93] Ibídem, pp. 260 y 261.

[94] «The Erfurt Program». German History in Documents and Images. Volume 5. Wilhelmine Germany and the First World War, 1890–1918. Ed. cit.

[95] Bernstein, Eduard. «A Statement». Vorwärts, 7 February 1898. Tudor, J. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 192.

[96] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ibídem, p. 291.

[97] Ídem.

[98] Bernstein, Eduard. «The Struggle of Social Democracy and the Social Revolution (2). The Theory of Collapse and Colonial Policy», p. 169. «Problems of Socialism. First Series. Eduard Bernstein 1. General Observations on Utopianism and Eclecticism» (Neue Zeit, 28 October 1896), p. 76. «Bernstein to Bebel», 20 October 1898, p. 328. Tudor, J. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit.

[99] Schmidt, Konrad. «Final Goal and Movement», Vorwärts, 20 February 1898. Ibídem, pp. 204; 207 y 208.

[100] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ibídem, pp. 302–304. «Bebel to Bernstein», 16 October 1898. Ibídem, pp. 322 y 323. Luxemburgo, Rosa. «Practical Consequences and General Character of the Theory». Leipzige Volkszeitung, 28 September 1898. Ibídem, pp. 269, 272, 274.

[101] Bernstein, Eduard. «La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., pp. 53 y 54. Luxemburgo, Rosa. «Tariff Policy and Militarism» (Leipziger Volkszeitung, 27 September 1898). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 269.

[102] Bernstein, Eduard. «La lucha de la socialdemocracia y la revolución en la sociedad». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., pp. 66 y 67; 73 y 74. Acuerdo del Congreso de Londres, citado por Bernstein: «En la actualidad el desarrollo económico está tan avanzado que pronto puede sobrevenir una crisis. Por esta razón, el Congreso exhorta a los obreros de todos los países a compenetrarse del manejo de la producción, con el fin de que, como obreros con conciencia de clase, puedan hacerse cargo de esta en beneficio de la colectividad».

[103] Bernstein, Eduard. «General Observations on Utopianism and Eclecticism» (Die Neue Zeit, 28 October 1896). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 75.

[104] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ibídem, pp. 288 y 289.

[105] Bernstein, Eduard. «General Observations on Utopianism and Eclecticism» (Die Neue Zeit, 28 October 1896). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 75.

[106] Ibídem, pp. 74 y 75.

[107] Bernstein, Eduard. «La lucha de la socialdemocracia y la revolución en la sociedad. La teoría del derrumbe y la política colonial». Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., pp. 74 y 75.

[108] Ibídem, p. 75.

[109] Bernstein, Eduard. «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., pp. 289 y 290.

[110] Luxemburgo, Rosa. «Tariff Policy and Militarism» (Leipziger Volkszeitung, 27 September 1898). Ibídem, p. 269.

[111] Bernstein, Eduard. «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ibídem, p. 290.

[112] Bernstein, Eduard. «La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad. La teoría del derrumbe y la política colonial». Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia. Ed. cit., p. 73. Bernstein, Eduard. «Critical Interlude» (I). Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit., p. 221.

[113] Sweezy, Paul. Teoría del desarrollo capitalista. Editorial HACER, s/f., p. 208. Korsch, Karl. Algunos prolegómenos a una discusión materialista de la teoría de las crisis. Ed. cit., s/p. Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Studies in ideology and society. Ed. cit., p. 105.

[114] Korsch, Karl. Algunos prolegómenos a una discusión materialista de la teoría de las crisis. Ed. cit., s/p.

[115] De Man, Henry. Más allá del marxismo. Biblioteca de Ideas y Estudios Contemporáneos, M. Aguilar editor, Madrid, s/f, p. 18.

[116] Sorel, Georges. La descomposición del marxismo. Políticas de la Memoria. Anuario de investigación e información del CeDinCi (Centro de documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina), núm. 13, 2012–2013, p. 182.

[117] Adler, Víctor. «The Party Conference at Stuttgart». Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898, Ed. cit., p. 314.

[118] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Ibídem, pp. 292 y 293.

[119] Ibídem, p. 293.

[120] Kautsky, Karl. Bernstein y el programa socialdemócrata Una anticrítica. Ed. cit., p. 6.

[121] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898, Ed. cit., p. 294.

[122] Kautsky, Karl. Bernstein y el Programa Socialdemócrata. Ed. cit., pp. 37–39; 93.

[123] «The Party Conference at Stuttgart: The Debate on the Press». Tudor, H. y J. M. Tudor. Marxism and Social Democracy. The Revisionist Debate 1896–1898. Ed. cit. p. 295.

[124] Masaryk, Tomáš. «La crisis científica y filosófica en el marxismo (1899)». Políticas de la memoria. Anuario de investigación e información del CeDinCi. Ed. cit., p. 55.

[125] Luxemburgo, Rosa. ¿Reforma o Revolución? Ed. cit., pp. 44, 46, 53, 74–75, 90.

[126] Ibídem, pp. 74, 90.

[127] Sorel, Georges. «La descomposición del marxismo». Políticas de la Memoria. Anuario de investigación e información del CeDinCi. Ed. cit., p. 189.

[128] De Man, Henry. Más allá del marxismo. Biblioteca de Ideas y Estudios Contemporáneos, M. Aguilar editor, Madrid, s/f, pp. 19, 372.

[129] Korsch, Karl. Algunos prolegómenos a una discusión materialista de la teoría de las crisis. Revista Trasversales, núm. 31, abril 2014, s/p. http://www.trasversales.net/t31kor.htm

[130] Ídem.

[131] Ídem. Ver: «The Erfurt Program» (1891). German History in Documents and Images. Volume 5. Wilhelmine Germany and the First World War, 1890–1918. Ed. cit., s/p.

[132] Sweezy, P. Teoría del desarrollo capitalista. Ed. cit., pp. 196, 198, 204.

[133] Colletti, Lucio. From Rousseau to Lenin. Studies in ideology and society. Ed. cit., p. 50.

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